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QUÉDATE CONMIGO

Ebony Clark
1.ª edición: octubre, 2016

© 2016 by Ebony Clark

© Ediciones B, S. A., 2016


Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-562-3

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Contenido

Portadilla
Créditos
Prólogo
Londres, estudios de la BBC One
Mentone, Texas. Dos días después
Las Vegas
Londres, estudios de la BBC One
Mentone, Texas
Nota de la autora
Promoción
Prólogo

McKenzie: adjunto justificante de transferencia contra la cuenta corriente facilitada.


Espero que todo esté a la altura de las expectativas. Kitty Barret.

El hombre sonrió mientras releía aquellas líneas y bajó de inmediato la tapa


del portátil al escuchar los pasos de Tyler a su espalda. Había conocido muchas
clases de mujeres, pero aquella Kitty era sin duda la más sorprendente de todas.
Acababa de sellar un trato con ella en el que se comprometía a proporcionar a su
mejor amiga una aventura que jamás olvidaría. La idea era divertida. Y se sentía
un poco miserable por prestarse a los manejos de una británica medio chiflada.
Pero así estaban las cosas.
—¿Algún problema? —preguntó Tyler.
Contuvo una carcajada. Problema no era precisamente la palabra que
describía lo que se avecinaba.
—Todo en orden, Ty.
—Me alegro. —El otro hombre ni se despidió, tan solo agitó la mano en el
aire en un gesto distraído.
—Ya veremos si te alegras tanto dentro de un par de días —murmuró para
sus adentros.

***
Londres, estudios de la BBC One

—¡Quédate conmigo! —exclamó el chico mostrando la claqueta—, episodio


135... ¡Acción!
Las luces parecieron cobrar más intensidad, y empezó la acción. De pronto,
estaban en el plató de rodaje de una de las series de mayor audiencia de la cadena
británica. Los actores interpretaban a sus personajes bajo la atenta y, en ocasiones,
eufórica dirección del director de la serie. Durante algo más de media hora, la
perversa Elora trataba de recuperar a su marido, el atractivo doctor Lockarne,
mientras Wendy, su amante ingenua a la que el público adoraba, contemplaba la
escena desolada.
En la siguiente toma, el doctor Lockarne suplicaba a Wendy otra
oportunidad, mientras ella se debatía entre el amor que sentía por él y el
remordimiento por la traición a Elora.
—Quédate conmigo, Wen...
—Adiós, Andrew.
Una voz en off dio por concluida la grabación.
¿Podrá Wendy separarse del único hombre al que ha amado ?Y si lo hace,
¿resistirá su amor al paso del tiempo, la distancia y las maquinaciones de Elora...?
Quédate conmigo... Descubre el desenlace en el último episodio de la temporada.
Mañana a las nueve de la noche, después de las noticias, en tu canal favorito...
—¡Corten! —gritó el director—. Ha quedado perfecto. ¡Sois geniales, chicos!
Alguien se sorbió las lágrimas ruidosamente y suspiró, contagiada por la
atmósfera de dramatismo y romance que había impregnado el ambiente.
Los aplausos llenaron el estudio de grabación, y, al instante, la enfermera, el
médico y la embustera paciente abandonaron sus puestos y se unieron al resto del
equipo.
—Grabaremos la escena de la despedida en el aeropuerto y después... ¡unas
merecidas vacaciones! —Ewan los señaló con su amuleto, una pulsera que había
pertenecido a Grace Kelly y que había comprado en una subasta por una cantidad
astronómica que jamás había querido revelar—. Os quiero a todos de vuelta en
media hora, estáis advertidos.
Al pasar junto a la mujer que interpretaba el papel de Elora, Ewan se
detuvo.
—Tenemos que hacer algo con tu papel, querida —informó—. Los
telespectadores no han dejado de llamar durante toda la semana. Te odian con un
odio irracional. Han enviado cientos de mensajes a la cadena pidiendo tu cabeza.
Te quieren muerta en la próxima temporada.
—Eres un cerdo, Ewan. Y sabes que no puedes rescindir mi contrato. Aún
quedan dos años —se jactó ella, encendiendo un cigarrillo mentolado y echándole
el humo en la cara—. Tengo una idea. ¿Por qué no hacemos que sufra de amnesia,
olvido que soy una arpía y Andrew se enamora de mí otra vez?
—Andrew ama a Wendy, Elora.
—Ese es tu problema, querido mío. ¿Qué opinas, Kitty?
—Que no escribiré otro guion absurdo para salvarte el culo —informó la
otra mujer, dedicándole su mejor sonrisa forzada. Se dirigió hacia la joven que en
ese momento trataba de escabullirse en busca de un poco de intimidad y la abrazó
para felicitarla—. Has estado genial. Tu hermana Chelsea ha llamado hace un
minuto, a cobro revertido, ya la conoces. Ha dicho que ha llorado a moco tendido
durante todo el episodio... Vamos, te invito a comer.

***

—Dame una buena razón por la que no deba romperle la nariz a ese
gilipollas.
Amanda sonrió para sus adentros mientras contemplaba con cierta
fascinación a Kitty. Era menuda como ella y sus pies pequeños siempre parecían
dispuestos a patear el trasero de alguien que lo mereciera. El cabello castaño le caía
en desorden sobre las sienes y la frente, huyendo de algo que Kitty solía llamar
recogido de guionista indigente sin tiempo para la peluquería y que, en definitiva, era
una coleta de caballo que nacía un poco más arriba de su nuca y se deslizaba con
rebeldía sobre su espalda. Sus ojos color avellana, enmarcados por unas espesas
pestañas, brillaban intensamente y no auguraban nada bueno.
Amanda suspiró. Hizo un breve repaso mental de los motivos por los que
adoraba a su mejor amiga. Porque tenía aquel encantador acento americano y
porque, como ella, odiaba el té. Porque era su caballero de la brillante armadura a
pesar de que solo medía un metro cincuenta y poco. Porque estaba dispuesta a
liquidar a Jason a pesar de los testigos y a pesar de que Jason era cinturón negro en
karate. Sorbió un poco de su helado de chocolate haciendo más ruido del habitual y
disculpándose cuando algunas personas las miraron con curiosidad. Por supuesto,
hubo dos que ni siquiera giraron la cabeza, ya que permanecían absortos el uno
con el otro, haciéndose arrumacos sin importarles quien pudiera observarlos.
—Kitty... déjalo estar. Jason y yo solo hemos salido un par de veces. No hay
nada entre nosotros —comentó fingiendo que la escena no la afectaba. En realidad,
sentía que las suelas de los zapatos se le derretían de rabia.
Jason le había dicho en su última cita que ella era su preciosa muñeca...
Menudo cabrón mentiroso. No es que estuviera perdidamente enamorada de él,
pero esperaba un poco más de respeto del tipo que decía ser tu otra mitad mientras
te pintaba las uñas de los pies. Así que, para qué negarlo, tenía el estómago
revuelto desde que aquellos dos se habían sentado un par de mesas más allá de la
suya. Era una cuestión de amor propio más que de sentimientos. Para ser sinceros,
Jason estaba destrozando su dignidad públicamente.
—Eso no es una razón —insistió Kitty, apretando inconscientemente su vaso
de helado hasta que la tapa plástica saltó sobre la mesa.
—Está bien, te daré varias... Mide treinta centímetros más que tú. Practica
artes marciales. Estamos en un lugar público. Todos nos conocen. Tiene derecho a
salir con quien quiera. Es el protagonista principal de la serie. Y si le tocas un pelo,
su agente, que por cierto es la mujer que acaba de meterle la lengua en la boca, te
denunciará —añadió, molesta al comprobar que algunos de los presentes ya
habían descubierto su presencia y le dedicaban compasivas miraditas de reojo.
Era lo peor de las rupturas, incluso en aquellas en las que tu ex solo había
sido un capítulo casual que desearas cerrar cuanto antes. Sentir aquellos pares de
ojos sobre la nuca vigilando tus movimientos, deseando ver en tu interior,
cebándose en tu mala suerte... Jason no era tan importante como para provocarle
rencor. Sin embargo, no podía evitar el azote de la humillación.
Era bastante guapo, la verdad. Lo miró de reojo. Un bombón relleno de
nada bajo cualquier ángulo desde el que se lo observara, incluso con la lengua de
aquella pelirroja haciéndole una limpieza bucal. Sacó la pajita del helado con
brusquedad y, al hacerlo, unas gotitas de chocolate salpicaron su inmaculado
uniforme de enfermera que era parte del vestuario.
—¡Mierda...! —exclamó, mojando de inmediato la tela con un poco de agua
sin gas de la botella de Kitty.
Kitty era adicta al líquido elemento. Bebía al menos tres litros diarios, por lo
que siempre tenía una buena excusa para ir al lavabo. Solo que en aquel momento
parecía querer ir en una única dirección. Y era hacia la mesa donde Jason
examinaba las amígdalas de su pelirroja acompañante.
—¿Lo ves? Estás cabreada —afirmó como si acabara de descubrir la fórmula
de la Coca-Cola.
Pues claro que estaba cabreada. ¿Qué esperaba? Su pareja pública hasta
hacía una semana estaba a punto de montárselo delante de sus narices, en la
cafetería de los estudios donde ambos trabajaban, con una mujer que era la versión
humana de Jessica Rabbit.
Kitty se levantó, arrastrando la silla con ella.
—Voy a partirle la cara a ese memo, Amanda. No lo aguanto más.
Amanda la siguió. Sujetó su mano con fuerza para detenerla en el instante
justo en que Kitty, con su mano libre, le colocaba a Jason el plato de macarrones
con tomate por sombrero. La verdad es que estaba muy gracioso con aquellos
regueros carmesí con motitas de orégano deslizándose lentamente por sus patillas
recién cortadas por el estilista de la serie. Tenía la boca abierta como si quisiera
protestar, pero se hubiera quedado paralizado por la sorpresa.
Kitty le metió un palito de pan de cereales entre los labios y le palmeó el
cachete con una sonrisa triunfal en el rostro.
—Ahora sí que estás para comerte, Doctor.
—¿Cómo te atreves...? Haré que te despidan, foca entrometida… —la voz de
Ronda Swanson, la pelirroja que se comía a Jason con sus labios tan rojos como el
cabello, se perdió entre las carcajadas de los compañeros de rodaje.
—Por desgracia para ti, golfa con tetas de silicona, no tienes tanto poder.
Soy la mejor guionista de la serie, así que cierra tu boquita de colágeno operada
por un cirujano plástico ciego... Y en cuanto a ti...
—Kitty, cálmate… —Jason retuvo con la punta de la lengua un poco de
tomate y, aunque estaba bastante ridículo, su gesto tenía un cierto toque sensual, a
pesar de aquellos macarrones en la coronilla.
«No tengo remedio, lo sé», pensó Amanda. Jason aún ejercía un peligroso
poder sobre ella y estaba dispuesta a probar cualquier cosa para vacunarse contra
aquella enfermedad. Quizá no fuera mala idea que Kitty lo vapuleara un poco
antes de rodar la última escena.
—No me pidas que me calme, gusano. Le has roto el corazón a mi amiga. —
Kitty miró su reloj, contando los segundos y calculando mentalmente el tiempo del
que Jason disponía para arreglar el desastre de su rubio y lacio cabello ahora
teñido de rojo—. Date por muerto si no desapareces de mi vista en menos de un
minuto.
Jason no necesitó que Kitty repitiera la amenaza. La conocía muy bien y
sabía que era capaz de arrancarle los párpados con los dientes si no obedecía. Pasó
junto a Amanda sin mirarla, seguido de su agente/amante, quien aún mascullaba
algunas palabrotas entre dientes.
—No debiste hacer eso —la regañó Amanda mientras se dejaba conducir
hasta el plató donde todos aguardaban su reacción ante la escena anterior. Los
despreció por ser tan carroñeros; lo cierto era que tenía que reconocer que el ataque
de Kitty había contribuido a echar más carnaza para la prensa del corazón.
—Eso es verdad. Tú tenías que haberlo hecho —replicó Kitty.
—Tal vez Jason no me importa lo suficiente —confesó, y su amiga la miró
fijamente.
Amanda no era precisamente una belleza de Hollywood, pero aquella era
en realidad su mejor arma, lo que la convertía en alguien misterioso y al mismo
tiempo cercano para la audiencia.
Había algo en Amanda que conmovía profundamente a su público y a
cualquiera que la conociera; una dulzura innata, una fuerza interior y algún
ingrediente secreto que tenía que ver con el modo cautivador en que modulaba las
palabras durante una escena.
Tenía el cabello castaño oscuro y la tez pálida salpicada por algunas
graciosas pecas sobre la nariz. Sus ojos color miel ejercían de poderoso imán y
atrapaban las miradas de los hombres incluso contra la voluntad de Amanda. Su
sonrisa era natural, muy distinta a la artificiosa aunque hermosa sonrisa de la
mujer que interpretaba a Elora en la serie. Era una excelente actriz que había
encontrado aquella vocación por casualidad y que de ningún modo permitía que
eso la convirtiera en una diva caprichosa. Pequeña y curvilínea, Amanda había
conquistado los corazones de los telespectadores de la BBC con su sencillez.
Kitty la quería por muchos motivos y la admiraba, pero odiaba que no
supiera ver cuando un hombre no le convenía. La abrazó, le colocó el pelo tras las
orejas y la besó en la frente.
—Te quiero, pero a veces pienso que eres de otra galaxia. Mírate bien. Eres
bonita, eres famosa... Podrías tener al hombre que quisieras. Sin embargo, tu
currículum sentimental es un desastre. Y Jason ha sido el colofón, la guinda del
pastel… un idiota presumido con el coeficiente intelectual de un guisante... ¿por
qué?
Amanda lo meditó un segundo y después sonrió. Kitty tenía razón, como
siempre.
—Quizá porque sigo buscando al hombre perfecto... —bromeó, haciendo
alusión al título del episodio que rodaban aquel día en la serie de televisión para la
que ambas trabajaban en la BBC One.
Amanda había logrado un papel principal como actriz mientras que el
brillante talento de Kitty como guionista la había convertido en una de las
guionistas preferidas de los productores de la serie.
—Entonces, querida amiga... Deja de buscar en los lugares equivocados. —
Kitty se sacó algo del bolsillo de la chaqueta y lo pensó un instante.
Kitty sabía que Amanda necesitaba un cambio de aires, eso era
incuestionable. Pero si se marchaba, la echaría de menos. Y si, además, decidía no
volver, los productores de la serie la matarían por haber sido instigadora y
cómplice. Suspiró, regañándose mentalmente por plantearse siquiera aquella duda.
Lo único que importaba era que Amanda huyera de aquel ambiente que
comenzaba a afectar su criterio emocional y aprendiera a distinguir un buen tipo
de un cerdo con cazadora de pana. Era esencial evitar que Amanda se convirtiera
en una cuarentona amargada y ácida que se arrastraría en camas ajenas para lograr
papeles de villana con nombres como Elora. Depositó lo que había sacado del
bolsillo en la mano de su amiga.
Amanda contempló el billete de avión con expresión bobalicona, y Kitty
suspiró.
—Es un billete para Estados Unidos. Quiero que te largues mañana mismo y
pases tus vacaciones bien lejos de ese donjuán con pretensiones escénicas.
Amanda se fijó en el destino que señalaba el billete y después miró
nuevamente a su amiga.
—¿Texas?
—No me mires así. Lo necesitas. He hablado con unos primos postizos que
tienen un pequeño rancho en Loving. Es una especie de hotel rural y están
encantados de recibirte.
—¿Postizos? ¿Loving? —repitió Amanda sin entender nada.
—Postizos. Mi madre se casó en segundas nupcias con el tío de los
McKenzie cuando abrió su restaurante grill la Ternera Loca en Picadilly,
¿recuerdas? Mentone es un pequeño pueblo del condado de Loving, en Texas.
Necesitas desintoxicarte de Jason y de este ambiente frívolo y superficial... antes de
que te conviertas en una Ronda Swanson cualquiera —advirtió con seriedad.
—Pero no puedo marcharme así, sin más… —protestó.
—¿Qué apostamos a que sí? El rodaje ha terminado, dentro de poco será
Navidad, y tu hermana odia esa fecha, ya lo sabes. Ha dicho que la pasará con
unas amigas en España. No puedes quedarte para escuchar las campanadas de fin
de año mientras ves ese programa aburrido en compañía de alguna vieja gloria
británica.
—Pensé que lo veríamos juntas —replicó con una media sonrisa.
—Yo soy la vieja gloria británica —informó con una expresión teatral y
añadió—: Dijiste que querías otra vida, una que fuera tuya de verdad, haciendo
algo que te gustara de verdad. Te encanta la fotografía, siempre lo has dicho. Esta
es tu oportunidad. Te vas a Texas. No pienses, no protestes, no me des las gracias,
y feliz cumpleaños.
La besó fugazmente y la empujó hacia las cámaras, apartándose para que la
maquilladora diera unos últimos retoques a su cara pálida.
Amanda seguía pensando en ello algunos segundos después y no escuchó la
primera llamada de la joven ayudante de producción. ¿Texas? Y, además, no era su
cumpleaños. Pero Kitty ya le había hecho su regalo, qué buena amiga era... Y qué
original. Pero ¿Texas?
—Señorita Chase... ¿le importaría dejar de pensar en las musarañas y
concentrarse en su diálogo? —la voz estridente de Ewan Preston, director de la
mayoría de los capítulos de la serie, le llegó esta vez clara e impaciente.
Le hablaba a ella. Ella era Lori Chase, la estrella principal de aquel culebrón
británico en el que Jason era su oponente masculino. Ewan estaba furioso con ella.
Por su culpa, Jason tendría aquel aspecto horrible en la grabación del último
capítulo de la temporada. Amanda asintió, recobrando la compostura.
—Bien, muchas gracias, Lori. Todos a sus puestos... ¡Por Dios! Que alguien
le quite al Dr. Lockarne esos macarrones de encima.

***
Mentone, Texas. Dos días después

Amanda apoyó su maleta de color rojo chillón sobre la tierra, repitiéndose


por octava vez en aquella mañana que tenía que matar a Kitty cuando regresara a
Londres.
—Aquí nos separamos, guapa.
Murmuró un gracias entre dientes, mientras recordaba la hora y media de
viaje que había compartido con aquel hombre sudoroso que hablaba por los codos
y le deslizaba la mano con disimulo sobre la pantorrilla al menor descuido.
Escuchó cómo hacía rugir el motor para impresionarla, derrapando las
ruedas y levantando una polvareda que la dejó cubierta de tierra hasta las cejas.
¡Estupendo! Era lo que le faltaba. Miró en todas direcciones siguiendo las
indicaciones que le había dado su buen amigo el conductor maloliente y pulpo.
Pero lo cierto era que en mitad de la nube de polvo apenas podía distinguir su
propia nariz del resto del paisaje. Se descalzó los tacones y se sacudió como pudo
el abrigo color blanco roto DKNY que ahora estaba hecho un asco gracias a su
amigo manos largas Mac.
Trató de pensar con claridad y se ordenó no dejarse impresionar por el cielo
encapotado que amenazaba tormenta, por el cansancio o por la tela de su vestido
que se pegaba como una segunda piel a su espalda sudorosa bajo el abrigo. Ahora
no podía echarse atrás. Estaba allí. En Harmony Rock. Un lugar en mitad de la
nada en el condado de Loving, Texas. Y no se veía un alma.
Pero no se rendiría. Era una Abbot, de los Abbot de Bournemouth en el
condado de Dorset. Su familia había reinventado el término supervivencia cuando el
primer Abbot, procedente del norte de América y desertor de la guerra de
Secesión, se instaló en aquella costa inglesa de más de cinco millas, echando raíces
contra todo pronóstico.
Era una mujer adulta que había decidido cambiar de vida y eso incluía dejar
de preocuparse porque sus mejores zapatos hubieran perdido las tapas o porque
su abrigo tuviese el mismo aspecto que si la hubiese atropellado una manada de
búfalos furiosos.
Tomó aire y lo soltó, emprendiendo la marcha hacia cualquier lugar,
arrastrando la pesada maleta que apenas contenía un tercio de la ropa que solía
llevar en sus viajes. Siempre en dirección recta... Eso había dicho el camionero. Qué
tipo tan gracioso. Como si trazar una línea recta en un lugar donde no había nada
significara algo. Caminó sin mirar y sin desviarse, convencida de que tarde o
temprano tropezaría con la casa o con una serpiente o con otro camionero que
querría enseñarle su colección de tatuajes.
Cuando llevaba una eternidad andando sin rumbo —en realidad, habían
sido cinco minutos, pero para alguien como ella, una eternidad era apropiado—, lo
vio.
Se cubrió los ojos con la palma de la mano para cerciorarse.
Allí estaba.
El rancho de los McKenzie se dibujaba ante ella en toda su magnitud.
Observó hasta donde la vista le alcanzaba. ¿Cuántos acres podía tener? Lo calculó
mentalmente y pensó que no le iba mal al señor McKenzie después de todo. Se
alegraba de que en el último momento Kitty hubiera confesado que había tenido
que pagar a aquellos familiares lejanos por aquel regalo que le hacía.
Puede que fuera una frívola, pero prefería pagar por casi todo. La hacía
sentir más segura el hecho de que aquellos desconocidos no pudieran arrojarla a la
nada en mitad de la noche. Aunque igualmente mataría a Kitty cuando volviera a
verla.
Se alegró de todos modos de estar allí. Eso permitiría que pasara por aquella
crisis existencial en el único lugar donde nadie la buscaría, ni siquiera su letal
agente, Brittany Thomson.
Brittany le había dicho: «No queremos un escándalo, ¿está claro? Supera esa
tontería de quiero ser una mujer normal y dedicarme a mis labores. No eres normal,
querida. Eres Lori Chase. Muchas mujeres venderían su alma al diablo por tener lo
que tú tienes. Así que supera esta crisis y vuelve a ser Lori Chase, la mujer que
paga tus facturas, la protagonista de la serie de mayor audiencia en los últimos tres
años, y regresa a Londres para cumplir tu contrato en las dos próximas
temporadas. Te lo advierto, Amanda, no soy de las que se quedan de brazos
cruzados cuando alguien trata de romper un acuerdo millonario».
Brittany había pronunciado el párrafo entero sin pestañear y sin detenerse
para respirar. La verdad, daba miedo cuando hablaba así. Pero Amanda la había
dejado allí plantada, sentada en su extravagante y frío sofá con tapicería de
leopardo que desentonaba con el resto de la decoración de su también frío y
victoriano despacho. Por descontado, no le había confesado que esa era justamente
su intención. Romper con una vida vacía, solitaria y superficial, y, tal vez,
dedicarse a cultivar un huerto y contemplar los atardeceres del mes de julio
mientras veía cómo alguien rescataba una bota vieja en su amada playa de
Bournemouth. Brittany carecía de la sensibilidad de otros mortales y, en
consecuencia, no podía comprenderlo.
Amanda solo era actriz por un error del destino. Su madre había muerto
cuando ella y su hermana aún estaban en la escuela, un episodio del que jamás
hablaban, pero que las había convertido en adultas y responsables adolescentes a
la tierna edad de diez y doce años.
Su padre, Marion Abbot, había sido un buen padre. Un tipo algo despistado
que solía olvidarlas en algún pasillo del supermercado hasta que alguien las
llamaba desde caja cuando él recordaba que no había ido solo a hacer la compra.
Trabajaba como fotógrafo en bodas y bautizos.
Algunos fines de semana, Marion las llevaba a casa de la tía Mary en
Londres y colocaba chocolatinas para usarlas de cebo y fotografiar ardillas en
Hyde Park. Amanda solía recordar aquellas mañanas de principios de diciembre,
sentada en un banco cubierto por la primera escarcha del mes, sosteniendo entre el
índice y el pulgar congelados un pedazo de Mars mientras Chelsea contenía la
respiración y susurraba «ahí viene una...».
Habían sido felices entonces. Los tres se conformaban con su mutua
compañía, y aunque Marion tenía talento para realizar exposiciones en las mejores
galerías, solía decir que aquel era su verdadero objetivo en la vida: ver crecer a sus
hijas, pasar cada segundo libre con ellas y retratar los momentos felices de otras
familias.
Y procurar no olvidarlas en el supermercado.
Eran las pequeñas cosas que llenaban su mundo. Lo decía con aquella mirada
entrañable que hacía que las pequeñas cosas adquirieran mayor importancia. Un
buen día, Marion había tardado más de la cuenta en su cuarto de revelado. Ella y
Chelsea habían bajado con la intención de darle un buen susto y llevaban puestas
las caretas de Halloween: ella era el asesino de las películas de Jamie Lee Curtis,
Michael Mayers, y Chelsea, un horrible zombi mutante.
Solo que, al abrir la puerta, ninguno de las dos había dicho «buuu». Se
quedaron paralizadas, con las máscaras puestas y los ojos clavados en el cuerpo de
Marion que había caído al suelo arrastrando la cámara y una cubeta de líquido de
revelado sobre su cuerpo. Un infarto. Eso había sido todo. El principio del fin.
Chelsea no habló durante seis largos meses. Por suerte, la tía Mary se había
hecho cargo de ellas a pesar de que era demasiado mayor hasta para cuidar de sí
misma. Y otro buen día, la tía Mary también les había dicho adiós. Chelsea tenía
entonces veinte años y las dos habían renunciado a la idea de ir a la universidad.
No había dinero, Marion nunca había sido tan previsor y la tía Mary vivía
de una pensión como bibliotecaria que apenas sufragaba los gastos de la compra.
Así que las dos habían encontrado trabajo en un Starbucks. Como la tía Mary no
tenía más familia que ellas, les había dejado su pequeño piso en la zona del Soho
londinense. El problema del alquiler estaba solucionado, pero dos jóvenes en edad
de desear todo lo que vendían los escaparates necesitaban un golpe de suerte...
Una tarde, había acompañado a Chelsea a los estudios de la BBC One en
Marylebond. Chelsea se presentaba a un casting para hacer de extra en un
conocido programa de televisión de la cadena, pero los nervios la habían obligado
a correr hacia los lavabos, y Amanda había ido detrás para evitar que se desmayara
si se encontraba a alguno de sus ídolos por el camino. Solía fantasear imaginando
que Rod Stewart la escogía como protagonista de su último vídeo musical.
Finalmente, Chelsea le había pedido que hiciera el turno por ella mientras
vomitaba el almuerzo. Amanda había obedecido a regañadientes. Después de
esperar más de una hora a que alguien le dijera en qué cola tenía que ponerse, un
tipo alto, medio desvestido —la otra mitad la cubría una malla de lycra de color
violeta— y con el cabello teñido de rubio platino, la había confundido con una de
las chicas del casting.
De nada había servido explicarle que era más bien tímida y que estaba allí
por Chelsea. Todo había sido inútil. El tipo estrafalario no paraba de chillar
entusiasmado mientras la hacía girar una y otra vez bajo el grito de «la encontré».
¿Qué elección había tenido? Debían algunas mensualidades de la compañía
del gas y les habían cortado el teléfono la semana anterior por falta de pago.
Demasiadas facturas como para renunciar a aquel dinero fácil y rápido. Y honrado,
gracias a Dios. Ya no recordaba la de veces que había colgado el teléfono espantada
después de descubrir que un inocente anuncio de empleo en la prensa era en
realidad un oficio en el que tendría que desnudarse delante de unos cuantos
borrachos babeantes.
Y eso había sido todo. El fin de Amanda Abbot, camarera de Starbucks
coffee, y el nacimiento de Lori Chase, la estrella de la televisión londinense, la musa
de los perfumes de Chantel, la mujer que no era ella y a la que detestaba.
Pero ahora, por fin, había decido volver a tomar las riendas de su vida. No
más grabaciones de capítulos de series interminables, no más sesiones de fotos en
lo alto de la torre de un castillo perdido de Austria, vestida con una túnica, muerta
de frío y sometida a la humillación de fingir que disfrutaba mientras un
mamarracho con mallas la rescataba. No más fiestas aburridas donde los ejecutivos
sexagenarios de la cadena intentaban ligar con ella en los recodos de cualquier
pasillo. No más sonrisas forzadas. Ni una más.
Estaba allí, en Texas. Y seguía sin ver un alma. Avanzó un poco y elevó los
ojos hacia el magnífico techo natural que había sobre su cabeza. El sol se ponía y el
cielo se tornaba gris oscuro. Estaba cansada y helada. Con seguridad sería víctima
de un buen resfriado por culpa de los cambios de temperatura. Y estaba
hambrienta. Pero tuvo que reconocer que era la puesta de sol más hermosa que
había visto.
Entrecerró los párpados para ampliar su campo de visión y, de pronto…,
tragó saliva con dificultad.
Estaba claro que llevaba demasiado tiempo sin probar bocado y sin tomar
agua. Era la única explicación posible a la maravillosa estampa que recreaba su
vista a escasos pasos. Una figura masculina se recortaba contra la mezcla de tonos
grises y arena. El hombre debía medir metro noventa y se agachaba de cuando en
cuando sujetando un martillo en la mano con el que golpeaba con mecánica
destreza los tablones de madera que inmovilizaba bajo su bota.
Amanda sintió que se le secaba la boca mientras recorría con mirada ávida
aquellos hombros anchos, aquella espalda que se marcaba bajo la camiseta de
algodón, aquel conjunto de músculos, todos perfectamente colocados en su sitio,
prisioneros bajo la tela vaquera de sus pantalones tejanos, moviéndose en sensual
armonía a cada golpe de martillo sobre la madera.
Sin duda debía tratarse de algún espejismo provocado por el ayuno y el
cansancio. «Eso debe ser», pensó mientras afianzaba los pies sobre la tierra
húmeda para evitar que la turbación la hiciera perder el equilibrio. No era posible
que existiera un hombre tan increíblemente atractivo como el que tenía delante y
que, además, fuera real.
Y dado que no lo era, podía contemplarlo abiertamente cuanto quisiera sin
riesgo de parecer maleducada. Así que lo hizo y se alegró de que el tipo levantara
ligeramente la barbilla y tocara el ala de su sombrero con los dedos.
Desde aquella nueva perspectiva, podía analizar también sus interesantes
facciones. Se deleitó con aquellos rasgos tremendamente viriles que parecían
esculpidos en un rostro donde el bronceado no tenía nada que ver con unas
cuantas sesiones de rayos uva en un gimnasio. Los ojos del hombre, de un verde
intenso, se enmarcaban por unas espesas pestañas negras que hacían juego con el
cabello que caía con cierto descuido sobre la frente. De entre sus pobladas cejas
oscuras descendía una nariz recta cuya punta se erguía sobre unos labios gruesos
hechos para besar hasta la locura... Unos labios que ahora se torcían en una sonrisa
descarada que denotaba al tiempo cierto desdén hacia la recién llegada.
«Qué extraño», pensó Amanda. El espejismo la miraba ahora directamente a
los ojos, como si la viera de verdad.
Sí, era muy raro todo aquello. Aquel vaquero de casi dos metros, que
parecía haber salido de un póster erótico de la revista Cosmopolitan, acababa de
quitarse el sombrero y se limpiaba el sudor de la frente, sin apartar su verde
mirada de ella.
—¿Busca algo, encanto?
La voz la desarmó por completo. En cualquier otra circunstancia habría
enviado al diablo a cualquiera que se dirigiera a ella con aquella expresión sexista
y pasada de moda. Estaba harta de que los hombres utilizaran apelativos como
aquel, como si dieran por sentado que una mujer no fuera capaz de comprender
otro lenguaje. Sin embargo, había algo en el modo en que lo había dicho que lo
hacía menos ofensivo... Quizá fuera su acento, o su timbre de voz, grave y
seductor...
—Nena... ¿puedo ayudarla en algo? —insistió él con impaciencia.
Amanda le tendió su mano como saludo, esperando que no se hubiera
llevado una impresión equivocada.
No era su estilo desvestir vaqueros con la mirada —aunque aquel estuviera
para desvestirlo y materializar con él cualquier fantasía— y no quería que él
pensara que lo era.
—Amanda Abbot —se presentó con una sonrisa, pero dejó caer la mano al
comprender que el tipo no tenía intención de estrecharla.
El hombre se limitó a dejar lo que tenía entre manos y cruzar los vigorosos
brazos sobre el pecho. Parecía incómodo y molesto por la forma en que ella lo
había observado.
«Vaya, un estrecho», pensó Amanda. Pero no se dejó intimidar e insistió.
—¿Llego en mal momento?
Él no contestó. Después de todo, cabía la posibilidad de que aquel sujeto sí
fuera producto de su imaginación, ya que no parecía incapaz de articular más que
una especie de gruñido malhumorado mientras se dirigía hacia la casa. Amanda lo
siguió, arrastrando su maleta con dificultad después de esperar unos instantes y
comprobar que tampoco tenía la menor intención de ayudarla.
—Oiga... espere...
El hombre ni siquiera se inmutó al atravesar la puerta y soltarla para que
cayera sin contemplaciones sobre ella. Por suerte, una joven salió a su encuentro
antes de que su aristocrática y respingona nariz salpicada de pecas fuera aplastada
por el golpe.
—¡Ty! —lo regañó, pero él se encogió de hombros y se adentró en la casa.
La chica la ayudó con la maleta hasta que la dejaron en el amplio salón con
chimenea. La tomó de la mano y siguieron al hombre hasta una cocina gigantesca
donde debían preparar comida para todo el séptimo de caballería a juzgar por el
gran número de platos que habían sido apilados en el fregadero.
Se volvió hacia Amanda con una sonrisa amplia, estrechándole con
efusividad la mano en cuanto ambas estuvieron a salvo de la mirada glacial de
aquel tipo.
—Soy Brooke McKenzie. Bienvenida a Harmony Rock.
—Así que Brooke… —repitió, observando con disimulo los movimientos
del hombre que bebía una cerveza sin tener la amabilidad de ofrecer una a su
sedienta invitada.
—Y el vaquero bruto y maleducado es Tyler. Mi hermano mayor... Tyler,
saluda a la señorita Abbot —ordenó, lo mismo que si en lugar de hablarle a su
hermano lo hiciera a un gracioso monito de feria. El hombre emitió un sonido
gutural por respuesta.
Amanda los contempló, encontrando enseguida rasgos familiares entre
ambos. Los dos tenían los ojos verdes y la boca gruesa. El labio superior de Brooke
estaba coronado por un sugestivo lunar a la altura de la comisura. El de Tyler
estaba cruzado por una pequeña cicatriz que incitaba a acariciarla y que de
inmediato provocó en Amanda la curiosidad por saber cómo se la habría hecho.
Los dos tenían el cabello negro y ligeramente ondulado. Los dos eran altos y
corpulentos, aunque la figura de Brooke se llenaba solo en los lugares exactos para
conferirle un aspecto sexy recién estrenado por la edad que le adivinaba.
Por su parte, Tyler McKenzie también resultaba tremendamente sexy y su
poderosa mirada actuaba como un irresistible imán que la mantenía hipnotizada.
Amanda intentó apartar aquella idea de su cabeza y ordenó a sus hormonas que se
comportaran mientras fingía que el semblante de pocos amigos del hombre y su
impresionante anatomía la traía sin cuidado.
—Es un placer. —Amanda lo intentó de nuevo. Pero era inútil. Por más
amistosa que se mostrara, aquel tipo no estaba dispuesto a que congeniaran.
—No le hagas caso. A Tyler le gusta fingir que es un tipo duro, pero no
mataría una mosca. ¿No es así, Tyler? —La joven le dio un codazo en el costado, y,
como respuesta, el hombre se terminó la cerveza de un trago, la alzó hacia Amanda
y, apuntándola con ella, la aplastó entre sus largos dedos.
—No en la primera cita —sentenció, como si le informara que debía darse
por advertida después de aquella demostración de cómo se las gastaban en el
salvaje oeste.
De nuevo, Amanda pensó que era la voz más sexy que había escuchado. Lo
malo era que la voz también denotaba su hosquedad, y Tyler ni siquiera se molestó
en disimularlo
—¿Y quieres explicarme de qué va todo esto, Brooke? Creo que te dejé bien
claro lo que pensaba de tu brillante idea de convertir nuestra casa en un museo.
—Venga ya, Tyler... ¿un museo? Dije turismo rural, pedazo de bruto...
Aunque está claro que, de haber sido un museo, serías la pieza principal. —La
chica abrió la puerta de la nevera y le ofreció una cerveza. Amanda la aceptó de
buen grado. Un segundo más y se habría desplomado en el suelo víctima de un
golpe de deshidratación.
La bebió con demasiada rapidez, notando al instante cómo el alcohol hacía
estragos en su estómago vacío. Se aclaró la garganta, rezando porque ninguno de
los dos hermanos lo notara. Como regla general, no toleraba la bebida. Pero sin
haber comido, los efectos de aquella cerveza podían ser fatales. Y sospechaba que
aquel tipo estaría encantado de que se hospedara en el hospital más cercano si se
desmayaba, dondequiera que estuviese, con tal de librarse de ella.
La mirada de Amanda iba de uno a otro sin comprender una palabra. Kitty
había dicho que los McKenzie se habían ofrecido amablemente a hospedarla el
tiempo que fuera necesario. ¿Acaso se lo había inventado? Por la cara del hombre,
supo que Kitty no había sido del todo sincera.
—A ver si lo entiendo… —Tyler se rascaba el mentón ligeramente cubierto
de barba oscura—. ¿Pretendes que meta a una extraña en nuestra casa y me porte
como un perfecto caballero inglés después de que hiciste exactamente lo contrario
a lo que te pedí? Te dije que enviaras al diablo a esa prima Henrieta a la que, por
cierto, ni siquiera conocemos.
—Yo la conozco —se defendió la joven.
—Por Internet —le recordó Tyler a su vez, como si fuera lo mismo que decir
que el contacto con la tal Henrieta lo había establecido a través de una cristalera en
una prisión de máxima seguridad.
—La prima Kitty es muy simpática. Si te molestaras en conocer a la gente
antes de juzgarla...
—Por mí como si es el maldito Winnie The Pooh. Dije no, Brooke. ¿Acaso no
escuchas nunca cuando te hablo?
¿Henrieta? ¿Kitty Barret era Henrieta? Amanda comenzaba a impacientarse.
Sabía el aspecto que tenía con los bajos de su abrigo de dos mil libras llenos de
lodo y sus tripas rugiendo de manera incontrolable. Para colmo, aquel tipo parecía
haber escuchado los sonidos celestiales de su estómago y la observaba con el ceño
fruncido.
—¡Tyler! —Brooke hizo un puchero—. ¿Por qué eres así? Dylan me lo
advirtió... Dijo que seguías siendo el mismo idiota cabeza de alcornoque de siempre y
que eras incapaz de distinguir un buen negocio aunque te mordiera en el culo.
—No me digas. —Él parecía realmente enfadado. La miró con expresión
rabiosa—. Brooke, dame una buena excusa para que no ponga a esta ricura de
patitas en la calle. Y que sea buena, que no tengo todo el día.
La chica lo pensó un segundo.
—Ty... Necesitamos el dinero —murmuró entre dientes, disimulando para
que la otra mujer no percibiera el tono desesperado en sus palabras—. Maldito
cabezota... Sabes que tengo razón. Además, me aburro. ¡Siempre me aburro! ¿No
podrías hacerlo… por mí, por tu hermana favorita?
—Brooke, no eres mi hermana favorita. Eres mi única hermana —
puntualizó muy serio—. Y confieso que estoy un poco harto de ejercer de hermano
mayor contigo. Diablos... ¿por qué no torturas a Cam o a Dylan cuando están por
aquí? ¿Es que disfrutas volviéndome loco cuando me toca hacerte de niñera?
—No necesito una niñera. Y Dylan piensa que eres un imbécil...
—Sé muy bien lo que piensa Dylan. —Cuando Brooke había pronunciado
aquel nombre, una especie de interruptor que encendía la furia de Tyler McKenzie
había hecho click. La apuntó con el sombrero, apretándolo con tanta fuerza que
Amanda pensó que lo desintegraría antes de terminar otra frase—. Pero está
demasiado ocupado dilapidando su parte de la herencia en los casinos, así que su
opinión me importa un rábano. Y en cuanto a Cameron...
—Un momento, hermanito... No dispares contra mí. Acabo de llegar y sea lo
que sea de lo que se me acuse, soy inocente.
Amanda giró la cabeza hacia la puerta de la cocina y se quedó de una pieza
al descubrir que Tyler McKenzie acababa de clonarse en aquel tipo atractivo y
sonriente que lucía una reluciente placa en su uniforme y le besaba la mano al
tiempo que hacía una teatral reverencia.

