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341
Los mendigos en
la ciudad de México.
Perfiles de la pobreza
urbana a fínales
del siglo xix
María Dolores Lorenzo Río*
L
os nombres de la pobreza y las tipologías de los indigentes han estable-
cido criterios para clasificar a las personas y a las instituciones de asis-
tencia. A finales del siglo xix, ¿qué es un pobre? era la pregunta
implícita en los instrumentos de evaluación que emplearon los administrado-
res de las casas de beneficencia. Más allá de mostrar las condiciones sociales o
económicas del grupo que se pretendía atender, los datos que se recababan
estaban hechos para estandarizar a una población y distinguir a los acreedores,
señalando a los excluidos de los beneficios que brindaba el Estado o la caridad
privada. En su ensayo sobre el pauperismo, Alexis de Tocqueville apuntó “nada
hay tan difícil de distinguir como los matices que separan una desgracia inmere-
cida de un infortunio producido por el vicio” (Tocqueville, 2003 [1835]: 65).
No obstante el señalamiento de pensador francés, con el anhelo de mostrar los
matices para explicar las causas de la pobreza y gestionar de manera eficiente
el auxilio a los “verdaderos” necesitados, la clasificación de los pobres fue inte-
grando elementos más complejos y mesurables. Las tipologías focalizaban el
tratamiento para ciertos grupos; así, algunos quisieron centrarse en paliar el tipo
de pobreza en cuyo centro estaba el trabajador desventurado y otros, siguieron
asistiendo al indigente, que para sobrevivir extendía su mano a la caridad.
En las siguientes páginas revisaré algunos aspectos que identificaron a un
grupo de pobres urbanos como “mendigos” y la manera como se ideó un tra-
tamiento diferenciado para éstos en la ciudad de México a finales del siglo xix.
Mi interés por acercarme a la mendicidad surgió originalmente del hallazgo de
* Profesora investigadora, El Colegio Mexiquense, A.C.
342 III. Benefactores y beneficiarios. Un diálogo necesario
una especie de censo que se levantó entre 1879 y 1880 para contar a los men-
digos de la capital (Ibáñez, 1880).
Si bien la motivación para explorar la mendicidad con datos seriales fue
una motivación en este trabajo, también consideré indispensables los recuentos
de la estadística mensual que los miembros de la Junta del Asilo recopilaron
para medir el impacto de su proyecto asistencial. Es cierto que la información
puede carecer de precisión respecto de la población que evaluaba, pero la in-
sistencia de publicar datos numéricos sobre el grupo de pobres asistidos da
cuenta del interés por mantener actualizado el diagnóstico social que, de cierta
manera, legitimaba la pertinencia y permanencia de una casa de asistencia que
buscó un remedio eficaz al problema de la mendicidad. Con esta medición,
los administradores del proyecto revisaban los alcances de sus acciones, que si
no fueron eficaces, según sus criterios, porque no erradicaron la mendicidad,
ante este resultado debieron elaborar nuevas explicaciones que justificaran la
inversión en este proyecto de protección social. De los argumentos que se utili-
zaron para explicar la permanencia los mendigos en las calles nos ocuparemos
en estas páginas.
Los estudios estadísticos a finales del siglo xix se consideraron cada vez más
instrumentos indispensables en la gestión de los servicios urbanos, en la pro-
mulgación de códigos y para justificar el gasto en programas de salud e higiene.
Ante las problemáticas sanitarias se buscaron indicadores que explicaran las
causas de la insalubridad y de la mortalidad. En México, la creación de la Di-
rección General de Estadística en 1882 materializó la expectativa de contar con
una instancia oficial que contribuyera con la administración pública (Barbosa,
2008: 111; Agostoni y Ríos, 2010: 96).1 Si bien se reconocen las deficiencias
en la construcción de los recuentos estadísticos y de los censos, los conceptos
de defectos físicos y mentales, migración y alfabetismo, incluidos en los censos
de 1895, 1900 y 1910 evidencian el interés que había por conocer las caracte-
rísticas de ciertos grupos vulnerables de la población (Lerner, 1981: 268-282).
