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13.di Napoli PDF
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Un estudio socio-
educativo sobre las tipificaciones que los jóvenes de educación secundaria
producen acerca del “alumno violento”
Pablo di Napoli 1
1. Introducción
1 Lic. en Sociología (UBA). Becario CONICET PG I con sede en el Instituto de Investigaciones de Ciencias de la Educación (UBA). Docente de la materia “Teorías Sociológicas” del Dto.
de Educación (FFyL, UBA).
2 El equipo de investigación que dirige Kaplan viene trabajando la temática desde 2005 con el proyecto PICT 17339 “Las violencias en la escuela media: sentidos, practicas e
instituciones”; y actualmente continua en los proyectos: A) 20020100100616 “Los sentidos de la escuela para los jóvenes. Relaciones entre desigualdad, violencia y subjetividad”,
Programación Científica UBACyT 2011/2014. Resolución (CS) Nº 2657/11; B) 11220100100159 (PIP-CONICET): “La sensibilidad por la violencia y los sentidos de la existencia social
de los jóvenes. Un estudio de las percepciones de los estudiantes de educación secundaria de zonas urbanas periféricas”, Período 2011-2014. Todos los proyectos tienen sede en
el Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación, Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
En la actualidad, los jóvenes son uno de los sectores más afectados por la violencia ur-
bana. Ya sea como víctimas o victimarios, ellos aparecen como protagonistas de diversos
episodio. Reguillo (2006) sostiene que a partir de la segunda mitad de los 80 se comenzó a
percibir cómo se expande en esta población la violencia mortal. Pero ellos no son solo víctimas
de la violencia “material” sino también de la violencia “simbólica”. En ese mismo período se
produjo una operación semántica a través de la cual se empezó a percibir a los jóvenes como
“delincuentes” y “violentos” (Reguillo Cruz, 2000; Kessler, 2009). Violencia, delito, droga y
juventud son términos que se vinculan permanentemente. Continuamente se publican no-
ticias, y hasta secciones de los medios de comunicación, con títulos como “violencia juvenil”
o “ jóvenes delincuentes”. Este tipo de etiquetamientos es adjudicado fundamentalmente a
jóvenes pertenecientes a sectores populares que tienen conductas y expresiones que entran
en conflicto con el orden establecido y desbordan el modelo de juventud que se les tiene pre-
parado (Reguillo Cruz, 2000; Kaplan, 2009; Kessler, 2004, 2009).
La escuela no ha permanecido al margen de los acontecimientos descriptos. La incor-
poración de nuevos sectores y la polarización de la fragmentación social han destronado a
la institución escolar como santuario introduciéndose dentro de ella sujetos con diversas
experiencias de socialización (Dubet, 1998). Tiramonti sostiene que “la construcción de los
sentidos escolares en diálogo con la comunidad y la pérdida del referente universal de las
escuelas han transformado a estas últimas en un espacio donde se confrontan diferentes con-
cepciones del orden” (2004: 31). En consecuencia, la escuela ya no tiene la misma eficacia en
el proceso de transmisión de comportamientos autocoaccionados en los individuos.
En los últimos diez años en este país el tema de la violencia en la escuela ha adquirido
una peculiar relevancia despertando las miradas y preocupaciones de muchos actores socia-
les. En 2004, el caso de Junior, el chico que mató a varios de sus compañeros de colegio en
la ciudad de Carmen de Patagones, puso sobre el tapete la problemática marcando un antes
y un después en su visibilidad mediática. Al año siguiente, el Ministerio de Educación de la
Nación creó el Observatorio Nacional de Violencia en las Escuelas con el objetivo de monito-
rear, analizar y prevenir episodios y situaciones de violencia en la escuela.
Dentro del campo científico, se han multiplicado las investigaciones en torno a las vio-
lencias en la escuela. Contrariamente a la espectacularización que presentan los medios de
comunicación (Brener, 2009), la mayor parte de las investigaciones realizadas en este país
han demostrado que las violencias en la escuela en su mayoría son resultado de conflictos de
baja intensidad (Miguez y Tisnes, 2008) que se expresan en comportamientos denominados
(…) tomar en cuenta las significaciones que el sentido común le atribuye en los diferentes
contextos discursivos. Es este el que le otorga el sentido con su carga valorativa emocional
(negativa-positiva, legítima-ilegítima) a partir del cual se vive socialmente, al formar parte
del espacio relacional donde emerge. (2001: 65)
Existe así, una interrelación entre las experiencias subjetivas en torno a la violencia y
las condiciones objetivas en las cuales son producidas. Se focalizará en la “…lucha simbólica
en el interior del espacio escolar para caracterizar la violencia, para diferenciarla de la no
violencia, para responsabilizar a ciertos individuos y grupos” (Castorina y Kaplan, 2006: 25).