***

El recién llegado y Tyler McKenzie eran como dos gotas de agua, excepto
por la expresión de sus rostros y la ligera sombra de barba que cubría el mentón y
la barbilla del primero. El nuevo tenía la gracia de los conquistadores natos,
mientras que la cara de Tyler era una máscara de arrogancia y antipatía que
aniquilaba de inmediato cualquier posibilidad de protagonizar las fantasías
románticas de una mujer.
Ciertamente, Tyler McKenzie era, a primera vista, un tipo atractivo y sexy.
Pero en cuanto Cameron había hecho su aparición estelar, el encanto de Tyler
había quedado reducido a unas cuantas imágenes sórdidas en las que Amanda lo
había desvestido en su mente, única y exclusivamente porque incubaba un
resfriado.
—Amanda, este es Cameron, mi hermano y sheriff del condado. Y no, no es
un espejismo. El y Tyler son gemelos... Cameron, te presento a la señorita Amanda
Abbot. Es amiga de Henrieta, ¿te acuerdas de la prima Henrieta? Ha viajado desde
Inglaterra solo para disfrutar de nuestra hospitalidad... ¿Puedes explicarle a Tyler
lo que significa la palabra hospitalidad, hermano? —La chica se cruzó de brazos con
expresión colérica. Era increíblemente bonita, con el cabello oscuro sujeto en una
trenza que le caía por el hombro y los ojos que pasaban del verde al color miel,
brillantes y curiosos—. Vamos, dile que estás conmigo en esto.
—¿Estabas al tanto? —Los ojos verdes de Tyler relucían peligrosamente
cuando se clavaron en su gemelo—. Es una broma, ¿no?
—Deja que te lo explique antes de que empieces a dar gritos como un loco.
—Demasiado tarde, ya ha empezado —observó Brooke con disgusto.
—Brooke... soy tu hermano mayor y hoy ha sido un día duro. No
discutamos más, ¿quieres? —el tono de Tyler pareció suavizarse, pero a Amanda le
recordó el que utilizaban los actores cuando interpretaban un papel.
—¿Eso significa que puede quedarse? —preguntó Brooke emocionada.
—Significa que puede quedarse... hasta que se termine la cerveza —
concluyó tajante y clavó la mirada en su gemelo—. Contigo quiero hablar. Ahora.
Te espero arriba.
Amanda creyó que la mantendría al margen y que descargaría toda su
munición contra los miembros de la familia. Pero, por lo que se veía, Tyler
McKenzie tenía suficiente para todos, incluso para una pobre turista inglesa
inofensiva y muerta de hambre.
—En cuanto a usted… Espero no encontrarla cuando vuelva. Aquí no es
bien recibida.
Amanda no contestó. Brooke la tomó del brazo, sonriendo de nuevo en
cuanto él desapareció.
—No te preocupes. Se le pasará.
—En serio, Brooke… —se atrevió a decir al fin—. No quiero causar
problemas. Puedo buscar algún motel donde alojarme…
—¿Bromeas? —Brooke negó con la cabeza—. Oye, Amanda... Que mi
hermano no sepa que te lo he dicho, ¿vale? Pero es cierto que necesitamos este
dinero. Cameron tuvo una idea genial al pensar que podíamos convertir el rancho
en una especie de hotel durante un tiempo. Seguiremos adelante con lo pactado...
aunque tenga que atizar a ese cabeza hueca de Tyler para hacerlo entrar en razón.
—Pero ¿por qué está tan enfadado? —preguntó.
—Porque odia no poder controlarlo todo ni cuidar de todos. Porque Dylan
no está. Porque Cameron aceptó ese puesto de sheriff y lo espera despierto cada
noche por si le pegan un tiro. Y porque es un tonto —simplificó Brooke, aunque
había un deje cariñoso al referirse a él—. Mi hermanito tiene un genio de mil
demonios. Pero es un gran tipo en el fondo. Ven, te ensañaré el resto de la casa.
Amanda la acompañó, consciente de que Cameron McKenzie le había
dedicado un guiño disimulado al pasar junto a él. Era obvio que Tyler y Cameron
solo compartían cierta información genética que no incluía la glándula de la
simpatía. Y, además, no podía apartar de su mente la idea de que Tyler McKenzie
volvería en unas horas y tal vez quisiera echarla a patadas de allí. Ensayó
mentalmente los argumentos que esgrimiría si se daba el caso, lo cual era más que
probable con aquel tipo.

***

Amanda se sentía mejor después de haber tomado los emparedados que


Brooke había preparado. La había instalado en un magnífico cuarto con amplias
ventanas desde la que podía contemplar una increíble panorámica del rancho
McKenzie. Tras darse una buena ducha caliente y enfundarse unos vaqueros
viejos, su camiseta de Rod Stewart y una rebeca de lana, estaba preparada para
enfrentarse a lo que fuera. Incluso a la expresión ceñuda y malhumorada del
hombre que en esos momentos se detenía frente a ella para intimidarla con su
imponente estatura.
Como Brooke estaba exhausta por el interrogatorio al que la había sometido
durante varias horas, se había retirado pronto a descansar, con la promesa de que
al día siguiente sería su guía para mostrarle la apasionante vida en Harmony Rock.
Había anochecido y Amanda se había tomado la libertad de acomodarse en el
balancín del porche. Estaba medio adormecida a pesar del relente nocturno,
cuando él lo empujó con brusquedad, obligándola a levantarse para no caer al
suelo de madera. Al principio, lo había confundido con su gemelo, pero le bastó
que le dedicara una de sus miradas de villano de película del oeste para que se
diera cuenta del error.
—Sigue aquí. —Él solo confirmaba lo evidente, lo cual no era precisamente
un halago para su inteligencia. Por el tono, Amanda comprendió que su humor no
había mejorado demasiado desde el último encuentro desagradable—. ¿Acaso las
mujeres inglesas no tienen dignidad? Creo recordar que fui muy claro antes. Le
dije que no quería verla cuando regresase.
—Oh. Perdóneme por no tener el don de la invisibilidad. Pero Brooke… —se
defendió, furiosa por la agresividad que percibía.
—Brooke es una mocosa irresponsable —la interrumpió—. Pero usted ya es
mayorcita. Y me parece que los dos hablamos el mismo idioma. ¿O es que en
Londres se utiliza otra expresión para decir lárguese?
—¡Un momento! —Amanda reaccionó con la misma animadversión—. Si
quiere que me vaya, me iré. Pero no voy a permitirle…
—No voy a permitirle... —se burló de su tono digno e incluso moduló su voz
para imitar la de la mujer. Después, lanzó una maldición y clavó en ella sus ojos
chispeantes—. No me venga con esas, señorita como se llame. Y cierre el pico, por
Dios. Solo lleva un día aquí y ya tengo metido su flemático timbre en el maldito
cerebro.
Ella se quedó de una pieza al escucharlo. ¿Cómo se atrevía? Era evidente
que Tyler McKenzie no estaba acostumbrado a tratar con mujeres o con cualquier
cosa que tuviera vida y no se arrastrara a cuatro patas. Le haría entender que ella
no era una de sus terneras y que no podía pisotearla solo porque le diera la gana.
—¿Cómo ha dicho? —lo retó con la mirada, poniendo los brazos en jarras.
—He dicho que se calle —repitió, presionando sus hombros para obligarla a
sentarse de nuevo—. ¿Qué le pasa, está sorda?
—Oiga…
—Mire, señorita Abbot… ¿se llama así, verdad?
—Amanda para los amigos. —Ella lo fulminó con la mirada—. Pero para
usted, señorita Abbot estará bien.
—Muy bien, Amanda. —Él ignoró su comentario deliberadamente—. Le
seré franco. A mí, sus vacaciones, sus trapitos de alta costura europea y su vida de
burguesita en la campiña inglesa me importan un rábano.
—No soy una burguesa y no vivo en la campiña —replicó, furiosa porque
no tenía por qué darle explicaciones y, a pesar de todo, se las estaba dando. Y
comprendiendo contra su propia voluntad que una de las cosas que más le
molestaba de Tyler McKenzie era que no cayese rendido al hechizo Lori Chase—. Y
usted es un arrogante lleno de prejuicios que...
—Por Dios... ¿nunca se calla? —la cortó—. Se lo voy a decir muy claro:
quiero que se largue de mi casa. No me gustan los extraños. Y usted me gusta
todavía menos, señorita Amanda Abbot.
—¿Porque soy inglesa? —le preguntó exasperada.
—Y porque tiene esas dos... cantimploras operadas y pretende lucirlas todo
el tiempo por aquí —acusó señalando los senos de Amanda que se apretaban bajo
la camiseta provocando un extraño efecto de alargamiento en las letras que
componían el nombre de su cantante favorito.
Amanda contuvo una exclamación ahogada de vergüenza al escucharlo.
No solo era un orgulloso y un maleducado, sino que, además, no tenía la
menor idea sobre anatomía femenina. De haberla tenido, no habría confundido
sus... sus... ¿cómo hacía dicho... cantimploras? Por supuesto que eran
completamente naturales. De hecho, una de las principales discusiones con los
productores de la serie había sido por aquel motivo. Tanto ellos como Ewan habían
estado presionándola para que aumentara su talla de pecho, alegando que su
personaje requería un toque de erotismo añadido y que los senos como sandías
estaban de moda. Por suerte, Kitty había salido en su defensa y, con la delicadeza
que la caracterizaba, les había dicho que podían operarse ciertos aparatos
reproductores y que, si volvían a molestarla, los denunciaría al sindicato de
actrices.
—No puedo creer que haya dicho algo así —sentenció, roja de ira.
Impulsivamente, tomó las manos del hombre, obligándolo a presionar las
palmas sobre su camiseta para que comprobara que estaba equivocado con
respecto a eso y a todo lo demás.
Durante un breve instante, aquel acto espontáneo logró que Tyler
abandonara su expresión jactanciosa y colocara en su rostro una imagen de total
estupefacción. Apartó las manos rápidamente, confuso y un poco mareado al tacto
de aquella carne cálida y blanda que, en efecto, no parecía haber visto jamás un
bisturí.
Ella hizo un mohín triunfal con los labios.
—¡Ajá! ¿Lo ve?... Tendrá que tragarse sus palabras, amigo.
—Pero ¿qué…? Está... definitivamente chiflada... —Se apartó de ella como si
el contacto le hubiera quemado—. Y, en cualquier caso, quiero que se largue.
Harmony Rock no es un destino turístico apropiado para muñequitas como usted.
Esto no es Hawai, nena. Será mejor que lo entienda antes de que se haga daño en
ese respingón trasero inglés.
«Vaya», pensó Amanda… Así que también había reparado en su trasero.
Qué farsante.
—Señor McKenzie…
—Además, no creo que su presencia sea una buena influencia para Brooke
—añadió sin pestañear—. No la conocemos de nada... Podría ser una peligrosa
asesina en serie y liquidarnos a todos mientras dormimos.
¿Eso había sido un chiste? Amanda espió su rostro. Era posible que sí,
aunque era difícil saberlo con seguridad, ya que Tyler McKenzie había vuelto a
ponerse su máscara de tipo duro en cuanto había apartado las manos de sus
cantimploras.
—Por favor, no me haga reír... Mírese bien. ¿Cree que alguien como yo
podría tocarle un pelo? Pero si parezco una ciudadana liliputiense a su lado.
Tyler lo valoró. La señorita Abbot no daba el perfil de psicópata, esa era la
verdad. Era menuda, pero tenía curvas en los lugares precisos y aunque llevaba
una sencilla camiseta y los ajustados vaqueros habían perdido el color por los
lavados, aún se podía leer la chapita con una conocida marca de ropa en uno de los
laterales.
Escudriñó las facciones de la mujer. El cabello lacio peinado con un elegante
moño en la nuca del que ya habían escapado unos cuantos mechones muy finos
para situarse justo sobre unas cejas perfectamente depiladas. Amanda Abbot tenía
los ojos castaños y aquella nariz llena de diabólicas pequeñas pecas... Desvió la
mirada hacia la boca, grande... que se abría ahora para dedicarle unas cuantas
florituras con su aristocrático acento de dama británica. ¿Si podía tocarle un pelo?
¿Ella? Imposible. Antes se acostaría con una serpiente que tocar a esa ricura.
—Y no se preocupe por mi trasero inglés. Sé cuidar de mí misma. —Amanda
le dedicó una sonrisa de su repertorio para tipos prepotentes y machistas.
—No quiero verla aquí mañana —advirtió Tyler con seriedad.
—Pues es una pena. —Ella sonrió con malicia—. Porque resulta que estoy
aquí y mi amiga ha pagado por ello. Y por cierto, no ha sido barato.
Aquello había sido un farol en toda regla, ya que no tenía la menor idea de
cuánto le había costado a Kitty su regalo.
Amanda reprimió el impulso de decirle a aquel tipo insufrible que con el
mal genio que se gastaba era una estafa pretender cobrar un solo dólar a los
huéspedes. ¿Vacaciones? ¿Turismo rural? Aquellas palabras asociadas al rostro de
Tyler McKenzie la hacían imaginar escenas horribles en las que la obligaba a
realizar trabajos forzados mientras el muy desgraciado se bebía su cerveza y
escupía tabaco negro cerca de sus zapatos.
—Les devolveré su maldito dinero —dijo con tono controlado.
—Gracias, pero no. Me quedo a pesar de todo, incluso de su cara de pocos
amigos. Le guste o no, hicimos un trato y tendrá que respetarlo, señor McKenzie.
—Oiga... Usted no me cae bien. ¿Quiere que le cuente lo que les pasa a los
intrusos que se meten en mi propiedad contra mis deseos? —la amenazó Tyler,
preguntándose mentalmente cómo había sido capaz de lanzar aquella ridícula
expresión de malo de película del oeste, y ocultó la mirada al ver como ella se reía
en su cara.
—Uy, qué miedo... —se burló Amanda.
Tyler McKenzie no sabía con quien se medía. No podía saber que, como
Lori Chase, había recibido un entrenamiento de marine que incluía los mecanismos
de defensa necesarios contra todos los aprovechados y machistas egocéntricos que
pululaban por el mundo de la televisión. Y los mismos mecanismos podían ser
empleados contra vaqueros desfasados y excesivamente atractivos.
—A mí no me impresiona con esas frases sacadas del refranero del cowboy
fanfarrón.
—¿Se lo está tomando a broma? —Tyler no daba crédito. Los ojos de él la
recorrieron con desdén—. ¿Pretende retarme?
—Pretendo hacer lo que he venido a hacer —lo corrigió.
—Que es… —Las cejas del hombre se arquearon con cinismo.
—Ya lo sabe.
«No, no lo sé», se dijo Tyler al mirarla. Tenía sus métodos para averiguar lo
que se escondía tras aquel rostro hermoso que lo desafiaba a escasos centímetros.
¡Demonios! Era tan incómodo que ella estuviera allí. Era la chica más interesante
que había conocido, sin duda, con aquel aire melancólico y aquella piel clara que
en dos días se secaría como piel de vaca si alguien no le daba una buena crema
para el sol de invierno. Agitó la cabeza inconscientemente. Reconoció que Amanda
Abbot lo ponía nervioso. Parecía la lotería de cualquier hombre y, al mismo
tiempo, justo el tipo de mujer que solía evitar para proteger su corazón: bonita,
sofisticada y un poco cabezota. De esa clase de mujeres que te hacían girar la
cabeza cuando pasaban a tu lado. De esa clase de mujeres que no pertenecían a
Harmony Rock. ¡Justo lo que necesitaba! Una sabelotodo de la ciudad que le
llenaría la cabeza de pájaros a Brooke… y que podría hacer peligrar la suya propia.
—Bueno, ¿qué piensa hacer conmigo?
La voz de ella lo devolvió a la realidad. Reprimió el impulso inicial de
confesarle lo que le apetecía hacer con ella en aquel momento. Besarla. Desvestirla.
Besarla. Desvestirse. Besarla. Domarla. Besarla. Besarla. Besarla… ¿Ya lo había
dicho? Sacudió la cabeza. «Contrólate, Tyler», se dijo. Lo último que quería era que
ella supiera lo mucho que le inquietaba su presencia.
—Está bien —se resignó, convencido de que se arrepentiría de lo que iba a
decir—. Puede quedarse... unos días.
—Estupendo. —Amanda sonrió contra su voluntad y, por un momento,
creyó ver un atisbo de amabilidad en los ojos del hombre.
—Pero procure no estorbarme —le advirtió, y Amanda supo que no estaba
bromeando—. Y no le cuente tonterías a mi hermana acerca de Europa. No quiero
que se convierta en otra jovencita tonta que se escapa de casa para ver mundo con
su mochila al hombro, ¿está claro? Ya he visto demasiadas películas en las que ese
tipo de aventuras terminan con una turista que vuelve a su casa cortada en
trocitos.
—Perdone que le diga... Pero son ustedes, los americanos, los que tienen el
récord en cortar en trocitos a la gente —le recordó, comprendiendo por su
expresión circunspecta que Tyler no estaba de humor para críticas—. Oiga... No se
arrepentirá, McKenzie. Se lo prometo.
Amanda rozó su brazo, y Tyler la miró con dureza.
—Nena… Ya estoy arrepentido —dijo y desapareció con rapidez.

***

—Kitty, me has enviado a un lugar en mitad de la nada, y ese primo postizo


tuyo quiere convertirme en comida para perros —se quejó, escuchando al instante
la risa seca de su amiga al otro lado de la línea de teléfono.
—No exageres, Amanda. Acepto que Tyler pueda ser un poco bruto. Pero no te dará
de comer a sus perros, créeme.
—No estés tan segura. Me parece que la única razón por la que no haría
algo así es porque detestaría que los infectara con mi horrible ADN inglés —se
burló, aplastando un bicho de un tamaño que prefería ignorar y una especie que no
aparecía en sus libros de biología del instituto contra la pernera de su pantalón.
Apartó el cadáver de un manotazo, con cara de asco, mientras se
preguntaba qué demonios comían los bichos de Texas para alcanzar aquellas
dimensiones que aterrorizarían al mismísimo Indiana Jones.
Se sentía patética, sorbiéndose los mocos y matando bichos mutantes en
lugar de agradecer a su buena amiga el regalo que le había hecho. Elevó los ojos al
cielo que se oscurecía y presagiaba lluvia en unas horas. Perfecto. Como en
Londres. Corrigió. Quizá no una suave llovizna londinense, sino una verdadera
tormenta, de las que hacían mención en las noticias cuando hablaban de
camionetas volcadas sobre la carretera y techos de hormigón volando por los aires.
Genial.
—Además, por las noches hace frío —continuó—. Y tengo que decirte que al
Neanderthal de tu primo no solo le gustaría deshacerse de mí. Parece tener
aterrorizada a toda la familia, el muy tirano… Tenías que ver cómo se puso cuando
llegué…
—Déjate de rodeos y vayamos al grano —la cortó—. ¿Es cierto que mis primos son
los tíos más macizos de todo Texas?
—No puedo creerlo... ¿Me has hecho venir hasta aquí solo para buscarme
un marido?
—¿Un marido? Amanda… Voy a darte un consejo y espero que tengas la sensatez
de aplicártelo a la primera —le advirtió con aquel tono que era una mezcla de
autoridad y afecto—. El mercado de hombres guapos, honrados y disponibles escasea. Mis
primos son una ganga y todos tienen el cartel de libre por el momento. Soy tu amiga. Y te
quiero. Escoge a uno y pásatelo bien.
Amanda suspiró. Kitty era imposible. Y en cuanto a lo de que sus primos
fueran una ganga... Por lo poco que sabía, el tal Dylan era una especie de ludópata
despilfarrador; Cameron, un ligón sin remedio con un trabajo que podía
convertirte en viuda la noche de bodas, y Tyler... Tyler McKenzie era un extraño
espécimen masculino con la sensibilidad de un calabacín y el sentido del humor de
un sepulturero. «Sí, una verdadera ganga», pensó esbozando una sonrisa.
—Haré que no te he oído. ¿Has tenido noticias de Chelsea? —Amanda
gritaba, ya que el teléfono le devolvía su propia voz como un eco lejano y apenas
escuchaba con claridad la de su amiga.
—Ella y su amiga Lola están recorriendo las Islas Canarias en el velero de un
millonario italiano —informó Kitty, guardándose la opinión que le merecía el que
Chelsea se comportara como un parásito que vivía a cuerpo de reina sobre las
espaldas de su amiga.
—Me preocupa… ¿Sabemos algo de ese tipo? ¿Dónde lo conoció… a qué se
dedica…? —La inquietud la invadía siempre que Chelsea decidía recorrer el
mundo en compañía de algún desconocido.
—Amanda… No se dedica a nada. Es millonario, ya te lo he dicho.
—No me gusta.
—A Chelsea sí. Ya la conoces. Le gusta todo lo que tú desapruebas —le recordó—.
Pero no sufras. Tendrás noticias suyas en cuanto se canse del italiano y se le acabe el
dinero.
—Kitty... ¿sigues ahí...? —preguntó, dando unos golpecitos en la palma de
su mano con el teléfono móvil. Encima, la conexión era desquiciante. Había tenido
que dar una docena de vueltas por todo el rancho hasta encontrar el punto exacto
donde el indicador de cobertura marcara una mísera rayita. Echó una ojeada a su
alrededor. Ni un alma. Nadie a quien pudiera quejarse porque no funcionara su
teléfono última generación. Caminó unos pasos, dando vueltas en círculos y
levantando hacia el cielo el móvil de cuando en cuando, con la esperanza de que la
ansiada cobertura regresara y lo hiciera antes de que comenzara a llover. Lo pegó a
su oreja en un último intento fallido—. ¿Kitty?
Nada. Repitió la operación, alejándose un poco más de la casa. Encontró un
cercado vacío y se subió a la valla de madera desgastada, manteniendo el
equilibrio con dificultad.
Por fin, la aparición de una tenue línea en la pantalla la hizo recobrar la
esperanza... justo antes de perder el equilibrio y dar con las posaderas sobre una
tierra sospechosamente blanda y de un color que prefirió ignorar.
—Oh, Dios… —Notó como algo húmedo traspasaba la tela hasta sus
glúteos. Apoyó las palmas de las manos a ambos lados de las caderas y trató de
impulsarse hacia arriba, retirándolas al instante al percibir aquella misma
humedad en los dedos. Arrugó la nariz, mareada. ¿Qué era aquel olor?
—Señorita Abbot. —Unas manos fuertes se cerraron sobre sus hombros y la
ayudaron a levantarse.
Amanda elevó la mirada hacia su salvador, torciendo los labios en una
mueca de disgusto al reconocer aquella expresión arisca.
Tyler la soltó una vez hubo comprobado que la joven lograba mantener el
equilibrio, observándola con una mezcla de diversión y repugnancia
—¿Está probando algún nuevo tratamiento de belleza?
—Muy gracioso... —Amanda miró sus manos y las mantuvo lejos de su
rostro para no aspirar aquel fuerte olor. Apretó los párpados con fuerza, rezando
porque aquello no fuera lo que creía que era—. Por favor, dígame que no acabo de
caer sobre un montón de estiércol.
—No acaba de caer sobre un montón de estiércol —repitió él como un
autómata, dando media vuelta y dispuesto a continuar su camino.
Amanda abrió los ojos y lo siguió, furiosa porque él había sujetado la rienda
de su caballo y caminaba sin aminorar el paso a pesar de que ella apenas se
mantenía en pie a causa del horrible olor que la envolvía. Le gritó.
Tyler se detuvo en seco, girando sobre los talones para mirarla nuevamente,
esta vez, con un deje de lástima.
—No me mienta —lo increpó Amanda—. ¿Cree que soy tonta? ¡Míreme!
Tyler McKenzie encogió los hombros y se tocó el ala de su sombrero con la
punta del dedo índice. El espectáculo era bastante divertido, a decir verdad.
Esbozó una leve sonrisa contra su voluntad.
—¿Encima se ríe de mí? —Amanda sintió que las mejillas le ardían de rabia
y vergüenza.
—Oiga, póngase de acuerdo, ¿quiere? No me he levantado esta mañana con
el único objetivo de cumplir los deseos de su Alteza Real —se burló, cruzó los
brazos sobre el pecho y la observó con fingida seriedad—. ¿Es que nunca sabe lo
que quiere, Amanda Abbot?
—No se haga el inocente conmigo —lo amenazó con su teléfono móvil con
cero cobertura, y él lo apartó con un suave gesto de su mano—. Y sí, sé muy bien
expresar lo que quiero. Por ejemplo, ahora. De hecho, me encantaría ver cómo
reacciona si tiene la desgracia de dar con sus huesos sobre un montón de boñigas
de caballo.
—Vaca —la corrigió Tyler—. Nena, lamento su mala suerte. Pero no
esperará que se declare luto nacional porque su culito respingón ha caído sobre un
poco de caca de ternera, ¿verdad?
—¡Váyase al diablo! —Era más que evidente que a Tyler le divertía que su
invitada recibiera lo que él consideraba un buen escarmiento—. Lo está pasando en
grande, ¿no es cierto? ¿Cree que esto es divertido? ¿Le parece que me estoy riendo?
—Me parece que no puedo pensar con el estómago vacío, milady. Así que si
me lo permite… Le presento mis excusas y me retiro a mis aposentos. —Se inclinó
teatralmente, tocándose la sien con la punta de los dedos.
«Maldito», pensó Amanda. El muy miserable era capaz de devorar su
desayuno como si nada mientras ella se debatía entre las ganas de atizarlo con el
teléfono y el deseo de arrancarse la piel para eliminar el mal olor.
Tyler le dirigió una miradita sarcástica
—Y usted debería hacer lo mismo —le dijo él—. Quizá su humor mejore con
una buena ración de huevos con tocino.
—Muy bien. Pero dígame dónde puedo encontrar un teléfono donde
comunicarme con el mundo civilizado cuando me haya quitado esta porquería de
encima…
—Sígame, señorita quieroelmundoamispies.
Amanda aceleró el paso, resbalando en un par de ocasiones antes de llegar a
la casa y sintiéndose desolada al ver que el perro la olisqueaba y bizcaba los ojos
con repugnancia antes de echar a correr en dirección opuesta. Lo miró sorprendida
cuando él ató la cinta del caballo a la valla de madera y se interpuso entre ella y la
puerta, evitando que la cruzara.
—No puede entrar así —le avisó Tyler, torciendo sus labios en un gesto
natural.
Sin duda, desconocía el efecto que causaba sobre las mujeres. Sobre todas
sin excepción, incluso sobre las que olían a excremento y decían odiarlo. Amanda
no pudo evitar que sus ojos recorrieran la pequeña cicatriz ni que sus dedos
quisieran acariciarla. Se contuvo, enfadada consigo misma.
—Espere y verá… Todo esto es por su culpa. —Se dispuso a continuar su
camino en dirección al aseo más cercano y lo oyó mascullar entre dientes al tiempo
que la sujetaba por el brazo.
—¿Por mi culpa? —La enfrentó, mirándola a los ojos antes de continuar con
tono humillante—. Nena, le advertí que esto no era Hawai. Y tampoco es Londres,
por cierto. Perdone si no tenemos por costumbre recoger en bolsitas las boñigas de
nuestros animales.
—Muy gracioso. Cuando me haya convertido otra vez en yo misma como
antes de caer sobre prefiero no recordar qué, le diré lo que puede hacer con todo
ese derroche de simpatía suyo.
Acercó la mano a su pecho para apartarlo, pero Tyler la inmovilizó por la
muñeca antes de que rozara su cazadora. Amanda la retiró con cautela, levantando
la barbilla.
—Mire —continuó—, ya sé que no es un caballero ni nada que se le parezca.
De hecho, no creo que se parezca a nadie que conozca, porque si hubiera dos tipos
como usted, la humanidad estaría condenada a extinguirse. Pero, aun así, haga
honor a ese pequeñísimo cromosoma que debe haber en algún lugar de su duro
pellejo de vaquero, el que lo diferencia de ese caballo, ya me entiende, y sea
educado. Déjeme pasar para que pueda reponerme cuanto antes de este episodio
humillante de mi vida.
—No puedo —repitió y parecía realmente que alguien hubiera clavado sus
botas en el sitio—. Brooke nos mataría y, en su caso, puede que me hiciera un
favor. Pero prefiero conservar mi duro pellejo de vaquero.
—¿Y qué quiere que haga? ¿Pretende que me dé un baño aquí afuera? Oiga,
¿me toma el pelo o qué? —Soltó una carcajada forzada ante la gracia de su
ocurrencia mientras echaba una ojeada distraída hacia el depósito de agua que
había junto a la casa. Había visto que él lo usó el día anterior para asearse después
del trabajo. La sonrisa se heló en sus labios al ver que Tyler se aproximaba
peligrosamente. Su expresión era demasiado seria, y Amanda retrocedió hasta que
sus caderas rozaron el borde del tanque de agua. «Por supuesto, solo bromeaba»,
se dijo… Ni siquiera alguien como él se atrevería a hacer algo como lo que
Amanda estaba imaginando en aquel momento. Sin embargo, todas las esperanzas
de que el musculoso pecho de Tyler McKenzie albergara un corazón quedaron
reducidas a cero al leer en sus ojos sus intenciones
—Ni se le ocurra hacer eso, McKenzie, se lo advierto.
—Amanda, es por su bien. Confíe en mí.
«¿Que confíe en él?». Aquello debía ser una broma de mal gusto. Ella no
estaba allí en realidad, sino en su restaurante turco favorito en Picadilly. Todo
aquello no era más que una horrible pesadilla y Tyler McKenzie no dirigía la
mirada hacia el depósito mientras la apuntaba con su sombrero lo mismo que si se
tratara de un rifle de asalto.
Sin pestañear, Tyler la sujetó por los tobillos y la miró una última vez antes
de impulsarla hacia atrás.
Amanda recibió el remojón como si hubiese sido introducida en un bidón de
ácido. Cerró los ojos, furiosa. Se imaginó a sí misma reaccionando al líquido
elemento y, por alguna fusión química de su ADN con el agua, convirtiéndose en
una especie de súper heroína cuyo poder era arrancar mentalmente los ojos a tipos
como Tyler McKenzie. Podía haberlo hecho de no ser porque aquel bruto sin
sentimientos la mantenía inmóvil, sujetando uno de sus brazos con su mano libre
mientras, el muy desgraciado, contenía aquella estúpida sonrisa seductora que
Amanda habría borrado con gusto a bofetadas.
Cuanto todo terminó y Amanda creía que su dignidad ya no podía ser más
degradada, Tyler se apartó para que ella saliera dando tumbos del depósito, calada
hasta los huesos y lanzando juramentos que ni siquiera sabía que existían hasta ese
día.
Tyler se quedó frente a ella, inmóvil, contemplando su obra.
Amanda temblaba de rabia. Lo habría matado allí mismo. Pero la mirada de
Tyler la desconcertaba otra vez. Sintió los ojos verdes recorriendo cada una de sus
facciones, su boca... deteniéndose unos segundos en la tela de su camiseta que se
adhería como una segunda piel y revelaba sus pezones erguidos al contacto con el
agua.
Por su parte, Tyler no se sentía mejor. De hecho, le pareció que se mareaba a
causa de la visión. Sacudió la cabeza y se despojó de la cazadora, colocándola sobre
los hombros de la mujer y presionando con los dedos más tiempo del necesario.
—Lo siento. —Sus ojos verdes se clavaron en los de Amanda buscando el
perdón.
—Usted… No... ¡No lo siente en absoluto y lo sabe! —Ella trató de quitarse
la cazadora para devolvérsela, pero las manos de él se posaron nuevamente sobre
sus hombros y al ver como ella lo fulminaba con la mirada, las apartó enseguida.
Amanda le tiró la chaqueta a la cara, furiosa—. Ha hecho esto para demostrarme
quien está al mando, ¿no es cierto?
—No —respondió con sequedad, ocultando los ojos para que ella no
descubriera la intensidad del deseo que despertaba su camiseta empapada.
—Já... ¿Sabe qué, McKenzie? —Amanda se puso de puntillas y le habló con
el rostro literalmente pegado a la barbilla del hombre.
Tyler contuvo la respiración cuando algunas gotas del cabello salpicaron en
su dirección.
—Tendrá que aguantarse si no le gusto. No tengo por costumbre achicarme
solo porque un matón de tres al cuarto me ponga en remojo... Ahora, más que
nunca, pienso quedarme. Toda la temporada... Puede que incluso me compre una
casita por aquí... solo para fastidiarlo.
—Abbot...
—Lo digo muy en serio, gallito del oeste. —Amanda puso los brazos en
jarras.
Tyler se encontró sin querer valorando el peso de la mujer y lo fácil que
sería echársela al hombro y subir con ella a su cuarto... Un momento. Eso no estaba
nada bien. Aunque, por otro lado, no se le ocurría nada mejor para librarse de ella
que convencerla de que era un salvaje sin modales. A decir verdad, ya había
ganado bastantes puntos en ese sentido con lo que acababa de suceder. Arqueó
una ceja con malicia y estaba a punto de llevar a cabo su plan, cuando Amanda le
arrebató el sombrero y comenzó a golpearle compulsivamente el pecho con él
—Si cree que voy a echar a correr solo porque pone esa cara suya de póker,
es que no me conoce...
No. No la conocía. Y no quería conocerla, ¿qué parte de eso no entendía
aquella mujer? «Todo iba casi bien hasta que ella llegó», pensó con sarcasmo. El
rancho iba directo a la quiebra. Su familia se había desmembrado por culpa del
malentendido con aquella streaper. Brooke se hacía mayor y no podía hacer nada
por evitarlo. Casi bien le parecía una expresión demasiado optimista. Lo último que
necesitaba era una intrusa europea volviéndolo loco con sus quejas. Y sí, quería
que desapareciera de su vista y de sus vidas, y despertarse a la mañana siguiente
con la certeza de que aquella Amanda Abbot, deliciosa, protestona y de paso, solo
había existido en su imaginación.
—Además...
—¿Aún hay más? Diablos, cómo se pone por un poco de agua... Ni que
fuera usted alérgica —se mofó Tyler.
—Lo único que me produce alergia es esa expresión fanfarrona suya,
McKenzie —le increpó ella.
—No me diga. —Tyler inclinó la cabeza hasta que sus bocas quedaron a
unos milímetros de tocarse.
—Se lo estoy... diciendo... —Amanda tragó saliva con nerviosismo cuando
una ráfaga de aire llevó hasta su nariz el aroma del hombre. Tyler McKenzie olía a
cuero y madera y el breve recuerdo de sus músculos tensándose bajo la camisa
hizo que sus sentidos despertaran… Claro que solo duró un instante. Lo justo para
recuperar la cordura. Y recordar que el objeto de sus fantasías era el mismo tipo
que la había convertido en una bolsita de té con olor nauseabundo. Se recuperó
como pudo de la incómoda sensación de sentirse atraída por el enemigo y
agradeció interiormente que Tyler contribuyera con el comentario siguiente.
—Pues para producirle alergia, señorita Abbot, cualquiera diría por esa
expresión anhelante que está deseando que la bese —sentenció, y la idea le
provocó un ligero cosquilleo en el estómago que no tenía nada que ver con el
hecho de que se moría de hambre y sí mucho que ver con lo bonita que la
encontraba a pesar del agua, el mal olor y las moscas que comenzaban a volar en
círculo a su alrededor.
—Eso prueba, una vez más, que es usted el eslabón perdido en la cadena
evolutiva —lo pinchó Amanda. Aunque, por desgracia, no resultaba muy
convincente en el tono, ya que la cercanía de aquellos labios hacía que olvidara en
parte la humillación anterior. Trató de superarlo utilizando sus excelentes dotes
como actriz de culebrón—. Lo detesto, McKenzie. Representa todo contra lo que
las mujeres han luchado durante generaciones. Es orgulloso, egoísta, cabezota,
insoportable… un bruto desconsiderado con la sensibilidad de una sandía. Por no
hablar de su pésimo sentido del humor y de su tendencia a despertar en cualquiera
que lo rodea la urgente necesidad de poner tierra de por medio. Le aseguro que
besaría un cactus antes que plantearme siquiera que usted... que yo... usted y yo...
—Menudo alegato, Abbot —la interrumpió y se apartó con desgana al
escuchar alboroto en el interior de la casa. La miró con el ceño fruncido, analizando
contra su voluntad lo inquietante que le resultaba su cercanía—. Había captado la
indirecta desde lo detesto, así que puede ahorrarse el resto del discurso.
Amanda lo aniquiló con la mirada y se alegró cuando Cameron McKenzie
salió al encuentro de ambos.
Sin entender una palabra de lo que sucedía, Cameron se limitó a rodearla
con los brazos para consolarla.
Amanda observó de reojo la reacción de Tyler y su expresión sombría. Sabía
que era mezquina, pero le había encantado que Tyler encajara fatal el hecho de que
su hermano sí la encontraba encantadora e irresistible. Se colgó del brazo de
Cameron en una pose tan divina que tuvo que recordarse mentalmente que no se
encontraban en los estudios de la BBC.
—Tyler... Creo que ni siquiera voy a preguntar qué has hecho con nuestra
invitada. —Los ojos del sheriff lanzaban chispas.
Cameron detuvo a su hermano en el momento en que se disponía a entrar
en la casa. Tyler desvió la mirada de la mano fuerte que sujetaba su antebrazo y
encontró la de ella, desafiante y rencorosa. Sacudió el brazo con brusquedad.
—Cameron... Será mejor que no te metas en esto y te centres en atrapar a tus
ladrones de ganado —le advirtió y añadió con una nota de ironía—: Una actividad
muy poética, por cierto, aunque no hará que nuestras deudas desaparezcan.
—Buen disparo, hermano. Recuérdame que hablemos de ello en otra
ocasión. Pero no ahora. Tengo trabajo y le debes una disculpa a la señorita Abbot.
—El tono de Cameron era tan imperativo como el de su hermano.
Amanda se preguntó en cuántas ocasiones habrían medido aquellos dos sus
fuerzas y quién habría ganado la mayoría de las veces.
—No la quiero en casa, te lo dije. Te dije que solo traería problemas. —Tyler
lo apuntó con el sombrero y después, como si lo pensara mejor, lo dejó caer y les
dio la espalda.
Cameron no dijo nada, convencido de que, por el momento, ninguno
obtendría una disculpa. Se volvió hacia ella con una sonrisa amable, y Amanda la
devolvió, olvidando por un momento su enfado.
—Sea lo que sea lo que ha hecho Tyler, y, conociéndolo, seguro que ha sido
mucho, le pido disculpas por él. —La arropó bajo su chaqueta en un gesto
protector, y Amanda agradeció que no huyera despavorido al percibir el mal
olor—. Le prometo que lo mantendré a raya.
—No creo que eso sea posible. —Se sintió cómoda de inmediato con aquel
vaquero atractivo que, siendo tan parecido, era la antítesis de Tyler McKenzie—.
Me temo que ese hermano suyo pasa demasiado tiempo entre sus vacas.
«Sin embargo», pensó Cameron, «Tyler no la estaba mirando como un
animal cuando los sorprendí en plena discusión». Interesante.
—Venga conmigo. Cogerá una pulmonía si no se quita esa ropa húmeda. —
La acompañó hasta el interior e hizo un gesto a Brooke cuando esta abrió la boca
para interrogarla por su aspecto—. No preguntes.
—Ni falta que hace. Ty acaba de entrar jurando y maldiciendo. —Pataleó en
el suelo con rabia y dejó que Cameron la besara en la punta de la nariz—. Tenemos
que hacer algo. Pronto.
—Ya sabes lo que hay que hacer, hermanita. Ty perderá el juicio si sigue
comportándose así, y no quiero tener que detenerlo cuando pase a la fase de voy a
coger mi escopeta para solucionar este asunto… —se interrumpió al ver como Amanda
abría la boca espantada y sonrió—. Tranquila, esto no tiene nada que ver con
usted. Es por esos tipos que lo presionan para vender el rancho. Ha sido un mal
año para él, para todos en realidad…
—Vaya, me alegro… bueno, no de lo del mal año, ya me entienden, sino…
—Amanda soltó aire, parcialmente aliviada porque Tyler no tuviera intenciones de
emprenderla a tiros contra ella.
—No se preocupe, Amanda. Con nosotros está segura. Y Brooke… —Le
revolvió el cabello a su hermana y se atusó el propio, atrayendo un instante la
mirada de Amanda hacia los fuertes músculos de su brazo. La verdad era que el
uniforme le sentaba de maravilla—. Localiza a Dylan, ¿quieres? Dile que su
hermano mayor está a un paso de convertirse en Wyatt Earp o en un fiambre con
mi misma cara, lo que antes suceda. Vendrá.
—¿Después de cómo lo trató la última vez?
Los ojos de Amanda volaban de uno a otro sin comprender una palabra.
Aquella familia era, al parecer, bastante más extraña que la suya, lo cual no la
tranquilizaba nada. Pero sentía curiosidad por ver cómo resolvían el hecho de que
Tyler McKenzie tenía un genio horrible que lo conduciría, con toda seguridad, a
convertirse en un ermitaño huraño que comía hormigas y coleccionaba pieles de
conejo. La idea le arrancó otra sonrisa.
—Amanda, perdona por alarmarte con nuestros problemas. —Brooke tiró
de su mano—. Como recompensa, esta noche te llevaré a bailar.
—Brooke… —Cameron se detuvo en la puerta al escucharla—. No es buena
idea, ya lo sabes.
—Un par de horas, Cam. No me mires así... Te prometo que volveremos
sanas y salvas... Vaya, no me había dado cuenta de lo guapo que estás con el
uniforme. —Le colocó la placa derecha y le palmeó el cachete.
—Brooke... Eres tremenda. Un par de horas y después pasaré a buscaros a
las dos, ¿de acuerdo? —La besó y se despidió de Amanda con uno de sus guiños.

