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M. D. Lorenzo-Río: Los mendigos en la ciudad de México.Perfiles de la pobreza urbana...

341

Los mendigos en
la ciudad de México.
Perfiles de la pobreza
urbana a fínales
del siglo xix
María Dolores Lorenzo Río*

L
os nombres de la pobreza y las tipologías de los indigentes han estable-
cido criterios para clasificar a las personas y a las instituciones de asis-
tencia. A finales del siglo xix, ¿qué es un pobre? era la pregunta
implícita en los instrumentos de evaluación que emplearon los administrado-
res de las casas de beneficencia. Más allá de mostrar las condiciones sociales o
económicas del grupo que se pretendía atender, los datos que se recababan
estaban hechos para estandarizar a una población y distinguir a los acreedores,
señalando a los excluidos de los beneficios que brindaba el Estado o la caridad
privada. En su ensayo sobre el pauperismo, Alexis de Tocqueville apuntó “nada
hay tan difícil de distinguir como los matices que separan una desgracia inmere-
cida de un infortunio producido por el vicio” (Tocqueville, 2003 [1835]: 65).
No obstante el señalamiento de pensador francés, con el anhelo de mostrar los
matices para explicar las causas de la pobreza y gestionar de manera eficiente
el auxilio a los “verdaderos” necesitados, la clasificación de los pobres fue inte-
grando elementos más complejos y mesurables. Las tipologías focalizaban el
tratamiento para ciertos grupos; así, algunos quisieron centrarse en paliar el tipo
de pobreza en cuyo centro estaba el trabajador desventurado y otros, siguieron
asistiendo al indigente, que para sobrevivir extendía su mano a la caridad.
En las siguientes páginas revisaré algunos aspectos que identificaron a un
grupo de pobres urbanos como “mendigos” y la manera como se ideó un tra-
tamiento diferenciado para éstos en la ciudad de México a finales del siglo xix.
Mi interés por acercarme a la mendicidad surgió originalmente del hallazgo de
* Profesora investigadora, El Colegio Mexiquense, A.C.
342 III. Benefactores y beneficiarios. Un diálogo necesario

una especie de censo que se levantó entre 1879 y 1880 para contar a los men-
digos de la capital (Ibáñez, 1880).
Si bien la motivación para explorar la mendicidad con datos seriales fue
una motivación en este trabajo, también consideré indispensables los recuentos
de la estadística mensual que los miembros de la Junta del Asilo recopilaron
para medir el impacto de su proyecto asistencial. Es cierto que la información
puede carecer de precisión respecto de la población que evaluaba, pero la in-
sistencia de publicar datos numéricos sobre el grupo de pobres asistidos da
cuenta del interés por mantener actualizado el diagnóstico social que, de cierta
manera, legitimaba la pertinencia y permanencia de una casa de asistencia que
buscó un remedio eficaz al problema de la mendicidad. Con esta medición,
los administradores del proyecto revisaban los alcances de sus acciones, que si
no fueron eficaces, según sus criterios, porque no erradicaron la mendicidad,
ante este resultado debieron elaborar nuevas explicaciones que justificaran la
inversión en este proyecto de protección social. De los argumentos que se utili-
zaron para explicar la permanencia los mendigos en las calles nos ocuparemos
en estas páginas.
Los estudios estadísticos a finales del siglo xix se consideraron cada vez más
instrumentos indispensables en la gestión de los servicios urbanos, en la pro-
mulgación de códigos y para justificar el gasto en programas de salud e higiene.
Ante las problemáticas sanitarias se buscaron indicadores que explicaran las
causas de la insalubridad y de la mortalidad. En México, la creación de la Di-
rección General de Estadística en 1882 materializó la expectativa de contar con
una instancia oficial que contribuyera con la administración pública (Barbosa,
2008: 111; Agostoni y Ríos, 2010: 96).1 Si bien se reconocen las deficiencias
en la construcción de los recuentos estadísticos y de los censos, los conceptos
de defectos físicos y mentales, migración y alfabetismo, incluidos en los censos
de 1895, 1900 y 1910 evidencian el interés que había por conocer las caracte-
rísticas de ciertos grupos vulnerables de la población (Lerner, 1981: 268-282).
Al finalizar el siglo xix, los datos que aportaban los censos nos permiten explo-
rar un segmento de la población y el respectivo proceso de homogeneización
por sexo, edad o condición (Bolufer, 2002: 116; Moreyra: 2009: 93).2

1
En la construcción del Estado social las estadísticas oficiales se transformaron en insumo de la gestión
pública y en algunos contextos, como en el caso argentino, la medición de la “cuestión social” fue objeto de
desconfianza por la manipulación política de la que fueron objeto. Véase Daniel (2012).
2
En diferentes contextos historiográficos (España y Argentina), las dos autoras señalan la necesidad de
reconstruir los microfenómenos, experiencias cotidianas y trayectorias individuales para descentralizar el
análisis social excesivamente anónimo y ampliar el horizonte de análisis de los grupos asistidos y excluidos.
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En la aproximación que presentamos sobre los perfiles de la mendicidad en