Al finalizar el siglo xix, los datos que aportaban los censos nos permiten explo-
rar un segmento de la población y el respectivo proceso de homogeneización
por sexo, edad o condición (Bolufer, 2002: 116; Moreyra: 2009: 93).2
1
En la construcción del Estado social las estadísticas oficiales se transformaron en insumo de la gestión
pública y en algunos contextos, como en el caso argentino, la medición de la “cuestión social” fue objeto de
desconfianza por la manipulación política de la que fueron objeto. Véase Daniel (2012).
2
En diferentes contextos historiográficos (España y Argentina), las dos autoras señalan la necesidad de
reconstruir los microfenómenos, experiencias cotidianas y trayectorias individuales para descentralizar el
análisis social excesivamente anónimo y ampliar el horizonte de análisis de los grupos asistidos y excluidos.
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3
En la década de los ochenta, en la crisis del Estado de bienestar, la mendicidad y la vagancia, como
una caracterización de un grupo entre los pobres, se retomó como tema central en la historiografía sobre la
asistencia.
4
En obras clásicas de la literatura universal, el mendigo ha sido representado desde distintas corrientes
y en contextos distintos. Es sin duda una fuente que brinda amplias referencias para la historia: El Buscón,
de Francisco de Quevedo; El Lazarillo de Tormes; Misericordia, de Benito Pérez Galdós y, en México, El
periquillo sarniento, de Fernández de Lizardi, son obras que esbozan la representación de la mendicidad
través de sus personajes. Uno de los primeros textos historiográficos que tratan estas representaciones para
tipificar y explorar la idea de pobreza fue el de Himmelfarb (1988).
344 III. Benefactores y beneficiarios. Un diálogo necesario
5
Diversas vertientes de la ayuda social organizada han articulado la vida institucional de las asociacio-
nes. Respecto de esta diversidad y de las opciones conceptuales y metodológicas para abordarla, véase
Guadarrama (2007).
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No es fortuito que Joaquín Escriche en su diccionario de legislación civil recomendara que “las co-
munidades religiosas no deberían hacer en sus porterías esas distribuciones que fomentan la holgazanería y
ociosidad”, advertía: “Si tienen sobrantes deben destinarlos a las cárceles y a los hospicios.”
346 III. Benefactores y beneficiarios. Un diálogo necesario
7
Para una revisión exhaustiva de la asociación entre pobreza y crimen véanse Speckman, (2002); Picatto
(2011).
8
El Asilo de Mendigos, 15 de enero de 1881, pp. 12-15.
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9
En el registro de internos, el grupo etario entre 0 y 19 años no especificó ocupación. El universo de
internos con oficio registrados es 115 internos entre los 20-84 años de edad.
348 III. Benefactores y beneficiarios. Un diálogo necesario
10
“Código Penal Mexicano para el Distrito Federal y Territorio de la baja California sobre delitos del
fuero común y para toda la República Mexicana sobre delitos contra la federación”, en Códigos Penales,
Chihuahua, Librería de Donato Miramontes, 1883 [entró en vigor en 1872], documento pdf disponible
en: <http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1020013105/1020013105.PDF>.