***

Brooke había cumplido su promesa y lo habían pasado en grande bailando


durante horas en un garito donde servían los mejores tacos y el mejor tequila que
había probado. Amanda casi había olvidado el incidente con Tyler el despiadado y,
entre vaso y vaso, Brooke le había contado algunos detalles de sus vidas. Que su
madre había muerto cuando ella era una niña y que a menudo se sentía culpable
porque no podía recordarla. Que la pérdida de su padre estaba aún reciente y que,
desde entonces, Tyler tenía verdadera fijación por sustituirlo en todos los ámbitos
de la vida familiar. Se sentía responsable de ellos y por ese motivo había dejado de
tener vida propia y atormentaba la del resto comportándose como un auténtico
tirano. Aunque lo perdonaban porque lo querían y porque eran los únicos capaces
de soportar su insufrible arrogancia. Una gran estrategia por su parte, qué gran
embaucador era…
Por otro lado, estaba aquel pequeño asunto del pasado amoroso de Tyler...
Já. ¿El señor tengo una piedra por corazón tenía pasado amoroso? Amanda había
estado a punto de correr de vuelta al rancho solo para gastarle alguna broma
pesada al respecto, pero se le ocurrió que podría ser más mortífera si le sonsacaba
el resto de la información a Brooke. Para su sorpresa, y sin que la joven entrara en
demasiados detalles, había existido una época en la que Tyler McKenzie utilizaba
su mejor loción de afeitar para conquistar a las chicas. A una en concreto. Una
historia llena de frases como era guapa aunque superficial y le gustaba que los hombres
pelearan por ella que hicieron que Amanda tuviera enseguida una mala opinión de
la chica misteriosa que había tenido el valor de desafiar al azote McKenzie.
Y luego estaba lo de Lana Jackson. Al parecer, la señorita Jackson había
puesto sus expectativas en el mayor de los McKenzie, y los otros hermanos
aprovechaban la menor oportunidad para mortificarlo con aquel asunto, mientras
que Tyler juraba y perjuraba que no cedería al acoso y derribo y que ella no le
interesaba lo más mínimo.
Amanda no se lo había dicho a Brooke, pero pensaba que, en el fondo, Tyler
había encontrado la excusa perfecta para no andar justificando a los demás que no
tuviera corazón. Peor para él.
Por suerte, Tyler McKenzie no había aparecido por allí para arruinarles la
velada, por lo que esta se había prolongado hasta el instante en que Cameron había
asomado su atractivo rostro para señalar la hora en su reloj de muñeca. Brooke
había hecho un par de pucheros, pero todo había sido inútil. «A dormir la mona,
Cenicientas», había dicho Cameron antes de abrir la puerta de su camioneta y
tomar la mano de Amanda para ayudarla a entrar. También rescató a una Brooke
algo tambaleante, con una expresión tierna que hizo que Amanda deseara haber
tenido un hermano como él.
En su caso, siempre le había tocado hacer el papel de rescatadora cuando
Chelsea regresaba de alguna de sus locas fiestas. Y aunque adoraba a Chelsea y se
preocupaba por ella, muchas veces se había preguntado lo que se sentiría estando
al otro lado del bote salvavidas en lugar de remando sobre él.
Definitivamente, Cameron era un defensor nato. Y era cierto que el
uniforme le sentaba de maravilla. De hecho, después había tenido sueños bastantes
raros en los que Cameron McKenzie hacía juegos malabares con su placa y su
porra de policía y ella permanecía sentada en la misma valla del cercado donde
Tyler había aniquilado su dignidad, contemplando el espectáculo. En su sueño,
todo sucedía en mitad de una extraña calma, como a cámara lenta... y, de repente,
Tyler irrumpía en la escena con su habitual cara de pocos amigos y, sin decir una
palabra, comenzaba a desnudarse y a lanzar su ropa al interior del cercado. En
conclusión, necesitaba recobrarse del alcohol ingerido la noche anterior.
Durmió poco y mal. Después de martirizarse gracias a las surrealistas
fantasías con sus anfitriones como protagonistas, había soñado con Jason. En
realidad, no había sido un sueño. La escena de la despedida que se repetía en su
mente era real. Todo lo real que podía ser cuando era interpretada por Jason
O’Neil, el único galán de la BBC capaz de mantener su perenne y mil veces
ensayada sonrisa adorable mientras le extirpaban el hígado.
Recordó que incluso en el estado soporífero que proporcionaba el sueño, la
expresión abatida de Jason había logrado arrancarle un suspiro, mezcla de fastidio
y nostalgia…
—Ronda no significa nada, Amanda. —Jason estaba en la puerta de su
apartamento, fingiendo que quería detenerla, fingiendo que la noticia de su marcha le
destrozaba el corazón…
Era un buen tipo. Un tanto superficial y dado a sobreactuar, pero, a su manera, la
había hecho feliz durante un tiempo. La acompañaba a las fiestas y la ayudaba a librarse del
acoso mediático con su encantador don de gentes. Mientras todos los consideraban una
pareja feliz, Amanda pasaba casi desapercibida y los conquistadores de su misma especie
abandonaban la idea de convertirla en otra muesca en la cabecera de sus camas. Había
estado bien. Jason no era precisamente un dechado de virtudes. Más bien estaba a años luz
de esa descripción. Era vanidoso. Mucho. Y ambicioso en la misma medida. Su agenda tenía
anotados más nombres de mujer que toda la guía telefónica de Gran Bretaña. Jason no podía
evitarlo. Era un auténtico príncipe azul, con su cabello rubio y sus ojos que recordaban un
mar en calma, y aquella voz suave que parecía recitar un poema incluso cuando pedía la
cuenta en un restaurante. Un príncipe azul que conducía un Ferrari y se despeinaba el pelo
a propósito, solo para despertar en las mujeres el irrefrenable deseo de peinar su dorada
cabeza.
—Amanda… —dijo él un tanto confuso—, ¿estás escuchando?
—Te escucho, Jason…, pero mi avión sale dentro de dos horas y aún tengo que
recoger mi pobre dignidad pisoteada del desagüe del retrete —bromeaba, pero Jason se lo
tomó bastante en serio. Cerró la puerta para evitar que su vecina curiosa espiara y la miró,
utilizando aquella mirada de cachorrito abandonado que conquistaba a la audiencia
femenina.
—He sido un estúpido. Lo he estropeado todo, ¿verdad
—Jason… los dos sabíamos que esto no duraría —dijo con sinceridad—. Era una
cuestión de tiempo que alguien como Ronda se cruzara en nuestro camino. Y, en realidad,
no es por ella… ni por ti. Es por mí, Jason. Esto no funciona… nada funciona, ¿sabes?
—La cadena te adora. El público te adora… yo te adoro, Amanda —confesó, y
Amanda sabía que, a su manera, decía la verdad. Bajo la superficie, el Dr. Lockarne
ocultaba a un hombre que algún día podría llegar a amar de verdad a una mujer. Pero sería
a otra, no a ella. Amanda no estaba tan interesada como para esperarlo hasta que su agenda
repleta de conquistas llegara a la letra Z. En consecuencia, le dio la espalda y continuó
repasando el interior del bolso por si se le olvidaba algo. Oyó como Jason exhalaba un
profundo suspiro—. Ya veo que estás decidida a hacerlo. ¿Ni siquiera vas a decirme a dónde
vas?
—Mejor no, Jason. Eres débil y sobornable —sonrió—. No me arriesgaré a que un
batallón de paparazzi me estropee las vacaciones.
—Está bien. Pero dime al menos que no me odias.
Amanda lo besó fugazmente, empujándolo hacia la puerta.
—No te odio. Pero te odiaré si me haces perder el avión.
—¿Seguro que no me echarás de menos? —insistió.
—Seguro. No destroces muchos corazones en mi ausencia, ¿quieres? Adiós, Jason...
Amanda se sintió repentinamente animada por lo fácil que había sido.
Había temido que la despedida desembocara en un aluvión de reproches y
mentiras. Pero no. En el fondo, Jason tenía estilo. Era un embaucador nato y el
hombre más infiel con diferencia. Pero tenía estilo…

***
Aún lo pensaba al despertar por la mañana, mientras se estiraba en la cama
con pereza y odiaba al responsable de que su ventana no tuviera una buena
persiana que impidiera la luz solar.
Cualquier atisbo de remordimiento que pudiera sentir hacia el género
masculino desapareció al escuchar un golpe de nudillos y una voz autoritaria que
le anunciaba a gritos que aquello no era un hotel de la cadena Hilton.
—Si no quiere compartir la alfalfa de los caballos, tiene cinco minutos, alteza.
«Qué tipo tan cargante…». Se duchó con rapidez y se colocó unos vaqueros
y una camiseta blanca de algodón. Anudó sus zapatillas deportivas con cámara de
aire y se quedó un rato examinando los restos de hierba verde en la suela. Un
recuerdo agradable de sus paseos matutinos por Hyde Park. Uno de los pocos
recuerdos que aún podía asociar a la Amanda de siempre, a la mujer real que era y
que no tenía nada que ver con el producto televisivo en que Brittany Murphy la
había convertido.
Corrió hacia la cocina. Antes de llegar, Brooke le interceptó el camino y le
puso un dedo en los labios, indicándole que guardara silencio.
—¿Qué pasa?
—Ssshhhh —Brooke hablaba en voz muy baja—. Tengo una noticia buena,
una mala y una peor. ¿Cuál prefieres primero?
—Dispara, Brooke. —Amanda sonrió por lo cómico de la situación.
—Está bien. La buena es que Tyler se ha levantado de mejor humor y me ha
prometido que no hará sushi con su invitada si nos portamos bien. —Sonrió,
satisfecha por lo que consideraba un pequeño avance que la conduciría a la
victoria.
Amanda tragó saliva, aliviada por la parte que le tocaba. Se acordó del tono
que Tyler había empleado hacía unos minutos frente a su puerta. Si aquel era su
mejor humor, no quería ni imaginar cómo sería verlo realmente furioso.
—La mala es que está preparando sus famosas tortas para demostrarlo. Y
está decidido a que nos las comamos sin rechistar.
—¿Tyler sabe cocinar? —arqueó las cejas sorprendida.
Lo último que esperaba por la mañana era ver a aquel bruto de casi dos
metros vestido con un delantal para ella. Quizás en alguna fantasía anterior al
episodio del remojón podría haberlo imaginado solo con el delantal y las botas…
Pero ya no. Definitivamente, Tyler no era su tipo. De hecho, no era el tipo de
ninguna mujer sensata que poblara el planeta.
—Y no lo hace mal —aseguró Brooke—. Excepto las tortas… Oh, Dios… No
seré capaz. Nunca he sido capaz...Y, para colmo, Cameron ha desaparecido y se
librará, como si lo hubiera sospechado el muy granuja... ¿Me guardarás el secreto,
verdad?
Amanda hizo una señal sobre su pecho para sellar su promesa.
—¿Y la peor? —preguntó, y Brooke se golpeó la frente como si de repente
recordara algo.
—Tienes razón. —Tiró de ella—. Lana Jackson está ahí adentro y amenaza
con quedarse a desayunar. Como ves, las noticias vuelan por aquí.
Amanda frunció el ceño.
—Tú, Amanda. —Brooke la abrazó por los hombros—. Lana debe estar
comiéndose las uñas en este momento. En este pueblo no hay muchos solteros y la
competencia es dura, créeme. No creo que le divierta la idea de que estés aquí… Y
me alegro.
—Brooke… —Amanda la regañó con la mirada, sospechando cuales eran las
expectativas de Brooke con respecto a su estancia en Harmony Rock—. No quiero
tener problemas con Tyler, ¿vale? Apenas nos conocemos, pero pareces una buena
chica. Así que no inventes cosas que puedan molestar a la señorita Jackson. No
estaría bien.
—No sé a qué…—La joven puso cara de inocente, pero no la engañó.
—No estaría bien —repitió con firmeza—. No entra en mis planes practicar
la lucha en el barro contra una novia furiosa que pretenda arrancarme mi pobre
pellejo inglés. No estoy interesada en tu hermano, y ya te habrás dado cuenta, por
cómo me trató ayer, que él tampoco lo está en mí. Y, por supuesto, no quiero que
los vecinos practiquen el tiro a la turista roba novios cada vez que me vean. ¿Lo
entiendes, verdad?
—Claro. —Brooke suspiró y le hizo un simpático guiño—. Pero no me
negarás que mis hermanos están para comérselos. Y eso que aún no conoces a
Dylan.
—Brooke…
—Está bien, me callaré. Y prometo no hacer de Cupido. Pero ni tú ni Tyler
podéis evitar que me alegre porque a Lana Jackson se le atragante el desayuno al
verte.
Amanda se dio por vencida.
—Por mi parte, no tengo intención de crearme enemigos el primer día.
Pienso comerme esas tortas aunque muera en el intento. ¿Vamos?
—Vamos.

***

Lana Jackson era tal y como se la había imaginado. Toda una mujer, de pies
a cabeza. Nada más verla, supo que era la perfecta compañera para un duro
vaquero como Tyler. Increíblemente alta, casi tanto como él. El cabello del color del
fuego que le caía como una cascada por la erguida espalda. Delgada y esbelta, con
aquellas sugerentes formas que se adivinaban bajo su precioso vestido de algodón
salpicado de flores. Parecía la portada de un disco de Faith Hill.
Amanda tuvo un poquito de celos al comprobar que Tyler parecía haber
olvidado que le debía una disculpa y que su expresión revelaba un buen humor
que seguro tenía que ver con la visita de la pelirroja.
Al notar su presencia, Lana se volvió, dejando la bandeja que llevaba sobre
la mesa para saludarla efusivamente. Sus ojos eran de un azul intenso y se clavaron
en Amanda con evidente curiosidad.
—¡Señorita Abbot! —Estrechó su mano, y de no ser por el recelo contenido
que percibió en el gesto, Amanda habría caído en la trampa de pensar que aquella
mujer era un encanto—. Es un placer conocerla por fin… Pensará que somos unos
paletos curiosos, pero lo cierto es que este es un pueblo pequeño y tenemos pocas
oportunidades de ver gente nueva por aquí. Desde que Mac, ese bruto que la trajo
en su camión, lo contó en el bar de Ray, los vecinos no hablan de otra cosa.
—¿En serio? —Amanda temió que la hubieran descubierto y que su idea de
pasar desapercibida se fuera al traste.
—¡Pues claro! Todos quieren conocer a la guapa turista inglesa que se
hospeda en Harmony Rock.
Amanda agradeció en silencio que se hubieran tragado su historia. Era una
suerte que aquellas buenas personas no estuvieran al día de la actualidad de la
prensa del corazón londinense. Por el momento, nadie parecía relacionarla con la
famosa Lori Chase, la mujer que había protagonizado la noticia más reciente y
sonada en el ámbito de la televisión inglesa. Eso la hizo sentirse segura y relajada.
Aunque no se le escapó el tono sarcástico que Lana había utilizado al referirse a
ella. Y tampoco, el modo en que Tyler la observaba con disimulo mientras servía el
café en las tazas.
Se sentaron a la mesa, y Brooke rechazó con amabilidad el plato con las
tortas que Tyler le ofrecía.
—¿No? —Él parecía extrañado.
—Tomaré solo café, Tyler. Anoche comí algo que me sentó mal y no quiero
arriesgarme —mintió, golpeando el pie de Amanda por debajo de la mesa.
—¿Quieres que vayamos a ver al doctor? —preguntó Tyler con expresión
preocupada.
—No será necesario. —Brooke negó con la cabeza, interpretando a la
perfección su papel de enferma—. No es más que una pequeña indigestión. Ya me
conoces, nunca sé decir basta.
—¿Qué te he dicho, Tyler? —Lana intervino y su voz era tan dulce como el
almíbar al dirigirse a él—. Alguien debería decirle a Brooke cómo alimentarse.
—¿Alguien como tú, Lana? —Por su parte, la voz de Brooke estaba cargada
de veneno—. No, gracias. Prefiero que me exploten las tripas antes de convertirme
en una flacucha con las piernas como palillos, créeme.
—¡Brooke! Discúlpate ahora mismo. —Tyler no se lo estaba pidiendo. Se lo
ordenaba. Colocó una taza de humeante café delante de Brooke y se cruzó de
brazos, esperando aquella disculpa.
«Qué conmovedor», se dijo Amanda para sus adentros… Cómo se ponía
aquel tipo por defender el honor de su dama y, sin embargo, ni una sola mirada de
arrepentimiento por haberse pasado de la raya el día anterior. Se abstuvo de
opinar sobre eso y lo apuntó en su agenda mental para recordárselo más tarde,
cuando la sensacional e increíblemente hermosa Lana no estuviera en escena.
Brooke pareció dudar un instante. Sin embargo, al cabo de unos segundos,
se volvió hacia Lana y sonrió.
—Perdona, Lana. —Ahora su actuación dejaba mucho que desear—. No
quise ser grosera y, por supuesto, no me refería a tus preciosas piernas kilométricas
cuando hablaba de tener las piernas como palillos.
—No importa. —Pero por la forma en que brillaban sus ojos, Amanda supo
que sí le importaba. Y mucho. Y aunque era obvio que la pelirroja deseaba hacer
tragar literalmente aquel plato de tortas a Brooke, se limitó a mirarla con aire
condescendiente de hermana mayor—. Todos sabemos lo que es tener dieciocho
años, ¿no es así, señorita Abbot?
Amanda estaba a punto de decirle que sus dieciocho años probablemente no
habían sido como el del resto de las chicas. Lo cierto era que recordaba su infancia
y su posterior adolescencia como una larga cadena de acontecimientos insólitos
que la conducían a una vida que, de algún modo, no era la suya. La muerte
prematura de sus padres y el carácter independiente —quizá por supervivencia y
autoprotección— de su hermana Chelsea habían hecho que siempre tuviera una
imagen un poco distorsionada de la familia, de las etapas vitales y de sí misma.
Marion Abbot le había enseñado muchas cosas, pero se había ido antes de
enseñarle lo que más necesitaba. No le había dicho nada sobre cómo resistir a la
sensación de soledad cuando todo lo que posees es un nombre falso y un puñado
de admiradores a quienes no les importa quién eres realmente. Una ligera punzada
de tristeza se instaló en su corazón y sonrió para apartar los recuerdos penosos de
su mente.
—He oído que en Londres las chicas hacen todo lo que quieren. Llevan
botas militares con correas, se colocan pearcings y se tiñen el pelo a la moda punk —
comentó Lana con una sonrisa.
—No somos bichos raros, señorita Jackson…
—Lana, por favor.
—Lana… No tenemos seis ojos ni practicamos sexo a través de un orificio en
mitad de la nuca —explicó Amanda con la mayor amabilidad posible, a pesar de
que la otra mujer parecía dispuesta a declararle la guerra si se atrevía a ponerse de
parte de Brooke. Suavizó el tono—. La verdad es que no soy experta en la materia.
Debido a la profesión de mi padre, mi hermana y yo teníamos que cuidar de
nosotras mismas la mayoría de las veces, por lo que nos quedaba poco tiempo para
teñirnos el pelo. No sé si pertenecemos a esa gente rara de la que ha oído hablar.
Pero creo que sé una cosa. Y es que no importa el color de tu pelo o cómo te vistas.
Las personas que te quieran, te querrán de todos modos… Y tu aspecto no
cambiará eso.
—Señorita Abbot… Logrará que me emocione de verdad —se burló Tyler y
le sirvió más café sin dejar de mirarla, como si realmente analizara la posibilidad
de encontrar algún par de ojos extra en su rostro—. Y dígame, Amanda, ¿a qué se
dedicaba su padre?
—Era fotógrafo. Y muy bueno, por cierto —explicó con orgullo—. Su frase
favorita era «una imagen vale más que mil palabras».
—¿Por ejemplo? —Tyler parecía interesado.
—Ustedes dos… es una imagen elocuente —dijo refiriéndose a Tyler y a
Brooke. Entornó los párpados y colocó sus manos como si enmarcara a los dos
hermanos entre sus dedos.
—¿Es que le parecemos tan atractivos? —preguntó, fingiendo que no le
importaba su respuesta. Pero Amanda había podido leer entre líneas lo que
escondía realmente su pregunta. Tyler había querido decir «¿te parezco tan
atractivo?». Y aunque se lo parecía, jamás se lo habría confesado, mucho menos
mientras la mirada asesina de Lana Jackson se clavaba en ella—. ¿Qué cree que
diría su foto de Brooke y de mí?
Tyler alargó su mano para untar con miel una enorme torta y se la ofreció.
Amanda la mordisqueó distraída.
—Creo que diría que son cabezotas y que hay algo muy especial entre
ambos… Los dos se dejarían cortar el brazo por el otro si fuera necesario.
—Ah, pero se equivocaría en algo, señorita Abbot. —Tyler chasqueó la
lengua divertido—. Brooke es cabezota. Yo solo soy sensato. Y por nada del
mundo pondría mi brazo en peligro por defender a mi hermana caprichosa y
desobediente.
—Oh, cállate, Tyler. Eres un aguafiestas. —Brooke sonrió y la miró
entusiasmada—. ¿Nos harás unas fotos con tu cámara? Tyler, ¿te imaginas que
nuestra foto pudiera estar en alguna de esas elegantes galerías de Inglaterra?
—Brooke, solo soy una aficionada —confesó con modestia, aunque,
interiormente, fantaseaba con que algún día podría dedicarse a ello y abandonar su
nada deseada carrera como actriz, de la que vivía para pagar las malditas facturas
y los viajes de Chelsea por todo el mundo.
Su hermana llevaba varios años intentando decidir qué quería hacer con su
vida y si no lo hacía pronto, Amanda tendría que dejar de ser su mecenas turístico
y cortaría el suministro a su cuenta corriente.
—Di que sí, por favor, por favor...
Lana carraspeó. Al parecer, se habían olvidado de ella durante la
conversación.
—Solo si Lana acepta ser mi primera modelo —ofreció Amanda, esperando
que su invitación enterrara el hacha de guerra. Por la expresión radiante de la
mujer, supo que había logrado su propósito y añadió zalamera—. Debo confesarle
que nunca antes había visto un rostro tan perfecto, tan fotogénico como el suyo…
Me permitirá que le saque unas cuantas fotos, ¿verdad? Puede que con ese material
de primera calidad, mi carrera como fotógrafa novata se dispare al estrellato
definitivamente.
—Qué tontería…, pero será un honor para mí. —Lana se mostraba
agradecida y, por fortuna, había bajado la guardia—. Usted dirá cuándo le viene
bien, Amanda. Ahora tengo que irme a hacer unas compras. Pero, si quiere, puedo
volver esta tarde.
—Esta tarde entonces. —Amanda la vio salir de la cocina, y Tyler, solícito, la
acompañó hasta la puerta. Cuando regresó, su expresión era pensativa.
Brooke estaba recogiendo los platos, y Amanda se levantó enseguida para
ayudarla.
—Oh, no. Eres nuestra clienta. —Brooke la empujó hacia su hermano—.
¿Por qué no llevas a Amanda a dar una vuelta por el rancho, Tyler?
—¿Ahora?
—No quiero ser una molestia, de verdad. —Amanda tenía por costumbre
no aceptar las invitaciones hechas por cortesía. Y, de todos modos, la expresión
disgustada de él era todo menos cortés.
—Venga, Tyler —se impacientó Brooke y le lanzó un poco de espuma del
fregadero sobre la cara en actitud traviesa—. Confiesa que no tienes nada mejor
que hacer. Es sábado.
—Está bien. Si ella lo soporta… —Se volvió dispuesto a marcharse, y
Amanda lo siguió detrás, casi pegada a su espalda.
—Lo soporto —dijo de inmediato y la sonrisa se le congeló en los labios al
comprobar que la mirada de él era severa—. Es decir, solo si no tiene nada mejor
que hacer.
—Nena, no tiente su suerte —le advirtió de camino de la puerta. La abrió
para hacerla pasar primero y, justo cuando ya lo había hecho, bajó su brazo,
pronunció su nombre en voz baja. Amanda lo miró a los ojos, quedando
paralizada—. ¿De verdad quiere vérselas con Lana Jackson esta tarde?
Amanda encogió los hombros, fingiendo que no sabía a qué se refería.
Escapó de su sombra y lo esperó fuera. Tyler le hizo un gesto para que caminara a
su lado.
—Tyler… —empezó a decir, pero se arrepintió al instante. Quizás a él no le
gustaban las preguntas y no quería que se enfadara con ella antes de lo que
prometía ser un interesante paseo.
—¿Qué? —Para su sorpresa, él le prestaba toda su atención a pesar de su
gesto aparentemente distraído.
—No es nada.
—Vamos, Amanda. No sea tímida —él se burlaba otra vez—. Porque no lo
es, ¿verdad?
—No, no lo soy —confesó. «Al menos, no lo era hasta ayer», estuvo a punto
de confesarle.
—Bien. Entonces, ¿de qué se trata?
—Yo… —Amanda dudó. ¿Y si se ponía hecho una fiera y la enviaba de
vuelta a casa? Se arriesgaría, ya que él insistía tanto—. Me ha parecido que le
divertía la situación.
—¿Situación? ¿Qué situación?
«Qué gran farsante es», pensó Amanda. Si se lo propusiera, podría tener un
papel estelar en su serie de la BBC. Pero solo si ella estuviera en otro continente y
Ewan hubiera perdido el juicio. Y lo último no era del todo improbable
considerando que a estas alturas ya debía estar interrogando a Kitty para
sonsacarle el paradero de Lori Chase. Trató de no pensar en ello y se concentró en
la conversación.
—Ya sabe… Brooke me contó que Lana y usted son buenos amigos —
murmuró.
—¿Y?
—Bueno… tuve la sensación de que a ella no le gustaba que yo estuviera
aquí.
—¿Y?
—Oh, déjelo ya —suspiró exasperada—. Sabe muy bien de qué estoy
hablando.
—Señorita Abbot. —Tyler señaló un sendero oculto tras unos arbustos y tiró
de su mano. Amanda aceleró el paso para avanzar al mismo ritmo, ya que él daba
grandes zancadas y estaba segura de que lo hacía a propósito. Sin duda, Tyler
McKenzie estaba acostumbrado a que los demás lo siguieran sin rechistar. «Un día
de estos, señor McKenzie, alguien hará que sea usted quien corra», sonrió ante la
idea, pero no se lo dijo—. ¿Quiere saber si me divierte que Lana me considere de
su propiedad?
—Básicamente… sí.
—¿Por qué? ¿Le molesta que sea así?
—En general —ella tomó aire para contestar. La carrera la estaba dejando
exhausta a pesar de que siempre había creído estar en buena forma—, me molesta
que la gente vea a los demás como una propiedad.
—Qué alivio. Pensaba que se trataba solo de mí.
—No diga tonterías —lo reprendió Amanda y cuando lo alcanzó, agradeció
con una mirada que se hubiera detenido a esperarla—. Pero es evidente que la
señorita Jackson no opina lo mismo que yo, ¿no cree?
—Eso es porque la señorita Jackson tiene una visión más práctica. —Tyler
alargó sus dedos hacia ella, y Amanda contuvo la respiración. Sintió cómo le
recorrían la mejilla durante unos segundos que le parecieron eternos—. Tenía
restos de miel en la cara.
—Ah, —Amanda tragó saliva con dificultad. Por un momento… mejor que
no pensara en lo que se le había ocurrido que él haría.
—Y volviendo a lo de antes… —Él cruzó los brazos sobre el pecho y, al
hacerlo, su elevada estatura se hizo aún más patente. A su lado, Amanda parecía
insignificante—. ¿Qué es lo que le molesta en realidad? ¿Que me divierta lo que
Lana piensa o que sea cierto lo que piensa?
—¿Es un acertijo? —Amanda sonrió para aliviar la tensión entre ellos.
—Conteste, Amanda Abbot. Me interesa mucho su respuesta.
—Es que… —Amanda tenía que ser cuidadosa o él terminaría pensando
que solo era otra mujercita con… ¿cómo había dicho?, «la cabeza llena de
pájaros»—. Bueno, es que no es asunto mío en realidad.
Tyler no dijo nada, lo que demostraba que, después de todo, había sido la
respuesta adecuada.
—Qué discreta… y qué mentirosa —se burló finalmente—. Ahora dígame,
Abbot… ¿Cómo le gustaría que fuera su estancia en Harmony Rock? ¿Prefiere
pasar unos días ociosos, paseando y sacando fotos de mis feos vecinos? ¿O por el
contrario le gustaría integrarse de verdad en la vida del rancho?
—Vaya… conociéndolo, seguro que cualquier cosa que diga me colocará en
un aprieto. —Amanda ya se veía recogiendo estiércol para él o realizando
cualquier tarea que contuviera las palabras madrugar, sucio o insecto en la
atractiva boca de Tyler—. Pero no quiero un trato especial… Aunque seguro que
no serviría de nada si lo pidiera, ¿no es así?
—Muy lista.
Tyler no quería pasarlo bien junto a aquella desconocida, pero muy a su
pesar, ella le resultaba encantadora. Se fijó en los pequeños hoyuelos que se
marcaban en sus mejillas cuando sonreía. Se fijó en que su cabello era tan fino que
nunca se quedaba quieto por más que lo anudara con una cinta y que los mechones
le caían a ambos lados de la cara, enmarcando su expresión melancólica y a veces
ausente. A decir verdad, se fijaba en demasiados detalles tratándose de Amanda
Abbot. Y él no era un tipo especialmente observador, maldita sea. Removió la
tierra bajo su bota con la punta y se acomodó mejor el sombrero, como si eso
sirviera para poner en orden sus ideas.
—Tiene que decidir en qué quiere gastar su dinero, Abbot. Dijo que no
había sido barato, y no soportaría que se sintiera estafada.
—Vamos, no sea embustero. Sabe muy bien que está deseando que haga la
maleta. —Amanda no se ofendió por el comentario. Los ojos verdes del hombre
irradiaban algo especial y le decían que solo bromeaba esta vez—. Está bien,
Tyler… Mañana lo decidiré y se lo haré saber.
—¿A la hora del té? —bromeó de nuevo, y Amanda le habría atizado de no
ser porque se sentía cómoda y porque, para variar, McKenzie estaba siendo…
¿amable era la palabra adecuada? Tyler señaló hacia el horizonte—. ¿Qué le
parece?
Tyler apuntaba hacia el increíble paisaje que se extendía ante ellos. Amanda
asintió en silencio, incapaz de decir una palabra que rompiera el hechizo de
aquella hermosa visión.
—Hasta donde le alcanza la vista, es Harmony Rock.
—Fascinante —murmuró.
—Lo es. Cuando mi madre murió, yo apenas era un muchacho —continuó
él, y Amanda percibió cierta nostalgia en su voz—. Brooke era solo una cría y mi
padre no tenía la menor idea de cómo tratarla. Ninguno la tenía, en realidad. Pero
yo quería que Harmony Rock fuera su legado. Todo ha sido por y para ella.
Siempre. El año pasado, al morir el viejo, la mayoría de nuestros vecinos me
aconsejaron que encontrara un comprador y vendiera.
—Pero no lo hizo. Eso lo honra.
—¿Me honra? —La miró fijamente, de un modo extraño que hacía que el
paisaje y todo lo demás se desdibujaran inexplicablemente—. Abbot… No sé si
podré acostumbrarme a esa jerga suya tan elegante.
—Déjelo, McKenzie. No va a engañarme —replicó—. Sé que tiene
sentimientos, no lo niegue. Aunque hasta ahora se haya comportado como un
androide sacado de la Guerra de las Galaxias. Y en cuanto a Brooke, quizá no sabe
cómo tratarla. Por desgracia, los seres humanos no venimos al mundo con un
manual de instrucciones. Pero ¿qué más da? Seguro que Brooke lo comprende. Ya
no es una niña —observó ella.
«Brillante, Amanda. Has estado brillante», pensó contrariada. Tyler
McKenzie le abría una pequeña rendija del corazón que parecía ocultarse bajo
aquel musculoso pecho que se elevaba bajo su camiseta de algodón y del que no
podía apartar la mirada. Y en lugar de exigirle la disculpa que pretendía
arrancarle, solo se le ocurría ponerle ojitos presa de la emoción porque compartiera
con ella aquel pequeño detalle de su vida. Perfecto.
—No, no es una niña. —Él la sorprendió gratamente al no hacer ninguna
observación jocosa—. Es una mujer, fuerte y valiente. Vaya… creo que no lo había
asumido hasta ahora y puede que usted no me caiga bien por ser la culpable. Pero,
aun así, me gusta pensar que he conservado Harmony Rock para ella, para todos.
Era una cuestión personal, señorita Abbot. ¿Sabe a qué me refiero?
—Me hago una idea —respondió algo molesta porque él la consideraba
poco menos que retrasada mental.
—Bien. —Parecía encantado por la contemplación de su obra, aunque tal
vez no tanto por el reciente descubrimiento sobre Brooke del que la hacía
responsable.
Amanda rezó porque aquello no le valiera algún tipo de venganza al estilo
del salvaje oeste, del tipo convertirla en carne picada y ponerla en una parrilla.
—Yo quería que Brooke despertara algún día y me dijera: «Gracias, Tyler.
Estoy muy orgullosa de ti. Conservaste nuestro hogar» —añadió él.
Amanda frunció el ceño, sospechando que había moraleja en toda aquella
historia.
—Y ya ve. Cuando Brooke despierta por la mañana, todo lo que dice es —
imitó el tono chillón de su hermana—: «Ey, Ty, grandísimo bruto, a ver cuándo me
llevas a la ciudad. Me aburro como una ostra».
—¿Se arrepiente de lo que hizo?
—Nunca. —Tyler giró sobre los talones para mirarla directamente—. Es por
eso que no quiero que le llene la cabeza de tonterías acerca de lo bien que se vive
en su Londres, en Europa… Ese mundo no haría feliz a Brooke. Sé muy bien cómo
se vive allí, créame. No es para ella, para nadie en realidad. Muy pronto, tal vez
antes de que me dé cuenta, Brooke querrá escribir su propia historia. Pero espero
que lo haga aquí, junto a las personas que la quieren. Donde nunca tendrá que
soportar a ningún tipo que se crea su dueño, porque siempre tendrá un hogar que
la confortará cuando lo necesite. Y como dijo antes, siempre me tendrá a mí.
—Es muy hermoso. —Amanda estaba emocionada, a pesar de que Tyler lo
había planteado como si ella quisiera secuestrar a su hermana y venderla en algún
mercado de esclavos muy lejos de su idolatrado paraíso árido.
Lo pasó por alto. No sabía si se debía a sus palabras, a que los dos estaban
tan cerca o, sencillamente, a la inquietante revelación de que Tyler McKenzie
resultaba un tipo encantador cuando no estaba de un humor de perros. De
cualquier modo, sus rodillas se habían convertido en un par de postres de gelatina.
Tyler sonrió, y, al hacerlo, Amanda sintió que el suelo desaparecía bajo sus
pies. Definitivamente, él no poseía el típico atractivo de los hombres de la ciudad
que acudían tres veces por semana al gimnasio para fortalecer sus músculos y
adquirir un esmerado bronceado. El gimnasio de Tyler era la propia vida, y su
bronceado, el resultado de muchas horas de trabajo bajo un sol brillante que les
hacía de techo en verano. Sin embargo, su aspecto no podía ser más seductor.
Observó su rostro con detenimiento. Los rasgos varoniles, el mentón pronunciado
y la nariz recta. La boca arrogante, con aquella pequeña cicatriz que incitaba a una
caricia, y los ojos verdes que invitaban a mirarse en ellos y perderse del mundo
durante horas.
—Si promete no hacer un chiste, algún día le contaré un secreto —susurró él
junto a su oído.
—¿Por qué no ahora? —Amanda no podía esperar un minuto para saber
más.
—Porque, por hoy, mi curiosa señorita Abbot, ya le he contado demasiado
—convino Tyler—. ¿Seguimos nuestro paseo? Ahora le toca a usted el turno de las
confidencias. Tiene que explicarme eso de practicar sexo por el orificio de su nuca.
Amanda supo que le esperaba un largo día de alusiones humillantes sobre
ese comentario. Le estaba bien empleado por pasarse de lista. Se preparó para ello
con el ánimo que le proporcionaba ver la perfecta musculatura de su acompañante
en movimiento.

***

Querida Kitty: ante la imposibilidad de hablar contigo por teléfono, ya que mi móvil
murió después de un humillante episodio que prefiero olvidar, te escribo este correo
electrónico desde el portátil de Cameron. Antes de nada, quiero pedirte disculpas por lo que
te dije sobre tus primos. Es cierto que me enviaste a esta versión de La Ponderosa1 con
engaños, pero sé que lo hiciste con la mejor intención. Y puede que esto termine
gustándome si antes no muero por la mordedura de una serpiente o aplastada por una
estampida. Resulta que Brooke es una chica estupenda, y Cameron, un tipo encantador. Las
chicas de Mentone se lo rifan en este momento y seguro que alguna le echa el lazo antes de
que termine el año. Dicho esto, te perdono.
Otra cosa. ¿Se te ocurre algo peor que caer sobre un montón de boñiga de vaca
mientras haces malabarismos con el teléfono para hablar con tu amiga del alma? Ni siquiera
alguien con tu talento podría imaginarlo. Te voy a responder. Lo hay. Hay algo peor. Caer
sobre un montón de boñiga de vaca y que un lunático que se cree Clint Eastwood —no en
su época encantadora de Los Puentes de Madison, sino en la de antes, la de macarra del
oeste— te lance al interior de un depósito de agua sucia. ¿Sorprendida? Seguro que te estás

1
N.A.: La Ponderosa era el nombre del rancho en una conocida serie televisiva norteamericana
emitida en España en la década de los sesenta.
riendo mientras lees estas líneas, pero también te perdono. Dejando este asunto a un lado…
Brittany debe estar furiosa. Ya sé que no lograría que confesaras donde estoy aunque te
ofreciera toda su colección de visones. Pero hazme un favor. Ten cuidado con ella. Y una
cosa más. ¿Chelsea se ha puesto en contacto contigo? La adoro. Pero reconozco que, a veces,
desearía tener más pistas sobre su vida que esas postales que manda en las que solo se le ve
una mano sosteniendo la torre Eiffel. Te quiero. Amanda.
Pdta: echo de menos nuestra noche del viernes viendo la reposición de Jayne Eyre.
Ojalá estuvieras aquí, esto te gustaría. Te gusta todo lo excéntrico, y créeme, no hay nada
más excéntrico que ese primo vaquero tuyo con tendencias homicidas.