la capital, queremos estudiar a los mendigos como un grupo diferenciado entre
los pobres, por sus condiciones de vida y sus relaciones con la asistencia a tra-
vés de las distintas formas de atención a los mendigos. En el amplio espectro
social de la definición de pobre, este trabajo contribuye con la construcción
específica de un perfil de un grupo de pobres entre los pobres: los mendigos.
En los estudios sobre las tipologías de la pobreza se han registrado a los
pobres como coyunturales y permanentes, integrados o marginados a la socie-
dad. En México, la pobreza estructural se ha reconocido a partir de los ciclos
de vida de las personas y según sus circunstancias sociales (González Navarro,
1985; Arrom, 1986; Falcón, 2005). La mendicidad como una forma de po-
breza urbana se ha abordado desde diferentes perspectivas (Geremek, 1989;
Mollat, 1988; Rheinheimer, 2009).3 Las ricas representaciones del mendigo en
la literatura de la época y el amplio campo semántico han privilegiado una
perspectiva cultural de este grupo.4 En México, la historiografía de los margi-
nales y del control social ha ubicado a los mendigos entre las prostitutas, los
vagos, los locos, los borrachos y los criminales (Sacristán, 1988; Padilla, 2004;
Araya, 2005; Meneses, 2011). La instauración y el funcionamiento de los tri-
bunales de vagos se ha estudiado como un momento peculiar del control sobre
la mendicidad, entendida como una forma de pobreza criminalizada, y se han
cuestionado las interpretaciones que insisten en que la mendicidad es sólo una
“anomalía” que había que corregir en la sociedad (Arrom, 1986; Pérez Toledo,
1993; Arrom, 2011: 283; Lida y Pérez Toledo, 2001; Castillo Canché, 2008).
También se han hecho importantes esfuerzos para reconocer a los mendigos como
parte del entramado de los actores sociales que ocuparon el espacio urbano reto-
mando sus estrategias de vida, sus redes sociales y las relaciones clientelares
(Terrones, 1992; Piccato, 2000; Barbosa, 2008). El tratamiento de la mendicidad
como parte de las responsabilidades sociales del estado a través de la asistencia
ha sido una referencia constante en los proyectos de protección social (Arrom,
2011; Covarrubias, 2005; Padilla, 2004; Herrera Feria, 2000; Lorenzo, 2011;

3
En la década de los ochenta, en la crisis del Estado de bienestar, la mendicidad y la vagancia, como
una caracterización de un grupo entre los pobres, se retomó como tema central en la historiografía sobre la
asistencia.
4
En obras clásicas de la literatura universal, el mendigo ha sido representado desde distintas corrientes
y en contextos distintos. Es sin duda una fuente que brinda amplias referencias para la historia: El Buscón,
de Francisco de Quevedo; El Lazarillo de Tormes; Misericordia, de Benito Pérez Galdós y, en México, El
periquillo sarniento, de Fernández de Lizardi, son obras que esbozan la representación de la mendicidad
través de sus personajes. Uno de los primeros textos historiográficos que tratan estas representaciones para
tipificar y explorar la idea de pobreza fue el de Himmelfarb (1988).
344 III. Benefactores y beneficiarios. Un diálogo necesario

Ayala, 2013), y desde la perspectiva asistencial se han estudiado algunos pro-


yectos y organizaciones del siglo xix que atendieron específicamente a los
mendigos y muestran los diferentes intereses de la elites benefactoras en la
construcción de la Casa de Asilo de San Miguel Arcángel, en 1852 (Arrom,
2011: 284), o bien en el Asilo de Mendigos de la ciudad de México, en 1879
(Lorenzo, 2013; Ingwersen, 2010).
La historiografía se ha centrado sobre todo en las formas organizadas de au-
xiliar la indigencia por considerarlas embrionarias de una cultura cívica o germi-
nales de sociedades democráticas y participativas (Guadarrama, 2007: 16-18).5
En esta investigación mostraremos que los actos individuales tanto como los
organizados en favor de los mendigos de la capital explican algunos aspectos del
comportamiento social de dar y recibir, y que además de las diferencia entre
beneficencia privada y pública, laica y religiosa, que caracterizan el auxilio orga-
nizado, la coexistencia con actos individuales también disputaron la legitimidad
de la ayuda al indigente, específicamente en el caso de la mendicidad.
El tratamiento de la mendicidad es un tema recurrente y pese a agotarse, en
disciplinas ajenas a la historia, se siguen planteando interrogantes que recurren
al pasado para explicar la persistencia de la mendicidad en las ciudades, lo cual
me parece un estímulo académica para seguir reflexionando con fuentes distintas
y enfoques complementarios las formas como se auxilió a los mendigos.

Auxilio eficiente y reclusión voluntaria


Desde razones humanitarias hasta proyectos de modernizaciones urbanísticas,
apuntaban la necesidad de paliar a la población indigente. En las últimas dé-
cadas del siglo xix se reconoció que las actitudes ante la mendicidad no habían
sido eficientes y se buscaron opciones. Algunos proyectos consideraron que
valía la pena contener la satisfacción de la necesidad inmediata e invertir en
instituciones del bien común, de manera más ordenada y considerando las
necesidades específicas de los mendigos más que su represión.
El Asilo Particular de Mendigos fue un proyecto renovado de un grupo de
filántropos que se juntaron en 1879 para ayudar a esta población que pululaba
en la ciudad (Lorenzo, 2013). Tenían la expectativa de atender las necesidades de

5
Diversas vertientes de la ayuda social organizada han articulado la vida institucional de las asociacio-
nes. Respecto de esta diversidad y de las opciones conceptuales y metodológicas para abordarla, véase
Guadarrama (2007).
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los mendigos, fijando como condición el ingreso voluntario, en el entendido


de que si creaban este espacio abierto, los mendigos se retirarían de las calles.
Para actuar de manera eficiente en el tratamiento de la mendicidad, primero
hicieron un diagnóstico y luego plantearon el proyecto de auxilio; consideraron
la experiencia de otras formas de resolver el problema con el encierro o bien
con trabajo forzoso y disputaron el tratamiento de la mendicidad a la “caridad
personal”. Así, buscaron la suma de pequeños esfuerzo para maximizar los
beneficios de las pequeñas donaciones.
Si para una persona donar pequeñas cantidades no suponía el sacrificio o la
pérdida de bienestar, en la lógica de los métodos modernos de paliar la indigencia,
se pensaba que estas “limosnas” distraían los objetivos de un tratamiento eficien-
te contra la mendicidad (Escriche, 2013).6 Para el literato Luis Gonzaga Urbina,
“hacer el bien sin mirar a quién” o “nuestra inmensa caridad” regada en “peque-
ñas partículas”, “derrochada en cotidianas insignificancias” daba como resultado
la “inmoral, antisocial y maléfica” situación del crecimiento “de una plaga repug-
nante que parecía interminable” (Urbina, 1995: 29).
El proyecto de Díaz de León tuvo, entonces, una amplia acogida. Juan de
Dios Peza, director del ramo de Beneficencia y un connotado escritor, escribió
en su informe:

El Sr. Díaz de León concibió el grandioso pensamiento de liberar a la ciudad


de una plaga repugnante, haciendo un bien directo a los verdaderos pobres de
solemnidad, y desenmascarando a los falsos mendigos que con fingidos sollozos
despertaban en su provecho la compasión de los transeúntes que escuchaban
sus ayeres y veían su aparente estado de miseria (Peza, 1881:73).

