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LA “HIPÓTESIS DEL MARCADOR SOMÁTICO” DE DAMASIO

Según Antonio Damasio existe una estrecha relación entre una serie de regiones cerebrales (en especial la
zona frontal y prefrontal del cerebro) y los procesos de razonamiento y toma de decisiones.

En su libro El error de Descartes - La razón, la emoción y el cerebro humano Damasio afirma que “el error de
Descartes” (y, más en general, el error de gran parte de la tradición del pensamiento occidental) fue (o es) el
de creer que una razón humana que opera con eficacia es una razón pura –dirigida abstractamente por la
lógica y caracterizada por dejar aparte al cuerpo y a las emociones en la toma de decisiones.

A veces se piensa que los deseos, las emociones y los sentimientos deben mantenerse alejados del bastión
de la razón para que ésta pueda operar de forma plenamente correcta y eficaz. Damasio en cambio
defiende una posición distinta, de acuerdo con la cual determinados aspectos del proceso de la emoción y
del sentimiento son indispensables para la racionalidad. La hipótesis del marcador somático se enmarca en
esta teoría de una “razón sentiente”.

En la mayor parte de decisiones que tomamos en nuestra vida cotidiana no sólo intervienen procesos
estrictamente racionales. Y esto, fundamentalmente, por la manifiesta incapacidad de dichos mecanismos
racionales para dar una respuesta rápida y adecuada a los problemas que se les plantean. Una solución
puramente racional a muchos de los problemas con los que tenemos que enfrentarnos a diario exigiría
poder imaginar todas las posibilidades existentes, predecir la evolución de los acontecimientos y hacer,
además, un cálculo de costes y beneficios de todas ellas, a fin de compararlas entre sí y decidirse por la
mejor. Es decir, exigiría una enorme cantidad de tiempo y de recursos cognitivos que de hecho o no
tenemos o no empleamos en la mayoría de nuestras decisiones. Por supuesto, eso no quiere decir que en la
toma de decisiones no intervengan procesos racionales. Lo que Damasio afirma es que dichos procesos son
asistidos de manera muy potente por otros mecanismos que son básicamente de naturaleza emocional.

Por el camino de ida (la vía eferente o efectora), ante una determinada percepción o cognición el cerebro
puede desencadenar una amplia serie de reacciones emocionales somáticas (las arterias se contraen o
dilatan, las glándulas segregan fluidos, el corazón se acelera o enlentece, el tubo digestivo sufre espasmos,
hay zonas que son anegadas en sangre mientras que en otras el flujo sanguíneo se reduce al mínimo, etc.).
Por el camino de vuelta (la vía aferente o receptora), el cerebro se entera de cuáles han sido las
consecuencias de la reacción emocional que él mismo ha desencadenado. Este camino de vuelta –es decir,
esta corriente informativa del estado de todas las partes del organismo– es constante y no cesa en ningún
momento, aunque la mayor parte del tiempo no percibimos esa información de forma consciente. La damos
por supuesta, y es como un telón de fondo sobre el que se desarrolla el resto de la vida mental. Constituye,
para emplear el lenguaje de Damasio, una especie de “paisaje corporal” que siempre se encuentra ahí y que
cambia de continuo en respuesta precisamente a esas influencias de origen emocional que recibe del
sistema nervioso central.

