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Ebony Clark
1.ª edición: octubre, 2016
Portadilla
Créditos
Prólogo
Londres, estudios de la BBC One
Mentone, Texas. Dos días después
Las Vegas
Londres, estudios de la BBC One
Mentone, Texas
Nota de la autora
Promoción
Prólogo
***
Londres, estudios de la BBC One
***
—Dame una buena razón por la que no deba romperle la nariz a ese
gilipollas.
Amanda sonrió para sus adentros mientras contemplaba con cierta
fascinación a Kitty. Era menuda como ella y sus pies pequeños siempre parecían
dispuestos a patear el trasero de alguien que lo mereciera. El cabello castaño le caía
en desorden sobre las sienes y la frente, huyendo de algo que Kitty solía llamar
recogido de guionista indigente sin tiempo para la peluquería y que, en definitiva, era
una coleta de caballo que nacía un poco más arriba de su nuca y se deslizaba con
rebeldía sobre su espalda. Sus ojos color avellana, enmarcados por unas espesas
pestañas, brillaban intensamente y no auguraban nada bueno.
Amanda suspiró. Hizo un breve repaso mental de los motivos por los que
adoraba a su mejor amiga. Porque tenía aquel encantador acento americano y
porque, como ella, odiaba el té. Porque era su caballero de la brillante armadura a
pesar de que solo medía un metro cincuenta y poco. Porque estaba dispuesta a
liquidar a Jason a pesar de los testigos y a pesar de que Jason era cinturón negro en
karate. Sorbió un poco de su helado de chocolate haciendo más ruido del habitual y
disculpándose cuando algunas personas las miraron con curiosidad. Por supuesto,
hubo dos que ni siquiera giraron la cabeza, ya que permanecían absortos el uno
con el otro, haciéndose arrumacos sin importarles quien pudiera observarlos.
—Kitty... déjalo estar. Jason y yo solo hemos salido un par de veces. No hay
nada entre nosotros —comentó fingiendo que la escena no la afectaba. En realidad,
sentía que las suelas de los zapatos se le derretían de rabia.
Jason le había dicho en su última cita que ella era su preciosa muñeca...
Menudo cabrón mentiroso. No es que estuviera perdidamente enamorada de él,
pero esperaba un poco más de respeto del tipo que decía ser tu otra mitad mientras
te pintaba las uñas de los pies. Así que, para qué negarlo, tenía el estómago
revuelto desde que aquellos dos se habían sentado un par de mesas más allá de la
suya. Era una cuestión de amor propio más que de sentimientos. Para ser sinceros,
Jason estaba destrozando su dignidad públicamente.
—Eso no es una razón —insistió Kitty, apretando inconscientemente su vaso
de helado hasta que la tapa plástica saltó sobre la mesa.
—Está bien, te daré varias... Mide treinta centímetros más que tú. Practica
artes marciales. Estamos en un lugar público. Todos nos conocen. Tiene derecho a
salir con quien quiera. Es el protagonista principal de la serie. Y si le tocas un pelo,
su agente, que por cierto es la mujer que acaba de meterle la lengua en la boca, te
denunciará —añadió, molesta al comprobar que algunos de los presentes ya
habían descubierto su presencia y le dedicaban compasivas miraditas de reojo.
Era lo peor de las rupturas, incluso en aquellas en las que tu ex solo había
sido un capítulo casual que desearas cerrar cuanto antes. Sentir aquellos pares de
ojos sobre la nuca vigilando tus movimientos, deseando ver en tu interior,
cebándose en tu mala suerte... Jason no era tan importante como para provocarle
rencor. Sin embargo, no podía evitar el azote de la humillación.
Era bastante guapo, la verdad. Lo miró de reojo. Un bombón relleno de
nada bajo cualquier ángulo desde el que se lo observara, incluso con la lengua de
aquella pelirroja haciéndole una limpieza bucal. Sacó la pajita del helado con
brusquedad y, al hacerlo, unas gotitas de chocolate salpicaron su inmaculado
uniforme de enfermera que era parte del vestuario.
—¡Mierda...! —exclamó, mojando de inmediato la tela con un poco de agua
sin gas de la botella de Kitty.
Kitty era adicta al líquido elemento. Bebía al menos tres litros diarios, por lo
que siempre tenía una buena excusa para ir al lavabo. Solo que en aquel momento
parecía querer ir en una única dirección. Y era hacia la mesa donde Jason
examinaba las amígdalas de su pelirroja acompañante.
—¿Lo ves? Estás cabreada —afirmó como si acabara de descubrir la fórmula
de la Coca-Cola.
Pues claro que estaba cabreada. ¿Qué esperaba? Su pareja pública hasta
hacía una semana estaba a punto de montárselo delante de sus narices, en la
cafetería de los estudios donde ambos trabajaban, con una mujer que era la versión
humana de Jessica Rabbit.
Kitty se levantó, arrastrando la silla con ella.
—Voy a partirle la cara a ese memo, Amanda. No lo aguanto más.
Amanda la siguió. Sujetó su mano con fuerza para detenerla en el instante
justo en que Kitty, con su mano libre, le colocaba a Jason el plato de macarrones
con tomate por sombrero. La verdad es que estaba muy gracioso con aquellos
regueros carmesí con motitas de orégano deslizándose lentamente por sus patillas
recién cortadas por el estilista de la serie. Tenía la boca abierta como si quisiera
protestar, pero se hubiera quedado paralizado por la sorpresa.
Kitty le metió un palito de pan de cereales entre los labios y le palmeó el
cachete con una sonrisa triunfal en el rostro.
—Ahora sí que estás para comerte, Doctor.
—¿Cómo te atreves...? Haré que te despidan, foca entrometida… —la voz de
Ronda Swanson, la pelirroja que se comía a Jason con sus labios tan rojos como el
cabello, se perdió entre las carcajadas de los compañeros de rodaje.
—Por desgracia para ti, golfa con tetas de silicona, no tienes tanto poder.
Soy la mejor guionista de la serie, así que cierra tu boquita de colágeno operada
por un cirujano plástico ciego... Y en cuanto a ti...
—Kitty, cálmate… —Jason retuvo con la punta de la lengua un poco de
tomate y, aunque estaba bastante ridículo, su gesto tenía un cierto toque sensual, a
pesar de aquellos macarrones en la coronilla.
«No tengo remedio, lo sé», pensó Amanda. Jason aún ejercía un peligroso
poder sobre ella y estaba dispuesta a probar cualquier cosa para vacunarse contra
aquella enfermedad. Quizá no fuera mala idea que Kitty lo vapuleara un poco
antes de rodar la última escena.
—No me pidas que me calme, gusano. Le has roto el corazón a mi amiga. —
Kitty miró su reloj, contando los segundos y calculando mentalmente el tiempo del
que Jason disponía para arreglar el desastre de su rubio y lacio cabello ahora
teñido de rojo—. Date por muerto si no desapareces de mi vista en menos de un
minuto.
Jason no necesitó que Kitty repitiera la amenaza. La conocía muy bien y
sabía que era capaz de arrancarle los párpados con los dientes si no obedecía. Pasó
junto a Amanda sin mirarla, seguido de su agente/amante, quien aún mascullaba
algunas palabrotas entre dientes.
—No debiste hacer eso —la regañó Amanda mientras se dejaba conducir
hasta el plató donde todos aguardaban su reacción ante la escena anterior. Los
despreció por ser tan carroñeros; lo cierto era que tenía que reconocer que el ataque
de Kitty había contribuido a echar más carnaza para la prensa del corazón.
—Eso es verdad. Tú tenías que haberlo hecho —replicó Kitty.
—Tal vez Jason no me importa lo suficiente —confesó, y su amiga la miró
fijamente.
Amanda no era precisamente una belleza de Hollywood, pero aquella era
en realidad su mejor arma, lo que la convertía en alguien misterioso y al mismo
tiempo cercano para la audiencia.
Había algo en Amanda que conmovía profundamente a su público y a
cualquiera que la conociera; una dulzura innata, una fuerza interior y algún
ingrediente secreto que tenía que ver con el modo cautivador en que modulaba las
palabras durante una escena.
Tenía el cabello castaño oscuro y la tez pálida salpicada por algunas
graciosas pecas sobre la nariz. Sus ojos color miel ejercían de poderoso imán y
atrapaban las miradas de los hombres incluso contra la voluntad de Amanda. Su
sonrisa era natural, muy distinta a la artificiosa aunque hermosa sonrisa de la
mujer que interpretaba a Elora en la serie. Era una excelente actriz que había
encontrado aquella vocación por casualidad y que de ningún modo permitía que
eso la convirtiera en una diva caprichosa. Pequeña y curvilínea, Amanda había
conquistado los corazones de los telespectadores de la BBC con su sencillez.
Kitty la quería por muchos motivos y la admiraba, pero odiaba que no
supiera ver cuando un hombre no le convenía. La abrazó, le colocó el pelo tras las
orejas y la besó en la frente.
—Te quiero, pero a veces pienso que eres de otra galaxia. Mírate bien. Eres
bonita, eres famosa... Podrías tener al hombre que quisieras. Sin embargo, tu
currículum sentimental es un desastre. Y Jason ha sido el colofón, la guinda del
pastel… un idiota presumido con el coeficiente intelectual de un guisante... ¿por
qué?
Amanda lo meditó un segundo y después sonrió. Kitty tenía razón, como
siempre.
—Quizá porque sigo buscando al hombre perfecto... —bromeó, haciendo
alusión al título del episodio que rodaban aquel día en la serie de televisión para la
que ambas trabajaban en la BBC One.
Amanda había logrado un papel principal como actriz mientras que el
brillante talento de Kitty como guionista la había convertido en una de las
guionistas preferidas de los productores de la serie.
—Entonces, querida amiga... Deja de buscar en los lugares equivocados. —
Kitty se sacó algo del bolsillo de la chaqueta y lo pensó un instante.
Kitty sabía que Amanda necesitaba un cambio de aires, eso era
incuestionable. Pero si se marchaba, la echaría de menos. Y si, además, decidía no
volver, los productores de la serie la matarían por haber sido instigadora y
cómplice. Suspiró, regañándose mentalmente por plantearse siquiera aquella duda.
Lo único que importaba era que Amanda huyera de aquel ambiente que
comenzaba a afectar su criterio emocional y aprendiera a distinguir un buen tipo
de un cerdo con cazadora de pana. Era esencial evitar que Amanda se convirtiera
en una cuarentona amargada y ácida que se arrastraría en camas ajenas para lograr
papeles de villana con nombres como Elora. Depositó lo que había sacado del
bolsillo en la mano de su amiga.
Amanda contempló el billete de avión con expresión bobalicona, y Kitty
suspiró.
—Es un billete para Estados Unidos. Quiero que te largues mañana mismo y
pases tus vacaciones bien lejos de ese donjuán con pretensiones escénicas.
Amanda se fijó en el destino que señalaba el billete y después miró
nuevamente a su amiga.
—¿Texas?
—No me mires así. Lo necesitas. He hablado con unos primos postizos que
tienen un pequeño rancho en Loving. Es una especie de hotel rural y están
encantados de recibirte.
—¿Postizos? ¿Loving? —repitió Amanda sin entender nada.
—Postizos. Mi madre se casó en segundas nupcias con el tío de los
McKenzie cuando abrió su restaurante grill la Ternera Loca en Picadilly,
¿recuerdas? Mentone es un pequeño pueblo del condado de Loving, en Texas.
Necesitas desintoxicarte de Jason y de este ambiente frívolo y superficial... antes de
que te conviertas en una Ronda Swanson cualquiera —advirtió con seriedad.
—Pero no puedo marcharme así, sin más… —protestó.
—¿Qué apostamos a que sí? El rodaje ha terminado, dentro de poco será
Navidad, y tu hermana odia esa fecha, ya lo sabes. Ha dicho que la pasará con
unas amigas en España. No puedes quedarte para escuchar las campanadas de fin
de año mientras ves ese programa aburrido en compañía de alguna vieja gloria
británica.
—Pensé que lo veríamos juntas —replicó con una media sonrisa.
—Yo soy la vieja gloria británica —informó con una expresión teatral y
añadió—: Dijiste que querías otra vida, una que fuera tuya de verdad, haciendo
algo que te gustara de verdad. Te encanta la fotografía, siempre lo has dicho. Esta
es tu oportunidad. Te vas a Texas. No pienses, no protestes, no me des las gracias,
y feliz cumpleaños.
La besó fugazmente y la empujó hacia las cámaras, apartándose para que la
maquilladora diera unos últimos retoques a su cara pálida.
Amanda seguía pensando en ello algunos segundos después y no escuchó la
primera llamada de la joven ayudante de producción. ¿Texas? Y, además, no era su
cumpleaños. Pero Kitty ya le había hecho su regalo, qué buena amiga era... Y qué
original. Pero ¿Texas?
—Señorita Chase... ¿le importaría dejar de pensar en las musarañas y
concentrarse en su diálogo? —la voz estridente de Ewan Preston, director de la
mayoría de los capítulos de la serie, le llegó esta vez clara e impaciente.
Le hablaba a ella. Ella era Lori Chase, la estrella principal de aquel culebrón
británico en el que Jason era su oponente masculino. Ewan estaba furioso con ella.
Por su culpa, Jason tendría aquel aspecto horrible en la grabación del último
capítulo de la temporada. Amanda asintió, recobrando la compostura.
—Bien, muchas gracias, Lori. Todos a sus puestos... ¡Por Dios! Que alguien
le quite al Dr. Lockarne esos macarrones de encima.
***
Mentone, Texas. Dos días después
***
El recién llegado y Tyler McKenzie eran como dos gotas de agua, excepto
por la expresión de sus rostros y la ligera sombra de barba que cubría el mentón y
la barbilla del primero. El nuevo tenía la gracia de los conquistadores natos,
mientras que la cara de Tyler era una máscara de arrogancia y antipatía que
aniquilaba de inmediato cualquier posibilidad de protagonizar las fantasías
románticas de una mujer.
Ciertamente, Tyler McKenzie era, a primera vista, un tipo atractivo y sexy.
Pero en cuanto Cameron había hecho su aparición estelar, el encanto de Tyler
había quedado reducido a unas cuantas imágenes sórdidas en las que Amanda lo
había desvestido en su mente, única y exclusivamente porque incubaba un
resfriado.
—Amanda, este es Cameron, mi hermano y sheriff del condado. Y no, no es
un espejismo. El y Tyler son gemelos... Cameron, te presento a la señorita Amanda
Abbot. Es amiga de Henrieta, ¿te acuerdas de la prima Henrieta? Ha viajado desde
Inglaterra solo para disfrutar de nuestra hospitalidad... ¿Puedes explicarle a Tyler
lo que significa la palabra hospitalidad, hermano? —La chica se cruzó de brazos con
expresión colérica. Era increíblemente bonita, con el cabello oscuro sujeto en una
trenza que le caía por el hombro y los ojos que pasaban del verde al color miel,
brillantes y curiosos—. Vamos, dile que estás conmigo en esto.
—¿Estabas al tanto? —Los ojos verdes de Tyler relucían peligrosamente
cuando se clavaron en su gemelo—. Es una broma, ¿no?
—Deja que te lo explique antes de que empieces a dar gritos como un loco.
—Demasiado tarde, ya ha empezado —observó Brooke con disgusto.
—Brooke... soy tu hermano mayor y hoy ha sido un día duro. No
discutamos más, ¿quieres? —el tono de Tyler pareció suavizarse, pero a Amanda le
recordó el que utilizaban los actores cuando interpretaban un papel.
—¿Eso significa que puede quedarse? —preguntó Brooke emocionada.
—Significa que puede quedarse... hasta que se termine la cerveza —
concluyó tajante y clavó la mirada en su gemelo—. Contigo quiero hablar. Ahora.
Te espero arriba.
Amanda creyó que la mantendría al margen y que descargaría toda su
munición contra los miembros de la familia. Pero, por lo que se veía, Tyler
McKenzie tenía suficiente para todos, incluso para una pobre turista inglesa
inofensiva y muerta de hambre.
—En cuanto a usted… Espero no encontrarla cuando vuelva. Aquí no es
bien recibida.
Amanda no contestó. Brooke la tomó del brazo, sonriendo de nuevo en
cuanto él desapareció.
—No te preocupes. Se le pasará.
—En serio, Brooke… —se atrevió a decir al fin—. No quiero causar
problemas. Puedo buscar algún motel donde alojarme…
—¿Bromeas? —Brooke negó con la cabeza—. Oye, Amanda... Que mi
hermano no sepa que te lo he dicho, ¿vale? Pero es cierto que necesitamos este
dinero. Cameron tuvo una idea genial al pensar que podíamos convertir el rancho
en una especie de hotel durante un tiempo. Seguiremos adelante con lo pactado...
aunque tenga que atizar a ese cabeza hueca de Tyler para hacerlo entrar en razón.
—Pero ¿por qué está tan enfadado? —preguntó.
—Porque odia no poder controlarlo todo ni cuidar de todos. Porque Dylan
no está. Porque Cameron aceptó ese puesto de sheriff y lo espera despierto cada
noche por si le pegan un tiro. Y porque es un tonto —simplificó Brooke, aunque
había un deje cariñoso al referirse a él—. Mi hermanito tiene un genio de mil
demonios. Pero es un gran tipo en el fondo. Ven, te ensañaré el resto de la casa.
Amanda la acompañó, consciente de que Cameron McKenzie le había
dedicado un guiño disimulado al pasar junto a él. Era obvio que Tyler y Cameron
solo compartían cierta información genética que no incluía la glándula de la
simpatía. Y, además, no podía apartar de su mente la idea de que Tyler McKenzie
volvería en unas horas y tal vez quisiera echarla a patadas de allí. Ensayó
mentalmente los argumentos que esgrimiría si se daba el caso, lo cual era más que
probable con aquel tipo.
***
***
***
***
Aún lo pensaba al despertar por la mañana, mientras se estiraba en la cama
con pereza y odiaba al responsable de que su ventana no tuviera una buena
persiana que impidiera la luz solar.
Cualquier atisbo de remordimiento que pudiera sentir hacia el género
masculino desapareció al escuchar un golpe de nudillos y una voz autoritaria que
le anunciaba a gritos que aquello no era un hotel de la cadena Hilton.
—Si no quiere compartir la alfalfa de los caballos, tiene cinco minutos, alteza.
«Qué tipo tan cargante…». Se duchó con rapidez y se colocó unos vaqueros
y una camiseta blanca de algodón. Anudó sus zapatillas deportivas con cámara de
aire y se quedó un rato examinando los restos de hierba verde en la suela. Un
recuerdo agradable de sus paseos matutinos por Hyde Park. Uno de los pocos
recuerdos que aún podía asociar a la Amanda de siempre, a la mujer real que era y
que no tenía nada que ver con el producto televisivo en que Brittany Murphy la
había convertido.
Corrió hacia la cocina. Antes de llegar, Brooke le interceptó el camino y le
puso un dedo en los labios, indicándole que guardara silencio.
—¿Qué pasa?
—Ssshhhh —Brooke hablaba en voz muy baja—. Tengo una noticia buena,
una mala y una peor. ¿Cuál prefieres primero?
—Dispara, Brooke. —Amanda sonrió por lo cómico de la situación.
—Está bien. La buena es que Tyler se ha levantado de mejor humor y me ha
prometido que no hará sushi con su invitada si nos portamos bien. —Sonrió,
satisfecha por lo que consideraba un pequeño avance que la conduciría a la
victoria.
Amanda tragó saliva, aliviada por la parte que le tocaba. Se acordó del tono
que Tyler había empleado hacía unos minutos frente a su puerta. Si aquel era su
mejor humor, no quería ni imaginar cómo sería verlo realmente furioso.
—La mala es que está preparando sus famosas tortas para demostrarlo. Y
está decidido a que nos las comamos sin rechistar.
—¿Tyler sabe cocinar? —arqueó las cejas sorprendida.
Lo último que esperaba por la mañana era ver a aquel bruto de casi dos
metros vestido con un delantal para ella. Quizás en alguna fantasía anterior al
episodio del remojón podría haberlo imaginado solo con el delantal y las botas…
Pero ya no. Definitivamente, Tyler no era su tipo. De hecho, no era el tipo de
ninguna mujer sensata que poblara el planeta.
—Y no lo hace mal —aseguró Brooke—. Excepto las tortas… Oh, Dios… No
seré capaz. Nunca he sido capaz...Y, para colmo, Cameron ha desaparecido y se
librará, como si lo hubiera sospechado el muy granuja... ¿Me guardarás el secreto,
verdad?
Amanda hizo una señal sobre su pecho para sellar su promesa.
—¿Y la peor? —preguntó, y Brooke se golpeó la frente como si de repente
recordara algo.
—Tienes razón. —Tiró de ella—. Lana Jackson está ahí adentro y amenaza
con quedarse a desayunar. Como ves, las noticias vuelan por aquí.
Amanda frunció el ceño.
—Tú, Amanda. —Brooke la abrazó por los hombros—. Lana debe estar
comiéndose las uñas en este momento. En este pueblo no hay muchos solteros y la
competencia es dura, créeme. No creo que le divierta la idea de que estés aquí… Y
me alegro.
—Brooke… —Amanda la regañó con la mirada, sospechando cuales eran las
expectativas de Brooke con respecto a su estancia en Harmony Rock—. No quiero
tener problemas con Tyler, ¿vale? Apenas nos conocemos, pero pareces una buena
chica. Así que no inventes cosas que puedan molestar a la señorita Jackson. No
estaría bien.
—No sé a qué…—La joven puso cara de inocente, pero no la engañó.
—No estaría bien —repitió con firmeza—. No entra en mis planes practicar
la lucha en el barro contra una novia furiosa que pretenda arrancarme mi pobre
pellejo inglés. No estoy interesada en tu hermano, y ya te habrás dado cuenta, por
cómo me trató ayer, que él tampoco lo está en mí. Y, por supuesto, no quiero que
los vecinos practiquen el tiro a la turista roba novios cada vez que me vean. ¿Lo
entiendes, verdad?
—Claro. —Brooke suspiró y le hizo un simpático guiño—. Pero no me
negarás que mis hermanos están para comérselos. Y eso que aún no conoces a
Dylan.
—Brooke…
—Está bien, me callaré. Y prometo no hacer de Cupido. Pero ni tú ni Tyler
podéis evitar que me alegre porque a Lana Jackson se le atragante el desayuno al
verte.
Amanda se dio por vencida.
—Por mi parte, no tengo intención de crearme enemigos el primer día.
Pienso comerme esas tortas aunque muera en el intento. ¿Vamos?
—Vamos.
***
Lana Jackson era tal y como se la había imaginado. Toda una mujer, de pies
a cabeza. Nada más verla, supo que era la perfecta compañera para un duro
vaquero como Tyler. Increíblemente alta, casi tanto como él. El cabello del color del
fuego que le caía como una cascada por la erguida espalda. Delgada y esbelta, con
aquellas sugerentes formas que se adivinaban bajo su precioso vestido de algodón
salpicado de flores. Parecía la portada de un disco de Faith Hill.
Amanda tuvo un poquito de celos al comprobar que Tyler parecía haber
olvidado que le debía una disculpa y que su expresión revelaba un buen humor
que seguro tenía que ver con la visita de la pelirroja.
Al notar su presencia, Lana se volvió, dejando la bandeja que llevaba sobre
la mesa para saludarla efusivamente. Sus ojos eran de un azul intenso y se clavaron
en Amanda con evidente curiosidad.
—¡Señorita Abbot! —Estrechó su mano, y de no ser por el recelo contenido
que percibió en el gesto, Amanda habría caído en la trampa de pensar que aquella
mujer era un encanto—. Es un placer conocerla por fin… Pensará que somos unos
paletos curiosos, pero lo cierto es que este es un pueblo pequeño y tenemos pocas
oportunidades de ver gente nueva por aquí. Desde que Mac, ese bruto que la trajo
en su camión, lo contó en el bar de Ray, los vecinos no hablan de otra cosa.
—¿En serio? —Amanda temió que la hubieran descubierto y que su idea de
pasar desapercibida se fuera al traste.
—¡Pues claro! Todos quieren conocer a la guapa turista inglesa que se
hospeda en Harmony Rock.
Amanda agradeció en silencio que se hubieran tragado su historia. Era una
suerte que aquellas buenas personas no estuvieran al día de la actualidad de la
prensa del corazón londinense. Por el momento, nadie parecía relacionarla con la
famosa Lori Chase, la mujer que había protagonizado la noticia más reciente y
sonada en el ámbito de la televisión inglesa. Eso la hizo sentirse segura y relajada.
Aunque no se le escapó el tono sarcástico que Lana había utilizado al referirse a
ella. Y tampoco, el modo en que Tyler la observaba con disimulo mientras servía el
café en las tazas.
Se sentaron a la mesa, y Brooke rechazó con amabilidad el plato con las
tortas que Tyler le ofrecía.
—¿No? —Él parecía extrañado.
—Tomaré solo café, Tyler. Anoche comí algo que me sentó mal y no quiero
arriesgarme —mintió, golpeando el pie de Amanda por debajo de la mesa.
—¿Quieres que vayamos a ver al doctor? —preguntó Tyler con expresión
preocupada.
—No será necesario. —Brooke negó con la cabeza, interpretando a la
perfección su papel de enferma—. No es más que una pequeña indigestión. Ya me
conoces, nunca sé decir basta.
—¿Qué te he dicho, Tyler? —Lana intervino y su voz era tan dulce como el
almíbar al dirigirse a él—. Alguien debería decirle a Brooke cómo alimentarse.
—¿Alguien como tú, Lana? —Por su parte, la voz de Brooke estaba cargada
de veneno—. No, gracias. Prefiero que me exploten las tripas antes de convertirme
en una flacucha con las piernas como palillos, créeme.
—¡Brooke! Discúlpate ahora mismo. —Tyler no se lo estaba pidiendo. Se lo
ordenaba. Colocó una taza de humeante café delante de Brooke y se cruzó de
brazos, esperando aquella disculpa.
«Qué conmovedor», se dijo Amanda para sus adentros… Cómo se ponía
aquel tipo por defender el honor de su dama y, sin embargo, ni una sola mirada de
arrepentimiento por haberse pasado de la raya el día anterior. Se abstuvo de
opinar sobre eso y lo apuntó en su agenda mental para recordárselo más tarde,
cuando la sensacional e increíblemente hermosa Lana no estuviera en escena.
Brooke pareció dudar un instante. Sin embargo, al cabo de unos segundos,
se volvió hacia Lana y sonrió.
—Perdona, Lana. —Ahora su actuación dejaba mucho que desear—. No
quise ser grosera y, por supuesto, no me refería a tus preciosas piernas kilométricas
cuando hablaba de tener las piernas como palillos.
—No importa. —Pero por la forma en que brillaban sus ojos, Amanda supo
que sí le importaba. Y mucho. Y aunque era obvio que la pelirroja deseaba hacer
tragar literalmente aquel plato de tortas a Brooke, se limitó a mirarla con aire
condescendiente de hermana mayor—. Todos sabemos lo que es tener dieciocho
años, ¿no es así, señorita Abbot?
Amanda estaba a punto de decirle que sus dieciocho años probablemente no
habían sido como el del resto de las chicas. Lo cierto era que recordaba su infancia
y su posterior adolescencia como una larga cadena de acontecimientos insólitos
que la conducían a una vida que, de algún modo, no era la suya. La muerte
prematura de sus padres y el carácter independiente —quizá por supervivencia y
autoprotección— de su hermana Chelsea habían hecho que siempre tuviera una
imagen un poco distorsionada de la familia, de las etapas vitales y de sí misma.
Marion Abbot le había enseñado muchas cosas, pero se había ido antes de
enseñarle lo que más necesitaba. No le había dicho nada sobre cómo resistir a la
sensación de soledad cuando todo lo que posees es un nombre falso y un puñado
de admiradores a quienes no les importa quién eres realmente. Una ligera punzada
de tristeza se instaló en su corazón y sonrió para apartar los recuerdos penosos de
su mente.
—He oído que en Londres las chicas hacen todo lo que quieren. Llevan
botas militares con correas, se colocan pearcings y se tiñen el pelo a la moda punk —
comentó Lana con una sonrisa.
—No somos bichos raros, señorita Jackson…
—Lana, por favor.
—Lana… No tenemos seis ojos ni practicamos sexo a través de un orificio en
mitad de la nuca —explicó Amanda con la mayor amabilidad posible, a pesar de
que la otra mujer parecía dispuesta a declararle la guerra si se atrevía a ponerse de
parte de Brooke. Suavizó el tono—. La verdad es que no soy experta en la materia.
Debido a la profesión de mi padre, mi hermana y yo teníamos que cuidar de
nosotras mismas la mayoría de las veces, por lo que nos quedaba poco tiempo para
teñirnos el pelo. No sé si pertenecemos a esa gente rara de la que ha oído hablar.
Pero creo que sé una cosa. Y es que no importa el color de tu pelo o cómo te vistas.
Las personas que te quieran, te querrán de todos modos… Y tu aspecto no
cambiará eso.
—Señorita Abbot… Logrará que me emocione de verdad —se burló Tyler y
le sirvió más café sin dejar de mirarla, como si realmente analizara la posibilidad
de encontrar algún par de ojos extra en su rostro—. Y dígame, Amanda, ¿a qué se
dedicaba su padre?
—Era fotógrafo. Y muy bueno, por cierto —explicó con orgullo—. Su frase
favorita era «una imagen vale más que mil palabras».
—¿Por ejemplo? —Tyler parecía interesado.
—Ustedes dos… es una imagen elocuente —dijo refiriéndose a Tyler y a
Brooke. Entornó los párpados y colocó sus manos como si enmarcara a los dos
hermanos entre sus dedos.
—¿Es que le parecemos tan atractivos? —preguntó, fingiendo que no le
importaba su respuesta. Pero Amanda había podido leer entre líneas lo que
escondía realmente su pregunta. Tyler había querido decir «¿te parezco tan
atractivo?». Y aunque se lo parecía, jamás se lo habría confesado, mucho menos
mientras la mirada asesina de Lana Jackson se clavaba en ella—. ¿Qué cree que
diría su foto de Brooke y de mí?
Tyler alargó su mano para untar con miel una enorme torta y se la ofreció.
Amanda la mordisqueó distraída.
—Creo que diría que son cabezotas y que hay algo muy especial entre
ambos… Los dos se dejarían cortar el brazo por el otro si fuera necesario.
—Ah, pero se equivocaría en algo, señorita Abbot. —Tyler chasqueó la
lengua divertido—. Brooke es cabezota. Yo solo soy sensato. Y por nada del
mundo pondría mi brazo en peligro por defender a mi hermana caprichosa y
desobediente.
—Oh, cállate, Tyler. Eres un aguafiestas. —Brooke sonrió y la miró
entusiasmada—. ¿Nos harás unas fotos con tu cámara? Tyler, ¿te imaginas que
nuestra foto pudiera estar en alguna de esas elegantes galerías de Inglaterra?
—Brooke, solo soy una aficionada —confesó con modestia, aunque,
interiormente, fantaseaba con que algún día podría dedicarse a ello y abandonar su
nada deseada carrera como actriz, de la que vivía para pagar las malditas facturas
y los viajes de Chelsea por todo el mundo.
Su hermana llevaba varios años intentando decidir qué quería hacer con su
vida y si no lo hacía pronto, Amanda tendría que dejar de ser su mecenas turístico
y cortaría el suministro a su cuenta corriente.
—Di que sí, por favor, por favor...
Lana carraspeó. Al parecer, se habían olvidado de ella durante la
conversación.
—Solo si Lana acepta ser mi primera modelo —ofreció Amanda, esperando
que su invitación enterrara el hacha de guerra. Por la expresión radiante de la
mujer, supo que había logrado su propósito y añadió zalamera—. Debo confesarle
que nunca antes había visto un rostro tan perfecto, tan fotogénico como el suyo…
Me permitirá que le saque unas cuantas fotos, ¿verdad? Puede que con ese material
de primera calidad, mi carrera como fotógrafa novata se dispare al estrellato
definitivamente.