La vía de entrada por las representaciones sociales es un modo de acceso indirecto a las
operaciones de nominación y clasificación escolares, a la autopercepción y a las formas de so-
ciabilidad vinculadas con los fenómenos de la desigualdad y las violencias. Las clasificaciones o
tipificaciones que los estudiantes construyen son actos productivos que tienen efecto de reali-
dad e incidencia sobre las experiencias de subjetivación propias y de sus pares (Kaplan, 2008).
Las relaciones grupales de los estudiantes constituyen otro aspecto fértil para indagar
sobre la dimensión subjetiva. Según Elias (2003), la imagen del “nosotros” forma parte de
la imagen del “yo” que se pretende construir. Inmerso en una red de interdependencias el
sujeto no actúa solo a través de su individualidad sino que también se enmarca en distintos
grupos de pertenencia con los cuales se siente identificado.
En este marco surgen nuevos interrogantes acerca de: ¿cómo se construyen las identi-
dades de grupos de pares de la escuela? ¿Qué papel ocupa la violencia en las relaciones de
poder entre grupos de pares dentro y fuera de la escuela? ¿Cuáles son los efectos de la cons-
(…) no son forzosamente penalizables, e implican una amenaza contra el orden estable-
cido, trasgrediendo los códigos elementales de la vida en sociedad, el código de las bue-
nas costumbres. Estos son intolerables por el sentimiento de no respeto que inducen sobre
quien los sufre… (Debarbieux, 1997: 19).
3 The National Center for Education Statistics (NCES). Esta entidad Federal se encarga de recolectar, analizar y reportar información estadística acerca de la educación en los EE.UU.
y otras naciones.
4 Bureau of Justice Statistics (BJS). Esta entidad federal se encarga de colectar, analizar publicar y diseminar información estadística acerca del crimen.
5 Para una mayor profundización de estos relevamientos se puede consultar: Kaplan, C. y García, S. (2006). “Las violencias en la escuela, en el mundo. Un mapa de los estudios
socioeducativos”, en Kaplan, C.. (dir.). Violencias en plural. Sociología de las violencias en la escuela. Buenos Aires, Miño y Dávila, pp. 105-204.
6 La encuesta SIVIS (sistema de Información y Vigilancia sobre la Seguridad escolar). Con el objetivo de homogeneizar la recogida de datos y restringir los criterios de apreciación
“…es necesario que se cumpla al menos una de las condiciones siguientes: motivación de carácter discriminatorio, uso de un arma, utilización de la coacción o la amenaza, acto
que haya implicado cuidados médicos o causado un perjuicio financiero importante, que haya sido puesto en conocimiento de la policía, la gendarmería o la justicia, o que sea
susceptible de dar lugar a la presentación de una denuncia o a un consejo de disciplina.” (Documento de trabajo en el marco del Simposio “Violencia en las escuelas. Investiga-
ciones, resultados y políticas de abordaje y prevención en Francia y Argentina”. Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas del Ministerio de Educación de la Presidencia
de la Nación, Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y el Programa EUROsocial Educación. Ciudad Autónoma de Buenos Aire, 14 de octubre de 2009.)
Desde la perspectiva de los actores también se observa que las definiciones de violencia
en torno a sus percepciones varían de un grupo a otro y de un espacio a otro. Debarbieux
(1996), en sus estudios sobre los liceos franceses, concluye que los sujetos de sectores sociales
desfavorecidos son quienes están más expuestos a la violencia, tanto a nivel de lo percibido,
como de lo que efectivamente experimentan. Por su parte, Cardia (1997) en Brasil, afirma
que los individuos de esos sectores, que estarían en contacto con situaciones de violencia de
manera más habitual, manifestarían una naturalización en relación a las situaciones o actos
de violencia. En la Argentina, Miguez y Tisnes (2008) consideran que el grado de integración
social de los estudiantes está asociado a la experiencia subjetiva de la violencia en un doble
proceso. Generalmente, es sobre el porcentaje de alumnos con problemas de integración con
sus compañeros donde se manifiesta la mayor cantidad de situaciones violentas, pero tam-
bién es este grupo el más propenso a sentir como amenazantes ciertas situaciones que otros
estudiantes toman como comunes.
Según Noel (2008a), en las escuelas de barrios populares donde realizó sus investiga-
ciones, lo que los agentes institucionales (docentes, directivos, u otros agentes del sistema
escolar) consideran violento, rara vez puede ser nominado como tal para los destinatarios
del sistema educativo (alumnos y padres). Esto se debe a las diferencias en los procesos
de socialización y regímenes de sociabilidad que produjeron una línea divisoria “…entre
4. Objetivos
Objetivo general
Objetivos específicos
A través del trabajo teórico y de campo se han formulado hipótesis sustantivas sobre los
sentidos que construyen los jóvenes acerca del “alumno violento” y sus potenciales efectos
simbólicos.
