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MORIR, MATAR, SOBREVIVIR – UNA DICTADURA DE 40 AÑOS – CASANOVA JULIAN

LA PAZ DE FRANCO

La mayoría de las Guerras civiles acaban con la victoria aplastante de un bando sobre otro. Las victorias
militares en las guerras civiles van casi siempre acompañadas de masacres, genocidios, abusos impunes
de los derechos humanos y otras mil atrocidades.

La guerra civil española no se produjo solo por causas internas. Las presiones internacionales y la
dependencia exterior fueron factores primordiales. En España, la guerra civil fue la consecuencia rápida
e inmediata de un golpe de Estado fallido, pero, aun así, una vez que el conflicto estallo, su continuación
y la solución final dependieron cada vez más de la ayuda extranjera.

LA ESPAÑA DIFERENTE

La dictadura de Franco fue la única en Europa que emergió de una guerra civil, estableció un Estado
represivo sobre las cenizas de esa guerra, persiguió sin respiro a sus oponentes y administro un cruel y
amargo castigo a los vencidos hasta el final. Los militares, la Iglesia Católica y Franco pusieron bastante
difícil durante décadas la convivencia. Sus actitudes hicieron de España, un país diferente.

Según el argumento de Enrique Moradiellos, “las potencias democráticas, ante la alternativa de soportar
a un Franco inofensivo o provocar en España una desestabilización política de incierto desenlace,
resolvieron aguantar su presencia como mal menos e inevitable”. La España de Franco solo es un peligro
y una desgracia para ella misma. Sin la intervención de esas mismas potencias occidentales que habían
derrotado al fascismo, la dictadura de Franco estaba destinada a durar.

La violencia se convirtió, en suma, en un pate integral de la formación del estado franquista, que inicio
ese recorrido con una toma del poder por las armas. Envalentonados por el triunfo, los vencedores
colmaron su sed de venganza hasta la última gota y llevaron su peculiar tarea purificadora hasta el último
rincón de la geografía española. De que eso fuera así tuvo bastante responsabilidad Franco.

Franco logro en la guerra lo que se proponía: una guerra de exterminio y de terror en la que se asesinaba
a miles en la retaguardia para que no pudieran levantar cabeza en décadas. El trato de demostrar, como
Hitler también lo había hecho, que él estaba más allá del conflicto cotidiano y muy alejado de los aspectos
más impopulares de su dictadura, empezando por el terror. Franco se cuidaba. Había captado lo
importante que era meter la religión en sus declaraciones públicas y fundirse con “el pueblo” en solemnes
actos religiosos.

Franco necesitaba el apoyo y bendición de la Iglesia Católica. Para que lo reconocieran todos los católicos
y gentes de orden del mundo, con el Papa a la cabeza. El mito funciono con eficacia: había librado a España
del comunismo, había evitado que España entrara en la 2GM, era el artífice de una paz duradera y
generosa, frente a la violencia y división de España acarreada por la guerra. En fin, que Franco estaba
consagrado por entero a la tarea de regir y gobernar al pueblo español.

FASCISMO Y CATOLICISMO

La intervención fascista fue decisiva para la victoria del ejército de Franco en la guerra civil y la impunidad
con la que la dictadura de Franco continuo en esos años la operación de limpieza iniciada con el golpe de
Estado de julio de 1936 solo es posible entenderla en el marco de esa Europa dominada por los fascismo
y la quiebra de las democracias.

Franco veía esa guerra de exterminio como un “castigo espiritual, castigo que Dios impone a una vida
torcida, a una historia no limpia”. Uno de sus oficiales de prensa dijo, había que matar, matar y matar a
todos los rojos para librar a España del “virus del bolchevismo”, de las “ratas y piojos”, “exterminar un
tercio de la población masculina”, limpiar el país de proletarios, y así, acabar de golpe, con el paro.

Durante un tiempo, en la guerra y en la posguerra, el fascismo y catolicismo fueron compatibles, en las


declaraciones y en la práctica diaria, en los proyectos que germinaron en el bando rebelde y en la forma
de gobernar y de vivir que impusieron los vencedores. Era preciso armonizar la moderna corriente
autoritaria con nuestra gloriosa tradición y así surgiría un Estado nuevo, libre de caducas huellas
democráticas y liberales, impregnado en nuestras instituciones históricas.

La España que levantaron los vencedores de la guerra era un territorio especialmente apto para esa
“armonización” de la “moderna corriente autoritaria” con la “gloriosa tradición”. El ejército, la Falange y
la Iglesia representaban a esos vencedores y de ellos salieron el alto personal dirigente, el sistema de
poder local y los fieles siervos de la administración.

