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088 Ravasi PDF
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Una vez conquistada Palestina, los hebreos pasan por tres fases de organización
política: Primeramente (según la hipótesis "anfictiónica" de M. Noth) se organizan
formando una confederación tribal, con centro cultual en Siquem y con amplias
autonomías periféricas. La función política corre a cargo de los "jueces", de los cuales
algunos son simples burócratas, diputados con diversos poderes, que rigen sendas
tribus; otros, en cambio, son "carismáticos", "salvadores de la patria" que, en momentos
críticos, son investidos de poderes excepcionales sobre toda la confederación: Débora
Gedeón, Sansón...
La tercera fase se abre con el postexilio babilónico (531 a C.). En ella, Israel no será
más que una mera provincia de los distintos imperios que se suceden en el tablero
oriental (persas, helenistas sirios, romanos). El gobierno, organizado por Nehemías y
Esdras, será de tipo teocrático, sin apertura. La famosa revolución guerrillera de los
Macabeos (s. II a C.) se abatirá como un rayo sobre el poder sirio; pero la pálida e
inepta monarquía que le sucederá, será liquidada por el idumeo Herodes. De aquí en
adelante, el poder mundial lo ostenta Roma. En el 70 d C., el estado hebreo será
prácticamente borrado del mapa político internacional.
De esta breve panorámica histórica se deduce que Israel carece de una concepción de
estado preferente o cons tante, y que se aviene con una compleja pluralidad de
sistemas políticos. De todos modos, la eficacia de la vida municipal (pueblos) y
regional (tribus) nos hace pensar que ninguna de las instituciones centrales logrará
penetrar ni agotar los sistemas políticos hebreos.
La figura de Dios que campea en las páginas bíblicas está bien diseñada en Lv 26, 12:
"Yo soy el Señor vuestro Dios que os ha hecho salir de la esclavitud de Egipto; el que
ha quebrantado vuestro yugo y os ha hecho andar con la cabeza alta". He ahí, con las
debidas matizaciones, el "hilo rojo" de la Biblia. Pero para sacar a luz este "hilo", que
subyace en el texto sagrado, es necesario excavar bajo la corteza de la vida política y
de la historia hebrea.
El modelo teocrático
A través de una primera lectura, se puede fácilmente constatar este dato típicamente
oriental: el contexto político dominante parece ser de corte teocrático. Bastaría para
ello repasar la masa de textos legislativos que recoge el Pentateuco. Pero preferimos
aducir como prueba documental la historiografía sacerdotal que floreció en la época
postexílica, a fines del s. VI a C.
1. Comenzamos con un breve análisis del primer producto, el libro de las Crónicas,
esbozo de historia hebrea paralelo al "deuteronomístico" de los libros de Samuel y de
los Reyes. Ahí la política y la fe aparecen íntimamente imbricadas; hasta tal punto que
en la figura teoló gica del fundador de la monarquía judaica, David, se eliminan
sistemáticamente todos los puntos de fricción (adulterio con Betsabé, asesinato de
Urías, dramas familiares, venganzas...). Lo mismo ocurre con Salomón, su sucesor, de
cuya reseña se excluyen las intrigas para subir al trono, los matrimonios mixtos de su
vejez, las dificultades políticas derivadas de su rígida gestión fiscal... Si alguien o una
parte de Israel se sustrae a la esfera canónica de la "ciudad de Dios", automáticamente
cae bajo el ana tema y la pobreza socio-económica. Este es el caso de la reprobación
lanzada contra el reino del Norte (cf. 2 Cro 10, 19). El dogma teológico de la
retribución, según el cual, delito y castigo, justicia y premio van íntimamente unidos en
la historia, debe ser también experimentable a nivel político, aunque ello esté en
contradicción con la evidencia histórica (1 Cro 22, 13; 28, 9; 2 Cro 15, 2). Así pues,
para no desautorizar el dogma se manipula la historia, como en el caso clamoroso de
Manasés (cf 2R 21 y 2Cro 33). Desde la perspectiva política de las Crónicas, el primer
objetivo de todo programa de gobierno es siempre la política cultual. Por ejemplo, la
gestión de David está sustancialmente ligada a la compleja organización del culto
(levitas, sacerdotes, cantores, porteros...); en cambio, la concepción teocrática del estado
es puesta en boca de una extranjera, la reina de Saba, que alaba su actuación (2 Cro 9, 8;
ver también 1R 10, 9).
2. Otro producto significativo de la historiografía sacerdotal son los dos libros de Esdras
y Nehemías, que describen la vida de la comunidad postexílica (desde 538 a.C.). Para
ambos legisladores, como para el Cronista, la empresa política fundamental es la
reconstrucción del Templo. Simultáneamente, se trabaja también en la fortificación de
las murallas de Jerusalén que, más que una defensa estratégica son y representan el
símbolo de la segregación racial. En efecto, a parte de prohibir toda relación con los
colonos establecidos en Israel a raíz del exilio babilónico, se establece un registro
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genealógico: todos los que no están acreditados como pertenecientes a la raza hebrea
son excluidos (Esd 2, 59-63; Ne 7, 62-65). De ahí también la legislación sobre
matrimonios mixtos. Si bien Nehemías se muestra algo moderado, Esdras, jurista
intransigente, no admite vacilaciones: "Todos aquellos casados con mujeres extranjeras
deberán repudiarlas, juntamente con los hijos habidos de ellas" (Esd 10, 44). El
judaísmo del ghetto y de los "fariseos" (literalmente "separados"), se inicia ahí.