La administración eficiente tenía como propósito el bien común y en conse-


cuencia se creía que la ayuda organizada tenía la obligación de conocer las
verdaderas motivaciones de los mendigos. No es fortuito que unos meses antes
de que se inaugurara el Asilo Particular de Mendigos se llevara a cabo una es-
pecie de radiografía social y urbana de la mendicidad en la ciudad de México.
De acuerdo con el recuento de Felipe J. Ibáñez (1880), se calculaba que en
1879 en las calles de la capital había 997 mendigos. Las calles aledañas al Zó-
calo y la zona de La Merced eran en las que deambulaban los mendigos de

6
No es fortuito que Joaquín Escriche en su diccionario de legislación civil recomendara que “las co-
munidades religiosas no deberían hacer en sus porterías esas distribuciones que fomentan la holgazanería y
ociosidad”, advertía: “Si tienen sobrantes deben destinarlos a las cárceles y a los hospicios.”
346 III. Benefactores y beneficiarios. Un diálogo necesario

manera más populosa. El desempleo y las escasas fuentes de trabajo explicaban


parte de la miseria urbana. La ignorancia, por otro lado, era un provechoso
vehículo de su expansión, así, para Ibáñez, “había que detener con urgencia la
proliferación de la ignorancia para evitar las actitudes criminales”: los mendigos
tenían hijos que carecían de educación, pues no se concebían las ventajas del
estudio entre ellos; además de la ignorancia, otra consecuencia de la miseria
era la conducta criminal, que “los arrojaba a las cárceles en las que reproducían
su comportamiento” (Ibáñez, 1880).7
A diferencia de los tribunales de vagos que se instauraron en la ciudad de
México a lo largo del siglo xix en los años de 1828 y 1845, el Asilo de Mendigos
fue un establecimiento de carácter privado y secular que consideró que debía
erradicarse la reclusión forzada de los mendigos en la ciudad como una respuesta
a la “ineficiente” tarea que había emprendido el ayuntamiento al respecto, pero
también porque consideraban que se debía apelar a la voluntariedad de indigente,
evitando el desgaste de la tareas que suponía la reclusión (Lorenzo, 2013).
De cierta manera, este propósito se cumplió y de acuerdo con el registro de
“movimientos de asilados”, en los meses de septiembre a noviembre de 1880,
sabemos que de los 87 indigentes que ingresaron, 49 de ellos solicitaron su in-
greso de manera voluntaria, 22 internos fueron consignados por las autoridades
y 14 asilados se registraron como “reingreso de interno”.8 Este documento
muestra que, en efecto, el ingreso voluntario de los “mendigos” era mayoritario,
aunque una tercera parte de los internos seguían siendo remitidos por las auto-
ridades. El Asilo de Mendigos era el único establecimiento en la ciudad que
brindaba atención a este grupo de indigentes y dado que era atribución del
municipio recoger a quienes limosneaban en las calles, el ayuntamiento contri-
buyó con ciertos recursos para la manutención del asilo. Además de una asisten-
cia focalizada, la atención a los mendigos en el asilo consideró también que se
brindaría auxilio a cualquiera que se presentara de manera voluntaria y solicitara
asilo, esta forma de asistencia (autofocalizada) no suponía una selección previa,
ni tampoco la persecución y reclusión, aunque cabe señalar que el internamiento
voluntario, en algunas ocasiones, no se podía llevar a cabo por falta de espacio
en el establecimiento.

7
Para una revisión exhaustiva de la asociación entre pobreza y crimen véanse Speckman, (2002); Picatto
(2011).
8
El Asilo de Mendigos, 15 de enero de 1881, pp. 12-15.
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Sin trabajo, harapientos, incurables,


pero “bien portados”

Quienes ideaban la atención a la pobreza sabían que la indigencia no sólo se


ligaba al problema de la desocupación o a los estrechos salarios de los grupos
populares, entre otras explicaciones; también reconocían que había condiciones
adversas, ajenas a la voluntad del individuo, que colocaban a ciertos grupos de
la población en situaciones de extrema necesidad (Lorenzo, 2012: 200-205).
En la lógica de incidir de manera eficiente en el bienestar de estos grupos vul-
nerables en la capital, con los instrumentos de medición adecuados, se pensa-
ba que era indispensable reconocerlos, ubicarlos y distinguirlos. La retórica del
discurso que sostuvo un tratamiento diferenciado para los mendigos respecto
de otros grupos como los vagos, las viudas, los huérfanos y los delincuentes,
fue la construcción de una categoría cuya característica central era que no
realizaba contribuciones útiles a la sociedad, pero que en la definición de los
valores que construyeron su clasificación social tampoco transgredían una
ética del trabajo, en tanto legitimaban su incapacidad para laborar y mantenían
un comportamiento público mesurado.
Conforme a los registros de altas y bajas de internos en el asilo durante los
meses de septiembre, octubre y noviembre de 1880, sabemos que la mayoría
de los internos registraron un oficio.9 De las 115 personas que definieron su
ocupación, sólo 27 internos fueron registrados sin actividad. Entre los pobres
asilados había en su mayoría mujeres que se registraron como sirvientes; había
también costureras, tortilleras, lavanderas y molenderas. Al contrario de las
mujeres, que se ubicaban sobre todo como sirvientes, los hombres se situaron
en diversas actividades del sector artesanal, como albañiles, jornaleros o sastres.
El resto de los internos se registraron, de uno en uno, como alfarero, arriero,
calero, carbonero, carpintero, cedacero, cochero, comerciante, doméstico, em-
pleado, galonero, herrador, hojalatero, jornalero, músico, obrajero, panadero,
pañero, peón, rebocero, talabartero y tejedor. Del total de 115 asilados que
registraron actividades, sólo ocho hombres y diecinueve mujeres se estipuló
que no tenían ocupación, es decir, un 23 por ciento del total de los asilados que
registraron ocupación carecían de oficio. Con estos datos también podemos in-
ferir que uno de los sectores más vulnerables a las condiciones de un mercado