Los fascismos con Hitler y Mussolini a la cabeza, eran admirados por católicos y carlistas, monárquicos y
falangistas, por haber destruido a las ideologías y movimientos revolucionarios de izquierda, por haber
abolido la democracia liberal, por defender los intereses materiales de los propietarios. Todos juntos
compartían la misma determinación en mantener el orden social capitalista, en destruir los enemigos
internos y externos y en resolver por las armas la crisis política y social que les había desplazado del poder.
El catolicismo era “el foco ideal, respetado y positivo, para todos los que en realidad buscaban la
protección de sus intereses sectoriales y su posición social”. La Falange proponía un cuerpo doctrinal con
ciertos elementos novedosos y modernos que enmascaraban el carácter reaccionario del régimen.

Detrás de Franco, los militares, la Falange y la Iglesia había una base social amplia, que había apoyado el
golpe militar de julio de 1936. Ahí estaban la mayoría de los pequeños propietarios de la mitad del norte
de España y los grandes latifundistas del sur, los industriales, los grandes comerciantes y las clases medias
urbanas vinculadas al catolicismo, horrorizadas por la revolución y la persecución religiosa.

La relevancia de estos intereses conservadores, representados por los propietarios, el ejército y la Iglesia,
que impedían la realización del sueño totalitario, ha sido también destacada para la Italia fascista, y con
mucho más matices, sin monarquía y sin Iglesia católica, para la Alemania nazi.

Franco salió victorioso de una guerra contra otros españoles, mientras que Hitler y Mussolini fueron
derrotados en una guerra contra casi todas las restantes potencias mundiales. Cayeron los fascismos y
Franco siguió. Siguió también porque la Iglesia Católica, no quiso dar señal de disidencia, de perdón y de
reconciliación. Y siguió también porque hubo cientos de miles de personas que aceptaron la legitimidad
de esa dictadura forjada en un pacto de sangre, que adoraban al Generalismo por haberles librado de los
revolucionarios y que consideraron, día tras día, la muerte y la prisión como un castigo adecuado para los
rojos.

LOS CAMBIOS DE LA DICTADURA

El franquismo, como han demostrado solventes investigaciones, no trajo la modernización de la economía


española sino que, por el contrario, bloqueo el proceso de crecimiento abierto desde el primer tercio del
siglo XX.

En esa España de penuria, hambre, cartillas de racionamiento, estraperlo y altas tasas de mortandad por
enfermedades, la militarización, el orden y la disciplina se adueñaron del mundo laboral. La ley de 29 de
septiembre de 1939 le dio a la Falange Española el patrimonio de los “antiguos sindicatos marxistas y
anarquistas”. Los militantes del movimiento obrero, colectivistas, revolucionarios y rojos perdieron sus
trabajos y tuvieron que implorar de rodillas su readmisión. Ya no tenían dirigentes, muertos o en la cárcel
como estaban, locales para reunirse, ni espacio para la protesta.

La derrota y persecución del movimiento obrero allano el camino para la creación de la Organización
Sindical Española (OSE). El aparato sindical franquista, fue una pieza esencial de la dictadura que, al
intentar el sometimiento de la clase obrera y la eliminación de la lucha de clases, coincidía con el carácter
y la función de los aparatos sindicales de otros fascismos europeos.

El escenario comenzó a transformarse a finales de los años cincuenta, con el plan de estabilización, las
políticas desarrollistas, los cambios en la organización del trabajo y la introducción de los convenios.
Durante los años sesenta. Con la industrialización y el crecimiento de las ciudades, las clase trabajadoras
recuperaron, o refundaron, la huelga y la organización, los dos instrumentos de combate desterrados y
eliminados por la victoria de 1939. Emergió una nueva clase obrera, que tuvo que subsistir al principio en
condiciones miserables y con bajos salarios, controlada por falangistas y los sindicatos verticales, sometida
a una intensa represión, pero que pudo utilizar desde comienzos de los años sesenta la nueva legislación
sobre convenios colectivos para mejorar sus contratos.

El estado experimento también importantes cambios y sus funciones aumentaron y se diversificaron.


Creció la policía y el ejército, mecanismos de coerción imprescindibles para mantener el orden
conquistado por las armas en la guerra civil, pero también aumentaron los funcionarios y los servicios
públicos.

Pese a esos desafíos, el aparato del poder político de la dictadura se mantuvo intacto, garantizado el orden
por las fuerzas armadas, con la ayuda de los dirigentes católicos, de la jerarquía eclesiástica y del Opus
Dei.

