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Es difícil pensar que haya alguien en el mundo cristiano que no conozca la historia de esta
mujer. Algunos han optado por venerarla y equivocadamente idolatrarla, pero estos graves
errores no deben impedirnos ver su vida y sus actos como dignos de imitarse, de una
manera similar a como el apóstol Pablo nos ordena dos veces a imitarle a Él (1 Co. 11:1, Fil.
3:17), y como Hebreos 11 nos muestra un listado de siervos de Dios del pasado para
alentarnos en nuestra carrera. Aquí algunas cosas que podemos aprender de María.
1. Su fe
Muchos pudieran pensar que su pregunta sobre cómo sería el dar a luz al hijo anunciado era falta de
fe. Sin embargo, a diferencia de Zacarías quien había puesto en duda las palabras de ángel (Lc.
1:18), María no insinuó la imposibilidad de que esto sucediera. La pregunta de ella parece ser el
producto de una curiosidad genuina por saber los detalles de cómo Dios haría este milagro. María
confiaba en el Dios todopoderoso, y su fe puesta en las promesas de Dios la capacitó para obedecer.
2. Su obediencia
A la noticia del ángel, María responde: “Aquí tienes a la sierva del Señor; hágase conmigo conforme
a tu palabra” (Lc. 1:38). Su actitud de servicio y obediencia al Señor superaban por mucho sus
inquietudes acerca del futuro. Su obediencia a la tarea que Dios le había delegado hubiese implicado
el abandono de su prometido y su deshonra como mujer. Pero María no se detuvo a pensar en las
consecuencias que traería el obedecer a Dios, sino que al oír el mandato su corazón de obediencia
respondió positivamente. María puso en práctica —aun antes de que se escribiera— lo que
dice Romanos 12:1: ella entregó su cuerpo como sacrificio vivo y santo.
4. Su humildad
La humildad distingue a María de entre las otras mujeres piadosas de la Biblia. Pensemos un poco en
lo que ella tenía en sus manos: ser elegida por Dios entre todas las mujeres para llevar en su vientre
al salvador, quien por su naturaleza divina nunca pecó. Desde una perspectiva humana, ¡esta madre
tenía al Hijo perfecto! Desde una perspectiva divina, a esta mujer se le había otorgado el mayor de
los privilegios.
Estas dos concesiones hubieran —aunque sea por un minuto— llenado de arrogancia y orgullo a
cualquier mujer. Pero todo lo contrario, su reacción fue un despliegue de adoración y gloria al Señor
(Mt. 2:11; Lc. 2:13). En ninguna parte leemos que María haya ido por todo el pueblo pregonando la
visita de los pastores o la de los magos, ni la vemos haciendo alarde ni promocionando a su hijo. La
Biblia solo dice que después de presenciar estos eventos María “atesoraba todas estas cosas en su
corazón”. Humildad era una de sus mayores virtudes, digna de imitar (Lc. 2:19; 51).
La humildad, es una justa evaluación de lo que soy y un entendimiento de que lo que tengo es
producto de la gracia de Dios. Este entendimiento aplaca la arrogancia y el orgullo y me enfoca en el
verdadero protagonista de mi vida: Dios.
María personificó esta definición de Andrew Murray, al decir que “humildad es el perfecto sosiego
del corazón. Es el no esperar nada, no asombrarse con lo que se me haga, no resentirme a lo que se
me haga a mí. Es estar en reposo cuando nadie me elogia, o cuando me culpan o desprecian”.[1] La fe,
el conocimiento de Dios, y sobre todo la humildad, permitieron que María estuviera en pie hasta el
fin y con sus ojos puestos en el Señor, tanto en los tiempos de asombro ante ángeles y sabios, como
ante la cruel realidad de ver a su Hijo inocente morir en una cruz.
La vida de María y el ejemplo de su carácter nos llevan a exaltar al único digno de toda gloria. Así
como María podemos proclamar “Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi
Salvador” (Lc. 1: 46-47).
Segundo día, 17 de diciembre: José
4. Meditación:
Cuando María le habló acerca de su embarazo, José sabía que no era el padre.
Como conocía bien a María, al explicarle ella lo sucedido y ver la actitud que
tenía hacia la criatura que iba a nacer, debe haberle sido difícil pensar que su
novia había hecho algo indebido. Sin embargo, alguien era el padre de la
criatura y le era difícil aceptar que ese "alguien" fuera Dios.