9
En el registro de internos, el grupo etario entre 0 y 19 años no especificó ocupación. El universo de
internos con oficio registrados es 115 internos entre los 20-84 años de edad.
348 III. Benefactores y beneficiarios. Un diálogo necesario

laboral restrictivo, entre otras manifestaciones de contracción económica, eran


las mujeres registradas como sirvientes (véase cuadro 1).
Los mendigos podían ser hombres y mujeres que habían perdido sus traba-
jos y que por falta de un ingreso constante despertaban la compasión de otros
como una forma de conseguir recursos en el límite de la conservación de la
vida. Pero sin referir las causas de la pobreza, cuando los pobres pedían dinero
de puerta en puerta o en la calle, la definición semántica de “limosnero” los
definía por condición social marcada por la categoría de mendigo (drae, 1884).
La legitimidad social de un “pedigón” como también se conoció a los mendigos,
residía en su fehaciente incapacidad para trabajar, pues los que “preferían la
vida errante y ociosa”, en materia judicial, debían ser tratados como “vagos”
(Escriche, 2013). A diferencia de la justificación del mendigo para no realizar
una labor considerada útil a la sociedad, el vago era un sujeto que por propia
decisión eludía el trabajo. En el artículo 854 del Código Penal de la ciudad de
México que entró en vigor en 1872, se especificó que el vago “quiere” quebran-
tar la ley, puesto que “careciendo de bienes y rentas, no ejerce alguna industria,
arte u oficio honestos para subsistir, sin tener para ello impedimento legítimo”.
La autoridad concedía licencia para pedir limosna a los que acreditaban su
“impedimento” para trabajar, cuando menos, mientras no se estableciera un
asilo para mendigos. No obstante, se especificaba que al pedir limosna se pro-
hibía hacerlo con “injuria, amago o amenaza”.10
Los mendigos se mantuvieron bajo sospecha, y quizá para disipar los posi-
bles actos de desorden organizado en la urbe, el artículo 862 del Código Penal
dispuso que “siempre que anden juntos más de tres mendigos pidiendo”, se les
impondrá arresto de dos a seis meses, aun cuando tengan licencia. También
eran consignados a pena mayor los vagos o los mendigos que fueran aprehen-
didos con “armas, ganzúas o instrumento que diera motivo de sospecha”.
Los mendigos merecedores se ganaban la limosna con un comportamiento
respetuoso, discreto y humilde. Se aceptaba la exhibición de enfermedades
aparentes, pero no se toleraba la “deficiencia” de comportamiento. No es for-
tuito que por disposición del Código Civil y con base en la normativa interna
del Asilo de Mendigos, “el mendigo ciego Bartolo Herrera” fuera separado dos
veces del Asilo por “insubordinado y altanero” y dos veces castigado por las

10
“Código Penal Mexicano para el Distrito Federal y Territorio de la baja California sobre delitos del
fuero común y para toda la República Mexicana sobre delitos contra la federación”, en Códigos Penales,
Chihuahua, Librería de Donato Miramontes, 1883 [entró en vigor en 1872], documento pdf disponible
en: <http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1020013105/1020013105.PDF>.
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Cuadro 1
Actividades registradas por los internos del Asilo de Mendigos,
septiembre-noviembre de 1880
Ocupación Hombres Mujeres
albañil 5 0
alfarero 1 0
arriero 2 0
calero 1 0
carbonero 1 0
carpintero 2 0
cedacero 1 0
cochero 1 0
comerciante 2 0
costureras 0 7
doméstico 1 0
empleado 1 0
empuntadora 0 1
galonero 1 0
herrador 1 0
hojalatero 1 0
jornalero 4 0
lavandera 0 2
molendera 0 6
músico 1 0
NINGUNA 8 19
obrajero 1 0
panadero 1 0
pañero 1 0
peón 1 0
platero 1 0
rebocero 1 0
sastre 3 0
sirvientes 2 22
talabartero 2 0
350 III. Benefactores y beneficiarios. Un diálogo necesario

Cuadro 1. (continuación)
Ocupación Hombres Mujeres
tejedor 1 0
tirador de oro 1 0
tocinero 2 0
tortillera 0 2
vendimiera 0 1
zapatera 2 1
SIN DATO 1 0
TOTAL 54 61
Fuente: La información es una sistematización de los movimien-
tos de personal en el “asilo” en los meses de septiembre, octubre y
noviembre de 1880. En esta cuantificación no consideré a los internos
de 0 a 19 años, pues sólo a partir de los 20 años de edad se registró
actividad productiva. Los 115 registros corresponden a los hombres y
mujeres internos entre los 20 y los 84 años de edad. El Asilo de Men-
digos, 15 de enero de 1881, núm. 12., pp. 13-14.

autoridades porque pedía limosna generalmente en los atrios de los templos a


grito descompasado y con “plañideros gemidos”. El caso de Bartolo Herrera
no es aislado y de acuerdo a una sistematización de las altas y las bajas de los
internos del Asilo de Mendigos entre septiembre, octubre y noviembre de 1880,
el 13.5 por ciento de los internos que fueron separados del establecimiento
salieron por reincidir como limosneros, por convenir al mejor orden del esta-
blecimiento, por ladrones, por mal comportamiento, por altaneros, insubor-
dinados o subversivos. 11
Si bien no había un índice específico para medir la pobreza, se buscó miti-
gar algunas manifestaciones de los indigentes de la urbe con cierto entusiasmo
en la atención “focalizada por categoría”, se pensaba que se obtendrían mejores
resultados si los beneficios se otorgaban específicamente a ciertos grupos de la
población identificables con cierta facilidad (Banegas, 2011: 72). En esta lógi-
ca, en el Asilo de Mendigos el recuento de Ibáñez registró algunos ciclos de
vida entre los depauperados y agrupó a los que tenían la capacidad para traba-
jar en un cuadro, cuyo resultado se muestra en el cuadro 2.