***

Brooke la observó divertida mientras Amanda luchaba por conservar su


dignidad en el interior de aquellos pantalones enormes con tirantes, moviendo los
pies dentro de las botas de agua.
—Amanda… ¿Se puede saber qué haces? —Brooke contuvo la risa ante el
aspecto que presentaba la otra mujer.
—Tyler dijo que tenía que integrarme en las actividades del rancho…
Cielos, no sabía que eso incluiría desfilar vestida de payaso por todo Harmony
Rock…
«Así que se trata de eso», pensó Brooke. Tyler había dejado aquella ropa de
trabajo en la habitación de su huésped y era obvio lo que pretendía. Quería que
Amanda huyera despavorida en cuanto la obligara a realizar un par de tareas
degradantes. Antes de que Cameron se despidiera por la mañana, lo había
escuchado apostar con él que aquella turista no aguantaría dos días después de
que terminara con ella. Aquel era el primer paso. Vestirla como si fuera una paleta
y permitir que se diera un par de vueltas por los alrededores e hiciera el ridículo si
recibían la visita de algún vecino.
«Qué desgraciado…». Estuvo a punto de contarle la verdad, pero justo en
ese instante, su maquiavélico hermano se detuvo frente a la puerta entreabierta.
Tyler empujó la puerta con la punta de su bota y se apoyó en el marco,
cruzando los brazos sobre el pecho y disfrutando con el espectáculo. Sostenía una
taza de humeante café en una de sus manos.
Amanda aspiró sin querer el aroma, escuchando como sus tripas rugían.
Menudo tirano. La había despertado aporreando su puerta nada más amanecer y
había anunciado que quería verla en planta en diez minutos. Y ni siquiera tenía la
amabilidad de ofrecerle algo caliente.
—¿Está lista para empezar? —preguntó Tyler, enviando una orden
silenciosa a Brooke para que no estropeara sus planes.
—Ty… no te pases —le advirtió Brooke, pero el hombre encogió los
hombros con una expresión inocente que no engañaba a nadie.
—Brooke…, ella dijo que no quería un trato especial. No te metas. —Torció
los labios en una mueca y apuntó a Amanda con su taza—. Usted. La espero abajo.
Tenemos mucho trabajo.
—Oiga… Tenga paciencia, ¿quiere? Aún tengo que ponerme mi peluca roja
y mi nariz con bocina —bromeó, aunque Tyler no se inmutó.
—Ahora. —La señaló de nuevo con su taza y su cara de pocos amigos, y
bajó las escaleras que conducían a la cocina.
Las dos mujeres lo siguieron, y los ojos de Amanda se iluminaron al ver
como Tyler había preparado un apetecible desayuno compuesto por huevos
revueltos, tostadas, zumo de naranja y café. Se dispuso a devorar una tostada de la
montaña que había sobre uno de los platos, pero la mano de él fue más rápida. Se
la arrebató y la sujetó del brazo, apartándola del festín y arrastrándola literalmente
hasta la puerta.
—No sea impaciente, hombre… todavía no he desayunado. —Trató de
soltarse inútilmente, mientras su mirada seguía con avidez el manjar de la mesa.
—No tenemos tiempo. Habría desayunado si se hubiera levantado a mi
primera llamada en lugar de ser una perezosa y quedarse refunfuñando entre las
sábanas —le recordó, y Amanda le sacó la lengua aprovechando que la soltaba y
estaba de espaldas. Pero él se giró para despedirse de Brooke y la pilló in fraganti,
arqueando una ceja con aquella expresión autosuficiente que la sacaba de quicio—.
Que aproveches, Brooke.
—Déspota —murmuró entre dientes Amanda, escuchando como él reía
quedamente mientras daba grandes zancadas en dirección hacia el cobertizo que
estaba junto a la casa.
Lo siguió, esforzándose por olvidar que estaba hambrienta y recordando
que tenía que demostrarle lo buena que podía ser en cualquier cosa que se
propusiera. Era un aliciente extra para su orgullo pensar que Tyler McKenzie se
tragaría aquella expresión fanfarrona.
Tyler había llevado consigo dos cubos de aluminio. Uno estaba vacío y en el
otro había hecho una mezcla con agua y un desinfectante a base de cloro.
Amanda vio como los dejaba a un lado antes de comenzar a darle
instrucciones con expresión de aburrimiento. Peor para él si no ponía de su parte
para que aquel fuera un día agradable. El primer cometido no presentaba grandes
complicaciones. Se trataba de limpiar toda la porquería que aquellas vacas
desconsideradas habían dejado la noche anterior. Retirar paja sucia, amontonarla
en una esquina y meterla con una pala en una carretilla para su evacuación.
Después, esparcir la paja limpia y listo. Parecía fácil.
Tyler le había facilitado una especie de mascarilla, que se sujetaba tras las
orejas, para evitar que el mal olor hiciera que se desmayara. «Qué galante». Le
habría dado las gracias de no ser porque estaba ocupada. Apartando las moscas de
su cara, esquivando la materia orgánica con los pies y vigilando que ninguna de las
vacas confundiera su trasero enfundado en los gigantescos pantalones con una
diana enorme sobre la que podían abalanzarse.
Por su parte, Tyler observaba en silencio los esfuerzos de la mujer por
realizar la tarea del modo más eficiente mientras recortaba un pedazo de madera
con su navaja para darle forma. Era cabezota aquella Amanda Abbot, de eso no
cabía duda. La pobre levantaba como podía el enorme rastrillo, que debía pesar la
mitad que ella, sin rechistar.
De cuando en cuando, le lanzaba una miradita de ya le dije que podía hacerlo y
entonces, sus ojos se encontraban en la distancia y Tyler se sentía
inexplicablemente incómodo y se concentraba en sacar, compulsivamente, astillas
de su pedazo de madera. A este paso, montaría una exposición de figuritas al final
del día si Abbot no se daba antes por vencida.
—Listo, ¿qué me dice, McKenzie? Estas vacas no han tenido una suite más
limpia en su vida.
La voz de ella lo sobresaltó y, aunque estuvo a punto de cortarse un dedo,
fingió que no la había estado observando todo el tiempo.
Echó una ojeada a su alrededor y asintió con indiferencia, ignorando la pose
orgullosa de la mujer. Amanda tenía un codo apoyado sobre el extremo del
rastrillo y lo miraba con las mejillas arreboladas por el esfuerzo. Con aquella pinta,
no parecía en absoluto una chica de ciudad. Pero lo era, no debía olvidarlo. Y tenía
que librarse de su presencia, ese era el plan. Así que se acercó hasta ella y le quitó
el rastrillo, haciendo que perdiera el equilibrio unos segundos. Sonrió para sus
adentros. Ya verían cuanto aguantaba la señorita Abbot cuando descubriera los
pasatiempos que tenía en mente para ella.
Se aproximó a una de las vacas y comenzó a masajearle el lomo con
delicadeza. ¿Delicadeza? Amanda se sobrepuso al descubrimiento de que Tyler
McKenzie tuviera sentimientos y los empleara a fondo con aquella vaca. Lo vio
alcanzar uno de los cubos y sumergir en el interior un paño limpio, retorciéndolo
para entregárselo después como si compartieran algún ritual. Qué tipo tan extraño.
No decía una palabra y esperaba que ella lo comprendiera todo como si llevara
toda la vida haciendo aquello. Lo miró con el ceño fruncido.
—Ahora viene la parte más divertida, Abbot. El ordeño de nuestra frisona
—anunció y había en su tono un deje de malicia que no le pasó desapercibido—.
Vamos, no sea tímida… Tiene que limpiar las ubres antes de tocarlas. Para
prevenir las bacterias y la mastitis.
«Oh, claro… Como si supiera de lo que está hablando», pensó Amanda. Se
limitó a obedecer y restregó con cuidado las ubres del animal.
—Con suavidad… eso es —indicó él, francamente divertido por el modo en
que ella tocaba las ubres, como si fueran a morderla en cualquier momento.
Cuando consideró que el proceso de desinfección estaba completado, le
quitó el paño húmedo de las manos. Colocó una banqueta detrás de la vaca y dio
unas palmaditas sobre la madera, indicándole con aquel gesto que se sentara.
Amanda obedeció, expectante. Arrugó la nariz al comprobar que la vaca
tampoco parecía sentirse cómoda con aquella invasión de su intimidad. Agitaba el
rabo delante de su cara, inquieta y más que dispuesta a defender su honor ante
aquella intromisión. Tyler le tomó las manos y las condujo hasta las ubres del
animal. Amanda contuvo la respiración.
—Oiga… no necesito aprenderlo todo el primer día, ¿no? —Trató de
escabullirse, pero Tyler clavó sus ojos desafiantes en el rostro espantado y fue
suficiente para que Amanda decidiera que no podía echarse atrás.
Eso era exactamente lo que él esperaba que hiciera, que se rindiera ante el
menor desafío. Ni hablar. Los Abbot de Bournemouth no se rendían. Los Abbot de
Bournemouth no conocían la palabra derrota. Y ella podía demostrarle a aquel
vaquero presumido que hasta la vaca más reacia a dar leche sería pan comido si
Amanda Abbot se lo proponía.
Muy bien.
Presionó las ubres con determinación, y como respuesta, el rabo le propinó
un buen latigazo en plena cara, haciendo que cayera de la banqueta. Se levantó con
toda la elegancia que le permitía su ridícula vestimenta y se sentó nuevamente.
Quizás el animal y ella no habían empezado con buen pie su relación. Pero eso no
quería decir que no pudieran ser amigas.
Miró al hombre, aguardando instrucciones.
Tyler puso el cubo vacío bajo el animal y se colocó a su espalda,
inclinándose sobre su cabeza y elevando los fuertes brazos sobre los de Amanda.
Cubrió con sus manos las de la mujer y las guió otra vez hasta la vaca, cerrando
sus dedos en un gesto que pretendía infundirle seguridad.
Por el contrario, aquel gesto solo logró que el corazón de Amanda latiera a
mil por hora.
—Así es… despacio, suave pero firme… —La voz de Tyler era como una
caricia que resbalaba por el lóbulo de su oreja, provocando que los dedos
femeninos se agarrotaran sobre la dura piel del animal—. No presione tanto,
Abbot… Suave y firme… Eso está mejor.
«¿Y quién lo decía?». Amanda sentía aquel cálido aliento en su cuello y
apenas podía concentrarse en otra cosa que no fuera aquello. Y su voz… suave y
firme… Aquellas dos únicas palabras comenzaban a dibujar escenas en su mente
en las que la vaca desaparecía por arte de magia y ambos se revolcaban sobre la
paja. Agitó la cabeza, confusa. Aquel tipo de pensamientos estaban completamente
prohibidos. Rezó porque él no percibiera el leve temblor de sus manos ni la gota de
sudor que empezaba a deslizarse por su frente.
—¿Ve qué fácil? —Tyler le hablaba en voz baja—. Ahora puede presionar
un poco, con cuidado… Hacia arriba y hacia abajo, eso es… Imagine que toca el
piano, Abbot, con sutileza…
Hacia arriba, hacia abajo… ¿Tocar el piano? Dios, a esas alturas se sentía
inspirada para interpretar La Novena Sinfonía mientras daba volteretas en el aire
agitando un par de pompones de animadora.
Ese Tyler era un verdadero peligro. No podía imaginar a ningún otro
hombre que pudiera seducirla inconscientemente mientras las manos de ambos se
movían en perfecta armonía sobre las ubres colgantes de una vaca.
Giró el rostro hacia él, los ojos empañados aún por las tórridas e
inquietantes escenas que se desarrollaban en su cerebro gracias a su portentosa
imaginación, los labios entreabiertos…
Tyler clavó la mirada en aquella boca que se humedecía en un gesto
involuntario y que parecía atraer la suya en la misma dirección. Diablos… Esa
Abbot no tenía la menor idea de lo sugerente que era su aspecto. Cierto que
aquella ropa le venía fatal y la vaca había dejado algunos pelos sobre su mejilla al
golpearla con el rabo… Los retiró con la yema del dedo índice y dejó que
permaneciera allí unos segundos, deleitándose con su tacto. Y entonces, ella
parpadeó, y como si accionara algún interruptor en la mente del hombre, Tyler se
separó y sustituyó como pudo la expresión de desconcierto de su rostro.
—No está mal. Pero con esto no llenaríamos una taza de café —dijo con tono
neutro, mostrándole el cubo con menos de una cuarta de leche.
Amanda la contempló con una mezcla de satisfacción y fastidio. Estupendo.
Tyler acababa de hacerla aterrizar en el mundo real, donde, por cierto, volvía a ser
el tipo frío y distante que disfrutaba haciéndola sentir una inútil.
—Veremos qué tal se le da con los caballos.
La dejó plantada. Amanda seguía sentada en el taburete, avistando el
panorama que era el trasero de la vaca mientras comprendía que aquel vaquero se
había propuesto desanimarla el primer día.
Vacas, caballos… sus intenciones estaban muy claras. Y aunque Tyler
McKenzie parecía saberlo todo sobre los animales, no tenía la menor idea sobre
mujeres. En especial, no sabía nada de ella. Y si creía que era del tipo que salían
huyendo al mínimo inconveniente, iba listo. Lo siguió, sonriendo al ver como él
analizaba su expresión buscando un atisbo de cansancio o esperando escuchar
alguna protesta.
—Preparada, jefe. ¿Dónde están esos caballos?
«Perfecto», pensó Tyler con ironía. Aquella mujer parecía dispuesta a
cualquier cosa menos a claudicar. Sabía lo que eso significaba. Un día más
invadiendo su propiedad con su perfume de limón y su sonrisa desinhibida. Un
día más volviéndolo loco con sus preguntas y su inquietante presencia, viviendo
bajo su mismo techo… Mataría a Cameron cuando regresara de su viaje. No tenía
derecho a endosarle a aquella corona de espinas y largarse sin más. Cameron era
quien debía estar allí, divirtiéndola con sus anécdotas sobre ladrones de ganado y
mostrándose todo lo encantador que podía ser, llevándola al pueblo y
exhibiéndola para que sus buenos vecinos congeniaran con el continente del
príncipe Carlos.
Sí, Cameron tenía la culpa de todo. Pero no estaba allí. Y ahora le tocaba
entretener a la señorita Abbot en contra de sus propios deseos. Porque no lo
deseaba. No, señor… De ninguna manera estaba interesado en aquellos ojos ni en
aquella boca, ni en aquellos hoyuelos diabólicos que se marcaban en sus mejillas
cuando sonreía… Ni hablar.
La miró con disimulo. Abbot seguía enfundada en aquella vestimenta
grotesca y le esperaba en una pose de lo más cómica. Estaba realmente ridícula. Y,
aun así, una especie de descarga eléctrica le había recorrido el espinazo, lo mismo
que si su invitada llevara puesto el último grito en la colección de lencería de
Victoria Secret. Genial. «Gracias, Cameron». Por su propio bien, y hasta que su
testosterona recobrase la calma, la indultó de sus obligaciones, enviándola
derechita a desayunar.

***

—Háblame de tus hermanos. —Amanda ayudó a Brooke a doblar la última


sábana y ambas se dejaron caer en el sofá con expresión aburrida.
—Veamos… —Brooke entornó los párpados y sonrió, seguramente
recordando algunas anécdotas familiares del pasado. Levantó los pies y los cruzó
sobre la mesa—. Cameron es genial… Es atento y considerado, uno de tus
gentleman en versión americana. De los que abren la puerta del coche a las chicas
mientras las seduce con una de sus sonrisas encantadoras. Aunque nunca he
sabido realmente si alguna le interesa de verdad… hubo una época en que se le
metió en la cabeza que tenía que ver mundo fuera de Harmony Rock. Siempre
quiso estar del lado de la ley, ¿sabes? De pequeños, los tres jugaban a policías y
ladrones, y Cam se adjudicaba la estrella de sheriff a la menor oportunidad…
Estaba la mar de gracioso cuando lo hacía, y Tyler y Dylan no descansaban hasta
que lo tenían maniatado en el suelo y se la arrancaban como trofeo…
Cuando se fue a Nueva York, los demás nos lo tomamos bastante mal, esa
es la verdad. Temíamos que se dejaría enredar por ese ambiente y no volveríamos
a verle el pelo. Encontró trabajo enseguida. Como guardaespaldas de una cantante
pop, Sandy Mane, seguro que has oído hablar de ella. ¿Recuerdas aquella
canción… Lista para amar...? Fue número uno en todas las emisoras. Una chica muy
bonita, una verdadera diva, caprichosa y voluble… Cam nunca habla de ello, pero
estoy segura de que tuvieron algo. Cuando regresó, estaba insoportable. Y, con el
tiempo, lo superó y se colocó la estrella en serio. Cam es así…
—¿Dylan?
—Bueno… Dylan es Dylan —simplificó y añadió risueña—: Nuestro indio.
Un potro salvaje. Indomable, misterioso… Nunca sé lo que piensa realmente, pero
lo quiero y me adora. De niño, solía buscar pelea con los otros chicos, y Tyler y
Cam acudían al rescate en cuanto lo vapuleaban… Cuando volvía a casa, me
buscaba para que mamá no le viera los morados… Y cuando era yo quien peleaba,
entonces Dylan me frotaba la herida con su nudillo mágico de guerrero indio y de
pronto, ya no me dolía…
»A veces sigue haciéndolo, ¿sabes? El día que papá murió, me encontró
sentada en el porche llorando… Los demás estaban hechos pedazos y lo sufrían a
su manera. Tyler, con sus silencios. Cam, con su optimismo. Ninguno de los dos
sabía cómo afrontarlo, mucho menos cómo consolarme… Dylan es distinto,
siempre lo fue. Se sentó a mi lado y sostuvo mi mano durante horas, toda la
noche… No dijo nada. Solo estaba allí, a mi lado. Era como si su alma y la mía
llorasen al mismo tiempo… Al día siguiente, se había marchado. Estuvo algunos
días fuera, vagando por ahí, bebiendo y sabe Dios qué más… Y una noche, volvió.
Apareció con Troy, nuestro perro, un cachorrito feo y muerto de hambre que había
encontrado en la carretera. Me miró con sus ojos negros y me dijo: «Ha perdido a
su madre. Te necesita, ahora es tu responsabilidad. No hay tiempo para más
lágrimas, Brooke». Pobre Dylan… había atropellado sin querer a la mamá del
cachorrillo. Ni siquiera puedes imaginar lo que sentí cuando lo miré y comprendí
cuánto echaba de menos a papá…
Amanda dio un profundo suspiro. Le había gustado escucharlo. Sin
embargo, retrasaba a propósito el momento de hablar de Tyler. Se decía
mentalmente que no le interesaba conocer ninguna historia en la que Brooke lo
beatificaría a pesar de su rudeza. Prefería no humanizarlo demasiado, por el bien
de su estabilidad emocional. Ya era bastante peligroso siendo un vaquero
maleducado, ni pensar en convertirlo en un santo con sentimientos…
—En cuanto a Ty… —Brooke se disponía a hacerlo, la veía venir.
—Es suficiente. Seguro que es un gran tipo cuando no está dando órdenes,
gruñendo y lanzando turistas desvalidas a depósitos de agua sucia —la
interrumpió, levantándose del sofá con agilidad.
Brooke frunció el ceño. Era astuta y no se dejaba engañar por la aparente
indiferencia de Amanda.
—Amanda… No sabes nada de Tyler. Él es… —Brooke parecía buscar las
palabras adecuadas—. Se preocupa demasiado, siempre está pensando, ideando
fórmulas para mantenernos a flote. El año pasado, el gobierno logró restablecer por
fin la exportación de ganado a México después de una larga temporada de
prohibición. Los ganaderos de Texas llevaban varios años sin poder vender su
carne por culpa de aquel brote de EBB2. Todo ese tiempo supuso un duro golpe
para la economía de los ranchos ganaderos, también para Harmony Rock…
Cuando el departamento de agricultura abrió la veda de nuevo, Tyler trabajó más
duro que nadie… Quería estar en el mercado y había bastante competencia en los
ranchos de Arizona y California. Pero logró vender una buena partida de carne,
comprar algunas cabezas de ganado de cruce… Es un luchador, Amanda. Hay
muchas cosas en él que no pueden verse a simple vista.
—Así que un luchador… —Amanda intuía que los McKenzie lo eran, todos
ellos. Aunque era evidente que los anchos y musculosos hombros de Tyler habían
soportado más peso que el resto, sencillamente, porque alguien tenía que asumir
las riendas y no había nadie a quien se le diera tan bien dar órdenes. O, tal vez,
porque era un buen tipo en el fondo. La idea le produjo un ligero cosquilleo.
—Ya lo has comprobado. Le encanta mandar. Mi hermano es un auténtico
incordio, pero puede resultar encantador si se lo propone —aseguró Brooke.
—Y no se lo propone a menudo, ¿no es así?
—Eso es porque no tiene un objetivo —sentenció la chica.
—Oh, pero te equivocas… Sí que lo tiene. Quiere que me largue,
¿recuerdas?
—Ay, Amanda… no creas todo lo que veas. A veces, la vida puede darnos
una sorpresa cuando menos lo esperamos.
Amanda chasqueó la lengua. Seguro que sí. Seguro que Tyler era un tipo
fascinante cuando no estaba preparándole alguna encerrona humillante que la
obligaría a hacer las maletas. Pero no estaba interesada.
—Venga, acompáñame a la cocina. Aprovecharemos que el ogro está fuera y
no puede amenazarme con hacerme tragar la lata si me ve con una cerveza en la
mano.
—Mejor tomemos una limonada. Tu hermano es capaz de arrancarme la

2
N.A.: Encefalopatía Espongiforme Bovina, enfermedad comúnmente conocida como mal de las
vacas locas. En el año 2003, México prohibió el ganado de cría de Texas después de que se detectara
un solo caso de esta enfermedad en una vaca del estado de Washington nacida en Canadá. El
comercio bovino quedó bloqueado hasta el año 2008, en el que las negociaciones de varios estados
hicieron posible el levantamiento de la prohibición siguiendo indicaciones de la normativa de la
Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) y se comercializó nuevamente la carne de res de
Texas y otros estados norteamericanos.
cabellera si piensa que te he inducido al alcohol y la perversión —bromeó y la
siguió, evitando que los descubrimientos sobre la personalidad de Tyler hicieran
flaquear su voluntad y la opinión que aún tenía de los tipos como él.

***

Tyler entró a tientas en la cocina. Era media noche, estaba oscuro y apenas
podía ver nada, pero se arriesgó. Tenía la boca reseca y los músculos entumecidos.
Reprimió un quejido cuando se golpeó accidentalmente el muslo al pasar junto a la
mesa de roble.
—¡Jod…! —maldijo entre dientes mientras abría la puerta del refrigerador y
cogía una bolsa de hielo para colocársela sobre el ojo amoratado.
La luz del interior iluminó la habitación y entonces la vio. Durante unos
segundos, aquella imagen lo dejó paralizado. Ella llevaba puesto un pijamita de los
que podían provocar un infarto, dos piezas muy cortitas de algodón gris con un
ribete de encaje blanco, inocente y provocador. ¿Quién los diseñaba, maldita sea?
Este lo había cosido el mismo Diablo con sus negras pezuñas, estaba seguro. Y no
le gustaba nada el efecto que causaba en él. Apartó la mirada con fastidio.
Abbot lo observaba con expresión interrogante desde el otro lado de la
mesa. Al ver sus magulladuras, acortó la distancia entre ellos. Trató de sostener la
bolsa de hielo por él, pero Tyler la evitó con terquedad y cerró bruscamente la
puerta de la nevera.
—Por todos los Santos… —Amanda parpadeó, confusa—. ¿Qué ha pasado?
—No es nada, vuelva a la cama —ordenó de mal humor.
—¿Ha estado bebiendo? —insistió, dispuesta a no dejarse amedrentar por
su habitual falta de cortesía.
Amanda encendió la luz del extractor de humos para verle mejor la cara y se
mordió los labios al comprobar que era peor de lo que creía. Si aquello era el
resultado de una noche de juerga, le pediría que no le recomendara el lugar donde
había estado. Frunció el ceño sin dejar de mirarlo. Pobre… Sintió lástima a pesar de
que Tyler, el tipo más insoportable y bruto de todo Texas, no merecía ni quería su
compasión. Contempló con estupor el pequeño corte en la ceja que aún sangraba y
el tono amoratado de su pómulo. Además, tenía el labio superior hinchado, lo que
convertía la atractiva cicatriz en un bultito prominente sobre su boca. Como
siempre le sucedía, deseó acariciarla, esta vez con la sana intención de aliviar su
dolor. Levantó los dedos para tocarla, pero Tyler se apartó.
—He dicho que vuelva a la cama, Abbot —gruñó, sentándose con dificultad
y destapando una botella de zumo para beberla casi de un trago.
—Antes, explíqueme qué ha sucedido —exigió con firmeza, cruzando los
brazos sobre el pecho y, de paso, evitando que los ojos furtivos de Tyler siguieran
traspasando la tela de su pijama.
Sintió que los pezones se le endurecían involuntariamente. Sería el frío.
«Mentirosa, mentirosa», se dijo… No tenía remedio. Despreciaba a los tipos como
McKenzie. Arrogantes y seguros de sí mismo, gritando siempre a los cuatro
vientos lo machitos que eran y lo bien que se las apañaban sin una mujer. Sin
embargo, no podía evitar que, al mirarlo, incluso con aquel aspecto devastado, sus
hormonas se revolucionaran. Tomó aire para recuperar el control de la situación.
—Tyler…
—Lárguese, Abbot. —Estiró el brazo para coger uno de los paños de cocina
que colgaban del fregadero, pero se arrepintió cuando sus costillas crujieron con el
movimiento. Amanda lo humedeció y se lo dio en silencio—. Gracias. Y adiós.
—De nada. Y ahora, ¿va a contármelo?
Tyler elevó la mirada un centímetro, arriesgándose de nuevo al tentador
panorama que eran aquellos senos embutidos bajo el malvado y minúsculo pijama.
Qué ironía… Acababa de recibir la paliza de su vida y no se le ocurría otra cosa
que pensar en hacer manitas con su huésped británica y entrometida.
Definitivamente, iba a celebrar que Amanda Abbot y su inquietante lencería se
fueran cuando terminaran sus vacaciones.
—¿Y bien? —reclamó ella, colocando ahora los brazos en jarras, de manera
que el algodón de la camiseta se estiró sobre su pecho, dibujando a la perfección la
totalidad de su contorno.
Por un momento, Tyler creyó ver cómo un letrero luminoso rojo se encendía
justo sobre aquella zona de la anatomía femenina, incitándolo… Pero no. Solo
había sido una ilusión, quizá producto de los golpes y el escaso alcohol que había
ingerido. Estuvo tentado a volver sobre sus pasos. Prefería otra paliza antes que
aquella tortura. Aunque comprendió que Abbot no era de las que se retiraban. Ni
siquiera cuando su oponente estaba hecho trizas.
—Me caí —explicó con escaso poder de convicción.
—Pues ha debido rodar por el Gran Cañón, McKenzie. Está hecho un asco.
—Le quitó el paño de las manos y se colocó junto a él, ignorando sus protestas.
Limpió la herida de la ceja con suavidad y alargó la mano para buscar el
desinfectante. Lo aplicó sin piedad, sonriendo para sus adentros cuando lo escuchó
contener un gemido—. Déjeme ver ese labio. —Lo recorrió con los dedos, tocando
apenas la hinchazón y comprobando que comenzaba a disminuir gracias al efecto
del hielo—. Sobrevivirá —comentó con una expresión sarcástica que desapareció
enseguida al ver las marcas de nudillos en su mandíbula—. ¿Seguro que ha sido
una caída? Porque si es así, tengo una mala noticia que darle, McKenzie. Su cara
parece un mapa en el que asoma un nuevo país llamado el puño de alguien.
—No pregunte, Abbot. No es usted mi madre ni mi hermana ni nada mío…
y no estoy de humor —le advirtió con tono quejumbroso.
—Pues menuda novedad. —Amanda lo obligó a dejarse hacer y metió las
manos bajo su camiseta, elevándola y conteniendo una exclamación que no tenía
nada que ver con la visión de sus magníficos abdominales. «Pero, ¿qué…?». Dios,
le habían hecho papilla las costillas. Se preguntó cómo demonios podía haber
llegado por su propio pie hasta la casa. Las palpó con preocupación y tuvo que
recordarse mentalmente que su papel de la enfermera Wendy no era más que eso,
un personaje. Clavó los ojos en él, enfadada—. Voy a despertar a Brooke. Tiene que
verlo un médico.
—No… —Retuvo las manos de Amanda contra su estómago, sintiéndose
inexplicablemente mejor solo por el contacto de aquellos dedos cálidos. La miró a
la cara, un poco avergonzado por su reacción, aunque no la había soltado—. Por
favor.
—Tyler…
—Abott…, otro día podemos pelear hasta que uno de los dos tire la toalla…
Pero no hoy —pidió—. Creo que no hay nada roto. No quiero que Brooke monte
una escena por unos cuantos golpes.
—¿Unos cuantos golpes? Por Dios, parece como si Chuck Norris lo hubiera
usado como saco de entrenamiento —replicó, apartando las manos de su
estómago—. Y no se atreva a insultar mi inteligencia con ese cuento de antes. O me
dice qué ha pasado o empiezo a gritar como una loca hasta que me oigan en Nueva
York.
Tyler echó otra breve ojeada a sus senos. Solo para comprobar la capacidad
de su caja torácica y ver si podía cumplir su amenaza. Volvió a marearse y lo
achacó al cansancio, a la paliza y al número de meses que llevaba sin tocar a una
mujer.
—¿Y bien? —Amanda se mostró inflexible.
—Está bien, maldita sea… Prometa que no le dirá nada a Brooke. Y tampoco
a Cameron. —Esperó a que ella asintiera con un gesto—. Cuando salía del bar de
Ray hace una media hora, tres tipos me arrinconaron junto a la camioneta. No
logré verles la cara, pero seguro que no eran de por aquí. Se acercaron a mí, me
provocaron y empezó la fiesta.
—Pero… ¿por qué…?
—¿Y cómo quiere que lo sepa, Abbot? Antes de que pudiera decir hola, ya
estaban sacudiéndome esos cobardes hijos de perra… Supongo que habían bebido
más de la cuenta.
—No es cierto y lo sabe. Me está ocultando algo, McKenzie… ¿Quiere que
probemos el volumen de mis pulmones? —Abrió la boca decidida a llevar a cabo
su ultimátum.
Tyler se levantó de repente y se apoyó ligeramente en ella. Sus cuerpos
estaban tan cerca que Amanda podía sentir contra su pecho los fuertes latidos del
corazón del hombre.
—Abbot…, por favor. Le digo que solo eran un par de borrachos buscando
pelea… ¿No podemos dejar esta charla para otro momento?
—Pero debería verlo un médico…
—Solo necesito descansar un poco —zanjó la conversación, dirigiéndose
hacia la escalera que conducía al piso superior y añadió—: Los oídos me retumban
como cuando desafina en la ducha con esa canción de Barry White.
Amanda se convenció de que Tyler estaba realmente afectado por la paliza,
aunque no había perdido su encantador y humillante toque de humor. ¿Dos por
favor en tan corto espacio de tiempo? ¿Y un solo comentario jocoso? Sí, era un mal
síntoma. Lo ayudó a caminar y se dijo que ya hablarían otro día sobre ese asunto
de espiar lo que cantaba en la ducha. Las escaleras fueron un suplicio. Tyler medía
al menos dos metros y aunque intentaba no cargar su peso sobre ella, no podía
evitarlo. Amanda empujó con la punta del pie la puerta de su cuarto y lo
acompañó hasta la cama. Decidió que era mejor no tentar la suerte y le dejó la ropa
puesta. Le quitó las botas con cuidado y las colocó junto a la cama. Se sentó en el
borde, pensativa. Giró la cabeza hacia él cuando sintió sus dedos deslizándose con
sorprendente delicadeza sobre su brazo desnudo.
—Gracias.
«¿Gracias?». Amanda confirmó sus sospechas con una sonrisa. Algún golpe
debía haberle acertado en su dura cabeza. Aunque la suya no parecía funcionar
mejor. Esa era la explicación al torbellino de emociones que la había asaltado al
escuchar aquella única palabra.
—¿Seguro que estará bien? —preguntó.
—En cuanto me deje en paz —su respuesta pretendía ser grosera. Pero no
era eso lo que leía en sus ojos. Tyler la observaba con aquella expresión reservada
que ella nunca sabía cómo interpretar.
—Claro. —Se dispuso a dejarlo solo, aunque él retuvo su mano una vez
más.
—Abbot… —La soltó, y Amanda huyó, comprendiendo que no estaba tan
malherido ni ella era lo bastante sensata para ser inmune a aquella simple caricia
entre… ¿amigos era demasiado precipitado?
—¿Sí, Tyler? —lo dijo en voz baja y lo oyó reír quedamente.
Cielos… su estómago se contraía cada vez que escuchaba aquella risa que él
no prodigaba a menudo.
—Mañana… debería ir con Brooke al pueblo —comentó con somnolencia—.
Compre un pijama de su talla, ¿quiere? Yo corro con todos los gastos…
Amanda suspiró antes de cerrar la puerta a su espalda y se apoyó en la
madera unos segundos, analizando con los ojos cerrados el delicioso cosquilleo
que su petición le producía.

***
Las Vegas

Cameron se acercó con sigilo a la mesa de juego y permaneció tras el asiento


que ocupaba el jugador más hábil de la mesa. Lo observó detenidamente. Tenía el
cabello demasiado largo, necesitaba un buen corte y, como diría Brooke, una
mascarilla de aceite de nueces para hidratar esas puntas. Sonrió de manera inconsciente
y, del mismo modo, se apoyó en el respaldo sin percatarse de que el ocupante del
asiento ya lo había descubierto. Este se volvió hacia él, y Cameron esperó a que se
levantara, reprimiendo el impulso inicial de abrazarlo y llevárselo de aquel lugar
que el resto de los McKenzie odiaban. En aquel casino de Las Vegas, rodeado de
luces brillantes y envuelto en los cientos de sonidos metálicos que llenaban el
ambiente, Dylan se movía como pez en el agua. Sin embargo, Cameron solo quería
sacarlo de allí, darle un buen puñetazo para que volviera a ser el de antes y
llevárselo a casa.
Dylan se apartó convenientemente de la mesa de juego y le hizo una seña
para que lo acompañara a un lugar más apartado, donde los demás jugadores no
pudieran escuchar la conversación.
—¿Qué demonios haces aquí, Cam? —lo increpó, alisándose el cabello con
la palma de la mano en un gesto que denotaba su cansancio—. Le dije a Brooke
que no necesitaba una niñera.
—¿Cuánto dinero has perdido? —Cameron desvió la mirada un segundo
hacia los hombres de la mesa y les dedicó una sonrisa forzada para tranquilizarlos.
—No se trata de dinero —respondió un poco avergonzado, clavando la
mirada en sus zapatos. No era propio de un McKenzie avergonzarse de sus actos,
pero, en los últimos meses, Dylan se había convertido en un experto en la materia.
—No me iré de aquí sin ti, indio —aseguró Cameron.
Dylan supo que lo decía completamente en serio. Sintió aquella mano
amiga, entrañable, presionando su hombro.
—Dylan..., tienes que parar esto. Lo sabes, ¿verdad? Brooke te necesita...
Tyler te necesita.
La risa amarga de Dylan se clavó en el corazón de su hermano.
—Ty no necesita a nadie, Cam.
—Te equivocas. Te necesita. Y te quiere. —Le quitó la copa que acababa de
robar de una de las bandejas de las camareras que pasaban junto a ellos sin cesar—
. Y yo también. Y tú no necesitas beber más ni convertirte en alguien que no eres.
Él ya te ha perdonado, Dylan.
—¿En serio? —A diferencia del resto de los hermanos McKenzie, los ojos de
Dylan no eran verdes. En ocasiones, se oscurecían y pasaban a un tono castaño
oscuro o negro de acuerdo con las emociones que asaltaran a su dueño en cada
momento.
En aquel instante, parecían dos oscuras esferas brillantes en perfecta
armonía con su tez morena. De pequeño, lo habían apodado indio porque, en
conjunto, sus rasgos recordaban a un apuesto guerrero indio. De adulto, Dylan
nunca había ocultado que se había sentido así, un guerrero. Un hombre en
conflicto consigo mismo y con el mundo, que anhelaba las cosas que no podía
tener y que no podía conformarse con las que la fortuna le había brindado.
—Vamos a casa —insistió Cameron
—¿Para qué? ¿Para sentirme un mierda por lo que hice? ¿Para que me sienta
miserable y rastrero? No, gracias. Todo eso ya lo tengo aquí.
—Dylan... Tyler no estaba enamorado de Brenda —le aseguró y nunca antes
había estado tan seguro de algo.
Era cierto que había sido un gran error por parte de Dylan dejarse enredar
por aquella chica aspirante a bailarina. Pero ella no valía lo suficiente para separar
a aquella familia. De eso también estaba seguro.
—Lo sé. Y él lo sabe. Pero le fallé igualmente. —Dylan sonrió con tristeza—.
Porque confiaba en mí. Y lo estropeé. Y, ¿sabes qué, Cam? Esa confianza era algo
bueno, me gustaba tenerla.
—Entonces, ¿por qué tuviste que acostarte con ella, maldita sea? —Cameron
no pudo evitar aquel reproche, aunque bajó la voz para que no los oyeran.
Después de todo, aquella absurda situación tenía que significar algo, o,
sencillamente, dos de las personas que más quería se habían vuelto locas de
remate.
—Porque si no lo hacía, el idiota de Tyler iba a terminar metido en un buen
lío. —Dylan no quería hablar del tema, pero supo por la expresión de Cameron
que había llegado el momento de dar algunas explicaciones.
—Tendrás que tomarte un café bien cargado y explicarme eso, indio.
—De acuerdo. —Se disculpó con los hombres de la mesa con alguna excusa
poco creíble y lo condujo al exterior. Se ajustó el abrigo al cuello y señaló una
cafetería cerca de allí. Cameron lo seguía obediente y decidido. Era un buen
hombre. Le tocó el brazo para llamar su atención, y Cameron lo miró—. Gracias
por venir, Cam.
—No hay de qué, hermano. Ahora, cuéntame de qué va tu historia.

***
—No estás enamorada de él.
—¿Y a quién le importa?
Dylan contemplaba fascinado el movimiento de aquellos dedos largos que se
deslizaban con suavidad sobre su antebrazo, dibujando serpientes imaginarias que podrían
haber sido ella misma. Una auténtica serpiente. Muy venenosa. Una víbora que
contaminaría el alma de Tyler y lo convertiría en un tipo desgraciado e infeliz.
—A mí me importa —enfatizó.
—Dylan… ¿De verdad crees que eso me hará cambiar de opinión? —Brenda
suspiró como si aquella conversación le produjera un enorme aburrimiento y cambió de
posición en la cama, apoyándose sobre el codo para mirarlo directamente a los ojos con
aquella expresión traviesa y perversa—. Cariño…, no pienso pasarme el resto de mi vida
bailando para una pandilla de babosos en un tugurio de mala muerte. Tyler me cae bien. Y
le gusto. Tiene demasiadas cosas en la cabeza y es bueno para él que salgamos. Le distrae de
sus obligaciones. Ya ves. Soy perfecta para él, y Tyler es un tipo comprensivo. Somos tal
para cual.
—Entiendo… Si es tan comprensivo, ¿por qué no le has hablado de tu pasado?
Mejor aún, ¿por qué no le hablas de tu presente y de los planes que tienes para él?
—Dylan…, dije comprensivo, no idiota. ¿En serio esperas que haga algo así? No lo
entendería, créeme.
—Claro. —Apresó con distracción uno de los senos de la mujer y lo presionó con
una mezcla de excitación y rechazo—. Pero te acuestas conmigo.
—Porque me encuentro sola, cariño. No es fácil para una chica de ciudad. —Se
estiró mimosa sobre las sábanas y arrastró los dedos del hombre hasta su estómago plano y
apretado—. Y ahora que vamos a ser una gran familia…
—Sabes que no podrás mantener esa mentira eternamente, Brenda.
—No sé de qué me hablas. —Ella se revolvió como una gata en celo. Chasqueó la
lengua cuando él le mostró la tableta de píldoras anticonceptivas que había descubierto en el
bolsito que había lanzado sobre la mesita de noche—. Eso no significa nada. Tyler querrá
casarse conmigo de todas formas cuando le diga que estoy embarazada. Es un McKenzie,
¿no? Quiere hijos… Quizá le dé alguno más adelante… ¿Qué importa que no sea ahora?
Fingiré un aborto, y nunca sabrá que utilicé una pequeña mentirijilla para pescarlo… oh…
¿por qué te importa tanto? Le gusto, ¿no puedes dejar las cosas como están?
—Entonces, cuéntaselo todo. Si te quiere, te perdonará. —Tiró las píldoras dentro
del bolso, ignorando las protestas de la mujer, y añadió—: Si tú lo quisieras, yo no estaría
aquí.
—Ya sabes por qué estás aquí, Dylan… Tyler es un cascarrabias y a veces… no sabe
que una mujer necesita…
Se detuvo cuando la mano de Dylan se deslizó hasta el pubis, permaneciendo allí
como si meditara su siguiente movimiento.
—¿Esto? —Él sonrió vagamente, preguntándose por qué Tyler se había empeñado
en enredarse con la única mujer que jamás podría hacerlo feliz.
La había conocido una noche en la que había bebido demasiado. Ella estaba de paso,
y Ray la había contratado en el bar porque Darleen, su esposa, tenía uno de sus ataques de
reuma. Brenda servía copas como nadie, y los clientes estaban encantados de que lo hiciera
mientras se inclinaba demasiado en la barra para mostrar sus artificiales encantos. Y
aunque los demás pensaban que Tyler era una especie de androide sin necesidades humanas,
era un hombre. No podía culparle porque deseara a Brenda y tuviera un par de encuentros
en la cama con ella. Pero lo otro estaba fuera de cualquier discusión. ¿Pescarlo? ¿A Ty? Esa
mujer pisaba un terreno peligroso. Desconocía que los McKenzie tenían sus propias armas
para defenderse de gente sin escrúpulos como ella. Cambió el tono de voz al hablar de
nuevo:
—Voy a contárselo, Brenda. Quería que lo supieras. Hasta el último momento he
creído que no serías capaz de joderle la vida a mi hermano. Pero ¿sabes qué? Te has vuelto
demasiado ambiciosa. Una cosa es que te acuestes con él de cuando en cuando. Y otra muy
distinta es que quieras endosarle un bebé imaginario y que ponga un anillo en tu dedo.
—Qué gesto tan caballeroso… —se burló—. Aunque es un poco tarde para fingir
que tienes principios, ¿no te parece? Te recuerdo que Tyler es tu hermano y que fuiste tú
quien viniste a mi cama.
—Después de que me arrastraras insistentemente a ella, no lo olvides —puntualizó.
—Estás celoso. Pero te perdono —ella ronroneó, reteniendo la mano que él
comenzaba a retirar de su cuerpo.
Dylan tiró de ella con brusquedad y se incorporó en la cama, recogiendo del suelo su
camiseta y sus vaqueros. Se vistió con lentitud, consciente de que el silencio de Brenda
auguraba problemas.
—Hablo en serio, Brenda. Mañana, cuando Tyler regrese de Laredo, voy a contarle
lo nuestro —le advirtió con seriedad, inclinándose para calzarse las botas. La oyó contener
el aliento a su espalda y, al mirarla de nuevo, los ojos azules brillaban con intensidad.
—No te atreverás, Dylan. Sabes que Tyler nunca te lo perdonaría. Hay cosas que ni
siquiera los hermanos comparten. Ni la montura ni el caballo ni las chicas, no lo olvides.
—Nena… —Se preparó para lanzar el farol de su vida—. Cuando éramos pequeños,
mis hermanos y yo nos partíamos la nariz por cosas mucho menos importantes que una
muñequita como tú. Y al cabo de una hora, compartíamos un buen filete en la mesa como
los mejores amigos. ¿Crees que voy dejar a Tyler en tus manos solo porque dejará de
hablarme durante unos días?
—Te lo advierto, Dylan…, no me conoces tanto. No sabes hasta dónde puedo llegar
si intentas joderme.
—Brenda…, yo ya te he jodido. Varias veces. —Le lanzó a la cara su vestido y
esquivó el zapato que ella le arrojaba al dirigirse hacia la puerta. Quitó el cerrojo y abrió,
sintiendo que necesitaba con urgencia respirar un poco de aire fresco.
—Me alegra oír eso, hermano. Así podré romperte la cara sin sentir
remordimientos.
La voz de Tyler había sido lo último que había escuchado antes de que aquel puño se
estrellara con violencia contra su rostro. De hecho, lo último que recordaba era el pequeño
grito de sorpresa de Brenda al descubrir a Tyler en la puerta y los ojos verdes de su
hermano clavándose en ambos como si quisiera desintegrarlos y borrarlos de la faz de la
tierra.