—Qué tontería…, pero será un honor para mí. —Lana se mostraba
agradecida y, por fortuna, había bajado la guardia—. Usted dirá cuándo le viene
bien, Amanda. Ahora tengo que irme a hacer unas compras. Pero, si quiere, puedo
volver esta tarde.
—Esta tarde entonces. —Amanda la vio salir de la cocina, y Tyler, solícito, la
acompañó hasta la puerta. Cuando regresó, su expresión era pensativa.
Brooke estaba recogiendo los platos, y Amanda se levantó enseguida para
ayudarla.
—Oh, no. Eres nuestra clienta. —Brooke la empujó hacia su hermano—.
¿Por qué no llevas a Amanda a dar una vuelta por el rancho, Tyler?
—¿Ahora?
—No quiero ser una molestia, de verdad. —Amanda tenía por costumbre
no aceptar las invitaciones hechas por cortesía. Y, de todos modos, la expresión
disgustada de él era todo menos cortés.
—Venga, Tyler —se impacientó Brooke y le lanzó un poco de espuma del
fregadero sobre la cara en actitud traviesa—. Confiesa que no tienes nada mejor
que hacer. Es sábado.
—Está bien. Si ella lo soporta… —Se volvió dispuesto a marcharse, y
Amanda lo siguió detrás, casi pegada a su espalda.
—Lo soporto —dijo de inmediato y la sonrisa se le congeló en los labios al
comprobar que la mirada de él era severa—. Es decir, solo si no tiene nada mejor
que hacer.
—Nena, no tiente su suerte —le advirtió de camino de la puerta. La abrió
para hacerla pasar primero y, justo cuando ya lo había hecho, bajó su brazo,
pronunció su nombre en voz baja. Amanda lo miró a los ojos, quedando
paralizada—. ¿De verdad quiere vérselas con Lana Jackson esta tarde?
Amanda encogió los hombros, fingiendo que no sabía a qué se refería.
Escapó de su sombra y lo esperó fuera. Tyler le hizo un gesto para que caminara a
su lado.
—Tyler… —empezó a decir, pero se arrepintió al instante. Quizás a él no le
gustaban las preguntas y no quería que se enfadara con ella antes de lo que
prometía ser un interesante paseo.
—¿Qué? —Para su sorpresa, él le prestaba toda su atención a pesar de su
gesto aparentemente distraído.
—No es nada.
—Vamos, Amanda. No sea tímida —él se burlaba otra vez—. Porque no lo
es, ¿verdad?
—No, no lo soy —confesó. «Al menos, no lo era hasta ayer», estuvo a punto
de confesarle.
—Bien. Entonces, ¿de qué se trata?
—Yo… —Amanda dudó. ¿Y si se ponía hecho una fiera y la enviaba de
vuelta a casa? Se arriesgaría, ya que él insistía tanto—. Me ha parecido que le
divertía la situación.
—¿Situación? ¿Qué situación?
«Qué gran farsante es», pensó Amanda. Si se lo propusiera, podría tener un
papel estelar en su serie de la BBC. Pero solo si ella estuviera en otro continente y
Ewan hubiera perdido el juicio. Y lo último no era del todo improbable
considerando que a estas alturas ya debía estar interrogando a Kitty para
sonsacarle el paradero de Lori Chase. Trató de no pensar en ello y se concentró en
la conversación.
—Ya sabe… Brooke me contó que Lana y usted son buenos amigos —
murmuró.
—¿Y?
—Bueno… tuve la sensación de que a ella no le gustaba que yo estuviera
aquí.
—¿Y?
—Oh, déjelo ya —suspiró exasperada—. Sabe muy bien de qué estoy
hablando.
—Señorita Abbot. —Tyler señaló un sendero oculto tras unos arbustos y tiró
de su mano. Amanda aceleró el paso para avanzar al mismo ritmo, ya que él daba
grandes zancadas y estaba segura de que lo hacía a propósito. Sin duda, Tyler
McKenzie estaba acostumbrado a que los demás lo siguieran sin rechistar. «Un día
de estos, señor McKenzie, alguien hará que sea usted quien corra», sonrió ante la
idea, pero no se lo dijo—. ¿Quiere saber si me divierte que Lana me considere de
su propiedad?
—Básicamente… sí.
—¿Por qué? ¿Le molesta que sea así?
—En general —ella tomó aire para contestar. La carrera la estaba dejando
exhausta a pesar de que siempre había creído estar en buena forma—, me molesta
que la gente vea a los demás como una propiedad.
—Qué alivio. Pensaba que se trataba solo de mí.
—No diga tonterías —lo reprendió Amanda y cuando lo alcanzó, agradeció
con una mirada que se hubiera detenido a esperarla—. Pero es evidente que la
señorita Jackson no opina lo mismo que yo, ¿no cree?
—Eso es porque la señorita Jackson tiene una visión más práctica. —Tyler
alargó sus dedos hacia ella, y Amanda contuvo la respiración. Sintió cómo le
recorrían la mejilla durante unos segundos que le parecieron eternos—. Tenía
restos de miel en la cara.
—Ah, —Amanda tragó saliva con dificultad. Por un momento… mejor que
no pensara en lo que se le había ocurrido que él haría.
—Y volviendo a lo de antes… —Él cruzó los brazos sobre el pecho y, al
hacerlo, su elevada estatura se hizo aún más patente. A su lado, Amanda parecía
insignificante—. ¿Qué es lo que le molesta en realidad? ¿Que me divierta lo que
Lana piensa o que sea cierto lo que piensa?
—¿Es un acertijo? —Amanda sonrió para aliviar la tensión entre ellos.
—Conteste, Amanda Abbot. Me interesa mucho su respuesta.
—Es que… —Amanda tenía que ser cuidadosa o él terminaría pensando
que solo era otra mujercita con… ¿cómo había dicho?, «la cabeza llena de
pájaros»—. Bueno, es que no es asunto mío en realidad.
Tyler no dijo nada, lo que demostraba que, después de todo, había sido la
respuesta adecuada.
—Qué discreta… y qué mentirosa —se burló finalmente—. Ahora dígame,
Abbot… ¿Cómo le gustaría que fuera su estancia en Harmony Rock? ¿Prefiere
pasar unos días ociosos, paseando y sacando fotos de mis feos vecinos? ¿O por el
contrario le gustaría integrarse de verdad en la vida del rancho?
—Vaya… conociéndolo, seguro que cualquier cosa que diga me colocará en
un aprieto. —Amanda ya se veía recogiendo estiércol para él o realizando
cualquier tarea que contuviera las palabras madrugar, sucio o insecto en la
atractiva boca de Tyler—. Pero no quiero un trato especial… Aunque seguro que
no serviría de nada si lo pidiera, ¿no es así?
—Muy lista.
Tyler no quería pasarlo bien junto a aquella desconocida, pero muy a su
pesar, ella le resultaba encantadora. Se fijó en los pequeños hoyuelos que se
marcaban en sus mejillas cuando sonreía. Se fijó en que su cabello era tan fino que
nunca se quedaba quieto por más que lo anudara con una cinta y que los mechones
le caían a ambos lados de la cara, enmarcando su expresión melancólica y a veces
ausente. A decir verdad, se fijaba en demasiados detalles tratándose de Amanda
Abbot. Y él no era un tipo especialmente observador, maldita sea. Removió la
tierra bajo su bota con la punta y se acomodó mejor el sombrero, como si eso
sirviera para poner en orden sus ideas.
—Tiene que decidir en qué quiere gastar su dinero, Abbot. Dijo que no
había sido barato, y no soportaría que se sintiera estafada.
—Vamos, no sea embustero. Sabe muy bien que está deseando que haga la
maleta. —Amanda no se ofendió por el comentario. Los ojos verdes del hombre
irradiaban algo especial y le decían que solo bromeaba esta vez—. Está bien,
Tyler… Mañana lo decidiré y se lo haré saber.
—¿A la hora del té? —bromeó de nuevo, y Amanda le habría atizado de no
ser porque se sentía cómoda y porque, para variar, McKenzie estaba siendo…
¿amable era la palabra adecuada? Tyler señaló hacia el horizonte—. ¿Qué le
parece?
Tyler apuntaba hacia el increíble paisaje que se extendía ante ellos. Amanda
asintió en silencio, incapaz de decir una palabra que rompiera el hechizo de
aquella hermosa visión.
—Hasta donde le alcanza la vista, es Harmony Rock.
—Fascinante —murmuró.
—Lo es. Cuando mi madre murió, yo apenas era un muchacho —continuó
él, y Amanda percibió cierta nostalgia en su voz—. Brooke era solo una cría y mi
padre no tenía la menor idea de cómo tratarla. Ninguno la tenía, en realidad. Pero
yo quería que Harmony Rock fuera su legado. Todo ha sido por y para ella.
Siempre. El año pasado, al morir el viejo, la mayoría de nuestros vecinos me
aconsejaron que encontrara un comprador y vendiera.
—Pero no lo hizo. Eso lo honra.
—¿Me honra? —La miró fijamente, de un modo extraño que hacía que el
paisaje y todo lo demás se desdibujaran inexplicablemente—. Abbot… No sé si
podré acostumbrarme a esa jerga suya tan elegante.
—Déjelo, McKenzie. No va a engañarme —replicó—. Sé que tiene
sentimientos, no lo niegue. Aunque hasta ahora se haya comportado como un
androide sacado de la Guerra de las Galaxias. Y en cuanto a Brooke, quizá no sabe
cómo tratarla. Por desgracia, los seres humanos no venimos al mundo con un
manual de instrucciones. Pero ¿qué más da? Seguro que Brooke lo comprende. Ya
no es una niña —observó ella.
«Brillante, Amanda. Has estado brillante», pensó contrariada. Tyler
McKenzie le abría una pequeña rendija del corazón que parecía ocultarse bajo
aquel musculoso pecho que se elevaba bajo su camiseta de algodón y del que no
podía apartar la mirada. Y en lugar de exigirle la disculpa que pretendía
arrancarle, solo se le ocurría ponerle ojitos presa de la emoción porque compartiera
con ella aquel pequeño detalle de su vida. Perfecto.
—No, no es una niña. —Él la sorprendió gratamente al no hacer ninguna
observación jocosa—. Es una mujer, fuerte y valiente. Vaya… creo que no lo había
asumido hasta ahora y puede que usted no me caiga bien por ser la culpable. Pero,
aun así, me gusta pensar que he conservado Harmony Rock para ella, para todos.
Era una cuestión personal, señorita Abbot. ¿Sabe a qué me refiero?
—Me hago una idea —respondió algo molesta porque él la consideraba
poco menos que retrasada mental.
—Bien. —Parecía encantado por la contemplación de su obra, aunque tal
vez no tanto por el reciente descubrimiento sobre Brooke del que la hacía
responsable.
Amanda rezó porque aquello no le valiera algún tipo de venganza al estilo
del salvaje oeste, del tipo convertirla en carne picada y ponerla en una parrilla.
—Yo quería que Brooke despertara algún día y me dijera: «Gracias, Tyler.
Estoy muy orgullosa de ti. Conservaste nuestro hogar» —añadió él.
Amanda frunció el ceño, sospechando que había moraleja en toda aquella
historia.
—Y ya ve. Cuando Brooke despierta por la mañana, todo lo que dice es —
imitó el tono chillón de su hermana—: «Ey, Ty, grandísimo bruto, a ver cuándo me
llevas a la ciudad. Me aburro como una ostra».
—¿Se arrepiente de lo que hizo?
—Nunca. —Tyler giró sobre los talones para mirarla directamente—. Es por
eso que no quiero que le llene la cabeza de tonterías acerca de lo bien que se vive
en su Londres, en Europa… Ese mundo no haría feliz a Brooke. Sé muy bien cómo
se vive allí, créame. No es para ella, para nadie en realidad. Muy pronto, tal vez
antes de que me dé cuenta, Brooke querrá escribir su propia historia. Pero espero
que lo haga aquí, junto a las personas que la quieren. Donde nunca tendrá que
soportar a ningún tipo que se crea su dueño, porque siempre tendrá un hogar que
la confortará cuando lo necesite. Y como dijo antes, siempre me tendrá a mí.
—Es muy hermoso. —Amanda estaba emocionada, a pesar de que Tyler lo
había planteado como si ella quisiera secuestrar a su hermana y venderla en algún
mercado de esclavos muy lejos de su idolatrado paraíso árido.
Lo pasó por alto. No sabía si se debía a sus palabras, a que los dos estaban
tan cerca o, sencillamente, a la inquietante revelación de que Tyler McKenzie
resultaba un tipo encantador cuando no estaba de un humor de perros. De
cualquier modo, sus rodillas se habían convertido en un par de postres de gelatina.
Tyler sonrió, y, al hacerlo, Amanda sintió que el suelo desaparecía bajo sus
pies. Definitivamente, él no poseía el típico atractivo de los hombres de la ciudad
que acudían tres veces por semana al gimnasio para fortalecer sus músculos y
adquirir un esmerado bronceado. El gimnasio de Tyler era la propia vida, y su
bronceado, el resultado de muchas horas de trabajo bajo un sol brillante que les
hacía de techo en verano. Sin embargo, su aspecto no podía ser más seductor.
Observó su rostro con detenimiento. Los rasgos varoniles, el mentón pronunciado
y la nariz recta. La boca arrogante, con aquella pequeña cicatriz que incitaba a una
caricia, y los ojos verdes que invitaban a mirarse en ellos y perderse del mundo
durante horas.
—Si promete no hacer un chiste, algún día le contaré un secreto —susurró él
junto a su oído.
—¿Por qué no ahora? —Amanda no podía esperar un minuto para saber
más.
—Porque, por hoy, mi curiosa señorita Abbot, ya le he contado demasiado
—convino Tyler—. ¿Seguimos nuestro paseo? Ahora le toca a usted el turno de las
confidencias. Tiene que explicarme eso de practicar sexo por el orificio de su nuca.
Amanda supo que le esperaba un largo día de alusiones humillantes sobre
ese comentario. Le estaba bien empleado por pasarse de lista. Se preparó para ello
con el ánimo que le proporcionaba ver la perfecta musculatura de su acompañante
en movimiento.
***
Querida Kitty: ante la imposibilidad de hablar contigo por teléfono, ya que mi móvil
murió después de un humillante episodio que prefiero olvidar, te escribo este correo
electrónico desde el portátil de Cameron. Antes de nada, quiero pedirte disculpas por lo que
te dije sobre tus primos. Es cierto que me enviaste a esta versión de La Ponderosa1 con
engaños, pero sé que lo hiciste con la mejor intención. Y puede que esto termine
gustándome si antes no muero por la mordedura de una serpiente o aplastada por una
estampida. Resulta que Brooke es una chica estupenda, y Cameron, un tipo encantador. Las
chicas de Mentone se lo rifan en este momento y seguro que alguna le echa el lazo antes de
que termine el año. Dicho esto, te perdono.
Otra cosa. ¿Se te ocurre algo peor que caer sobre un montón de boñiga de vaca
mientras haces malabarismos con el teléfono para hablar con tu amiga del alma? Ni siquiera
alguien con tu talento podría imaginarlo. Te voy a responder. Lo hay. Hay algo peor. Caer
sobre un montón de boñiga de vaca y que un lunático que se cree Clint Eastwood —no en
su época encantadora de Los Puentes de Madison, sino en la de antes, la de macarra del
oeste— te lance al interior de un depósito de agua sucia. ¿Sorprendida? Seguro que te estás
1
N.A.: La Ponderosa era el nombre del rancho en una conocida serie televisiva norteamericana
emitida en España en la década de los sesenta.
riendo mientras lees estas líneas, pero también te perdono. Dejando este asunto a un lado…
Brittany debe estar furiosa. Ya sé que no lograría que confesaras donde estoy aunque te
ofreciera toda su colección de visones. Pero hazme un favor. Ten cuidado con ella. Y una
cosa más. ¿Chelsea se ha puesto en contacto contigo? La adoro. Pero reconozco que, a veces,
desearía tener más pistas sobre su vida que esas postales que manda en las que solo se le ve
una mano sosteniendo la torre Eiffel. Te quiero. Amanda.
Pdta: echo de menos nuestra noche del viernes viendo la reposición de Jayne Eyre.
Ojalá estuvieras aquí, esto te gustaría. Te gusta todo lo excéntrico, y créeme, no hay nada
más excéntrico que ese primo vaquero tuyo con tendencias homicidas.
***
***
2
N.A.: Encefalopatía Espongiforme Bovina, enfermedad comúnmente conocida como mal de las
vacas locas. En el año 2003, México prohibió el ganado de cría de Texas después de que se detectara
un solo caso de esta enfermedad en una vaca del estado de Washington nacida en Canadá. El
comercio bovino quedó bloqueado hasta el año 2008, en el que las negociaciones de varios estados
hicieron posible el levantamiento de la prohibición siguiendo indicaciones de la normativa de la
Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) y se comercializó nuevamente la carne de res de
Texas y otros estados norteamericanos.
cabellera si piensa que te he inducido al alcohol y la perversión —bromeó y la
siguió, evitando que los descubrimientos sobre la personalidad de Tyler hicieran
flaquear su voluntad y la opinión que aún tenía de los tipos como él.
***
Tyler entró a tientas en la cocina. Era media noche, estaba oscuro y apenas
podía ver nada, pero se arriesgó. Tenía la boca reseca y los músculos entumecidos.
Reprimió un quejido cuando se golpeó accidentalmente el muslo al pasar junto a la
mesa de roble.
—¡Jod…! —maldijo entre dientes mientras abría la puerta del refrigerador y
cogía una bolsa de hielo para colocársela sobre el ojo amoratado.
La luz del interior iluminó la habitación y entonces la vio. Durante unos
segundos, aquella imagen lo dejó paralizado. Ella llevaba puesto un pijamita de los
que podían provocar un infarto, dos piezas muy cortitas de algodón gris con un
ribete de encaje blanco, inocente y provocador. ¿Quién los diseñaba, maldita sea?
Este lo había cosido el mismo Diablo con sus negras pezuñas, estaba seguro. Y no
le gustaba nada el efecto que causaba en él. Apartó la mirada con fastidio.
Abbot lo observaba con expresión interrogante desde el otro lado de la
mesa. Al ver sus magulladuras, acortó la distancia entre ellos. Trató de sostener la
bolsa de hielo por él, pero Tyler la evitó con terquedad y cerró bruscamente la
puerta de la nevera.
—Por todos los Santos… —Amanda parpadeó, confusa—. ¿Qué ha pasado?
—No es nada, vuelva a la cama —ordenó de mal humor.
—¿Ha estado bebiendo? —insistió, dispuesta a no dejarse amedrentar por
su habitual falta de cortesía.
Amanda encendió la luz del extractor de humos para verle mejor la cara y se
mordió los labios al comprobar que era peor de lo que creía. Si aquello era el
resultado de una noche de juerga, le pediría que no le recomendara el lugar donde
había estado. Frunció el ceño sin dejar de mirarlo. Pobre… Sintió lástima a pesar de
que Tyler, el tipo más insoportable y bruto de todo Texas, no merecía ni quería su
compasión. Contempló con estupor el pequeño corte en la ceja que aún sangraba y
el tono amoratado de su pómulo. Además, tenía el labio superior hinchado, lo que
convertía la atractiva cicatriz en un bultito prominente sobre su boca. Como
siempre le sucedía, deseó acariciarla, esta vez con la sana intención de aliviar su
dolor. Levantó los dedos para tocarla, pero Tyler se apartó.
—He dicho que vuelva a la cama, Abbot —gruñó, sentándose con dificultad
y destapando una botella de zumo para beberla casi de un trago.
—Antes, explíqueme qué ha sucedido —exigió con firmeza, cruzando los
brazos sobre el pecho y, de paso, evitando que los ojos furtivos de Tyler siguieran
traspasando la tela de su pijama.
Sintió que los pezones se le endurecían involuntariamente. Sería el frío.
«Mentirosa, mentirosa», se dijo… No tenía remedio. Despreciaba a los tipos como
McKenzie. Arrogantes y seguros de sí mismo, gritando siempre a los cuatro
vientos lo machitos que eran y lo bien que se las apañaban sin una mujer. Sin
embargo, no podía evitar que, al mirarlo, incluso con aquel aspecto devastado, sus
hormonas se revolucionaran. Tomó aire para recuperar el control de la situación.
—Tyler…
—Lárguese, Abbot. —Estiró el brazo para coger uno de los paños de cocina
que colgaban del fregadero, pero se arrepintió cuando sus costillas crujieron con el
movimiento. Amanda lo humedeció y se lo dio en silencio—. Gracias. Y adiós.
—De nada. Y ahora, ¿va a contármelo?
Tyler elevó la mirada un centímetro, arriesgándose de nuevo al tentador
panorama que eran aquellos senos embutidos bajo el malvado y minúsculo pijama.
Qué ironía… Acababa de recibir la paliza de su vida y no se le ocurría otra cosa
que pensar en hacer manitas con su huésped británica y entrometida.
Definitivamente, iba a celebrar que Amanda Abbot y su inquietante lencería se
fueran cuando terminaran sus vacaciones.
—¿Y bien? —reclamó ella, colocando ahora los brazos en jarras, de manera
que el algodón de la camiseta se estiró sobre su pecho, dibujando a la perfección la
totalidad de su contorno.
Por un momento, Tyler creyó ver cómo un letrero luminoso rojo se encendía
justo sobre aquella zona de la anatomía femenina, incitándolo… Pero no. Solo
había sido una ilusión, quizá producto de los golpes y el escaso alcohol que había
ingerido. Estuvo tentado a volver sobre sus pasos. Prefería otra paliza antes que
aquella tortura. Aunque comprendió que Abbot no era de las que se retiraban. Ni
siquiera cuando su oponente estaba hecho trizas.
—Me caí —explicó con escaso poder de convicción.
—Pues ha debido rodar por el Gran Cañón, McKenzie. Está hecho un asco.
—Le quitó el paño de las manos y se colocó junto a él, ignorando sus protestas.
Limpió la herida de la ceja con suavidad y alargó la mano para buscar el
desinfectante. Lo aplicó sin piedad, sonriendo para sus adentros cuando lo escuchó
contener un gemido—. Déjeme ver ese labio. —Lo recorrió con los dedos, tocando
apenas la hinchazón y comprobando que comenzaba a disminuir gracias al efecto
del hielo—. Sobrevivirá —comentó con una expresión sarcástica que desapareció
enseguida al ver las marcas de nudillos en su mandíbula—. ¿Seguro que ha sido
una caída? Porque si es así, tengo una mala noticia que darle, McKenzie. Su cara
parece un mapa en el que asoma un nuevo país llamado el puño de alguien.
—No pregunte, Abbot. No es usted mi madre ni mi hermana ni nada mío…
y no estoy de humor —le advirtió con tono quejumbroso.
—Pues menuda novedad. —Amanda lo obligó a dejarse hacer y metió las
manos bajo su camiseta, elevándola y conteniendo una exclamación que no tenía
nada que ver con la visión de sus magníficos abdominales. «Pero, ¿qué…?». Dios,
le habían hecho papilla las costillas. Se preguntó cómo demonios podía haber
llegado por su propio pie hasta la casa. Las palpó con preocupación y tuvo que
recordarse mentalmente que su papel de la enfermera Wendy no era más que eso,
un personaje. Clavó los ojos en él, enfadada—. Voy a despertar a Brooke. Tiene que
verlo un médico.
—No… —Retuvo las manos de Amanda contra su estómago, sintiéndose
inexplicablemente mejor solo por el contacto de aquellos dedos cálidos. La miró a
la cara, un poco avergonzado por su reacción, aunque no la había soltado—. Por
favor.
—Tyler…
—Abott…, otro día podemos pelear hasta que uno de los dos tire la toalla…
Pero no hoy —pidió—. Creo que no hay nada roto. No quiero que Brooke monte
una escena por unos cuantos golpes.
—¿Unos cuantos golpes? Por Dios, parece como si Chuck Norris lo hubiera
usado como saco de entrenamiento —replicó, apartando las manos de su
estómago—. Y no se atreva a insultar mi inteligencia con ese cuento de antes. O me
dice qué ha pasado o empiezo a gritar como una loca hasta que me oigan en Nueva
York.
Tyler echó otra breve ojeada a sus senos. Solo para comprobar la capacidad
de su caja torácica y ver si podía cumplir su amenaza. Volvió a marearse y lo
achacó al cansancio, a la paliza y al número de meses que llevaba sin tocar a una
mujer.
—¿Y bien? —Amanda se mostró inflexible.
—Está bien, maldita sea… Prometa que no le dirá nada a Brooke. Y tampoco
a Cameron. —Esperó a que ella asintiera con un gesto—. Cuando salía del bar de
Ray hace una media hora, tres tipos me arrinconaron junto a la camioneta. No
logré verles la cara, pero seguro que no eran de por aquí. Se acercaron a mí, me
provocaron y empezó la fiesta.
—Pero… ¿por qué…?
—¿Y cómo quiere que lo sepa, Abbot? Antes de que pudiera decir hola, ya
estaban sacudiéndome esos cobardes hijos de perra… Supongo que habían bebido
más de la cuenta.
—No es cierto y lo sabe. Me está ocultando algo, McKenzie… ¿Quiere que
probemos el volumen de mis pulmones? —Abrió la boca decidida a llevar a cabo
su ultimátum.
Tyler se levantó de repente y se apoyó ligeramente en ella. Sus cuerpos
estaban tan cerca que Amanda podía sentir contra su pecho los fuertes latidos del
corazón del hombre.
—Abbot…, por favor. Le digo que solo eran un par de borrachos buscando
pelea… ¿No podemos dejar esta charla para otro momento?
—Pero debería verlo un médico…
—Solo necesito descansar un poco —zanjó la conversación, dirigiéndose
hacia la escalera que conducía al piso superior y añadió—: Los oídos me retumban
como cuando desafina en la ducha con esa canción de Barry White.
Amanda se convenció de que Tyler estaba realmente afectado por la paliza,
aunque no había perdido su encantador y humillante toque de humor. ¿Dos por
favor en tan corto espacio de tiempo? ¿Y un solo comentario jocoso? Sí, era un mal
síntoma. Lo ayudó a caminar y se dijo que ya hablarían otro día sobre ese asunto
de espiar lo que cantaba en la ducha. Las escaleras fueron un suplicio. Tyler medía
al menos dos metros y aunque intentaba no cargar su peso sobre ella, no podía
evitarlo. Amanda empujó con la punta del pie la puerta de su cuarto y lo
acompañó hasta la cama. Decidió que era mejor no tentar la suerte y le dejó la ropa
puesta. Le quitó las botas con cuidado y las colocó junto a la cama. Se sentó en el
borde, pensativa. Giró la cabeza hacia él cuando sintió sus dedos deslizándose con
sorprendente delicadeza sobre su brazo desnudo.
—Gracias.
«¿Gracias?». Amanda confirmó sus sospechas con una sonrisa. Algún golpe
debía haberle acertado en su dura cabeza. Aunque la suya no parecía funcionar
mejor. Esa era la explicación al torbellino de emociones que la había asaltado al
escuchar aquella única palabra.
—¿Seguro que estará bien? —preguntó.
—En cuanto me deje en paz —su respuesta pretendía ser grosera. Pero no
era eso lo que leía en sus ojos. Tyler la observaba con aquella expresión reservada
que ella nunca sabía cómo interpretar.
—Claro. —Se dispuso a dejarlo solo, aunque él retuvo su mano una vez
más.
—Abbot… —La soltó, y Amanda huyó, comprendiendo que no estaba tan
malherido ni ella era lo bastante sensata para ser inmune a aquella simple caricia
entre… ¿amigos era demasiado precipitado?
—¿Sí, Tyler? —lo dijo en voz baja y lo oyó reír quedamente.
Cielos… su estómago se contraía cada vez que escuchaba aquella risa que él
no prodigaba a menudo.
—Mañana… debería ir con Brooke al pueblo —comentó con somnolencia—.
Compre un pijama de su talla, ¿quiere? Yo corro con todos los gastos…
Amanda suspiró antes de cerrar la puerta a su espalda y se apoyó en la
madera unos segundos, analizando con los ojos cerrados el delicioso cosquilleo
que su petición le producía.
***
Las Vegas
***
—No estás enamorada de él.
—¿Y a quién le importa?
Dylan contemplaba fascinado el movimiento de aquellos dedos largos que se
deslizaban con suavidad sobre su antebrazo, dibujando serpientes imaginarias que podrían
haber sido ella misma. Una auténtica serpiente. Muy venenosa. Una víbora que
contaminaría el alma de Tyler y lo convertiría en un tipo desgraciado e infeliz.
—A mí me importa —enfatizó.
—Dylan… ¿De verdad crees que eso me hará cambiar de opinión? —Brenda
suspiró como si aquella conversación le produjera un enorme aburrimiento y cambió de
posición en la cama, apoyándose sobre el codo para mirarlo directamente a los ojos con
aquella expresión traviesa y perversa—. Cariño…, no pienso pasarme el resto de mi vida
bailando para una pandilla de babosos en un tugurio de mala muerte. Tyler me cae bien. Y
le gusto. Tiene demasiadas cosas en la cabeza y es bueno para él que salgamos. Le distrae de
sus obligaciones. Ya ves. Soy perfecta para él, y Tyler es un tipo comprensivo. Somos tal
para cual.
—Entiendo… Si es tan comprensivo, ¿por qué no le has hablado de tu pasado?
Mejor aún, ¿por qué no le hablas de tu presente y de los planes que tienes para él?
—Dylan…, dije comprensivo, no idiota. ¿En serio esperas que haga algo así? No lo
entendería, créeme.
—Claro. —Apresó con distracción uno de los senos de la mujer y lo presionó con
una mezcla de excitación y rechazo—. Pero te acuestas conmigo.
—Porque me encuentro sola, cariño. No es fácil para una chica de ciudad. —Se
estiró mimosa sobre las sábanas y arrastró los dedos del hombre hasta su estómago plano y
apretado—. Y ahora que vamos a ser una gran familia…
—Sabes que no podrás mantener esa mentira eternamente, Brenda.
—No sé de qué me hablas. —Ella se revolvió como una gata en celo. Chasqueó la
lengua cuando él le mostró la tableta de píldoras anticonceptivas que había descubierto en el
bolsito que había lanzado sobre la mesita de noche—. Eso no significa nada. Tyler querrá
casarse conmigo de todas formas cuando le diga que estoy embarazada. Es un McKenzie,
¿no? Quiere hijos… Quizá le dé alguno más adelante… ¿Qué importa que no sea ahora?
Fingiré un aborto, y nunca sabrá que utilicé una pequeña mentirijilla para pescarlo… oh…
¿por qué te importa tanto? Le gusto, ¿no puedes dejar las cosas como están?
—Entonces, cuéntaselo todo. Si te quiere, te perdonará. —Tiró las píldoras dentro
del bolso, ignorando las protestas de la mujer, y añadió—: Si tú lo quisieras, yo no estaría
aquí.
—Ya sabes por qué estás aquí, Dylan… Tyler es un cascarrabias y a veces… no sabe
que una mujer necesita…
Se detuvo cuando la mano de Dylan se deslizó hasta el pubis, permaneciendo allí
como si meditara su siguiente movimiento.
—¿Esto? —Él sonrió vagamente, preguntándose por qué Tyler se había empeñado
en enredarse con la única mujer que jamás podría hacerlo feliz.
La había conocido una noche en la que había bebido demasiado. Ella estaba de paso,
y Ray la había contratado en el bar porque Darleen, su esposa, tenía uno de sus ataques de
reuma. Brenda servía copas como nadie, y los clientes estaban encantados de que lo hiciera
mientras se inclinaba demasiado en la barra para mostrar sus artificiales encantos. Y
aunque los demás pensaban que Tyler era una especie de androide sin necesidades humanas,
era un hombre. No podía culparle porque deseara a Brenda y tuviera un par de encuentros
en la cama con ella. Pero lo otro estaba fuera de cualquier discusión. ¿Pescarlo? ¿A Ty? Esa
mujer pisaba un terreno peligroso. Desconocía que los McKenzie tenían sus propias armas
para defenderse de gente sin escrúpulos como ella. Cambió el tono de voz al hablar de
nuevo:
—Voy a contárselo, Brenda. Quería que lo supieras. Hasta el último momento he
creído que no serías capaz de joderle la vida a mi hermano. Pero ¿sabes qué? Te has vuelto
demasiado ambiciosa. Una cosa es que te acuestes con él de cuando en cuando. Y otra muy
distinta es que quieras endosarle un bebé imaginario y que ponga un anillo en tu dedo.
