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Tina en el bosque de Charnia, la vida que no podía existir

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El enigma del Bosque de Charnwood.

El soto de Swithland, parte del bosque de Charnwood (Leicestershire, Reino Unido.) Fue en una cantera situada en este bosque donde primero Tina Negus y
luego Roger Mason, ambos de 15 años, se encontraron con algo que según el mundo entero no podía existir. Imagen: Wikimedia Commons.

Cuando era niña, Tina Negus (Reino Unido, 1941) le tomó gusto a eso de los fósiles. Es que en aquella época no
había videojuegos, ni móviles, y ni siquiera muchas teles. Así que los críos salían a la calle a jugar y hacían sus
travesuras, como meterse en sitios que a sus padres no les gustaban. Según sus propias palabras, Tina se aficionó
jugando “ilícitamente” (vamos, que si en casa se llegan a enterar, seguramente se habría llevado una buena
azotaina como era corriente por aquella época) en una cantera abandonada próxima a su domicilio en Gratham,
Lincolnshire. Ahí había un montón de fósiles de amonites, belemnites y cosas así fijados a sus calizas azules del
entonces llamado Liásico Superior, que desde chiquitaja cautivaron su imaginación.

Puesto que también faltaba bastante para que inventasen Internet, y Tina era muy curiosa, su afición le llevó a la
biblioteca pública local. Ahí leyó un montón de cosas sobre geología, biología, paleontología y esos rollos de
científicos. El caso es que conforme se adentraba en la adolescencia, acabó bastante enterada de estos temas. Y a
principios del verano de sus quince años, Tina pidió a sus padres que la llevaran al cercano Bosque de Charnwood.
Ya habían estado varias veces, pero esta vez Tina no deseaba simplemente hacer picnic en un lugar hermoso
como ese. En la biblioteca había leído un ensayo sobre su geología y le llamó la atención que existiese una cantera
con depósitos de ceniza volcánica surgida bajo el mar, cuando aquello fue un mar. Eso era algo que Tina nunca
había visto y, como además conocía muchos de los lugares mencionados gracias a las excursiones anteriores, se
motivó. Así que copió todos los mapas del ensayo a mano –tampoco había fotocopiadoras– y con la excusa de ir a
recolectar arándanos, convenció a
sus sufridos padres de que la
llevasen otra vez en junio o
principios de julio de 1956; no
recuerda bien la fecha exacta. Pero
tuvo que ser por ahí, porque los
arándanos todavía no estaban
maduros.

Y para el Bosque de Charnwood


marcharon. En cuanto pudo, Tina
se metió por el camino de cabras
que conducía a la cantera en
cuestión. Durante un buen rato, se
quedó flipada con aquellas rocas
de color gris oscuro y tono
verdeazulado, como era su gusto.
Entonces sus ojos cayeron sobre
algo más: uno de sus amados
fósiles. Parecía una especie de
hoja de helecho fosilizada, sin
nervio central, sino con sus foliolos
dispuestos como en zigzag. Pero
Una Tina Negus adolescente buscando fósiles cerca de su casa allá por la primera mitad de los años
había un pequeño problema. ’50 del pasado siglo. Foto: Propiedad de Tina Negus vía trowelblazers.com
Según sus mapas y notas copiados
tan cuidadosamente, la piedra
donde se hallaba el fósil era precámbrica. Y todos los libros gordos y los grandes sabios y sus profesores y el
mundo entero afirmaban taxativamente que la vida compleja apareció en el Cámbrico, o sea después. Aquel fósil
que tenía ante sus ojos no tenía el menor derecho a existir. Faltaría más. Una forma de vida compleja antes del
Cámbrico, y encima con aspecto de planta terrestre, ¡menuda idiotez!

Tina hizo lo que hacen los buenos científicos. Como faltaban muchas décadas para que una chavala de 15 años
pudiera tener un móvil con su cámara de nosecuántos megapíxeles, primero se limitó a no tocar nada. Al día
siguiente, en el colegio, se acercó a su profesora de geografía para contarle que había encontrado un fósil en una
roca precámbrica. La profe contestó al instante: “No hay fósiles en las rocas precámbricas.” Tina le dijo que ya lo
sabía, pero ella lo había visto con sus propios ojos. Sin ni siquiera mirarla, la profe replicó: “¡Pues entonces no será
una roca precámbrica!” Tina insistió: ese fósil estaba en una roca precámbrica. Su profe repitió: “Ya te he dicho que
no hay fósiles en las rocas precámbricas.” Y completado así el círculo, se marchó dejándola con la palabra en la
boca.