***

—Y más o menos… eso fue todo. —Dylan apuró de un trago el resto de su


whisky y miró a Cameron a través del cristal, aguardando su reacción.
—Un momento… ¿Brenda no estaba embarazada, pero quería endosarle un
crío a Tyler? —Cameron se rascó, en un gesto inconsciente, el mentón, y Dylan
sonrió al reconocer aquel tic que sus hermanos gemelos compartían con él desde la
niñez.
—Y creo que Tyler lo sospechó todo el tiempo. De hecho, parece que se
alegró de confirmarlo aquella noche. No creo que sintiera nada por Brenda, Cam
—confesó, encogiendo los hombros.
—Yo tampoco. —En realidad, ya no estaba seguro de nada. Por aquella
época, Cameron aún no se había presentado a las elecciones para el puesto de
sheriff en Loving y llevaba varios meses trabajando en la ciudad como
guardaespaldas de la joven promesa del pop Sandy Mane. Una época que, por
cierto, quería olvidar cuanto antes—. Sin embargo, sí sé una cosa, indio.
Traicionaste la confianza de Tyler.
—Lo protegí —replicó con voz ronca.
—Le mentiste —insistió Cameron, presionando el hombro de su hermano
para evitar que abandonara su asiento—. Te metiste en este lío de cabeza, cuando
todo lo que tenías que hacer era hablar con Ty.
—Lo intenté —se defendió—. Pero Brenda era demasiado hábil, Cam. Cada
vez que intentaba descubrirla, ella inventaba una nueva postura en la cama con la
que, al parecer, volvía loco a nuestro hermano.
—Subestimaste a Tyler. ¿De verdad lo conoces tan poco? Me sorprendes,
indio. Puede que Ty se viera con esa chica un par de veces, pero ¿en serio crees que
es tan estúpido para dejarse enredar por alguien así? ¿Tyler? ¿Nuestro Ty? ¿El
hombre de la armadura de hierro? Está furioso contigo, de acuerdo. Pero no es por
Brenda, te lo aseguro. Te estabas trajinando a la misma mujer, joder, eso es grave.
Pero le mentiste. Y eso es mucho peor —repitió con terquedad y se sirvió otra copa,
bebiendo con lentitud sin apartar los ojos de Dylan.
—Hice lo que tenía que hacer.
Cameron sonrió a medias. Lo sabía. Sabía que el indio tenía por costumbre
hacer las cosas a su manera. Siempre había sido así. Pero no siempre había abierto
una brecha tan profunda ni había creado tanta distancia entre Tyler y él.
—¿Recuerdas cuando Tyler le pinchó las ruedas de la camioneta a aquel
maestro idiota? —Cameron le pasó su mismo vaso, y Dylan rechazó el
ofrecimiento. Buena señal. La fase de auto destrucción había llegado a su fin.
—Yo tenía ocho años, y Tyler y tú, diez. Aquel tipo me llamó apestoso
mestizo ignorante delante de toda la clase. El muy cabrón la había tomado
conmigo… Sí, Ty le dio su merecido. Después de pincharle las ruedas, le lanzó al
asiento delantero un par de globos que había rellenado con excrementos de Daisy.
—Dylan le devolvió otra sonrisa mientras recordaba cómo se habían reído
entonces los dos preparando las bombas mortíferas en los establos y animando a la
yegua a que les proporcionara relleno suficiente.
El viejo Dylan estaba ahí por fin, y Cameron podía verlo. Al otro lado de
aquella oscura mirada, su hermano Dylan luchaba contra sus propios fantasmas
para salir al exterior.
—Ese mismo día, nuestro padre me contó como mamá y él me habían
encontrado cuando tenía un año en aquel hogar para niños abandonados de
Arizona.
—Lo recuerdo. Recuerdo que no dijiste nada. No gritaste, ni lloraste, ni
hiciste ninguna de las cosas que habría hecho cualquier niño de ocho años —lo
miró, maravillado aún ahora por el valor que Dylan había demostrado siendo tan
pequeño. Sin duda, no había sido fácil para él asimilar una noticia así. Pero lo
había hecho. De un modo sorprendentemente adulto—. Recuerdo que avisaste a
Tyler y nos reuniste en nuestro escondite secreto del árbol del ahorcado… ya
entonces eras bastante rarito, ¿lo sabías?
—Muy gracioso. —Dylan le tiró un cacahuete, y Cameron lo atrapó en el
aire con la mano, haciéndolo girar entre los dedos con distracción.
—Nos miraste con esa cara seria tuya y nos preguntaste: ¿sois mis
hermanos? —continuó Cameron, entornando los párpados mientras hacía
memoria. No le costaba demasiado. Aquella noche había sido una de las más
extrañas de su vida. Aquella noche se habían forjado lazos de unión entre los
hermanos McKenzie que ninguna información genética que se transmitiera de
padres a hijos podía superar—. Te empeñaste en cortarnos el maldito pulgar para
sellar nuestros destinos como hermanos de sangre… Y mamá se enfadó porque se
te fue la mano con mi herida y tuvieron que darme cinco puntos para detener la
hemorragia, ¿lo has olvidado? Todavía no te lo he perdonado, indio.
—¿Aún lo sois? —lanzó la pregunta como si no le diera importancia y
aclaró—: Mis hermanos.
La duda dejó a Cameron de una pieza. ¿De qué estaba hablando? Escudriñó
la expresión de Dylan y vio algo que nunca había percibido antes. Inseguridad.
Miedo. Dylan McKenzie… ¿Inseguridad? Eso decía mucho en su favor. Tratándose
de alguien como él, lo decía todo en realidad. Lo golpeó con los nudillos el pecho,
y Dylan fingió que se doblaba de dolor.
—¿Acaso lo has dudado alguna vez? Maldito idiota. —Cameron agitó la
cabeza, pasmado porque bajo aquel disfraz de chico rebelde e independiente vivía
un niño asustado al que acababan de confesar que era adoptado.
—Creo que no. —Dylan era sincero.
—Me alegro. Porque te voy a llevar a casa y no me gustaría tener que
emplear la fuerza contigo —bromeó.
—Cam…, no tienes jurisdicción en Las Vegas —le recordó de buen humor.
—Es cierto… Lo que me recuerda que aún tenemos otro asunto que tratar —
bajó la voz para que la camarera no los escuchara—. ¿Cuánto debes?
Dylan metió la mano en el bolsillo derecho de su cazadora de cuero y dejó
un par de billetes para la cuenta. Abandonó su taburete, y Cameron lo siguió hasta
la salida.
—Dylan… —Cameron se interrumpió al ver como su hermano rebuscaba en
el otro bolsillo de la cazadora y extendía delante de sus narices un cheque con una
cifra que no se atrevía a pronunciar—. ¿Qué significa…?
—Solo he perdido hoy, unos pocos dólares en realidad. Llevo varias
semanas en racha, Cam. ¿Me crees tan tonto para gastarlo todo?
—Pero hay…
—Lo suficiente para comprar unas cabezas más de ganado y ganar ventaja
con unas mensualidades del banco. Pero no lo bastante para que se acaben
nuestros problemas. —Lo miró fijamente, y Cameron sabía a lo que se refería—.
Cam, Brooke y yo hemos hablado regularmente por teléfono, aunque le pedí que lo
mantuviera en secreto. No quería que vinieras por mí antes de que hubiera ganado
unos dólares. Brooke me lo contó todo. Tenemos que atrapar a esos desgraciados.
Tarde o temprano, irán demasiado lejos... No quiero esperar a que ocurra.
—Yo tengo que atraparlos, Dylan —puntualizó sin que su tono admitiera
réplica—. Esta no es otra aventura del Club de los Cinco3. Este asunto es serio y muy
peligroso. Y por aquí, el único que va armado soy yo. Ni se te ocurra pensar que
voy a permitir que Tyler y tú os entrometáis en esto. Que te quede claro, Dylan.
Ahora, y sin que sirva de precedente, me acompañarás a hacer unas indagaciones.
Eso nos llevará un par de días. Después, volveremos a casa y te quedarás allí,

3
N.A.: Popular serie literaria juvenil de aventuras publicada por la escritora inglesa Enid Blyton a
partir de 1940.
ayudarás a Tyler y cuidarás de Brooke. Y mantendrás las manos lejos de nuestra
invitada.
—No te prometo nada… —De pronto, Dylan arqueó sus espesas cejas
negras y sonrió—. ¿Invitada? ¿Me he perdido algo?
—Ni te lo imaginas. Pero será mejor que te lo cuente por el camino.

***

Tyler la observaba desde su posición, fingiendo que no prestaba atención a


los grititos de alegría cada vez que acertaba en la diana. Tenía los codos apoyados
en la barra y bebía lentamente el refresco de soda que había pedido. Aún le dolía la
cabeza y el resto del cuerpo por la paliza del día anterior. Agradecía que Abbot
hubiera sido discreta y no dijera nada. Le había contado a Brooke que Jack Monroe
le había pedido ayuda con la doma de un nuevo caballo y que habían tenido
problemas para tranquilizarlo.
Brooke simulaba haberse tragado la historia, aunque analizaba con
expresión desconfiada el corte de su ceja y los morados de su cara. Por el
momento, había logrado contener la avalancha de preguntas acompañándolas al
pueblo en un acto de galantería que solo había logrado despertar más sospechas en
su astuta hermana. Sabía que tarde o temprano Brooke se enteraría del altercado y
pondría el grito en el cielo. «Mejor tarde», pensó. Ahora tenía el cerebro como si
una orquesta interpretara a Mozart en su cabeza. Y esa Abbot… su puntería era un
desastre. Cantaba victoria y daba saltos de júbilo cuando sus dardos atinaban en
algún lugar de la diana. Al parecer, nadie le había explicado que solo ganaba
puntos cuando acertaba en los números que se encendían en la parte superior de la
máquina al iniciar la partida.
Abbot parecía la mar de contenta solo con que los dardos no hubieran
lesionado de momento a ninguna de las personas que tomaban su cerveza en la
mesa más próxima. Buena chica… y obediente. No lo había delatado. Le debía una
y eso lo ponía de peor humor. Se terminó la soda y agradeció con un gesto
distraído cuando Darleen le sirvió otra.
—Tu huésped es bastante guapa —comentó Darleen con malicia.
—No está mal —murmuró sin apartar la mirada del refresco.
La veía venir. La esposa de Ray era mundialmente conocida y temida por su
fama de casamentera. Si alguna soltera de Texas tenía dificultades para cazar un
marido, Darleen era con seguridad la persona más capacitada para solventar su
problema. Por suerte, los McKenzie siempre habían logrado esquivarla. Aunque a
Darleen no se le escapaba que la invitada de Harmony Rock despertaba el interés
de al menos uno de ellos.
—Tyler McKenzie… —le advirtió la mujer con expresión divertida,
apoyándose sobre la barra para hablarle en voz baja—. No te confíes. Incluso los
tipos insoportables como tú necesitan un cuerpo cálido cuando termina el día.
—Gracias, Darleen. Pero de momento, creo que prefiero mi insoportable
compañía.
La mujer refunfuñó, y Ray sonrió mientras la apartaba del mostrador.
—Déjalo en paz, mujer. —La besó, pero Darleen le dio un manotazo,
contrariada.
—Vamos, díselo tú… Dile a este cabezota que no es tan malo estar casado.
—Olvídalo, muchacho. Mírame bien. Desde que caí en la trampa de esta
bruja hace veinte años, no he vuelto a ser el mismo —bromeó, recibiendo otro
manotazo de su esposa como recompensa—. Amor mío… Si estoy loco por ti, ya lo
sabes.
—Vete al cuerno, Ray Brennan. Veremos si estás tan chistoso cuando te
toque dormir en el sofá esta noche —lo amenazó, alejándose para atender una
mesa.
Tyler torció los labios en una mueca cuando Brooke le hizo señas para que
se uniera a ellas.
—Vamos, hombre. No te morderá —lo pinchó Ray. Tyler dejó el refresco y
se acercó con desgana.
—¡No te lo vas a creer, Tyler! Amanda nunca había jugado a los dardos —
anunció Brooke.
—Qué emocionante —fue su única respuesta.
Amanda se disponía a intentarlo de nuevo. Había adelantado ligeramente
una pierna y apuntaba con expresión decidida hacia su objetivo. Varias personas se
encogieron en sus asientos cuando realizó su tiro. Tyler contempló estupefacto
cómo el dardo se clavaba en el respaldo de madera de una silla, logrando que su
ocupante la abandonara antes de que aquella loca le acertara en plena cabeza.
—Vaya… Es más difícil de lo que creía. —Amanda aún sostenía entre los
dedos dos flechas, y Tyler se las arrebató con brusquedad. Las lanzó, insertándolas
con arrogante destreza en mitad de la diana. Amanda lo miró enfadada, sacándole
la lengua en un claro gesto que reflejaba lo que pensaba de su buena puntería—.
Aguafiestas.
—Tenía que impedir que liquidara a alguien, Abbot. —Tyler vio cómo las
protestas de Brooke se unían a la mirada rencorosa de Amanda.
Brooke se entretuvo escogiendo una canción en la máquina de discos
mientras Amanda se disponía a recuperar sus dardos de la diana para declararle la
guerra a Tyler.
—Abbot… ¿Pretende vaciar el local de Ray? Suelte eso.
—Ni lo sueñe, McKenzie. He sido campeona de mi club de bolos en
Londres, he practicado alpinismo en Suiza y he participado en dos regatas por el
Támesis… ¿En serio cree que no soy capaz de acertar?
—Nena…, seguro que es la heroína de su barrio —se burló—, pero tenga
compasión de toda esa pobre gente. Los seguros de por aquí no cubren que una
turista chiflada haga pinchos con sus cabezas.
—Retire eso, McKenzie.
—Abbot… —Viendo que ella no cedía un milímetro en sus intenciones,
Tyler suspiró.
—Está bien. Le enseñaré cómo se hace antes de que acabe con el maldito
pueblo. —Se colocó tras ella y deslizó su mano bajo el brazo de Amanda para
elevarlo.
Ignoró la sensación que le producía un mechón del cabello femenino que se
había enredado accidentalmente en la incipiente barba de su mentón. Ignoró que
las yemas de los dedos le ardían al primer contacto con su piel y el agua de colonia
con aroma de limón que lo envolvía mientras intentaba concentrarse en pensar en
otra cosa… Atrapó la mano femenina entre las suyas con determinación.
Amanda contuvo el aliento al percibir el pecho musculoso contra su
espalda, los fuertes brazos alrededor de sus hombros, la respiración levemente
agitada en su sien… Lo miró de reojo, consciente de su poderoso atractivo. Tyler
McKenzie estaba completamente fuera de su alcance, lo sabía. Pero no podía evitar
que se le erizara la piel al sentirlo tan cerca, al recorrer con los ojos aquella
diminuta y seductora cicatriz en su labio.
—Primero, sujete con firmeza el dardo. Eso es. Ahora… fije la vista en el
objetivo. Retroceso… lanza. Retroceso… lanza. ¿Lo ha comprendido?
Amanda se sentía mareada. La mano de Tyler movía la suya en el aire y su
voz grave le daba aquellas instrucciones al oído, proporcionándole un suave
cosquilleo en el lóbulo de la oreja. El pulso le tembló en el primer intento, y el
dardo cayó al suelo junto a sus pies.
Tyler chasqueó la lengua con cinismo.
—¿Se rinde?
—Antes muerta que darle esa satisfacción —replicó, llenando los pulmones
de aire antes de intentarlo de nuevo.
—Cuánta vehemencia, Abbot… ¿Espera ganar otra medalla para su
colección de trofeos? —preguntó, mofándose.
—Ríase, McKenzie. —Lo apartó para ocultar su nerviosismo.
Siguió al pie de la letra sus indicaciones y se preparó para el segundo
intento. Lanzó una exclamación de victoria cuando el dardo acertó de pleno en la
zona de la diana correspondiente a uno de los dígitos iluminados en el panel. Se
volvió hacia el hombre con expresión triunfal
—¡Ja! Le dije que era pan comido. Me debe una disculpa.
Tyler no contestó. Seguía trastornado por su proximidad. Hechizado por el
movimiento de aquellos labios mientras le hablaban, luchando contra el deseo de
apoderarse de su boca, de arrastrarla hacia algún rincón oscuro del bar y darle la
recompensa que a juicio de un bruto como él merecía su hazaña… Maldita sea.
Todo en Abbot era un acontecimiento extraordinario que deseaba celebrar de una
única y lujuriosa manera.
Sacudió la cabeza, molesto consigo mismo, con ella… con Ray y Darleen por
haber colocado la diabólica máquina de dardos el mes pasado. Con Brooke, que
ahora se empeñaba en abalanzarle sobre Abbot para que bailaran una estúpida
canción que hablaba del amor, de la pasión y de aquella sarta de pamplinas que él
no había experimentado nunca.
—Vamos, patoso. —Brooke lo enviaba derecho al purgatorio y para no
despertar suspicacias en Darleen Brennan, permitió que el cuerpo de Amanda se
acoplara al suyo. Se movieron con torpeza. Amanda se sentía tan incómoda como
él, pero lo disimulaba como podía.
—Es un bailarín horrible, McKenzie.
—Y usted ha hecho diana por casualidad, confiéselo —la instigó para
hacerla rabiar—. Acabo de salvar su honor inglés.
—¡Ja! —Amanda notó que las manos de él se tensaban en su cintura al
escucharla.
Lo cierto era que aquel jactancioso monosílabo que ella solía utilizar en sus
discusiones lo sacaba de quicio. Le irritaba que se saliera siempre con la suya, que
se ganara la simpatía de todos mientras que para él solo tenía miraditas de
censura. Reconoció que las buscaba y las merecía todas. Pero tenía sus motivos.
Mientras Abbot siguiera considerándolo… ¿cómo había dicho?... el eslabón perdido
en la cadena evolutiva, todo iría bien
—Acéptelo, McKenzie —volvió a la carga—. Soy una mujer increíble. Es lo
que está pensando en este momento, pero no lo dirá. Antes dejaría que le
arrancaran las uñas con unas tenazas, ¿no es así?
—Abbot…
—Por Dios, deje de pronunciar mi nombre como si fuera sinónimo de la
peste, ¿quiere? Sé lo que pretende.
—¿En serio?
Tyler lo dudaba. Él mismo no tenía la menor idea de lo que pretendía,
bailando con ella, disfrutando de la alarmante sensación de aquellos senos
apretándose contra su pecho… Demonios, Abbot lo seducía inconscientemente. ¿O
acaso lo hacía a propósito? La hizo girar violentamente y la dejó plantada entre las
otras parejas que disfrutaban de la música. Mejor que pusiera algo de distancia
entre ambos. Mejor que convenciera a Brooke para regresar a casa. Mejor… mejor
no pensaba nada. La cabeza le dolía el doble que al empezar la noche. Y ahora,
encima, tendría que solucionar el otro problema. Había tenido una erección
involuntaria mientras se movía con Amanda y ella lo embrujaba con su
palabrería… totalmente involuntaria. Solo porque Abbot era una mujer y él un
hombre, y porque no tenía sexo desde hacía meses. Nada más. Abbot no era su
tipo. Ni siquiera le caía bien. Una ducha fría, eso lo ayudaría…
—Brooke, nos vamos.
—Tyler…
—Nos vamos —ordenó, y las dos lo siguieron con la misma expresión con
que seguirían al carcelero que pretendía recluirlas en las mazmorras de su castillo.
Mucho mejor, sí señor. Que Abbot tuviera muy claro que no era de los que
se ablandaban con unos cuantos mohines. Que tuviera claro que no era la clase de
hombre que se derretía por una mirada… aunque se había derretido. Entero. De la
cabeza a los pies, maldita sea.

***

Tyler contempló con desagrado a los dos hombres, elegantemente trajeados,


que se aproximaban a su mesa. Partió un pedazo del pastel de manzana que
acababan de servirle y lo masticó lentamente, clavando la vista en los lustrados
mocasines de piel que se detenían a escasos centímetros.
—Señor McKenzie —se anunció uno de los hombres, apoyando su maletín
en la mesa y retirándolo enseguida al ver como Tyler elevaba la mirada para
fulminarlo con ella—. Lamentamos importunarlo con nuestra visita. Pero nuestro
cliente piensa que tal vez no ha valorado suficientemente su oferta.
Tyler dio cuenta del resto del pastel sin prisas, saboreando cada porción y
acompañándolos de pequeños sorbos de humeante café. Al terminar, apartó el
plato vacío, se estiró en el asiento y cruzó los brazos sobre el pecho, observando a
los hombres con una clara expresión de desprecio en el rostro.
—Señor McKenzie, nuestro cliente opina…
—Lo que opine su cliente me importa una mierda —atajó Tyler, sin
despegar apenas los labios al hablar.
Los dos hombres se miraron y sonrieron de un modo que hizo que a Tyler
se le revolvieran las tripas.
—Entendemos su postura, de verdad. Sin embargo, nuestro cliente le hace
una oferta que nadie en su sano juicio podría rechazar. Al menos, tenga la
amabilidad de echarle un vistazo.
Abrieron su maletín de cierres dorados y lanzaron sobre la mesa unos
cuantos papeles que Tyler ignoró intencionadamente.
—No me interesa —concluyó.
—Señor McKenzie… Por favor, lleve el contrato a casa, consúltelo con la
almohada si quiere.
—No necesito consultar nada. —Tyler empezaba a cansarse de aquellos dos
mamarrachos.
—McKenzie…
«Vaya, vaya… Ahora ya no me llaman señor, esto empieza a ponerse
divertido», pensó Tyler, preguntándose cuánto tardarían en huir despavoridos y
subirse a su Mercedes plateado.
—… No encontrará una oferta mejor que la que le hace Texco Oil y lo sabe.
Son cuatrocientos dólares por acre de arrendamiento más el dieciocho por ciento
de los ingresos brutos que se generen. Eso son unos mil ochocientos dólares por
cada cien barriles de crudo, McKenzie. No es una cifra desdeñable. ¿Ni siquiera va
a pensarlo?
—Lo único que estoy pensando es cómo enviarlos de vuelta a Austin con mi
respuesta en forma de puño escrita en sus caras de picapleitos.
—Oiga…
Tyler se levantó, y su imponente estatura, unida a su expresión furiosa, fue
lo bastante elocuente para hacer que los dos tipos se apartaran unos pasos de la
mesa.
—No. Óiganme ustedes. Hace un año respondí educadamente a su cliente y
le dije dónde podía meterse su oferta. Dije que no meterían sus malditos pozos de
fracturación hidráulica en Harmony Rock y lo mantengo. No permitiré que
quiebren esta tierra, ni que esquilmen el agua hasta provocar una sequía
permanente o la contaminen con benceno y metano para que mis reses mueran o
no puedan reproducirse. De ninguna manera, eso no pasará aquí, no mientras yo
viva. Harmony Rock no está en venta. Y yo tampoco. ¿Les ha quedado claro?
Llévenles el mensaje a esos cabrones de la Texco y digan que si vuelven a enviarlos
por aquí, no respondo ni seré tan educado.
Tyler rompió los papeles y los lanzó a la cara de los abogados.
El que parecía más joven recogió el contrato que Tyler había hecho pedazos
y volvió a guardarlo en el maletín, esbozando otra sonrisa petulante.
—Señor McKenzie —añadió con tono solemne—. Está claro que no sabe
nada de negocios. Desconoce hasta qué punto una gran empresa puede presionar a
un don nadie con aires de grandeza. Y no quiero decepcionarlo, pero mi cliente no
puede tolerar una derrota. Todos tenemos un precio, incluso los que nos llenamos
la boca de orgullo sin pensar en las consecuencias. Pero las hay, siempre las hay...
Consecuencias, McKenzie. A veces ocurren cosas, accidentes desgraciados… Nadie
quiere que esas cosas sucedan, ¿me entiende? Pero pasan. Y mi cliente conseguirá
lo que quiera, a pesar de usted.
Tyler endureció la mandíbula. No le gustaba su tono ni el modo en que lo
había dicho. Sonaba a amenaza y aunque podía emprenderla a golpes hasta que no
les quedara un diente sano, tenía que pensar a largo plazo.
—¿Me estás amenazando, pedazo de mierda con traje de Armani? —se lo
preguntó abiertamente, para que no le quedara ninguna duda sobre el destino que
iban a sufrir sus huesos si se atrevía a repetirlo.
—Tómelo como un consejo, McKenzie. Un consejo de amigo. —El otro se
apartó convenientemente.
—Yo no soy tu amigo, saco de mierda —Tyler lo insultó otra vez,
conteniéndose para no dar rienda suelta a la ira que lo embargaba por momentos.
Lo sujetó por las solapas de la chaqueta y, durante un instante, se deleitó
imaginando que lo despeinaba a golpes. Sin embargo, lo pensó mejor, lo soltó y
sacudió la chaqueta con falsa amabilidad antes de añadir—: Hablo en serio, chicos.
No quiero problemas. Pero si vienen a joderme, a joder a mi familia… De verdad,
si buscan pelea, la van a encontrar.
—Está bien, McKenzie. Hemos captado el mensaje. Pero no diga que no le
advertimos.
—Lárguense de una maldita vez. —Tyler se cubrió con el sombrero y los
escoltó hasta la puerta, solo para asegurarse que subían al coche y desaparecían
por la carretera trescientos, una lengua inmensa de asfalto que con un poco de
suerte acabaría por tragárselos.
Ahora estaba aún más de acuerdo con aquel eslogan que se había puesto de
moda entre sus vecinos: «Aquí no hay abogados». Gracias a Dios.
Se quedó un buen rato allí de pie, pensativo, valorando la posibilidad, casi
la certeza, de que todo aquello empeorase y tuviera que confiarle a Cam sus
inquietudes. No quería preocuparlos. Pero tenía que protegerlos.

***

Amanda empezaba sentirse parte de aquello. En Mentone, los vecinos la


saludaban al pasar y Brooke se había encargado de presentarles a todos, que eran
amables, curiosos y… reales, para variar. Se había corrido la voz de que Amanda
era una fotógrafa aficionada. Armada, con su objetivo y feliz porque representaba
el papel que siempre había querido, descubrió que los amables habitantes de aquel
lugar habían nacido para ser retratados por ella. No había hombre, mujer, niño,
animal o insecto gigantesco —y esa parte la odiaba— que no quisiera hacer de
musa para su cámara. Era un alivio por un lado y un tormento por otro, pues se
sentía continuamente como si usurpara la identidad de otra persona.
Cameron se había tomado unos días libres, y aunque Brooke no desvelaba el
destino de aquellas mini vacaciones, tanto ella como Tyler sospechaban que su
partida tenía mucho que ver con cierto sentimiento de añoranza hacia el miembro
ausente de su familia.
Por su parte, Tyler la evitaba cuanto podía, y Amanda lo achacaba a su
advertencia inicial de no estorbarlo. Le había guardado el secreto por lo de aquella
paliza, pero aún esperaba descubrir algo más sobre el asunto. Apenas lo veía en
todo el día, salvo cuando se dirigía a ella con gruñidos para decirle que su bono de
turista incluía alguna actividad y le repetía aquello de no quiero que se sienta
estafada.
Por las noches, llegaba tarde a casa, y Brooke y ella se conformaban con
cenar juntas y charlar hasta que el sueño las vencía. Aquella era una de esas noches
en las que el sueño aún no la vencía. Brooke y ella habían pasado la tarde
repasando viejas fotografías de la familia McKenzie. Más tarde, Brooke le había
dicho que podía quedarse en el salón y echar un vistazo por si encontraba alguna
que quisiera utilizar en un futuro reportaje cuando fuera famosa.
Amanda había sonreído, sintiéndose como una traidora… Pero ¿y si fuera
posible? ¿Y si pudiera quedarse allí para siempre, tener sus propias fotos, crear sus
propios recuerdos como Amanda, una mujer corriente que adoraba aquel lugar
mágico? Fantaseó con aquella idea deliciosa. Estaba hipnotizada contemplando lo
hermosa que había sido Lillian McKenzie en su juventud. En una fotografía
descolorida, aparecía con un apuesto vaquero que debía ser Abraham McKenzie.
La sostenía por la cintura y besaba su cabello con ternura, los dos listos para posar,
los dos enamorados…
Sin querer, sintió pena por ella misma. Su madre se había ido demasiado
pronto y no recordaba cómo había sido la relación entre su padre y ella salvo por
lo que Marion le contaba. La entristeció pensar que, como todo, también las
grandes historias de amor se desdibujaban con el paso del tiempo. Se volvió al
escuchar unos pasos tras el sofá, y el retrato cayó al suelo. Amanda se agachó para
recogerlo, pero Tyler fue más rápido. Se la arrebató de los dedos con brusquedad,
la colocó con cuidado en el álbum y lo puso fuera del alcance de la mujer.
—No sabía que había vuelto. —Amanda se agazapó en el sofá, intuyendo
que algo malo sucedía.
La expresión de Tyler era de rabia, y se preguntó qué habría ocurrido para
que la mirara de aquel modo.
—Ya veo. —Él se paseó por la habitación como un animal enjaulado y al
cabo de unos segundos volvió a plantarse frente a ella con el rostro desencajado—.
Por eso, ha estado husmeando en nuestra intimidad.
—Yo no pretendía… —se defendió, pero se interrumpió enseguida,
sintiéndose ridícula. No había nada de malo en revisar unas cuantas fotografías.
Pero por la forma en que la miraba, parecía que acabara de robar los planos
secretos del último reactor para entregárselos a los rusos.
—¿No lo pretendía? —Él estaba casi gritando y, al darse cuenta de ello, bajó
el tono de voz para no despertar a Brooke—. Escúcheme bien, Abbot. No permitiré
que use nuestra vida privada para ilustrar un álbum de frívolos recuerdos de sus
vacaciones. Pero… ¿quién demonios se ha creído que es?
—Se está equivocando, Tyler. Deje que le explique…
Él levantó la mano en un gesto que indicaba claramente que no pensaba
escucharla.
—Será mejor que no lo haga. Porque, ¿sabe qué? Eso de ahí —dijo
señalando el álbum de fotos—, no le interesa. Mi vida, nuestra vida… No se
confunda, Abbot. Eso no forma parte del programa tengo una turista entrometida
merodeando por mi casa.
—Oiga... No sé qué diablos le ha pasado hoy. —Amanda se levantó y se
enfrentó a él, intentando mostrarse serena y controlada. Pero le costaba un
esfuerzo sobrehumano conseguirlo mientras la miraba con aquella rabia contenida,
aproximándose tanto a ella que su aliento acariciaba su cara en cálidas corrientes.
Aun así, no se dejó intimidar—. Pero tanto si quiere escucharlo como si no, voy a
explicárselo. Brooke y yo solo echábamos un vistazo a esas viejas fotografías. Se
emocionó recordando a sus padres… Me habló de la epidemia que había mermado
el ganado un invierno, de los ladrones de caballos a finales de los noventa, del
verano en el que Cameron, Dylan y usted se enfrentaron solos a aquellos timadores
que robaron los ahorros a la pobre señora Blade… Por favor, no se enfade con
Brooke. Ni conmigo. Yo solo quería…
Amanda iba a continuar, pero su propia irritación le impedía darle más
explicaciones a aquel necio insensible que no tenía oídos más que para escucharse
a sí mismo.
—Está borracho —lo acusó.
—No lo estoy. Al menos, no lo bastante.
Tyler se aproximaba peligrosamente a ella, y Amanda colocó las palmas de
sus manos entre ambos, percibiendo la rigidez del pecho masculino bajo sus dedos.
«No pienses en ello, Amanda», se ordenó a sí misma y retrocedió hasta que su
espalda tocó la pared. Tyler se deslizaba sigilosamente en su misma dirección. La
miraba fijamente, imponiéndole su presencia con el único poder de aquellos ojos
cristalinos que le devolvían su propia imagen como en un espejo.
—Si fuera así, señorita Abbot, estaría en un serio problema. Si estuviera
borracho, haría lo que me apeteciera con usted. Puede que le hiciera el amor y
quizá… solo quizá, no se entusiasme…, puede que hasta me gustara. Y mañana,
con un poco de suerte, tendría uno de esos vahídos de damisela inglesa y correría
como un conejillo asustado a hacer sus maletas. Porque los hombres como yo,
Abbot…, definitivamente, no son el tipo de las mujeres como usted.
—Tyler…, váyase a la cama, ¿quiere? —Amanda volvió el rostro hacia un
lado, tratando de detener la carrera de fondo que había iniciado su corazón al
escuchar sus palabras.
—¿Eso es una invitación?
—Vaya a la cama —repitió y añadió—: Solo. Si obedece, tal vez le haga un
favor y prepare las maletas de todas formas.
—¿Y perderme el resto de su explicación? —se burló él, inclinando
lentamente la cabeza para recorrer, solo con la caricia de su aliento, el cuello
femenino.
—Ya se lo he dicho. Pensé… Brooke pensó… —musitó con un hilo de voz.
No había duda. Tyler estaba completamente borracho. O completamente
loco. Era lo mismo, ambas cosas le traerían problemas si no lo enviaba
rápidamente a su cuarto.
—¿Quién quiere hablar de Brooke ahora?
—Es que ella dijo… pensó que…
—¡Demonios! ¿Es que nunca se calla?
Tyler la silenció apresando los labios palpitantes bajo los suyos. Deseaba
hacer aquello desde que la conoció, no pensaba en otra cosa en realidad, y la idea
empezaba a obsesionarlo… Se había resistido cada minuto desde entonces, pero ni
un monje podría ser inmune a la tentación de aquel suave acento, al hechizo de su
mirada… Ella se lo había buscado, provocándolo, retándolo todo el tiempo con su
jerga incansable y sus inagotables virtudes, que ahora también incluían demoler
todas las barreras que Tyler había levantado para protegerse de su influjo.
Su boca hambrienta la redujo de inmediato, la desarmó. Era cálida y
apremiante y requería una rendición total. La lengua de Tyler se abrió paso entre
los dientes de la mujer y atrapó la suya, una y otra vez, abandonándola después a
su suerte para trazar un ardiente recorrido en las comisuras, en la línea superior
del labio...
Amanda se abandonó momentáneamente al placer y a la sorpresa de que
Tyler besaba como nadie que hubiera conocido antes. Acarició con la punta de la
lengua la cicatriz de su labio, lamiéndola con suavidad y escuchando al instante un
ronco gruñido que brotaba de la garganta de Tyler. Sintió cómo apretaba las
caderas contra ella.
Tyler no podía pensar con claridad. Amanda Abbot sabía a mujer, a ternura,
a coraje y a problemas... Estaban peligrosamente cerca; su pecho contra aquellos
senos colmados que se elevaban con agitación bajo la camiseta, su pelvis contra la
cintura de ella, descendiendo y elevándose en un rítmico movimiento que era
preciso detener antes de que le arrancara la ropa e hiciera con ella lo que quería
hacer desde el primer momento en que la había visto.
No supo cuánto duró. Amanda había perdido la noción del tiempo desde la
frase haría lo que me apeteciera con usted. Cuando la soltó, se alegró de que Tyler
hubiese bebido y por la mañana, no pudiera recordar la pasión con que había
correspondido a sus caricias. De momento, la observaba con una mezcla de culpa y
diversión en la mirada que la crispó a pesar de la excitación.
—Eso está mejor —comentó complacido por su mutismo, aunque frustrado
porque la excitación no desaparecía para dar paso a los remordimientos—.
Entonces, ¿de qué estábamos hablando?
Amanda lo empujó con fuerza. Así que se trataba de eso. ¡Maldito
arrogante! Ese era el modo en que aquel tipo daba por concluida sus discusiones.
Pues le demostraría que se equivocaba de mujer. Aunque tal vez no ahora. Tal vez
lo hiciera al día siguiente, cuando su cuerpo y su cerebro estuvieran de acuerdo
sobre las partes de Tyler que merecían sobrevivir a su furia.
—Tyler McKenzie…, espero que tenga una buena excusa para esto.
Él encogió los hombros en aquel gesto suyo que la enervaba.
—Nena, la única excusa es que habla demasiado.
—Ya veo que no. —Amanda escapó de su lado y se dirigió a su habitación,
cerrando la puerta en sus narices al ver como la seguía hasta allí.
Lo oyó detenerse al otro lado de la puerta y llamarla en voz muy baja:
—Abbot…
Rezó porque no la derribara a patadas. Aún trataba de poner en orden sus
ideas. Y analizar aquello de los hombres como yo no son para las mujeres como usted.
Pero ¿qué se había creído aquel engreído? ¿Acaso pensaba que iba a caer rendida a
sus pies solo porque… era fuerte y atractivo y pronunciaba su nombre de aquel
modo que seduciría a una santa?
De ninguna manera. Tyler McKenzie estaba muy equivocado si creía que
ella sucumbiría a cualquier tentación que tuviera su nombre asociado. Por
supuesto que no era su tipo. Por supuesto que no tenía intenciones de llegar a
aquella clase de intimidad con él. Sin embargo… Se mantuvo pegada a la puerta,
por si seguía al otro lado. Respiraba agitadamente y lo achacó a su enfado. Aunque
siendo sincera, no estaba segura de si le apetecía echarlo de su cuarto o invitarlo a
pasar para terminar lo que habían empezado. Por fortuna, él ya se había marchado
y no tuvo que tomar esa decisión. Suspiró, resignada a pasar otra noche más en
vela gracias a su fastidioso aunque atractivo anfitrión.