—Qué gesto tan caballeroso… —se burló—. Aunque es un poco tarde para fingir
que tienes principios, ¿no te parece? Te recuerdo que Tyler es tu hermano y que fuiste tú
quien viniste a mi cama.
—Después de que me arrastraras insistentemente a ella, no lo olvides —puntualizó.
—Estás celoso. Pero te perdono —ella ronroneó, reteniendo la mano que él
comenzaba a retirar de su cuerpo.
Dylan tiró de ella con brusquedad y se incorporó en la cama, recogiendo del suelo su
camiseta y sus vaqueros. Se vistió con lentitud, consciente de que el silencio de Brenda
auguraba problemas.
—Hablo en serio, Brenda. Mañana, cuando Tyler regrese de Laredo, voy a contarle
lo nuestro —le advirtió con seriedad, inclinándose para calzarse las botas. La oyó contener
el aliento a su espalda y, al mirarla de nuevo, los ojos azules brillaban con intensidad.
—No te atreverás, Dylan. Sabes que Tyler nunca te lo perdonaría. Hay cosas que ni
siquiera los hermanos comparten. Ni la montura ni el caballo ni las chicas, no lo olvides.
—Nena… —Se preparó para lanzar el farol de su vida—. Cuando éramos pequeños,
mis hermanos y yo nos partíamos la nariz por cosas mucho menos importantes que una
muñequita como tú. Y al cabo de una hora, compartíamos un buen filete en la mesa como
los mejores amigos. ¿Crees que voy dejar a Tyler en tus manos solo porque dejará de
hablarme durante unos días?
—Te lo advierto, Dylan…, no me conoces tanto. No sabes hasta dónde puedo llegar
si intentas joderme.
—Brenda…, yo ya te he jodido. Varias veces. —Le lanzó a la cara su vestido y
esquivó el zapato que ella le arrojaba al dirigirse hacia la puerta. Quitó el cerrojo y abrió,
sintiendo que necesitaba con urgencia respirar un poco de aire fresco.
—Me alegra oír eso, hermano. Así podré romperte la cara sin sentir
remordimientos.
La voz de Tyler había sido lo último que había escuchado antes de que aquel puño se
estrellara con violencia contra su rostro. De hecho, lo último que recordaba era el pequeño
grito de sorpresa de Brenda al descubrir a Tyler en la puerta y los ojos verdes de su
hermano clavándose en ambos como si quisiera desintegrarlos y borrarlos de la faz de la
tierra.
***
3
N.A.: Popular serie literaria juvenil de aventuras publicada por la escritora inglesa Enid Blyton a
partir de 1940.
ayudarás a Tyler y cuidarás de Brooke. Y mantendrás las manos lejos de nuestra
invitada.
—No te prometo nada… —De pronto, Dylan arqueó sus espesas cejas
negras y sonrió—. ¿Invitada? ¿Me he perdido algo?
—Ni te lo imaginas. Pero será mejor que te lo cuente por el camino.
***
***
***
***
Brooke había madrugado mucho y, a las seis y media, ya tenía preparado
todo un manjar para las dos personas que se sentaban cabizbajas a la mesa.
—¿Has pasado mala noche, Tyler? —preguntó, tan observadora como era
costumbre en ella. Se volvió hacia Amanda con expresión ceñuda—. ¿Amanda?
¿Estás bien?
—Muy bien, gracias. —Concentró su rabia en engullir todo lo que Brooke
iba depositando en su plato.
Tyler, por su parte, solo tomó café y mordisqueó una tostada con desgana.
Ante tal panorama, Brooke anunció que, como ya había desayunado antes que
ellos, iría al establo a ver a los caballos. «Muy lista, Brooke. Pero preferiría que te
quedaras», quiso decirle. Aunque Brooke ya salía por la puerta canturreando una
vieja canción country. Amanda recogió los platos y los llevó al fregadero,
remangando su camisa para comenzar a lavarlos.
«Qué ilusión», pensó sarcástica. Siempre había soñado con pasar sus
vacaciones realizando todo tipo de tareas domésticas en un rancho de Texas donde
el lavavajillas era el gran ausente y un vaquero con mal genio le hacía
proposiciones indecentes bajo los efectos del alcohol. Aunque no lo veía, supo que
Tyler también había abandonado la mesa y se colocaba tras ella. Podía sentir su
respiración lenta y acompasada muy cerca de su nuca. Recogió sin mirarlo la taza
que él había utilizado para el café y la dejó caer con brusquedad en el agua,
salpicándolo a propósito.
Tyler la tomó por los hombros con sospechosa delicadeza, obligándola a
darse la vuelta para mirarla a la cara.
Vaya. Tyler McKenzie empezando el día sin sus habituales modales de
lunático organizador. Aquello sí era una novedad. Amanda se preguntó si se
trataba de otro truco en el que, una vez más, su dignidad terminaría convertida en
conejo en el interior de su gastado sombrero de cowboy.
—¿Está enfadada? —preguntó, y de no ser por el brillo de sus ojos, Amanda
habría caído en la trampa.
El muy desgraciado… Lo estaba pasando en grande interpretando para ella
el papel de arrepentido que no se arrepentía de nada.
—Claro que no —mintió, consciente de que eso le dolería más que cualquier
bofetada. Sin duda, el mejor golpe era el que le propinaba directamente a su ego—.
¿Por qué habría de estarlo?
Tyler arqueó las cejas, confuso.
—Porque ayer me comporté justo como esperaba que lo hiciera. —Y añadió
al ver que ella no decía nada—: Como un vaquero bruto y sin modales.
—Cuanta benevolencia consigo mismo, McKenzie… Bruto y sin modales ha
sido su tarjeta de presentación desde que lo conozco —comentó mordaz y le fue
pasando los platos para que los secara y los colocara en su sitio.
—Así que una mujer rencorosa.
—Así que un perfecto grosero —contraatacó, golpeándole a propósito los
dedos con la vajilla.
—Grosero es una palabra muy… inglesa —observó Tyler con una pizca de
diversión que desapareció al ver como ella apretaba los labios.
—Soy inglesa, McKenzie.
—Aun así, está enfadada —insistió.
—¿Y qué si lo estoy?
Tyler colocó el último plato y sonrió.
—Dígame qué quiere.
Amanda encogió los hombros.
—Vamos, diga algo —la instó él—. Haré lo que sea con tal de que no me
denuncie ante el sheriff cuando regrese. O ante Brooke, que es mucho peor que la
maldita Santa Inquisición. Cameron y ella se harán un llavero con mis genitales si
les cuenta lo de anoche.
—Entiendo. Entonces es por Cameron y Brooke —concluyó, furiosa porque
en el fondo, a él le importaba un rábano si ella se sentía violenta por lo del día
anterior.
Siendo sincera, furiosa porque no había pegado ojo, imaginando todo tipo
de escenas muy picantes en las que Tyler descubría lunares y sabores nuevos en el
hueco de su garganta.
—Y por mis buenos vecinos, que organizarán un motín si su preciosa
fotógrafa inglesa interrumpe sus vacaciones por mi culpa —rectificó Tyler.
«Qué desgraciado…», seguro que había dormido a pierna suelta.
—¿Tanto le preocupa lo que piensen? —ahora era ella quien se burlaba.
—Menos que nada, en realidad —confesó Tyler—. Pero usted se irá dentro
de unos días. Y yo tengo intención de pasar aquí el resto de mi vida. No sería
inteligente por mi parte ganarme el odio de mis vecinos.
—Claro. ¿Por qué si no?
—Está bien, negociemos. Él le apartó un mechón que le caía sobre los ojos, y
Amanda lo fulminó con la mirada. Tyler retiró su mano al instante—. Su silencio a
cambio de…
—Una disculpa... y que parezca sincera —contestó ella, plenamente
convencida de que vería derretirse la nieve antes de que él aceptara. El señor me
tragué un barril de orgullo cuando era pequeño… ¿disculpándose? Por supuesto, no la
decepcionó.
—Nena…, yo nunca me disculpo —dijo Tyler sin dejar de sonreír—. Por si
lo ha olvidado, esta es mi casa. Y en mi casa, todo cuanto hay en ella es mío. Y
anoche, eso también la incluía a usted.
—¿Eso cree? —Amanda se humedeció los labios, ignorando que aquel único
gesto ya hacía que Tyler se sintiera tentado a repetir lo que motivaba aquella
discusión—. Ni se le ocurra pensar que soy una de sus vacas, Tyler McKenzie.
Quiero esa disculpa o tendrá que explicarle a Brooke y Cameron por qué voy a
hacer mis maletas ahora mismo.
—¿Bromea? —Él apenas podía pensar en otra cosa que no fuera el
movimiento de aquella lengua sobre sus labios carnosos.
—¿Le parece que esté bromeando? —Amanda imitó el tono grave de su voz.
—¿Qué tal una avería en la furgoneta, tres terneras enfermas y un par de
cervezas en el bar de Ray? ¿Vale como disculpa?
Tyler comprendió que su conato de chiste no había tenido el efecto deseado
a juzgar por la seriedad de la expresión de ella. Abbot merecía esa disculpa solo
por el valor que tenía al exigírsela. Pero no la conocía tanto como para sincerarse
hasta la médula. No podía confiarle sus inquietudes y arriesgarse a que las largase
a los cuatro vientos a la menor oportunidad.
—¿Qué tal… lo siento?
Amanda le quitó el paño de cocina de las manos y lo colgó. Para ser la
primera vez, Tyler no lo había hecho tan mal. Conociéndolo, haría una muesca en
la pata de su cama para recordar aquel simulacro de humillación el resto de su
aburrida vida de vaquero.
—Me valía lo de la avería. Pero me alegro de que haya picado. —Sonrió y
tiró de su brazo para que la siguiera al exterior de la casa—. Y ahora, señor
McKenzie, quiero que me haga de guía sin rechistar. O después de todo, me veré
obligada a delatarlo. Lo del llavero con sus genitales es demasiado tentador.
Tyler no rechistó. Estaba cansado. Había sido una semana muy dura. Y, qué
diablos, ¿por qué no? Amanda Abbot prometía ser mucho más interesante que su
rutinaria partida al billar de los sábados.
—Eso es extorsión. Pero acepto. —Le tendió la mano para sellar el trato, y el
leve apretón de los dedos femeninos lo trastornó seriamente. Los apartó de
inmediato, aunque no tan rápido para no apreciarlo. Allí estaba otra vez. Aquella
especie de descarga eléctrica que hacía que quisiera salir corriendo en otra
dirección. Ella también parecía haberlo sentido y, para no ser menos, fingía lo
contrario—. Y ya que tengo que soportar su compañía… creo que ha llegado el
momento de tutearnos… Amanda. ¿Te parece bien?
Amanda no lo había pensado. Por supuesto, era lo normal. De hecho,
acababa de caer en la cuenta de que seguía dirigiéndose a él con aquella
formalidad tan inglesa, la que solía emplear con los demás cuando necesitaba
mantener las distancias. Reconoció que había sido una estrategia de su
subconsciente, tal vez porque la presencia de Tyler amenazaba seriamente su
equilibrio emocional.
—Supongo que sí —aceptó, desconfiando sin querer de sus buenas
intenciones.
Era obvio que Tyler aún no había cejado en su empeño de desanimarla para
que se largase y que aún la consideraba una intrusa. Pero le había gustado besarla.
O era el mejor actor que conocía. También a ella le había gustado. Lo meditó un
instante, alarmada. ¿Un trato más familiar era sensato? ¿Qué tipo de libertades
esperaba tomarse aquel vaquero a partir de ahora? No es que le preocupara, claro.
No estaba buscando una aventura y aunque así fuera, McKenzie estaba
completamente fuera de la lista de posibles candidatos. Su desastroso currículum
sentimental, como lo había llamado Kitty, aún no incluía el tipo vaquero arrogante y
emocionalmente impotente. Podía manejar a los tipos como él y mantenerse a salvo,
segura… Solo había respondido a su beso porque se sentía vulnerable y sola y
porque uno de los dos había bebido más de la cuenta. Ni pensar en que aquello
podría ser el preludio de… ¿De qué podía serlo? Vaya… comenzaba a tener
jaqueca con tantos planteamientos. Lo miró con el ceño fruncido, preguntándose si
estaría pensando lo mismo.
—Aunque eso no significa que te haya perdonado.
Tyler esbozó una sonrisa.
«Una de esas que hacen que una mujer quiera perder la compostura y
portarse de un modo escandaloso», pensó Amanda.
—Amanda…, cuando acabe contigo, dirás que soy el tipo más encantador
de todo Texas —sentenció con teatralidad.
Amanda tragó saliva. Aquello de cuando acabe contigo podía interpretarse
de muchas maneras. Por desgracia, todas sus interpretaciones incluían una imagen
indecente y ligera de ropa de aquel vaquero, y, en todas, ella era una chica mala
que lo animaba a quitarse todo excepto las botas.
Tyler le hizo una seña para que lo siguiera. Se dijo que mantendría firme su
propósito de no acercarse a ella más de lo necesario. Y eso equivalía a una
distancia lo bastante prudente como para no oler su cabello ni sentir sus manos
pequeñas y suaves apoyándose en su brazo. Pero no había nada de malo en pasear
junto a ella y mostrarle algunos lugares hermosos de los que podría sacar unas
buenas fotos. No había nada de malo en escuchar su parloteo durante un par de
horas. Eso no era peligroso. Excepto si ella lo miraba con aquellos ojos color miel
que invitaban a la lujuria. «Pequeña tramposa, me quiere en su terreno… No dejaré
que lo haga», se dijo mientras le abría la puerta de su furgoneta y la invitaba a
pasar.
***
Amanda se cubrió los ojos con las manos para no verlo. Por su parte, Brooke
reía abiertamente y animaba a gritos al intrépido jinete que cabalgaba sobre la
arena. Tyler había caído tres veces, pero era cabezota y se levantaba en cada
ocasión con más ganas de dominar la voluntad del animal.
—Señorita Abbot…, se está perdiendo el espectáculo.
Amanda retiró las manos con cautela y miró de reojo al recién llegado
abriendo un único ojo. Wes Johnson, el joven veterinario local al que todos
apodaban familiarmente Doc, la observaba con expresión divertida.
—Hola, Doc —lo saludó, mordiéndose los labios cuando el caballo pinto de
Tyler relinchó y estuvo a punto de lanzarlo por los aires.
No es que le importara que aquel engreído acabara con los huesos en la
arena. Tyler McKenzie podía hacerse papilla practicando cualquiera de sus
habituales actividades de vaquero pedante. No le importaba. Pero… ¿era
totalmente necesario que la obligara a mirar mientras sudaba y se contoneaba
como un loco a lomos del pobre animal?
Por Dios, ahora comprendía porqué al Salvaje Oeste lo llamaban el Salvaje
Oeste. No concebía nada más salvaje —en todos los sentidos— que la imagen de
Tyler sobre su caballo, un brazo sujetando las crines y el otro agitando su sombrero
en el aire como si fuera la viva estampa de un anuncio de cigarrillos Marlboro.
Soltó el aire de los pulmones al ver que Tyler recuperaba el equilibrio en el animal.
—No sufra, Abbot. El año pasado, Tyler obtuvo la puntuación más alta en
Fort Worth. En dos categorías: la monta a pelo y el paso de la muerte —informó Doc,
tirando de la trenza de Brooke para hacerla rabiar.
—¿El paso de la muerte? Creo que ni siquiera quiero saber qué es eso. —
Amanda se inclinó sobre la valla de madera que cercaba el terreno, fingiendo que
la atractiva pose de Tyler no atrapaba su mirada en la distancia.
—Te lo va a contar de todas maneras. —Brooke empujó a Doc, obligándolo
a permanecer entre ambas, pegado a la valla.
—Está bien, si no queda más remedio… dispara —se resignó Amanda,
segura de que su explicación contendría todos los ingredientes que convertirían al
todopoderoso Tyler en un héroe nacional.
—El paso de la muerte es la prueba más peligrosa de los rodeos. —Doc puso
cara de médico sabelotodo—. El jinete monta a pelo su caballo y corre
paralelamente a una yegua bruta hasta colocarse lo más cerca posible. Entonces,
salta sobre ella, sosteniéndose únicamente por las crines de los dos animales, y
recorre la arena entre ambos hasta que lo tiran o se lanza al ruedo.
—Qué interesante —comentó Amanda sin ocultar que el acontecimiento no
despertaba en ella mayor interés, básicamente porque toda su atención se centraba
en la dominante musculatura de Tyler en movimiento.
—Y rentable. Cinco mil dólares por cada prueba ganada. Tyler se está
preparando para la próxima temporada. Quiere el botín de los cincuenta mil.
—¿Cincuenta mil? —los ojos de Amanda se abrieron de par en par al
escuchar la cifra.
—Si vence en todas las categorías, sería un hito en la historia —asintió
Brooke.
—Eso será si antes no lo mata ese jamelgo rebelde que pretende domar —
observó Doc, quitándose la cazadora con galantería para cubrir los hombros de
Brooke—. Hace frío, mocosa. Vas a pillar un resfriado con ese modelito de infarto
que llevas. ¿Tyler lo ha autorizado?
Brooke le sacó la lengua como respuesta. Llevaba un vestido sin mangas
que Amanda le había regalado después de comprobar que los estofados caseros,
los tacos y el tequila habían aumentado una talla en su cintura y caderas. Aunque
no sentía pena por ello. A Brooke le quedaba genial y, al parecer, Doc pensaba lo
mismo.
Espió sus miraditas furtivas… Vaya, el romanticismo planeaba sobre sus
cabezas sin que ninguno de los dos fuera consciente de ello. Amanda temió que
Tyler también lo apreciara y cabalgara hacia ellos, saltara la valla haciendo alarde
de sus acostumbrados modales de hombre de las cavernas, y se abalanzara sobre
Doc para hacerle tragar todos los dientes de su atractiva sonrisa.
Por suerte, Tyler estaba concentrado en la doma del animal y no podía oír la
orquesta de violines que se desataba entre aquellos dos. Amanda les dejó algo de
intimidad y siguió con los ojos los movimientos del jinete. Con sorprendente
destreza, en unos minutos había logrado controlar la situación y el caballo parecía
dispuesto a rendirle pleitesía a cambio de una triste zanahoria que él le ofrecía al
desmontar.
«Muy propio», pensó con fastidio. Los hombres como Tyler McKenzie
siempre se salían con la suya y obtenían del mundo cuanto querían a cualquier
precio. Estaba en sus genes indómitos que fuera de aquel modo y que, además, la
observara con aquella expresión autosuficiente como si esperase que ella le
aplaudiera por la hazaña. Lo vio aproximarse y saludar a Doc con un gesto, mirar a
Brooke con desaprobación, seguramente a causa del vestido, y gruñir algo
parecido a un adiós dirigido a ella.
—Está loco por mí —bromeó Amanda cuando Tyler se alejó lo bastante para
no escucharla.
—No se lo tomes a mal, Amanda. Tyler no está acostumbrado a tener tanta
compañía femenina. —Brooke rozó la mano de Doc por casualidad, y él se alejó
con evidente turbación.
—Tengo que irme. Dile a Tyler que volveré mañana para ver cómo sigue la
yegua preñada —murmuró y huyó hacia la camioneta como si lo persiguiera el
diablo. Brooke sonrió con malicia.
—Creo que lo tienes en el bote —sentenció Amanda, caminando con ella
hacia la casa.
—Tiene miedo de que Ty quiera matarlo si se entera. —Brooke suspiró—.
Aunque tendrá que enterarse. Porque quiero a Doc. Y no permitiré que ese cabeza
de chorlito espante al único hombre que se atreve a cortejarme en este pueblo.
—Seguro que no es tan grave —la tranquilizó, pero sus palabras perdieron
credibilidad en cuanto la voz autoritaria de Tyler comenzó a oírse desde la casa.
Añadió de buen humor—: En cualquier caso, tienes todo mi apoyo.
—Gracias, Amanda. —Brooke apretó sus dedos.
—¡Brooke! ¿Quién demonios ha dejado la puerta abierta? El maldito perro
acaba de comerse mi cena. —Tyler intentaba expulsar al traidor, un infeliz de raza
indeterminada y ojos tristones, de sus dominios. Amanda tragó saliva, rezando
porque Tyler no descubriera a la responsable del descuido.
—Vamos. Mi hermano está a punto de sufrir un infarto y aún no se fabrican
fármacos que funcionen con él. —Brooke asió al animal por el cuello y lo convenció
con una ración de carantoñas que pusieron de peor humor a su hermano mayor—.
Ven conmigo, Troy..., el tío Tyler tiene un mal día.
—Eso es, anímalo a que vuelva a hacerlo —le recriminó, pero Brooke ya se
había marchado canturreando en compañía del perro. Amanda se escabullía hacia
el lavabo, y Tyler la interceptó, clavando sus ojos astutos en ella—. Un momento.
De aquí no se va nadie más hasta que alguien confiese.
—Hombre, Tyler… No es para tanto. No pretenderás que le apliquemos la
pena de muerte a Troy solo porque te ha dejado sin cena —se burló—. Seguro que
tu manual de supervivencia de vaquero trae algún apartado sobre cómo preparar
unos bocadillos en caso de emergencia.
—No te pases de lista, Abbot. —Tyler frunció el ceño, estudiando la
expresión de culpabilidad que se ocultaba tras la fachada socarrona de la mujer—.
Eres culpable. Puedo leerlo en esos ojos tramposos.
—Está bien, lo confieso, he sido yo. —Amanda levantó las manos con
teatralidad—. ¿Qué piensas hacer? ¿Vas a darme unos azotes o qué?
Tyler lo meditó unos segundos. ¿Unos azotes? Debía estar bromeando. La
doma del caballo lo había dejado exhausto y le dolían músculos de los que ni
siquiera sabía deletrear el nombre. Y, gracias a ella, estaba hambriento. Sin
embargo, la idea de darle unos azotes no resultaba tan atractiva como había
esperado. Abbot lo retaba con aquella expresión petulante que lo sacaba de sus
casillas. Y solo podía pensar en lo mucho que le apetecía probar su boca
nuevamente... ya estaba otra vez. Fantaseando con ella. Imaginándola con aquel
pijama diminuto que revelaba toda su feminidad… Imaginándola sin el maldito
pijama o con su propia camisa después de hacerle el amor…
—¿Y bien? —insistió Amanda.
—Voy a asearme… —anunció Tyler, conmocionado por el torrente de
sensaciones que lo atravesaban cada vez que aquella mujer se ponía en su
camino—. Y cuando baje de nuevo, quiero que tengas preparado un manjar digno
de alguno de tus pomposos reyes, ¿estamos?
—Un momento… ¿Qué te has creído? —Amanda no podía dar crédito.
¿Cómo se atrevía a tratarla como si fuera su criada? Exclamó para fastidiarlo—: ¡Ja!
Ni lo sueñes. He pagado por tu hospitalidad, McKenzie. No lo olvides.
—En ese caso, Abbot…, pon un plato más y no te acostarás con el estómago
vacío —ordenó, inclinando el ala de su sombrero para ocultar la expresión
victoriosa de su rostro.
***
4
N.A.: Personajes de origen bíblico. Los textos cuentan como el rey Nabucodonosor ordenó a su
general Holofernes el asedio de la ciudad de Betulia. Judit, mujer judía, viuda, bella y virtuosa,
derrota finalmente al general, embaucándolo con su hermosura y la sabiduría de sus palabras, y
cortándole la cabeza con su propia espada.
vencer cualquier resistencia.
Tyler apretó la mandíbula. ¿De qué diablos estaba hablando? ¿Quién rayos
era ese Holofernes? Estuvo tentado en preguntárselo, pero temía que si la retenía
de nuevo, todo su autocontrol se iría al infierno. La dejó marchar. Qué lista era.
Volvía a abandonarle perplejo, con ganas de discutir sobre aquel asunto del que
hablaba, sobre la flaqueza y la resistencia. Impresionado hasta la médula por su
habilidad para decir la última palabra, a pesar de que ambos sabían muy bien
adonde los conduciría el próximo encuentro. Sacudió la cabeza, aturdido. Lo tenía
merecido. Por… ¿cómo había dicho?, subestimarla.
***
—Aún no hemos recibido nuestra pasta. —El tipo giró el rostro ligeramente
para escupir muy cerca de las botas de su socio, quien las apartó con fastidio—. Mi
socio está cabreado. No le gusta esperar.
—Tendrán su dinero cuando el trabajo esté hecho —aseguró la voz al otro lado
de la línea de teléfono—. Puede decirle a su socio…
—Dígaselo usted mismo. —El tipo le pasó el auricular al otro y echó un
vistazo alrededor. La cabina estaba situada en uno de los laterales de la gasolinera
y una camioneta se detuvo cerca para repostar. Esperó a que terminara y le hizo
una seña al hombre para que hablara.
—Lo escucho. Pero más le vale que lo que vaya a contarme me guste, amigo
—advirtió con tono peligroso.
—Señor…
—Nada de nombres. Dígame que ha efectuado esa transferencia y sus
problemas con los McKenzie habrán acabado.
—Escuche… —el volumen disminuyó notablemente antes de continuar. Muy
astuto. Los peces gordos se cuidaban de que nadie escuchara los detalles de sus
transacciones al margen de la ley—. Mis clientes son gente muy influyente. Y muy rica.
Pero no soltarán un dólar hasta que tengamos alguna prueba tangible de que son ustedes
competentes para llevar a cabo este encargo. Esto no es un intercambio de cigarrillos en esa
prisión federal donde cumplía condena. Deme algo que pueda ofrecer a mis clientes y
tendrán su dinero.
—Joder…, le dimos una buena paliza a ese cabrón —siseó entre dientes—.
No es culpa nuestra que el tipo tenga dura la mollera.
—No es suficiente. Tyler McKenzie no venderá solo porque un par de matones le
enseñen los dientes en una pelea callejera.
—¿Y qué quiere? ¿Que lo matemos y le enviemos su cabeza en una bolsa de
Happy Meal? —acompañó su chiste de mal gusto con una risa seca.
—No se pase de listo —la voz del teléfono se impacientaba—. Digamos que…
preferimos que nadie salga herido. Pero aceptaríamos algún daño colateral si fuese
absolutamente necesario.
—¿Cómo de colateral? Explíquese.
—Mis clientes opinan que los McKenzie necesitan una señal inequívoca, algo que
les haga comprender a quien se enfrentan… Ya me entiende.
Los ojos del hombre se entornaron con expresión maliciosa. Así que una
señal… Malditos ricachones. Se quedarían allí sentados, en sus elegantes
despachos de la Quinta Avenida, esperando como aves de rapiña un buen cadáver
al que hincar el diente. Lo tendrían, podían estar seguros.
—Tendrán su maldita señal. Y tendrán a los McKenzie contra las cuerdas.
Pero queremos nuestra pasta. Y no olvide añadir un suplemento por enviarnos a
este pueblo de mala muerte —le advirtió amenazador antes de colgar. Miró a su
socio. Se entretenía soltando piropos soeces a una mujer que acababa de detener su
vehículo cerca de ellos—. Déjalo ya, pedazo de imbécil. Estás en libertad
condicional. ¿Quieres que todo el mundo se quede con tu fea cara?
—No te pongas así, hombre. Estaba matando el rato…
—Cállate. Tenemos trabajo.
***
Londres, estudios de la BBC One
—A ver. Repíteme otra vez eso que has dicho. Y esta vez, despacio, que
tengo jaqueca.
La voz de Ewan sonaba peligrosamente tranquila mientras tomaba sorbitos
de capuchino con nata y repiqueteaba con su lápiz sobre el denso cuaderno.
—Ya me has oído. Esto es lo que opino del guión del capítulo trescientos
uno. —Kitty le arrebató el lápiz, arrancó las primeras páginas de la encuadernación
y las hizo pedazos ante la atónita mirada del director.
Los ojos azules de Ewan se convirtieron en dos delgadas líneas en mitad de
su pálido y operado rostro aniñado.
—John Larabee es uno de los mejores guionistas de la BBC, cariño —le
recordó, recuperando su lápiz y retorciéndolo entre los dedos.
«Mala señal», pensó Kitty. Presagiaba que en cualquier momento Ewan
empezaría a dar gritos como un energúmeno pidiendo su inhalador para el asma
imaginaria que sufría ocasionalmente.
—No puedes afirmar que su trabajo es mediocre y quedarte tan fresca,
Kitty… querida.
—No he dicho mediocre, Ewan. Lo que he dicho, exactamente, es que su
capítulo era una mierda —replicó Kitty y decidió acelerar el estallido de Ewan,
quitándole nuevamente su lápiz, partiéndolo por la mitad y arrojando ambas
partes sobre la mesa. Apoyó las palmas y se inclinó para demostrarle al director
que, puestos a montar un circo, ella era capaz de domesticar leones mucho más
fieros—. Escucha, Ewan, voy a ser muy sincera y asumiré que esto puede costarme
el puesto y a ti otra crisis de ansiedad. Pero ya me conoces, soy implacable con la
basura, me gusta barrerla antes de que contamine la casa. Si aceptas que Larabee
ponga sus manos decrépitas sobre la serie y la convierta en otro culebrón del
montón, lo dejo.
—¿Comparas el ingenio de Larabee con basura? Querida Kitty, eso es
presuntuoso incluso para alguien con tu talento —advirtió, protegiendo con su
vida el guión ante la sospecha de que la mujer pretendía lanzarlo por la ventana
del edificio al menor descuido.
—Ewan, seamos francos. John Larabee no ha escrito una sola palabra con
chispa desde aquel capítulo de Los Ropper. Y eso fue hace más de cuarenta años —
le recordó con una sonrisa—. Lo siento, pero no lo permitiré. No dejaré que ese
carcamal con almidón en los calzoncillos y bombín tire por la borda el éxito de
Quédate Conmigo.
—Es mi serie, no lo olvides. —Ewan apretó los labios y la nata de su
capuchino le dejó un gracioso bigote que arrancó a Kitty otra sonrisa, esta vez
divertida.
—Muy bien. Entonces, ya está todo dicho.
—Me alegra que seas sensata. Larabee goza de una reputación en la cadena.
Y tiene una gran influencia sobre otros señores que también se almidonan los
calzoncillos y, por cierto, pagan nuestras facturas —comentó, complacido por la
aparente victoria.
—Pues qué bien por él. Y por ti. Haréis buena pareja. Bésalo en la boca de
mi parte, ¿quieres? Con lengua. —Recogió el bolso y se lo colgó al hombro,
dirigiéndose hacia la puerta del elegante despacho.
—¿Y eso qué significa?
Kitty suspiró, clavando los ojos en la placa dorada de la pared, un premio
otorgado al equipo por el éxito apoteósico de la serie de mayor audiencia en la
última década.
—Ya conoces la respuesta.
—Ni te atrevas a decirlo, Kitty Barret —la amenazó Ewan, más pálido que
de costumbre.
—Ya lo he dicho, Ewan. Abandono. ¿Quieres La Casa de La Pradera, Con Ocho
Basta…? Muy bien, contrata a Larabee. Pero no cuentes conmigo para eso —dijo
mientras parecía la mujer más segura del mundo.
—No puedes abandonar. Tienes un contrato —chilló el hombre con rabia.
—Diez capítulos, Ewan. Y después, lo dejo.
—¡Te demandaré si firmas con otra cadena!
—Y yo le contaré a la prensa lo de tu operación de párpados y esa
aventurilla con el chico cubano que interpretaba a Paco la temporada pasada… —
Kitty le lanzó un beso al aire, y otra sonrisa al ver como ahora su piel adquiría una
tonalidad azul violeta—. ¿A qué no adivinas a quién harán picadillo en las revistas,
Ewan… querido?
—¡Zorra!