LAS CARAS DEL TERROR

La guerra termino el primero de abril de 1939. Cautivo y desarmados los rojos, iniciaba España una nueva
era, un nuevo amanecer, que acabaría con esa historia “no limpia”. La eliminación de los vencidos abría
amplias posibilidades políticas y sociales para los vencedores y les otorgo enormes beneficios.

La destrucción del vencido se convirtió en prioridad absoluta, especialmente en las últimas provincias
conquistadas por el ejército de Franco. Comenzó así un nuevo periodo de ejecuciones masivas y de cárcel
y tortura para miles de hombres y mujeres.

El desmoronamiento del ejército republicano en la primavera de 1939 llevo a varios centenares de miles
de prisioneros a improvisados campos de concentración que poblaron la geografía española. Los datos
totales o parciales, indican que hubo más de 35.000 muertes, debido a ejecuciones y a otros varios miles
de muertos por enfermedades y desnutrición.

EL MONOPOLIO DE LA VIOLENCIA

La primera característica del terror que se impuso en la posguerra es que estaba organizado desde arriba,
basado en la jurisdicción militar, en juicios y consejos de guerra. El nuevo Estado puso en marcha
mecanismo extraordinarios de terror sancionados y legitimados por leyes. Con la jurisdicción militar a
pleno rendimiento, se impuso un terror frio, administrativo, rutinario.

El primer asalto a la violencia vengadora sobre la que se asentó el franquismo empezó el 9 de febrero de
1939. La Ley de Responsabilidades Políticas declaraba “la responsabilidad política de las personas, tanto
jurídicas como físicas” que desde el 1 de octubre de 1934 se han opuesto al triunfo del Movimiento
Nacionalista, quedaban fuera de la Ley y sufrirían la perdida absoluta de sus derechos de toda clase y la
pérdida total de sus bienes, que pasarían íntegramente a ser propiedad del Estado.

Los afectados, condenados por los tribunales y señalados por los vecinos, quedaban hundidos en la más
absoluta miseria. La Ley marcaba así el círculo de autoridades poderoso de ilimitado poder coercitivo e
intimidatorio, que iba a controlar durante los largos años de la paz de Franco haciendas y vidas de los
ciudadanos.

En los primeros años de la posguerra aparecían por todas partes las milicias y servicios de “información e
investigación” de Falange, que vigilaban a los rojos, los delataban, los detenían y, a menudo, hacían visitas
a las cárceles para propinarles palizas. España entera era una cárcel.

Mantener en la cárcel durante tanto tiempo a tantos prisioneros, torturarlos, asesinarlos con nocturnidad,
dejarles morir de hambre y de epidemias, no fue, como la dura represión de posguerra en general, algo
inevitable. Era el castigo necesario para los rojos vencidos, y, bajo ese supuesto, las sutilezas legales no
tenían sentido.

El sistema de redención de penas resulto también un excelente medio de proporcionar mano de obra
barata a muchas empresas y al propio Estado. En Asturias se levantaron nuevas cárceles alrededor de las
minas de carbón para poder explotar a los presos. La cárcel y la fábrica, bendecidas por la misma religión,
se confundieron en esos primeros años del franquismo y formaron parte del mismo sistema represivo.

Entre las mujeres hubo también vencedoras y vencidas. En 1939 había en la cárcel 44 niños y niñas
menores de 4 años encerrados con sus madres. Los niños morían de meningitis, de hambre e incluso
asesinados. Los niños formaban parte del mundo interno de las cárceles de mujeres. Muchos de los que
sobrevivieron a la cárcel, tras cumplir los cuatro años de edad, fueron separados de sus madres e
ingresados en centros de asistencia y escuelas religiosas.

La mayoría de las presas “comunes” se dedicaban a la prostitución, una actividad que había tomado tras
la guerra un “vuelo vertiginoso”. Rojas y mujeres de rojos eran lo mismo. Las podían violar, confiscarles
sus bienes. Para eso habían nacido las mujeres, pensaban los franquistas, los militares y los clérigos: para
sufrir, sacrificarse y purgar por sus pecados o por no haber sabido llevar a sus maridos por el camino del
bien.