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Cuadro 1
Actividades registradas por los internos del Asilo de Mendigos,
septiembre-noviembre de 1880
Ocupación Hombres Mujeres
albañil 5 0
alfarero 1 0
arriero 2 0
calero 1 0
carbonero 1 0
carpintero 2 0
cedacero 1 0
cochero 1 0
comerciante 2 0
costureras 0 7
doméstico 1 0
empleado 1 0
empuntadora 0 1
galonero 1 0
herrador 1 0
hojalatero 1 0
jornalero 4 0
lavandera 0 2
molendera 0 6
músico 1 0
NINGUNA 8 19
obrajero 1 0
panadero 1 0
pañero 1 0
peón 1 0
platero 1 0
rebocero 1 0
sastre 3 0
sirvientes 2 22
talabartero 2 0
350 III. Benefactores y beneficiarios. Un diálogo necesario
Cuadro 1. (continuación)
Ocupación Hombres Mujeres
tejedor 1 0
tirador de oro 1 0
tocinero 2 0
tortillera 0 2
vendimiera 0 1
zapatera 2 1
SIN DATO 1 0
TOTAL 54 61
Fuente: La información es una sistematización de los movimien-
tos de personal en el “asilo” en los meses de septiembre, octubre y
noviembre de 1880. En esta cuantificación no consideré a los internos
de 0 a 19 años, pues sólo a partir de los 20 años de edad se registró
actividad productiva. Los 115 registros corresponden a los hombres y
mujeres internos entre los 20 y los 84 años de edad. El Asilo de Men-
digos, 15 de enero de 1881, núm. 12., pp. 13-14.
11
Se registraron 118 bajas de internos, 16 de los cuales fueron separados por comportamientos desa-
probados. El Asilo de Mendigos, 15 de enero de 1881, pp. 12-15. “Movimiento de personal en el asilo en los
meses de septiembre, octubre y noviembre de 1880”.
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Cuadro 2
Mendigos en la calle de la ciudad por categorías, 1879-1880
Categoría Población
Ancianos 309
Impedidos 234
Niños 120
Hombres útiles 107
Mujeres útiles 227
TOTAL 997
Fuente: elaboración propia con base en Ibáñez,
1880.
Gráfica 1
Relación de internos asilados por sexo y rango de edad, 1880
12
Se registraron 118 bajas de internos, 16 de los cuales separados por comportamientos desaprobados.
354 III. Benefactores y beneficiarios. Un diálogo necesario
Gráfica 2
Población con defectos físicos y mentales. Porcentaje y sexo, 1900
Fuente: elaboración propia con base en Censo General de la República Mexicana...1900 (Censo Gene-
ral, 1901), Tabuladores básicos. Los criterios que se siguen en esta gráfica son utilizados en el Censo.
Cuadro 3
Porcentaje de internos por lugar de origen, 1880
Estado Número de internos Porcentaje
México 98 49.25
Estado de México 23 11.56
Hidalgo 15 7.54
Puebla 14 7.04
Guanajuato 9 4.52
Querétaro 8 4.02
Tlaxcala 6 3.02
Veracruz 6 3.02
Michoacán 5 2.51
Jalisco 4 2.01
Morelos 3 1.51
San Luis P. 2 1.01
Tamaulipas 2 1.01
Durango 1 0.50
Oaxaca 1 0.50
sin dato 1 0.50
Zacatecas 1 0.50
Total 199 100.00%
Fuente: El Asilo de Mendigos, 15 de enero de 1881, pp. 12-15. “Movimiento
de personal en el asilo en los meses de septiembre, octubre y noviembre de 1880”.
pedir en las calles parecía que atentaban contra los anhelos de los fundadores
de la casa de auxilio, más que en contra del bienestar del pedigón. Con todo
se reconocía: “Rarísimos son los que no han estado en el Asilo, donde se les
trata bien; pero a muchos de ellos no les conviene estar ahí, y así lo han dicho,
porque en la calle ganan más; son sus palabras”.15 El Duque de Job en La Liber-
tad reseñaba las dificultades de los filántropos del Asilo que “luchan también
con el hábito inveterado de la vagancia; los mendigos prefieren arrastrarse por
las calles y roer los huesos, a vivir trabajando en el Asilo”.16
Para explicar los cuestionables resultados del proyecto asistencial, los admi-
nistradores del Asilo insistían en que para combatir la mendicidad era necesario
un esfuerzo conjunto. Toda la sociedad debía participar con esta casa de caridad.