—Ewan, contrólate. Te subirá la tensión arterial. —Se detuvo un instante y
giró sobre los talones para añadir algo. En el fondo, sentía un poco de aprecio por
aquel lunático y lamentaba el fin de una relación profesional que había durado
cinco largos años. Pero convertir la serie en una suma de gags copiados de
culebrones del siglo pasado era algo inaceptable. Tuvo la certeza de que había
llegado el momento de cerrar aquella etapa. Lástima por Ewan. Y bravo por el
octogenario señor Larabee, de vuelta a las andadas tras rehabilitarse por su
adicción a las jovencitas y los antidepresivos. Otro suspiro.
—Te prometo que serán los mejores diez capítulos que he escrito nunca,
pero eso será todo. Creo que necesito probar cosas nuevas. Tal vez escriba una
novela o un guión inolvidable.
—Kitty. Ten piedad.
—La tengo, Ewan. Y te comprendo, aunque quiera matarte. Es una cuestión
de dinero, lo sé. Ellos lo tienen, y tú lo necesitas. Así funciona este mundo. Pero
abandono de todas formas. Nos vemos después de Navidad.
Ewan se derrumbó sobre la mesa de mármol recién pulido. Qué zorra…,
pero tenía razón. Así funcionaba.
***
Mentone, Texas
Tyler empujó la puerta del lavabo que rebotó contra la pared. Había tenido
un día de perros y tenía ganas de asearse y emborracharse para no pensar en nada
más. Dos ganaderos de Tucson habían negociado con la American Food un
contrato millonario que lo dejaba al margen. No había podido competir con sus
magníficos ejemplares cruzados con terneras de la raza Santa Gertrudis. Sus reses
Brahman de grisáceo pelaje eran mejor que buenas y disponía de una buena
partida lista para ser enviada. Pero «no ofrecían garantía de distribución, la
producción es menor, y la carne, más cara», habían dicho llenándose las malditas
bocas de excusas... ¡Al diablo con ellos! Malditos especuladores. «Otra pérdida que
sumaré al balance negativo del año», pensó malhumorado, levantando la mirada.
Sus facciones se helaron al descubrir los ojos de la mujer observándolo
desde la bañera. Estaba completamente desnuda. El agua aún le caía por el cabello
y los hombros, deslizándose lentamente por la prominente curva de los senos que
intentaba cubrir con un brazo mientras, con el otro, abrigaba a duras penas el
diabólico triángulo entre las piernas que atrapaba la mirada del hombre. La visión
le provocó un ligero mareo que ocultó tras su máscara de dureza. ¿Qué hacía allí?
Solo le faltaba aquello para que su mal genio explotara… para que todo él
explotara, porque, ¿a quién quería engañar? La deseaba, esa era la verdad. Abbot
lo ponía a mil por hora. Y no se trataba de algún pequeño detalle que lo
emocionara remotamente porque se sentía solo o agotado. Es que ella lo
aniquilaba. Absolutamente. En conjunto, con ropa, sin ella, refunfuñando,
canturreando con sus desafinados alaridos aquella canción de los ochenta de Bon
Jovi… Absolutamente.
—¿No sabes llamar a la puerta, McKenzie? —Amanda hacía esfuerzos por
alcanzar la toalla que había dejado sobre el lavabo.
Tyler sacudió la cabeza, irritado y excitado a pesar de todo. Cogió la toalla y
se la lanzó con rudeza sin apartar un segundo los ojos. Amanda se envolvió en ella
rápidamente y sacó los pies de la bañera, enfrentándose a la ávida mirada del
hombre.
—Brooke me dijo que podía utilizar cualquier aseo. El de mi dormitorio
tiene alguna cañería obstruida. Dijo que lo mirarías cuando regresaras de la
ciudad.
—No soy tu maldito criado, Abbot —replicó sin apartar los ojos de aquellas
gotas que resbalaban por el hueco de su garganta y morían entre sus senos.
—Ya veo. Tienes uno de esos días. Está bien. No lo hagas. Pero no entres sin
llamar para otra vez —pidió, dándole la espalda y tomando su cepillo para
desenredarse el cabello.
Tyler seguía tras ella, podía verlo reflejado en el espejo, con las facciones
contraídas, los labios apretados y las pupilas dilatadas por algún pensamiento que
debía cruzar su mente y que no compartiría con ella.
—¿Me das órdenes en mi propia casa? —se lo preguntó al oído, y Amanda
sujetó con fuerza el extremo del cepillo para evitar que cayera.
—No es una orden, Tyler. Es el modo en que las chicas inglesas pedimos las
cosas. Con sutileza y determinación —le informó, manteniéndole la mirada a
través del espejo.
—No me digas. Así que sutileza y determinación… —Tyler se había
aproximado un poco más. Apoyó las manos sobre la cerámica del lavabo,
empujándola ligeramente con su pecho hacia delante—. A lo mejor, Abbot…, un
día, te doy una sorpresa.
—¿En serio? ¿Qué harás, Tyler, desaparecer a un chasqueo de dedos? —se
burló, consciente de su cercanía, de su olor, de la silenciosa lucha que se libraba en
su interior mientras ambos se resistían a la evidente atracción que surgía en cuanto
estaban cerca el uno del otro.
—A lo mejor, Abbot… —repitió Tyler, arrebatándole el cepillo de la mano y
dejándolo caer al lavabo—, decido silenciar esa boquita respondona con una buena
ración de mi propia sutileza. Y a lo mejor, me olvido de mis buenas intenciones a
pesar de que te paseas en cueros por mi casa y de que mis hermanos me liquidarán
si te toco…
—Tyler… —Amanda tenía suficiente, y al parecer, sus cuerdas vocales
pensaban lo mismo, ya que su voz sonó como si perteneciera a otra persona.
Todas sus terminaciones nerviosas se habían colapsado peligrosamente con
el simple contacto de su aliento en la nuca. No importaba lo que dijera o hiciera
Tyler a partir del si te toco… Solo con que pronunciara una sola palabra más (y
daba igual la que fuera), Amanda corría el grave riesgo de desplomarse contra su
pecho y ser víctima de su propia debilidad. Se aclaró la voz, tratando de mantener
la calma. «Respira hondo, Amanda, no es más que un hombre…». Está bien, puede
que Tyler McKenzie tuviera aquellos hombros magníficos sobre los que cualquier
camiseta desearía descansar hasta que se borrase la etiqueta de las instrucciones de
lavado. Puede que aquella diminuta cicatriz en su labio fuera lo más sensual que
había visto y deseado besar en su vida. Puede que sus ojos verdes tuvieran la
tonalidad exacta para perderse en ellos durante una eternidad… «Un hombre,
Amanda, por Dios…».
—… y a lo mejor…
—Tyler…, dijiste que no me convenías…
Tyler suspiró. Era cierto, lo había dicho. Y se había prometido que
mantendría las manos lejos de ella. Pero Abbot se empeñaba en cruzarse en su
camino. Precisamente aquel día.
Resopló. Un mal día, un mal año, un mal todo. Un humor de perros que se
había aplacado al llegar a casa y encontrarla desnuda, como un suculento manjar
de una carta sofisticada y diferente. Un festín prohibido para alguien que tenía
demasiadas cosas en la cabeza como para ser considerado y hacer promesas que
seguramente no podría o no querría cumplir. La miró con curiosidad, sintiendo de
nuevo aquella extraña sensación, aquella advertencia de peligro que lo obligaba a
retroceder antes de que fuera demasiado tarde. Sin embargo, no se apartó un
milímetro. Se preguntaba por qué le daba tantas vueltas en lugar de aprovechar la
oportunidad. Era un hombre. Abbot era una mujer, saltaba a la vista, y tendría que
estar ciego para no darse cuenta del modo en que transpiraba bajo la suave capa de
agua que aún la cubría, bajo la toalla… desnuda…
Nadie podía culparlo si echaba el cerrojo a la puerta y zanjaba aquel asunto
de una vez por todas. Podía sacársela de la cabeza y dormir a pierna suelta toda la
noche, algo que no hacía desde que aquella intrusa se metiera en sus vidas. Con
suerte, Abbot lo añadiría a la larga lista de razones por las que despreciaba a los
tipos como él y adelantaría el final de sus vacaciones. Con suerte, Abbot pondría
tierra de por medio y él no volvería a pensar en todas las cosas que le hacía
sentir…
—Tyler…, no puedo… respirar —murmuró Amanda, fingiendo que le
molestaba la proximidad y la postura, cuando lo que en realidad quería era
comprobar si su boca tenía el mismo sabor de la última vez.
Tenía que recuperar la dignidad y dejar de jadear. Pero no se lo estaba
poniendo fácil y hasta para una actriz como ella, interpretarse a sí misma
convertida en bloque de hielo inanimado, resultaba una misión imposible.
Tyler pareció reparar de pronto en lo violenta que era la situación. Se apartó
lentamente, llevándose en el mentón parte de la humedad del cabello femenino.
Diablos. Se frotó la barbilla, confuso. Se sentía como si Abbot lo hubiese marcado
con un hierro candente…
—Echaré un vistazo a esa cañería —«cuando me haya recobrado de este
momento», añadió mentalmente para sí mismo. Al escuchar un «gracias» que
sonaba a victoria, no pudo reprimir el siguiente comentario—: Pero hasta que esté
arreglada, evita pasearte por la casa con tu disfraz de Eva, ¿quieres? Un hombre
podría considerar eso como una invitación, Abbot.
—Gracias por el consejo. —Se volvió, furiosa por la advertencia que leía en
su mirada. Así que esas tenían. «Muy bien, McKenzie, también puedo jugar a ser
dura»—. Lo recordaré cada vez que algún vaquero maleducado pretenda tirar la
puerta abajo y reclamar su derecho al baño.
—Qué graciosa… ¿Se supone que esta es la parte del chiste en la que me
parto de risa? —Tyler cruzó los brazos sobre el pecho y, contra su voluntad, sus
comisuras se torcieron en algo que recordaba bastante a una sonrisa.
—No, Tyler. —Amanda recuperó su cepillo y lo empujó hasta la puerta—.
Esta es la parte en la que te disculpas por tu grosería, te largas y nos ahorramos el
resto de la discusión…
Tyler no dijo nada. Seguía conmocionado porque llevaba su olor en la piel y
no se le ocurría ninguna tortura peor que aquella para rematar el día.
—Está bien, no digas nada. —Suspiró Amanda, cepillándose el cabello con
tanta fuerza que se diría que pretendía arrancarlo del cuero cabelludo—. Ya sé que
lo de la disculpa queda descartado. No lo esperaba en realidad.
—Bien. Porque no pensaba dártela —comentó desde la puerta, echando otro
vistazo fugaz a las curvas que se marcaban bajo la toalla. «Diabólica»—. Quiero el
lavabo libre en cinco minutos, Alteza.
Y solo para que padeciera la mitad de su tormento, comenzó a sacarse la
camiseta por los hombros con ceremoniosa parsimonia.
Amanda le miró espantada en parte, aunque, siendo honesta,
completamente aturdida por la visión de su pecho ligeramente cubierto de vello
oscuro. Pero ¿qué…? Aquel desgraciado era muy capaz de quitarse hasta la última
prenda con tal de salirse con la suya y quedarse el baño para él solito. Por Dios,
qué hombre…
—Ya me voy, ya me voy… —Amanda pasó frente a él, poniendo especial
cuidado en no rozar ninguno de los atractivos músculos que dejaba al descubierto,
y salió todo lo deprisa que sus piernas de gelatina le permitieron.
***
***
Aquella tarde, Tyler le había hecho una extraña petición. Le había pedido
que lo acompañara en su camioneta y que no le dijera nada a Brooke. Sabía
aprovechar un buen trato aquel vaquero, no había duda. Amanda suspiraba de vez
en cuando mientras él conducía en silencio. Se sentía inexplicablemente feliz por el
hecho de que él quisiera compartir un secreto con ella. Intuía que, en el fondo,
Tyler buscaba una aliada. Pretendía redimirse por comportarse como un tirano
después de la discusión con Brooke. Lo iba conociendo. Tyler no era de los que se
disculpaban. Pero bullía en sus ojos la clara intención de reconciliarse con Brooke
y, aunque ya la tenía medio ganada, quería su colaboración.
—Para ser mujer, no eres demasiado curiosa. —Él interrumpió su silencio.
Al ver que no contestaba, sonrió—. Ni siquiera me has preguntado a dónde vamos.
—No me importa. Me apetecía pasear —confesó, esperando que su
respuesta no delatara su emoción—. Pero ya que lo dices, ¿adónde vamos?
—A buscar un regalo para Brooke. Mañana es su cumpleaños y voy a
organizarle una fiesta sorpresa. Pensé que podrías ayudarme a elegir algo bonito
para ella. —La miró de reojo—. Ya sabes, un vestido, unos pendientes… algo
especial para alguien especial.
Amanda estuvo a punto de echarse a llorar. Desde que perdiera a su familia
y su hermana Chelsea decidiera vivir una vida nómada en la que no había tiempo
para sentimentalismos, a excepción de su buena amiga Kitty, nadie había hecho
nunca nada especial por ella. Pero Brooke tenía a Cameron, Dylan y Tyler. Su trío
de ases, como solía llamarlos cariñosamente. La envidió por un instante.
—¿Cuántos años cumple? —preguntó, tratando de ocultar sus emociones.
—Diecinueve. Ya es toda una mujer, aunque odio reconocerlo.
—¿Porque ya no puedas ejercer de hermano mayor?
—Y porque cada vez es más difícil impedir que haga todo lo que le viene en
gana.
—Eso es egoísta por tu parte, Tyler McKenzie —le recriminó con suavidad y
sonrió al ver como se encogía de hombros.
—Solo quiero lo mejor para ella.
—Lo sé. Y me parece que, en el fondo, no eres tan duro como pareces.
—¿Fantaseando de nuevo, Abbot? —La miró un momento, con un deje de
burla en los ojos verdes.
Se preguntó qué era lo que veía Abbot cuando lo miraba. En ocasiones, le
intrigaba tanto la respuesta que se quedaba despierto durante horas tanteando las
opciones. Esas veces, tenía que recordarse a sí mismo que, para Amanda Abbot,
Harmony Rock era solo un alto en el camino. Un camino que conducía a otro lugar,
sofisticado y lleno de comodidades, que no era aquel. Se quedó callado el resto del
trayecto hasta la tienda de la señora Tracy.
Estuvieron curioseando un rato hasta que Amanda encontró algo que le
pareció perfecto para Brooke. Era un vestido de gasa en tonos lilas, con delgadas
tiras a los hombros, y un chal que hacía juego del mismo color. Se lo mostró a Tyler
con orgullo. Él arrugó la nariz.
—Demasiado atrevido, ¿no crees?
—Claro que no. Tyler, es precioso —insistió ella y se lo colocó por encima
para que él captara cómo quedaría puesto.
—Muy escotado.
—No seas ridículo. Brooke se volverá loca cuando lo vea.
—Yo me volveré loco si tengo que vigilar a todo el que se le acerque. —
Tyler extendió hacia ella una prenda que había cogido antes, y Amanda negó
repetidamente con la cabeza.
—¿Volantitos al cuello? Tyler, ese vestido es para una cría.
Él lo dejó a un lado refunfuñando.
—Está bien. Tú ganas. —Le quitó el chal de las manos y le hizo un gesto
para que la acompañara hasta la señora Tracy—. Pero si alguien le pone las manos
encima a Brooke, te hago responsable.
—Trato hecho —aceptó ella con alegría—. Y ahora, busquemos unos
zapatos.
—¿Unos zapatos? Abbot, no estamos en Harrods. No te emociones.
—Hazme caso, y Brooke te obedecerá hasta el fin de sus días —prometió.
Él la siguió, en el fondo, esperanzado porque fuera como ella aseguraba.
Cuando regresaron a la camioneta, ya había anochecido y Amanda parloteaba todo
el rato sobre las buenas compras que habían hecho. Y una vez más, se vio envuelto
en la magia que ella desprendía al hablar. Chasqueó la lengua, contrariado. Le
pidió que escondiera en su habitación los regalos de Brooke y rezó porque ella
estuviera agotada y se acostara temprano. Aquel día, estaba especialmente
hermosa. Con aquel brillo intenso en los ojos y aquella expresión risueña que se
estrellaba contra todas sus barreras.
Sí, definitivamente, Amanda Abbot no parecía la misma. Aunque en
realidad, lo era. Una mujer preciosa, con una vitalidad desbordante que a veces lo
envolvía como un cálido abrigo. Comenzaba a resultar demasiado peligrosa. Había
descubierto que Abbot era justo el tipo de mujer del que él podría enamorarse si se
lo propusiera. La cuestión era: ¿quería proponérselo realmente?
***
Amanda se dejó llevar por aquella calma que siempre la invadía cuando
creía que todos dormían. Disfrutó en silencio de una noche mágica más, mientras
se inclinaba en la valla y fantaseaba con los destellos que la luna irradiaba en su
misma dirección. Entornó las palmas de las manos en el aire, tratando de capturar
el perfil de aquella luna hermosa y plena. Una ráfaga de aire pasó sobre ella y se
estremeció ligeramente. Sintió como unos dedos fuertes colocaban en sus hombros
una manta y la sujetó, cruzando los brazos sobre el pecho. Ladeó la cabeza y sonrió
al ver a Tyler, apoyando los codos sobre la barandilla de madera del porche, muy
cerca de ella.
—Gracias.
Él no contestó.
—No podía dormir. ¿Te he despertado? —Amanda lo vio negar con un
gesto. Sus ojos se perdían en la distancia, quizás en un lugar donde ella jamás
llegaría por más que esforzara la vista—. ¿Brooke está dormida?
—Como un tronco —la voz de Tyler era un susurro en el silencio de la
noche—. ¿Qué hacéis todo el día para que siempre esté muerta?
—Para serte sincera, hoy me ha sometido a un interrogatorio sobre tu
regalo. Incluso ha intentado sobornarme con unas galletas y un tazón de chocolate
caliente. Pero he sido una tumba, palabra de honor. —Sonrió.
—Tendrá que servir. Eso del honor es muy inglés, Abbot —apreció sin
mirarla.
—Haré que no te oído. Por cierto, esta semana hemos comprado mucha tela
donde la señora Tracy —le informó ella, sonriendo otra vez—. Espero que no te
importe. Pero Brooke y yo hemos pensado que la casa necesitaba renovar las
cortinas. No te preocupes, hemos gastado lo mínimo en la tela y vamos a coserlas
nosotras mismas.
—El dinero no es problema —la tranquilizó.
Ahora la observaba con incredulidad, y Amanda adivinó que no tenía
mucha confianza en sus dotes como costurera.
—Brooke me enseñará. Te prometo que tus ventanas tendrán esas cortinas
aunque pierda los dedos en el intento —ella bromeó y añadió en el mismo tono—:
Quiero ganarme el sustento, vaquero.
Tyler se atusó el cabello, y Amanda lo miró. Sus miradas se encontraron
durante un instante.
—¿Hay algo que no sepas o no te atrevas a hacer? —preguntó Tyler en voz
baja, y tal vez fue solo una ilusión, pero a Amanda le pareció que su cuerpo se
había aproximado al suyo al hablar.
«No sé llegar a ti», pensó ella. Claro que no se lo dijo. Estaba segura de que
si lo hacía, Tyler desaparecería con tanta rapidez que no tendría tiempo de decir
nada más. Y no deseaba que lo hiciera. Estaba disfrutando del momento, de la
conversación a media voz y de la noche que se cernía sobre ellos para envolverlos
con su extraordinaria quietud.
—Te dije que te demostraría que te equivocabas conmigo, Tyler McKenzie
—contestó con orgullo.
—¿Y si te digo que ya casi me has convencido? —Tyler frotó su mentón
contra el cabello de ella, complacido al ver que no se movía ni hacía ningún gesto
que estropeara la espontaneidad de su caricia. Eso le gustaba en ella. Le gustaba
que aceptara aquella caricia sin pretender nada más, sin malinterpretarla y echarse
en sus brazos—. Abbot, hay algo en ti que me desconcierta.
—¿Porque soy una rata de ciudad que se adapta bien a la vida en un
rancho? —bromeó, consciente de su proximidad.
—Eres todo menos una rata de ciudad, Abbot.
Tyler estaba ahora tras ella y sus manos se aferraban a la madera a ambos
lados de su cuerpo, apresándolo bajo su enorme estatura. Sintió el aliento de él
sobre la nuca y volvió a estremecerse.
—¿Cómo lo sabes? —Amanda coqueteaba sin querer.
Era cierto. No quería provocar situaciones incómodas entre ambos y se lo
había propuesto desde el principio. Sin embargo, él estaba tan cerca… Podía sentir
los latidos de su pecho golpeando su espalda, desarmando sus buenas intenciones.
—Lo sé porque nunca he querido besar a una rata… —la voz de Tyler se
perdió a medida que ella giraba para recibir su boca en la suya.
Tyler abrió sus labios con suavidad, invadiendo el interior y explorándolo
con lentitud.
Amanda se aferró a sus brazos y notó como las manos de él se cerraban
sobre su cintura, arrastrándola hacia él de forma posesiva. Su lengua buscaba la
suya y la enredaba, la seducía irremediablemente a pesar de aquella vocecita en su
cerebro que le ordenaba que se detuviera.
Tyler no podía pensar. Ella vibraba en sus manos, sus alientos se
entremezclaban y los senos se apretaban contra su pecho, enloqueciéndolo,
obligándolo a continuar con aquella caricia que parecía la respuesta a cualquier
deseo que albergara en el pasado… y aunque se resistía, su boca descendió por el
cuello femenino, en un lento recorrido que arrancaba silenciosos gemidos de su
garganta. La besó en el punto donde latía su pulso, rozándola apenas con los
labios, dejando que permanecieran en aquel lugar exquisito que no estaba hecho
para un hombre rudo como él… Los apartó con desgana, levantando la mirada
para encontrar la de ella, limpia y sin reproches… sin reproches.
Amanda acarició con ternura las facciones de Tyler, sonriendo al ver como
el cuerpo de él se endurecía bajo el suyo. Tyler estaba intentando mantener el
control, pero comprendió que no era fácil para él.
—Te advertí que esto sucedería… ¿Quieres una disculpa? —preguntó Tyler
con voz grave. Parecía confundido, y eso la conmovió.
—No —lo dijo con naturalidad—. ¿Y tú?
Las manos de él continuaban sobre su cintura y las apartó como si le
quemaran.
—No debimos hacerlo —masculló entre dientes—. Nos dejamos llevar por
esa maldita luna y ahora lo hemos complicado todo. Y esta vez estoy sobrio, no
tengo excusa.
—Tyler…, relájate. —Dejó que su mano descansara sobre el poderoso brazo
masculino—. Por una vez en tu vida, solo vive el momento, ¿quieres? No ha
pasado nada.
Tyler la miró como si estuviera loca. ¿Que no había pasado nada?, pero ¿qué
clase de mujer era? Desde luego no era demasiado lista. No lo suficiente
observadora como para advertir el temblor que recorría su cuerpo mientras la
miraba. No supo si descubrirlo lo hacía sentir mejor o simplemente hería su
orgullo. ¿Es que era habitual para ella besar a cualquiera sin que tuviera la menor
importancia? La idea, aunque debía alegrarle porque lo eximía de cualquier
responsabilidad, le molestó.
—Así que lo de ganarte el sustento iba en serio —dijo con dureza. Aunque
se arrepintió enseguida de haberlo dicho, ya era tarde.
Las mejillas de ella se habían encendido y sus labios palpitaban. «Que no se
eche a llorar, por favor», pensó, sintiéndose miserable. Aunque, en el fondo, sabía
que era mejor para los dos que ella lo considerase un gusano. Esperó con
resignación que le lanzara unos cuantos insultos y quizás unos golpes para
responder a su insulto. Sin embargo, una vez más, Amanda lo sorprendió con su
silencio.
—¿No dices nada? —espetó, interpretando su papel de tipo despreciable
para ella.
—¿Y para qué? —Amanda empujó su pecho con firmeza pero sin
brusquedad.
Eso le dolió más que si le hubiera estrellado el pequeño puño contra la
nariz. La vio caminar hacia la puerta con paso seguro. La siguió, apresando su
mano antes de que alcanzara la entrada. Ella se volvió, el rostro sereno y la mirada
amable. La visión lo dejó deshecho. Pero fingió que no le importaba.
—¿Eso quiere decir que ya no habrá más besos a la luz de la luna? —
preguntó con sarcasmo—. ¿No más escenas de seducción, Abbot?
Ella le sonrió con una dulzura que asustaba.
—Una gran actuación, McKenzie.
La voz femenina se metía en sus oídos y llegaba hasta su cerebro,
martilleando con sus palabras en él, volviéndolo loco.
Soltó su mano, enfadado. Lo único que deseaba en ese momento era
levantarla en sus brazos y llevarla hasta su dormitorio para materializar todas las
fantasías que lo atormentaban desde que la conocía. ¿Cómo era posible que ella lo
retara con la mirada a hacerlo a pesar de cómo la había tratado… a pesar de que no
tenía la menor idea sobre cómo tratar a una mujer como ella?
—No se volverá a repetir —aseguró con la voz ronca por el deseo.
—Bien. Entonces, no lo repitas —soltó ella con indiferencia.
—¿No te importa? —Luchaba contra el impulso de hacerla callar de una
vez.
Esa Abbot tenía la extraña facultad de sacarlo de quicio con aquella manía
de tener siempre la última palabra en todas sus discusiones. Por un momento,
pensó en olvidar el peligro que ella representaba y silenciar su boca rebelde con un
beso. Uno más, solo uno para demostrarle quien estaba al mando. Pero no. Por
suerte, la razón venció sobre sus impulsos
—Nena…, siempre logras sorprenderme.
—Tyler McKenzie —ella pronunció su nombre con peligrosa dulzura y
añadió con cinismo—: Confío en mis otras virtudes.
«¿Sus otras virtudes… aún había más?». Tyler se mareaba solo con pensar la
mitad de las cosas que estaba imaginando. Amanda lo dejó allí, desconcertado,
recogiendo los pedazos de sí mismo que ella había hecho trizas con sus palabras
amables.
***
***
***
***
Muy a su pesar, estaba cumpliendo la promesa hecha a Doc.
A decir verdad, no podía pensar en otra cosa. La cuestión era, ¿cómo
plantearle a aquel tipo insoportable su deseo de quedarse? ¿Qué le diría? No podía
contarle las verdaderas razones. No podía confesarle que les había tomado
demasiado cariño y que la idea de regresar a su antigua vida llena de vacíos la
deprimía. Conociendo a Tyler, podía interpretarlo como una declaración. Y era
más que probable que ensillara su caballo y no regresara hasta estar seguro de que
Amanda se había montado en algún autobús con destino a cualquier parte menos
aquí.
Tampoco podía decirle que a pesar de que su padre le había dado más de lo
que podía agradecerle, nunca le había dado un hogar. Por algún motivo, ahora
consideraba que lo había encontrado. Un hogar. No una habitación de hotel que
solía abandonar cuando terminaba un rodaje, ni un piso vacío con una vecina
cotilla que pretendía hacerse millonaria robándole fotos bajo el rellano de la
escalera.
Un verdadero hogar. Con personas que tenían una vida real, con problemas
reales, que sentían de verdad… Todo aquello no tenía nada que ver con el frívolo
mundo al que ella pertenecía y, sin embargo, anhelaba ser parte de algo así. Cerró
los ojos, armándose de valor mientras se dirigía hacia los establos para buscarlo.
Dios, él no podía ser consciente de lo atractivo que resultaba incluso con aquel
aspecto sudoroso por el trabajo. Esperó a que Tyler terminara de clavar las
maderas nuevas, sustituyendo las rotas que ponían en peligro la seguridad de los
caballos.
Carraspeó levemente, y Tyler giró el rostro hacia ella, sorprendido por su
presencia.
—No te había oído llegar.
—Pensé que tendrías sed. —Le ofreció la limonada recién hecha, y él se
quitó los guantes para coger el vaso.
La bebió de un trago y le devolvió el vaso, secándose el sudor con la parte
inferior de su camiseta.
Amanda ignoró la visión de sus abdominales que habían quedado al
descubierto en aquel movimiento. Podía llamarlo como quisiera, pero para aquella
visión solo existía una palabra: PECADO.
—¿Ya has terminado? —preguntó con una sonrisa, y él frunció el ceño con
desconfianza. No entendía mucho de mujeres, pero reconocía cuando una quería
algo a cambio de una limonada. Y estaba claro que Amanda quería algo.
—Por ahora sí —contestó su habitual parquedad y señaló el otro portón de
madera que, a juzgar por su aspecto, también necesitaba algunas reformas. Uno de
los caballos asomó la cabeza para saludarla, y Amanda le acarició el hocico con
distracción—. Aguantará hasta mañana. ¿En qué puedo ayudarte, Abbot?
Amanda sonrió. Ya se había acostumbrado a que él la llamara de aquel
modo. Era su manera de convertirla en alguien que, aunque tenía formas y
modales de mujer, no representaba un peligro para él. Era su manera de llamarla
para dejarle bien claro que nunca escucharía de sus labios palabras amables y, por
descontado, que no esperaba que ella las tuviera hacia él. No se lo dijo, pero había
adivinado, casi desde el primer día, que Tyler se sentía más seguro si la trataba
como a uno de sus amigos vaqueros.
—Pronto se acabarán mis vacaciones —anunció con voz firme, aguardando
su reacción. Se sintió decepcionada y estúpida a la vez por ello. Tyler no dijo nada.
No parecía en absoluto triste o apenado por la noticia. El maldito ni siquiera fingía
que la echaría de menos.
—Eso quiere decir que te vas, ¿no? —Tyler no la miraba. Estaba recogiendo
sus herramientas y las metía en una bolsa de lona, como si tuviera prisa por llegar
a casa y celebrarlo.
—Supongo que eso es lo que quiere decir —murmurórabiosa. Kitty le había
ordenado que no regresara hasta que pasara la Navidad. Pero le dolió que Tyler no
se inmutara siquiera ante su inminente marcha, así que añadió un farol por si
picaba—. Puede que tengas suerte y me marche antes de Navidad. Quizá no tengas
que escuchar mi flemático acento británico mientras recibes el nuevo año. Pero
gracias, Tyler. Han sido unas vacaciones… diferentes.
—¿Es lo que querías, no?
—Claro, ¿por qué lo preguntas?
—No sé. —Tyler se irguió, y Amanda alzó la barbilla para mirarlo
directamente—. No pareces contenta.
«Y no lo estoy, bruto insensible», estuvo a punto de gritarle.
—Has hecho fotos muy buenas. A lo mejor te haces famosa y nos haces
famosos a todos —comentó con su sarcasmo habitual—. Anímate, Abbot. Por fin
dejarás de madrugar.
—No me he quejado —replicó.
—No, no lo has hecho. —Tyler le retiró un mechón que le caía sobre la cara,
pero apartó los dedos enseguida—. Has sido una chica valiente, tengo que
reconocerlo. Has madrugado, has ayudado en la casa, has aprendido a ordeñar
vacas y lo has hecho todo como una verdadera heroína. Y no has llorado una sola
vez.
—Muy gracioso. Pero se te olvida una cosa —le recordó ella—. También me
he comido tu asqueroso estofado sin protestar y he aguantado todas tus bromas de
mal gusto sobre mí.
—Eso son dos cosas —rectificó él, esbozando al fin una sonrisa—. Pero
tienes razón. Aunque cuando te vayas, ya no tendrás que aguantar nada de eso.
¿No te parece que eres una chica con suerte?
—Sí, con mucha suerte —masculló. Aquel tipo no se ablandaba con nada.
—Entonces, ¿por qué estás enfdada?
—No lo estoy —mintió.
—A mí me parece que sí —insistió él y la obligó a levantar aún más la
barbilla para poder leer la expresión de sus ojos—. Lo estás.
—Tyler…, estaba pensando…
—Oh, no. No me lo digas. —Tyler sacudió la cabeza—. Sé que no me va a
gustar.
Ella no contestó.
—No va a gustarme, ¿verdad? —Tyler ya estaba seguro de que era así.
—Es que… Doc y yo hemos estado charlando…
—¿Vas a casarte con Doc? —Las facciones de Tyler se habían endurecido de
repente.
—Pero ¿qué tonterías dices? —Amanda abrió los ojos desmesuradamente.