***
Brooke había madrugado mucho y, a las seis y media, ya tenía preparado
todo un manjar para las dos personas que se sentaban cabizbajas a la mesa.
—¿Has pasado mala noche, Tyler? —preguntó, tan observadora como era
costumbre en ella. Se volvió hacia Amanda con expresión ceñuda—. ¿Amanda?
¿Estás bien?
—Muy bien, gracias. —Concentró su rabia en engullir todo lo que Brooke
iba depositando en su plato.
Tyler, por su parte, solo tomó café y mordisqueó una tostada con desgana.
Ante tal panorama, Brooke anunció que, como ya había desayunado antes que
ellos, iría al establo a ver a los caballos. «Muy lista, Brooke. Pero preferiría que te
quedaras», quiso decirle. Aunque Brooke ya salía por la puerta canturreando una
vieja canción country. Amanda recogió los platos y los llevó al fregadero,
remangando su camisa para comenzar a lavarlos.
«Qué ilusión», pensó sarcástica. Siempre había soñado con pasar sus
vacaciones realizando todo tipo de tareas domésticas en un rancho de Texas donde
el lavavajillas era el gran ausente y un vaquero con mal genio le hacía
proposiciones indecentes bajo los efectos del alcohol. Aunque no lo veía, supo que
Tyler también había abandonado la mesa y se colocaba tras ella. Podía sentir su
respiración lenta y acompasada muy cerca de su nuca. Recogió sin mirarlo la taza
que él había utilizado para el café y la dejó caer con brusquedad en el agua,
salpicándolo a propósito.
Tyler la tomó por los hombros con sospechosa delicadeza, obligándola a
darse la vuelta para mirarla a la cara.
Vaya. Tyler McKenzie empezando el día sin sus habituales modales de
lunático organizador. Aquello sí era una novedad. Amanda se preguntó si se
trataba de otro truco en el que, una vez más, su dignidad terminaría convertida en
conejo en el interior de su gastado sombrero de cowboy.
—¿Está enfadada? —preguntó, y de no ser por el brillo de sus ojos, Amanda
habría caído en la trampa.
El muy desgraciado… Lo estaba pasando en grande interpretando para ella
el papel de arrepentido que no se arrepentía de nada.
—Claro que no —mintió, consciente de que eso le dolería más que cualquier
bofetada. Sin duda, el mejor golpe era el que le propinaba directamente a su ego—.
¿Por qué habría de estarlo?
Tyler arqueó las cejas, confuso.
—Porque ayer me comporté justo como esperaba que lo hiciera. —Y añadió
al ver que ella no decía nada—: Como un vaquero bruto y sin modales.
—Cuanta benevolencia consigo mismo, McKenzie… Bruto y sin modales ha
sido su tarjeta de presentación desde que lo conozco —comentó mordaz y le fue
pasando los platos para que los secara y los colocara en su sitio.
—Así que una mujer rencorosa.
—Así que un perfecto grosero —contraatacó, golpeándole a propósito los
dedos con la vajilla.
—Grosero es una palabra muy… inglesa —observó Tyler con una pizca de
diversión que desapareció al ver como ella apretaba los labios.
—Soy inglesa, McKenzie.
—Aun así, está enfadada —insistió.
—¿Y qué si lo estoy?
Tyler colocó el último plato y sonrió.
—Dígame qué quiere.
Amanda encogió los hombros.
—Vamos, diga algo —la instó él—. Haré lo que sea con tal de que no me
denuncie ante el sheriff cuando regrese. O ante Brooke, que es mucho peor que la
maldita Santa Inquisición. Cameron y ella se harán un llavero con mis genitales si
les cuenta lo de anoche.
—Entiendo. Entonces es por Cameron y Brooke —concluyó, furiosa porque
en el fondo, a él le importaba un rábano si ella se sentía violenta por lo del día
anterior.
Siendo sincera, furiosa porque no había pegado ojo, imaginando todo tipo
de escenas muy picantes en las que Tyler descubría lunares y sabores nuevos en el
hueco de su garganta.
—Y por mis buenos vecinos, que organizarán un motín si su preciosa
fotógrafa inglesa interrumpe sus vacaciones por mi culpa —rectificó Tyler.
«Qué desgraciado…», seguro que había dormido a pierna suelta.
—¿Tanto le preocupa lo que piensen? —ahora era ella quien se burlaba.
—Menos que nada, en realidad —confesó Tyler—. Pero usted se irá dentro
de unos días. Y yo tengo intención de pasar aquí el resto de mi vida. No sería
inteligente por mi parte ganarme el odio de mis vecinos.
—Claro. ¿Por qué si no?
—Está bien, negociemos. Él le apartó un mechón que le caía sobre los ojos, y
Amanda lo fulminó con la mirada. Tyler retiró su mano al instante—. Su silencio a
cambio de…
—Una disculpa... y que parezca sincera —contestó ella, plenamente
convencida de que vería derretirse la nieve antes de que él aceptara. El señor me
tragué un barril de orgullo cuando era pequeño… ¿disculpándose? Por supuesto, no la
decepcionó.
—Nena…, yo nunca me disculpo —dijo Tyler sin dejar de sonreír—. Por si
lo ha olvidado, esta es mi casa. Y en mi casa, todo cuanto hay en ella es mío. Y
anoche, eso también la incluía a usted.
—¿Eso cree? —Amanda se humedeció los labios, ignorando que aquel único
gesto ya hacía que Tyler se sintiera tentado a repetir lo que motivaba aquella
discusión—. Ni se le ocurra pensar que soy una de sus vacas, Tyler McKenzie.
Quiero esa disculpa o tendrá que explicarle a Brooke y Cameron por qué voy a
hacer mis maletas ahora mismo.
—¿Bromea? —Él apenas podía pensar en otra cosa que no fuera el
movimiento de aquella lengua sobre sus labios carnosos.
—¿Le parece que esté bromeando? —Amanda imitó el tono grave de su voz.
—¿Qué tal una avería en la furgoneta, tres terneras enfermas y un par de
cervezas en el bar de Ray? ¿Vale como disculpa?
Tyler comprendió que su conato de chiste no había tenido el efecto deseado
a juzgar por la seriedad de la expresión de ella. Abbot merecía esa disculpa solo
por el valor que tenía al exigírsela. Pero no la conocía tanto como para sincerarse
hasta la médula. No podía confiarle sus inquietudes y arriesgarse a que las largase
a los cuatro vientos a la menor oportunidad.
—¿Qué tal… lo siento?
Amanda le quitó el paño de cocina de las manos y lo colgó. Para ser la
primera vez, Tyler no lo había hecho tan mal. Conociéndolo, haría una muesca en
la pata de su cama para recordar aquel simulacro de humillación el resto de su
aburrida vida de vaquero.
—Me valía lo de la avería. Pero me alegro de que haya picado. —Sonrió y
tiró de su brazo para que la siguiera al exterior de la casa—. Y ahora, señor
McKenzie, quiero que me haga de guía sin rechistar. O después de todo, me veré
obligada a delatarlo. Lo del llavero con sus genitales es demasiado tentador.
Tyler no rechistó. Estaba cansado. Había sido una semana muy dura. Y, qué
diablos, ¿por qué no? Amanda Abbot prometía ser mucho más interesante que su
rutinaria partida al billar de los sábados.
—Eso es extorsión. Pero acepto. —Le tendió la mano para sellar el trato, y el
leve apretón de los dedos femeninos lo trastornó seriamente. Los apartó de
inmediato, aunque no tan rápido para no apreciarlo. Allí estaba otra vez. Aquella
especie de descarga eléctrica que hacía que quisiera salir corriendo en otra
dirección. Ella también parecía haberlo sentido y, para no ser menos, fingía lo
contrario—. Y ya que tengo que soportar su compañía… creo que ha llegado el
momento de tutearnos… Amanda. ¿Te parece bien?
Amanda no lo había pensado. Por supuesto, era lo normal. De hecho,
acababa de caer en la cuenta de que seguía dirigiéndose a él con aquella
formalidad tan inglesa, la que solía emplear con los demás cuando necesitaba
mantener las distancias. Reconoció que había sido una estrategia de su
subconsciente, tal vez porque la presencia de Tyler amenazaba seriamente su
equilibrio emocional.
—Supongo que sí —aceptó, desconfiando sin querer de sus buenas
intenciones.
Era obvio que Tyler aún no había cejado en su empeño de desanimarla para
que se largase y que aún la consideraba una intrusa. Pero le había gustado besarla.
O era el mejor actor que conocía. También a ella le había gustado. Lo meditó un
instante, alarmada. ¿Un trato más familiar era sensato? ¿Qué tipo de libertades
esperaba tomarse aquel vaquero a partir de ahora? No es que le preocupara, claro.
No estaba buscando una aventura y aunque así fuera, McKenzie estaba
completamente fuera de la lista de posibles candidatos. Su desastroso currículum
sentimental, como lo había llamado Kitty, aún no incluía el tipo vaquero arrogante y
emocionalmente impotente. Podía manejar a los tipos como él y mantenerse a salvo,
segura… Solo había respondido a su beso porque se sentía vulnerable y sola y
porque uno de los dos había bebido más de la cuenta. Ni pensar en que aquello
podría ser el preludio de… ¿De qué podía serlo? Vaya… comenzaba a tener
jaqueca con tantos planteamientos. Lo miró con el ceño fruncido, preguntándose si
estaría pensando lo mismo.
—Aunque eso no significa que te haya perdonado.
Tyler esbozó una sonrisa.
«Una de esas que hacen que una mujer quiera perder la compostura y
portarse de un modo escandaloso», pensó Amanda.
—Amanda…, cuando acabe contigo, dirás que soy el tipo más encantador
de todo Texas —sentenció con teatralidad.
Amanda tragó saliva. Aquello de cuando acabe contigo podía interpretarse
de muchas maneras. Por desgracia, todas sus interpretaciones incluían una imagen
indecente y ligera de ropa de aquel vaquero, y, en todas, ella era una chica mala
que lo animaba a quitarse todo excepto las botas.
Tyler le hizo una seña para que lo siguiera. Se dijo que mantendría firme su
propósito de no acercarse a ella más de lo necesario. Y eso equivalía a una
distancia lo bastante prudente como para no oler su cabello ni sentir sus manos
pequeñas y suaves apoyándose en su brazo. Pero no había nada de malo en pasear
junto a ella y mostrarle algunos lugares hermosos de los que podría sacar unas
buenas fotos. No había nada de malo en escuchar su parloteo durante un par de
horas. Eso no era peligroso. Excepto si ella lo miraba con aquellos ojos color miel
que invitaban a la lujuria. «Pequeña tramposa, me quiere en su terreno… No dejaré
que lo haga», se dijo mientras le abría la puerta de su furgoneta y la invitaba a
pasar.

***
Amanda se cubrió los ojos con las manos para no verlo. Por su parte, Brooke
reía abiertamente y animaba a gritos al intrépido jinete que cabalgaba sobre la
arena. Tyler había caído tres veces, pero era cabezota y se levantaba en cada
ocasión con más ganas de dominar la voluntad del animal.
—Señorita Abbot…, se está perdiendo el espectáculo.
Amanda retiró las manos con cautela y miró de reojo al recién llegado
abriendo un único ojo. Wes Johnson, el joven veterinario local al que todos
apodaban familiarmente Doc, la observaba con expresión divertida.
—Hola, Doc —lo saludó, mordiéndose los labios cuando el caballo pinto de
Tyler relinchó y estuvo a punto de lanzarlo por los aires.
No es que le importara que aquel engreído acabara con los huesos en la
arena. Tyler McKenzie podía hacerse papilla practicando cualquiera de sus
habituales actividades de vaquero pedante. No le importaba. Pero… ¿era
totalmente necesario que la obligara a mirar mientras sudaba y se contoneaba
como un loco a lomos del pobre animal?
Por Dios, ahora comprendía porqué al Salvaje Oeste lo llamaban el Salvaje
Oeste. No concebía nada más salvaje —en todos los sentidos— que la imagen de
Tyler sobre su caballo, un brazo sujetando las crines y el otro agitando su sombrero
en el aire como si fuera la viva estampa de un anuncio de cigarrillos Marlboro.
Soltó el aire de los pulmones al ver que Tyler recuperaba el equilibrio en el animal.
—No sufra, Abbot. El año pasado, Tyler obtuvo la puntuación más alta en
Fort Worth. En dos categorías: la monta a pelo y el paso de la muerte —informó Doc,
tirando de la trenza de Brooke para hacerla rabiar.
—¿El paso de la muerte? Creo que ni siquiera quiero saber qué es eso. —
Amanda se inclinó sobre la valla de madera que cercaba el terreno, fingiendo que
la atractiva pose de Tyler no atrapaba su mirada en la distancia.
—Te lo va a contar de todas maneras. —Brooke empujó a Doc, obligándolo
a permanecer entre ambas, pegado a la valla.
—Está bien, si no queda más remedio… dispara —se resignó Amanda,
segura de que su explicación contendría todos los ingredientes que convertirían al
todopoderoso Tyler en un héroe nacional.
—El paso de la muerte es la prueba más peligrosa de los rodeos. —Doc puso
cara de médico sabelotodo—. El jinete monta a pelo su caballo y corre
paralelamente a una yegua bruta hasta colocarse lo más cerca posible. Entonces,
salta sobre ella, sosteniéndose únicamente por las crines de los dos animales, y
recorre la arena entre ambos hasta que lo tiran o se lanza al ruedo.
—Qué interesante —comentó Amanda sin ocultar que el acontecimiento no
despertaba en ella mayor interés, básicamente porque toda su atención se centraba
en la dominante musculatura de Tyler en movimiento.
—Y rentable. Cinco mil dólares por cada prueba ganada. Tyler se está
preparando para la próxima temporada. Quiere el botín de los cincuenta mil.
—¿Cincuenta mil? —los ojos de Amanda se abrieron de par en par al
escuchar la cifra.
—Si vence en todas las categorías, sería un hito en la historia —asintió
Brooke.
—Eso será si antes no lo mata ese jamelgo rebelde que pretende domar —
observó Doc, quitándose la cazadora con galantería para cubrir los hombros de
Brooke—. Hace frío, mocosa. Vas a pillar un resfriado con ese modelito de infarto
que llevas. ¿Tyler lo ha autorizado?
Brooke le sacó la lengua como respuesta. Llevaba un vestido sin mangas
que Amanda le había regalado después de comprobar que los estofados caseros,
los tacos y el tequila habían aumentado una talla en su cintura y caderas. Aunque
no sentía pena por ello. A Brooke le quedaba genial y, al parecer, Doc pensaba lo
mismo.
Espió sus miraditas furtivas… Vaya, el romanticismo planeaba sobre sus
cabezas sin que ninguno de los dos fuera consciente de ello. Amanda temió que
Tyler también lo apreciara y cabalgara hacia ellos, saltara la valla haciendo alarde
de sus acostumbrados modales de hombre de las cavernas, y se abalanzara sobre
Doc para hacerle tragar todos los dientes de su atractiva sonrisa.
Por suerte, Tyler estaba concentrado en la doma del animal y no podía oír la
orquesta de violines que se desataba entre aquellos dos. Amanda les dejó algo de
intimidad y siguió con los ojos los movimientos del jinete. Con sorprendente
destreza, en unos minutos había logrado controlar la situación y el caballo parecía
dispuesto a rendirle pleitesía a cambio de una triste zanahoria que él le ofrecía al
desmontar.
«Muy propio», pensó con fastidio. Los hombres como Tyler McKenzie
siempre se salían con la suya y obtenían del mundo cuanto querían a cualquier
precio. Estaba en sus genes indómitos que fuera de aquel modo y que, además, la
observara con aquella expresión autosuficiente como si esperase que ella le
aplaudiera por la hazaña. Lo vio aproximarse y saludar a Doc con un gesto, mirar a
Brooke con desaprobación, seguramente a causa del vestido, y gruñir algo
parecido a un adiós dirigido a ella.
—Está loco por mí —bromeó Amanda cuando Tyler se alejó lo bastante para
no escucharla.
—No se lo tomes a mal, Amanda. Tyler no está acostumbrado a tener tanta
compañía femenina. —Brooke rozó la mano de Doc por casualidad, y él se alejó
con evidente turbación.
—Tengo que irme. Dile a Tyler que volveré mañana para ver cómo sigue la
yegua preñada —murmuró y huyó hacia la camioneta como si lo persiguiera el
diablo. Brooke sonrió con malicia.
—Creo que lo tienes en el bote —sentenció Amanda, caminando con ella
hacia la casa.
—Tiene miedo de que Ty quiera matarlo si se entera. —Brooke suspiró—.
Aunque tendrá que enterarse. Porque quiero a Doc. Y no permitiré que ese cabeza
de chorlito espante al único hombre que se atreve a cortejarme en este pueblo.
—Seguro que no es tan grave —la tranquilizó, pero sus palabras perdieron
credibilidad en cuanto la voz autoritaria de Tyler comenzó a oírse desde la casa.
Añadió de buen humor—: En cualquier caso, tienes todo mi apoyo.
—Gracias, Amanda. —Brooke apretó sus dedos.
—¡Brooke! ¿Quién demonios ha dejado la puerta abierta? El maldito perro
acaba de comerse mi cena. —Tyler intentaba expulsar al traidor, un infeliz de raza
indeterminada y ojos tristones, de sus dominios. Amanda tragó saliva, rezando
porque Tyler no descubriera a la responsable del descuido.
—Vamos. Mi hermano está a punto de sufrir un infarto y aún no se fabrican
fármacos que funcionen con él. —Brooke asió al animal por el cuello y lo convenció
con una ración de carantoñas que pusieron de peor humor a su hermano mayor—.
Ven conmigo, Troy..., el tío Tyler tiene un mal día.
—Eso es, anímalo a que vuelva a hacerlo —le recriminó, pero Brooke ya se
había marchado canturreando en compañía del perro. Amanda se escabullía hacia
el lavabo, y Tyler la interceptó, clavando sus ojos astutos en ella—. Un momento.
De aquí no se va nadie más hasta que alguien confiese.
—Hombre, Tyler… No es para tanto. No pretenderás que le apliquemos la
pena de muerte a Troy solo porque te ha dejado sin cena —se burló—. Seguro que
tu manual de supervivencia de vaquero trae algún apartado sobre cómo preparar
unos bocadillos en caso de emergencia.
—No te pases de lista, Abbot. —Tyler frunció el ceño, estudiando la
expresión de culpabilidad que se ocultaba tras la fachada socarrona de la mujer—.
Eres culpable. Puedo leerlo en esos ojos tramposos.
—Está bien, lo confieso, he sido yo. —Amanda levantó las manos con
teatralidad—. ¿Qué piensas hacer? ¿Vas a darme unos azotes o qué?
Tyler lo meditó unos segundos. ¿Unos azotes? Debía estar bromeando. La
doma del caballo lo había dejado exhausto y le dolían músculos de los que ni
siquiera sabía deletrear el nombre. Y, gracias a ella, estaba hambriento. Sin
embargo, la idea de darle unos azotes no resultaba tan atractiva como había
esperado. Abbot lo retaba con aquella expresión petulante que lo sacaba de sus
casillas. Y solo podía pensar en lo mucho que le apetecía probar su boca
nuevamente... ya estaba otra vez. Fantaseando con ella. Imaginándola con aquel
pijama diminuto que revelaba toda su feminidad… Imaginándola sin el maldito
pijama o con su propia camisa después de hacerle el amor…
—¿Y bien? —insistió Amanda.
—Voy a asearme… —anunció Tyler, conmocionado por el torrente de
sensaciones que lo atravesaban cada vez que aquella mujer se ponía en su
camino—. Y cuando baje de nuevo, quiero que tengas preparado un manjar digno
de alguno de tus pomposos reyes, ¿estamos?
—Un momento… ¿Qué te has creído? —Amanda no podía dar crédito.
¿Cómo se atrevía a tratarla como si fuera su criada? Exclamó para fastidiarlo—: ¡Ja!
Ni lo sueñes. He pagado por tu hospitalidad, McKenzie. No lo olvides.
—En ese caso, Abbot…, pon un plato más y no te acostarás con el estómago
vacío —ordenó, inclinando el ala de su sombrero para ocultar la expresión
victoriosa de su rostro.

***

Tyler había engullido un insignificante bocadillo de carne y un litro de


zumo de naranja sin pestañear. «Abbot se ha tomado muy en serio mi petición de
preparar un manjar digno de reyes», pensó con ironía mientras la veía recoger con
gesto combativo los restos de aquella copiosa cena. Aunque Brooke había querido
ayudarla, el orgullo de Abbot le impedía compartir con ella su castigo por lo de
aquel viejo perro ladrón. Muy bien, así aprendería la lección. Le gustó aquel
pequeño triunfo. Complacido, aunque seguía hambriento en todos los aspectos,
estiró las piernas y cruzó los brazos sobre el pecho con la intención de disfrutar
plenamente del espectáculo. Abbot refunfuñaba y murmuraba todo el tiempo.
Al terminar su tarea, clavó sus ojos chispeantes de rabia en el hombre para
que apartara las botas de su camino.
—Si no desea nada más, milord, esta plebeya se retira a sus aposentos —le
dijo con tono chirriante y al ver que Tyler no se movía, señaló sus pies—. Tyler…,
ya has visto cumplido tu sueño. Te he servido como una obediente mujer india,
¿qué más quieres de mí?
Tyler la observó en silencio. Era inquietante que lo preguntara. «¿Qué más
quería de ella?» Cielos, la lista podía llegar a ser interminable… Cerró los ojos un
instante, y una imagen que pertenecía al pasado se dibujó con claridad en su
mente.
De repente, tenía veinte años. Conducía una vieja camioneta a la que había
reparado el motor en cinco ocasiones, una que conservaba porque en el asiento
trasero había besado por primera vez a una chica de la que no recordaba el
nombre… un tonto. Un iluso. Aún creía que los sueños podían hacerse realidad en
lugares recónditos como Mentone.
Por aquella época, la vida era relativamente fácil. Había que trabajar duro.
Pero tenía su recompensa. Los chicos, la familia, la sensación de algo bien hecho
que daría frutos y permanecería siempre en sus vidas… Aquellos sueños sobre un
hogar propio y unos hijos y una buena chica que haría que el corazón le latiera
desbocado al terminar la faena diaria… Entonces, nada era igual.
No había hipotecas ni gente ambiciosa que pretendía hacerse con el rancho
para excavar la tierra. No había silencios. Ni rencores. No sentía aquella agobiante
presión que lo impulsaba a ser una especie de superhombre carente de
emociones… Se conformaba. Asumía su papel y lo interpretaba lo mejor que su
condición de tipo duro le permitía, acallando las protestas del chico ingenuo que
había sido, el que aún recordaba vagamente los besos en la vieja camioneta… Sin
embargo, no era más que un hombre. Y en ocasiones como aquella, una simple
pregunta lanzada al aire podía hacer que su pequeño mundo, imperfecto pero
ideal a su manera, se tambaleara a su alrededor.
No le gustaba cuando sucedía. Y sucedía a menudo cuando Abbot estaba
cerca. Lo debilitaba que ella le hiciera recordar aquellas cosas. Lo ponía fuera de
juego cada vez que ella era encantadora y animosa, cada vez que sonreía para todo
el maldito pueblo y reservaba su ácido y flemático sentido del humor para él.
Abrió los ojos y comprobó que Amanda aún esperaba su respuesta.
—Aún no he terminado contigo, señorita Abbot… Dime por qué una mujer
como tú vendría sola a un lugar como este —fingió que lo soltaba sin pensarlo…
otra vez se mentía.
Había meditado aquella pregunta desde que la conocía. Porque, ¿para qué
engañarse? Era un hecho que Abbot lo atraía como la miel a la abeja. Era obstinada
e impulsiva. Y sincera en todas las ocasiones en las que lo obsequiaba con alguna
opinión que él no quería escuchar o alguna observación sarcástica sobre su mal
carácter.
La miró a los ojos, intrigado. Abbot ocultaba la mirada y se mordía el labio
inferior en un gesto involuntario. Mala señal. Empezaba a conocerla y sabía que la
contención no era una de sus virtudes. Ahora, ella se examinaba la punta de los
pies como si esperase encontrar en ellos la respuesta. Así que tenía sus secretos…
Interesante. Inquietante. Aquello no tenía por qué alarmarlo, pero lo hacía.
Le preocupaba que los pensamientos que se guardaba lo hicieran sentir inseguro.
No la conocía tanto, después de todo. ¿En qué pensaba mientras espiaba su rostro
tenso a hurtadillas? Abbot se mostraba visiblemente nerviosa. ¿Un hombre
quizá...? La idea no le gustó. Contra su voluntad, se torturó imaginando de cuantas
maneras le habría hecho el amor aquel tipo desconocido que no había sabido
retenerla… La sangre le hirvió en las venas, y atrapó en el aire la mano que
pretendía apartarlo para romper la barrera que eran sus piernas extendidas frente
a ella.
Tiró de ella y la obligó a inclinarse hasta que pudo sentir su aliento
entrecortado en el mentón apretado. Le habló al oído, suavemente,
peligrosamente… «Pequeña tramposa…». Quiso arrancarle una confesión, la que
fuera… Una que la convirtiera en una mujer débil, en una cobarde, en alguien a
quien no pudiera desear… la odió un poco por no dársela, por dejarle el mismo
sabor de boca de siempre, aquella sensación frustrante… «Eso es, Tyler…, busca en
su interior, tal vez encuentres algo que no te guste en ella, tiene que haber algo…».
Pero no. Abbot era preciosa. Era valiente y terca. Demasiado mujer,
demasiado femenina incluso cuando la obligaba a vestirse como un payaso para
aplacar las tentaciones. Todo en ella era deseable de un modo que apenas podía
controlar. Insistió con el arma que solía utilizar cuando los labios cercanos de
Abbot lo volvían blando y vulnerable.
—Tarde o temprano, Abbot, tendrás que quitarte tu careta… Nnadie es tan
encantador. Ni siquiera tú, nena.
—Suéltame… —murmuró Amanda.
Tyler no se movió. La acercó más a él, dejándola caer con brusquedad sobre
sus rodillas y rodeándola con los brazos para evitar que se escabullera. El suave
cabello se enredó en su boca de manera deliciosa. Lo olió y contuvo la respiración,
enterrando la nariz en el hueco entre los mechones que conducían a su nuca.
«Bruja…».
—Tyler, suéltame…
—Antes, contesta a mi pregunta —pronunció las palabras contra la piel y
percibió cómo ella se estremecía en sus brazos—. ¿De qué huyes, Amanda Abbot?
—No tienes derecho… No puedes hurgar en mi mente… —replicó Amanda,
cerrando los ojos con fuerza para detener el impulso de girar sobre su regazo y
besarlo.
No estaba bien… Polos opuestos no podían atraerse tanto, a pesar de las
estupideces que decían los test de las revistas del corazón. Sin embargo, los fuertes
latidos del pecho de Tyler golpeaban contra su espalda. Su aliento acariciaba
suavemente la piel de su cuello, enviando intensas oleadas de placer a todo su
cuerpo. Los malditos test no decían nada sobre cómo resistirse a algo así.
—Hay algo en ti que me desconcierta, Abbot. Porque... —su boca se movía
como una sinuosa serpiente sobre su pelo—… todo el tiempo te deseo… y todo el
tiempo sospecho que me meteré en un lío si te hago el amor…
—Nadie te ha… invitado…, vaquero… —Amanda apenas podía articular
las sílabas. No podía pensar con claridad. Bajo sus nalgas, toda la hombría de Tyler
latía para demostrarle que no exageraba una palabra.
—Mientes. Me invitas, me seduces… Sabes que lo haces… cada vez que me
miras… Siempre que estás cerca… o lejos, da igual… Puedo notar tu presencia, en
la casa, en la cocina, en cada palmo de tierra que pisas... aunque no estés… Eres
una auténtica embaucadora, Abbot. Una mentirosa vendedora de sueños, una
araña tejiendo su tela para hacerme caer en ella... Pero te deseo. Me muero por
estar dentro de ti, por borrar con mi boca el rastro de cualquier amante que hayas
tenido antes… ¿Crees que estoy loco?
Amanda gimió. Escuchó su risa grave y estaba a punto de dar media vuelta
y colocarse a horcajadas sobre sus muslos, cuando Tyler la liberó repentinamente.
Parpadeó confusa. No entendía nada…
—Puede que lo esté —Tyler se respondió a sí mismo. La observaba con una
mezcla de resentimiento y apetito que la desconcertó—. Pero no lo estoy tanto,
Abbot.
—¿Y eso es… todo lo que tienes que decir? —Se incorporó de un salto y lo
miró fijamente, aturdida aún por la sensualidad de su caricia.
—No. —Tyler también se puso en pie. Su elevada estatura la dominó al
instante. Sus bocas estaban muy cerca, pero no la besó.
«Cuánta fuerza de voluntad», pensó Amanda con ironía.
—Tengo algo más que decirte, Abbot. Te deseo, ya lo sabes. Y puedo
tenerte, eso también lo sabes. Así que te daré un consejo y, por tu bien, espero que
lo aceptes. Mantente alejada de mí. Porque soy un lobo hambriento y, desde que te
conozco, eres el maldito primer plato de mi menú. Estás advertida. Y ahora sí he
terminado contigo. Huye, huye, Abbot…
Amanda iba a decirle algo. Iba a decirle que estaba equivocado, que no
podía manejarla a su antojo, ni encenderla como la antorcha de los juegos
olímpicos y enfriarla con una declaración cargada de vanidad… Pero no habló.
Sabía que Tyler tenía razón. Podía hacer todo aquello que había descrito.
También lo deseaba. Como se desean las cosas prohibidas, las que te harán daño a
pesar de las advertencias y las voces de la razón… Polos opuestos.
Diametralmente. Tyler no sabía o no quería utilizar su corazón. Ella lo protegería a
toda costa con tal de no sentir nuevamente la sensación de vacío que quedaba
cuando lo que te importaba desaparecía. Sabía estar sola y fingir que era fantástico
ser un espíritu libre e independiente. Se le daba muy bien en realidad. Era Lori
Chase, experta en interpretar la vida de otros, experta en el arte de la
supervivencia.
—No vuelvas a jugar conmigo —le advirtió Amanda, añadiendo con
expresión enigmática—: Me subestimas… y no deberías. Incluso los tipos duros y
arrogantes tienen un minuto de flaqueza. ¿Alguna vez has oído hablar de Judit y
Holofernes4? Cuidado, McKenzie… A veces, una sola noche es suficiente para

4
N.A.: Personajes de origen bíblico. Los textos cuentan como el rey Nabucodonosor ordenó a su
general Holofernes el asedio de la ciudad de Betulia. Judit, mujer judía, viuda, bella y virtuosa,
derrota finalmente al general, embaucándolo con su hermosura y la sabiduría de sus palabras, y
cortándole la cabeza con su propia espada.
vencer cualquier resistencia.
Tyler apretó la mandíbula. ¿De qué diablos estaba hablando? ¿Quién rayos
era ese Holofernes? Estuvo tentado en preguntárselo, pero temía que si la retenía
de nuevo, todo su autocontrol se iría al infierno. La dejó marchar. Qué lista era.
Volvía a abandonarle perplejo, con ganas de discutir sobre aquel asunto del que
hablaba, sobre la flaqueza y la resistencia. Impresionado hasta la médula por su
habilidad para decir la última palabra, a pesar de que ambos sabían muy bien
adonde los conduciría el próximo encuentro. Sacudió la cabeza, aturdido. Lo tenía
merecido. Por… ¿cómo había dicho?, subestimarla.

***

—Aún no hemos recibido nuestra pasta. —El tipo giró el rostro ligeramente
para escupir muy cerca de las botas de su socio, quien las apartó con fastidio—. Mi
socio está cabreado. No le gusta esperar.
—Tendrán su dinero cuando el trabajo esté hecho —aseguró la voz al otro lado
de la línea de teléfono—. Puede decirle a su socio…
—Dígaselo usted mismo. —El tipo le pasó el auricular al otro y echó un
vistazo alrededor. La cabina estaba situada en uno de los laterales de la gasolinera
y una camioneta se detuvo cerca para repostar. Esperó a que terminara y le hizo
una seña al hombre para que hablara.
—Lo escucho. Pero más le vale que lo que vaya a contarme me guste, amigo
—advirtió con tono peligroso.
—Señor…
—Nada de nombres. Dígame que ha efectuado esa transferencia y sus
problemas con los McKenzie habrán acabado.
—Escuche… —el volumen disminuyó notablemente antes de continuar. Muy
astuto. Los peces gordos se cuidaban de que nadie escuchara los detalles de sus
transacciones al margen de la ley—. Mis clientes son gente muy influyente. Y muy rica.
Pero no soltarán un dólar hasta que tengamos alguna prueba tangible de que son ustedes
competentes para llevar a cabo este encargo. Esto no es un intercambio de cigarrillos en esa
prisión federal donde cumplía condena. Deme algo que pueda ofrecer a mis clientes y
tendrán su dinero.
—Joder…, le dimos una buena paliza a ese cabrón —siseó entre dientes—.
No es culpa nuestra que el tipo tenga dura la mollera.
—No es suficiente. Tyler McKenzie no venderá solo porque un par de matones le
enseñen los dientes en una pelea callejera.
—¿Y qué quiere? ¿Que lo matemos y le enviemos su cabeza en una bolsa de
Happy Meal? —acompañó su chiste de mal gusto con una risa seca.
—No se pase de listo —la voz del teléfono se impacientaba—. Digamos que…
preferimos que nadie salga herido. Pero aceptaríamos algún daño colateral si fuese
absolutamente necesario.
—¿Cómo de colateral? Explíquese.
—Mis clientes opinan que los McKenzie necesitan una señal inequívoca, algo que
les haga comprender a quien se enfrentan… Ya me entiende.
Los ojos del hombre se entornaron con expresión maliciosa. Así que una
señal… Malditos ricachones. Se quedarían allí sentados, en sus elegantes
despachos de la Quinta Avenida, esperando como aves de rapiña un buen cadáver
al que hincar el diente. Lo tendrían, podían estar seguros.
—Tendrán su maldita señal. Y tendrán a los McKenzie contra las cuerdas.
Pero queremos nuestra pasta. Y no olvide añadir un suplemento por enviarnos a
este pueblo de mala muerte —le advirtió amenazador antes de colgar. Miró a su
socio. Se entretenía soltando piropos soeces a una mujer que acababa de detener su
vehículo cerca de ellos—. Déjalo ya, pedazo de imbécil. Estás en libertad
condicional. ¿Quieres que todo el mundo se quede con tu fea cara?
—No te pongas así, hombre. Estaba matando el rato…
—Cállate. Tenemos trabajo.

***
Londres, estudios de la BBC One

—A ver. Repíteme otra vez eso que has dicho. Y esta vez, despacio, que
tengo jaqueca.
La voz de Ewan sonaba peligrosamente tranquila mientras tomaba sorbitos
de capuchino con nata y repiqueteaba con su lápiz sobre el denso cuaderno.
—Ya me has oído. Esto es lo que opino del guión del capítulo trescientos
uno. —Kitty le arrebató el lápiz, arrancó las primeras páginas de la encuadernación
y las hizo pedazos ante la atónita mirada del director.
Los ojos azules de Ewan se convirtieron en dos delgadas líneas en mitad de
su pálido y operado rostro aniñado.
—John Larabee es uno de los mejores guionistas de la BBC, cariño —le
recordó, recuperando su lápiz y retorciéndolo entre los dedos.
«Mala señal», pensó Kitty. Presagiaba que en cualquier momento Ewan
empezaría a dar gritos como un energúmeno pidiendo su inhalador para el asma
imaginaria que sufría ocasionalmente.
—No puedes afirmar que su trabajo es mediocre y quedarte tan fresca,
Kitty… querida.
—No he dicho mediocre, Ewan. Lo que he dicho, exactamente, es que su
capítulo era una mierda —replicó Kitty y decidió acelerar el estallido de Ewan,
quitándole nuevamente su lápiz, partiéndolo por la mitad y arrojando ambas
partes sobre la mesa. Apoyó las palmas y se inclinó para demostrarle al director
que, puestos a montar un circo, ella era capaz de domesticar leones mucho más
fieros—. Escucha, Ewan, voy a ser muy sincera y asumiré que esto puede costarme
el puesto y a ti otra crisis de ansiedad. Pero ya me conoces, soy implacable con la
basura, me gusta barrerla antes de que contamine la casa. Si aceptas que Larabee
ponga sus manos decrépitas sobre la serie y la convierta en otro culebrón del
montón, lo dejo.
—¿Comparas el ingenio de Larabee con basura? Querida Kitty, eso es
presuntuoso incluso para alguien con tu talento —advirtió, protegiendo con su
vida el guión ante la sospecha de que la mujer pretendía lanzarlo por la ventana
del edificio al menor descuido.
—Ewan, seamos francos. John Larabee no ha escrito una sola palabra con
chispa desde aquel capítulo de Los Ropper. Y eso fue hace más de cuarenta años —
le recordó con una sonrisa—. Lo siento, pero no lo permitiré. No dejaré que ese
carcamal con almidón en los calzoncillos y bombín tire por la borda el éxito de
Quédate Conmigo.
—Es mi serie, no lo olvides. —Ewan apretó los labios y la nata de su
capuchino le dejó un gracioso bigote que arrancó a Kitty otra sonrisa, esta vez
divertida.
—Muy bien. Entonces, ya está todo dicho.
—Me alegra que seas sensata. Larabee goza de una reputación en la cadena.
Y tiene una gran influencia sobre otros señores que también se almidonan los
calzoncillos y, por cierto, pagan nuestras facturas —comentó, complacido por la
aparente victoria.
—Pues qué bien por él. Y por ti. Haréis buena pareja. Bésalo en la boca de
mi parte, ¿quieres? Con lengua. —Recogió el bolso y se lo colgó al hombro,
dirigiéndose hacia la puerta del elegante despacho.
—¿Y eso qué significa?
Kitty suspiró, clavando los ojos en la placa dorada de la pared, un premio
otorgado al equipo por el éxito apoteósico de la serie de mayor audiencia en la
última década.
—Ya conoces la respuesta.
—Ni te atrevas a decirlo, Kitty Barret —la amenazó Ewan, más pálido que
de costumbre.
—Ya lo he dicho, Ewan. Abandono. ¿Quieres La Casa de La Pradera, Con Ocho
Basta…? Muy bien, contrata a Larabee. Pero no cuentes conmigo para eso —dijo
mientras parecía la mujer más segura del mundo.
—No puedes abandonar. Tienes un contrato —chilló el hombre con rabia.
—Diez capítulos, Ewan. Y después, lo dejo.
—¡Te demandaré si firmas con otra cadena!
—Y yo le contaré a la prensa lo de tu operación de párpados y esa
aventurilla con el chico cubano que interpretaba a Paco la temporada pasada… —
Kitty le lanzó un beso al aire, y otra sonrisa al ver como ahora su piel adquiría una
tonalidad azul violeta—. ¿A qué no adivinas a quién harán picadillo en las revistas,
Ewan… querido?
—¡Zorra!
—Ewan, contrólate. Te subirá la tensión arterial. —Se detuvo un instante y
giró sobre los talones para añadir algo. En el fondo, sentía un poco de aprecio por
aquel lunático y lamentaba el fin de una relación profesional que había durado
cinco largos años. Pero convertir la serie en una suma de gags copiados de
culebrones del siglo pasado era algo inaceptable. Tuvo la certeza de que había
llegado el momento de cerrar aquella etapa. Lástima por Ewan. Y bravo por el
octogenario señor Larabee, de vuelta a las andadas tras rehabilitarse por su
adicción a las jovencitas y los antidepresivos. Otro suspiro.
—Te prometo que serán los mejores diez capítulos que he escrito nunca,
pero eso será todo. Creo que necesito probar cosas nuevas. Tal vez escriba una
novela o un guión inolvidable.
—Kitty. Ten piedad.
—La tengo, Ewan. Y te comprendo, aunque quiera matarte. Es una cuestión
de dinero, lo sé. Ellos lo tienen, y tú lo necesitas. Así funciona este mundo. Pero
abandono de todas formas. Nos vemos después de Navidad.
Ewan se derrumbó sobre la mesa de mármol recién pulido. Qué zorra…,
pero tenía razón. Así funcionaba.