Pero Dios le envió un mensajero para confirmar lo que decía María y abrir un
nuevo camino de obediencia para José: aceptar a María como su esposa. José
obedeció a Dios, contrajo matrimonio con María y respetó su virginidad hasta
que la criatura nació.
No sabemos por cuánto tiempo José vivió como padre terrenal de Jesús. Se le
menciona por última vez cuando Jesús tenía doce años. Pero José entrenó a
su hijo en el arte de la carpintería, se aseguró que tuviera una buena educación
espiritual en Nazaret, y estuvo llevando a toda la familia en el viaje anual a
Jerusalén para celebrar la Pascua, lo que Jesús continuó observando durante
sus años de adulto.
José sabía que Jesús era una persona especial desde el momento en que oyó
las palabras del ángel. Su creencia firme en ese hecho, y su apertura a las
palabras de Dios, lo habilitaron para ser el padre terrenal de Jesús.
Tercer día, 18 de diciembre: EL ESTABLO
1. Saludo inicial:
2. Presentación del personaje del día: EL ESTABLO
3. Lectura Bíblica: Is 11,1-9
4. Meditación:
El Mesías pudo haber nacido en Roma, la capital del imperio; o al menos pudo haber nacido en
Jerusalén, la ciudad más importante de Israel. Pero Dios escogió una aldea pequeña e insignificante,
y dentro de esa aldea un establo, para la encarnación de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Él debía mostrar en todo el carácter de su obra, y Él no vino para ser servido sino para servir. El
éxito de su empresa dependía enteramente de su humillación, porque Él vino a tomar el lugar de
pecadores culpables que no merecían un palacio, sino un patíbulo. Antes de ser exaltado, era
necesario que Cristo fuese humillado (comp. Fil. 2:5-11).
Pero el profeta no sólo anuncia de antemano el lugar de su nacimiento, sino también la naturaleza de
su obra.
6. Despedida:
El Dios creador, que nos recuerda su amor en cada huella de Él que encontramos en la naturaleza, nos
bendiga en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
1. Saludo inicial:
Se saluda a los presentes con estas u otras palabras similares:
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
7. Despedida:
Que la alegría de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo nos acompañe siempre y la llevemos a los demás.
Amén
7. Despedida:
Dios que nos envía a anunciar su redención a todos nuestros hermanos y hermanas, nos bendiga en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
1. Saludo inicial:
Se saluda a los presentes con estas u otras palabras similares:
El día de hoy queremos unirnos a todos los hombres y mujeres que tienen un corazón sencillo, porque
ellos son capaces de descubrir en medio de sus vidas las manifestaciones de Dios. Jesús lo ha
afirmado al decir: “Bienaventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios”. En un momento
de silencio busquemos a Dios que se hace presente en medio de nosotros, en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
6. Oración final y colocación de las figuras de los pastores y las ovejas en el pesebre:
En los más pobres de tu pueblo,
Señor, tú manifiestas la grandeza
de tu amor. Danos un corazón
pobre y humilde, como el de los
pastores a quienes tus ángeles
anunciaron el nacimiento de tu Hijo;
para que te podamos reconocer en
los más
necesitados de nuestra historia,
y, atendiendo su clamor,
imitemos tu amor.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
7. Despedida:
El Dios que enaltece a los humildes, nos bendiga en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén
1. Saludo inicial:
Se saluda a los presentes con estas u otras palabras similares:
Ya se acerca la fiesta del nacimiento del Niño Dios, y cuando es el cumpleaños de alguien, usualmente
le llevamos un regalo. Preparemos ese regalo que somos nosotros mismos en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
7. Despedida:
Dios que es fuente de verdadera humanidad, nos bendiga en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
1. Saludo inicial:
1. Saludo inicial:
5. Meditación:
Ante el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, no se puede hacer más que callar y
dejar que hable en nuestro corazón. Por ello, guardemos unos minutos de silencio y
contemplemos al niño que hemos encontrado envuelto en pañales y acostado en un
pesebre.
8. Despedida:
El Dios de la Vida, que nos ha regalado al niño Jesús para nuestra redención, nos bendiga en
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.