—Se me acaba de ocurrir. —El tono de él tenía algunos matices que Amanda
no percibió—. He visto que os habéis hecho muy amigos. Creí que ibas a invitarme
a vuestra boda.
—Menuda idea… Lo que iba a decirte es que me ha ofrecido que lo ayude
en la consulta.
—Entiendo. —Aseguró el tablón de madera sobre la puerta del establo y
empezó a andar en dirección a la casa.
Amanda lo siguió.
—Pero ¿qué te ocurre? —lo increpó, y Tyler se detuvo en seco, volviéndose
hacia ella con expresión seria—. ¿He dicho algo malo?
—¿Es que eres ciega, Abbot? —Tyler dejó caer la bolsa y se acercó a ella
peligrosamente. Al ver cómo retrocedía, se contuvo y apartó las manos de su
cuerpo—. Todos los tipos solteros de por aquí querrían que fueras su ayudante en
lo que fuera. Doc es un buen hombre, Abbot. Pero no es para ti. Y este no es tu
lugar… y además, ¿qué sabes tú de animales?
—Nada. Pero Doc dice… Bueno, sugirió que podría quedarme y ayudarle
hasta que encontrara alguna ocupación.
—¿Alguna ocupación? —se burló—. ¿Algo como qué, Abbot? ¿Dar clases de
piano en el bar de Ray?
—Muy gracioso. —Amanda le sacó la lengua, y Tyler hizo acopio de
voluntad para no claudicar en el acto a cualquier proyecto surrealista que ella
quisiera plantearle.
Era una embaucadora nata. Pero él estaba vacunado contra las mujeres
como ella. Incluso cuando le asaltaba el loco deseo de apresar su boca para
silenciarla del único modo que conocía, la vacuna tenía que funcionar… ¿o no?
—¿Es que no hay nadie que te espere en la ciudad? —preguntó para
distraerse del hechizo de su boca. Si su respuesta le importaba lo más mínimo, y le
importaba, no lo parecía—. Brooke me dijo que no tenías familia, salvo una
hermana a la que apenas ves y esa medio prima nuestra que te envió aquí. Pero
tendrás a alguien. Amigos, un novio. Algo, Abbot, que te haga volver a tu
verdadera vida.
—Tú no sabes cuál es mi verdadera vida —le reprochó furiosa.
—¿En serio? —Tyler torció los labios en una mueca y añadió—: Sé que no es
esta, créeme.
—Mira, Tyler. Ya sé que no te importa. Pero me gusta todo esto. Creo que…
necesitaba algo así para recuperar el control de mi vida —admitió con sinceridad.
Se detuvo al comprender que estaba a punto de cometer el error de confiar
plenamente en él—. Nunca entenderías los motivos que tengo para quedarme y no
esperaba que lo hicieras en realidad. Ya sé que tu capacidad de comprensión solo
funciona con vacas y caballos y que tu manual del vaquero impasible no incluye un
apartado emocional. Y de verdad siento mucho que la idea de tenerme como
vecina te moleste tanto. Pero no es tu decisión.
—Al grano, Abbot —la interrumpió, fascinado por el movimiento de sus
labios.
—Eso era el grano, Tyler… Creo que voy a quedarme, a pesar de ti.
Tyler la contemplaba como si hubiese perdido el juicio. De hecho, él mismo
comenzaba a perderlo mientras analizaba sus palabras. ¿Quedarse en Harmony
Rock… para siempre o solo hasta que recobrase la sensatez?
Tenía que prohibirle a Abbot que siguiera tomando aquel brebaje de hierbas
que Brooke le había recomendado para la indigestión. Y él tomaría un par de tazas
para calmar los espasmos que se habían producido en su estómago mientras la
escuchaba. Ella debía estar bromeando. No podía hablar en serio cuando decía que
se quedaba.
No era su ambiente. No era el marco perfecto para una bonita foto donde
Abbot aparecería arrebatadora con uno de los trajes que ocultaba en su equipaje. Y
sí, era culpable, lo reconocía. Había husmeado en su maleta. Una sola vez y solo
porque la había dejado abierta sobre la cama el primer día. Pero había sido
suficiente. Dolce Gabana, Vittorio Luchino. No había nada de eso en Harmony
Rock. Ni siquiera sabía cómo se pronunciaban aquellos nombres.
—¿Crees que la vida por aquí es fácil? —Tyler entornó los ojos para
observarla con fijeza—. Presiento que la amabilidad de la gente y las noches
estrelladas te han confundido, Abbot. Pero no te engañes. Esto no es para ti.
Aunque te quedes, no tardarás en darte cuenta de eso y querrás volver.
—¿Por qué estás tan seguro, Tyler?
—Porque mi buen amigo Doc nunca lograría retenerte junto a él —lo dijo
como si no le afectara y continuó la marcha. Amanda corrió tras él y agarró su
brazo para hacerlo girar.
—Te demostraré que te equivocas. —Lo retó con la mirada—. No estoy
interesada en Doc y él no está interesado en mí. Pero me quedaré de todas formas,
Tyler McKenzie.
—¿Siendo su ayudante? Que Dios nos ayude. —Él arqueó las cejas con
cinismo.
—¿Tienes una oferta mejor?
Tyler se rascó el mentón.
—No te hagas el huidizo —le dijo a sabiendas de que él ya había adivinado
lo que se proponía y buscaba la manera de evitarlo. La expresión de Tyler era de
pánico, aunque el maldito la disimulaba bastante bien—. Doc me ha dicho que
estás buscando otro par de manos en el rancho.
—¿Tú? —Él no ocultó la burla que había en su tono.
—¿Por qué no?
—Porque no —Tyler fue rotundo en su respuesta.
—Ya lo imaginaba. —Amanda sonrió, consciente de que cuanto más segura
se mostrara, más lo tendría en sus manos—. Imaginaba que dirías algo así.
Tyler puso cara de no tener idea de lo que hablaba. Pero no era tan buen
actor. Lo había hecho, Amanda lo sabía. Había despertado en él la curiosidad.
—Sé que te doy miedo, Tyler McKenzie —le soltó para acelerar su reacción.
—Perdona… ¿cómo dices? —Él estaba perplejo.
—Tienes miedo de que te demuestre que puedo ser tan dura como tú. Y de
tener que tragarte tus palabras cuando eso suceda —lo pinchó.
—Abbot… —titubeó, sin saber qué decir. Ella tenía razón. Aunque por
suerte, Amanda no sabía que lo que de verdad le aterrorizaba era el presentimiento
de que podía lograr cualquier cosa que se propusiera, con o sin su colaboración. Y
tendría que estar chiflado para colaborar. Solo un chiflado se arriesgaría un minuto
más con aquella mujer a riesgo de perder la cabeza por ella—. No puedes hablar en
serio… ¿Miedo de ti?
—Por eso quieres que me vaya. Y por eso no me ofrecerás que trabaje para
ti.
—Estás como una cabra, Abbot. —Tyler empujó la puerta con brusquedad,
soltándola sin esperar a que ella entrara.
Amanda no se dejó intimidar y lo siguió nuevamente en el interior de la
casa.
—Entonces, ¿qué me dices? —insistió.
Tyler la apuntó con el dedo. Iba a decir algo, pero, finalmente, se limitó a
mirarla con aquella expresión extraña que solía utilizar con ella.
—Digo que estás loca —respondió después de un buen rato—. Pero puedes
quedarte. Ya veremos cuánto aguantas.
Y la dejó plantada, como si esperase que ella se transformara en estatua de
sal solo porque le daba la espalda.
Amanda esperó a que él estuviera lejos para emitir un gritito de alegría. Y al
hacerlo, Brooke levantó la cabeza de la revista que estaba ojeando y la miró.
—No sabía que estabas ahí. —Amanda se sentó a su lado.
—Déjame adivinarlo. —Brooke lanzó la revista contra la mesa y puso cara
de perro policía—. Le has dicho a Ty que te vas, y está furioso.
—No exactamente —la corrigió sin dejar de sonreír—. Le he dicho que me
quedo, y está furioso.
—¿Te quedas? ¿Cómo es eso de que te quedas? ¿Te quedas para siempre? —
Brooke estaba fuera de sí de felicidad y se lo demostró abrazándola con fuerza—.
Ya me lo contarás todo. ¡Estoy tan contenta! Será como tener una hermana
mayor…
Amanda reprimió el impulso de decirle que era exactamente así como se
sentía ella. Como Chelsea se había convertido en una especie de vampiro
succionador de su cuenta corriente, casi había olvidado lo que era tener una
hermana pequeña. Aunque, si era sincera, no se trataba solo de Brooke. «No debes
pensar en eso», se ordenó a sí misma.
Estaban tan concentradas haciendo planes sobre las cosas que podían hacer
juntas, que ninguna de las dos se percató de la presencia del hombre.
Escondido tras la puerta de la cocina, Tyler ya se estaba arrepintiendo de lo
que había hecho. ¿Y qué había hecho? Dejar que ella entrara en sus vidas, en la de
Brooke, en la suya.
Esa Amanda Abbot iba a ser un serio problema. Lo había adivinado la
primera vez que la había visto. Sin embargo, al verla allí, abrazada a Brooke,
charlando animadamente con ella como si realmente fueran dos hermanas que se
contaban sus secretos, algo sucedió en su interior.
La imagen lo desarmó por completo. No supo qué era. No quiso saberlo. No
era bueno, de eso estaba seguro. Ella desbarataría sus vidas, estaba convencido. Y
un buen día anunciaría que no estaba hecha para aquello y haría su maleta. Y le
rompería a Brooke el corazón. Y quizá, solo quizá, también a él. Se apartó antes de
que lo descubrieran y tuviera que explicar cosas para las que aún no tenía
explicación.
***
***
***
Querida Kitty: puede que hablar contigo por correo electrónico llegue a convertirse
en un hábito. Te he llamado varias veces y en la última he dejado un mensaje bastante
obsceno en tu contestador. ¿Cómo es que nunca estás en casa? No puedo creer que llegue la
Navidad y no tengas preparado ese horrible villancico tuyo con el que me torturas todos los
años. Pero te quiero y te perdono. Por cierto, ¿has sabido algo de Chelsea? Tampoco he
tenido noticias suyas desde que llegué aquí. ¿Seguro que está bien? Por favor, intenta
contactar con ella y dile que la quiero. Se me olvidaba, tengo otra exclusiva para ti: tu
primo Dylan ha vuelto. Y antes de que lo preguntes, la respuesta es sí. Tenías razón. Tus
primos son los tíos más macizos de Texas. Pero no envíes más turistas desesperadas a
Mentone. Tyler te mataría. Tengo que dejarte. Brooke está intentando meter un abeto de
dos metros por la puerta. Kitty, te echo mucho de menos. Tengo tantas cosas que contarte.
Coge el teléfono la próxima vez, ¿quieres? Este ordenador es muy frío y no se deja abrazar
por ti.
***
Brooke le hacía gestos con disimulo, mientras colocaba los últimos adornos
en el árbol de Navidad. Cam y Dylan habían salido a tomar unas cervezas al bar de
Ray y aunque no habían tenido esa conversación, Amanda intuía que la tormenta
amainaba paulatinamente a medida que Dylan se mostraba paciente y no forzaba a
Tyler a perdonarlo.
Por su parte, Amanda apenas podía creer que el tiempo hubiera pasado tan
rápido. Apenas hacía un mes, era una persona solitaria que pasaba las noches
libres frente al televisor viendo reposiciones de series interminables y rellenando
cheques para el fondo turístico de su hermana. Y de pronto, ya era Navidad.
La nostalgia la invadió. Echaba de menos a papá. Y a Chelsea. Reconoció
que sus últimas Navidades no habían sido exactamente tradicionales. Solían
pillarla de viaje, en alguna habitación de hotel o en mitad de algún importante
reportaje en el que nadie tenía tiempo para curiosear en las tiendas buscando el
regalo perfecto para alguien querido.
Volvió a pensar en Marion. Había sido un hombre bastante peculiar, algo
extravagante y sin visión de futuro. Pero estaban juntos durante la Navidad. A
veces, incluso preparaban su árbol especial, como solía llamarlo. Un arbolito en
miniatura que decoraba y colgaba del retrovisor de su coche de alquiler cuando
visitaban a la tía Mary por aquellas fechas. Sonrió para sus adentros y se acercó a
Brooke para ayudarla con las luces.
Tyler permanecía silencioso, sentado en su sofá favorito mientras leía con
detenimiento los papeles que tenía entre las manos. Amanda ya se había
acostumbrado a verlo en aquella postura. Por las noches, el resto del clan McKenzie
y ella se entretenían jugando a las cartas o simplemente charlando y escuchando
discos, mientras Tyler ojeaba la prensa o simplemente permanecía en silencio,
observándolos. Le gustaba verlo así, relajado y tranquilo. Aunque no dijera una
sola palabra, ella sabía que Tyler también se iba acostumbrando a tenerla en casa.
Sin embargo, en aquella ocasión, su expresión era preocupada.
—¿Ocurre algo? —preguntó Amanda en voz baja. Brooke se colocó el dedo
índice sobre los labios.
—Son esos tipos de la ciudad otra vez —comentó Brooke y al ver como ella
arqueaba las cejas, le explicó—: Los de la Texco, la compañía de petróleo. El año
pasado vinieron por aquí y le hicieron una buena oferta a Tyler para que les
vendiera el rancho. Al parecer, creen que hay petróleo por estas tierras. Pero Tyler
no quiere ni oír hablar del tema, y Cameron y Dylan piensan lo mismo. Y esta
mañana, ha recibido otra carta de los del banco. Lo presionan por culpa de Texco, y
eso lo enfurece.
—¿Pueden hacerlo? —Amanda bajó la voz para evitar que él la escuchara—.
Obligarlo a vender, ¿pueden?
—No lo sé. —Brooke parecía inquieta—. El año pasado no fue demasiado
bueno. Tyler tuvo que solicitar un préstamo y… bueno, él no me cuenta nada. No
quiere que me preocupe de esas cosas. Pero he interceptado algunos recibos del
banco y no pinta nada bien. Algo va mal. Lo sé por la cara que ha puesto al abrir la
carta.
—Tal vez deberíamos…
—Ni se te ocurra decirle que te lo he contado. Me mataría si se entera. —La
mirada de Brooke era suficiente para saber que debía guardar el secreto—. No te
ofendas, Amanda. Pero ya conoces a Tyler. Se pondría hecho una furia.
—Está bien. —Desvió la atención de Brooke hacia el árbol—. Mira. ¿No te
parece que ha quedado perfecto?
—A mí me lo parece. —Las dos se sorprendieron al escuchar la voz de Tyler
a sus espaldas. Lejos de parecer preocupado, sonreía abiertamente—. Recuérdame
que te aumente el sueldo, Abbot.
—¿Y yo qué? —replicó Brooke divertida.
Amanda estuvo a punto de decirle que no necesitaba aquel aumento. Le
habría dicho que trabajaría gratis para él con tal de que le permitiera estar siempre
junto a ellos. Pero recordó lo que Brooke le había pedido. Y recordó que para los
McKenzie, ella era Amanda Abbot. Una mujer corriente que debía ganarse el pan
con el sudor de la frente, y tal vez, una buena amiga.
Tyler le palmeó el trasero a su hermana y le pidió que saliera a tomar el aire
un rato. Amanda adivinó sus intenciones. Había escuchado detenerse hacía un
momento la camioneta de Doc frente a la casa. Era delicioso el modo en que, contra
todo pronóstico, propiciaba sus encuentros. En el fondo, Tyler era un sentimental,
pero nunca lo reconocería. Cuando estuvieron a solas, se paseó alrededor del árbol,
dando su aprobación con la mirada.
—Es el mejor árbol de Navidad que hemos tenido, lo confieso.
—Tengo mis trucos, McKenzie —bromeó y aceptó la copa de vino que le
servía—. ¿Vino? ¿Qué celebramos, jefe?
—Que mañana es Navidad —contestó sin dejar de mirarla—. Que estás con
nosotros. Que Cam y Dylan están en casa. Que han salido a emborracharse y
tendré que meterlos en la cama. Que Brooke ha encontrado a la hermana que
siempre soñó. Que ese Doc está siendo un buen chico y no tendré que ir a la cárcel
por atizarlo. Que estás con nosotros…
—Eso ya lo habías dicho —lo interrumpió con dulzura, y Tyler, como era
costumbre en él, señaló su amplio sofá para indicarle que se sentara junto a él.
Era una especie de ritual entre ellos. Algunas noches, cuando los demás se
iban a la cama y Tyler estaba de buen humor, aceptaba su compañía. Mientras
fingía que se aburría, Amanda le contaba lo que habían hecho durante el día. Le
relataba los cambios que se le iban ocurriendo para la casa y sonreía cuando él
encogía los hombros como única respuesta. Cuando Tyler hacía ese gesto, quería
decir «está bien», Amanda ya había aprendido a interpretar su peculiar lenguaje de
signos.
Otras veces, la retaba a una partida de cartas y la dejaba hacer trampas,
simulando que no se daba cuenta. Incluso la dejaba ganar y se hacía el ofendido
antes de retirarse a dormir.
En ocasiones, la conversación se centraba en Brooke y en los progresos de su
relación con Doc. Por supuesto, Tyler no quería saber los detalles íntimos. Decía
que prefería no saber lo que aquellos dos hacían a sus espaldas, aunque, en su
interior, sabía que no tenía de qué preocuparse. Tanto Brooke como Doc eran dos
personas responsables y se tomaban muy en serio el que Tyler y sus hermanos
aprobaran su relación. Lo respetaban, y eso era muy importante para él.
Aquella noche no decía nada. Solo miraba el fuego que crepitaba en la
chimenea y, de cuando en cuando, la miraba cuando creía que ella no lo veía.
—Es hora de decirte algo, Abbot —la voz de Tyler sonaba lejana. Amanda
se acurrucó en su lado del sofá y encogió las rodillas en el estómago para
acomodarse—. Nunca pensé que te diría algo así. Me alegro de que estés aquí.
—Eso suena bien —aceptó ella, sin moverse de su sitio—. Aunque sospecho
que ahora viene la parte del discurso que comienza con un pero.
—Siempre hay un pero, ¿verdad? —Tyler se mostraba inseguro para variar.
Comprobarlo, la hizo sentirse bien.
—Tratándose de ti, sí. —Sonrió—. Tyler, seamos realistas. Tus cumplidos
suelen ir seguidos de algún comentario que lo estropea todo.
—Esta vez no. —Él se movió, apoyando su brazo en el respaldo del sofá y
quedando completamente girado hacia ella.
Diablos, sí que era difícil. Llevaba varios días preparando aquello y ahora
que la tenía delante y a solas… estaba claro que no tenía experiencia con las
mujeres, porque no tenía ni la más remota idea de cómo decirle lo que quería decir.
¿Y qué quería decirle? Lo había ensayado durante toda la noche anterior.
«Verás, Abbot… Ya que pareces decidida a quedarte, y como Brooke y tú
habéis congeniado tan bien…». No, no era eso. La otra parte… «Quiero decir que
como te hemos tomado cariño, Brooke, Cameron, Dylan y yo, y todo el maldito
pueblo…».
Era inútil, no se le daban bien las palabras y ni siquiera sabía si eran las
correctas. Y por si fuera poco, tenía la cabeza hecha un lío con el asunto de la
petrolera y los anónimos que había recibido la última semana. Pero ella estaba allí.
No se había ido. Dios, cómo deseaba besarla a pesar de todo. A pesar de la maldita
petrolera, de los ladrones de ganado y de los chiflados que amenazaban con
quemarle el rancho. A pesar de su preocupación por Brooke, quien seguramente
estaría afuera haciendo con Doc lo mismo que él deseaba desesperadamente hacer
con ella. Sacudió la cabeza y se pasó la mano por el cabello desordenado.
—Verás, Abbot… He estado pensando… No, se me ha ocurrido que…
quiero decir que…
—Tyler McKenzie —pronunció su nombre con aquella calidez que lo volvía
loco de deseo—. ¿Estás tratando de decirme algo? Porque si es así, será mejor que
lo hagas antes de que nos hagamos viejos.
Tyler recorrió con la mirada las facciones de la mujer. Los ojos brillantes y
sinceros. La nariz ligeramente respingona y la boca perfecta para los besos. Su
mirada se detuvo en los labios entreabiertos, desafiantes. Los apresó con suavidad.
Apenas duró un instante, pero tuvo que controlarse para no hacerle el amor allí
mismo al comprobar como ella respondía con lánguida pasión.
—¿Qué era lo que ibas a decirme, Tyler? —Ella le apartó al cabo de unos
segundos, jadeante. Tyler la miró, incapaz de articular una sola palabra. Era lista
aquella mujer. Lo tenía justo donde ella quería. Saberlo lo enfurecía y lo excitaba a
la vez.
—Yo… solo quería desearte una feliz Navidad —contestó entre dientes,
esperando que ella no notara su nerviosismo.
—Aún no es Navidad, Tyler… ¿Y…?
—Demonios, solo eso… Feliz Navidad, Abbot —casi estaba gritando, tan
tenso como las cuerdas de una guitarra.
Escuchó la risa femenina y exhaló un profundo suspiro, consciente de que
ella ya lo había descubierto. Había descubierto que lo tenía en sus redes y ahora
solo cabía esperar. Por lo poco que sabía sobre las mujeres, a ellas les gustaba
jugar. Muy bien, jugarían.
Pero después la llevaría a su cuarto y le haría el amor hasta dejarla rendida
a sus pies. Y si ella quería marcharse dentro de una semana o de un mes o de un
año, no le importaba… ¿A quién quería engañar? Si ella decidía algo así, Tyler
McKenzie solo sería otro tipo hecho polvo que suspiraría y se emborracharía
mientras escuchaba viejas y deprimentes canciones de amor en el bar de Ray.
No tuvo tiempo de decirle cuáles eran sus intenciones con respecto a ella.
Los gritos de Brooke sonaron en el exterior, y Tyler se levantó con un movimiento
felino para correr hacia la puerta. Amanda lo siguió, pisándole los talones.
Llegaron hasta los establos en cuestión de segundos. La escena que les
esperaba era escalofriante, no estaba preparada para algo así. Nadie podía estarlo.
Brooke sollozaba sin parar, y Doc trataba de tranquilizarla como podía.
—Lo siento, amigo. No hemos podido hacer nada… —Doc también estaba
asustado, aunque trataba de controlar su miedo por Brooke—. Nos alejamos a dar
una vuelta en mi camioneta y, al volver, escuchamos a los perros ladrar. Los
animales no han tenido tiempo de nada. Esos hijos de perra han debido utilizar
silenciador y… Dios, ¿quién es capaz de una atrocidad así?
¡Los perros! ¿Cómo no los habían oído? Tyler no lo escuchaba. Había
golpeado la puerta de cada compartimento con la esperanza de encontrar
supervivientes, sin éxito. Ahora permanecía de pie, con las mandíbulas y los puños
apretados y el rostro descompuesto por la furia. Echó una última ojeada a los
cadáveres de los animales. Se inclinó un segundo al ver como uno de los caballos
aún seguía con vida. Miró a Doc, y este se unió a él, dejando que Amanda se
ocupara de Brooke.
—¿Puedes hacer algo? —la voz de Tyler era un silbido de rabia en mitad de
la noche. Doc negó con la cabeza, y Tyler le hizo un gesto. Doc fue hasta la casa,
regresando al instante con la escopeta de Tyler.
—Llévatelas adentro, ¿quieres? —el tono de Tyler era glacial.
Doc obedeció y arrastró a duras penas a Brooke.
Tyler encañonó al animal cuando creyó estar solo. Lo pensó un instante
antes de apuntar directamente a la cabeza, justo entre los ojos de mirada anhelante
y oscura.
—Maldita sea…
Amanda cerró los ojos y se tapó los oídos al escuchar el disparo. Los dedos
le temblaban al posarlos sobre el hombro de él.
—Tyler…
—Déjame en paz. —Él se sacudió, volviéndose hacia ella con el arma aún en
la mano. La miró colérico, y Amanda retrocedió, sorprendida por su reacción—.
Tenía que haber estado alerta, en lugar de… de…
—No te atrevas a echarte la culpa de esto, Tyler… No podías saber que esto
iba a pasar… Nadie podía saberlo —intentó calmarlo, pero él se apartó, demasiado
furioso para aceptar su consuelo.
—Yo tenía que saberlo, Abbot. Han estado presionándome todo el tiempo, y
ahora… —El intenso reflejo de sus ojos verdes presagiaba lo peor—. Voy a matar al
responsable aunque tenga que registrar el pueblo toda la maldita noche.
—¡Tyler! —le llamó, consciente de que tenía que hacerlo entrar en razón o
cometería una locura—. ¿Qué vas a hacer?
—Buscar a esos desgraciados… —Se detuvo al ver como ella se plantaba
frente a él decidida a no dejarlo marchar—. Abbot, quítate de mi camino. Te lo
advierto.
—Tyler, esperemos a Cameron… —le suplicó—. Él sabrá qué hacer.
—Abbot —el tono de su voz se volvía peligroso por momentos—. He dicho
que te quites de mi camino. Ahora.
Ella se apartó, incapaz de pensar. El Tyler McKenzie que la había besado al
calor de la chimenea había desaparecido. El que tenía ante sí estaba fuera de sí y
quería venganza. Y ella solo era un obstáculo en aquel momento.
—Vuelve adentro y dile a Doc que espere a que lleguen los demás. —Ella no
se movió. De repente, el tono de Tyler se suavizó—: Por favor, vuelve a casa.
Quédate con Brooke y Doc. Estaré más tranquilo.
—No pienso volver si no vienes conmigo —replicó y vio como Tyler
apretaba los labios con fuerza.
—Te aseguro que no haré ninguna tontería —dijo él, y Amanda escudriñó
su expresión para valorar su sinceridad—. ¡Diantres, Abbot, iré a buscar a
Cameron, lo juro! ¿Quieres entrar en la casa?
Amanda suspiró.
—Prométeme que irás con cuidado.
—Lo prometo. —Y desapareció en su camioneta, alejándose a gran
velocidad.
***
Brooke se había quedado dormida hacía apenas media hora, y Doc estaba
recostado en el sofá, luchando contra el sueño que amenazaba con vencerlo de un
momento a otro. Aún quedaban un par de horas para que amaneciera, pero no
podía siquiera pensar en acostarse mientras no tenía noticias de los hermanos.
Aprovechó un momento en que Doc cerraba los ojos para deslizarse hasta la
puerta. La cerró con cuidado a sus espaldas y se sentó en las escaleras, vigilante.
No supo cuánto tiempo había pasado así, pero un roce en el brazo la devolvió
repentinamente a la realidad. Tyler estaba sentado a su lado. Parecía cansado.
—¿Los han encontrado? —le preguntó somnolienta.
—Ni rastro —respondió él con expresión ausente—. Esos desgraciados lo
tenían todo bien planeado. Han hecho el trabajo y se han esfumado.
—¿Qué ha dicho Cam?
—Que mañana abrirá una investigación. Y si piensas que yo estoy loco,
tenías que haber escuchado sus gritos en la oficina del sheriff. Dylan se ha quedado
con él para evitar que interrogara a todos los vecinos.
—Lo siento tanto, Tyler…
Él se desprendió de su chaqueta y se la colocó por encima.
—No es culpa tuya. Estás helada, Abbot —observó y algo parecido a una
sonrisa asomó a sus labios—. Te dije que te quedaras dentro. ¿Es que nunca
obedeces una orden?
—Ya me conoces. Soy inglesa, Tyler. Nosotros inventamos la guerra —
bromeó con lasitud.
—Lamento lo de antes. —Tyler ocultó la mirada—. No quería hablarte como
lo hice.
—Claro que querías. —Ella presionó su mano bajo la chaqueta y sonrió al
ver como él la apartaba avergonzado—. Pero estoy segura de que no lo sentías.
—¿Siempre eres así de comprensiva?
—Casi siempre. Lo oyó reír con cierta tristeza.
—Me habías asustado. —Tyler intentó bromear y se restregó los ojos—. Creí
que lo hacías para…
—¿Para qué, Tyler? ¿Para hacer que te enamores de mí?
Él la miró, maravillado por el modo en que ella lo conducía a su terreno
nuevamente.
—Nena, tú no te rindes nunca, ¿verdad? —Tyler dejó que esta vez fuera su
mano la que buscara la de ella. La acarició levemente y después, sus dedos
dibujaron con lentitud la mejilla femenina—. Y en realidad, no sé qué esperas de
mí.
—Entonces, no pienses tanto en ello. —Amanda cubrió con su mano los
dedos de él, obligándolos a permanecer en su rostro durante unos segundos antes
de apartarlos con suavidad—. Seamos amigos, Tyler McKenzie. A lo mejor, te doy
una sorpresa y hasta te resulto simpática.
—Abbot, ya me pareces simpática —bromeó Tyler, quizá para eliminar la
atmósfera de intimidad que se estaba creando.
—Pero no quieres que seamos amigos —le reprochó con un mohín.
—Porque no tengo amigos a los que quiera meter en mi cama… Santo Cielo,
Abbot, eres más cabezota que yo… —Tyler estaba lo bastante cansado como para
ceder. Tenía que retirarse antes de que ella lo descubriera. Se levantó. Tiró de su
mano y, de un salto, la hizo ponerse también de pie—. Vamos a dormir un poco.
Pronto amanecerá.
Ella asintió. En el salón, Tyler sonrió al ver como Doc lo saludaba medio en
sueños.
—¿Brooke está bien?
—Un poco nerviosa. Pero la obligamos a echarse un rato. ¿Habéis
descubierto algo? —Doc hizo ademán de erguirse, pero Tyler negó con la cabeza.
—Descansa, Doc. Hablaremos por la mañana.
La acompañó hasta la puerta de su habitación, y Amanda aguardó,
preguntándose si la despediría con frialdad. Tyler cruzó los brazos sobre el pecho,
observándola con curiosidad.
—Algún día, Abbot, me invitarás a pasar —dijo en voz muy baja—. Y ese
día, los dos tendremos un serio problema.
—Ya veo que te obsesiona la idea —observó, ocultando la mirada para que
no viera cuanto lo deseaba en realidad.
—Me obsesiona que no te preocupe.
Amanda se apoyó en la puerta y cerró los ojos. Estaba cansada. Y herida.
Sentía el dolor de Tyler como si fuera propio. Sentía su pérdida en lo más
profundo y no sabía qué hacer para consolarlo. Excepto escuchar su silencio, que
era tan revelador como el discurso más elocuente. Había aprendido a interpretarlo
y eso también la obsesionaba, porque significaba que él le importaba más de lo que
podía imaginar.
Percibió el cálido aliento sobre su mejilla. Iba a besarla. En cualquier
momento sucedería y, nuevamente, ella perdería el control. Se humedeció los
labios entreabiertos.
Tyler recorrió con los ojos aquella boca que se abría levemente,
provocándolo, incitándolo a olvidar sus buenas intenciones, seduciéndolo de un
modo tan perverso que había que estar loco para no sucumbir a la tentación.
—¿Es cierto? ¿No te preocupa? —insistió, pronunciando las palabras muy
cerca de la boca femenina.
Amanda no contestó y durante unos segundos sus alientos se confundieron.
Un estremecimiento la sacudió interiormente.
—Algún día, Abbot…
Amanda comprendió que ambos estaban demasiado cerca,
peligrosamente… Corrían el riesgo de cruzar aquella delgada línea tras la cual ya
no había posibilidad de retorno. Uno de los dos tenía que hacer algo antes de que
se precipitaran al interior de aquel volcán en erupción que se alimentaba del deseo
y el instinto más primitivo. Un volcán al que se habría lanzado gustosa de no ser
porque Tyler había bajado la guardia, era vulnerable y ella se odiaría por
aprovechar la situación a la mañana siguiente.
Colocó su mano en aquel pecho donde el corazón del hombre latía
desbocado y lo apartó con suavidad.
—Pero no hoy, Tyler McKenzie. No esta noche.
Amanda cerró la puerta despacio, consciente de que él estaba aún al otro
lado. Lo oyó murmurar algo y sonrió quedamente. Él había dicho: «Abbot», con
aquel tono que revelaba claramente que Tyler no era inmune a ella.
