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Lorenzo Helguero
La primera vez que vi a Teresa
Descubrí que sus piernas eran estúpidas
Y también que su cara parecía una pierna.
M. Bandeira
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Tengo flojera de subir a la escalera para bajar una bacinica, tengo una
mujer muda y estéril como la h y una jirafa de nombre Drusilla que me
quiere dar un hijo tuerto. Tengo otro poco de calma, camarada Vallejo, y
tengo para el señor 5 Metros un diente infeliz dibujado en papel periódico.
Tengo a mi costado a un sujeto de nombre Onán que me convence de su
inocencia y de la efectividad de cierto método anticonceptivo. Tengo una
brújula en el estómago y un zapato de monja colgado de mis fantasías.
Tengo una armadura de caballero medieval e hiperactivo, tengo terror a los
ascensores y a los accesos de asma. Tengo una vida que pende del hilo
sacado de la falda de una quinceañera. Tengo una camisa de once varas y
esperanzas de salir elegido presidente de la Sociedad Protectora de
Animales. Tengo del poeta el ocio adjetivado por Cernuda, la cita de Dante
en el bolsillo. Tengo una miopía de miocardio y una casa que es una
manzana (o una manaza). Tengo afición por las telas de araña, por las
piernas de aeromoza y la taquigrafía. Tengo la visión del topo, la memoria
de la hormiga y la inmortalidad del burro. Tengo la sombra, pero tendría el
sol si pudiera comer tu sonrisa con mis labios.
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El canto de las mujeres calvas es más dulce que el arroz con leche:
despierta a las bestias y erecta los sexos. El coro de cincuenta ángeles no
podría hacer florecer una música más armoniosa, así cantara en un
establecimiento de pelo completo.
El canto de una mujer calva en un jardín puede producir deseo. El
canto de dos mujeres calvas en un parque genera un sudor imposible de
contener. El canto de tres mujeres calvas en un bosque da como
consecuencia inevitable una violación masiva.
Las cantantes de ópera son gordas, no calvas. Si los compositores
repararan en la bellosidad del cantar de las mujeres calvas, se elevarían al
rango de músicos geniales y dejarían en el olvido a Mozart y a los canarios
del Brasil: tal es el arte de las femeninas Sans Cheveux.
Sólo las mujeres calvas por naturaleza (las que vienen al mundo
calvas, las que se hacen del mundo calvas) tienen la facultad del canto
universal. Aquellas que se afeitan la cabeza como un globo o se zambullen
como nadadoras olímpicas en los incendios, no lograrían nada por más que
muestren orgullosas sus cabelleras ausentes.
Inversamente, las calvas primigenias no pueden rehuir su destino.
Gastan su tiempo confeccionando pelucas o silencios de hospital: al menor
descuido hilvanarán dos notas y esto será suficiente para que un poeta se
llegue hasta ellas para bañarlas de vino y de palabras.
Si Hamelin y Orfeo hubiesen oído el canto de las mujeres calvas,
habrían hecho palitos chinos con sus instrumentos de música. Si Ulises las
hubiera escuchado, seguramente habría ahorrado mucho dinero en sogas y –
sin duda- agarrado a tomatazos a las sirenas.
El canto de las mujeres calvas es dulce como tu mirada. Pero ése es
otro cantar.
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YO SOY EL MEN-
SAJERO
TU ERES LA MENSA-
JERA
Y NUESTRO ES EL MENSAJE
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