Ante la existencia de diferentes posibilidades de actuación la corteza prefrontal acostumbra a crear una
representación, aunque sea fugaz, de los diversos escenarios que pueden producirse como consecuencia de
las distintas decisiones posibles. Es decir, puede provocar, recurriendo a la colaboración con diversas zonas
de la corteza sensorial, la generación de imágenes referentes a cómo serían las cosas y qué expectativas de
refuerzo son esperables en caso de tomar la decisión a, b o c. Esas imágenes, o retazos de imágenes, no sólo
contienen elementos puramente descriptivos de la situación mentalmente anticipada, sino que también
sirven para evocar un esbozo de las modificaciones viscerales y somáticas propias de los estados
emocionales ligados a tales expectativas. A esas modificaciones corporales es a lo que Damasio llama
“marcadores somáticos”, ya que proveen a los distintos escenarios que la imaginación nos presenta con una
especie de “etiqueta corporal”, un identificador somático. La “coloración” emocional de ese paisaje corporal
puede ser en sentido positivo, es decir “placentera”, o bien en sentido negativo, despertándose entonces
sensaciones viscerales “desagradables” y “displacenteras”. El resultado de este “marcaje”, por lo general no
consciente, le permite al cerebro descartar con rapidez las posibilidades de actuación que han sido, por así
decirlo, “calificadas con mala nota” en ese breve examen emocional. Y, por el contrario, en el caso de las
posibilidades marcadas positivamente, le abre el camino a preseleccionarlas para darles preferencia como
candidatas a la elección final.

En resumen, ante muchos problemas racionales el cerebro imagina situaciones futuras resultantes y,
también imaginativamente, suscita las reacciones emocionales somáticas que estima que se derivarían de
ellas, anticipando así unas expectativas de refuerzo. De esta manera cada posibilidad de futuro imaginada
queda marcada por una emoción somática o marcador somático. Estas anticipaciones emocionales son un
hilo conductor que orienta el razonamiento hacia unas u otras decisiones.

Juicio racional +
Imágenes afectivas de las consecuencias de cada alternativa de respuesta (Marcadores somáticos)
 Decisión

Este tipo de procedimiento permite una velocidad de procesamiento con la que los cálculos meramente
racionales no pueden competir. Hay que tener en cuenta que los procesos racionales son procesos
conscientes, y –en comparación con los automáticos– esta modalidad de procesamiento se caracteriza por
ser flexible pero también lenta y “consumidora” de una gran cantidad de recursos cognitivos. Otra de las
características de este mecanismo de asistencia es que permite una evaluación personal de las posibilidades
de elección que se presentan. No se trata de una simulación impersonal y abstracta de cuáles serían las
ventajas e inconvenientes de una determinada línea de actuación, sino de una especie de ensayo general
con una evaluación más particularizada y afinada a la historia personal de cada uno.

Esto no quiere decir que las emociones no puedan equivocarse. Además, todos sabemos que las emociones
muy intensas irrumpen con violencia en la vida psíquica y esa intensidad suele impedir o dificultar que se
ponga en marcha el mecanismo de consulta con el lóbulo frontal. Son estos, precisamente, los casos en los
que el proceso decisorio que acabamos de describir no llega a producirse porque es arrollado por
mecanismos emocionales “primitivos” que secuestran la capacidad de decidir. En suma, Damasio no niega
algo que es bien conocido, el hecho de que las emociones muy intensas pueden hacer estragos en el
razonamiento, pero le añade a este hecho el de que la ausencia de emoción también puede ser ruinosa
para éste.

Neuroanatómicamente, el córtex prefrontal (CF) del cerebro se puede dividir en cuatro zonas o regiones
principales:

 Córtex prefrontal dorso-lateral (CPFDL).


 Córtex prefrontal ventro-lateral (CPFVL).
 Córtex prefrontal rostral (CPR).
 Córtex prefrontal medial (CPFM).

El córtex prefrontal orbital (CPFO) (las áreas 10, 11 y 47 de Brodmann) es la región más ventral del córtex
rostral y ventro-lateral. Se sitúa justo sobre las órbitas en las que se ubican los ojos, de ahí su nombre. Se la
considera a veces como una región separada, y muchos autores sostienen que forma parte del sistema
límbico.

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Áreas del córtex prefrontal.

Áreas de Brodmann.
La imagen izquierda representa la superficie lateral y la derecha la superficie interna.