***
***
***
***
***
Lana Jackson la había sorprendido al acceder a esconderla en su casa hasta
que Amanda decidiera qué iba a hacer.
Por supuesto, no había entrado en detalles acerca de lo sucedido, aunque
era un secreto a voces que la actriz Lori Chase había sido descubierta en aquel
pequeño lugar de apenas cien habitantes llamado Mentone. Después de la
discusión con Tyler, Amanda había caminado en dirección opuesta a la de los
vehículos que se apostaban a la salida del rancho y esperaba la llegada de algún
samaritano que la llevara hasta el pueblo. Lana Jackson había detenido su coche en
la carretera justo cuando estaba a punto de derrumbarse. No le había hecho
preguntas, y ella se lo había agradecido.
—Puedes quedarte todo el tiempo que quieras, Amanda —le había dicho,
con un tono distinto al que había utilizado cuando se conocieron.
Por suerte, Lana ya no la consideraba su enemiga. Graves y ella habían
arreglado sus diferencias y Lana le había contado que tenían pensado casarse
pronto. Así que ahora, Lana le tendía una mano amiga. Quizá porque intuía que a
aquella chica de ciudad le faltaba menos que nada para desmoronarse. O quizá
porque en el fondo, Lana Jackson era mejor persona cuando no tenía que pelear
para que alguien colocara el famoso anillo en su dedo. Fuera como fuera, Amanda
quería marcharse cuanto antes.
Brittany, Jason y el resto de su séquito acampaban por el pueblo a sus
anchas, la buscaban, buscaban la foto que querían llevar a Londres. No podía
evitarlos por mucho tiempo. Y, además, temía que, tarde o temprano, Brooke y los
demás fueran a buscarla y no sabría qué decirles. No quería crear tensiones entre
Tyler y ellos.
Y también, tarde o temprano, se tropezaría con él. Era inevitable que
ocurriera en un lugar tan pequeño como aquel. Amanda no quería pensar en ello.
Después de pasar dos días prácticamente encerrada en el cuarto de invitados de
Lana Jackson, creyó que había llegado el momento de dejar de esconderse. Brooke
y Doc estaban en la cocina. Sonrió ante la idea de que, por fin, Brooke y Lana
habían escondido el hacha de guerra. Y ella era la responsable. Abrazó a Brooke
con fuerza y trató de disimular su tristeza.
—Amanda, ¿por qué has hecho algo así? —Leyó el reproche en la mirada de
la joven—. ¿No sabes que nos tenías a todos preocupados? Tyler no decía nada, y
tú te fuiste así… ¿Quieres contarme qué ha pasado? Tyler está como loco, no quiere
ni escuchar tu nombre… Amanda, di algo… Estoy empezando a asustarme.
—No pasa nada, Brooke —la tranquilizó, pero percibió la censura en los ojos
de Doc.
No sabía lo que le había contado Tyler, pero le rogó en silencio que no
interviniera.
—¿Cómo que no pasa nada? ¿Crees que me chupo el dedo? He visto la
revista y he tenido que utilizar la escopeta para espantar a esos tipos de la prensa
—explotó Brooke—. Amanda. Mi hermano parece haber perdido el juicio, lleva dos
días sin dormir y sin comer. Y tú te marchas de esa manera, sin despedirte
siquiera… Aquí está pasando algo raro. Y no me importa si eres Amanda Abbot,
Lori Chase o la doble de Madonna, vas a contármelo aunque tenga que arrancarte
una confesión a puñetazos, ¿me oyes?
Amanda asintió. Lana sirvió un poco de café y, haciendo alarde de su
discreción, los dejó solos. Como pudo, relató a Brooke y Doc su vida en Londres
mientras era Lori Chase, su breve relación con Jason y la idea de Kitty de apartarla
de todo lo que no lograba llenar sus vacíos. Le contó lo que había ocurrido entre
Tyler y ella… Trató de no mostrarse demasiado resentida con él, aunque le costaba
un gran esfuerzo al recordar cómo la había tratado. Esperaba que ellos la juzgaran
o la miraran con desconfianza. Pero no fue así. La primera reacción de Brooke fue
estallar en carcajadas. Después, su expresión se tornó más seria. Por su parte, Doc
estaba perplejo.
—Así que eres la chica de la revista… —observó—. Por cierto, Cam y Dylan
quieren que les firmes esas camisetas que les regalaste en Navidad.
—¡Doc! —lo regañó Brooke
—Es cierto. Han amenazado a Tyler con no volver a dirigirle la palabra si
Amanda no está de vuelta en el rancho mañana. —Ahora, Doc sonreía
abiertamente—. Conociendo a Tyler, lo consideraría una ventaja.
—Ty está loco… —comenzó a decir Brooke—. ¿Todo esto porque has
resultado ser otra persona y ni siquiera se atrevía contigo cuando eras la que él
creía que eras…?
—Por favor, no lo culpes —la interrumpió Amanda—. Tiene muchas cosas
en la cabeza, los problemas del rancho y esa gente de la Texco… Bueno, ellos no
han dejado de presionarlo, tú misma lo dijiste. No pararán hasta conseguir su
propósito. Brooke, Tyler te necesita más que nunca. Si yo puedo olvidar que es un
bruto con una sandía por cabeza, tú también.
—Eso ni lo sueñes —el tono de Brooke era firme—. Tyler tendrá que
escuchar unas palabritas. Y tendrá que explicarme qué es eso de echarte de casa
como si la opinión de los demás le importara un rábano. Y por supuesto, tendrá
que venir arrastrándose a pedirte perdón. O no volveré a mirarlo a la cara, te lo
prometo.
—Brooke, por favor…
—Ni hablar. No voy a dejar que se porte como un idiota. —Su expresión se
suavizó al mirarla de nuevo—. Amanda, tienes que entenderlo. Ya no es por ti. Es
por Tyler. Esto lo está superando, ¿sabes? Puede que te parezca una tontería. Pero
creo que Ty tiene tanto miedo de estar equivocado contigo, que prefiere pensar que
está en lo cierto.
—No sé qué…
—Vamos, Amanda… ¿No sabes que está loco por ti?
—Oh, no. Sin duda, está loco. Pero no por mí, te lo aseguro. —Amanda
sonrió para aliviar la tensión—. Y esta vez tendré que darle la razón en algo,
Brooke. Disparas tus flechas en la dirección equivocada.
—Ya lo veremos. Conozco a mi hermano, Amanda. Tiene miedo que seas
realmente la mujer perfecta para él. Le aterroriza la idea de amar algo que no
pueda ordenar o controlar. Ty es así.
—Pues lo siento por él. —Amanda no quería parecer insensible. Pero él
había sido más que cruel. Había destrozado la cámara de Marion Abbot. Y le había
destrozado a ella el corazón. No era precisamente una demostración de amor—.
Brooke, te quiero, de verdad. Os quiero mucho a todos. Pero me marcho la semana
que viene. Ya está decidido.
—¡No puedes hacer eso!
—No lo hagas más difícil. Ya es bastante duro para mí. —Amanda parpadeó
para evitar que percibieran la humedad en sus ojos.
—Pero no tienes que irte. Quédate un tiempo. Pensaremos en algo.
—Ya está bien, Brooke. —Doc acudió en su ayuda como el galante caballero
que era. Amanda pensó que, dado que iban a ser familia, Tyler podría aprender
modales de aquel muchacho—. Deja que Amanda tome sus propias decisiones. No
puedes obligarla a hacer lo que tú quieras solo para sentirte bien. Eso es bastante
egoísta por tu parte, ¿no?
—¿Dejarás que Tyler se salga con la suya? —Brooke se enfrentó a él con ojos
chispeantes de furia—. Entonces, es que no eres mejor que él.
—Brooke, no seas chiquilla —la regañó con dulzura, tirando de ella hacia él.
Brooke se resistió al principio, pero enseguida sucumbió al refugio de sus brazos—
. Dejemos que Tyler y Amanda solucionen sus problemas a su manera, ¿quieres?
—¿Lo harás, hablarás con él?
Amanda asintió, sintiéndose fatal por mentirle. No podía decirle que Tyler
había amenazado con hacerla papilla si volvía a aparecer por el rancho. Era justo lo
que Brooke necesitaba para terminar llorando a moco tendido.
—Muy bien. Pero hablaré con él de todas formas —sentenció—. Y más le
vale a ese cabeza de chorlito ser sensato o yo… bueno, hablaré con él.
Brooke se volvió hacia Lana que acababa de entrar para servirles más café.
En un gesto totalmente espontáneo, Amanda vio cómo la joven se ponía de
puntillas para besar a Lana en la mejilla.
—No eres una serpiente venenosa, Jackson —comentó sonriente.
Lana se frotó la mejilla, confundida. Aunque por su expresión alegre,
Amanda comprendió que había captado el mensaje. Después de prometer una
docena de veces más que arreglaría el malentendido con Tyler, Brooke la dejó en
paz.
Amanda suspiró aliviada cuando se fueron y aceptó la taza de café que Lana
le ofrecía.
—Siento decirte esto, Amanda —comentó Lana—. Pero me alegro de no
estar en tu pellejo. Es una suerte que Graves se decidiera al fin, ¿no crees?
Amanda no pudo contener una carcajada. Lana Jackson tenía razón. Era una
suerte que Tyler no estuviera loco por ella. McKenzie tenía una forma muy extraña
de amar a las mujeres.
Reconocerlo no la tranquilizó.
***
***
***
***
Había aceptado acompañar a Kitty hasta la comisaría, solo porque Kitty la
había obligado literalmente y porque le había prestado un casco que ocultaba su
rostro de las miradas curiosas.
Kitty conducía como una loca, era cierto. Pero era una ventaja cuando una
huía del acoso mediático. Así que enfundada en unos viejos pantalones de hombre
que habían pertenecido al señor Jackson —cortesía de Lana— y con las gafas de sol
gigantescas y el casco facilitados por su amiga, era imposible que nadie reconociera
a quien atravesaba la puerta de las oficinas del sheriff en aquel instante.
Por suerte, Cameron aún no había llegado. No tenía ganas de enfrentarse a
ninguno de los McKenzie hasta que aquellos molestos reporteros se hubieran
largado de Harmony Rock. No quería dar explicaciones ni sentirse rastrera por
haber fingido ser quien no era… Menudo lío. En realidad, había sido ella misma
todo el tiempo. Amanda Abbot, nunca Lori Chase. Por más que a Tyler le
molestara reconocerlo. Por más que Amanda estuviera completa e
irremediablemente enamorada de aquel bruto sin sentimientos. Saludó al ayudante
del sheriff con la mano, y Graves la miró confuso. Amanda inclinó las gafas oscuras
sobre la nariz, y entonces Graves la reconoció.
—¡Amanda! Santo Cielo, no te he reconocido… ¿Sabes la que has montado?
Todo el pueblo anda preguntando por ti… —La abrazó con afecto, y Amanda
encogió los hombros. Graves la apartó para observarla—. Lana me ha contado que
te escondes en su casa hasta que todo este asunto se calme. Cuenta conmigo para lo
que necesites.
—Por favor, mi amiga necesita recuperar sus cosas —le explicó, y Graves
registró hábilmente los cajones de Cam, preguntándose por qué su jefe no había
depositado la documentación de la mujer en el lugar correspondiente—. No lo
entiendo, tendrían que estar por aquí…
—Es igual, agente. Tenga mi tarjeta de crédito y cobre esa maldita multa.
Pasaré en otro momento a recoger mis papeles.
—Lo lamento de veras, señorita. —Graves examinó la tarjeta que Kitty
extendía hacia él y sonrió avergonzado—. No disponemos de esa tecnología en
Mentone. Aquí las multas solo se abonan en efectivo… Y ahora que lo pienso, no
recuerdo haber puesto ninguna en mi vida.
—¿Efectivo? Oiga… ¿Cree que una mujer como yo atraviesa un continente
con los bolsillos cargados de monedas? Oh, por todos los Santos… —Kitty se
volvió hacia Amanda con expresión de fastidio—. Está bien, nos vamos. Necesito
una copa con urgencia.
—Kitty, no podemos pasear por todo Mentone como dos turistas. Los
fotógrafos de Brittany acechan, ¿recuerdas?
Kitty lo meditó un segundo. Se quitó la cazadora de piel y se la entregó a la
otra mujer, ajustándole al tiempo las gafas y el casco.
—Tomemos esa copa, querida. Estoy a punto de sufrir un bloqueo, la
necesito —informó con determinación.
Amanda la siguió y juntas cruzaron la distancia que separaba la oficina del
sheriff del bar de Ray.
Nada más entrar, Kitty ocupó un asiento en la barra y después de pedir un
tequila, se lo tomó de un solo trago. Amanda rechazó la copa que le ofrecía y para
no desperdiciarla, Kitty se la bebió también. Vaya, sí que la necesitaba…
—Tengo que ir al lavabo. Y estos pantalones almidonados me están
provocando urticaria ya sabes dónde… —se disculpó Amanda con una sonrisa y se
dirigió a los aseos.
Forcejeó con el manillar de la puerta y chasqueó la lengua contrariada al
escuchar una voz femenina al otro lado. «Ocupado…». Perfecto. Echó una ojeada a
su alrededor. Bueno, nadie miraba. Empujó la puerta de los aseos masculinos y
entró con rapidez. Se metió en uno de los retretes libres y cerró la puerta.
Estaba soltando los botones del pantalón cuando unas voces la
sobresaltaron. Alguien había entrado. Qué mala suerte. Contuvo el aliento,
rogando porque no la descubrieran. Solo faltaba que la acusaran de ser una mirona
pervertida para que Tyler propusiera su linchamiento en el pueblo. Con sigilo,
subió los pies sobre la tapa del retrete y se mantuvo en silencio, esperando que
aquellos tipos terminaran lo que tenían que hacer y desaparecieran.
—No podemos volver a joderla, socio. —La voz era seca, ligeramente
pastosa a causa del alcohol—. Ese hijo de puta de McKenzie no ha captado el
mensaje. Acabo de hablar con ese abogado de Nueva York y dice que insiste en no
vender. El muy cabrón no ha aceptado la oferta que le han hecho… Joder, joder,
joder. Hay que hacer algo o ya podemos olvidarnos de nuestra pasta.
Amanda se inclinó con cuidado hacia la puerta y acertó a distinguir un par
de caras a través de la ranura bajo las bisagras.
—¿Algo como qué…? ¡Mierda, nos hemos cargado a su perro! —exclamó el
otro.
Amanda reprimió un grito cuando su mente procesó lo que acababa de
escuchar. Desgraciados. Apretó las manos contra el pecho y cerró los ojos, tan
quieta como una estatua. Si la descubrían, la cosa podía llegar a ponerse muy fea
para todos. El pobre Ray y Darleen, su esposa, eran demasiado mayores para hacer
frente a aquellos delincuentes. Quizá estaban armados. Y aunque gritaran con
todas sus fuerzas para alertar a Graves al otro lado de la calle, alguien podía
resultar herido mientras Graves acudía al rescate.
—Pues no basta, joder. Hay que hacer algo más. —El hombre parecía
meditarlo. Amanda aprovechó para echar otra ojeada a las facciones de ambos. Era
muy buena fisonomista y no pensaba perderse un solo detalle que le permitiera
identificarlos. Los anotó todos mentalmente y casi perdió el equilibrio cuando la
voz habló nuevamente. Amanda se sujetó con fuerza, apoyando ambas manos
contra los azulejos de la pared—. Algo que hará que esos McKenzie salgan
corriendo con el rabo entre las piernas.
Amanda se habría reído en su cara de no ser porque el miedo la mantenía
paralizada. ¿Los McKenzie con el rabo entre las piernas…? Já. Aquel tipo no los
conocía en absoluto. No sabía nada de aquella familia. No tenía ni idea de hasta
qué punto los McKenzie constituían una fortaleza infranqueable. Ella sabía
bastante del tema. Y eso que solo se había enamorado de uno de ellos.
—Me temo que no hay otra alternativa. Le demostraremos a Tyler
McKenzie que ese perro muerto es la menor de sus preocupaciones. No me mires
así, joder. Ya sabes lo que hay que hacer —ordenó con brusquedad a su amigo.
Amanda apretó los labios, furiosa. Troy. Malditos asesinos. Oyó como
abandonaban el lavabo y se cercioró en la distancia de que salían del local de Ray.
Esperó unos minutos antes de correr en busca de Kitty.
Su mente trabajaba a toda velocidad. Tenía que encontrar a Cameron y
contarle lo que había descubierto. Tenía que evitar que… Se detuvo en seco.
¿Evitar qué? No tenía nada contra ellos en realidad. Era su palabra contra la suya.
Y como mucho, podía acusarlos de envenenar a un pobre animal. No era lo
bastante grave, no como para enviarlos a la cárcel…
«Piensa, Amanda, piensa…». Tenía que hacer algo… Tenía que
proporcionar a Cameron las pruebas suficientes para que encerrara a esos
desgraciados una buena temporada.
De pronto, algo comenzó a tomar forma en su mente. Una idea, un plan
descabellado.
—Santo Cielo, Amanda, estás pálida como un cadáver —soltó Kitty al verla
regresar del lavabo, y Amanda agitó la cabeza, indicándole con un gesto silencioso
que tenían que irse.
Aquella idea seguía bullendo sin parar y ocupaba toda su atención. Ni en un
millón de años iba a consentir que nadie le hiciera daño a aquella familia.
***
***
Tyler entrecerró los párpados para observarla mejor, oculto bajo el ala de su
sombrero y agazapado en la barra del bar. Ella jugaba al billar sin demasiada
suerte en una de las mesas cercanas.
Su compañera de partida era la mismísima Lana Jackson. Sí que habían
cambiado las cosas. ¿Quién iba a decirlo? Nada menos que esas dos compartiendo
partida como las mejores amigas. Tyler ahogó una sonrisa amarga en la tercera
cerveza que tomaba esa noche. Graves las custodiaba, alejando a los patanes
borrachos de la mesa y defendiendo el territorio como el perro guardián que era.
Cameron y Dylan estaban a punto de llegar y se alegró de que no pudieran ver su
cara de abatimiento.
El grupo de Amanda aún no lo había descubierto. ¡Qué suerte! Sus chicos
preferidos pasándolo en grande. Y él, mientras tanto, reventando por dentro a
causa de la rabia que le provocaba la visión. Y una vez más, solo. En la barra del
maldito bar de Ray.
Quizá Brooke y sus hermanos tenían razón y era su destino terminar sus
días como aquellos tipos horribles que asediaban a las chicas en la puerta de los
lavabos. Pero no. Sorpresa, otra vez. Lana Jackson sonrió al mirar en su dirección,
haciéndole señas reiteradas para que se uniera a ellos. ¿Después de cómo la había
tratado? ¿Acaso había perdido el juicio? Amanda esgrimía su palo de billar con su
peculiar estilo de dama inglesa. Lo hacía para impresionarlo. Solo que a Tyler le
daba la sensación de que la mujer valoraba las muchas posibilidades de utilizar su
palo contra él. Lo pensó un instante. Se acercaría. Solo para saludarlos y limar
asperezas. Nada más.
—Lana. Graves… Abbot. —Tocó el ala de su sombrero con la punta de los
dedos, levantándolo ligeramente.
Sus ojos se encontraron con los de ella. ¡Diablos, estaba radiante! Llevaba un
vestido con los hombros al descubierto y una única tira que se anudaba en su nuca.
El cabello suelto y una ligera pincelada de carmín rosa en los labios que se abrían
para mostrar su perfecta dentadura. Deseó que Amanda Abbot tuviera una
verruga enorme en la nariz y un par de dientes picados por las caries. Tal vez así,
él no habría hecho el ridículo al mirarla embelesado como un idiota.
Pero no era el caso. Era preciosa, y eso lo hacía todo más difícil. Esperó
resignado que ella lo ignorara o le atizara con el palo de billar en respuesta a sus
insultos pasados. Y nuevamente, ella le puso el mundo del revés al no hacer
ninguna de las dos cosas.
—McKenzie. —Le tendió la mano y sonrió. ¿Ya estaba? ¿Olvidado, amigos
otra vez?
Estaba a punto de preguntárselo, cuando ella le dio la espalda para
continuar la partida, soltando su mano con rapidez. A pesar de lo breve del
contacto, Tyler sintió que aún conservaba el tacto cálido de aquellos dedos sobre
los suyos. La tocó ligeramente en el hombro, y ella se giró sobre los talones,
impaciente.
—¿Podemos hablar… cuando termines la partida, quizá?
Ella asintió. Iba perdiendo, eso ya lo había previsto Tyler. Era muy listo. Las
dos jugaban contra Graves, que se jactaba de su victoria. Al final, Lana lo arrastró
rabiosa hasta la pista de baile y lo obligó a moverse, tan patoso como siempre, al
ritmo de la música.
Eso le dio la oportunidad de abordarla. Tyler dejó su cerveza sobre el tapete
de la mesa de billar y apoyó ambas manos alrededor de ella, acorralándola entre el
hueco de sus fuertes brazos y la pared.
—¿Me odias, Abbot? —preguntó en un susurro contra el oído femenino —
Menuda pregunta estúpida… Claro que me odias. Yo también me odiaría si
estuviera en tu lugar.
—No te odio, Tyler —contestó y, sin querer, sus dedos acariciaron la áspera
mejilla de él levemente cubierta de vello. Lo vio reaccionar a su caricia como lo
haría alguien hambriento ante unas migajas. Su expresión sombría la conmovió
contra su voluntad—. Has sido cruel e injusto conmigo. Y me has hecho mucho
daño, lo confieso. Pero hoy estás aquí. Has vencido tu orgullo y has cruzado la
distancia desde esa barra hasta mí. Supongo que quiere decir algo, ¿no?
Tratándose de ti, es más de lo que esperaba.
—Entonces… ¿No me guardas rencor?
—No tan rápido, McKenzie. —Amanda se humedeció los labios, consciente
de que la mirada de él seguía cada uno de sus movimientos con nerviosismo—.
Aún me debes una disculpa.
—Lo siento —lo soltó con rapidez, como si temiera que las buenas
intenciones de ella se esfumaran en cuanto comprendiera que no las merecía—.
Brooke y mis hermanos… Ellos… Yo mismo… Bueno, he reflexionado mucho
sobre lo que sucedió, ¿sabes? En realidad, estoy bastante avergonzado…
Demonios, esto es muy difícil, Abbot… ¿No podríamos ahorrarnos esta parte?
—Ni en sueños, McKenzie —lo dijo con suavidad, pero existía la velada
amenaza de que si se rendía, lo enviaría al diablo.
—Fue por culpa de esa revista… Creí que habías mentido sobre todo…
Sobre nosotros… No tengo excusa, ¿verdad? —La miró suplicante al ver cómo ella
no cedía un milímetro a sus explicaciones.
—Me temo que no, Tyler. —Aunque la tenía media convencida solo con la
primera mirada desde la barra, fingió que no era así—. Pero te perdono. Claro que
rompiste mi cámara. Y eso sí tendrás que resarcírmelo. Era un regalo de mi padre,
McKenzie.
—Te compraré una nueva… ¡Mierda! Lo he estropeado todo, ¿no es cierto?
—Digamos que eres como eres —murmuró, aspirando con disimulo el
fresco aroma que emanaba de él y se mezclaba muy cerca de su boca con el olor de
la cerveza—. Pero no eres el hombre de mis sueños, Tyler. Ni siquiera te pareces
un poco.
Mentía descaradamente. Él estaba demasiado confuso para advertirlo y se
alegró de ello.
—Amanda…, no me importa quién seas o quien crean los demás que eres.
Yo sé quién eres… ¿Vendrás conmigo? —su tono de voz pretendía ser controlado,
pero no lo conseguía—. Brooke te echa de menos… Y la casa está hecha un
desastre. Nadie la llena de flores ni prepara galletas chamuscadas para merendar.
Y nadie consigue que mejore mi mal humor. Y ahora, encima, no podría
permitirme pagarte un sueldo, aunque he oído por ahí que eres rica, pero eso
tampoco me importa, porque yo… En fin, ¿vendrás conmigo o no?
—Eso sí es una buena oferta, Tyler —se burló—. Pero llega un poco tarde.
¿No te has enterado?
Él arqueó las cejas sin entender a qué se refería.
—Lo he pensado mejor y voy a establecerme por aquí definitivamente —
anunció orgullosa—. Pienso abrir un pequeño estudio fotográfico. ¿Recuerdas la
vieja barbería de Harry Jackson, el padre de Lana?
Claro que la recordaba. Solía recortarse el pelo allí cuando todavía le
importaba tener un aspecto decente. Es decir, antes de que ella apareciera en su
vida y la pusiera patas arriba. Asintió con un gesto.
—El señor Jackson me ha alquilado el local, y Brooke y Lana han estado
ayudándome con los preparativos. Con suerte, en un par de días podré trasladar
mis cosas. Hay una habitación en el piso superior y creo que será perfecta para las
dos.
—¿Las dos?
—Para mí y para mi maleta viajera. Ya sé lo que vas a decirme. No es un
negocio como para hacerse millonaria. Seguramente, estaré arruinada antes de que
pase la primavera porque en un pueblo de noventa habitantes no se celebran
muchas bodas, bautizos y comuniones. Aunque confío en vender alguna buena
fotografía en Europa. Vale la pena intentarlo, ¿no crees? —Sonrió al ver cómo él
torcía la boca con disgusto—. Voy a sentar la cabeza. Y tú deberías pensar en hacer
lo mismo. Ya no eres un niño, Tyler McKenzie.
—¿Lo de establecerte por aquí…? ¿Es una venganza personal? —lo
preguntó en voz baja, mirándola directamente a los ojos.
Ella le mantuvo la mirada con serenidad.
—¿Por qué lo dices, Tyler? Pensé que querías que fuéramos amigos.
—Yo supuse… Es igual. —Bajó los brazos y la dejó libre, aunque no tanto
como para perderla de vista.
Amanda no se movió de su sitio. Le gustaba estar así, cerca de él y
manteniéndolo a raya al mismo tiempo. Oh, qué grandísima mentirosa estaba
hecha… Lo que en realidad deseaba era que él la tomara entre sus brazos y la
levantara en el aire para secuestrarla delante de todos y llevarla hasta su casa.
Claro que eso era una ridiculez y le habría dado a Tyler la victoria demasiado
pronto. Sus planes eran otros.
Tyler la observaba perplejo. ¿Verla todos los días? ¿Sin tocarla, sin hacerle el
amor? Sería un infierno. Peor aún. ¿Y si ella decidía salir con alguno de aquellos
tipos desesperados como él, los que la rondaban desde que él había cometido la
torpeza de echarla de casa y colocarle el cartel de disponible? Ya podía verlo.
Media docena de vaqueros —por suerte, el censo de solteros de Mentone no
contaba con más— con cara de idiota haciendo cola en la puerta de su estudio,
merodeando como aves de rapiña. Solo pensarlo hizo que se mareara. Tomó aire y
al volver a mirarla, ella ya no estaba. Uno de aquellos donjuanes la hacía girar en la
pista mientras ella reía a mandíbula partida. ¡Y solo era el principio! Se aproximó a
ellos, palmeando la espalda del hombre.
—Amigo. Ella está conmigo —dijo, rezando porque el tipo, que debía
sacarle al menos cinco centímetros de estatura y algo más de peso, no discutiera.
Esa noche no le apetecía terminar con los huesos molidos por una pelea. El
hombre se volvió, gruñendo. En el fondo lo comprendía. No todos los días uno
tenía la suerte de bailar con la famosa Lori Chase. Pero nadie la conocía como él.
—¿Quién lo dice? —esta vez, el gruñido se acentuó cuando lo reconoció—.
Piérdete, McKenzie.
—Tranquilo, Jimmy. Te debo un baile. —Amanda presionó el musculoso
brazo y se disculpó con la mirada. Después, aceptó que Tyler rodeara su cintura en
un gesto posesivo y lo regañó con un gesto—. ¿Qué pretendes, Tyler? ¿Es que
quieres suicidarte?
—Estábamos hablando —replicó malhumorado—. ¿Qué tienes tú con
Jimmy?
—Me hace unos arreglos de carpintería en el local —le informó, incómoda
porque él ya empezaba a comportarse como el Tyler McKenzie que conocía—. ¿Te
molesta?
—Me molesta que todos los hombres del maldito pueblo te coman con los
ojos —confesó, furioso—. ¿Lo de sentar la cabeza iba en serio? No me digas que te
has planteado siquiera casarte con alguno de ellos.
—¿Por qué no? Son tus vecinos, McKenzie. Antes te parecían buenas
personas —lo atormentaba a sabiendas de que él lo estaba pasando fatal
imaginando con cuál de ellos se había acostado.
—Antes no tenía que preocuparme de que ninguno te pusiera la mano
encima —Tyler escupió las palabras contra su cuello, rozándolo con los labios—.
¿Es lo que quieres, que me parta la cara con todos hasta que solo quede yo y no
tengas más remedio que…?
—¿Qué, Tyler? —lo desafió con voz sugerente.
—Ya lo sabes, Abbot —los labios de él se movían sobre su piel, ascendiendo
lentamente por la línea de la garganta y recorriendo la mejilla hasta casi tocar la
comisura de la boca femenina—. Quiero hacerte el amor… ahora. Apenas puedo
contener mis manos sobre ti.
—McKenzie…, los amigos no hacen cosas como esa —lo reprendió con
suavidad—. ¿Qué van a pensar de nosotros?
—No quiero ser tu amigo. Quiero ser tu amante, Abbot. Quiero estar dentro
de ti y quedarme ahí hasta que uno de los dos necesite comer o ir al lavabo o
cambiar de postura… —lo dijo con la boca apretada contra su frente—. Solo sé que
tengo que hacerte mía. Esta noche, Abbot. Voy a volverme loco si no lo hago,
¿sabes?
—Tyler…, no podemos. —De repente, sonaba algo más romántico.
Faith Hill interpretaba Breathe… Tyler pensó que nunca antes había sentido
su aliento más cercano, envolviéndolo como una deliciosa telaraña, mareándolo,
excitándolo... Sonrió para sus adentros al sentir la fuerte presión en sus vaqueros a
la altura de las ingles.
—Podemos, Abbot, te lo aseguro. Deja que te lleve a casa. Por favor… —Notó
como ella abría los labios, incitante, y lo dejaba entrar en su boca. La tomó con
ansiedad, presionando el cuerpo menudo contra el suyo para demostrarle que no
estaba bromeando. Un minuto más moviéndose con ella de aquel modo y
terminaría haciéndole el amor sobre la mesa de billar.
Ella permitió que disfrutara de la caricia durante unos segundos, los
mismos que necesitaba para planear una estrategia. No, no podía ser de aquel
modo. Tyler tenía que confiar en ella. Tenía que amarla. No bastaba con que la
deseara. Él debía comprender que ella había llegado allí con un motivo que ahora
entendía. Tyler McKenzie era el motivo. Era la mitad incompleta que había andado
buscando siempre. Decidida, lo empujó suavemente.
Tyler la miró como si estuviera a punto de estrangularla por llevarlo hasta el
paraíso y hacerlo descender otra vez al mundo real.
—Abbot, no te resistas. Lo deseas tanto como yo. Puedo leerlo en esa mirada
tramposa.
—Entonces, también podrás leer esto. —Le dio un beso fugaz en los labios y
lo dejó plantado, maldiciendo entre dientes como de costumbre.
***
***
***
***
Aquellos tipos elegantes se habían citado con Jason a escasos veinte metros
de la carretera trescientos del condado de Mentone, un camino polvoriento y
solitario donde apenas se avistaba a lo lejos un viejo cartel con el nombre del
pueblo y otro ingenioso que aludía a la sequía sufrida recientemente y que «decía
trae tu propia agua».
Por suerte, Amanda había encontrado una de las tarjetas del bufete de
abogados que representaba a la Texco y de la que Tyler aún no se había deshecho.
Haciéndose pasar por Brenda, la stripper vengativa, no le había costado nada que
los dos abogados al servicio de Texco se dieran prisa en venir. Estaban ansiosos
por conocer a alguien que, de manera discreta, pudiera dar jaque mate por fin a la
jugada que pretendían, ya que los dos ex convictos contratados con anterioridad
parecían no tener éxito ni valor para intentar nada excepto matar animales.