11
Se registraron 118 bajas de internos, 16 de los cuales fueron separados por comportamientos desa-
probados. El Asilo de Mendigos, 15 de enero de 1881, pp. 12-15. “Movimiento de personal en el asilo en los
meses de septiembre, octubre y noviembre de 1880”.
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Cuadro 2
Mendigos en la calle de la ciudad por categorías, 1879-1880
Categoría Población
Ancianos 309
Impedidos 234
Niños 120
Hombres útiles 107
Mujeres útiles 227
TOTAL 997
Fuente: elaboración propia con base en Ibáñez,
1880.

Los documentos no especifican la edad que definía la niñez o la edad adul-


ta para ingreso al Asilo. Sin embargo, en el registro del movimiento personal
de septiembre a noviembre de 1880 se registró la edad de los internos, podemos
advertir que el grupo mayoritario que atendió el asilo eran niños hasta los ca-
torce años, quizá como parte de un grupo de familia, pues no hay registro de
asilados entre los catorce y los veinte años (véase gráfica 1). Tal vez otras insti-
tuciones de asistencia atendían a los jóvenes (Tecpam de Santiago) y otras a los
huérfanos (La Cuna y el Hospicio), pero más bien consideramos que fueron
sobre todo familias de indigentes, madres o padres con sus hijos los que en
efecto mendigaban por la ciudad y fueron aceptados en esta institución. Es
posible identificar el ciclo familiar con el ciclo de pobreza que supone periodos
vulnerables en los que aumentaba la pobreza: la infancia, la edad adulta, cuando
los hijos son una carga para la familia, y la vejez, al disminuir las capacidades
de ganarse la vida (véase gráfica 1).
De acuerdo a las cifras recabadas en El Asilo de Mendigos de la ciudad de
México entre 1879 y 1880 (véase cuadro 2), de un total de 334 hombres y
mujeres que mendigaban en las calles, 227 eran mujeres y 107 eran hombres.
El número de mujeres que limosneaban en la calle casi se duplicaba respecto
del de los hombres. En esta lógica la mendicidad permanente no era una ca-
racterística de los pauperizables de los sectores considerados productivos.
Además de las diferencias trazadas entre el trabajo y el ocio o la distinción por
sexo y los ciclos de vida, se reconocía que, entre vagos y mendigos, los prime-
ros alteraban el orden en las calles, mientras los segundos mostraban un com-
portamiento “humilde y discreto”.
352 III. Benefactores y beneficiarios. Un diálogo necesario

Gráfica 1
Relación de internos asilados por sexo y rango de edad, 1880

Fuente: El Asilo de Mendigos, 15 de enero de 1881, pp. 12-15. “Movimiento de


personal en el asilo en los meses de septiembre, octubre y noviembre de 1880”.

La legislación había ido perfilando las diferencias entre el vago y el mendigo


con base en su la relación al trabajo y, aunado a estas normas, las disposiciones
de asistencia habían trazado algunos criterios que definían el comportamiento
aceptable para los mendigos dignos de auxilio y éstos no sólo debían mantener
un comportamiento arreglado sino que “la decencia” del mendigo también se
definía por la vestimenta que podía ser harapienta, pero no se toleraba la desnu-
dez. Quizá como un resabio colonial que siguió vigente en la mentalidad de los
hombres del siglo xix, los mendigos procuraron cubrir ante todo el cuerpo para
evitar la transgresión a la moralidad y referir la mendicidad como un problema
socioeconómico en sí mismo y no como un problema que laceraba la moralidad
de la urbe (Terrones, 1992). Como un equivalente al mendrugo, la ropa vieja y
remendada, los trapos sucios y roídos eran la indumentaria del mendigo. La ropa
se recibía también como limosna, pero sin duda el vestido era indispensable para
evitar la desnudez, y así, los pobres se la apropiaban cuando no era un donativo.
De los 37 internos que huyeron del Asilo de Mendigos entre septiembre y no-
M. D. Lorenzo-Río: Los mendigos en la ciudad de México.Perfiles de la pobreza urbana... 353

viembre de 1880, 31 prófugos se llevaron la ropa que les habían entregado en la


casa de asistencia.12
La indumentaria de un mendigo ha sido uno de los recursos más socorridos
para representar las carencias. También ha sido el instrumento más simple para
argumentar que se puede “fingir” la falta de lo necesario, y si bien simular la
indigencia es factible con un buen disfraz, en la caracterización de la pobreza
mendicante el atuendo no era garantía suficiente para considerarlo un mendi-
go con el consenso social para pedir por las calles. La exhibición de algún pa-
decimiento físico sí era una prueba contundente e inmediata de la incapacidad
para trabajar. Si una persona conseguía comprobar a simple vista un estado
transitorio o permanente, que por accidente o enfermedad, quedaba mermada
su capacidad para laborar, entonces la limosna era un camino legítimo para
subsistir en la ciudad.
Considerando que los servicios hospitalarios, aún limitados y especializados
para ciertos padecimientos, excluían a los incurables, la mendicidad no sólo
fue un espacio de harapientos sino también fue un medio para subsistir de los
incurables. Respecto de la falta de servicios de salud para esta población, desde
1861, Joaquín García Icazbalceta informaba:

Cuando un enfermo llama a la puerta de un hospital, se le examina, y si su


enfermedad es curable, se le admite; pero si es incurable se le niega la admisión;
esto es, que si el enfermo carece de recursos para curarse durante algunos
días, la caridad pública se encarga de su asistencia, a pesar de que el enfermo
podría tal vez proporcionar esos recursos por medio de algún préstamo, que
pagaría cuando, recuperada la salud, volviese a su trabajo; pero si se trata, por
ejemplo, de un paralítico postrado en una cama para el resto de sus días,
abandonado de todo el mundo, sin ningún recurso, ni esperanza de procu-
rárselo, porque jamás podrá pagar con su trabajo lo que le presten, entonces
la caridad pública retrocede ante aquella carga que considera superior a sus
fuerzas, y no a las de aquel infeliz, y lo deja morir de hambre y miseria en su
covacha, sin dar ningún alivio a sus dolores. (García Icazbalceta, 1907: 178-179).

Es cierto que para algunos ciegos e “impedidos” las autoridades permitieron


trabajos que podían llevarse a cabo en las calles y que no requerían de esfuerzo,
como por ejemplo, la venta de billetes o el voceo de papeles, pero las soluciones

12
Se registraron 118 bajas de internos, 16 de los cuales separados por comportamientos desaprobados.
354 III. Benefactores y beneficiarios. Un diálogo necesario

Gráfica 2
Población con defectos físicos y mentales. Porcentaje y sexo, 1900

Fuente: elaboración propia con base en Censo General de la República Mexicana...1900 (Censo Gene-
ral, 1901), Tabuladores básicos. Los criterios que se siguen en esta gráfica son utilizados en el Censo.

propuestas a la indigencia de las personas con debilidades visuales no parecían


suficiente y la mendicidad siguió siendo un espacio para subsistir. Además de
ciegos, entre los que se consideraban impedidos para el trabajo en la observación
de los mendigos que llevó a cabo Ibáñez, había sordos, mutilados de una o varias
extremidades y paralíticos de forma parcial o total, entre otros discapacitados,
también considerados impedidos. Así, de 997 personas que mendigaban en
distintos rumbos de la ciudad, 234 individuos fueron considerados impedidos,
es decir, aproximadamente, una cuarta parte de este grupo de indigentes, vi-
siblemente, padecía alguna dolencia incurable. Como “impedidos” fueron
agrupados el 23.4 por ciento de los mendigos que observó Ibáñez en las calles
de la capital.
Otras enfermedades además de las “incurables” sin duda acompañaron la
mendicidad, y es posible que las instituciones que brindaran auxilio a este tipo
de indigencia fueran un medio para el ingreso de estos pobres a los hospitales
que usualmente los rechazaba. Así, del total de las 117 bajas de internos que
se registraron entre septiembre y noviembre de 1880, el 30 por ciento salió del
M. D. Lorenzo-Río: Los mendigos en la ciudad de México.Perfiles de la pobreza urbana... 355

establecimiento para curarse: en algunos casos se especificó que irían a un


hospital otros sólo señalaron que saldrían a curarse. De los 35 internos que
registraron este motivo de salida, sólo de uno se especificó que se internaría en
un hospital por “sarna” y de tres se señaló que habían muerto en el hospital.
Hasta ahora no contamos con un registro preciso de las afecciones de este
grupo de la población urbana indigente, aunque parece que entre las dolencias
de los “incurables” y las afecciones de los “incapaces”, se componía el grupo de
“impedidos”.
Los conceptos incluidos en el Censo de Población de 1900 mostraban cierto
interés por el recuento de las personas y sus condiciones materiales de vida.
Bienestar y trabajo era un binomio mesurable y así se integraron los criterios
de ocupación, oficio y profesión. Otro servicio público de carácter universal
sobre el que se buscaba incidir era la educación, por ello se registró a quienes
sabía leer y escribir. Las cifras oficiales brindaban elementos complementarios
para el análisis de las estadísticas de salud a través del registro de ciertos pade-
cimientos físicos o fisiológicos. El total de hombres y mujeres con defectos
físicos en el Distrito Federal era de 1 846 personas, que representaban apenas
el 0.34 por ciento del total de población censada en la entidad que correspondía
a 540 478 personas. Enajenación, ceguera, sordera, cretinismo e idiotismo eran
los criterios utilizados en el censo en los que se agrupaba esta población que,
en una categoría más amplia, también fueron los “incurables” (Censo General,
1901).
La debilidad y las enfermedades aparentes fueron recursos que le valieron
al mendigo para solicitar ayuda a los demás. Apelaron a la compasión desde
sus “anormalidades” y las exhibieron para asegurar que ellos no habían pedido
las desgracias endémicas o económicas que padecían: lepra, mutilaciones, de-
bilidades físicas y mentales, muchos hijos y nada de dinero, son algunas formas
que se mostraron como desgracias individuales y operaron, entonces, como
una especie de medio de intercambio entre el benefactor y el mendigo.
Si la condición de inmigrante en algunos casos, como el de la ciudad de
México, ha sido considerada como una variable en la pauperización de la po-
blación urbana en tanto a la carencia de redes de apoyo para la subsistencia, de
acuerdo con la información recabada por el Asilo de Mendigos, el uso de los
servicios de esta casa de asistencia indica que recurrían a ésta de diversos estados
de la República, sobre todo, de los aledaños a la capital: los internos eran ori-
ginarios del Estado de México, de Hidalgo, de Puebla. En menor proporción
eran originarios de Guanajuato, Querétaro, Michoacán, y el resto llegaba de
356 III. Benefactores y beneficiarios. Un diálogo necesario

Cuadro 3
Porcentaje de internos por lugar de origen, 1880
Estado Número de internos Porcentaje
México 98 49.25
Estado de México 23 11.56
Hidalgo 15 7.54
Puebla 14 7.04
Guanajuato 9 4.52
Querétaro 8 4.02
Tlaxcala 6 3.02
Veracruz 6 3.02
Michoacán 5 2.51
Jalisco 4 2.01
Morelos 3 1.51
San Luis P. 2 1.01
Tamaulipas 2 1.01
Durango 1 0.50
Oaxaca 1 0.50
sin dato 1 0.50
Zacatecas 1 0.50
Total 199 100.00%
Fuente: El Asilo de Mendigos, 15 de enero de 1881, pp. 12-15. “Movimiento
de personal en el asilo en los meses de septiembre, octubre y noviembre de 1880”.