Según Damasio, las conducta de la personas con lesiones en el córtex prefrontal ventromedial (CPVM) (la
región más ventral del córtex prefrontal medial) confirma la tesis del marcador somático. Estas personas
pueden resolver bastante bien las cuestiones que requieren una inteligencia abstracta, pero fracasan
cuando tienen que sintonizar las situaciones reales con su historia afectiva particular. Fallan en la toma de
decisiones personales, y fallan porque la comunicación entre las estructuras prefrontales y las límbicas está
interrumpida de tal modo que no les resulta posible llevar a cabo ese delicado trabajo de someter los
escenarios que su imaginación predice a la consideración y evaluación de sus peculiaridades afectivas. Al no
disponer de un marcaje emocional eficiente, estos pacientes se ven obligados a emplear en exceso
mecanismos puramente racionales que se muestran poco ágiles para resolver la mayoría de los problemas
de su vida real.

Córtex prefrontal ventro-medial.


La lesión de esta región cerebral dificulta el marcaje somático, y por tanto los procesos decisorios eficaces.

La importancia funcional del CPVM para la toma de decisiones personales es evidente si consideramos la
variedad y complejidad de las conexiones entre éste área y otras áreas cerebrales. Se trata de la única área
prefrontal que posee densas conexiones recíprocas con la amígdala, una estructura relacionada con el
aprendizaje emocional, la modulación emocional de la memoria y el reconocimiento de expresiones
emocionales. El CPVM es asimismo la única área prefrontal que envía un número significativo de aferencias
a los centros visceromotores del hipotálamo, lo que le permite controlar la expresión autonómica de las
emociones. Además, la cara medial de la corteza prefrontal establece conexiones directas con núcleos del
tronco cerebral que controlan la musculatura laríngea implicada en la fonación, lo que puede permitir a esa

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región cortical la modulación emocional de la expresión verbal. Por último, EL CPVM también inerva el resto
de áreas de la corteza prefrontal, a las que se atribuye un papel fundamental en funciones ejecutivas y de
memoria de trabajo.

En definitiva, EL CPVM modula emocionalmente la actividad cognitiva, desempeñando un papel de


intermediaria entre las estructuras cerebrales responsables de la cognición y las que controlan las
emociones. Precisamente por este el mismo motivo, una lesión del CFVM puede provocar la interrupción de
la principal vía de comunicación entre las áreas emocionales y las estructuras de procesamiento cognitivo
del cerebro, privando a estas últimas de una información afectiva esencial para llevar a cabo correctamente
su función.

En general, los pacientes con lesiones importantes en el CFVM suelen perder la capacidad para planificar las
tareas cotidianas, administran mal su dinero, y les es casi imposible mantener un empleo. Sus planes de
futuro están pobremente especificados y sus metas son poco realistas. Aunque no está claro el papel del
CFVM sobre la impulsividad y la propensión al riesgo, sí que hay evidencia de que algunos de estos
pacientes (no todos) muestran una conducta impulsiva y/o propensa al riesgo. Pero al mismo tiempo suele
ser norma común que pasen horas sopesando alternativas para decidir sobre asuntos triviales. La lesión
suele producir alteraciones en el temperamento: estos pacientes muestran más agresividad verbal (aunque
normalmente no física), sienten escasa o nula empatía hacia sus semejantes, y su estado de ánimo puede
experimentar cambios drásticos en poco tiempo incluso sin una causa aparente que justifique tales
reacciones. La falta de competencia social se manifiesta en la incapacidad de estos pacientes para mantener
las amistades previas a la lesión y para formar otras nuevas, por la pérdida del sentido de la
responsabilidad, por un comportamiento inadecuado al contexto social de cada momento (por ejemplo
usar un lenguaje obsceno o provocativo incluso ante personas con las que su relación es escasa), por malos
criterios en la elección de pareja, y por su vulnerabilidad al engaño y al abuso por parte de otras personas.