5. Metodología de trabajo
a) Violencia física
Aquí se alude a las formas de violencia donde el cuerpo es el locus. Los testimonios de
los estudiantes refieren a piñas, agresiones físicas, peleas, golpear al otro.
b) Violencia verbal
Esta dimensión se vincula al uso de frases o palabras discriminatorias que se vivencian
como heridas. Los estudiantes mencionaron cuatro situaciones diferentes: faltas de respeto,
amenazas, burlas e insultos. Los siguientes fragmentos de entrevista aluden a las dos prime-
ras situaciones: las “burlas” y los “insultos” presentan una característica particular. Existen
límites a través de los cuales estos dichos pueden pasar de ser inofensivos a ser violentos. El
primer punto responde al grado de confianza entre los participantes. El segundo se vincula
con el fin de la “burla” o el “insulto”. Si lo que se busca es hacer un mal y/o se discrimina ya
se transforma en una forma de violencia.
En los relatos de los estudiantes se distinguen dos sentidos, que se imbrican mutuamen-
te, sobre los comportamientos tipificados como violentos. Al primer argumento se lo denomi-
na ser violento, mientras que el segundo hace referencia a hacerse el violento.
Ser violento no implica una esencia innata sino la existencia de condiciones objetivas y
experiencias subjetivas que llevan a los jóvenes a comportarse de forma violenta. Por el relato
de los estudiantes parecería que el “verdadero” violento es aquel que por disposiciones que
van más allá de su persona se encamina hacia comportamientos violentos (por ejemplo, el
entorno familiar).
En cambio, el parecer o hacerse el violento tendría un sentido más estratégico en el entra-
mado de relaciones de grupos de pares. Aquí el comportarse de esa forma implicaría una
decisión voluntaria que busca algún tipo de rédito como la obtención de respeto o prestigio
entre sus pares.
7. 3. Adjetivos violentos
A lo largo de los relatos de los estudiantes se encontraron cinco adjetivos que sintetizan
los sinónimos utilizados por ellos para nombrar y caracterizar a los alumnos considerados
violentos: ignorantes, inmaduros, quilomberos, villeros y cancheros. Carina Kaplan (2008) sostiene
que los sinónimos son adjetivaciones o atribuciones con un contenido expreso y otro oculto.
En una simple palabra u expresión se puede condensar una carga de significados que defi-
nen no solo a la persona etiquetada sino que también desvela la matriz ideológica de quien
aplica la etiqueta. Los juicios no solo canalizan la experiencia subjetiva (racional y/o emocio-
nal) del individuo que los ejecuta sino que también están mediados por la matriz social en la
cual se encuentra inmerso ese sujeto. A través de las adjetivaciones utilizadas no solo se buscó
marcar los bordes de la categoría de “alumno violento” sino también desentrañar los sentidos
ocultos que habitan dentro de ella.
8. Conclusión
La construcción simbólica de la categoría de “alumno violento” va más allá del mero compor-
tamiento violento. La apariencia física, su rendimiento escolar y la moral están en la base de
su constitución. El cuerpo, y específicamente la cara, es el atributo privilegiado para discri-
minar a estos estudiantes. El llevarse materias, o no, el ser un buen o mal alumno es otra de
las características a través de las cuales se los estigmatiza escolarmente. Por último, y en el
trasfondo de las dos características anteriores, subyacen los juicios morales de los entrevista-
dos. Los “alumnos violentos” son considerados como malos y anormales. En su cara o en sus
notas se puede comprobar empíricamente su no normalidad.
El uso de adjetivos como sinónimos para nominar a las personas tiene una significación
mucho más amplia de la que aparenta tener. Detrás de los términos utilizados por los jóvenes
existe una matriz simbólica que les otorga sentido. Las taxonomías que utilizan para caracte-
rizar a los “alumnos violentos” responden a la doxa dominante invisibilizada.
En este proceso de etiquetamiento se manifiesta una lucha simbólica por el reconocimien-
to y la jerarquización de los sujetos que atraviesan las subjetividades de los protagonistas. La
violencia opera en dos niveles. La violencia como atributo y como acto, la violencia como adjeti-
vo y como verbo. Al tipificarlos como “alumnos violentos”, el grupo de estudiantes “establecido”
ejerce sobre el grupo de estudiantes “marginado” una violencia simbólica a través de la cual se
los estigmatiza. La adjetivación de “violento”, en tanto que estigma social, se transforma en sí
misma en un acto que violenta y niega la subjetividad del grupo “marginado”.
Sin embargo, puede suceder que a partir de la negación de la subjetividad surjan expre-
siones de violencia por parte del grupo “marginado” que contribuyan a resignificar algunos
atributos por los cuales se los caracterizaba y los transformen en positivos. Aquí la violencia
opera como constructora de subjetividad (Wieviorka, 2006). Ella, en tanto que acto y atri-
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