Amanda les había contado que su amigo conocía bien a los McKenzie, que
había sido despedido por ellos debido a su afición al juego y la bebida y que, en
definitiva, estaba muy dispuesto a desquitarse y, de paso, hacerse con unos
cuantos miles y largarse para siempre de aquel pueblo de mala muerte.
Los abogados de la Texco eran muy listos, pero no tanto como para no
tragarse la historia. O eso o estaban desesperados por zanjar aquel asunto para su
cliente.
Así que no habían faltado a la cita. Allí estaban. No demasiado cerca para
que alguno de los vecinos los viera, aunque sí lo bastante para que Amanda,
escondida tras un viejo cobertizo abandonado, pudiera sacar unas buenas fotos.
Jason estaba perfecto en su papel de mercenario sin escrúpulos. Sus ropas
sucias, su cabello grasiento y su expresión de estar de vuelta de todos los delitos
habidos y por haber habían logrado engatusar a los pobres imbéciles. Por
supuesto, ellos no tenían ningún motivo para dudar de que el sucio Vic Malloy
fuera quien decía ser.
En esos instantes, el falso Malloy grababa toda la conversión en su
grabadora oculta en el bolsillo de su cazadora oscura.
Por su parte, y gracias a la providencial cámara que incorporaba el móvil
última tecnología de Kitty, Amanda realizaba el mejor reportaje fotográfico de su
vida mientras los hombres daban instrucciones a Malloy.
—No la fastidie, Malloy. Ya hemos gastado mucho dinero en este asunto, y
nuestro cliente está empezando a cabrearse. Y cuando digo cabrearse, significa que
los cheques que pagan estos trajes, estos zapatos y las zorras con las que nos vamos
de fiesta están en peligro —dijo uno de ellos, sacudiéndose con desagrado el polvo
de la pernera de sus pantalones grises de Gucci.
—Si me hubieran encargado el trabajo desde el principio, se habrían
ahorrado mucha pasta —replicó Jason/Malloy, tratando de sonsacarles más
información—. He oído que unos aficionados se cargaron unos caballos y un perro
piojoso hace poco. Seguro que no fue barato.
—Diez mil dólares —confesó el otro abogado—. Pero los tipos eran unos
chapuzas. En lugar de meterles el miedo en el cuerpo, parece que esa maldita
familia se haya hecho más fuerte.
Jason silbó al escuchar la cifra, interpretando su papel de alguien que nunca
había visto juntos tantos billetes.
—Joder, tíos… Por esa pasta, yo ya habría liquidado a la familia entera.
—Eso no será necesario, Malloy. Mi cliente quiere resultados, pero desea
evitar… ya me entiende.
—Ya veo. Nada de fiambres —Jason se aseguraba, con disimulo, de que la
tela de la su ropa no cubriera el micro de su grabadora, por si la cámara de
Amanda fallaba o se quedaba sin batería.
—Nada de fiambres… Por el momento —puntualizó el de mayor edad—.
Aunque mi cliente no lo descarta si resulta absolutamente necesario.
—Esos de la Texco deben estar desesperados, ¿no es así?
Jason era muy astuto, había sacado a relucir el nombre de la petrolera, y los
abogados no lo negaban. Perfecto.
—Eso no le importa, Malloy. Haga lo que ha convenido y tendrá su dinero.
Y después, no queremos volver a verlo nunca más, ¿está claro?
Amanda apretó los labios. Querían que Harmony Rock volara por los aires
y que a los hermanos no les quedara otra opción que vender las tierras donde se
asentaba el rancho. Desgraciados. No podían imaginar la sorpresa que se llevarían
cuando Cameron los arrestara con pruebas tangibles suficientes para que pasaran
una buena temporada a la sombra. Tan segura estaba de sí misma que no se
percató cuando, disimuladamente, Jason comenzó a hacer señas en su dirección.
—He oído algo… por allí… —Uno de los tipos caminó en dirección al
cobertizo abandonado, y Amanda se golpeó bruscamente contra las paredes en su
desesperación por no ser vista.
Las maderas crujieron contra su hombro y reprimió un grito de dolor. El
hombre estaba muy cerca, aunque en la penumbra no era capaz de distinguir su
rostro. Por suerte, Amanda había tomado prestados unos vaqueros de Jason y un
grueso jersey de lana. Lejos de reconocerla, el tipo debía haberla tomado por algún
fornido vaquero y, sin pensarlo, le lanzó el puño contra la cara, obligándola a
retroceder unos cuantos pasos hasta casi perder el equilibrio.
Sujetó el móvil de Kitty contra el pecho y corrió tan rápido como pudo. No
se detuvo hasta cerciorarse de que estaba bien lejos de ellos. Con la respiración
entrecortada y los pómulos ardiendo por el golpe, se agazapó protegida por la
oscuridad. Era mejor no moverse hasta que Jason llegara y le hiciera saber que todo
estaba en orden.
Oyó el alboroto que armaban los hombres y cómo Jason los tranquilizaba
con la mejor interpretación de su vida.
—Seguramente era algún borracho de por aquí —comentó
despreocupado—. Duermen la mona en cualquier parte…
—No me gusta, Malloy —lo interpeló uno de ellos, el que la había golpeado.
Por suerte, el tipo no debía estar acostumbrado a utilizar la fuerza física,
porque el golpe había sido un tanto infantil, aunque escocía, y sus elegantes
nudillos también estaban hechos un asco, lo cual alegró a Amanda, quien seguía
oculta y expectante.
—Como quieran, amigos. Si no quieren cerrar el trato, no hay problema. De
todas formas, quiero mi pasta. He estado dos años en chirona y no pienso largarme
con las manos vacías —el tono amenazante de su voz ya los había convencido,
pero para añadir más peligro a su mirada, presionó ligeramente la grabadora que
ocultaba bajo la ropa. Sin duda, los tipos creyeron que se trataba de un arma,
porque enseguida accedieron a ultimar los detalles de su fechoría. Y Jason añadió,
imitando a uno de sus actores preferidos—: Han sido muy sensatos. No se
arrepentirán.
Amanda los vio alejarse con ademanes nerviosos. Después de unos minutos
que se le hicieron interminables, Jason le palmeó el hombro herido al tropezar con
las maderas.
—Ey… ¿Estás bien?
Ella asintió. Nunca en su vida había pasado tanto miedo. Pero no podía
decírselo. Sospechaba que Jason estaba igual o más asustado que ella y le tocaba
hacer el papel de chica dura para que no se derrumbara.
—¿Y tú? —preguntó, aceptando su mano para levantarse.
—Creí que era hombre muerto cuando ese tipo casi te descubre —confesó
con una media sonrisa.
Amanda también sonrió y lo acompañó hasta el coche. Jason arrancó como
si los persiguiera el mismísimo diablo y tardó menos que un suspiro en dejarla
frente a la puerta de su recién estrenado negocio. Frunció el ceño cuando la luz
tenue de la entrada iluminó el rostro de la joven. Tenía un ojo completamente
amoratado y un ligero corte en la mejilla que sangraba débilmente. Sacó un
paquete de kleenex de la guantera del todo terreno y le frotó con delicadeza la zona
lastimada.
—Cielos, Amanda… El desgraciado te ha machacado —observó conmovido
por el valor que ella mostraba al no quejarse una sola vez.
—Bah. Es solo un rasguño. Pero tengo la piel delicada, y un simple roce…
Ya ves, mi cutis inglés. —Sonrió—. ¿Lo has grabado todo?
—Puedes confiar que sí. —Le mostró la grabadora con satisfacción—. Esta
amiguita no puede fallarnos.
—¿Los hemos cogido?
—Eso espero. —Le guiñó un ojo—. O tendrán que escribir un bonito epitafio
sobre nosotros.
—No sé cómo darte las gracias, Jason. —Lo besó fugazmente, sin que
ninguno de los dos se percatara de que alguien los espiaba a escasos metros de allí.
Miró su reloj de pulsera y chasqueó la lengua, contrariada por lo tarde que
era.
—Maldita sea, Tyler vendrá a recogerme en menos de media hora. —Se bajó
del coche de un salto y cerró de un portazo—. Y aún tengo que vestirme. ¿Nos
vemos dentro de… quince minutos?
—¿Hablabas en serio cuando le decías a McKenzie que nos haría de
carabina? —Jason arqueó las cejas, divertido.
—Claro que sí, ¿qué te creías? Te debo un baile.
—Me debes más que eso, querida. Han podido matarme, con balas de
verdad, por Dios…, pero me conformaré.
Ella se despidió feliz y subió de dos en dos los escalones que conducían a su
nuevo y estrecho hogar. Una habitación con una cama y un armario donde apenas
le cabían los calcetines. No estaba tan mal. Se desvistió y se dio una ducha rápida.
Después, se colocó un sencillo vestido con tirantes al cuello y se maquilló con
esmero para disimular los morados de los ojos. Finalmente, se mordió los labios al
ver el resultado en el espejo. Con aquella pinta no engañaría a nadie, así que trató
de inventar una buena excusa para contestar a los cientos de preguntas que le
lloverían durante la noche. Se apresuró a bajar para abrir la puerta en el instante en
que escuchó el repiqueteo de la campanilla en la planta baja.
***
Tyler la observaba con expresión curiosa y algo más que ella no supo
identificar. Por suerte, las luces estaban apagadas y tiró de él para alejarlo del
farolillo de la entrada al salir. Sin embargo, Tyler era lo bastante astuto como para
no morder el anzuelo.
La sujetó por los hombros y la obligó a colocarse justo bajo la luz para
contemplarla con detenimiento.
—Pero ¿qué…? —Por momentos, sus facciones se contraían y su rostro
adquiría un tono violáceo al descubrir los hematomas en la cara de ella—. ¿Puedes
decirme qué diantres te ha pasado?
—Tyler, no montes una escena, ¿quieres? —lo apaciguó, pero la respiración
de él se agitaba a medida que reparaba en los cortes de la mejilla y en los rasguños
del hombro—. Me caí…
—¿De dónde, del Empire State? Diablos, Abbot, parece que te haya pasado
un camión por encima… Lla miró confundido al principio y furioso más tarde.
Sus ojos brillaban intensamente mientras examinaba cada centímetro de la
piel femenina que quedaba al descubierto, buscando más heridas.
—Ya te he dicho que…
—Nena, será mejor que no me mientas… —su tono de voz era
amenazante—. Hace un rato he visto como te despedías de ese… como se llame…
—¿Jason? ¿Acaso estabas espiándome? —Amanda no pudo evitar sonreír
por las ridículas sospechas que leía en su mirada—. ¿No pensarás que él…? Tyler,
por favor…
—Abbot, si ese tipo te ha hecho esto… —A estas alturas, Tyler ya estaba
convencido de que era así.
—Tyler McKenzie —lo interrumpió con firmeza, emocionada en el fondo
por el instinto de protección que despertaba en él. Aunque, por otro lado, no podía
contarle cómo se había hecho aquellos morados. Eso sí lo pondría realmente
furioso. Y, probablemente, la sacaría del estado antes de que pudiera protestar—.
Te prohíbo que sigas. Y por cierto, que no tengo que darte explicaciones si me
apetece que un antiguo novio me ponga un ojo a la funerala. Así que, asunto
resuelto. Por ahí viene Jason…
Señaló la puerta del motel, y Tyler apretó los labios al ver cómo el inglés se
acercaba a ellos.
—No te atrevas a hacerle preguntas, ¿está claro? —le advirtió—. O tendrás
que bailar con la señora Tracy toda la noche.
—Abbot…
—McKenzie… —Ella lo imitó y se colgó del brazo de ambos, uno por cada
lado, dispuesta a no perderse una sola pieza.
El resto de la noche fue más bien estresante.
Por un lado, su preocupación por la oferta que aquellos abogados de la
petrolera le habían hecho a Malloy el impostor. Nada menos que quemar el rancho
de Tyler. Esta vez no pensaban andarse con chiquitas y, a juzgar por lo que Jason le
había contado, querían el lote completo. Nada de errores. Querían a Tyler fuera de
juego para siempre.
Por otra parte, estaba el propio Tyler, quien valoraba positivamente en qué
momento exacto de la noche iba a matar al pobre Jason por lo que erróneamente
juzgaba que había hecho.
Y finalmente, pero no por ello menos importante, estaba ella misma. Solo
había bailado tres piezas y ya sentía que tenía los huesos hechos puré. Y por nada
del mundo, quería privarse del placer del momento en que Tyler se decidiera de
una vez a sacarla a bailar. Para su deleite, aquel momento llegó antes de lo que
esperaba.
Dolly Parton entonaba con su peculiar estilo y su timbre de niña que no ha
crecido, una hermosa balada. Tyler la arrastró literalmente hasta la pista y apretó
su cuerpo contra el de ella, siendo todo lo delicado que era capaz dadas las
circunstancias. Seguía furioso y las dos cervezas que había tomado hacían que su
enfado fuera en aumento.
Aun así, Amanda intentó que se relajara y, de paso, relajarse también. El
fuerte pecho de Tyler bajo su mentón era el mejor ungüento para sus heridas.
—¿Vas a contármelo o prefieres que se lo pregunte a él directamente? —
preguntó Tyler, con los labios muy cerca de su frente.
—Ay, Tyler, no lo estropees… —le pidió, adormecida por la deliciosa
sensación que era balancearse junto a él al ritmo de la suave música.
—Quiero matarlo de todas formas, Abbot —comentó él con total
naturalidad—. Pero si me das una buena excusa, me sentiré mejor después de
hacerlo.
—McKenzie…, ¿por qué eres tan agresivo? —le preguntó mimosa.
—Abbot, te juro que en este momento no estoy siendo ni la mitad de
agresivo. —Él recorrió con ternura los rasguños de su hombro, palideciendo
cuando ella reprimió un gemido de dolor. Apartó los dedos para deslizarlos por su
brazo—. Si lo fuera, ese Jason ya estaría en la consulta de Doc con los dientes
incrustados en la nuca.
—¿En la consulta de Doc? —Ella le miró risueña. «Tyler McKenzie, ¿dónde
estabas antes de conocerte?», pensó riendo para sus adentros.
—Es donde merece acabar un animal como él —explicó él, besando con
ternura sus cabellos.
—Tyler…
—Abbot, deja que lo mate —su voz era grave a causa del enfado y del deseo
al mismo tiempo—. Después, te llevaré a casa y te haré el amor de tantas maneras
que no volverás a acordarte de él.
—McKenzie… —le susurró con los labios presionando levemente la línea
del cuello masculino. Bromeó para aliviar la tensión entre ellos—. Si fuera una
inocente dama sureña, estaría escandalizada.
—Si fueras una inocente dama sureña, no te haría ese tipo de proposiciones
—replicó Tyler de mejor humor a pesar de que la idea de liquidar a O’Neil seguía
rondando por su cabeza.
—¿Eso es un insulto? —inquirió en voz baja, provocándolo
intencionadamente.
—¿Bromeas? Es un piropo, nena. —Tyler dejó que su boca cubriera durante
un segundo la de ella, complacido al ver cómo se estremecía ante la breve caricia—
. ¿Entonces… tengo tu aprobación? ¿Puedo liquidar a ese rubito sin que me odies
por ello?
—Ni lo sueñes, McKenzie.
—Abbot, no estás enamorada de él. No puedes estarlo —murmuró, rabioso
en el fondo porque temía estar equivocado.
Peor aún, temía estarlo y que ella fuera tan sincera como para confesárselo
allí mismo, en mitad de la pista, mientras él la estrechaba entre sus brazos
deseando que el resto del mundo desapareciera para tener un poco de intimidad.
—¿Por qué estás tan seguro? —La situación la divertía enormemente.
—Porque es más joven que tú. Podría ser tu hermano, Abbot —le recriminó
con la mirada nublada por la pasión que ella encendía en él, incluso con el rostro
medio desfigurado por aquel hematoma.
—Pero no lo es. —Lo retó a que continuara con su larga lista de motivos por
los que el pobre Jason jamás sería su príncipe azul.
—Y tiene muy mal gusto. Fíjate con quien está bailando. —Señaló con
disimulo a Jason, que ahora se movía ágilmente de la mano de una de las gemelas
Tracy.
«Menudo donjuán». La chica era justo como Brooke la había descrito en una
ocasión. Una larguirucha con cara de mula y cejas demasiado pobladas. Claro que
Jason era un perfecto caballero inglés y nunca negaba un baile a una señorita,
aunque la señorita en cuestión fuera lo más parecido a un cuadrúpedo.
—McKenzie, eres perverso. —Amanda sonrió de aquel modo encantador
que hacía que a Tyler se le doblaran las rodillas sin remedio.
—Y además, no puedes estar enamorada de un tipo que mañana estará
fiambre en la funeraria. —Tyler le recordó sus intenciones—. No sería práctico,
Abbot.
—Creo que me arriesgaré de todos modos. —Amanda tembló cuando él la
estrechó con más fuerza en una clara actitud posesiva—. Pero no sufras, McKenzie.
Si me conviertes en una viuda desconsolada, serás el próximo candidato en mi
lista.
—Nena… —Él dejó que sus dedos recorrieran nuevamente la curva de su
espalda con lentitud—. No me provoques y dejaré que tu ex viva un par de días
más.
Amanda no contestó. Pensaba en lo ingrato que era Tyler McKenzie con el
hombre que estaba a punto de salvarlo de las garras de aquellos mal nacidos de la
petrolera. Aunque, en el fondo, sabía que Tyler solo quería convencerla de lo
arrepentido que estaba… a su manera.
—¿Cómo van las cosas por el rancho, Tyler? —preguntó desviando la
conversación hacia temas menos peligrosos—. Brooke me ha dicho que los del
banco aún no han aprobado ese préstamo que pediste.
Si él estaba molesto por las confidencias que Brooke le había hecho, no lo
demostró.
Encogió los hombros con fingida indiferencia.
—Es posible que tenga que solicitar otra hipoteca sobre la propiedad. Pero
creo que saldré adelante.
—Si no fueras tan cabezota… —le recriminó con suavidad, tanteando el
terreno para sus planes futuros—. ¿Qué hay de la oferta de Dylan? No puedes ser
tan orgulloso, tienes que aceptar su oferta de quedarse.
—No me convence. Siempre ha sido un espíritu libre y no puedo
encadenarlo a Harmony Rock de por vida. Quiero a Dylan, tengo que estar seguro
de que es lo quiere.
—Está bien, olvida a Dylan. Brooke dijo que Doc te ofreció ser tu socio. Al
parecer, dispone de algunos ahorros. Tyler, piensa en lo bien que te iría algo de
ayuda… y podrías reponer parte del ganado.
—Ni hablar —atajó él con voz tensa—. Ya le dije a Brooke lo que opinaba
del tema. Lo último que me apetece es convertir a mi hermana en la contable
marimandona de los negocios de su futuro marido. Doc no aguantaría una
semana, créeme. No quiero tener la culpa del divorcio de esos dos.
—Eso es injusto, Tyler. Brooke también tiene derecho a preocuparse y a
hacer algo al respecto.
—No mientras pueda evitarlo. Prometí a mis padres que siempre cuidaría
de ella. Y jamás rompo una promesa, Abbot. —La miró como si pretendiera que
ella no volviera a tener dudas sobre eso—. Lo cual me hace recordar…
—Oh, no… McKenzie, si te acercas a Jason, no cuentes con que vuelva a
dirigirte la palabra —le advirtió en un murmullo, viendo como su amigo se les
acercaba—. Jason, ¿nos vamos?
Se sintió fatal al comprobar el efecto que causaban en Tyler sus palabras. Sin
duda, debía pensar que ella no podía esperar más para reunirse a solas con su
amante. «Qué pena, Tyler, pero aún no puedo confiar en ti».
—Te acompañaré a casa —se ofreció rápidamente Tyler, conteniendo las
ganas de aplastar bajo la suela de su bota a aquel tipejo presumido.
—No es necesario, Tyler. Jason lo hará, ¿no es así? —Besó a Tyler en la
mejilla y antes de que pudiera protestar, tiró de la mano de Jason para abandonar
el local.
—Oye, Amanda, no quiero parecer indiscreto, pero… —Jason echó una
breve ojeada a sus espaldas—. Parece que ese McKenzie quiere matarme, ¿no?
—No te preocupes, es inofensivo —lo tranquilizó—. Él no lo sabe, pero ya
he aprendido a manejarlo.
—Eso espero. Porque, ¿sabes qué? Empieza a preocuparme el hecho de que
todo el mundo en este pueblo tenga algún motivo para querer verme muerto.
—Qué gracioso eres, Jason. En realidad —le explicó—, Tyler cree que me
has dado una paliza y ha jurado liquidarte en cuanto tenga oportunidad.
Jason palideció. Comprendió que no era buen momento para bromear. Pero
se sentía tan feliz que no pudo evitarlo.
—No temas. Ha dicho que te dejaría vivir.
—Qué bien.
Amanda sonrió, contenta por el cariz positivo que tomaban sus
maquinaciones. En un par de semanas, el asunto de la petrolera estaría resuelto. Y
después, ella y Tyler podrían dedicar toda su atención a otras cuestiones. Como
hacerle entender a aquel cabezota que el amor no se medía por la cantidad de
órdenes que podía obligar a acatar a la persona amada.
***
Había llamado a Jason en cuanto había descubierto lo sucedido en el estudio
durante su ausencia. Pero, al regresar, el desastre la había dejado sin palabras.
Los dos observaban ahora el desalentador espectáculo mientras pensaban
qué hacer para no perder los nervios. Amanda temió, por la expresión de Jason,
que no le había contado algo.
Intuyó que era peor de lo que esperaba.
—Lo han destrozado todo… excepto esto. —Amanda le mostró unos
carretes de su vieja cámara, la que Tyler había destrozado y que aún no había
revelado porque los había olvidado en el hueco bajo el mostrador la mañana
anterior. Recordó que se trataba de las fotografías que había tomado a Lana
Jackson. Lana estaba preciosa, pero no le servían de mucho para atrapar a aquellos
desgraciados—. El resto está hecho trizas.
Señaló el material de revelado, las estanterías, los adornos y… el smartphone
de Kitty hecho papilla en el suelo. La expresión de Jason no presagiaba nada
bueno.
—¿Qué ocurre, Jason…? —Lo miró espantada—. Aún tenemos las
grabaciones, ¿verdad? Dime que las tenemos.
Jason le enseñó la grabadora hecha pedazos que acababa de encontrar en su
habitación del motel donde se hospedaba.
—¿Y la cinta?
—Estaba dentro, Amanda. No tuve tiempo de sacarla y esconderla. ¡Diablos,
no pensé que fuera necesario! Oye, no tengo una dilatada experiencia en esto de
hacer de investigador privado —explotó, más preocupado que furioso.
En ese momento, la campanilla de la puerta los hizo volverse hacia ella.
Aquellos tipos enchaquetados, los abogados de la Texco, estaban ahora
acompañados por otro tipo que parecía recién salido de la prisión federal de
máxima seguridad de Colorado. En la cara del nuevo no cabía ni una sola cicatriz
más y en cada uno de los brazos musculosos y al descubierto, un dragón azul se
enroscaba hacia la muñeca donde la cola terminaba en forma de puñal. Solo
mirarlo ponía los pelos de punta. Para ser francos, Anibal Lecter al lado de aquel
tipo era un madurito adorable e inofensivo. Y Amanda lo había reconocido
enseguida. Era el tipo de los lavabos del bar de Ray.
Los tres los observaban con expresión maliciosa mientras agitaban en el aire
la cinta de la grabadora que habían robado en la habitación de Jason.
—Una pena, Malloy… ¿o debería decir, señor O’Neil? —comentó uno de los
abogados con sarcasmo—. Y usted, señorita Abbot, nos ha decepcionado
enormemente. Fue una suerte que la señorita Murphy, de su agencia de Londres,
contestara tan amablemente a nuestras preguntas, cuando la sorpresa de
reconocerla en la televisión de esa cafetería inmunda nos condujo a ella. En cuanto
la llamamos para pedir información sobre su amigo y lo describimos tan
cuidadosamente, no tardó en relacionar la descripción con un viejo amigo común.
Nada menos que Jason O’Neil, el popular Dr. Lockarne de la BBC y su atractiva
enfermera Wendy. Debo decirles a ambos que es un honor para nosotros que nos
hayan dedicado su atención.
—No se saldrán con la suya —ladró Jason, aunque no estaba en posición de
hacerse el gallito. Ellos eran tres.
—¿En serio creyó que éramos tan idiotas? —El tipo de los tatuajes sacó su
mechero y prendió fuego a la cinta con rapidez para después lanzarla a los pies de
la mujer—. Estúpida zorra… ¿Creías que tú y tu actorcillo de telenovela podrían
engañarnos? En cuanto mis amigos me avisaron de que me había salido un
competidor, comprendí que algo raro estaba pasando aquí… Y aunque no fuera
así, ¿pensabas que dejaría que un mierda como este me robara mi dinero? Yo maté
a los caballos de los McKenzie y me cargué al maldito perro… Ese dinero es mío y
pienso borrar del mapa a cualquiera que se interponga, ¿te queda claro, zorra?
—No me dan miedo, matones de medio pelo —casi gritó Amanda—.
Veremos cómo explican todo esto al sheriff y a su ayudante. Estoy segura de que les
encantará escuchar su historia.
—No tan rápido, señorita Abbot. —El más alto de los hombres torció los
labios en una mueca que podía haber sido una sonrisa de no ser porque sus ojos
lanzaban chispas al hablar. Y no eran de alegría precisamente—. No somos
estúpidos. Hemos pasado toda la noche en ese bar de la esquina. Y hemos hecho el
suficiente ruido como para que medio pueblo afirme habernos visto. ¿Me capta,
nena?
Amanda comprendió. Ellos no harían aquel trabajito. Seguramente, lo
habían encargado a algún rufián de los alrededores, a otro matón con cara de
Pittbull como el que les hacía ahora de guardaespaldas, seguramente al que lo
acompañaba en los lavabos cuando urdía su miserable plan.
Y eso se traducía en una enorme sensación de pánico que hizo que se le
encogiera el estómago. En ese momento, los McKenzie podían estar a merced de
algún desalmado sin escrúpulos dispuesto a quemar la casa con ellos dentro. La
cabeza comenzó a darle vueltas.
—No sufra. —el desgraciado que parecía ser el portavoz de los otros dos
sonrió de nuevo—. Si mantiene la boca cerrada, nadie saldrá herido. ¿Entiende lo
que quiero decir?
Lo entendía. Quería decir que si permitía que terminaran lo que habían
venido a hacer, quizá observaran la posibilidad de que el rancho ardiera cuando
sus dueños estuvieran fuera. Si esperaban que aquello la tranquilizara, es que
estaban realmente locos. Aunque, en cierto modo, era así.
—Vamos, señorita Abbot. No es tan difícil —insistió el hombre—. ¿Cómo
prefiere al señor McKenzie, arruinado o muerto? Usted decide.
—Váyase al diablo. —Amanda le escupió en la cara, y él se limpió
ceremoniosamente con el dorso de la mano sin perder su estúpida sonrisa—. Tyler
McKenzie lo matará, ¿sabe? Está lo bastante loco para hacerlo sin que ni siquiera le
tiemble el pulso al apretar el gatillo de su escopeta.
—¿De verdad?
—Haga la prueba. Si llega a tocarle un pelo a su hermana, puede darse por
muerto. —Por primera vez desde que habían entrado, Amanda sintió que se
llenaba de auténtico valor. Esos bravucones no sabían cómo se las gastaban Tyler y
el resto de los McKenzie.
El hombre de los tatuajes clavó sus ojos rojizos en ella y se despidió con un
guiño, haciendo un gesto a los abogados para que lo siguieran.
En cuanto hubieron desaparecido, Amanda empujó a Jason hacia la puerta.
—Avisa a Cameron —le pidió al tiempo que ella misma salía tras el—. Y
busca a Kitty en el baile.
—¿Qué te propones? —Jason sospechaba que iban a meterse en líos otra
vez.
—Tienen una coartada y se saldrán con la suya si no hacemos algo —
explicó—. Han dicho que medio pueblo los ha visto. El otro medio está en el baile.
Y Tyler y los demás también. El otro cómplice está al tanto y, probablemente, esta
es la ocasión perfecta para que haga su encargo. ¿Me sigues?
—Amanda, no…
—Tengo que ir allí. —Amanda le rogó con la mirada que no tratara de
impedírselo—. Tú avisa a Cameron y que se lleve a Graves con él. Dile que los
espero en el rancho.
—¿Y los McKenzie?
Amanda lo meditó unos segundos. Tyler era muy capaz de liarse a tiros con
todo lo que se moviera en sus propiedades.
—Que vengan con ellos, pero no los alarmes, por lo que más quieras. No
quiero que haya ningún funeral mañana.
—Está bien… —La contempló un instante antes de obedecer sus
instrucciones—. Ten mucho cuidado, Amanda. ¿Lo prometes?
Ella asintió. Tenía que tenerlo. Aún no le había confesado a Tyler que ella
era la mujer ideal para él. Y aún no había cumplido su promesa de demostrarle que
era allí donde iba a pasar el resto de su vida. Y en eso los dos se parecían mucho.
Ella también tenía intención de cumplir todas sus promesas.
***
Había cogido el todo terreno de Jason hasta el rancho, apagando las luces a
una distancia lo bastante prudencial como para que el intruso no notara su
presencia. Aguardó tras la casa, agazapada en el asiento, esperando la más mínima
señal para actuar.
Echó una rápida ojeada a su alrededor. Estaba demasiado oscuro para
distinguir nada a menos de cinco metros de donde se encontraba. Suspiró,
comenzando a sentir que la angustia se apoderaba de ella. «Cameron, ¿dónde te
has metido?». Y tampoco había señales de Graves. Rezó porque Lana Jackson y él
no se hubieran retirado pronto a practicar arrumacos para la vida de casados. Por
fin, le pareció que algo se movía junto al coche y dio un respingo sobresaltada.
—¡No se mueva! —gritó, intentando cerrar a toda prisa la ventanilla del
todo terreno.
Demasiado tarde. Aquel hombre intentaba verter el contenido de la garrafa
que tenía en una de las manos en el interior del vehículo. El fuerte olor a gasolina
la mareó y abrió la puerta con brusquedad, golpeando al hombre al hacerlo.
El tipo la miró, tambaleándose, y trató de sujetarla por el brazo,
esgrimiendo su enorme mano en alto antes de descargarle el puño en plena cara.
Amanda recibió el primer golpe en el hombro magullado. Lo empujó con
toda la fuerza que le fue posible. El segundo golpe casi le cayó en plena cara y
aunque apenas la había rozado porque se apartó a tiempo, hizo que cayera de
bruces frente a él. Lo vio levantar una vez más el puño con el que Amanda ya se
había resignado a que la hiciera papilla. Todo se oscureció de repente. Comprendió
que estaba a punto de desmayarse y aunque no quería, se rindió ante la evidencia
de que nadie podía ayudarla.
—Ni se te ocurra, amigo.
Amanda escuchó la voz de Cameron como si proviniera de algún lugar muy
lejano.
—Aléjate de la chica y pon las manos en alto, donde pueda verlas —ordenó
Cam otra vez.
Unos brazos robustos la alzaron del suelo con la misma facilidad con que
levantarían una pluma. Amanda se acurrucó contra ellos, temblando de pies a
cabeza.
—Amanda… ¿estás bien? —Reconoció enseguida la voz grave y afectada de
Tyler—. Quédate aquí… vuelvo en un minuto…
—Tyler, por favor… —quiso impedir que se moviera.
Pero Tyler ya se había alejado y antes de que Graves pudiera evitarlo, tenía
al intruso bajo su cuerpo y le golpeaba la cara con violencia. Parecía haber perdido
el control, y Graves intentó arrancarle al desgraciado de las manos antes de que
fuera tarde.
—Déjalo ya, Ty. Vas a matarlo —pidió Cam, quien en el fondo tenía tantas
ganas como Tyler de convertirlo en comida para perros.
Cameron escuchó el rugido de una motocicleta y se giró. Perfecto. La que
faltaba para que la fiesta estuviera completa. Se dijo que su informe oficial tendría
todos los ingredientes para una buena película de Woody Allen. Vio como Kitty
Barret lanzaba su casco por los aires y corría en dirección a su amiga para
abrazarla.