Un ejemplo es el famoso caso de Phineas Gage, un empleado que en 1848, mientras trabajaba en la
construcción de una vía férrea en Vermont (Estados Unidos) sufrió un accidente laboral que le generó una
grave lesión cerebral que destruyó la región prefrontal ventromedial y otras zonas de sus lóbulos frontales.
Pese a que muy poco tiempo después del accidente Gage ya desarrollaba una actividad motora normal,
hablaba correctamente y entendía lo que se le decía, y no tenía problemas para recordar los
acontecimientos previos y posteriores al accidente, pronto se hicieron evidentes algunas graves secuelas
que afectaban a su personalidad y comportamiento social: se volvió “grosero y soez en el lenguaje”,
“caprichoso e infantil”, “particularmente obstinado”, con “operaciones mentales perfectas en naturaleza,
pero no en grado o cantidad”, y propenso a las riñas y peleas. A veces esbozos de planes de futuro, pero los
abandonaba sin apenas prepararlos, y era muy bueno a la hora de “encontrar siempre algo que no le
convenía”. En contraste, antes del accidente era descrito como un hombre responsable y considerado. El
caso de Gage tiene una gran importancia histórica para la neurociencia, pues antes de él los lóbulos
frontales solían ser considerados como estructuras silentes –sin función conocida y sin relación con el
comportamiento humano.

Damasio también relata el caso de un paciente con lesión prefrontal ventromedial que, ante la pregunta de
cómo le había ido un trayecto en coche por carreteras heladas y bajo la lluvia, responde rápida y
desapasionadamente: le había ido bien, no había sido distinto de lo habitual excepto que había exigido
prestar un poco de atención a los procedimientos adecuados y racionales para conducir sobre el hielo. A
continuación el paciente sigue resaltando algunos de dichos procedimientos y describiendo que había visto
automóviles y camiones patinando porque no los seguían. El paciente también relata con una pasmosa
tranquilidad y sosiego cómo vio a una conductora que no había seguido esos procedimientos y que, por
ello, había resbalado sobre una placa de hielo y se había estrellado. Hasta ahora la lesión prefrontal
ventromedial de este paciente no parece demasiado invalidante, e incluso tiene sus ventajas: pese a que el
comportamiento de esta persona parece asemejarse al de un robot, y aunque nos pueda resultar molesta e
inquietante su falta de empatía ante el accidente de la conductora, lo cierto es que esta frialdad emocional

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ha evitado que se pusiese nervioso y le ha resultado eficaz para realizar su trayecto sin sufrir graves
contratiempos. Digamos que nos recuerda al personaje de Spock de Star Trek, un tipo hiper-racional, un
rasgo que lo hacía un tanto peculiar pero a la vez sumamente eficiente a la hora de razonar de una forma
lógica. Sin embargo, conducirse en la vida real de una manera tan fría y calculada tiene muchas desventajas,
y ya no sólo para la interacción social, como podría pensarse, sino también para muchos procesos
racionales de toma de decisiones. En el caso de este paciente tales inconvenientes comienzan a
evidenciarse a la hora de concretar la próxima cita: el profesional sugiere dos fechas alternativas separadas
entre sí por unos pocos días. El paciente saca su agenda y empieza a consultar el calendario. Durante media
hora larga enumera razones a favor y en contra de cada una de las dos fechas: citas previas, proximidad a
otras citas, posibles condiciones meteorológicas, prácticamente todo lo que uno pudiera imaginarse. De la
misma manera calmada con la que había conducido sobre el hielo y había relatado después el episodio,
comienza a espetar ahora un aburrido análisis de costes/beneficios, un resumen interminable, y una
comparación estéril de opciones y posibles consecuencias. La anestesia afectiva que sufría ese paciente le
producía una suerte de déficit motivacional, convirtiendo cualquier deliberación trivial en un proceso
inacabable.

En definitiva, de acuerdo con Damasio, cuando carecemos de la ayuda de las emociones actuamos hasta
cierto punto como el burro de Budirán (un burro imaginario que se murió de hambre incapaz de elegir entre
dos montones de heno exactamente iguales situados a la misma distancia de él). Sin ellas sentimos
indiferencia y abulia, y nos cae encima un inmenso árbol de decisiones subdividido en infinitas ramas, una
situación en la que sin el auxilio de las emociones debemos invertir demasiado tiempo buscando la más
apropiada.

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