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Frozen, princesas de hielo

Frozen, el reino de hielo, la última película de Walt Disney Animation Studios, es una adaptación
libre del cuento La Reina de las Nieves, de Hans Christian Andersen (1845). Dirigida por Chris
Buck y Jennifer Lee, la apuesta navideña de Disney nos propone una historia protagonizada esta
vez -y aquí radica una de las novedades- por dos princesas: Elsa, la heredera del reino de
Arendelle, y Anna, su hermana pequeña. Elsa tiene un extraño poder: todo lo que toca se
congela. Si en un primer momento este poder es fuente de magia y de diversión, tras herir a
Anna, que logra sobrevivir gracias a la intervención de los trolls, Elsa siente su magia como una
maldición y decide recluirse y distanciarse de su hermana, temerosa de sus poderes. Tras la
muerte de su madre y de su padre, Elsa se convierte en la heredera del reino de Arendelle. En su
coronación, los acontecimientos se precipitan. Elsa muestra sus poderes y condena a su reino a
un eterno invierno. Cuando huye, su hermana Anna irá en su búsqueda para recuperar el verano y
ayudarla. La aventura estará servida en una película de animación llena de humor.

Disney ofrece una historia protagonizada por dos princesas. El protagonismo femenino es evidente
en una película que se mueve entre referentes anteriores (princesas que cantan, princesas
enamoradas, princesas embrujadas) y el camino iniciado por Brave (2012) de construir princesas
autónomas y heroicas. Aunque no llegará a atreverse con las rupturas de esta última, -Frozen no
es Brave- en ella destacan elementos que apuntan a esta línea de construcción de nuevas
princesas Disney.

Las dos protagonistas son dos jóvenes autónomas. Elsa es solitaria y vive atormentada por un don
o un poder que no controla. En el momento en el que da rienda suelta a todo su potencial, decide
retirarse y construir su propio reino de hielo. Modifica su aspecto y construye una fortaleza en la
que se siente fuerte. Estos momentos son los de mayor poderío visual de la película y rompen con
la imagen de princesa dulce y complaciente, ya que en estos momentos Elsa se asemeja más a
una madrastra que a una princesa. Se rompe de con la dicotomía de buena-mala que Disney tanto
explota, ya que Elsa es una princesa buena pero tiene un potencial destructivo que aunque
termina por controlar, existe y está ahí. Y este aspecto, sin duda enriquece las representaciones.

"La película rompe con la dicotomía de buena-mala que Disney tanto explota: Elsa es una princesa
buena pero tiene un potencial destructivo"

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Hay un hecho que precipita la pérdida de control de Elsa y fuerza su huida. No tolera ni acepta que
su hermana Anna se case con Hans, el príncipe al que acaba de conocer. Aquí radica una de las
rupturas frente al imaginario patriarcal anterior en el que el matrimonio era el único fin de las
películas. Y es que al amor y la entrega al príncipe, si bien es uno de los ejes de la película, no es
el único. Es más, ese amor instantáneo que siente Anna por Hans deviene peligroso y una de las
moralejas de la historia es el riesgo de sucumbir a los amores repentinos y a las entregas
absolutas. Además, Elsa es una princesa sin príncipe, el poder que tiene y que no es capaz de
controlar es lo único que importa e interesa en la trama.

Anna es la protagonista de la película. La hermana pequeña, que se siente dolida por el abandono
de su hermana mayor, que nunca llegará a comprender, es la heroína que comienza un viaje tanto
físico como personal para salvar a su hermana. Se debate entre dos modelos princesiles: la
princesa que busca el amor por encima de todo, y la princesa activa, inquieta y decidida. Por eso,
a pesar de comprometerse con el príncipe Hans, no duda en ir a buscar a su hermana. En este
viaje que inicia en solitario se encontrará con Kristoff, un joven intrépido, Sven, su reno, y Olaf, un
muñeco de nieve. La relación de amistad que inicia con el joven montañero se convertirá en una
historia de amor y, si bien se advierte cierta idea de la masculinidad salvaje que únicamente las
mujeres mitigan, su historia de amor, en contraposición a la de Hans, se edifica sobre la amistad,
el conocimiento, el entendimiento y la diversión.

La película ofrece una moraleja sobre lo peligroso que resulta entregar el corazón a alguien para

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que te salve de una vida rutinaria y monótona

Pero tampoco la historia de amor entre Anna y Kristoff será la más profunda y verdadera de la
película. La verdadera historia de amor, el verdadero beso y acto de amor que salvará a Anna de
su congelado corazón, y de la maldición que estas historias exigen, es el beso de su hermana. En
este caso de nuevo los príncipes se trasladan a un plano secundario. De hecho, el príncipe Hans
es el personaje malvado y no el salvador.

Más allá de estas rupturas profundas, existen otras más sutiles. Como ya ocurriera en Brave, el
universo principesco se centra en colores verdes, azules y morados, y se crea una nueva
iconografía que huye de los tonos pastel y de los rosas. Lo más reprochable, las excesivas
canciones y lo accesorio del personaje de la reina madre a la que no escuchamos decir ni una
palabra.

En definitiva, Frozen, que no va a pasar a la historia del cine como una obra maestra, nos aporta
personajes femeninos autónomos y libres, capaces de actuar de manera independiente, y nos
ofrece una moraleja sobre lo peligroso que resulta entregar el corazón a alguien para que te salve
de una vida rutinaria y monótona. Y es que hasta las princesas Disney aprenden y enseñan que
nadie puede salvarte excepto tú misma.

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