Pero Tina, a fuer de curiosa, era cabezona. Pidió una vez más a sus padres que la llevaran de nuevo al lugar. Y
esta vez, un poquito obcecada, no tuvo una idea tan buena: se llevó el martillo de minero de papá. Contaremos en
su defensa que seguía teniendo quince años y necesitaba saber qué era aquella cosa. Y también que tuvo el buen
juicio de no dar un solo golpe cerca del fósil. Lo que intentaba era sacar el trozo de roca entero, fósil incluido, pero
intacto. Por fortuna, al poco rato descubrió que aquella piedra era demasiado dura y sus martillazos apenas tenían
algún efecto. Ya a la desesperada, la buena científica volvió a su sesera adolescente. Ese día les acompañaba su
abuelo, que siempre llevaba encima un bloc de notas con su correspondiente lapicero. Tina le pidió un par de hojas,
el lápiz, y sacó un calco del fósil como los científicos verdaderos. Con él se fue al museo local, para intentar
compararlo con las piezas que tenían allí, sin ningún éxito. Repasó todos los libros de geología y paleontología a
los que pudo poner las manos encima. Nada. Finalmente se cansó y, desilusionada, guardó el calco en su carpeta.

Aún intentó un último viaje al Bosque de Charnwood hacia finales del año siguiente, 1957. Entonces descubrió,
para su horror, que su fósil ya no estaba. Ni el fósil ni la roca. En su lugar había marcas de agujeros de perforación
y las herramientas que habían usado para extraerla. Lo único que la consoló fue que, a juicio de sus familiares,
parecía un trabajo profesional y no la barbarie de algún vándalo. Supusieron que el fósil de Tina habría pasado a
formar parte de la colección de alguien. Así quedó la cosa.

Aunque Tina no se olvidó de él. En 1961 se graduó en zoología, botánica y geografía en la Universidad de
Reading, especializándose en zoología. Luego estuvo dos años investigando la ecología de los mejillones de agua
dulce. En ese periodo, la universidad organizó un viaje al famoso Museo de Historia Natural de Londres , con sus
casi 80 millones de especímenes. Tina pensó que quizá ahí encontraría la respuesta a aquel misterio de su
adolescencia. Se lo repasó entero, sala por sala y era geológica por era geológica, buscando alguna pieza que
coincidiera con su fósil… sin
encontrar nada. Cabezota, escribió
a casa para que le mandaran
aquellos calcos que tomó con el
bloc y el lápiz del abuelo. En
cuanto los recibió, se presentó en
el Departamento de Geología de su
universidad a preguntar si alguien
tenía alguna idea de qué demonios
podía ser aquello. Al principio la
miraron raro, pero entonces
alguien recordó algo y le mostró un
paper recién publicado por un
cierto doctor Trevor Ford, de la
Universidad de Leicester.

El título era, ni más ni menos,


Fósiles precámbricos del bosque
de Charnwood. ¡Y allí estaba el
suyo! Se trataba de un
descubrimiento revolucionario: ni
más ni menos que uno de los dos
primeros ejemplares confirmados
de la biota ediacárica, formas de
vida complejas decenas de
millones de años más antiguas que
lo asegurado por los libros gordos,
los grandes sabios, los profesores
y el mundo en general hasta
entonces. Tina siempre tuvo razón:
su fósil era un ser complejo anterior
al Cámbrico y ahora se llamaba
Charnia masoni, con unos 580
millones de años de antigüedad.
Lo de masoni era por otro chaval
de 15 años, Roger Mason,
igualmente aficionado a los fósiles.
Un año después de que Tina lo
observara por primera vez, Roger
fue a practicar escalada con sus
colegas a la cantera en cuestión y El fósil índice de Charnia en su roca precámbrica que observó Tina, con unos 580 millones de años de
reparó en su extrañeza igual que antigüedad, actualmente expuesto en el New Walk Museum & Art Gallery de Leicester, Inglaterra.
Cuando Tina reparó en él, todo el mundo daba por sentado que la vida pluricelular compleja se originó
Tina. Pero a diferencia de Tina, la en el Cámbrico, decenas de millones de años después, y esto simplemente no podía existir. Imagen:
familia de Roger tenía vinculación Wikimedia Commons. (Clic para ampliar)
con el mundo académico y así su
redescubrimiento llegó
rápidamente a oídos del Dr. Trevor D. Ford.

