Nací en una familia extremadamente comprometida con el ministerio de salud. De hecho,
mi familia se convirtió al adventismo cuando yo era bebé, y su conversión se debió en gran medida al mensaje de salud adventista. Crecí con un firme amor al adventismo y con un profundo deseo de participar en el ministerio de salud. Mantuve en secreto mi ambición, cuyo único objetivo era el servicio médico. Como crecí alrededor de médicos adventistas, mi objetivo era entender el ritmo acelerado de la vida de un médico y cómo podría mantenerme activa en el ministerio, en los desafíos de mis estudios y en el camino que debía recorrer por largo tiempo mientras me preparaba para la carrera, así también después de graduada. Lo tenía todo planificado. Mi camino hacia medicina parecía estar bajo control. Dios fue bondadoso al ayudarme a terminar mis estudios secundarios. Obtuve excelentes calificaciones, allanando el camino para una beca completa del Gobierno en cualquiera de las varias facultades de medicina de Australia, excepto en la de mi Estado natal. Eso fue un golpe. Tenía en lista un par de otras opciones, incluyendo odontología, no imaginándome que realmente podría convertirme en odontóloga. Me enfrenté a una sola decisión: quedarme en casa en Melbourne y estudiar odontología, o mudarme a otro Estado y estudiar medicina. Durante ese tiempo, me di cuenta que Dios me había llamado a algunos ministerios específicos en mi ciudad natal. Estaba ayudando a organizar congresos nacionales de jóvenes y Dios había puesto a varios jóvenes cristianos bajo mi responsabilidad. ¿Qué debía elegir? ¿Dónde estaba mi corazón? ¿Dónde podría servir mejor? No pasó mucho tiempo hasta saber que Dios me estaba llamando a desarrollar mi ministerio localmente. Al mismo tiempo, se dio la oportunidad de estudiar odontología en mi ciudad, lo que me terminó de decidir. Habiéndome centrado en medicina la mayor parte de mi vida, no sabía casi nada sobre odontología. Al graduarme, ingresaría a la fuerza de trabajo en uno de los peores momentos económicos, en un área saturada con dentistas. Como recién egresada, se esperaba que trabajara los fines de semana. Además, la gran mayoría de los cursos de educación continua/perfeccionamiento se llevaban a cabo los sábados. Me ofrecieron varios empleos lucrativos, pero todos ellos requerían trabajo al menos los sábados por la mañana, y si no, todo el día. Después de haber pasado por meses de entrevistas y haber rechazado muchos ofrecimientos, Dios me dirigió a un área rural, a una hora y media de Melbourne. Mientras esto me proporcionaba valiosa experiencia laboral, luchaba por seguir siendo activa en el ministerio. ¿Valía la pena estar tan involucrada en mi profesión si era solo un miembro nominal de la iglesia? ¿Era el cuidado de los dientes todo lo que Dios esperaba de mí, sin participar activamente en la salvación de las personas? ¿Cuál sería el beneficio de dar una charla de salud ocasional o participar en proyectos de servicio si eventualmente no veía la manera de nutrir el amor de la gente por Jesús? La pregunta principal que me seguía dando vueltas era: ¿Sería dentista o cristiana, y si fuera ambas, en qué orden? Volví al área metropolitana de Melbourne, y descubrí que la situación laboral era similar a cuando me gradué. De los puestos disponibles, quizás solo uno de cada 20 ofrecía los privilegios del sábado. Me sentía atada de manos por todos lados, incapaz de desarrollarme como me hubiera gustado en mi práctica dental o incluso en la asistencia a cursos de desarrollo profesional. Era tentador pensar que Dios no estaba cumpliendo con su parte del trato –después de todo, yo había hecho todas las cosas bien: guardé el sábado, seguí siendo diligente en mis estudios y deseché la fama y la fortuna. Todo lo que quería hacer era usar mi profesión para servir al mundo para él. ¿Por qué Dios no me bendecía, un poco que fuera? Un amigo que escuchó mi montaña rusa emocional en la búsqueda de empleo dijo algo que nunca olvidaré: “Eres el tipo de persona que estaría dispuesta a hacer todo por Dios, ¿pero estás dispuesta a no hacer nada?”