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Destrozos, despedazamientos, mutiladas

pinturas sobre fondo de granizo de colores.


Palios, parasoles, abanicos…
El cuchillo de pedernal
calentado al rojo vivo del corazón…
Amuletos, cerbatanas, vasos de orgías
con dibujos de calistenias íntimas
o escenas de banquetes auríferos,
bubosos comiendo arena de plata
con las manos acalambradas de lunaciones…
Destrozos, despedazamientos, mutiladas
pinturas de ceremonias vegetales.
Trompeteros, músicos, danzarines…
La espuma petrificada,
por fin petrificada en los bajorrelieves.
Altares redondos,
monedas para la compra y venta de astros.
Ciudades sin tiempo.
Toda una ciudad conservando una gota de agua…
Destrozos, despedazamientos, mutilaciones…
Y quién sino él
duerme bajo las acacias,
verdad, Cazador del Aire?
Y quién sino él
aúlla para sangrar el silencio,
verdad, Cazador del Aire?
Y quién sino él
resplandece por sus colmillos,
verdad, Cazador del Aire?
Quién sino él,
corpóreo,
real,
barro sin cocer,
boca sin palabra,
vasija con ojos,
despedazó al Ambimano Tatuador
y a los que tenían
crianza de seres y cosas
en remojo de agua de sueño.
Quién sino él,
cuero cabelludo y armas,
escudo y lanza,
apenas sostenido
por la culebra vertebral del rayo
al ponerse en pie
y alzar la cabeza
de isla desierta,
jefe por siglos
de milites que niegan la vida,
de milites que siembran la muerte
en mi país forjado a miel.
Cazador del Aire,
donde pone la mano pone el oído,
donde pone la nube pone el barranco,
rodaba de un cielo a otro
el silencio de aerolito
que dejó al desaparecer
el mundo del Ambimano Tatuador
y de los que con él tenían
crianza de seres, cosas
y sonidos de sueño.
“Despojados seríamos
de nuestras carnes,
de nuestros huesos musicales,
sabido, Cazador del Aire…
Pero no de nuestras obras,
imágenes de nuestra imagen,
guantes de nuestra presencia.
Torres, atalayas,
pirámides truncadas,
observatorios astronómicos,
escaleras de caracol
por donde bajan girando
los girasoles del cielo…”
“Despojados seríamos

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