El Dr. Ford se mostró escéptico al principio, pero accedió a ir a echar un vistazo y quedó atónito. E inmediatamente
pasó a la acción. Así pues, el fósil no había sido retirado de la cantera por ningún coleccionista, sino por un equipo
de la Universidad de Leicester dirigido por el Dr. Ford. De ahí que el trabajo fuese tan profesional. Y además del
Charnia masoni también habían extraído otro fósil precámbrico, el Charniodiscus concentricus, con una forma
circular que también había llamado la atención de Tina pero no le dio mayor importancia. Actualmente se
encuentran en el New Walk Museum & Art Gallery de Leicester como los primeros especímenes confirmados de
que la vida compleja fue posible antes de que fuese posible la vida compleja. Tina y Roger acababan de descubrir –
o demostrar, como ahora veremos– un ámbito completo de la vida que existió durante decenas de millones de
años, llamado la biota ediacárica. Moraleja: mientras sigas el método científico –y eso vale para todo o casi todo
en esta vida, no sólo para las “cosas científicas”– nunca te fíes excesivamente de los libros gordos, los grandes
sabios, los profesores, el mundo en general y los adultos en particular. Ser más viejos no nos hace ni más
inteligentes ni necesariamente más sabios y a veces somos unos cretinos bastante soberbios. Unos idiotas, vamos.

La biota ediacárica.

Charnia masoni y Charniodiscus concentricus sólo son dos ejemplos de una vasta vida marina compuesta por
seres pluricelulares complejos que aparecieron poco después de la descongelación del periodo Criogénico (sobre
todo a partir de la llamada explosión de Avalon ) y comenzaron a difuminarse poco antes de principios del
Cámbrico; es decir, coincidiendo a grandes rasgos con el periodo ediacárico (hace entre 635 y 542 millones de
años.) Con alguna excepción que luego veremos, fueron los primeros seres complejos que aparecieron y
perduraron largo tiempo sobre la faz de este planeta. Algún autor objeta al uso de la expresión biota ediacárica
como si fuesen seres aparte del proceso evolutivo global de la vida terrestre y prefiere restringir el término a la
mera datación estratigráfica. Sea como fuere, muchos de estos seres presentan características que los distinguen
de la vida que seguimos adelante a partir de la explosión cámbrica.

Hay que reseñar que Tina, Roger y el Dr. Ford no fueron los primeros en darse cuenta de que algo raro pasaba con
la supuestamente imposible vida compleja precámbrica. De hecho, el Ediacárico toma su nombre de las colinas de
Ediacara, al Sur de Australia. Ahí fue donde en 1946 el geólogo Reg Sprigg encontró unas ciertas “medusas” en un
yacimiento que parecía muy anterior al Cámbrico. Tampoco él había sido el primero. Ya en 1868, el escocés
Alexander Murray había hallado fósiles de Aspidella terranovica en eso, Terranova, por debajo del entonces
denominado “estrato primordial.” En 1933, el alemán Georg Gürich se topó con fósiles de Rangea
schneiderhoehoni en la Formación Nama de la actual Namibia, donde también han aparecido restos de Ausia
fenestrata. Pero como la creencia en que la vida compleja surgió a partir del Cámbrico estaba tan firmemente
establecida, estos hallazgos se disputaron por todas las vías: que si la datación de los estratos no estaba clara,
que si había habido contaminación de las muestras, que si en realidad no eran fósiles sino formaciones minerales
curiosas, etcétera. Lo habitual en estos casos.
Arriba: Molde del holotipo de Charnia masoni. Abajo: Impresión artística de cómo pudo ser cuando vivía fijada a los fondos del superocéano Panthalassa
precámbrico. Imágenes: Wikimedia Commons / Andy Kerr (Clic para ampliar)
La importancia del descubrimiento
de Tina, Roger y el Dr. Ford radica
en que fue un auténtico manotazo
que tiró todas estas objeciones por
la borda. La geología de las
Midlands británicas está
extremadamente bien
documentada y datada, el fósil
permanecía prístino en su roca
precámbrica y claramente Charnia
masoni fue alguna clase de ser
vivo, se ponga como se ponga
quien se ponga. Qué clase de ser
vivo es cuestión aparte. La biota
ediacárica es tan distinta de lo
habitualmente conocido y tan
diversa –se han encontrado
muchísimos seres más, a cuál más
peculiar– que se sigue discutiendo
qué son exactamente. Para ser
más rigurosos, cuál es su
clasificación taxonómica. Distintos
especialistas han intentado
encuadrarla prácticamente en
todas las categorías, desde los
cnidarios (o sea, animales) y los
metazoos basales hasta las algas,
los hongos, los líquenes, los
protistas gigantes (al estilo de
los Xenophyophorea), los
organismos coloniales e incluso en
su propio filo o reino aparte.
Actualmente se tiende a pensar
que fueron alguna clase de
metazoos, o sea animales, pero
sumamente difíciles de emparentar Roger Mason, también de 15 años, con el primitivo equipo de escalada que usaba cuando observó a
Charnia en la cantera del Bosque de Charnwood. A diferencia de la familia de Tina, su padre conocía
con quienes vinimos después. al Dr. Trevor D. Ford del Departamento de Geología de la Universidad de Leicester y llamó su
atención sobre el descubrimiento. A partir de ahí se confirmó que lo imposible era posible. Foto: ©
En suma, que ni puñetera idea. Leicester Mercury, 1957. (Clic para ampliar)