***
Mentone, Texas

Tyler empujó la puerta del lavabo que rebotó contra la pared. Había tenido
un día de perros y tenía ganas de asearse y emborracharse para no pensar en nada
más. Dos ganaderos de Tucson habían negociado con la American Food un
contrato millonario que lo dejaba al margen. No había podido competir con sus
magníficos ejemplares cruzados con terneras de la raza Santa Gertrudis. Sus reses
Brahman de grisáceo pelaje eran mejor que buenas y disponía de una buena
partida lista para ser enviada. Pero «no ofrecían garantía de distribución, la
producción es menor, y la carne, más cara», habían dicho llenándose las malditas
bocas de excusas... ¡Al diablo con ellos! Malditos especuladores. «Otra pérdida que
sumaré al balance negativo del año», pensó malhumorado, levantando la mirada.
Sus facciones se helaron al descubrir los ojos de la mujer observándolo
desde la bañera. Estaba completamente desnuda. El agua aún le caía por el cabello
y los hombros, deslizándose lentamente por la prominente curva de los senos que
intentaba cubrir con un brazo mientras, con el otro, abrigaba a duras penas el
diabólico triángulo entre las piernas que atrapaba la mirada del hombre. La visión
le provocó un ligero mareo que ocultó tras su máscara de dureza. ¿Qué hacía allí?
Solo le faltaba aquello para que su mal genio explotara… para que todo él
explotara, porque, ¿a quién quería engañar? La deseaba, esa era la verdad. Abbot
lo ponía a mil por hora. Y no se trataba de algún pequeño detalle que lo
emocionara remotamente porque se sentía solo o agotado. Es que ella lo
aniquilaba. Absolutamente. En conjunto, con ropa, sin ella, refunfuñando,
canturreando con sus desafinados alaridos aquella canción de los ochenta de Bon
Jovi… Absolutamente.
—¿No sabes llamar a la puerta, McKenzie? —Amanda hacía esfuerzos por
alcanzar la toalla que había dejado sobre el lavabo.
Tyler sacudió la cabeza, irritado y excitado a pesar de todo. Cogió la toalla y
se la lanzó con rudeza sin apartar un segundo los ojos. Amanda se envolvió en ella
rápidamente y sacó los pies de la bañera, enfrentándose a la ávida mirada del
hombre.
—Brooke me dijo que podía utilizar cualquier aseo. El de mi dormitorio
tiene alguna cañería obstruida. Dijo que lo mirarías cuando regresaras de la
ciudad.
—No soy tu maldito criado, Abbot —replicó sin apartar los ojos de aquellas
gotas que resbalaban por el hueco de su garganta y morían entre sus senos.
—Ya veo. Tienes uno de esos días. Está bien. No lo hagas. Pero no entres sin
llamar para otra vez —pidió, dándole la espalda y tomando su cepillo para
desenredarse el cabello.
Tyler seguía tras ella, podía verlo reflejado en el espejo, con las facciones
contraídas, los labios apretados y las pupilas dilatadas por algún pensamiento que
debía cruzar su mente y que no compartiría con ella.
—¿Me das órdenes en mi propia casa? —se lo preguntó al oído, y Amanda
sujetó con fuerza el extremo del cepillo para evitar que cayera.
—No es una orden, Tyler. Es el modo en que las chicas inglesas pedimos las
cosas. Con sutileza y determinación —le informó, manteniéndole la mirada a
través del espejo.
—No me digas. Así que sutileza y determinación… —Tyler se había
aproximado un poco más. Apoyó las manos sobre la cerámica del lavabo,
empujándola ligeramente con su pecho hacia delante—. A lo mejor, Abbot…, un
día, te doy una sorpresa.
—¿En serio? ¿Qué harás, Tyler, desaparecer a un chasqueo de dedos? —se
burló, consciente de su cercanía, de su olor, de la silenciosa lucha que se libraba en
su interior mientras ambos se resistían a la evidente atracción que surgía en cuanto
estaban cerca el uno del otro.
—A lo mejor, Abbot… —repitió Tyler, arrebatándole el cepillo de la mano y
dejándolo caer al lavabo—, decido silenciar esa boquita respondona con una buena
ración de mi propia sutileza. Y a lo mejor, me olvido de mis buenas intenciones a
pesar de que te paseas en cueros por mi casa y de que mis hermanos me liquidarán
si te toco…
—Tyler… —Amanda tenía suficiente, y al parecer, sus cuerdas vocales
pensaban lo mismo, ya que su voz sonó como si perteneciera a otra persona.
Todas sus terminaciones nerviosas se habían colapsado peligrosamente con
el simple contacto de su aliento en la nuca. No importaba lo que dijera o hiciera
Tyler a partir del si te toco… Solo con que pronunciara una sola palabra más (y
daba igual la que fuera), Amanda corría el grave riesgo de desplomarse contra su
pecho y ser víctima de su propia debilidad. Se aclaró la voz, tratando de mantener
la calma. «Respira hondo, Amanda, no es más que un hombre…». Está bien, puede
que Tyler McKenzie tuviera aquellos hombros magníficos sobre los que cualquier
camiseta desearía descansar hasta que se borrase la etiqueta de las instrucciones de
lavado. Puede que aquella diminuta cicatriz en su labio fuera lo más sensual que
había visto y deseado besar en su vida. Puede que sus ojos verdes tuvieran la
tonalidad exacta para perderse en ellos durante una eternidad… «Un hombre,
Amanda, por Dios…».
—… y a lo mejor…
—Tyler…, dijiste que no me convenías…
Tyler suspiró. Era cierto, lo había dicho. Y se había prometido que
mantendría las manos lejos de ella. Pero Abbot se empeñaba en cruzarse en su
camino. Precisamente aquel día.
Resopló. Un mal día, un mal año, un mal todo. Un humor de perros que se
había aplacado al llegar a casa y encontrarla desnuda, como un suculento manjar
de una carta sofisticada y diferente. Un festín prohibido para alguien que tenía
demasiadas cosas en la cabeza como para ser considerado y hacer promesas que
seguramente no podría o no querría cumplir. La miró con curiosidad, sintiendo de
nuevo aquella extraña sensación, aquella advertencia de peligro que lo obligaba a
retroceder antes de que fuera demasiado tarde. Sin embargo, no se apartó un
milímetro. Se preguntaba por qué le daba tantas vueltas en lugar de aprovechar la
oportunidad. Era un hombre. Abbot era una mujer, saltaba a la vista, y tendría que
estar ciego para no darse cuenta del modo en que transpiraba bajo la suave capa de
agua que aún la cubría, bajo la toalla… desnuda…
Nadie podía culparlo si echaba el cerrojo a la puerta y zanjaba aquel asunto
de una vez por todas. Podía sacársela de la cabeza y dormir a pierna suelta toda la
noche, algo que no hacía desde que aquella intrusa se metiera en sus vidas. Con
suerte, Abbot lo añadiría a la larga lista de razones por las que despreciaba a los
tipos como él y adelantaría el final de sus vacaciones. Con suerte, Abbot pondría
tierra de por medio y él no volvería a pensar en todas las cosas que le hacía
sentir…
—Tyler…, no puedo… respirar —murmuró Amanda, fingiendo que le
molestaba la proximidad y la postura, cuando lo que en realidad quería era
comprobar si su boca tenía el mismo sabor de la última vez.
Tenía que recuperar la dignidad y dejar de jadear. Pero no se lo estaba
poniendo fácil y hasta para una actriz como ella, interpretarse a sí misma
convertida en bloque de hielo inanimado, resultaba una misión imposible.
Tyler pareció reparar de pronto en lo violenta que era la situación. Se apartó
lentamente, llevándose en el mentón parte de la humedad del cabello femenino.
Diablos. Se frotó la barbilla, confuso. Se sentía como si Abbot lo hubiese marcado
con un hierro candente…
—Echaré un vistazo a esa cañería —«cuando me haya recobrado de este
momento», añadió mentalmente para sí mismo. Al escuchar un «gracias» que
sonaba a victoria, no pudo reprimir el siguiente comentario—: Pero hasta que esté
arreglada, evita pasearte por la casa con tu disfraz de Eva, ¿quieres? Un hombre
podría considerar eso como una invitación, Abbot.
—Gracias por el consejo. —Se volvió, furiosa por la advertencia que leía en
su mirada. Así que esas tenían. «Muy bien, McKenzie, también puedo jugar a ser
dura»—. Lo recordaré cada vez que algún vaquero maleducado pretenda tirar la
puerta abajo y reclamar su derecho al baño.
—Qué graciosa… ¿Se supone que esta es la parte del chiste en la que me
parto de risa? —Tyler cruzó los brazos sobre el pecho y, contra su voluntad, sus
comisuras se torcieron en algo que recordaba bastante a una sonrisa.
—No, Tyler. —Amanda recuperó su cepillo y lo empujó hasta la puerta—.
Esta es la parte en la que te disculpas por tu grosería, te largas y nos ahorramos el
resto de la discusión…
Tyler no dijo nada. Seguía conmocionado porque llevaba su olor en la piel y
no se le ocurría ninguna tortura peor que aquella para rematar el día.
—Está bien, no digas nada. —Suspiró Amanda, cepillándose el cabello con
tanta fuerza que se diría que pretendía arrancarlo del cuero cabelludo—. Ya sé que
lo de la disculpa queda descartado. No lo esperaba en realidad.
—Bien. Porque no pensaba dártela —comentó desde la puerta, echando otro
vistazo fugaz a las curvas que se marcaban bajo la toalla. «Diabólica»—. Quiero el
lavabo libre en cinco minutos, Alteza.
Y solo para que padeciera la mitad de su tormento, comenzó a sacarse la
camiseta por los hombros con ceremoniosa parsimonia.
Amanda le miró espantada en parte, aunque, siendo honesta,
completamente aturdida por la visión de su pecho ligeramente cubierto de vello
oscuro. Pero ¿qué…? Aquel desgraciado era muy capaz de quitarse hasta la última
prenda con tal de salirse con la suya y quedarse el baño para él solito. Por Dios,
qué hombre…
—Ya me voy, ya me voy… —Amanda pasó frente a él, poniendo especial
cuidado en no rozar ninguno de los atractivos músculos que dejaba al descubierto,
y salió todo lo deprisa que sus piernas de gelatina le permitieron.

***

—No acompañarás a Doc a Abilene. Fin de la discusión. —Tyler cepilló con


fuerza el lomo del caballo y empujó con la bota el cubo de agua jabonosa para
colocarlo lejos de su hermana.
Los ojos de Brooke lanzaban chispas de rabia, valorando mentalmente
cuánto podía correr antes de que Tyler la alcanzara si decidía ponerle el cubo por
sombrero.
—No puedes prohibirme nada, Ty. Ya soy mayorcita —le recordó, los
brazos cruzados sobre el pecho en una pose muy McKenzie.
Tyler arrojó el cepillo al agua y la miró fijamente. Observó el ceño fruncido,
las mejillas encendidas y la mirada orgullosa y honesta que tanto recordaba a la de
Lillian. Reparó en las formas que le decían que ya era una mujer. Sin embargo,
cuando pensaba en Brooke, seguía viendo a la niña de expresión asustada que
tiraba de su mano, «Tyler, ven rápido…», y le pedía que la acompañara a su cuarto
y matara un oso de dos metros que había bajo su cama… «Está aquí, Ty, lo he
visto, lo juro».
La pequeña Brooke, creciendo con la única compañía de tres hombres que
no sabían nada de chicas, regresando de la escuela, haciéndole sorprendentes
preguntas sobre los besos y viendo películas de terror con los dedos en los ojos,
«Tyler, cuéntame el final, es horrible, ¿no?».
Dios, no podía creer que se hubiera convertido en aquella mujer hermosa y
decidida que le exigía un poco de libertad, con la velada amenaza de arrancársela
de las manos a base de golpes. ¿Cuándo había crecido tanto? El pánico se
apoderaba de él por momentos, pero lo disimulaba como podía. La quería. Y
deseaba protegerla, ser su héroe siempre. Pero comprendía que Brooke necesitaba
su propio espacio y estaba dispuesto a dárselo. Aunque no tanto ni tan rápido.
—¿Qué parte de no te irás de viaje durante dos días con un tipo no has
entendido? —preguntó con voz grave, ocultando las emociones.
—Doc no es un tipo. Es un buen hombre y un buen amigo. Venga ya, Ty… Si
lo conoces de toda la vida. —Brooke dominó su malhumor y se concentró en
acariciar el hocico del caballo.
—Que lo conozca no quiere decir que me fíe de él. Es un hombre. Y tú estás
muy rarita últimamente, Brooke. No me fío —sentenció—. Además, si somos tan
amigos, ¿cómo es que no ha venido a pedírmelo personalmente?
Brooke desvió la mirada a su espalda. Le había pedido a Doc que la
esperase en la camioneta, previendo la reacción exagerada de su hermano ante un
inocente viaje.
—Porque yo le he pedido que me dejara hablar antes contigo —confesó—.
En realidad, Doc… Bueno, él tampoco me ha invitado exactamente. Pero yo
pensé… Bueno, solo serán dos días, Tyler. Doc tiene que recoger material nuevo
para la consulta, y yo…
—Entiendo —atajó Tyler—. La respuesta sigue siendo no.
—¡Oh! No puedo creer que seas tan bruto… ¿Crees que si quisiera darme un
revolcón con Doc o con cualquiera no lo habría hecho ya?
—Sabes que no, Brooke. Nadie de por aquí se atrevería a ponerte la mano
encima. Y tú eres una buena chica McKenzie.
—¡Madura, Ty! Estamos en el siglo veintiuno.
—Pues me importa una mierda, Brooke. —Recuperó el cepillo y siguió
acicalando al animal, a un paso de arrancarle las crines con el entusiasmo que
ponía en la tarea—. En esta casa, seguimos siendo tradicionales en algunos
aspectos. Y si un tipo pretende llevarse a mi hermana en su camioneta y pasar la
noche fuera, tendrá que ser poniendo antes un anillo en su dedito.
Brooke iba a gritarle, pero se detuvo al captar el significado oculto de sus
palabras. Suspiró. Sonrió. «Una pequeña victoria», pensó. Pero cómo quería a
aquel tremendo cabezota…
—Tú ganas. Me quedo. Pero solo porque soy una buena chica McKenzie —
le revolvió el cabello y giró sobre los talones, canturreando alegremente.
—Brooke. No te hagas ilusiones, ¿quieres? Estaré vigilando de cerca a ese
matasanos —le advirtió Tyler satisfecho. Eso estaba mejor. Cediendo y acotando. Si
Doc quería llevarse lo más valioso que había en aquella casa, tendría que
demostrar que estaba a la altura.
Se tocó el ala del sombrero para saludarlo en la distancia con su habitual
expresión fúnebre y amedrentadora. Bajo ella, el hermano mayor estaba
profundamente complacido por cómo iban sus planes. «Muy bien, amigo. Si la
quieres, merécela».
—Interesante —sonó una voz a pocos pasos.
Tyler ladeó la cabeza y recorrió con los ojos la silueta que se recortaba
contra la luz, al otro lado del caballo más limpio de todo Mentone.
—La que faltaba. —Tyler elevó los ojos al cielo con sarcasmo—. Espero por
tu bien, Abbot, que no hayas tenido nada que ver con ese acto de rebeldía.
—Ya te gustaría. Pero no. —Amanda alargó el brazo para arrebatarle el
cepillo y masajeó con suavidad el grueso pelo cobrizo, arrancando un sonido de
placer de la garganta del animal.
Tyler dejó que su mirada recorriera con distracción las manos de la mujer, y
una ligera punzada de celos lo atravesó al comprobar el mimo que ponía en su
caricia.
—Dime una cosa, Tyler… ¿Cómo se hace?
—¿El qué? —lo preguntó sin prestar demasiada atención. Todos sus
sentidos permanecían atrapados en aquellas manos que dibujaban círculos de
espuma blanca sobre el lomo.
—Ser el líder de la manada —añadió pensativa—. Controlarlo todo,
organizar las cosas de tal manera que cada una esté en su sitio, perfectamente
protegida… en su sitio. Conseguirlo. Tener una familia y lograr que permanezca
unida. Que te quieran tal y como eres y no importe quien seas en realidad.
Tyler frunció el ceño, clavando los ojos en los de ella. Había algo, quizás el
modo en que lo había dicho. Como si viera todo aquello, como si estuviera
convencida de que era así. Abbot lo dejaba sin palabras aquellas veces. Entonces no
funcionaba la ironía. Solo quedaban ellos dos y una distancia demasiada corta que
podía menguar peligrosamente. Un leve roce de la punta de sus dedos que sería
como una descarga eléctrica y que evitaría para no ponerse sentimental. Sin darse
cuenta, había estado a punto de tocarlos, pero los apartó con rapidez.
—Ya veo —murmuró Amanda para sí misma.
Tyler McKenzie no era un tipo hablador. Lo sabía y no esperaba respuestas.
Pero las tenía a pesar de todo. Allí, en su mirada y en la sensación que su tacto
fugaz le dejaba en la yema de los dedos.
—Abbot. ¿Acaso pretendes que este caballo te pida matrimonio? —bromeó
Tyler, arqueando las cejas con sorna, controlando aquel incómodo cosquilleo en la
boca del estómago—. Nena, te aseguro que lo tienes en el bote con tanto arrumaco.
Amanda le devolvió el cepillo con lentitud.
—No te hagas el duro, Tyler —lo regañó, apoyando la barbilla en el pelo
húmedo del animal—. Ha estado bien, reconócelo.
—¿Y ahora ya no crees que sea un vaquero maleducado? Conmovedor —se
burló, salpicando de agua la cara de la mujer—. Tendré que hacer algo al respecto.
Tiemblo de pensar qué será lo próximo. Pero te aviso: no tomaremos té con pastas
ni jugaremos al cricket.
—Ya veremos, hermano mayor. —Amanda esbozó una sonrisa—. Sé bueno el
resto del día y puede que te ayude si se produce alguna otra rebelión familiar.
Tyler iba a contestar que no la necesitaba. Se las apañaba bastante bien solo.
Aunque le daría la razón en que no era tan divertido. O mejor no. Era un riesgo
que flaqueara, que se dejara enredar en la calidez de sus palabras.
—Me voy con Brooke. Aún tenemos que planear alguna perversión con la
que ocupar tus pesadillas —se mofó ella, y en respuesta, Tyler frotó
compulsivamente con el cepillo, siguiendo con la mirada la figura que se alejaba en
dirección a la casa.

***

Aquella tarde, Tyler le había hecho una extraña petición. Le había pedido
que lo acompañara en su camioneta y que no le dijera nada a Brooke. Sabía
aprovechar un buen trato aquel vaquero, no había duda. Amanda suspiraba de vez
en cuando mientras él conducía en silencio. Se sentía inexplicablemente feliz por el
hecho de que él quisiera compartir un secreto con ella. Intuía que, en el fondo,
Tyler buscaba una aliada. Pretendía redimirse por comportarse como un tirano
después de la discusión con Brooke. Lo iba conociendo. Tyler no era de los que se
disculpaban. Pero bullía en sus ojos la clara intención de reconciliarse con Brooke
y, aunque ya la tenía medio ganada, quería su colaboración.
—Para ser mujer, no eres demasiado curiosa. —Él interrumpió su silencio.
Al ver que no contestaba, sonrió—. Ni siquiera me has preguntado a dónde vamos.
—No me importa. Me apetecía pasear —confesó, esperando que su
respuesta no delatara su emoción—. Pero ya que lo dices, ¿adónde vamos?
—A buscar un regalo para Brooke. Mañana es su cumpleaños y voy a
organizarle una fiesta sorpresa. Pensé que podrías ayudarme a elegir algo bonito
para ella. —La miró de reojo—. Ya sabes, un vestido, unos pendientes… algo
especial para alguien especial.
Amanda estuvo a punto de echarse a llorar. Desde que perdiera a su familia
y su hermana Chelsea decidiera vivir una vida nómada en la que no había tiempo
para sentimentalismos, a excepción de su buena amiga Kitty, nadie había hecho
nunca nada especial por ella. Pero Brooke tenía a Cameron, Dylan y Tyler. Su trío
de ases, como solía llamarlos cariñosamente. La envidió por un instante.
—¿Cuántos años cumple? —preguntó, tratando de ocultar sus emociones.
—Diecinueve. Ya es toda una mujer, aunque odio reconocerlo.
—¿Porque ya no puedas ejercer de hermano mayor?
—Y porque cada vez es más difícil impedir que haga todo lo que le viene en
gana.
—Eso es egoísta por tu parte, Tyler McKenzie —le recriminó con suavidad y
sonrió al ver como se encogía de hombros.
—Solo quiero lo mejor para ella.
—Lo sé. Y me parece que, en el fondo, no eres tan duro como pareces.
—¿Fantaseando de nuevo, Abbot? —La miró un momento, con un deje de
burla en los ojos verdes.
Se preguntó qué era lo que veía Abbot cuando lo miraba. En ocasiones, le
intrigaba tanto la respuesta que se quedaba despierto durante horas tanteando las
opciones. Esas veces, tenía que recordarse a sí mismo que, para Amanda Abbot,
Harmony Rock era solo un alto en el camino. Un camino que conducía a otro lugar,
sofisticado y lleno de comodidades, que no era aquel. Se quedó callado el resto del
trayecto hasta la tienda de la señora Tracy.
Estuvieron curioseando un rato hasta que Amanda encontró algo que le
pareció perfecto para Brooke. Era un vestido de gasa en tonos lilas, con delgadas
tiras a los hombros, y un chal que hacía juego del mismo color. Se lo mostró a Tyler
con orgullo. Él arrugó la nariz.
—Demasiado atrevido, ¿no crees?
—Claro que no. Tyler, es precioso —insistió ella y se lo colocó por encima
para que él captara cómo quedaría puesto.
—Muy escotado.
—No seas ridículo. Brooke se volverá loca cuando lo vea.
—Yo me volveré loco si tengo que vigilar a todo el que se le acerque. —
Tyler extendió hacia ella una prenda que había cogido antes, y Amanda negó
repetidamente con la cabeza.
—¿Volantitos al cuello? Tyler, ese vestido es para una cría.
Él lo dejó a un lado refunfuñando.
—Está bien. Tú ganas. —Le quitó el chal de las manos y le hizo un gesto
para que la acompañara hasta la señora Tracy—. Pero si alguien le pone las manos
encima a Brooke, te hago responsable.
—Trato hecho —aceptó ella con alegría—. Y ahora, busquemos unos
zapatos.
—¿Unos zapatos? Abbot, no estamos en Harrods. No te emociones.
—Hazme caso, y Brooke te obedecerá hasta el fin de sus días —prometió.
Él la siguió, en el fondo, esperanzado porque fuera como ella aseguraba.
Cuando regresaron a la camioneta, ya había anochecido y Amanda parloteaba todo
el rato sobre las buenas compras que habían hecho. Y una vez más, se vio envuelto
en la magia que ella desprendía al hablar. Chasqueó la lengua, contrariado. Le
pidió que escondiera en su habitación los regalos de Brooke y rezó porque ella
estuviera agotada y se acostara temprano. Aquel día, estaba especialmente
hermosa. Con aquel brillo intenso en los ojos y aquella expresión risueña que se
estrellaba contra todas sus barreras.
Sí, definitivamente, Amanda Abbot no parecía la misma. Aunque en
realidad, lo era. Una mujer preciosa, con una vitalidad desbordante que a veces lo
envolvía como un cálido abrigo. Comenzaba a resultar demasiado peligrosa. Había
descubierto que Abbot era justo el tipo de mujer del que él podría enamorarse si se
lo propusiera. La cuestión era: ¿quería proponérselo realmente?

***

Amanda se dejó llevar por aquella calma que siempre la invadía cuando
creía que todos dormían. Disfrutó en silencio de una noche mágica más, mientras
se inclinaba en la valla y fantaseaba con los destellos que la luna irradiaba en su
misma dirección. Entornó las palmas de las manos en el aire, tratando de capturar
el perfil de aquella luna hermosa y plena. Una ráfaga de aire pasó sobre ella y se
estremeció ligeramente. Sintió como unos dedos fuertes colocaban en sus hombros
una manta y la sujetó, cruzando los brazos sobre el pecho. Ladeó la cabeza y sonrió
al ver a Tyler, apoyando los codos sobre la barandilla de madera del porche, muy
cerca de ella.
—Gracias.
Él no contestó.
—No podía dormir. ¿Te he despertado? —Amanda lo vio negar con un
gesto. Sus ojos se perdían en la distancia, quizás en un lugar donde ella jamás
llegaría por más que esforzara la vista—. ¿Brooke está dormida?
—Como un tronco —la voz de Tyler era un susurro en el silencio de la
noche—. ¿Qué hacéis todo el día para que siempre esté muerta?
—Para serte sincera, hoy me ha sometido a un interrogatorio sobre tu
regalo. Incluso ha intentado sobornarme con unas galletas y un tazón de chocolate
caliente. Pero he sido una tumba, palabra de honor. —Sonrió.
—Tendrá que servir. Eso del honor es muy inglés, Abbot —apreció sin
mirarla.
—Haré que no te oído. Por cierto, esta semana hemos comprado mucha tela
donde la señora Tracy —le informó ella, sonriendo otra vez—. Espero que no te
importe. Pero Brooke y yo hemos pensado que la casa necesitaba renovar las
cortinas. No te preocupes, hemos gastado lo mínimo en la tela y vamos a coserlas
nosotras mismas.
—El dinero no es problema —la tranquilizó.
Ahora la observaba con incredulidad, y Amanda adivinó que no tenía
mucha confianza en sus dotes como costurera.
—Brooke me enseñará. Te prometo que tus ventanas tendrán esas cortinas
aunque pierda los dedos en el intento —ella bromeó y añadió en el mismo tono—:
Quiero ganarme el sustento, vaquero.
Tyler se atusó el cabello, y Amanda lo miró. Sus miradas se encontraron
durante un instante.
—¿Hay algo que no sepas o no te atrevas a hacer? —preguntó Tyler en voz
baja, y tal vez fue solo una ilusión, pero a Amanda le pareció que su cuerpo se
había aproximado al suyo al hablar.
«No sé llegar a ti», pensó ella. Claro que no se lo dijo. Estaba segura de que
si lo hacía, Tyler desaparecería con tanta rapidez que no tendría tiempo de decir
nada más. Y no deseaba que lo hiciera. Estaba disfrutando del momento, de la
conversación a media voz y de la noche que se cernía sobre ellos para envolverlos
con su extraordinaria quietud.
—Te dije que te demostraría que te equivocabas conmigo, Tyler McKenzie
—contestó con orgullo.
—¿Y si te digo que ya casi me has convencido? —Tyler frotó su mentón
contra el cabello de ella, complacido al ver que no se movía ni hacía ningún gesto
que estropeara la espontaneidad de su caricia. Eso le gustaba en ella. Le gustaba
que aceptara aquella caricia sin pretender nada más, sin malinterpretarla y echarse
en sus brazos—. Abbot, hay algo en ti que me desconcierta.
—¿Porque soy una rata de ciudad que se adapta bien a la vida en un
rancho? —bromeó, consciente de su proximidad.
—Eres todo menos una rata de ciudad, Abbot.
Tyler estaba ahora tras ella y sus manos se aferraban a la madera a ambos
lados de su cuerpo, apresándolo bajo su enorme estatura. Sintió el aliento de él
sobre la nuca y volvió a estremecerse.
—¿Cómo lo sabes? —Amanda coqueteaba sin querer.
Era cierto. No quería provocar situaciones incómodas entre ambos y se lo
había propuesto desde el principio. Sin embargo, él estaba tan cerca… Podía sentir
los latidos de su pecho golpeando su espalda, desarmando sus buenas intenciones.
—Lo sé porque nunca he querido besar a una rata… —la voz de Tyler se
perdió a medida que ella giraba para recibir su boca en la suya.
Tyler abrió sus labios con suavidad, invadiendo el interior y explorándolo
con lentitud.
Amanda se aferró a sus brazos y notó como las manos de él se cerraban
sobre su cintura, arrastrándola hacia él de forma posesiva. Su lengua buscaba la
suya y la enredaba, la seducía irremediablemente a pesar de aquella vocecita en su
cerebro que le ordenaba que se detuviera.
Tyler no podía pensar. Ella vibraba en sus manos, sus alientos se
entremezclaban y los senos se apretaban contra su pecho, enloqueciéndolo,
obligándolo a continuar con aquella caricia que parecía la respuesta a cualquier
deseo que albergara en el pasado… y aunque se resistía, su boca descendió por el
cuello femenino, en un lento recorrido que arrancaba silenciosos gemidos de su
garganta. La besó en el punto donde latía su pulso, rozándola apenas con los
labios, dejando que permanecieran en aquel lugar exquisito que no estaba hecho
para un hombre rudo como él… Los apartó con desgana, levantando la mirada
para encontrar la de ella, limpia y sin reproches… sin reproches.
Amanda acarició con ternura las facciones de Tyler, sonriendo al ver como
el cuerpo de él se endurecía bajo el suyo. Tyler estaba intentando mantener el
control, pero comprendió que no era fácil para él.
—Te advertí que esto sucedería… ¿Quieres una disculpa? —preguntó Tyler
con voz grave. Parecía confundido, y eso la conmovió.
—No —lo dijo con naturalidad—. ¿Y tú?
Las manos de él continuaban sobre su cintura y las apartó como si le
quemaran.
—No debimos hacerlo —masculló entre dientes—. Nos dejamos llevar por
esa maldita luna y ahora lo hemos complicado todo. Y esta vez estoy sobrio, no
tengo excusa.
—Tyler…, relájate. —Dejó que su mano descansara sobre el poderoso brazo
masculino—. Por una vez en tu vida, solo vive el momento, ¿quieres? No ha
pasado nada.
Tyler la miró como si estuviera loca. ¿Que no había pasado nada?, pero ¿qué
clase de mujer era? Desde luego no era demasiado lista. No lo suficiente
observadora como para advertir el temblor que recorría su cuerpo mientras la
miraba. No supo si descubrirlo lo hacía sentir mejor o simplemente hería su
orgullo. ¿Es que era habitual para ella besar a cualquiera sin que tuviera la menor
importancia? La idea, aunque debía alegrarle porque lo eximía de cualquier
responsabilidad, le molestó.
—Así que lo de ganarte el sustento iba en serio —dijo con dureza. Aunque
se arrepintió enseguida de haberlo dicho, ya era tarde.
Las mejillas de ella se habían encendido y sus labios palpitaban. «Que no se
eche a llorar, por favor», pensó, sintiéndose miserable. Aunque, en el fondo, sabía
que era mejor para los dos que ella lo considerase un gusano. Esperó con
resignación que le lanzara unos cuantos insultos y quizás unos golpes para
responder a su insulto. Sin embargo, una vez más, Amanda lo sorprendió con su
silencio.
—¿No dices nada? —espetó, interpretando su papel de tipo despreciable
para ella.
—¿Y para qué? —Amanda empujó su pecho con firmeza pero sin
brusquedad.
Eso le dolió más que si le hubiera estrellado el pequeño puño contra la
nariz. La vio caminar hacia la puerta con paso seguro. La siguió, apresando su
mano antes de que alcanzara la entrada. Ella se volvió, el rostro sereno y la mirada
amable. La visión lo dejó deshecho. Pero fingió que no le importaba.
—¿Eso quiere decir que ya no habrá más besos a la luz de la luna? —
preguntó con sarcasmo—. ¿No más escenas de seducción, Abbot?
Ella le sonrió con una dulzura que asustaba.
—Una gran actuación, McKenzie.
La voz femenina se metía en sus oídos y llegaba hasta su cerebro,
martilleando con sus palabras en él, volviéndolo loco.
Soltó su mano, enfadado. Lo único que deseaba en ese momento era
levantarla en sus brazos y llevarla hasta su dormitorio para materializar todas las
fantasías que lo atormentaban desde que la conocía. ¿Cómo era posible que ella lo
retara con la mirada a hacerlo a pesar de cómo la había tratado… a pesar de que no
tenía la menor idea sobre cómo tratar a una mujer como ella?
—No se volverá a repetir —aseguró con la voz ronca por el deseo.
—Bien. Entonces, no lo repitas —soltó ella con indiferencia.
—¿No te importa? —Luchaba contra el impulso de hacerla callar de una
vez.
Esa Abbot tenía la extraña facultad de sacarlo de quicio con aquella manía
de tener siempre la última palabra en todas sus discusiones. Por un momento,
pensó en olvidar el peligro que ella representaba y silenciar su boca rebelde con un
beso. Uno más, solo uno para demostrarle quien estaba al mando. Pero no. Por
suerte, la razón venció sobre sus impulsos
—Nena…, siempre logras sorprenderme.
—Tyler McKenzie —ella pronunció su nombre con peligrosa dulzura y
añadió con cinismo—: Confío en mis otras virtudes.
«¿Sus otras virtudes… aún había más?». Tyler se mareaba solo con pensar la
mitad de las cosas que estaba imaginando. Amanda lo dejó allí, desconcertado,
recogiendo los pedazos de sí mismo que ella había hecho trizas con sus palabras
amables.

***

Para demostrarle a la señorita Abbot que lo de la noche anterior no había


significado nada, se le ocurrió que Lana Jackson fuera su pareja en la fiesta de
cumpleaños. Amanda se había llevado a Brooke con la excusa de revisar su correo
en la oficina postal y a esa hora debían estar a punto de llegar.
Aún mantenía la esperanza de que Cameron regresara a tiempo para la
fiesta, pero cabía la posibilidad de que no fuera así. Por supuesto, que Dylan
apareciera ya sería un milagro dado las circunstancias en las que se habían
despedido la última vez. Se sentía culpable porque sabía que para Brooke no sería
lo mismo sin ellos. Pero era demasiado tarde para hacer examen de conciencia.
Cuando llegase el momento, arreglaría las cosas con Dylan quien, por cierto,
parecía no echar de menos a ninguno de ellos. No estaba orgulloso de lo sucedido.
Y conocía a Dylan lo bastante para saber que él tampoco lo estaba. Pero las aguas
volverían a su cauce cuando el indio comprendiera que, algunas veces, tener una
familia requería una humildad que no se aprendía liándose con la chica de tu
hermano.
Aunque eso tendría que esperar. Era el día de Brooke y quería asegurarse de
que todo estuviera perfecto. Con ayuda de Doc, había montado unas mesas
plegables en el exterior y Lana lo había ayudado a adornarlas con los manteles y
las flores que Amanda había dejado preparados antes de servirle de cómplice para
distraer a Brooke. La comida estaba en su sitio; la bebida, fresca, y los farolillos,
brillando a punto para alumbrar cuando cayera la noche, que sería enseguida.
—Brooke se llevará una buena sorpresa. —Doc le palmeó la espalda y le
puso unos cuantos discos en las manos. Tyler lo miró extrañado—. He conectado
mi equipo de música y he traído unos discos de casa. No puede haber fiesta sin
baile, amigo… ¡Ahí llegan!
Amanda dejó que Brooke se adelantara. La vio gritar como una chiquilla al
ver las luces y los adornos y saltar sobre Tyler, derribándolo casi al hacerlo.
—¡Mentiroso! —le chilló, besuqueándolo y dirigiéndole a Doc una mirada
de complicidad—. Me has hecho creer que te habías olvidado de mi cumpleaños.
¿Dónde está mi regalo?
—En tu cuarto. —Tyler se zafó del abrazo, avergonzado.
Brooke no esperó. Arrastró a Amanda escaleras arriba y, al descubrir el
paquete sobre su cama, lo desenvolvió a toda prisa.
—¡Es precioso! —Le enseñó a Amanda el vestido, y ella asintió, suspirando
aliviada al comprobar que había dado con la talla exacta—. ¿Has sido tú, verdad?
¡Lo sabía! ¡Eres la mejor, Amanda!
—¿A qué esperas para ponértelo? Tus invitados están impacientes. —Era
cierto. Amanda se asomó por la ventana y vio como algunas camionetas se
detenían frente a la casa.
—Ayúdame a abrocharlo.
Amanda le dio algunos consejos sobre el maquillaje. «Suave, natural», le
había dicho en tono maternal, recordando con nostalgia que nunca había tenido la
oportunidad de que su madre la aconsejara en aquellas cuestiones. «Que nadie vea
el maquillaje, solo tú sabes que está ahí...». Cuando Brooke le mostró el resultado,
Amanda se sintió tan orgullosa como si realmente fuera su hermana Chelsea quien
la estuviera mirando boquiabierta.
—Esta noche pareces una verdadera señorita, Brooke McKenzie —le dijo, y
Brooke la abrazó de repente.
—Eres la mejor, Amanda.
—Vamos, vamos. Vas a hacerme llorar. —La empujó hacia la puerta,
ocultando la humedad de sus ojos y sonriendo.
—¿No vas a cambiarte? —Brooke se detuvo al pasar junto al cuarto de
Amanda—. Ponte algo bonito para la ocasión. Por favor, por favor…
Amanda asintió, en realidad, porque quería contentar a Brooke en todo esa
noche. Era su fiesta. Todo cuanto Brooke quisiera, lo merecía. Incluso si lo que
quería era que Amanda brillara. Aunque lo que ella deseaba en realidad era
estrangular a Tyler por pavonearse delante de todos del brazo de Lana Jackson.
Aun así, cambió sus vaqueros por un vestido sencillo con la espalda y los hombros
al aire y la falda amplia que le cubría hasta las rodillas. Se soltó el cabello de la
trenza que lo recogía y después lo sujetó en las sienes con unas graciosas trabas en
forma de mariposa que Brooke se apresuró a prestarle. Dio una pincelada de color
rosa tenue a los labios y se miró al espejo.
—Ahora sí que estamos perfectas —dijo Brooke y la arrastró nuevamente
con los demás.
Amanda no se sorprendió cuando Doc tragó saliva al verlas salir y unirse al
grupo. A estas alturas, ya había descubierto su pequeño secreto. No era por ella
por quien suspiraba el veterinario. Y por el modo en que Brooke se colgaba de su
brazo y entornaba los párpados con coquetería, sus sentimientos eran
correspondidos.
Desvió la mirada hacia Tyler que los espiaba desde el otro lado de la mesa y
fruncía el ceño. Amanda comprendió que le tocaba hacer de carabina con ellos, al
menos hasta que Tyler bajara la guardia. Sabía que Tyler apreciaba a Doc, pero no
estaba segura de si aquel afecto llegaba al punto de permitir que le arrebatara a
Brooke de su lado.
Por si acaso, decidió no arriesgarse. Charló con los dos animadamente
durante toda la noche, alternando la vigilancia entre las piezas de baile. Por suerte,
sus buenos vecinos se compadecieron de ella y restó importancia al hecho de que
Tyler la ignorara a propósito durante toda la noche. Además, ya lo había visto
pisotear los pies de Lana en un par de ocasiones. Así que, si no quería bailar con
ella, mucho mejor.
Sin embargo, cuando todos habían comido y bebido hasta reventar y la
música comenzó a sonar de nuevo, supo que había llegado el momento de dejarles
algo de intimidad a los tortolitos. Se apartó con disimulo y observó satisfecha como
Doc y Brooke se perdían entre los demás para unirse al baile. Doc era respetuoso y
delicado, y Brooke parecía realmente sacada de un cuento de hadas con su vestido
nuevo. Sonrió. Hacían buena pareja.
Ladeó la cabeza al descubrir la mirada de Tyler, astuta y vigilante, buscando
la suya en la distancia. Lo vio deshacerse de Lana con un gesto y caminar hacia ella
con paso decidido. Amanda aprovechó la oportunidad que el ayudante de
Cameron le brindaba y lo tomó del brazo, aceptando su invitación.
—Graves, ¿me acompaña?
El hombre la miró con sorpresa. Era un tipo atractivo, de unos treinta y
cinco años. Los ojos grises y el cabello castaño perfectamente cortado y brillante, a
juego con su placa reluciente. Había escuchado rumores sobre ellos. En el pueblo,
se decía que él y Tyler no se llevaban demasiado bien desde que Lana Jackson
plantara al ayudante del sheriff y pusiera sus ojos sobre Tyler McKenzie. Le pareció
que Graves se pegaba a su cuerpo más de la cuenta mientras Tyler se acercaba a
ellos.
—Graves —Tyler lo saludó con indiferencia—. ¿Puedo robarte a la señorita
Abbot un momento?
—Estamos bailando, McKenzie. ¿No tienes modales? —el tono de Graves
era hostil.
—Ya sabes que no. —El hombre la soltó, y Tyler la atrajo hacia él con
brusquedad—. ¿Nos perdonas?
Amanda vio como Graves se alejaba a disgusto. Claro que el disgusto solo le
duró unos segundos, justo el tiempo que tardaba en recorrer la distancia hasta
Lana Jackson y apartarse con ella del resto. Elevó la barbilla por encima del
hombro de Tyler y los espió mientras discutían acaloradamente pero sin levantar la
voz.
—McKenzie, creo que Graves intenta robarte la chica —murmuró, y él
inclinó la cabeza para aspirar el aroma de su cabello.
—Ya no —la voz de él también era un murmullo que acariciaba el lóbulo de
su oreja peligrosamente.
Amanda no entendió lo que quería decir. Estaba demasiado concentrada
controlando las sensaciones que él le producía con su cercanía. Tyler no era el
mejor bailarín, de acuerdo. Pero sabía cómo hacer que una chica perdiera la cabeza
solo con el lento recorrido de aquellos dedos sobre su espalda.
—No mires ahora, Tyler. Pero creo… creo que deberías volver con Lana —
insistió contra su voluntad.
—Lana no es asunto mío —contestó él con voz grave. Todavía intentaba
sobreponerse al golpe emocional que había sufrido al verla aparecer en la fiesta,
radiante y hermosa, con toda aquella piel que él deseaba tocar, al descubierto—.
Pero tú sí, Abbot. Estás… diferente… ¿Qué pretendías bailando y coqueteando con
todos los tipos de la fiesta…, sonriendo para todos?
—Vaya… Perdóname por tener piernas y por sonreír. No sabía que tenía
que poner cara de funeral para agradarte —se defendió y notó como las manos de
él se cerraban aún más alrededor de su cintura. Suspiró—. Y además, no he
coqueteado.
—¿Ah, no? —Él arqueó las cejas con expresión burlona—. Entonces, dime
qué hacías bailando con ese idiota de Graves hace un momento. ¿Acaso no sabes
que tiene la extraña fijación de querer todo lo que cree que es mío? Me declaró la
guerra cuando Lana comenzó a frecuentar el rancho, ¿no has escuchado los
chismes que circulan sobre eso? El muy cabezota no entiende nada.
—¿A qué te refieres?
—Nena, ¿de verdad no lo sabes? —preguntó con evidente sarcasmo.
Amanda trató de desprenderse de su abrazo, pero Tyler se lo impidió,
obligándola a moverse junto a él al compás de la música.
—Lana Jackson solo tontea conmigo porque está furiosa con él. El idiota de
Graves no se decidía a poner un anillo en su dedo, y Lana me utiliza para darle
celos. ¿En serio no te habías dado cuenta?
—Pero ella… bueno, se puso furiosa cuando supo que viviría en el rancho
—le recordó—. Pensé que tú… que tú y ella… Ya me entiendes.
—Abbot, Lana Jackson quiere un anillo en su dedo. —Y añadió—: Cualquier
anillo a estas alturas, ¿comprendes? Y por Dios, que rezo todas las noches para que
ese cretino se decida.
—Ya veo. —Supuso que Tyler quería decir que cuanto antes desapareciera
Graves de escena, antes podría ofrecerle su propio anillo sin tener remordimientos
de conciencia—. Me alegra que no estés preocupado.
—Y yo me alegro de que seas tan buen perro guardián —comentó él, y
Amanda supo que estaba hablando de Brooke—. No creas que soy tonto, Abbot. Y
tampoco estoy ciego. He visto cómo se miran esos dos.
—Tyler, son jóvenes… —Amanda se dispuso a interceder por ellos.
—Lo sé —su tono era ambiguo al hablar—. Por eso no me entrometeré a
menos que sea estrictamente necesario.
—¿Qué quieres decir? —Lo oyó suspirar en su cuello y cerró los ojos para
recibir su respuesta… o lo que fuera.
—Quiero decir que no le romperé la crisma a Doc siempre y cuando se
comporte como un caballero.
«¿Estaba bromeando?». Amanda no estaba segura. Tyler seguía siendo un
misterio para ella.
—¿Desilusionada?
Su pregunta la desconcertó y escuchó su risa tenue que se mezclaba con el
sonido de la música.
—Porque Doc no está interesado en ti —aclaró él.
—Lo superaré —contestó de buen humor, esperando que él captara la nota
humorística de su comentario. Al parecer lo hizo, porque aflojó la presión de sus
manos y la miró directamente a los ojos.
—La lista de hombres disponibles para ti se va reduciendo, Abbot —
observó él—. ¿Imaginas el desastre cuando solo quede mi nombre en ella?
—También puedo superar eso —replicó, enfadada y excitada a la vez por lo
que él estaba insinuando.
—¿Qué harás cuando suceda, Abbot? —Tyler aprovechó que se habían
alejado un poco de los farolillos y, en la oscuridad, dejó que los labios rozaran su
cabello—. ¿Volverás a tu querido Londres, lluvioso, bullicioso y divertido?
—Eso no me preocupa, Tyler —respondió, permitiendo, a pesar de su enojo,
que los dedos de él acariciaran la línea de su nariz—. La pregunta es: ¿qué harás tú
cuando eso suceda?
—Creo que te echaré de menos —confesó él con una sonrisa—. No hay
nadie por aquí que me haga perder los estribos como tú.
—¿Eso es un insulto o un piropo?
—Es un hecho, Abbot.
Ella creyó que iba a besarla.
En el último segundo, Tyler apartó el rostro del suyo, fiel a la promesa que
le había hecho. Se deslizó con ella hasta quedar entre los demás bailarines
nuevamente.
La música dejó de sonar un momento, y Amanda recordó que había
olvidado algo. Se golpeó la frente con la palma de la mano y corrió hacia la casa.
Tyler la siguió, preocupado y algo fastidiado porque tenerla en sus brazos
había sido un placer y una auténtica tortura.
—Se me olvidaba. La tarta… —destapó el pastel y colocó cuidadosamente
las velas en el centro. Buscó con la mirada un encendedor y sonrió cuando Tyler
sacó uno de sus bolsillos y encendió las velas—. ¿Vamos?
—Abbot, eres mi salvación —comentó él, quien también había olvidado el
motivo de aquella fiesta.
La vio salir para unirse al resto, con su pastel en las manos y los ojos
brillantes. En ese instante, se le ocurría que no había sido demasiado acertado en
su frase. Debía haber dicho: «Abbot, eres mi perdición». Claro que entonces, ella le
habría puesto la tarta de Brooke por sombrero y habría tenido que explicárselo a
los invitados. Lo dejó estar y la acompañó, tratando de no pensar en lo hermosa
que se la veía con aquella sonrisa que podría iluminar la noche más oscura.
Cuando Brooke sopló sus velas, fingió que no advertía el ligero beso en la
mejilla de Doc. Por esa vez lo pasaría por alto. Soportó estoicamente hasta el final,
consciente cada minuto de la felicidad de su hermana y de que Amanda era en
parte responsable de aquella felicidad. Cuando tuvo la oportunidad de estar cerca
de ella, le susurró algo al oído:
—Gracias.
Amanda se volvió, extrañada.
—¿Por qué?
—Por hacer que esta fiesta de cumpleaños sea menos triste. Echa de menos a
Cam y Dylan, pero está haciendo lo que puede para sonreír a pesar de todo —
observó y añadió—: No lo habría logrado sin ti.
—Ha sido un placer, Tyler. —Amanda se escabulló de su lado.
Tyler estuvo tentado a ir tras ella y darle las gracias del modo en que
realmente le apetecía hacerlo. Pero sabía que era un error. Amanda le había
tomado cariño a Brooke, de eso estaba seguro. Pero un buen día, uno no muy
lejano, se aburriría de aquella vida y regresaría a su vida anterior.
Por suerte para Brooke, se estaba convirtiendo en toda una mujer que era
capaz de entender eso. Y por otro lado, tenía a Doc. Tarde o temprano, sospechaba
que aquellos dos se presentarían en casa y le harían saber que eran mayorcitos
para andar solos por la vida. Sin embargo, él no tenía nada de eso. Cameron y
Dylan parecían haberse distanciado últimamente y aún no los había perdonado
por no llegar a tiempo a la fiesta de cumpleaños de su única hermana.
Y así estaban las cosas. No tenía a nadie más que a Brooke, su
responsabilidad, el motor que lo había impulsado todos esos años a luchar. Esa
Abbot solo era un accidente, algo pasajero que desaparecería de sus vidas
cualquier día. Ya lo sabía. Entonces… ¿por qué no podía apartar de ella su mirada?
Antes de que tuviera tiempo de responderse a sí mismo, y quizá de decir alguna
tontería, ocurrió algo que lo impidió. «Salvado por la campana», pensó. Y desvió la
mirada de Amanda para clavarla en los recién llegados.
***

