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1.1 Biografía
Pues en la misma entrevista menciona que su abuela influyo también en lo que para
Alva se convertiría una pasión, ya que ella siempre le narraba historias.
Mi abuela materna sí que no había ido al colegio, pero sabía leer y escribir
y tenía una capacidad extraordinaria para contar cuentos. Mi infancia
estuvo alimentada por cuentos que eran una mezcla de historias andinas
con Las mil y una noches y lecturas de la Biblia. Cuando se quedaba sin
historias, se las inventaba. Para mí era fascinante saber que existía un
mundo de gentiles, que eran los antiguos peruanos.
A los ocho años de edad, Walter y su familia se trasladan a vivir a Trujillo, por
cuestiones laborales de su padre. Es ahí donde ingresa a estudiar en el colegio nacional
San Juan de Trujillo. En esta etapa de colegial quien lo motivó a interesarse por el estudio
de las sociedades preincas fue el profesor Max Díaz, amigo de su padre y arqueólogo
autodidacta. Quien había sido director del Museo de Arqueología de la Universidad
Nacional de Trujillo.
Él tenía una casa en Moche que parecía más un museo porque toda la sala
estaba llena de obras de arte y ceramios. Lo que me fascinó de él fue que
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no era un coleccionista que te mostraba vasijas, sino que reconstruía la
historia de los objetos. Ahí aprendí que la arqueología no era solamente
excavar objetos inertes, sino reconstruir la historia de un pueblo y tratar de
hacerla llegar a los descendientes de hoy. (Alva, 2017).
Fue tal su entusiasmo que, siendo todavía un niño, organizó excursiones a algunas
zonas arqueológicas cercanas a la Ciudad de la Primavera, como Jequetepeque, donde
encontró vestigios y piezas llamativas con los que montó una exposición en el colegio.
En una etapa de su vida, a Alva le entró esa crisis que a la mayoría de jóvenes le suele
suceder, el no saber que puede uno llegar a ser más adelante, que pasaría con su futuro.
Entonces, Alva se había inclinado mucho por la poesía. Comenzó a interesarse por los
temas sociales de ese entonces y a involucrarse en la actividad literaria durante la etapa
del colegio, consiguiendo distintas premiaciones en los diversos concursos que
organizaba su institución. “Sí, era bueno. Creo que algún día voy a volver porque la gente
dice que uno siempre vuelve sobre el primer amor. Más que lírica, se trataba de una poesía
social, que era la moda en ese entonces”, manifiesta para un documental.
Sería en el año de 1987 que se descubre la tumba del Señor de Sipán, uno de los
grandes descubrimientos de América y de su vida, la cual lo marcaría por el resto de sus
días. Tamariz (2018), cuenta este hecho de la siguiente manera:
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Fue en esa función que la diosa fortuna tocó a su puerta, esta vez
uniformada de policía, para alertarlo del saqueo de una tumba moche en
Sipán. Cuentan que cuando él y su equipo se dirigieron al lugar,
percibieron una riqueza inusual en los entierros moche. A partir de ese
momento –con 12 obreros inexpertos y apenas 500 dólares de
presupuesto– realizaron allí trabajos permanentes de excavación, ante la
evidencia de que podría haber otras tumbas igualmente valiosas.
Desde la fundación del Museo Tumbas Reales de Sipán, la dirección estuvo a cargo
de Walter Alva. Actualmente Alva está casado y tiene un tercer hijo con esta. En una
entrevista a la revista El Tiempo Alva se refiere a su segunda esposa de la siguiente
manera.
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foto conmigo. En esa foto, ella sale delante de mí. Detrás de eso yo creo
que hay una profunda convicción y una admiración a un trabajo que tiene
que seguir.
Sus dos hijos mayores (los que tuvo con Meneses) en gran medida le han seguido los
pasos a Walter Alva. “Ellos han vivido y respirado arqueología, porque mi primera esposa
era también apasionada como yo por la arqueología y la fui empujando hasta la militancia.
Los chicos vivieron entre campamentos y excavaciones”, narra Alva en una entrevista.
Su hijo Ignacio tuvo una gran disyuntiva, en ocasiones iba y se quedaba con Walter “Para
él era fascinante porque podía jugar con la tierra, las piedras y ver las excavaciones”. Pero
tiempo después el joven Ignacio desearía ser pintor y estuvo metido en ello un tiempo
hasta que volvió a la arqueología. Ahora ha realizado un trabajo importante en Ventarrón
(centro ceremonial moche ubicado en Chiclayo donde se encontró uno de los murales más
antiguos) y ha escrito ya un libro. Bruno, su otro hijo, está más orientado al diseño de
guiones museográficos y a la recreación del mundo antiguo. Él trabaja mucho con el tema
de vestimentas y la reconstrucción visual de la antigüedad.
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BIBLIOGRAFÍA