Para acabar de arreglarlo, en 2014


se identificaron unos bichitos marinos en forma de seta llamados Dendrogramma que parecen compartir algunas
características con seres ediacáricos como Albumares brunsae, Anfesta stankovskii y Rugoconites. Aunque se les
ha ubicado en el reino animal, tampoco saben muy bien dónde más colocarlos en el “árbol de la vida.” El nombre se
les puso por la disposición de sus canales digestivos, que recuerdan a un dendrograma… y punto. Así que por el
momento son los únicos miembros de la familia… eso, Dendrogrammatidae. Para todo lo demás, son incertae
sedis, o sea que quién sabe. Van a intentar secuenciarles el ADN , a ver si nos enteramos de algo más. Encuentro
de lo más acertado el “apellido” que le han adjudicado a uno de ellos: Dendrogramma enigmatica, porque
representan un auténtico enigma. Y eso que estamos hablando de seres perfectamente existentes hoy en día y que
podemos estudiar (y están estudiando) con todo detalle. Ahora imagínate la pesadilla de catalogar a unos seres
todavía más enigmáticos, quizá emparentados con estos o quizá no, que desaparecieron hace como medio millar
de millones de años dejándonos sólo un puñado de fósiles.

Como te decía, la biota ediacárica parece presentar una serie de características distintivas comunes, o eso nos
parece con el material que ha quedado para trabajar. Para empezar, fueron todos seres marinos, entre otras cosas
porque –con permiso de estas personas– en la tierra y el aire no había aún ningún ser vivo complejo. Pero no, no
es sólo por eso: todos los fósiles han aparecido en estratos que permanecieron sumergidos durante el Ediacárico,
aunque exista alguna opinión divergente. Y además bastante sumergidos, por debajo de la zona fótica (o sea, la
capa del mar que puede atravesar la luz solar), así que no pudieron usar la fotosíntesis. Pueden presentar casi
cualquier clase de simetría, incluyendo simetría bilateral como nosotros, o ninguna.

Algunos como Funisia dorothea pudieron reproducirse sexualmente. Dado que en su época los depredadores
macroscópicos aún no existían, la respetable agencia Reuters calificó su existencia como muy agradable,

Impresión artística del fondo marino precámbrico que hoy en día son las colinas de Ediacara, Australia, que dan nombre al periodo ediacárico. Imagen: Wikimedia
Commons. (Clic para ampliar)

imaginando que hubiesen dispuesto de un sistema nervioso capaz de apreciarlo: ningún depredador, mucho sexo.
Pero creemos que la mayor parte eran asexuados; a cambio, algunos de estos últimos se reproducían de maneras
francamente sofisticadas. También se ganaban la vida con gran facilidad: en su mayor parte debían ser seres
sésiles, o sea que se fijaban al fondo para alimentarse del tapete microbiano subyacente o, mediante filtración, de
cualquier cosa alimenticia que les pasara a través. Un lugar tranquilo para vivir, esos mares precámbricos. No
obstante, Guy Narbonne opina que diversas características propias de los animales modernos fueron apareciendo
en esta biota a lo largo del Ediacárico, como la movilidad (hace más de 555 millones de años), la calcificación (550
millones de años) y finalmente el comportamiento depredador (hace menos de 549 millones de años, ya
aproximándose al Cámbrico.)