—Amanda… Santo Cielo…
—Estoy bien, Kitty… Por casualidad…, ¿no llevarás en tu bolso un filete de
ternera? Me vendría genial para este ojo —intentó bromear, pero gimió de dolor, y
Kitty aflojó la presión de su abrazo. Se acercó a Cameron con expresión furiosa.
—Dime para qué demonios llevas esa maldita placa, sheriff —le increpó.
—Será mejor que te calmes —Cameron habló en voz baja, pero su tono era
firme.
Al comprobar que Kitty pretendía aporrear con el casco al hombre que yacía
en el suelo molido por los golpes de Tyler, la detuvo sujetándola por detrás y
asiéndola por las axilas. Los pequeños pies de Kitty pataleaban en el aire.
—¡Suéltame! Deja que le dé su merecido a ese… Deberíamos ahorcarlo,
arrancarle la yugular…
—Nadie va a ahorcar a nadie mientras yo sea el sheriff en Mentone. —
Cameron intentó aplacarla, pero a pesar de su corta estatura, Kitty se movía como
una tigresa—. Si prometes no liquidar a mi testigo, te dejaré en el suelo, ¿qué
dices?
—¡Vete al cuerno! Y dame tu pistola. Al parecer, uno de los dos tendrá que
portarse como un hombre por aquí —lo atacó.
¿Qué le pasaba a aquel tipo? Su mejor amiga acababa de recibir la peor
paliza de su vida y él pretendía que el culpable se fuera de rositas. Echó una rápida
ojeada al otro McKenzie. Vaya con el primo Tyler. Quizá aquel tipo no se fuera de
una pieza después de todo. Tyler parecía dispuesto a arrancarle la cabeza al
asaltante. Sonrió satisfecha y golpeó con el casco, accidentalmente, al gemelo de
uniforme.
—Algún día, jefe, te diré lo que pienso sobre tus métodos. Pero ahora,
¡apártate de mi camino! —Lo empujó sin contemplaciones—. Quiero consolar a mi
amiga, a la que, por cierto, tenías que haber protegido.
Cameron se apartó y decidió detener a Tyler antes de que matara a aquel
desgraciado.
—¡Asquerosa sabandija! —Tyler le propinó un último puñetazo que debió
romperle el tabique, porque ahora fue su agresor el que perdió la consciencia. Al
comprender que, por más que lo golpeara, el desgraciado no iba a decir una
palabra, le soltó enfurecido—. Llévate esta basura de nuestra casa, Cam. Si vuelve
a despertarse, acabo con él. Lo juro.
Corrió hacia Amanda, obligándola a mirarlo a la cara para examinar sus
heridas. Kitty lo dejó hacer, comprendiendo, por el modo en que la miraba, que
Tyler no estaba de humor para discutir cuál de los dos merecía más cuidar de
Amanda.
—¡Hijo de…! —Tyler no terminó la frase. Apretó los labios con tanta fuerza
que su mentón se endureció como el granito al hacerlo.
Por un momento, Amanda temió que regresara para rematar al tipo que le
había hecho aquello.
Pero Tyler no se movió. Solo contemplaba su piel amoratada por los golpes
sin articular palabra. Los ojos le brillaban intensamente en mitad del rostro
sombrío.
—Estoy bien, Tyler… —murmuró Amanda, aunque sentía como la cara le
latía y comenzaba a hincharse justo donde el puño le había acertado.
Se volvió al escuchar la voz de Jason y se soltó, abrazando a Jason en cuanto
lo tuvo cerca. No quería llorar delante de Tyler, pero Jason… Bueno, él ya la había
visto llorar un millón de veces ante las cámaras. Así que dio rienda suelta a las
lágrimas.
—Vaya heroína estás hecha, Amanda… —Jason sonreía, pero Amanda
percibió que estaba tan impresionado como ella—. Nos has dado un buen susto,
¿sabes? Ese McKenzie no paraba de maldecir todo el camino… Dijo que si no te
mataba el tipo contratado por los de la petrolera, lo haría él mismo.
—¿Le has contado…? —Se apartó un poco al ver como Tyler los miraba a
ambos con cara de pocos amigos.
—Sí, me lo ha contado todo. ¡Un plan perfecto! —rugió Tyler, mientras el
coche patrulla de Cameron se alejaba con la pieza que habían cazado esposada en
el asiento trasero. Dylan los acompañaba—. Y no esperes que te dé las gracias,
Abbot… ¡Te daría una buena paliza de no ser porque ya no te queda espacio en la
cara donde colocar los golpes!
—¿Brooke está a salvo? —preguntó, ignorando su comentario.
—Lana y Doc están con ella. ¿No me has oído? —Él iba a explotar de un
momento a otro, era evidente.
Jason se hizo a un lado para evitar que dirigiera su furia contra él.
—¡Te he oído, no hace falta que grites! —replicó llorosa y añadió,
restregándose el cabello con ansiedad—: Me duele todo.
—Es lo que suele ocurrir cuando alguien te machaca la cara a puñetazos,
Abbot —la reprendió con dureza—. ¿O acaso esperabas que solo por ser tú sería
distinto? ¡Vaya par de idiotas! Los justicieros, Batman y el pequeño Robin. ¡No sé
cuál de los dos está más loco!
—Ey, McKenzie… —Jason iba a decir algo, pero enmudeció cuando la
mirada de Tyler lo fulminó.
—Cierra el pico —sentenció y clavó nuevamente los ojos en ella—. Y tú…
Abbot, tú…
—Tyler McKenzie…, podrías ser más delicado, ¿no crees? —intervino Kitty,
pero Amanda le señaló con un gesto que no se metiera.
—Tranquila, Kitty. Lo he entendido. «Desaparece de mi vista», ¿es eso lo
que quieres decir, Tyler? —le preguntó Amanda indignada. ¿Qué se había creído?
Arrogante, presuntuoso y testarudo—. Llévame a casa, Jason. No pienso quedarme
a ver como este bruto insensible me da las gracias al estilo del salvaje oeste…
—Nena, ni se te ocurra moverte —el tono de Tyler no admitía protestas—.
Kitty, estás en tu casa. O’Neil, puedes hacer dos cosas. Volver al motel o aceptar mi
hospitalidad y pasar la noche aquí. De cualquier manera, ella se queda.
—¿Pero qué…? —Amanda tosió ruidosamente, y Tyler se apresuró a
cubrirle los hombros con su cazadora. Ella aceptó a regañadientes—. No soy de tu
propiedad, Tyler. No puedes obligarme a hacer nada que no quiera.
—¿Apostamos algo? —Tyler no se limitó a amenazarla.
La levantó en brazos con cuidado y la llevó hasta la casa, subiendo
decididamente las escaleras que conducían a su antigua habitación y dejándola
sobre la cama con delicadeza.
—Tyler McKenzie…, si vuelves a…
—Kitty, ¿puedes quedarte con ella un segundo? Creo que esa chatarra que
se oye fuera es el coche de Doc.
Lo era. Brooke apenas esperó a que el motor se detuviera para correr hacia
la casa. Sollozó al ver el estado en que ella se encontraba. La besó repetidamente y
después, la abrazó angustiada.
—Estás loca, Amanda Abbot, pero gracias por todo. Solo pensar que… —
Brooke estalló en llantos otra vez.
—Prepararé una habitación para el señor O’Neil —informó Tyler, y su tono
no admitía réplicas—. Brooke y Kitty, que esa cabeza de chorlito se duerma en
cuanto Doc la haya examinado.
Amanda los dejó hacer y, finalmente, permitió que el sueño la venciera
mientras Kitty la arropaba entre las sábanas con infinita ternura.
***
—Buenos días —la voz de Tyler hizo que abriera con desgana los ojos y se
estirara perezosamente sobre la almohada, reprimiendo un gemido cuando una
punzada de dolor le atravesó la sien.
Tocó con los dedos el apósito que Doc le había puesto la noche anterior.
Tyler se hizo un hueco en la orilla de la cama y se sentó, depositando junto a ella
una bandeja con su desayuno. La miró con contenida emoción. En realidad, aún
estaba furioso por el modo en que había puesto en peligro en su vida. Sin contar
con él si le sucedía algo. Sin pensar en lo mucho que iba a echar de menos que
alguien como ella lo sacara de quicio a la menor oportunidad. Dios, realmente,
podría matarla por algo así
—Mírate, Abbot. Estás hecha un asco.
—Muchas gracias. Es justo lo que necesitaba oír —murmuró, bostezando—.
Pero gracias, Tyler, de verdad. Viniendo de ti, es todo un piropo.
—No quiero pelear, Abbot. Al menos, hasta que estés recuperada —había
un matiz de velada amenaza en su tono de voz.
—Ni yo —aceptó, saboreando el delicioso café y echando una mirada
desdeñosa a las tortas recién cocinadas de Tyler—. Pero puedes estar seguro de
que no voy a comerme tus tortas pringosas, McKenzie. Y si eso es motivo de
discusión, lárgate y déjame tomar mi café en paz.
Tyler no pudo evitar sonreír al escucharla. Condenada mujer… Siempre
lograba salirse con la suya. A estas alturas, ya se había convencido de que si ella
enmudeciera de repente, le nacerían labios en cualquier parte de su encantadora
anatomía para poder decir la última palabra.
—¿Jason ha dormido bien? —preguntó maliciosa, observando a hurtadillas
la reacción del hombre—. No te ofendas, Tyler. Pero siempre me preocupa que mis
ex amantes pasen una buena noche…, aunque sea lejos de mi cama.
—Muy graciosa, Abbot. Pero te esfuerzas inútilmente. —Tyler esperó a que
terminara de devorar una tostada y apartó la bandeja. Después se quedó largo rato
observándola sin decir nada hasta que, finalmente, chasqueó la lengua—. Jason me
ha explicado que lo vuestro es historia.
—¿En serio? —Amanda arqueó las cejas, contrariada porque se estaba
divirtiendo de lo lindo—. Qué embustero. ¿No te ha contado nuestros planes… lo
de Hollywood…?
Al ver que él no contestaba, continuó maquiavélica.
—¿Roma, Madrid… no? ¡Con lo bien que íbamos a pasarlo! —Entornó los
párpados como pudo, ya que la hinchazón del ojo apenas le permitía moverlos.
—No insistas, Abbot. Sabes muy bien que no habrá nada de eso —Tyler se
jactaba, y eso la hizo enfurecer—. ¿En serio quieres volverme loco? ¿Por qué,
Abbot? Aún no he sido un bruto insensible esta mañana.
Amanda recordaba vagamente haber pronunciado aquellas palabras la
noche anterior.
—Porque crees que me tienes en el bote —contestó rabiosa, empujándolo—.
Y no soporto ver esa expresión tuya victoriosa, Tyler McKenzie.
—¿No es lo que querías? —Él recorrió con los dedos su nariz cubierta de
arañazos, con tanta ternura que Amanda creyó que aún estaba soñando—.
Metiéndote en mi casa, en mi cama, en mi vida. Obligándome a disfrutar de la
Navidad, a besarte bajo el muérdago. ¿No era eso lo que pretendías, Abbot?
Quiso decirle que no. Quería de él algo más que unas cuantas anécdotas
divertidas que se esfumarían en el recuerdo. Al parecer, Tyler no lo había
comprendido.
—Bah… —Ella fingió que sus palabras la dejaban indiferente—. Déjate de
pamplinas, Tyler McKenzie. A mí no me engañas. En cuanto salgas por esa puerta,
volverás a ser el mismo cabezota de siempre.
—Esta vez no, Abbot. —Él sonrió, dejando bien claro que sería justo como
ella había descrito. Pero añadió—: Algunas cosas pueden cambiar.
—¿Qué cosas? —preguntó con falso desinterés.
—Por ejemplo, puedo ser ese tipo de tus sueños al que, según tú, ni siquiera
me parezco —informó de buen humor.
—Bah… —repitió, intrigada en el fondo por lo que tenía que decirle—.
Tendría que ocurrir un milagro. Y ya sabes que no creo en los milagros.
—Y por ejemplo… —continuó él—, podría aceptar que estaba
completamente equivocado con respecto a ti. Y podría pensar que realmente te
quedarás con nosotros.
—Podrías —aceptó ella, complacida por el giro que tomaba la conversación.
—Y podría suponer que, ya que tu negocio y el cuchitril que te hacía de
hogar están temporalmente fuera de servicio, estarías dispuesta a aceptar nuestra
hospitalidad como antes.
—Es posible.
—Y siendo como soy un tipo tradicional y considerando que tengo una
deuda enorme contigo, podría proponerte algo que te convertiría en una chica
decente delante de nuestros vecinos.
Amanda arqueó las cejas.
—Tyler McKenzie —suspiró—. Exactamente, ¿qué intentas decirme?
—Bueno, yo… —Tyler titubeó.
Realmente, no había ensayado como debía su discurso. De haber sido así,
encontraría las palabras adecuadas y ella no lo miraría con aquella expresión
mezcla de estupor y diversión. Esa Abbot no tenía piedad. Estaba dispuesta a
permitir que hiciera el más completo ridículo con tal de salirse con la suya.
—Escucha, Abbot… —comenzó, tratando de recordar las notas que había
escrito la noche antes, después de que se le pasase el enfado. ¿Cómo era? Ah,
sí…—. He estado pensando…
—¿Sí, Tyler?
—Es que estos últimos meses… Brooke y los chicos… Había pensado… —
La miró, pensando si no sería mejor meterse con ella en la cama y no dar más
rodeos.
Ella tenía que entender lo que eso significaba, ¿no? Cualquier mujer podría
leer en su expresión que se moría por besarla. ¿Por qué esa Amanda Abbot tenía
que ser tan endemoniadamente complicada? Casi había logrado que la mataran.
Cualquiera en su lugar estaría deshecha y, a esas alturas, se habría arrojado en sus
brazos desconsolada. Pero no. Ella tenía que permanecer impasible. Un ojo
amoratado, magullada, hecha pedazos…, pero impasible. ¡Condenada mujer! Lo
intentó de nuevo:
—Verás, Abbot…, he pensado que tal vez tú… tal vez yo…
Se levantó de la cama para alejar de si la tentación de terminar su
declaración de un modo menos caballeroso.
—¿Tyler?
—¿Quieres que nos casemos? —lo soltó de sopetón, sin mirarla siquiera.
Estaba muy cerca de la puerta y tenía las manos incrustadas en los bolsillos
traseros de su pantalón. «Listo para huir», pensó ella divertida.
—¿Cómo dices? —Amanda reprimió el impulso de echarse a reír. La
vacilación de él la conmovía y la enfurecía a partes iguales.
—¡Diablos! Ya lo has oído, ¿no? —rugió él impaciente.
—Eso… ¿Era una propuesta de matrimonio? —Amanda pensó que era la
menos delicada que se había hecho en la historia de las declaraciones.
Tyler lo había soltado como si la invitara a tomar una cerveza o a jugar una
partida de billar. Como si se sintiera obligado a ello. Por aquella deuda de la que
hablaba. En el fondo, sabía que no era así. Pero deseaba tanto que él pronunciara
las palabras mágicas… La idea de que Tyler jamás daría su brazo a torcer la hizo
rabiar.
—¿En serio esperas que acepte, McKenzie?
—¿Por qué no? —Tyler se volvió, paseándose inquieto por la habitación—.
Físicamente somos compatibles, Abbot. Eso ha quedado claro. Y por otro lado, los
dos somos tercos y luchadores. Y tú no tienes a nadie más… excepto a esa hermana
loca tuya que ahora está en algún lugar de España y a ese Jason que nunca ha sido
nada tuyo. Ah…, me olvidaba… Mi buena y desconocida prima lejana Henrieta, la
culpable de todos mis males… Como ves, no tienes a nadie en realidad. Y Brooke y
los chicos te adoran.
¿Eso era todo? Amanda no podía creer que estuviera hablando en serio.
—¿Los chicos me adoran? —repitió furiosa—. ¿Y eso es todo?
—¿Crees que resulta fácil? Eres peor que un dolor de muelas, Abbot. —Él se
pasó la mano por el cabello con nerviosismo—. Podrías colaborar un poco, ¿no?
—¿Colaborar, dices? —Amanda le lanzó la taza del desayuno justo en el
momento en que él cerraba la puerta al salir, maldiciendo entre dientes—. ¡Y no
vuelvas por aquí, Tyler McKenzie! Idiota presuntuoso…
Él ya no escuchaba sus gritos. Había salido afuera y en ese instante,
recuperaba el aliento después de la ardua tarea que había sido tratar de convencer
a aquella chica endiablada. ¿Qué más quería? Se giró sobre los talones al escuchar
los pasos tras él. Jason O’Neil lo observaba con expresión condescendiente.
—No te atrevas a decir nada, O’Neil. —Lo apuntó con el dedo,
amenazante—. Esa mujer está completamente loca, ¿sabes? Como un cencerro. Sí,
señor.
—Amanda no está loca, McKenzie —aclaró Jason—. Está enamorada.
—¿Y no es lo mismo? —Por fin, Tyler suavizó su tono y sonrió,
comprendiendo—. Yo la quiero. Y también estoy loco por ella.
—¿Lo sabe ella?
Tyler metió la mano en la chaqueta, encendió un cigarrillo y le ofreció uno
al hombre.
—Acabo de pedirle que se case conmigo —comentó—. ¿Sabes lo que me ha
contestado? Nada. Me ha tirado todo lo que encontró a mano y me ha echado a
patadas. ¿Te parece que el golpe de ayer puede haber afectado su cerebro?
—Creo, McKenzie, que ella espera que seas su hombre.
—Y lo soy. Tal vez la conozcas hace más tiempo, pero no la conoces como
yo. —Tyler frunció el ceño, siendo plenamente consciente por primera vez de la
fortaleza de sus sentimientos—. Lo digo de verdad, O’Neil. Quiero cuidarla,
amarla y respetarla y todo eso, hasta que la muerte nos separe. Y quiero estar cerca
de ella si vuelve a meterse en líos. Quiero ser su maldito príncipe azul, O’Neil.
¿Cómo demonios se hace eso?
Jason le palmeó el hombro.
—No tengo ni idea, amigo. Llevo años interpretando ese papel y sigo
soltero. —Sonrió—. Pero te deseo suerte. Vas a necesitarla.
***
***
—Pasa, Lana. Kitty está haciéndose millonaria ganando al billar a medio
Mentone, y yo estaba a punto de salir a tomar algo. —Amanda apartó las cajas con
la pierna y llegó hasta la mujer que la esperaba con cara de traer buenas noticias—.
¿Vienes a echarme una mano o es una visita de cortesía?
—Mejor aún. —Los ojos de Lana brillaron intensamente. Después de que se
hicieran amigas, Amanda había detectado que, a menudo, Lana resplandecía como
una diosa de la mitología. Sin duda, su compromiso con el ayudante del sheriff la
había hecho cambiar—. ¿A qué no adivinas?
Amanda ya imaginaba lo que ella iba a contarle.
—Esa rata despreciable que intentó matarte ha implicado a los tipos de la
petrolera. Ha reconocido, en una confesión completa, que ellos le pagaron para
hacerlo —anunció satisfecha—. A estas horas, ya debe haber una orden de busca y
captura contra ellos. ¿No te parece una gran noticia?
—Lo es. —Amanda suspiró—. Esa gente tiene el suficiente dinero como
para pagar un buen abogado y salir indemnes, Lana. Pero al menos, no volverán a
intentar nada por aquí. Sería demasiado arriesgado después de lo sucedido. Sobre
todo, después de que Jason entregara a mi agente de Londres la mejor portada de
su vida. ¿Puedes creerlo? Lori Chase ha muerto y el famoso Jason O’Neil
convertido en héroe de la prensa rosa. ¿Qué ha dicho Tyler?
—Que habría preferido matar a ese tipo cuando lo cogieron.
—Eso es muy propio de él —reconoció ella, dejando que Lana la ayudara a
subir una pesada caja sobre el mostrador—. Pero me alegro de todas formas.
—Hay algo más, y no te enfades, solo soy la mensajera. —Por su expresión
preocupada, Amanda sospechó de qué se trataba—. Te aviso de que Tyler viene
hacia aquí con un humor de perros. Brooke ha tenido que confesarle la verdad
sobre ese otro asunto. Ya sabes a lo que me refiero.
Amanda lo sabía. Le había arrancado a Brooke la promesa de que jamás le
contaría a Tyler la procedencia del dinero que milagrosamente había liberado la
hipoteca de la casa.
Había sido muy clara al respecto. «Lo convencerás de que Doc ha insistido y
de que no puede ofenderlo rechazando su ayuda», le había dicho. «Bajo ningún
concepto debes contarle la verdad. Tyler me mataría». De hecho, ya escuchaba el
sonido de sus botas acercándose a la puerta. Lana se despidió con rapidez,
consciente de que el tono encendido de las mejillas de Tyler al entrar no auguraban
nada bueno.
—Hola, Tyler —lo saludó con naturalidad, ignorando la brusquedad con
que él cerraba la puerta, colocando después el cartel de cerrado sobre el cristal.
Añadió con ironía—: También me alegro de verte. Y sí, estoy mucho mejor, gracias.
Tyler no contestó. Lanzó algo sobre el mostrador. Estaba realmente molesto.
Amanda echó una ojeada a la portada del último número de Vanity Fair que él
acababa de arrojar. Encogió los hombros con indiferencia.
—¿No dices nada, Abbot? —el tono de Tyler era peligrosamente suave.
—Diga lo que diga, vas a enfadarte. Así que, ¿para qué molestarme? —
Amanda se rindió ante el hecho evidente de que había descubierto su pequeño
engaño.
Lo miró abiertamente. Estaba increíblemente atractivo incluso con aquella
expresión rabiosa en el rostro. Analizó sus facciones varoniles, el cabello
ligeramente largo que le caía con rebeldía sobre la frente, sus hombros anchos y
todo su cuerpo atlético exhibiéndose ante ella como un luchador a punto de
aniquilar a su contrincante. Se odió porque el conjunto le resultaba
verdaderamente deseable, a pesar de su mal genio.
—Abbot… —la voz de él vibraba, y Amanda creyó que era a causa de la ira.
Pero Tyler no estaba tan ciego. Aunque sí se sentía ridículo—. Dime que eso que
está ahí no es mi maldito trasero.
Amanda repasó otra vez la fotografía de la portada. Era una de las que
había tomado a Tyler mientras trabajaba. Al principio, no las había hecho con el
propósito de que estuvieran en aquella revista. Las había tomado para deleite
personal, tal y como había reconocido después avergonzada a Kitty. Pero más
tarde, había encontrado aquellos carretes que los matones no habían descubierto
bajo el mostrador. Había unas cuantas fotografías de Lana y de otros vecinos…
Pero al ver las fotos de Tyler trabajando, sacudiendo su sombrero, elevando
la mirada hacia el cielo anaranjado del atardecer… La idea había surgido sola. Y a
juzgar por la suma que la editorial le había ofrecido, era su mejor fotografía con
diferencia. Un primer plano del trasero de Tyler enfundado en sus desgastados
vaqueros de faena. Siendo realista, estaba para comérselo. Sonrió para sus
adentros.
—Lo es, Tyler —confesó, pensando que había valido la pena. ¿Qué le
pasaba? Solo era una fotografía donde ni siquiera se le veía la cara. Nadie podría
reconocerlo aunque quisiera—. No sabía que estabas suscrito a Vanity.
—Y no lo estoy. Digamos que Brooke se vio obligada a contarme la verdad.
Cuando al pobre Doc se le acabaron los argumentos sobre cómo, con su sueldo
miserable de veterinario y esa herencia imaginaria, había logrado ahorrar el dinero
que me prestó —Tyler se mostraba sarcástico—. Es que, ¿sabes qué, Abbot?, yo no
conseguía entenderlo, y mis hermanos son peores que tú mintiendo. Algo me decía
que había gato encerrado. Así que después de presionar, amenazar y gritar un
poco, ya me conoces, fiel a mi estilo, he logrado arrancarles la verdad.
—Me asombras, McKenzie. ¿Todo eso lo has deducido mientras conducías
hasta aquí para darme las gracias? Porque, ¿es a lo que vienes, no?
Tyler quiso decir que no. Lo cierto es que las merecía, aunque lo había
convertido en el hazmerreír del pueblo. Ella lo había salvado una vez más. Pero no
estaba allí por eso. En realidad, Brooke le había proporcionado la excusa perfecta
para volver a verla. Y tal vez si ella dejaba de portarse como una damisela
ofendida, él tendría la oportunidad de darle las gracias como era debido.
—Abbot, eres una embustera —la acusó—. Dijiste que no querías volver a
verme.
—Y no quiero, Tyler —replicó orgullosa.
—Mientes. ¿Por qué si no harías algo así por mí? —preguntó, confiando en
que, pronto, las barreras que ella había levantado se debilitarían.
—Oye, Tyler. No te lo tomes a mal. Pero no he hecho esto solo por ti. No
podía permitir que por culpa de tu orgullo, Brooke y los demás también lo
perdieran todo.
—Claro. Brooke y los demás… —se burló—. Pero es mi trasero el que está
ahí.
—Mira, Tyler, no seas tan quisquilloso. Míralo por el lado bueno —ella
también se burlaba—. Ahora, tu trasero es el más famoso de Estados Unidos.
El número llevaba por titular: Por qué las mujeres siguen viendo películas del
oeste. Solo con echar un vistazo a la imagen era evidente por qué lo hacían. Ella
misma apenas podía resistir la tentación de pedirle a Tyler que diera un par de
vueltas para contemplar el lujurioso espectáculo que eran sus posaderas.
—Es un consuelo que digas eso, Abbot. Porque es justo lo que espero que le
cuentes a nuestros hijos cuando tengamos que explicarles este episodio humillante
de mi vida.
—No querías aceptar el dinero de Doc y nunca hubieras aceptado el mío, así
que hice lo único que se me ocurrió. El dinero es tuyo, Tyler. Lo has ganado por ti
mismo. Te han pagado una fortuna por esa foto y, de todas formas, no te
preocupes. Nadie sabe que eres tú… —se detuvo al reaccionar, de repente, a lo que
él acababa de decir. Parpadeó confusa. ¿Había oído bien?—. Perdona, Tyler… ¿Has
dicho nuestros hijos?
—Eso he dicho, nena. —Tyler se acercó hasta ella, colocando las manos
sobre el mostrador alrededor de ella.
Amanda no se movió.
—¿Nuestros… de los dos… tuyos y míos…? —preguntó otra vez,
sintiéndose como una estúpida porque, al fin, él iba por buen camino, y, sin
embargo, ella había perdido el norte al escucharlo—. Quiero decir que eso es…
bueno, que entonces tú… que yo… y los dos…
—Abbot, ¿estás intentando decirme algo? —preguntó, imitando el modo en
que ella lo había acorralado la última vez.
La besó con una ternura que solo ella lograba despertar en alguien tan rudo
como él. Cuando se apartó, ella respiraba agitadamente. Pero no gritaba ni
discutía. Ni siquiera parecía tener intención de hacerlo. «Perfecto, McKenzie. Por
fin, la tienes donde querías», pensó, «quieta, callada y desconcertada. Con esa
combinación ganadora es imposible que se resista».
—¿Y bien?
—¿Bien? —Ella frunció el ceño.
—Dijiste que no permitirías que te tratara como a mi ganado —le recordó
con dulzura—. Y como eres una chica tan rara, he pensado que te gustaría hacer las
cosas a tu manera.
Ella no contestó.
—Estoy esperando, Abbot —insistió él y la apartó para mirarla a los ojos—.
¿Quieres llevar los pantalones? Muy bien. Acepto que fueras esa Lori Chase que ya
no existe. Y lo confieso. Siento celos de todos los tipos que has besado siendo ella,
pero me estoy esforzando como nunca para superarlo, créeme.
»Acepto que seas la más fuerte de los dos. Acepto que te enfrentes a todos
los malhechores del mundo por mí. Acepto que hagas de mi trasero las delicias de
todas esas mujeres perversas que compran Vanity Fair. Acepto que seas mi hada
madrina y que soluciones mis problemas económicos con tu varita mágica o tu
cámara o lo que sea. Y acepto que digas cómo y cuándo serás mía. En realidad,
Abbot, lo acepto todo de ti.
—Tyler McKenzie… —ella comenzó al hablar, intuyendo que debía haber
sucedido algo para que, de pronto, Tyler se mostrara tan sentimental.
—Nena, acabemos con esto cuanto antes —su voz era ronca al hablarle y su
aliento le rozaba la mejilla—. Estoy loco por ti, por tu boca y por tu sonrisa, por tu
cuerpo, por tu coraje y hasta por esa jerga tuya que a veces no entiendo. No pienso
dejarte escapar esta vez. Y si decides volver a Londres, te advierto que tendrás que
comprar otra maleta más grande para hacerme un hueco, porque pienso seguirte
hasta allí, no me rendiré. Te seguiré al fin del mundo si es necesario. Seré tu
sombra solo para estar cerca de ti. Te querré en la distancia y aguantaré las ganas
de matar a cualquiera que pretenda pedirte un autógrafo. Seré tu maldito príncipe
azul, aunque no sé cómo diablos se hace eso y seguro que lo estropeo todo
mientras lo intento. Pero te amo. Te necesito en mi vida. Te quiero tanto que me
duele. Todo lo que soy te pertenece, aunque si me abandonas, tampoco será
mucho. Porque sin ti, Abbot, no soy nada.
Ella lo vio retomar el aliento y sonrió henchida de felicidad. ¿Regresar a
Londres? Ahora comprendía. Pobre Tyler. Brooke debía haberlo torturado con
aquella idea para obligarlo a detenerla.
—¿Me amas y quieres ser mi príncipe azul? —preguntó con un deje de
burla, conteniendo el impulso de abalanzarse sobre él.
—Si eso es lo quieres, sí —aceptó esperanzado.
—¿Y confías en mí?
—A ciegas —contestó con rapidez, buscando su boca y gimiendo cuando
ella la esquivó.
—¿Y serás un buen chico y dejarás que te ayude cuando lo necesites?
—Seré tu esclavo, tu amigo, tu amante. Seré cualquier fantasía que ronde
por tu hermosa cabeza. Incluso estoy dispuesto a desnudarme unas cuantas veces
para que saques más fotos y nos conviertas en millonarios. Pero quédate conmigo.
Quiero hacerte el amor cada noche hasta que seamos dos viejos gruñones. Y sí, sí
quiero, Abbot…
—¿Sí quieres? —repitió burlona—. ¿Y eso qué significa?
—¡Demonios, ya lo sabes! —Clavó sus ojos verdes en el rostro de Amanda—
. Nena, ¿quieres pedírmelo de una vez?
Amanda lo besó fugazmente, ignorando aquella lengua que buscaba la suya
con avidez.
—Tyler McKenzie, ¿me harás el honor de ser mi esposo?
—¿Y amarte, cuidarte y respetarte hasta que la muerte nos separe? —
preguntó con zalamería mientras sus manos rodeaban el cuello femenino para
atraerla.
—No, Tyler —replicó divertida—. Yo cuidaré de ti.
Tyler suspiró, comprendiendo que sus días nunca serían aburridos mientras
Amanda mantuviera aquella deliciosa costumbre de contradecirlo en todo. Besó
con ternura el ojo ligeramente amoratado de ella y le apartó los mechones
desordenados que le cubrían la cara.
—Abbot, ¿aún no te lo he dicho? —murmuró cerca de su oído—. Eres mi
héroe.
***
Los derechos de autor de este libro que se puedan generar para mí, he
pensado que, lo mucho o lo poco que pueda ser, lo necesitan mucho más los niños
en situación de pobreza que se benefician del Programa de Becas de Comedor de la
ONG EDUCO.ORG, por lo que la cantidad que la Editorial me liquide cuando
corresponda, será íntegramente donada a dicha ONG. Porque hay muchas clases
de amor y muchas formas de demostrarlo, esa será nuestra humilde aportación,
para los niños, de parte de los McKenzie... ¡¡Gracias!!
Si te ha gustado
Quédate conmigo
te recomendamos comenzar a leer
Más que amigos
de Ana Álvarez
Capítulo 1