3. En línea con la propuesta sacerdotal, podemos colocar también los dos libros de los
Macabeos. Ellos atestiguan la reacción rabiosa, si bien justificada, de un puñado de
hebreos frente a la helenización impuesta por Antíoco IV Epifanes (175-164 a. C.). Este
movimiento guerrillero que tomó nombre de uno de sus héroes, Judas Macabeo, el
"martillo", adopta como consigna programática la referida en 1 M 2, 21-22: "Líbrenos,
el Señor de abandonar la Ley y las tradiciones... No obedeceremos las órdenes del rey y
no nos desviaremos de nuestra religión, ni a la derecha ni a la izquierda". Mediante la
táctica de la "guerra santa", los hermanos Judas, Jonatás y Simón trataron de
salvaguardar la Ley (1 M 2, 5064) y las observancias judaicas (2, 21; 3, 21), sin
descartar otros procedimientos, como la intriga o las alianzas diplomáticas; pero el
idealismo de la narración resalta sobre todo la fidelidad total y literal a la Ley.
El valor de las culturas nacionales, de las minorías étnicas, los testimonios personales
son indudablemente elementos de valor permanente; pero el camino adoptado por los
Macabeos, aparte de que no salvaguardó algunos de los datos fundamentales de la
concepción bíblica, va a desembocar en la intransigencia del fariseísmo
intertestamentario y en la decadencia política de la dinastía de los Asmoneos.
Más allá del valor de la propuesta política de Isaías, que es superable en la dinámica de
la historia de la salvación, hay sin embargo un interesante corolario que conviene
subrayar. La Biblia (Gn 1-11) pinta muy realísticamente la disociación, a nivel
histórico, entre el proyecto ideal divino y el proyecto real que el hombre lleva a cabo.
En esto Israel se comporta como toda la humanidad. Pues bien, Isaías con su propuesta,
trata de confrontar la incompatibilidad que existe entre el "pueblo de Dios" (en la vino)
y el "pueblo de Oriente" (ligado a los mecanismos sociopolíticos y militares del
proyecto humano). Cierto que la identidad entre los dos pueblos es esperada por el
creyente como final escatológico de la historia y aun es buscada en el quehacer
cotidiano de la justicia. Pero no es la solución automática para hoy. Pensar lo contrario
sería desconocer la condición histórica del hombre, que comporta una situación crónica
de pecado. Un panespiritualismo fideístico que desconoce la auténtica realidad del
hombre es, al fin y al cabo, una visión poco bíblica. Por esto, si bien no hay que
exasperar la dualidad entre fe y política, con sus respectivas diversificaciones entre
medios y fines, hay que tratar de salvaguardarla de todo amago integrista. Esto es lo que
ahora podemos descubrir más directamente, mediante el análisis de otro modelo político
bíblico.
El modelo "laico"
Como hemos hecho notar, la estructura política bíblica está orientada hacia la autarquía
sagrada: la crítica del sistema monárquico hecha por Samuel (1 S 8) se basa en el
carácter "laico" de la realeza. Por otra parte, como se observa en las relaciones entre
Saúl y Samuel (1 S 13, 814), el rey trata de excluir la autonomía del sacerdote,
atribuyéndose también el primado cultual. De todos modos, Israel no llegará nunca al
inmanentismo político típico del culto imperial, ya sea oriental o romano.
1. Podemos, eso sí, descubrir en la Biblia un proceso claro de delimitación entre ambos
sectores. Existe, en efecto, un consistent e filón ideológico que reclama la
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El compromiso militante
Jeremías, en cambio, es el ejemplo de una opción que nos atrevemos a definir como
partidista. Frente a la opinión pública dominante que exalta la autonomía total o la
política filoegipcia, Jeremías defiende la causa de una alianza con Babilonia y anuncia
la hora crucial del reino de Judá. Se le acusó de derrotista y de traidor a la patria; pero
de hecho, la ruina cayó sobre Judá, con la destrucción de Jerusalén y la deportación del
pueblo "junto a los ríos de Babilonia". Indudablemente, el filobabilonismo de Jeremías
es una opción política, pero también es exponente de su compromiso militante frente a
las instituciones políticas y religiosas. Este dato nos permite documentar la evolución de
las concretas opciones políticas en la diversidad de las situaciones históricas, desde el
movimiento profético.
Reflexiones finales
Para concluir, ofrecemos algunos puntos sintéticos que se desprenden de lo hasta ahora
dicho.
4. La esperanza. - La progresividad del discurso bíblico revela que el inc ierto camino
presente tiene una meta cualitativamente distinta, aunque no independiente, de los
proyectos políticos y sociales. Si se miran estos últimos como la meta definitiva,
caemos en el pecado "original" de la hybris (Is 14; Ez 28; cf Gn 3), causa de rupturas,
de desequilibrios y de opresión. "Somos forasteros como nuestros padres" (1 Cro 29,
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Notas:
1
Nota: Cfr. los 4 artículos sobre el tema publicados en Sel. Teol. V, 17 (1966) 21,55.