La misma extinción de la biota ediacárica es objeto de debate. No estamos seguros de cuándo y como se
marcharon estos seres exactamente. Parece que aunque la inmensa mayoría ya se habían esfumado antes de que
comenzara el Cámbrico, algunas comunidades pudieron pervivir hasta el Cámbrico Medio. Y no tenemos claro si
fue una extinción rápida por sus propias razones, una sustitución al ser desplazados por los seres cámbricos o lo
que llaman un modelo del gato de Cheshire, en el que la progresiva desaparición de los tapices microbianos del
fondo marino precámbrico los habría ido haciendo desaparecer hasta que finalmente no quedó ninguno. Se discute
también hasta qué punto constituyeron un verdadero ecosistema en el sentido moderno del término; es decir, si
interactuaban más o menos entre sí o cada uno estaba ahí fijado a su trocito de tapiz microbiano cual percebe a la
roca ignorando por completo lo que hubiera a su alrededor. Si como dice Narbonne desarrollaron comportamientos
como el movimiento y la depredación, algo de ecosistema tuvieron que tener.

Por cierto que estos seres no han aparecido únicamente en esos países donde hablan raro. Cerca de Villarta de los
Montes (Badajoz) científicos de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Extremadura han hallado una
estupenda colección de fósiles
ediacáricos terminales que incluyen
Cloudinas –el primer metazoo
conocido con un esqueleto
externo–, Sinotubulites,
Namacalathus y algo que se
parece a las Protolagena. Si te
interesa el tema, puedes preguntar
en el Geoparque de Villuercas –
Ibores – Jara. Por su parte, Rusia,
Ucrania, Canadá y China están
plagadas. Esa vida que no podía
existir estuvo repartida por todas
partes durante millones de años,
ahora ya sólo esperando a que un
par de quinceañeros curiosos con
la mirada limpia y la cabeza
despejada se fijasen bien.

Cada vez más vida, cada vez


más pronto.

Y es que como creo que ya te he


contado varias veces, cuanto más
sabemos, vemos que antes
apareció la vida en la Tierra. Y la
vida pluricelular también, como
apunté en este otro excelente
sitio.

Pero es que incluso todo esto


Dendrogramma enigmatica. La muestra fue recogida en 1986 a entre 400 y 1.000 metros de
comienza a quedarse algo profundidad en el talud continental del Estrecho de Bass que separa Australia de Tasmania. En 2014
obsoleto. Ahora mismo vamos fue identificada, o más bien “no-identificada”, como una especie animal sin relación taxonómica
teniendo dudas de que la biota aparente alguna con ninguna otra conocida pero presentando similitudes con algunos medusoides
ediacáricos. (Just, J.; Kristensen, R. M.; Olesen, J.: “Dendrogramma, New Genus, with Two New Non-
ediacárica represente la primera Bilaterian Species from the Marine Bathyal of Southeastern Australia (Animalia, Metazoa incertae
vez que surgieron seres complejos sedis) – with Similarities to Some Medusoids from the Precambrian Ediacara.” PLoS One, 3 de
septiembre de 2014; 9(9):e102976. doi: 10.1371/journal.pone.0102976. eCollection 2014.) (Clic para
en este planeta. Hoy tengo el gusto ampliar.)
de presentarte también a la biota
francevillense, con… ¡2.100
millones de años de antigüedad! A ver si nos entendemos tú y yo, compi: dos mil cien millones de años es más de la
séptima parte de la edad del universo. Hace 2.100 megas de años, el Sol
brillaba casi un 20% menos que ahora, los años tenían 465 días divididos
en 14 meses y medio y apenas comenzaba a haber oxígeno libre. El
maldito uranio todavía era lo bastante rico como para encender un reactor
nuclear natural con agua corriente 400 millones de años después (los
materiales radiactivos van decayendo con el paso del tiempo.) Y de hecho
lo hizo muy cerca de ahí, en Oklo (Gabón), a pocos kilómetros de
Franceville. Por eso a la biota francevillense también se le llama
gaboniontes: tanto Oklo como Franceville están en Gabón. Francia extrae
uranio para sus reactores nucleares en el sector.