Los vencedores en la guerra decidieron durante años y años la suerte de los vencidos a través de
diferentes mecanismos y manifestaciones del terror. En primer lugar, con la violencia física, arbitraria y
vengativa, con asesinatos sin juicio previo. Dejo paso a la centralización y el control de la violencia por
parte de la autoridad militar, un terror institucionalizado y amparado por la legislación represiva del nuevo
Estado. Ese Estado de terror, continuación del Estado de guerra, transformo la sociedad española,
destruyo familias enteras e inundo la vida cotidiana de prácticas coercitivas y de castigo. Quedarían por
último, la represión, el miedo, la vigilancia, la necesidad de avales y buenos informes, la humillación y la
marginación. Así se levantó el Estado franquista y así continuo, evolucionando, mostrando caras más
amables, selectivas e integradoras, hasta el final.

INFORMES, DENUNCIAS, DELACIONES: LA VIOLENCIA DESDE ABAJO

Esa maquinaria de terror organizado desde arriba requería, sin embargo, una amplia participación
popular, de informantes, denunciantes, delatores, entre los que no solo se encontraban los beneficiarios
naturales de la victoria, la Iglesia, los militares, la Falange y la derecha de siempre.

Las autoridades establecieron desde el primer día centros de recepción de denuncias, a cuyas puertas se
formaron largas colas de ciudadanos que buscaban venganza o querían evitar que la represión se
descargase sobre ellos mismos, aleccionados por los avisos que se lanzaban desde el gobierno militar.

Tiempos de odios personales, de denuncias y de silencio. Se repitió en todas las ciudades y pueblos de
España. Denunciar “delitos”, señalar a los “delincuentes”, era cosa de los “buenos patriotas”, de quienes
estaban forjando la Nueva España. La denuncia se convirtió así en el primer eslabón de la justicia de
Franco.

Detrás de esa ley, y en general de todo el proceso de depuración, había un doble objetivo: privar de su
trabajo y medios de vida a los “desafectos al régimen”, un castigo ejemplar que condenaba a inculpados
a la marginación; y, en segundo lugar, asegurar el puesto de trabajo a todos los que habían servido a la
causa nacional durante la guerra civil y mostraban su fidelidad al Movimiento.

Los vencidos que pudieron seguir vivos tuvieron que adaptarse a las nuevas formas de convivencia.
Acosados y denunciados por delatores, los militantes sindicales, los que más se habían destacado por su
apoyo a la revolución, llevaron la peor parte. A los menos comprometidos, muchos de ellos analfabetos,
el franquismo les impuso el silencio para sobrevivir, obligándoles a tragarse su propia identidad.

Declarar, delatar, se convirtió para muchos en el primer acto político de compromiso con la dictadura. El
franquismo no solo vivió de violencia y terror, ni se sostuvo únicamente con la represión. Sin esa
participación ciudadana, el terror hubiera quedado reducido a fuerza y coerción.

La Iglesia vivió a partir de ese momento una larga época de felicidad, con una dictadura que la protegió,
la cubrió de privilegios, defendió sus doctrinas y machaco a sus enemigos.
FUNDAMENTALISMO RELIGIOSO

No se conoce otro régimen autoritario, fascista o no, en el siglo XX, en el que la Iglesia asumiera una
responsabilidad política y policial tan diáfana en el control social de los ciudadanos como en España.

Tres ideas básicas hay que recordar:

1- La Iglesia Católica se implicó y tomo parte hasta mancharse en el sistema legal de represión organizado
por la dictadura de Franco tras la Guerra Civil.

2- La Iglesia Católica sancionó y glorifico esa violencia no solo porque la sangre de sus miles de mártires
clamara venganza, sino, también y sobre todo, porque esa salida autoritaria echaba atrás de un plumazo
el importante terreno ganado por el laicismo antes del golpe militar de julio de 1936 y le daba la
hegemonía y el monopolio más grande que hubiera soñado.

3- La simbiosis entre Religión, Patria y Caudillo fue decisiva para la supervivencia y mantenimiento de la
dictadura tras la derrota de las potencias fascistas en la 2GM.

MEMORIA DE GUERRA Y DE DICTADURA

En las dos últimas décadas se han producido cambios profundos en el conocimiento histórico de la
dictadura de Franco. Una de las consecuencias más claras de esa renovación historiográfica ha sido el
abandono de las ideas que sustentaron el edificio propagandístico de la dictadura.

La mayoría de los historiadores saben, que la guerra civil no la provoco la Republica, ni sus gobernantes,
ni los rojos que querían destruir la civilización cristiana. Fueron grupos militares bien identificados
quienes, en vez de mantener el juramento de lealtad a la Republica, iniciaron un asalto al poder en toda
regla en aquellos días de julio de 1936. Sin esa sublevación, no se hubiera producido una guerra civil.