Jalisco, Morelos, Tamaulipas, Veracruz y Zacatecas. El grueso de la población


asilada en 1880 se registró como originario de México (49.25%). De estos
datos, llama la atención la ausencia de extranjeros, así como el número signi-
ficativo de internos originarios de la ciudad de México, pues si bien se sostiene
que la falta de redes sociales de los inmigrantes en la ciudad ha sido una causa
de la pauperización de estos grupos urbanos, parece que, como servicio asis-
tencial, el Asilo de Mendigos brindó su ayuda principalmente a los originarios
de la ciudad de México.
M. D. Lorenzo-Río: Los mendigos en la ciudad de México.Perfiles de la pobreza urbana... 357

La evaluación de las intenciones y sus argumentos

Cuando la estadística no constata que el objetivo de un programa o un proyec-


to ha tenido, al menos ciertos logros, es necesario replantear, ajustar o brindar
explicaciones que mantengan el entusiasmo y rectifiquen que tiene sentido el
propósito con el que se han reunido las voluntades para solucionar un proble-
ma social. Después de algunos años de fundado un asilo para mendigos, la
presencia persistente de los limosneros en las calles de la capital se concibió
como una especie de fracaso, que laceraría de manera concreta el apoyo que
recibía el establecimientos de los comerciantes. En el informe anual a la junta
directiva se argumentó que:

En la estadística que la Administración del Asilo ha formado hace ocho años,


se ve con tristeza que algunos han llegado a la ancianidad sin conocer otra
ocupación que pedir limosna; y como antes decíamos, desde que se abrió el
Asilo para los pobres, se cuida mucho de moralizarlos y de convencerlos de
que se aparten de esta triste vida; y eso es lo que algunos repugnan por eso se
alejan del Establecimiento. Saben que al acercarse a una casa de comercio o al
despacho de un particular rico o al transeúnte obtienen la limosna, que las más
de las veces se les da solo por alejarlos y no ver su miseria, limosna infructuo-
sa porque nada remedia.13

Se reconocía la resistencia de los mendigos a ser moralizados y se adjudicaba


cierta responsabilidad del pobre a mantenerse en condiciones de miseria. Las
autoridades de la junta directiva se preguntaba por qué si a “todos los mendigos
se les da colchón, abrigo, abundante alimento y hasta cigarros si los piden”,
éstos se niegan a entrar en la casa. El pobre era pobre porque quiere, en esa
lógica esa era la respuesta más contundente. Junto con los discursos de la re-
novación de un tratamiento voluntario que se expuso de manera insistente en
diversos números de El Asilo de Mendigos, prevalecía cierto tono condenatorio
para justificar por qué en las calles seguían pululando los mendigos y en expre-
siones irónica se podía decir: “¡Ay!, ese vago tiene algo extraño que yo apelli-
daría la Nostalgia del Hambre”.14
La falta de voluntad de los mendigos para cambiar, internarse y aceptar las
condiciones de esta casa de asistencia impedía la erradicación de la mendicidad;
13
El Asilo de Mendigos, 10 de junio de 1887, núm. 33, p. 2.
14
El Asilo de Mendigos, 15 de noviembre de 1882, núm. 24, pp. 1-2.
358 III. Benefactores y beneficiarios. Un diálogo necesario

pedir en las calles parecía que atentaban contra los anhelos de los fundadores
de la casa de auxilio, más que en contra del bienestar del pedigón. Con todo
se reconocía: “Rarísimos son los que no han estado en el Asilo, donde se les
trata bien; pero a muchos de ellos no les conviene estar ahí, y así lo han dicho,
porque en la calle ganan más; son sus palabras”.15 El Duque de Job en La Liber-
tad reseñaba las dificultades de los filántropos del Asilo que “luchan también
con el hábito inveterado de la vagancia; los mendigos prefieren arrastrarse por
las calles y roer los huesos, a vivir trabajando en el Asilo”.16
Para explicar los cuestionables resultados del proyecto asistencial, los admi-
nistradores del Asilo insistían en que para combatir la mendicidad era necesario
un esfuerzo conjunto. Toda la sociedad debía participar con esta casa de caridad.
Según se expuso “si el comercio y los particulares, desde que se abrió el Asilo le
hubieran dado todo lo que por centavos reparten, los pordioseros no existirían
en las calles, la sociedad habría ganado mucho curando esa llaga, y la caridad
sería más provechosa.17 Se dirigieron entonces “al comercio, para que remita al
Asilo a los mendigos”, pues “la utilidad de esta casa” dependía principalmente
“de no seguir dando la caridad personal a los innumerables pordioseros que
pululan en las calles, fingiendo tal vez una necesidad que no tenían”.18
La ayuda de los comerciantes era insuficiente, pero las autoridades muni-
cipales tampoco cumplían con el cometido de recoger a los mendigos y llevar-
los al asilo. Si bien se insistía en que el asilo no era un espacio de reclusión
forzada, para retirar a los mendigos de la calle era necesaria la cooperación de
las autoridades:

El Asilo no puede, no debe ni quiere constituirse en prisión; así es que diaria-


mente permite que los asilados salgan por turno a la calle, asegurándolos con
una tarjeta de permiso que les da la Administración, confiada en que la gen-
darmería se las exigirá para saber que andan autorizados, lo cual no hace
nunca, y por tal impunidad se huyen los mendigos de él llevándose la ropa, y
desnaturalizando el pensamiento de una institución, tan costosamente funda-
da y sostenida.19