Sabemos todavía muy, muy poco de estos gaboniontes. Pero, al igual que
pasó con Charnia, ahí están: fósiles circulares y elipsoidales de hasta doce
centímetros, muy probablemente pluricelulares. En realidad, la vida
pluricelular ha evolucionado al menos 25 veces independientemente en la
historia de la Tierra, desapareciendo a continuación en la mayoría de las
ocasiones. Lo que ya no es tan normal es que evolucione hasta crear seres
macroscópicos tridimensionales de 12 centímetros. Y sin embargo, en el
delta de un olvidado río paleoproterozoico, seguramente bajo una columna
de agua con algo de oxígeno disuelto, estos bichos –no hay ninguna otra
condenada manera de clasificarlos hoy por hoy– medraron durante una
larga temporada antes de dejarnos sus fósiles en la pirita del lugar. Así que
Cloudina carinata del Ediacárico terminal
la biota ediacárica pudo no ser la primera vez que aparecieron seres (hace unos 540 millones de años) con
complejos macroscópicos en este planeta. La biota francevillense, aunque exoesqueleto mineralizado, hallada en las
dolomías del anticlinal del Ibor-Guadalupe,
seguramente mucho más simple, pudo adelantárseles en un millar y medio Extremadura. Foto: Geoparque Villuercas-
de millones de años o así. Ibores-Jara.

¿Y qué pasó al final con los protas humanos de esta historia? Bueno, pues
como ya sabemos Tina se hizo zoóloga, y además poetisa, fotógrafa y
pintora; ahora, ya jubilada, sigue dedicándose a esto último. Roger, el otro
quinceañero que redescubrió definitivamente a Charnia, acabó siendo
profesor universitario de geología y aunque jubilado también, continúa
colaborando con la Universidad China de Geociencias en Wuhan. El Dr.
Trevor D. Ford, nombrado miembro de la Orden del Imperio Británico y esas
cosas de los isleños, está jubiladísimo pero hace poco aún seguía
organizando charlas y seminarios sobre estos temas en su Leicester natal.
En 2007, Roger y el Dr. Ford invitaron a Tina a participar en uno de estos
seminarios como predescubridora de ese fósil que demostró la existencia
de la vida que no podía existir.

El otro protagonista, la ciencia, salió ganando como hace siempre. Los


científicos, como humanos que son, pueden resultar a veces más duros de
mollera. :-P Pero el poder y la grandeza de la ciencia radica precisamente
en que siempre es capaz de cambiarse a sí misma y corregir sus propios
errores, siguiendo el método científico, para perfeccionarse cada vez más Uno de los fósiles francevillenses con 2.100
millones de años de antigüedad.
y más y así darnos todo lo que nos ha dado, y nos dará. Y en la misma raíz Literalmente, no sabemos lo que fue. Pero
de la ciencia está la curiosidad, ese observar algo que quizá muchos hayan fue. Imagen: Wikimedia Commons. (Clic
para ampliar)
visto pero nadie había observado antes –como seguramente muchos
habrían visto el fósil del Bosque de Charnwood, empezando por quienes
trabajaron en la cantera durante muchos años, pero nadie lo había observado–, pensar aquello de “¡qué curioso!” y
no parar hasta descubrir lo que es y cómo funciona. La misma curiosidad que nos ha llevado a lo largo de los
milenios desde preguntarnos qué demonios serían aquellas lucecitas que brillan en el cielo por la noche hasta
pasear nuestras naves-robot por
las proximidades de Plutón. Desde
preguntarnos por qué la gente caía
enferma hasta tener la mayor
esperanza de vida y las menores
tasas de mortalidad infantil de toda
la historia de la humanidad. Desde
preguntarnos qué sería el rayo y
esas chispitas de las prendas de
lana hasta construir los dispositivos
electrónicos que estamos usando
ahora mismo tú y yo. La misma
curiosidad que, si no cometemos Tina Negus y Roger Mason en la actualidad. Ahora ya no son ningunos quinceañeros, pero siguen
haciendo lo que siempre amaron: Tina fotografiando aves y Roger con un yacimiento precámbrico a la
ninguna estupidez monumental por espalda. Fotos: Birdnote Team / The Thought Stash
el camino, nos llevará adonde
ahora mismo ni siquiera
podemos imaginar.

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Eskrigge, R. A. (1868): “Geological notes made during a tour of Leicestershire.” Transactions of the Manchester Geological Society, 5 (1868), pp.
51–57. (En inglés; no disponible en Internet.)

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