Un golpe de Estado contrarrevolucionario, que intentaba frenar la supuesta revolución, acabo finalmente
desencadenándola. Y una vez puesto en marcha ese engranaje de rebelión militar y de respuesta
revolucionaria, las armas fueron ya las únicas con derecho a hablar. Esa guerra desemboco en una larga
posguerra, mucho más larga que la que siguió a cualquier otra guerra civil del periodo. El plan de
exterminio existió, se ejecutó y no paro después de la guerra civil.

Las iglesias se llenaron de placas conmemorativas de los caídos por Dios y la Patria. Por el contrario, miles
de asesinados por el terror militar y fascista nunca fueron inscritos ni recordados con una miseria lapida.
Los vencidos temían incluso reclamar a sus muertos. Desenterrar ese pasado y volver a enterrar a esos
muertos con dignidad resulto una labor ardua y costosa. Los cincuentenarios de la proclamación de la
Republica y del inicio de la guerra civil (1981 y 1986) sirvieron para recuperar en parte el tiempo perdido.
Trabas administrativas, archivos cerrados y amenazas: eso es lo que se encontraron los audaces que se
atrevieron a rastrear la violencia franquista por aquel entonces.

La última década del siglo XX, sesenta años después de la guerra civil y más de veinte desde la muerte de
Franco, ha servido, por lo tanto, para dar varias vueltas de tuerca a la historia, a la memoria y al olvido de
la guerra y de la dictadura. El pasado esta ahora menos oculto. En los últimos años han aparecido varias
biografías de Franco, muchos libros sobre la guerra civil y el franquismo y una buena cantidad de trabajos
sobre la violencia y la represión en las dos zonas en que quedó dividida España durante la guerra civil.

La Iglesia Católica es hoy, ya en el siglo XXI, la única institución que mantiene viva la memoria de la guerra
civil, la única que sigue perpetuando la memoria de sus mártires con algo más que ceremonias
conmemorativas y monumentos.

La mayoría del clero, con los obispos a la cabeza, no solo silencio esa ola de terror, sino que la aprobó e
incluso colaboro en cuerpo y alma en la tarea de limpieza.
La Iglesia Católica española, pese a los cambios que se han producido en la sociedad y en su propio seno,
es todavía una institución atrincherada en sus privilegios, un poder terrenal que no asume la ceguera que
mantuvo durante casi todo el siglo XX en el terreno social.

La derrota, la persecución, la propaganda franquista y el miedo impidieron a los vencidos recuperar su


memoria, la Republica y sus sueños de libertad e igualdad, abrumados por el peso aplastante del recuerdo
de lo negativo, la revolución y sus terrores. El franquismo tiene todavía sus lugares de memoria, calles,
monumentos, mártires.
El autor expone cuatro razones por las cuales el franquisimo tuvo una fuerte persistencia:
– Interés estratégico de otros países de mantener una dictadura fascista en tiempos de gran
difusión del comunismo.
– Insignificante papel en el mercado internacional.
– La Iglesia, feliz con sus privilegios no predicó el perdón y la reconciliación, sino que fue uno de
los engranajes del terror franquista.
– Agradecimiento de cientos de miles de personas a Franco por poner fin a la guerra y castigar a
la "escoria roja".
Respecto al estado de España durante la dictadura, comenta que tanto en sentido económico como
político-social, la situación fue precaria, con ingentes cantidades de pobreza e injusticia para los
trabajadores y ningún desarrollo económico, industrial ni social hasta 1959, fecha en la que se crea el
famoso Plan de Estabilización. Debemos resaltar que a pesar de que hubo ciertos brotes de
prosperidad durante los sesenta, el Estado de Bienestar español no se parece en nada a los del resto
de Europa occidental, mucho más desarrollados.
Tras el fin de la guerra en 1939 quedan desarticuladas mediante las armas las bases sociales de la
República, del movimiento obrero y del laicismo. Franco se dedicó a fusilar y torturar a los vencidos,
aunque algunos consiguieron escapar a Francia. Otros murieron en campos de concentración y
cárceles, ya fuese por desnutrición, enfermedades o causas peores.
Cárceles abarrotadas que obligan a habilitar otros lugares para recluir a los presos, los cuales
actuaban como esclavos en la realización de trabajos forzados, consiguiendo algunos reducir su
condena. La tortura fue legalizada en el Fuero de los Españoles (1945) por lo cual era mejor trabajar
fuera que estar en prisión arriesgándose a morir por brutales palizas.
Por otra parte, la Iglesia tomó parte activa en esta represión para recuperar el terreno ganado por el
laicismo, actuando como espía y delatora. A cambio, se le otorga poder en el sistema legal, en la
educación y se exalta su figura

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