15
El Asilo de Mendigos, 10 de junio de 1887, núm. 33, p. 2.
16
El Asilo de Mendigos, 15 de noviembre de 1882, núm. 24, pp. 1-2.
17
El Asilo de Mendigos, 10 de junio de 1887, núm. 33, p. 2.
18
El Asilo de Mendigos, 24 de agosto de 1879, núm. 3.
19
El Asilo de Mendigos, 4 de junio de 1880, núm. 9, p. 2.
M. D. Lorenzo-Río: Los mendigos en la ciudad de México.Perfiles de la pobreza urbana... 359

De todos los que atentaban o impedían el buen desarrollo del asilo, las parro-
quias y las iglesias se presentaban como refugios del tipo de caridad que debía
erradicar cualquier sociedad que aspiraba a cumplir de manera eficiente con el
propósito de limpiar las calles de mendigos. Así, en su boletín mensual, supli-
caban a los párrocos y encargados de los templos que “no consientan más en
las puertas de las iglesias a los mendigos”, que “generalmente presentan espec-
táculos inmorales”.20
Para los miembros de la junta del Asilo de Mendigos, el problema era que
el refugio en las iglesias eran un recurso alternativo a su proyecto, decían que,
“lo peor era que los mendigos se refugian en las iglesias, donde a ciencia y
paciencia de los sacristanes permanecen molestando a los concurrentes y apa-
rentando tal vez una necesidad que no existe”. Insistían en que “mientras todas
las clases de nuestra sociedad no se resuelvan a ayudar a la junta directiva del
Asilo, no se dejaran de ver por completo estos cuadros, ficticios unos, reales
otros, pero remediables los primeros con la persecución necesaria sobre la va-
gancia y los segundos con el ingreso al Asilo”.21
La mendicidad asistida por el asilo se mostró como el tipo de pobreza to-
lerada. No obstante, como una forma de subsistencia para quienes podían
pedir, la mendicidad de los limosneros que pedían en las calles siguió funcio-
nando a finales del siglo xix (Lorenzo, 2012: 196-197). Como sugirió Silvia
Arrom, la mendicidad no se erradicó, en parte, porque “el público mexicano
no compartía el empeño de las autoridades por controlar a los pobres” (Arrom,
1986: 86). Y se mantuvo no sólo por el fracaso de las campañas contra la va-
gancia y la mendicidad, sino también porque los que daban limosnas a los
pobres querían seguir haciéndolo, por el gusto de dar o por la ventaja de hacer
el bien sin que la donación supusiera el sacrificio de los bienes materiales. La
persistencia de la mendicidad en las calles de México se mantuvo porque la
donación de uno o dos centavos y el obsequio del pan desechado eran “men-
drugos”, que como sobrantes correspondían a los mendigos, y no alteraban
ningún patrimonio.

20
El Asilo de Mendigos, 24 de agosto de 1879, núm. 3.
21
“Todavía se resisten los mendigos”, El Asilo de Mendigos, 6 de diciembre de 1879, p. 7.
360 III. Benefactores y beneficiarios. Un diálogo necesario

Conclusiones

El mendigo merecedor de los recursos debió ajustarse a los criterios de honra-


dez y decrepitud para el trabajo. Todos honestos, todos impedidos para el
trabajo y con necesidades evidentes se les describió, entre otras representaciones,
como enfermos que se mueven con dificultad, mujeres desgraciadas casi des-
nudas, invidentes que con su lazarillo se desplazan para mostrar sus dolencias,
sordos que gimen por el auxilio de los transeúntes, niños inocentes que moti-
vados por la voz de los padres que no les pueden dar de comer piden un pan,
ancianos silenciosos que parecen próximos al sepulcro y que estiran la mano
para su último aliento.
En el complejo entramado de miradas al tratamiento de este problema
social, algunos siguieron evocando la caridad para los pobres; otros solicitaban
de manera insistente el encierro para los mendigos que afeaban las calles y
daban espectáculos desagradables a los transeúntes; algunos más creían que la
transformación de mendigos-ociosos a ciudadanos-trabajadores era posible con
el internamiento en las instituciones de asistencia.
Para entender de manera más compleja la mendicidad y su tratamiento,
ubicamos el problema entre una norma moral que indicaba que había que
ayudar a los pobres postrados en las banquetas sin esperar beneficios ulteriores
a cambio y una norma de reciprocidad que esperaba alguna transformación de
la vida de los mendigos cuando la sociedad se organizaba en favor de éstos.
Pobreza y género, pobreza y trabajo, pobreza y enfermedad, pobreza y crimen,
son binomios presentes para construir criterios que enfoquen la solución del
problema de la mendicidad, considerando que a finales del siglo xix no se
puede prohibir esta práctica si el trabajo y la subsistencia no está garantizado
para las personas que los necesitan, pero tampoco se puede regular a los limos-
neros porque no hay capacidades suficientes ni de los gobiernos locales ni de
los establecimientos de asistencia para imponer ciertas formas de control de los
pedigones que deambulan en las calles. Buscando una atención focalizada, se
clasificó a las personas “útiles o inútiles” para el trabajo, a los “impedidos” por
sus padecimiento y los que por su edad estaban incapacitados para laborar. Pero
también las estadísticas mensuales de los administradores consideraron cierta
autodefinición de los pobres que ingresaban en el asilo y los resultados son una
fuente rica para reconstruir el mundo de la pobreza urbana desde la perspecti-
va de los pobres. Si la categoría de pobre es todavía amplia y difusa, en estas
páginas confiamos en haber perfilado cuando menos quienes conformaron la
M. D. Lorenzo-Río: Los mendigos en la ciudad de México.Perfiles de la pobreza urbana... 361

categoría de mendigo: un tipo de pobre entre los pobres de la ciudad de Mé-


xico a finales del siglo xix.

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sec_1.html> [consulta: 1/03/2015].

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