Según se expuso “si el comercio y los particulares, desde que se abrió el Asilo le
hubieran dado todo lo que por centavos reparten, los pordioseros no existirían
en las calles, la sociedad habría ganado mucho curando esa llaga, y la caridad
sería más provechosa.17 Se dirigieron entonces “al comercio, para que remita al
Asilo a los mendigos”, pues “la utilidad de esta casa” dependía principalmente
“de no seguir dando la caridad personal a los innumerables pordioseros que
pululan en las calles, fingiendo tal vez una necesidad que no tenían”.18
La ayuda de los comerciantes era insuficiente, pero las autoridades muni-
cipales tampoco cumplían con el cometido de recoger a los mendigos y llevar-
los al asilo. Si bien se insistía en que el asilo no era un espacio de reclusión
forzada, para retirar a los mendigos de la calle era necesaria la cooperación de
las autoridades:
15
El Asilo de Mendigos, 10 de junio de 1887, núm. 33, p. 2.
16
El Asilo de Mendigos, 15 de noviembre de 1882, núm. 24, pp. 1-2.
17
El Asilo de Mendigos, 10 de junio de 1887, núm. 33, p. 2.
18
El Asilo de Mendigos, 24 de agosto de 1879, núm. 3.
19
El Asilo de Mendigos, 4 de junio de 1880, núm. 9, p. 2.
M. D. Lorenzo-Río: Los mendigos en la ciudad de México.Perfiles de la pobreza urbana... 359
De todos los que atentaban o impedían el buen desarrollo del asilo, las parro-
quias y las iglesias se presentaban como refugios del tipo de caridad que debía
erradicar cualquier sociedad que aspiraba a cumplir de manera eficiente con el
propósito de limpiar las calles de mendigos. Así, en su boletín mensual, supli-
caban a los párrocos y encargados de los templos que “no consientan más en
las puertas de las iglesias a los mendigos”, que “generalmente presentan espec-
táculos inmorales”.20
Para los miembros de la junta del Asilo de Mendigos, el problema era que
el refugio en las iglesias eran un recurso alternativo a su proyecto, decían que,
“lo peor era que los mendigos se refugian en las iglesias, donde a ciencia y
paciencia de los sacristanes permanecen molestando a los concurrentes y apa-
rentando tal vez una necesidad que no existe”. Insistían en que “mientras todas
las clases de nuestra sociedad no se resuelvan a ayudar a la junta directiva del
Asilo, no se dejaran de ver por completo estos cuadros, ficticios unos, reales
otros, pero remediables los primeros con la persecución necesaria sobre la va-
gancia y los segundos con el ingreso al Asilo”.21
La mendicidad asistida por el asilo se mostró como el tipo de pobreza to-
lerada. No obstante, como una forma de subsistencia para quienes podían
pedir, la mendicidad de los limosneros que pedían en las calles siguió funcio-
nando a finales del siglo xix (Lorenzo, 2012: 196-197). Como sugirió Silvia
Arrom, la mendicidad no se erradicó, en parte, porque “el público mexicano
no compartía el empeño de las autoridades por controlar a los pobres” (Arrom,
1986: 86). Y se mantuvo no sólo por el fracaso de las campañas contra la va-
gancia y la mendicidad, sino también porque los que daban limosnas a los
pobres querían seguir haciéndolo, por el gusto de dar o por la ventaja de hacer
el bien sin que la donación supusiera el sacrificio de los bienes materiales. La
persistencia de la mendicidad en las calles de México se mantuvo porque la
donación de uno o dos centavos y el obsequio del pan desechado eran “men-
drugos”, que como sobrantes correspondían a los mendigos, y no alteraban
ningún patrimonio.
20
El Asilo de Mendigos, 24 de agosto de 1879, núm. 3.
21
“Todavía se resisten los mendigos”, El Asilo de Mendigos, 6 de diciembre de 1879, p. 7.
360 III. Benefactores y beneficiarios. Un diálogo necesario
Conclusiones
Fuentes consultadas
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El Asilo de Mendigos, 1879, 1880, 1881, 1882, 1887
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