. En una entrevista de trabajo, la entrevistadora bien intencionada me deseó suerte en mi carrera si no estaba preparada para trabajar los sábados. Ella estaba segura que sería increíblemente difícil para mí progresar profesionalmente si estaba determinada a permanecer fiel a mis convicciones sabáticas. Abril del 2016. Viaje misionero a Maesot, Tailandia, donde un grupo de profesionales de la salud proveyó atención médica y dental gratuita en tres villas en la frontera con Burma. En ese momento caí en la cuenta. Siempre había considerado la observancia del sábado como el sello distintivo de mi fe para los no creyentes, mientras fallaba en abrazar el principio fundamental de que honrar el sábado de Dios era simplemente una expresión de mi relación con él. En última instancia, los principios de Dios me llamaban a una ética de trabajo y un enfoque relacional más elevados con los pacientes, y esto era lo que debería representar un adventista. Como siervos de Dios, estamos llamados a hacer el mejor uso de nuestros talentos, mientras que al mismo tiempo permanecemos fieles a sus requerimientos, no con nuestras propias fuerzas sino con las suyas. Debemos mantener nuestro compromiso con él, propulsados por esta constante pregunta examinando nuestras mentes: ¿Qué puedo hacer para reflejar mejor su gloria? Fue un tiempo de introspección. Formulé una lista de trayectos no clínicos para mi desarrollo profesional. Comencé a ser voluntaria en actividades de promoción de la salud oral con la Asociación Dental Australiana. También me uní a un grupo de investigación clínica y desarrollé mi amor por la misión dental. Aún no estaba satisfecha. Pero Dios tiene maneras de guiar las cosas. Durante este tiempo, el caso del joven rico me impactó poderosamente. Recordamos esta historia en Marcos 10:17-22 (cf. Mateo 19:16-22, Lucas 18:18-23) del joven que vino a Jesús con una pregunta que le preocupaba profundamente: “¿Qué haré para heredar la vida eterna?”. Jesús le dijo que guardara los mandamientos. El joven respondió rápidamente que había guardado fielmente la Ley durante toda su vida. Su respuesta fue algo así como la mía: desde la infancia, siempre quise ser una buena persona, hacer el bien, servir a los pobres, y ahora arreglar los dientes de la gente. Pero Jesús tenía el diagnóstico perfecto para el joven y rico gobernante. Todo lo que describió de sí mismo puede haber sido correcto y verdadero. Y el joven pudo haber esperado una respuesta que pusiera sobre él el sello de aprobación del Salvador. En cambio, Jesús, que puede leer las profundidades del corazón y su intención, le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz” (Marcos 10:21). Lo que Jesús estaba diciendo era simplemente esto: “No seas esclavo de tus riquezas, véndelas y sirve a los pobres, toma tu cruz y sígueme”. El comentario de Elena White acerca de esta historia me impactó: “Los bienes del príncipe le habían sido confiados para que se demostrase fiel mayordomo; tenía que administrar estos bienes para beneficio de los menesterosos. También ahora confía Dios recursos a los hombres, así como talentos y oportunidades, a fin de que sean sus agentes para ayudar a los pobres y dolientes. El que emplea como Dios quiere los bienes que le han sido confiados llega a ser colaborador con el Salvador”.(El Deseado de todas las gentes, p. 480) El joven rico vino a Jesús por la aprobación de su respuesta previamente planeada. Pero Jesús le mostró un camino que lo sorprendió, y se fue triste. Cuando apliqué la historia a mi propia vida, el contraste fue llamativo. Los planes de Jesús eran completamente diferentes a los que yo tenía en mente. Pronto las cosas empezaron a cambiar. Las grandes corporaciones odontológicas con las que me había entrevistado antes, me llamaron con ofrecimientos de trabajo. El circuito de entrevistas era conocido, y fue casi un déjà vu explicar mis convicciones del sábado, observando sus miradas perplejas con sorpresa. Para mi asombro, ellos, y varias otras clínicas, estaban felices de acomodarme a sus planes. Sin embargo, otra vez se me vino a la mente el joven rico. Cuando Jesús le dijo que tomara la cruz y lo siguiera, el joven tenía dos opciones: Jesús o sí mismo. Mis nuevos ofrecimientos de empleo demandaban horarios de días laborales que me forzarían a sacrificar mis obligaciones ministeriales, así como varias oportunidades de misión en las que ya me había comprometido. Podría amar a Jesús en palabra, y justificar que estaría observando fielmente el sábado, pero ¿le estaría sirviendo también en espíritu? Dios no había terminado de escribir mi historia aún. Durante mucho tiempo, no pensé que hubiera algo para compartir en mi historia, después de todo, hay personas que han sacrificado y han sufrido mucho más por Dios. Como adventistas, a veces estamos tan acostumbrados a esperar por ese final feliz que olvidamos que el verdadero objetivo es la felicidad en Cristo. Crecemos escuchando historias de entrega a Dios: un amigo que abandona un trabajo, para que después Dios le dé uno mejor; o una joven que deja la relación de sus sueños, solo para que Dios le dé otra mejor. ¿Todavía podría glorificar a Dios, aunque él escogiera algo distinto a eso? Algún tiempo después, había programado presentar un proyecto de investigación en un congreso de la Asociación Dental Australiana en representación de un equipo con el que había estado trabajando durante un año, más o menos. Entré en una sala llena de profesores eméritos, directores de fundaciones de investigación y académicos. Sintiéndome incómoda y sin preparación, di mi presentación y me senté en mi silla, lista para salir rápido de allí. Antes de que pudiera acercarme a la puerta, el presidente de la asociación dental me saludó y me agradeció por mi presentación. La conversación amigable continuó, pero yo estaba deseosa de irme. El presidente me dijo que había leído mi currículum vitae y lo había estado considerando durante aproximadamente un año antes de que me nombrara recientemente para la Comisión de Salud Oral de la Asociación. Algo sorprendido, me preguntó: “Noto que haces bastante con tu iglesia y tu fe, además de varias actividades odontológicas. ¿Por qué haces lo que haces?”. Pensé durante unos segundos, y luego compartí un poco sobre mi trabajo ad honorem. Dios inspiró una respuesta que incluso me sorprendió a mí: “Nunca imaginé que estaría en esta posición. Ahora que soy dentista, mi objetivo máximo es ser mejor dentista hoy de lo que era ayer. Esto significa que me esforzaré por hacer lo posible en mi carrera, para aprender más sobre mi profesión, pero también para aprender más sobre los corazones de las personas que atiendo. Mi fe es una de las mejores maneras que conozco de hacer eso”. Se rio entre dientes, y luego me dijo: “No necesariamente comparto los mismos valores religiosos que mantienes en alto, pero aprecio tu motivación. Quiero que sigas haciendo lo que haces. Un día queremos que representes a nuestra Asociación al más alto nivel. Eres el tipo de persona que queremos que represente nuestra profesión”. Siempre pensé que testificar por Jesús era la mayor ofrenda que le podía dar. Las instituciones de educación superior nos atraen con promesas de excelencia, distinción y la oportunidad de cambiar el mundo a través de la adquisición de conocimiento. El modelo de Jesús es drásticamente diferente.Ven. Sígueme. No seas nada y te usaré (Marcos 8:34). Eso es seguirlo incondicionalmente. Berenice Cheng (Licenciada en Ciencias Dentales, Universidad de Melbourne) ejerce como dentista en Melbourne, Australia.