—¡Cam, Dylan!... —Brooke había noqueado prácticamente a los invitados


para abrirse camino hasta ellos. Saltó sobre ambos con ímpetu y la recogieron entre
sus brazos para evitar que los lanzara al suelo.
Amanda observó la escena, divertida. Cameron fingía asfixiarse por el
abrazo y el otro tiraba del pelo de Brooke y hacía bromas sobre su aspecto,
provocando que la joven le diera con los nudillos en la coronilla. Se fijó en él. Así
que aquel era Dylan… Otro McKenzie atractivo y, al parecer, un poco cabezota.
Kitty no había exagerado. Los genes McKenzie debían poseer algún
ingrediente mágico que convertía a sus hombres en tipos altos, increíblemente
guapos e increíblemente peligrosos. Examinó detenidamente las facciones del
recién llegado. Tenía el cabello mucho más oscuro que el resto y los ojos como el
ébano, y cuando descubrió que ella lo estaba analizando, le mostró una espléndida
sonrisa que tardó una fracción de segundo en conquistar a Amanda.
Allí estaban. El clan McKenzie al completo. O casi al completo. Amanda
espió la reacción de Tyler, que se mantenía a una distancia prudencial y apuraba
de un trago el resto de su cerveza. Cómo no. Tyler McKenzie. El hombre al que le
habían tatuado al nacer, la cara de Clint Eastwood a punto de liquidar a uno de los
extras de sus películas del Oeste. Chasqueó la lengua. ¿No podía al menos fingir
que se alegraba? Qué cargante, por Dios… Le hizo una seña con disimulo, y Tyler
respondió encogiendo los hombros. Amanda insistió, inclinando la cabeza en
dirección a Brooke y el resto. Esta vez, Tyler arqueó las cejas, y Amanda se las
habría arrancado con gusto de no ser porque había testigos. Comprendiendo que
era una batalla perdida, decidió que daría el primer paso. Se aproximó a él, se
colgó de su brazo, tenso como una correa, y lo arrastró hasta los demás. Tyler trató
de zafarse, pero Amanda, aun arriesgándose a que la enviara al diablo, lo retuvo a
su lado. Levantó la barbilla para murmurarle algo al oído.
—No te atrevas a estropearlo.
—No pensaba hacerlo —se defendió en voz baja, aunque por su expresión,
se diría que era justo lo que pretendía.
—Entonces, camina —ordenó Amanda con una sonrisa forzada que solía
utilizar en su serie, en las escenas en las que el Dr. Lockarne la presentaba a Elora
como su excelente enfermera Wendy. En la televisión, funcionaba. Tendría que
servir ahora o tantos años practicándola habrían sido un fracaso.
Los pies de Tyler se movieron pesadamente, como si de pronto alguien le
hubiera gastado una broma de mal gusto untando las suelas de sus botas con
pegamento rápido. Recorrieron juntos la escasa distancia que los separaba de
Brooke, Cam y Dylan. La expresión de Tyler era la de un condenado dirigiéndose
hacia el corredor de la muerte.
—Así que eres la famosa Amanda. —Dylan se hizo a un lado para
estrecharle la mano, y Amanda percibió enseguida la misma calidez que había
encontrado en la de Cameron. «Estoy salvada», pensó. Otro espécimen masculino
con la marca McKenzie que parece un ser humano. «Sufre, Tyler». Dos contra uno.
—Vaya… Espero que lo de famosa no sea por mi habilidad practicando el
lazo —bromeó, recordando que aquella semana había protagonizado un par de
caídas memorables que habían hecho las delicias de un impasible Tyler.
—Me han dicho que haces milagros con tu cámara, inglesa. Parece que hasta
has conseguido que Ty saliera guapo en las fotos. —Miró a su hermano y como
respuesta, Tyler le dedicó una mirada glacial—. Aunque por lo visto, el efecto solo
dura un segundo.
—También me alegro de verte, Dylan. —Tyler aceptó su mano, la apretó
fugazmente, evitando más cercanía, y se mezcló con los demás para eludir la
conversación.
Amanda lo siguió con la mirada. Cobarde… Había corrido a refugiarse en
brazos de Lana Jackson. Bailaba tan pegado a ella que al pobre Graves se le salían
los ojos de las cuencas cada vez que pasaban junto a él, mientras que Lana parecía
a punto de chillar para que alguien detuviera aquella masacre de las botas de Tyler
sobre sus pies.
—Déjalo estar, indio. No está preparado para hablar. —Cam rodeó con su
brazo los hombros de su hermano menor—. Tomemos algo… y dale a Brooke
nuestro regalo antes de que salga a registrar la camioneta, ¿quieres?
—Mier… Casi lo había olvidado. —Dylan se metió la mano en el bolsillo de
sus tejanos y colocó algo en la palma de la mano de una expectante Brooke. La
joven lo contempló con ojos húmedos por la emoción. Se los mostró a Amanda. Un
par de dados… Era su manera de decirle que estaba en casa y que no volvería a
abandonarla.
—Siento haberte hecho daño, hermanita. —La abrazó con ternura, y Brooke
se limpió las lágrimas con un rápido ademán.
También era una McKenzie, fuerte como un roble, inquebrantable como el
acero… Aunque en ese instante solo era una mujer joven y hermosa que adoraba a
su hermano y se alegraba de haberlo recuperado.
—Idiota… —Le plantó un sonoro beso en la mejilla y miró a Amanda—. Te
lo advierto, este es el más peligroso de los tres. No dejes que te enrede o acabarás
colada por él hasta los huesos.
Amanda rió. Ninguno se percató de la expresión de sobresalto que las
palabras de Brooke acababan de provocar en el hombre que observaba la escena.
Tyler apretó los labios y echó una miradita cuando ellos no lo observaban.
Amanda parecía hipnotizada. Los ojos color miel brillaban mientras el indio le
contaba alguna entretenida anécdota de esas que había protagonizado cuando era
el hermano ausente.
Seguro que todas eran ciertas. Seguro que eran muy divertidas. Y cómo se
reía ella, qué buena pareja hacían bailando tan juntos… Tyler se mareó de repente.
Sintió que le faltaba el aire en los pulmones. Diablos… Tendría que hablar con el
matasanos local sobre aquello. Últimamente, le sucedía a menudo y comenzaba a
ser alarmante.
—El teléfono ha sonado. Voy a ver quién es… —anunció a Lana, quien
frunció el ceño en un signo evidente de que no se había tragado la excusa.
—Yo no he oído nada. —Lana le apretó el antebrazo para retenerlo y bajó la
voz para evitar que los demás los escucharan—. Tyler. Todo el pueblo está aquí.
¿Quién crees que llama a estas horas?
—Pues ha sonado… ¿cómo demonios quieres que sepa quién es? No soy un
maldito vidente. —Se soltó y la dejó plantada.
Amanda lo descubrió después de la segunda cerveza, justo cuando
intentaba huir con unas cuantas botellas de propina en dirección a los establos. Le
interceptó el paso en la cocina.
Tyler se peleaba con la tapa de una botella de cerveza, intentando levantarla
con una de las varas del respaldo de una silla de madera. Amanda se la quitó de
las manos antes de que destrozara todo el mobiliario.
—Tyler… ¿Estás bien?
—De fábula —contestó con rudeza—. Una fiesta estupenda. Todo es
perfecto, Abbot.
Tendió la mano para que le devolviera su cerveza, y ella lo hizo, suspirando.
—Sería perfecto si en lugar de estar aquí, emborrachándote en soledad,
estuvieras ahí afuera, con tus hermanos —le reprochó con suavidad.
—Dylan ha venido, ¿no? Eso es lo que importa. El indio es un fuera de serie,
Abbot. Unas palabras… y todo olvidado, ¿qué me dices?
—Digo que te convendría aprender un poco de él —lo hostigó—. Tal vez,
serías mejor hermano, mejor hombre y mejor persona, Tyler McKenzie. Y quizá, si
olvidaras tu rencor y pusieras un poco, solo un poquitín de tu parte, te darías
cuenta de la maravillosa familia que tienes.
Tyler la apuntó con las cervezas, los ojos encendidos de rabia y
desconcierto.
—Y yo digo, Abbot, que te metas en tus asuntos y dejes que los McKenzie
arreglemos nuestras cosas a nuestra manera —recalcó el nuestra para que no
tuviera dudas de lo que quería decir.
Ella no era uno de ellos, Amanda había captado el mensaje. Pero se lo
perdonaba porque sabía que estaba dolido y decepcionado. Y aunque no lo
reconocería, Tyler estaba en realidad hecho polvo.
—¿Y cuál es esa manera, Tyler? —insistió con terquedad, dispuesta a
hacerlo entrar en razón—. ¿Emborracharse, portarse como un idiota y volver más
tarde en busca de pelea?
Lo oyó reír por lo bajo.
—Cuánta imaginación, Abbot. —La apartó sin miramientos—. De momento,
solo emborracharme. Y en cuanto a lo de la pelea… Nena, todo depende de si te
encuentro aquí para sermonearme cuando regrese.
—¿Es una amenaza? —Amanda lo siguió, y Tyler le lanzó una última
mirada colérica desde la puerta.
—Ponme a prueba.
Amanda le tiró la tapa de una botella, furiosa. Dylan acaba de cruzarse con
Tyler en el camino y la atrapó en el aire con la mano.
—Qué mala puntería. Y vaya humos con los que salía mi hermano —
observó y le acarició la mejilla con afecto—. No sufras, Amanda. Volverá en un par
de horas y se irá derechito a la cama. Lo conozco.
—¿Lo conoces y sigues queriéndolo? ¿Cómo lo consigues? —rompió la
tensión que Tyler había dejado en el ambiente.
Dylan torció los labios, resignado.
—Practico técnicas de relajación cuando está cerca —bromeó—. Pero no
funciona siempre.
—Eso me tranquiliza. —Amanda le entregó un par de platos con bocadillos
y señaló la puerta—. Pero si tengo que enfrentarme a ese lunático, será mejor que
tenga algo sólido en el estómago. Ayúdame a sacar esto.

***

—Una mujer pensativa… me aterroriza.


Amanda sonrió al escuchar la voz de Cameron a su espalda. Se giró hacia él,
que la observaba con expresión divertida mientras le colocaba una cerveza en la
mano. Apoyó los codos en el porche. Hacía frío, pero su sangre aún hervía por el
comportamiento anterior de Tyler.
—Debe ser mi noche de suerte. —Amanda lo apuntó con la bebida—. Dos
de los tres McKenzie desplegando todo su encanto para mí. ¿Cuál es el truco?
—Dylan y yo hemos valorado la posibilidad de devolverle su dinero a tu
amiga. Tus vacaciones están siendo una pesadilla gracias a ya sabes quién. No
sería tan malo, ¿sabes? Harmony Rock está a un paso de la ruina y mi otra mitad
genética se ha vuelto loco. ¿Crees que puede ser contagioso? —preguntó,
destapando otra cerveza y fingiendo que la idea lo sobrecogía. Después, informó
con el mismo buen humor—: Si estás pensando en matar a Ty, tendrás que ponerte
a la cola.
—¿Matar a Tyler? —Arqueó las cejas con sarcasmo—. Tendría que ser
humano. Por desgracia, olvidé mi juego de estacas y mi crucifijo en Londres. Y
además, ¿por qué querría hacer yo algo así?
—Porque has pronunciado al menos diez veces las palabras cabezota,
insensible, orgulloso y tirano cuando Ty ha entrado hace un rato dando traspiés. Y
porque, para qué negarlo —sonrió encantadoramente—, todos en esta casa
tenemos últimamente el mismo pensamiento. Aunque no logramos ponernos de
acuerdo sobre el modo de liquidarlo.
—¿Has probado con balas de plata? Funciona en las películas. —Amanda se
terminó la cerveza y miró a Cameron a través del cristal de la botella vacía.
Qué curioso. Tyler y él eran como dos gotas de agua. Altos, atractivos,
imponentes. Sin embargo, Cameron le transmitía una extraña sensación de
seguridad que no tenía nada que ver con su placa, mientras que la compañía de
Tyler era un sangriento campo de batalla donde frecuentemente salía herida de
gravedad. Sí, muy curioso. Preocupante. Todas las voces de su juicio le enviaban
mensajes de alerta sobre Tyler. «Aléjate, aléjate». Pero siempre encontraba una
buena excusa para esquivarlos. A veces era un roce casual; otras, una mirada
furtiva.
En ocasiones, era la forma en que le pedía que se apartara y no estorbara su
trabajo. «A un lado, Abbot», solía decir con aquella voz grave y seductora. Un
delicioso mensaje velado que enseguida se descifraba en sus profundos ojos verdes
y que solo decía, «quiero besarte». Aunque Tyler se dejaría matar antes que
reconocerlo. Se aventuró a conocer más del hombre que se escondía tras aquellos
mensajes.
—¿Siempre ha sido así?
—¿Huraño y desconsiderado? —Cameron negó con la cabeza.
—¿Y qué pasó? —indagó con curiosidad—. ¿Una mujer?
Otra negativa que hizo que Amanda suspirase disimuladamente de alivio.
—Los años, la responsabilidad, el miedo a sentir, la vida misma. Podría
seguir toda la noche y en realidad, no sé si sería la respuesta correcta. Un buen día,
Tyler se convirtió en Tyler.
—¿Así? ¿Sin más?
—Amanda. —Cameron le quitó la cerveza de la mano y la dejó sobre la
barandilla—. Tienes que saber algo sobre mi hermano. Cuando llegó el momento
de asumir las riendas de Harmony Rock, el clan McKenzie era un completo caos.
Brooke, demasiado joven. Dylan nunca había querido ser ranchero, y yo trabajaba
en Nueva York como guardaespaldas. Tyler se hizo cargo de todo. A pesar de sus
sueños, de sus esperanzas y de sus verdaderos deseos. Aquellos que, por cierto,
nunca nos molestamos en averiguar. Toda su vida ha sido una larga lista de
propósitos encaminados a hacer más cómoda la existencia de los que lo rodeamos.
Tyler es como una roca maciza que sostiene a esta familia, Amanda. Nuestra
piedra angular. Lo dejamos hacer. Nos dejamos llevar. Lo queremos. Como se
quiere a las cosas que están siempre ahí, aunque no siempre puedas verlas.
—Así que una roca —murmuró pensativa, recreando en su mente la imagen
que Cam describía. Clavó los ojos en él—. ¿Y qué quería él realmente?
La pregunta dejó al hombre un poco descolocado. Cameron lo meditó un
instante y una ligera sombra de tristeza nubló su mirada.
—Pues… creo que aún no lo sé —confesó avergonzado.
—Entonces, será mejor que se lo preguntes, ¿no te parece? A lo mejor, sigue
esperando que lo hagas.
Cameron le acarició la mejilla con suavidad.
—Amanda Abbot. ¿Dónde has aprendido a ser tan sabia?
—Te sorprendería. —Le dio un ligero codazo en el costado y entró en la
casa.

***

Amanda se había acostumbrado a madrugar como el resto y reconocía que


había algo de masoquismo en el hecho de que se sintiera inexplicablemente en
calma.
Lo cierto era que el menor roce con Tyler provocaba una batalla dialéctica
que, a menudo, él zanjaba enviándola a realizar alguna tarea en la que terminaba
sucia, magullada o humillada, o las tres cosas simultáneamente. Pero asumía que
formaba parte del giro radical que pretendía dar a su vida.
Una prueba de fortaleza. Un pulso a la tentación que ocasionalmente la
asaltaba cuando tiraba de las ubres de una vaca demasiado fuerte, arriesgándose a
perder unos cuantos dientes si el animal se ponía terco. Y por otro lado, Tyler
parecía haber abandonado momentáneamente la idea de arrojarla a los lobos,
siempre que ella no se inmiscuyera demasiado en su trabajo y en su vida.
Generalmente, se mantenía a distancia y aceptaba su presencia como la de uno más
entre ellos. Pero la realidad es que no lo era. Era alguien viviendo una vida que le
encantaba mientras su vida anterior podía estar a punto de explotarle en la cara.
Ese día estaba algo más que deprimida ante el hecho inminente de que no
podía esconderse eternamente en Harmony Rock. Tarde o temprano, algo lo
estropearía todo y se le acabarían las excusas convincentes para quedarse. La idea
la entristeció. En ese momento, mientras veía las manos expertas de Doc
moviéndose sobre la ternera, pensaba que no le importaría quedarse allí para
siempre.
Doc pareció adivinar sus pensamientos. La miró y le guiñó un ojo,
invitándola con un gesto a que se acercara para contemplar al recién llegado.
Amanda lo hizo, emocionada hasta el punto que las lágrimas amenazaron
con brotar de sus ojos.
Doc se limpió las manos, dejó al pequeño ternero junto a su madre y
comenzó a guardar sus utensilios de cirujano en el maletín. Amanda lo observó,
calculando mentalmente su edad.
Al principio, y por como hablaban de él todos, con plena confianza sobre
sus habilidades como veterinario, había creído que Doc debía ser poco menos que
un anciano a punto de jubilarse. Sin embargo, al conocerlo, había descubierto con
agrado que aquel veterinario no tenía más de veinticinco años. Habían congeniado
desde el principio y a esas alturas, Amanda ya lo consideraba un buen amigo a
quien contarle sus inquietudes. Sospechaba, por la amabilidad que él le
demostraba, que Doc sentía lo mismo.
—Casi he llorado al verlo asomar la cabeza —confesó, y Doc sonrió.
Era lo bastante atractivo como para que cualquier mujer intentara coquetear
con él. Pero a Amanda no le interesaba en ese sentido y no tenía intención de
estropear una bonita amistad. «Vamos, confiésalo. No es a Doc a quien echarás
terriblemente de menos cuanto te vayas», pensó, molesta consigo mismo.
—En el fondo eres una sentimental, señorita Abbot —bromeó él para
animarla—. ¿Estás bien?
Amanda asintió, pero no fue muy convincente.
—¿Seguro?
Ahora ella negó con sinceridad.
—Pronto será Navidad. Siempre me deprimo por estas fechas —fue una
confesión a medias, pero estaba siendo todo lo sincera que podía dadas las
circunstancias—. Y para colmo, he agotado todos mis carretes. Necesito ocupar mi
tiempo, pero si se lo digo a Tyler, es muy capaz de ponerme a contar hormigas en
el porche solo para fastidiarme.
—Bueno, por la parte que me toca, espero que me hayas sacado bien guapo
en tus fotos.
—Ya sabes que sí.
Doc la tomó del brazo y juntos salieron del establo.
—¿Estás triste porque te aburres o lo estás porque nos has tomado cariño?
—preguntó él mientras se dirigía a su camioneta. Entrecerró los párpados para
observarla—. No quieres irte, ¿verdad?
—Tengo que volver algún día, ¿no?
—No te pregunto lo que tienes que hacer. Te pregunto lo que quieres hacer
—enfatizó Doc.
—Es que… bueno, ambas cosas no son compatibles —explicó con vaguedad.
Lo apreciaba, pero no podía contarle toda la verdad sin sentirse una usurpadora.
—¿No lo son?
—Hay que ganarse la vida, ¿sabes? En Londres, tenía un trabajo. Lo odiaba
en realidad. Supongo que forma parte del juego. —Amanda se mordió los labios—.
Y no hay mucho que una chica como yo pueda hacer para ganarse la vida por aquí,
¿no crees?
—Podrías ayudarme con la consulta —sugirió Doc de buen grado, y a
Amanda se le hizo un nudo en la garganta a causa de la emoción—. O podrías
montar tu propio negocio. La gente de por aquí estaría encantada de que les
hicieras el álbum familiar para la posteridad, ya los conoces.
—Estoy segura de que lo harían solo para hacerme feliz —aceptó ella.
Lo cierto es que también sus buenos vecinos le habían tomado cariño y
estaba convencida de que harían cualquier cosa para convencerla de que se
quedara. Todos, excepto Tyler, por supuesto. Él ya le había dejado bien claro que
solo estaba allí de paso y que su marcha no le causaría ningún trauma insuperable.
—También podrías trabajar para los McKenzie. —Doc sonrió como si, de
pronto, se le hubiese ocurrido una gran idea—. He oído que Tyler está buscando a
alguien que lo ayude. Brooke se pasa el día quejándose, dice que el rancho necesita
otro par de manos femeninas.
—¿Bromeas? —Amanda lo miró como si hubiera perdido el juicio—. Tyler
se cortaría las venas.
—No lo creo. —Doc abrió la puerta de la camioneta y encendió el contacto,
sin dejar de observarla sonriente—. Le gustas, Amanda. Nunca lo reconocerá, pero
es así.
—Te equivocas, Doc. La única razón por la que es amable conmigo es
porque sabe que me iré en unos días.
—Entonces, dale una buena sorpresa. Quédate y demuéstrale a ese cabeza
de chorlito lo que vales.
Amanda lo pensó. ¿Y por qué no? Tyler no era dueño del pueblo, no podía
obligarla a abandonarlo solo porque él se sintiera más seguro si lo hacía.
—Lo pensaré —le prometió y lo vio alejarse en mitad de la polvareda de
tierra que levantaban las ruedas de su vieja camioneta.

***
Muy a su pesar, estaba cumpliendo la promesa hecha a Doc.
A decir verdad, no podía pensar en otra cosa. La cuestión era, ¿cómo
plantearle a aquel tipo insoportable su deseo de quedarse? ¿Qué le diría? No podía
contarle las verdaderas razones. No podía confesarle que les había tomado
demasiado cariño y que la idea de regresar a su antigua vida llena de vacíos la
deprimía. Conociendo a Tyler, podía interpretarlo como una declaración. Y era
más que probable que ensillara su caballo y no regresara hasta estar seguro de que
Amanda se había montado en algún autobús con destino a cualquier parte menos
aquí.
Tampoco podía decirle que a pesar de que su padre le había dado más de lo
que podía agradecerle, nunca le había dado un hogar. Por algún motivo, ahora
consideraba que lo había encontrado. Un hogar. No una habitación de hotel que
solía abandonar cuando terminaba un rodaje, ni un piso vacío con una vecina
cotilla que pretendía hacerse millonaria robándole fotos bajo el rellano de la
escalera.
Un verdadero hogar. Con personas que tenían una vida real, con problemas
reales, que sentían de verdad… Todo aquello no tenía nada que ver con el frívolo
mundo al que ella pertenecía y, sin embargo, anhelaba ser parte de algo así. Cerró
los ojos, armándose de valor mientras se dirigía hacia los establos para buscarlo.
Dios, él no podía ser consciente de lo atractivo que resultaba incluso con aquel
aspecto sudoroso por el trabajo. Esperó a que Tyler terminara de clavar las
maderas nuevas, sustituyendo las rotas que ponían en peligro la seguridad de los
caballos.
Carraspeó levemente, y Tyler giró el rostro hacia ella, sorprendido por su
presencia.
—No te había oído llegar.
—Pensé que tendrías sed. —Le ofreció la limonada recién hecha, y él se
quitó los guantes para coger el vaso.
La bebió de un trago y le devolvió el vaso, secándose el sudor con la parte
inferior de su camiseta.
Amanda ignoró la visión de sus abdominales que habían quedado al
descubierto en aquel movimiento. Podía llamarlo como quisiera, pero para aquella
visión solo existía una palabra: PECADO.
—¿Ya has terminado? —preguntó con una sonrisa, y él frunció el ceño con
desconfianza. No entendía mucho de mujeres, pero reconocía cuando una quería
algo a cambio de una limonada. Y estaba claro que Amanda quería algo.
—Por ahora sí —contestó su habitual parquedad y señaló el otro portón de
madera que, a juzgar por su aspecto, también necesitaba algunas reformas. Uno de
los caballos asomó la cabeza para saludarla, y Amanda le acarició el hocico con
distracción—. Aguantará hasta mañana. ¿En qué puedo ayudarte, Abbot?
Amanda sonrió. Ya se había acostumbrado a que él la llamara de aquel
modo. Era su manera de convertirla en alguien que, aunque tenía formas y
modales de mujer, no representaba un peligro para él. Era su manera de llamarla
para dejarle bien claro que nunca escucharía de sus labios palabras amables y, por
descontado, que no esperaba que ella las tuviera hacia él. No se lo dijo, pero había
adivinado, casi desde el primer día, que Tyler se sentía más seguro si la trataba
como a uno de sus amigos vaqueros.
—Pronto se acabarán mis vacaciones —anunció con voz firme, aguardando
su reacción. Se sintió decepcionada y estúpida a la vez por ello. Tyler no dijo nada.
No parecía en absoluto triste o apenado por la noticia. El maldito ni siquiera fingía
que la echaría de menos.
—Eso quiere decir que te vas, ¿no? —Tyler no la miraba. Estaba recogiendo
sus herramientas y las metía en una bolsa de lona, como si tuviera prisa por llegar
a casa y celebrarlo.
—Supongo que eso es lo que quiere decir —murmurórabiosa. Kitty le había
ordenado que no regresara hasta que pasara la Navidad. Pero le dolió que Tyler no
se inmutara siquiera ante su inminente marcha, así que añadió un farol por si
picaba—. Puede que tengas suerte y me marche antes de Navidad. Quizá no tengas
que escuchar mi flemático acento británico mientras recibes el nuevo año. Pero
gracias, Tyler. Han sido unas vacaciones… diferentes.
—¿Es lo que querías, no?
—Claro, ¿por qué lo preguntas?
—No sé. —Tyler se irguió, y Amanda alzó la barbilla para mirarlo
directamente—. No pareces contenta.
«Y no lo estoy, bruto insensible», estuvo a punto de gritarle.
—Has hecho fotos muy buenas. A lo mejor te haces famosa y nos haces
famosos a todos —comentó con su sarcasmo habitual—. Anímate, Abbot. Por fin
dejarás de madrugar.
—No me he quejado —replicó.
—No, no lo has hecho. —Tyler le retiró un mechón que le caía sobre la cara,
pero apartó los dedos enseguida—. Has sido una chica valiente, tengo que
reconocerlo. Has madrugado, has ayudado en la casa, has aprendido a ordeñar
vacas y lo has hecho todo como una verdadera heroína. Y no has llorado una sola
vez.
—Muy gracioso. Pero se te olvida una cosa —le recordó ella—. También me
he comido tu asqueroso estofado sin protestar y he aguantado todas tus bromas de
mal gusto sobre mí.
—Eso son dos cosas —rectificó él, esbozando al fin una sonrisa—. Pero
tienes razón. Aunque cuando te vayas, ya no tendrás que aguantar nada de eso.
¿No te parece que eres una chica con suerte?
—Sí, con mucha suerte —masculló. Aquel tipo no se ablandaba con nada.
—Entonces, ¿por qué estás enfdada?
—No lo estoy —mintió.
—A mí me parece que sí —insistió él y la obligó a levantar aún más la
barbilla para poder leer la expresión de sus ojos—. Lo estás.
—Tyler…, estaba pensando…
—Oh, no. No me lo digas. —Tyler sacudió la cabeza—. Sé que no me va a
gustar.
Ella no contestó.
—No va a gustarme, ¿verdad? —Tyler ya estaba seguro de que era así.
—Es que… Doc y yo hemos estado charlando…
—¿Vas a casarte con Doc? —Las facciones de Tyler se habían endurecido de
repente.
—Pero ¿qué tonterías dices? —Amanda abrió los ojos desmesuradamente.
—Se me acaba de ocurrir. —El tono de él tenía algunos matices que Amanda
no percibió—. He visto que os habéis hecho muy amigos. Creí que ibas a invitarme
a vuestra boda.
—Menuda idea… Lo que iba a decirte es que me ha ofrecido que lo ayude
en la consulta.
—Entiendo. —Aseguró el tablón de madera sobre la puerta del establo y
empezó a andar en dirección a la casa.
Amanda lo siguió.
—Pero ¿qué te ocurre? —lo increpó, y Tyler se detuvo en seco, volviéndose
hacia ella con expresión seria—. ¿He dicho algo malo?
—¿Es que eres ciega, Abbot? —Tyler dejó caer la bolsa y se acercó a ella
peligrosamente. Al ver cómo retrocedía, se contuvo y apartó las manos de su
cuerpo—. Todos los tipos solteros de por aquí querrían que fueras su ayudante en
lo que fuera. Doc es un buen hombre, Abbot. Pero no es para ti. Y este no es tu
lugar… y además, ¿qué sabes tú de animales?
—Nada. Pero Doc dice… Bueno, sugirió que podría quedarme y ayudarle
hasta que encontrara alguna ocupación.
—¿Alguna ocupación? —se burló—. ¿Algo como qué, Abbot? ¿Dar clases de
piano en el bar de Ray?
—Muy gracioso. —Amanda le sacó la lengua, y Tyler hizo acopio de
voluntad para no claudicar en el acto a cualquier proyecto surrealista que ella
quisiera plantearle.
Era una embaucadora nata. Pero él estaba vacunado contra las mujeres
como ella. Incluso cuando le asaltaba el loco deseo de apresar su boca para
silenciarla del único modo que conocía, la vacuna tenía que funcionar… ¿o no?
—¿Es que no hay nadie que te espere en la ciudad? —preguntó para
distraerse del hechizo de su boca. Si su respuesta le importaba lo más mínimo, y le
importaba, no lo parecía—. Brooke me dijo que no tenías familia, salvo una
hermana a la que apenas ves y esa medio prima nuestra que te envió aquí. Pero
tendrás a alguien. Amigos, un novio. Algo, Abbot, que te haga volver a tu
verdadera vida.
—Tú no sabes cuál es mi verdadera vida —le reprochó furiosa.
—¿En serio? —Tyler torció los labios en una mueca y añadió—: Sé que no es
esta, créeme.
—Mira, Tyler. Ya sé que no te importa. Pero me gusta todo esto. Creo que…
necesitaba algo así para recuperar el control de mi vida —admitió con sinceridad.
Se detuvo al comprender que estaba a punto de cometer el error de confiar
plenamente en él—. Nunca entenderías los motivos que tengo para quedarme y no
esperaba que lo hicieras en realidad. Ya sé que tu capacidad de comprensión solo
funciona con vacas y caballos y que tu manual del vaquero impasible no incluye un
apartado emocional. Y de verdad siento mucho que la idea de tenerme como
vecina te moleste tanto. Pero no es tu decisión.
—Al grano, Abbot —la interrumpió, fascinado por el movimiento de sus
labios.
—Eso era el grano, Tyler… Creo que voy a quedarme, a pesar de ti.
Tyler la contemplaba como si hubiese perdido el juicio. De hecho, él mismo
comenzaba a perderlo mientras analizaba sus palabras. ¿Quedarse en Harmony
Rock… para siempre o solo hasta que recobrase la sensatez?
Tenía que prohibirle a Abbot que siguiera tomando aquel brebaje de hierbas
que Brooke le había recomendado para la indigestión. Y él tomaría un par de tazas
para calmar los espasmos que se habían producido en su estómago mientras la
escuchaba. Ella debía estar bromeando. No podía hablar en serio cuando decía que
se quedaba.
No era su ambiente. No era el marco perfecto para una bonita foto donde
Abbot aparecería arrebatadora con uno de los trajes que ocultaba en su equipaje. Y
sí, era culpable, lo reconocía. Había husmeado en su maleta. Una sola vez y solo
porque la había dejado abierta sobre la cama el primer día. Pero había sido
suficiente. Dolce Gabana, Vittorio Luchino. No había nada de eso en Harmony
Rock. Ni siquiera sabía cómo se pronunciaban aquellos nombres.
—¿Crees que la vida por aquí es fácil? —Tyler entornó los ojos para
observarla con fijeza—. Presiento que la amabilidad de la gente y las noches
estrelladas te han confundido, Abbot. Pero no te engañes. Esto no es para ti.
Aunque te quedes, no tardarás en darte cuenta de eso y querrás volver.
—¿Por qué estás tan seguro, Tyler?
—Porque mi buen amigo Doc nunca lograría retenerte junto a él —lo dijo
como si no le afectara y continuó la marcha. Amanda corrió tras él y agarró su
brazo para hacerlo girar.
—Te demostraré que te equivocas. —Lo retó con la mirada—. No estoy
interesada en Doc y él no está interesado en mí. Pero me quedaré de todas formas,
Tyler McKenzie.
—¿Siendo su ayudante? Que Dios nos ayude. —Él arqueó las cejas con
cinismo.
—¿Tienes una oferta mejor?
Tyler se rascó el mentón.
—No te hagas el huidizo —le dijo a sabiendas de que él ya había adivinado
lo que se proponía y buscaba la manera de evitarlo. La expresión de Tyler era de
pánico, aunque el maldito la disimulaba bastante bien—. Doc me ha dicho que
estás buscando otro par de manos en el rancho.
—¿Tú? —Él no ocultó la burla que había en su tono.
—¿Por qué no?
—Porque no —Tyler fue rotundo en su respuesta.
—Ya lo imaginaba. —Amanda sonrió, consciente de que cuanto más segura
se mostrara, más lo tendría en sus manos—. Imaginaba que dirías algo así.
Tyler puso cara de no tener idea de lo que hablaba. Pero no era tan buen
actor. Lo había hecho, Amanda lo sabía. Había despertado en él la curiosidad.
—Sé que te doy miedo, Tyler McKenzie —le soltó para acelerar su reacción.
—Perdona… ¿cómo dices? —Él estaba perplejo.
—Tienes miedo de que te demuestre que puedo ser tan dura como tú. Y de
tener que tragarte tus palabras cuando eso suceda —lo pinchó.
—Abbot… —titubeó, sin saber qué decir. Ella tenía razón. Aunque por
suerte, Amanda no sabía que lo que de verdad le aterrorizaba era el presentimiento
de que podía lograr cualquier cosa que se propusiera, con o sin su colaboración. Y
tendría que estar chiflado para colaborar. Solo un chiflado se arriesgaría un minuto
más con aquella mujer a riesgo de perder la cabeza por ella—. No puedes hablar en
serio… ¿Miedo de ti?
—Por eso quieres que me vaya. Y por eso no me ofrecerás que trabaje para
ti.
—Estás como una cabra, Abbot. —Tyler empujó la puerta con brusquedad,
soltándola sin esperar a que ella entrara.
Amanda no se dejó intimidar y lo siguió nuevamente en el interior de la
casa.
—Entonces, ¿qué me dices? —insistió.
Tyler la apuntó con el dedo. Iba a decir algo, pero, finalmente, se limitó a
mirarla con aquella expresión extraña que solía utilizar con ella.
—Digo que estás loca —respondió después de un buen rato—. Pero puedes
quedarte. Ya veremos cuánto aguantas.
Y la dejó plantada, como si esperase que ella se transformara en estatua de
sal solo porque le daba la espalda.
Amanda esperó a que él estuviera lejos para emitir un gritito de alegría. Y al
hacerlo, Brooke levantó la cabeza de la revista que estaba ojeando y la miró.
—No sabía que estabas ahí. —Amanda se sentó a su lado.
—Déjame adivinarlo. —Brooke lanzó la revista contra la mesa y puso cara
de perro policía—. Le has dicho a Ty que te vas, y está furioso.
—No exactamente —la corrigió sin dejar de sonreír—. Le he dicho que me
quedo, y está furioso.
—¿Te quedas? ¿Cómo es eso de que te quedas? ¿Te quedas para siempre? —
Brooke estaba fuera de sí de felicidad y se lo demostró abrazándola con fuerza—.
Ya me lo contarás todo. ¡Estoy tan contenta! Será como tener una hermana
mayor…
Amanda reprimió el impulso de decirle que era exactamente así como se
sentía ella. Como Chelsea se había convertido en una especie de vampiro
succionador de su cuenta corriente, casi había olvidado lo que era tener una
hermana pequeña. Aunque, si era sincera, no se trataba solo de Brooke. «No debes
pensar en eso», se ordenó a sí misma.
Estaban tan concentradas haciendo planes sobre las cosas que podían hacer
juntas, que ninguna de las dos se percató de la presencia del hombre.
Escondido tras la puerta de la cocina, Tyler ya se estaba arrepintiendo de lo
que había hecho. ¿Y qué había hecho? Dejar que ella entrara en sus vidas, en la de
Brooke, en la suya.
Esa Amanda Abbot iba a ser un serio problema. Lo había adivinado la
primera vez que la había visto. Sin embargo, al verla allí, abrazada a Brooke,
charlando animadamente con ella como si realmente fueran dos hermanas que se
contaban sus secretos, algo sucedió en su interior.
La imagen lo desarmó por completo. No supo qué era. No quiso saberlo. No
era bueno, de eso estaba seguro. Ella desbarataría sus vidas, estaba convencido. Y
un buen día anunciaría que no estaba hecha para aquello y haría su maleta. Y le
rompería a Brooke el corazón. Y quizá, solo quizá, también a él. Se apartó antes de
que lo descubrieran y tuviera que explicar cosas para las que aún no tenía
explicación.

***

—¿Que no vuelves? ¿Cómo que no vuelves?


Amanda separó un poco el auricular para evitar que los gritos de Brittany
Murphy le rompieran los tímpanos.
—Me quedo. Lo digo en serio, Britt. —Amanda suspiró—. Ha sido
estupendo trabajar contigo, de verdad. Ha sido casi bonito mientras duró. Pero no
puedo volver a Londres. Ahora no.
—Escúchame bien, diva desagradecida… —Imaginó que Brittany enrojecía de
ira al otro lado de la línea—. Me convertí en tu agente cuando nadie apostaba por ti. Lo
hice porque conocía a Kitty y porque, de no ser por mí, la cadena te habría conseguido por
cien libras a la semana…
—Y porque te interesaba que tu pequeño filón, tonta, inexperta y poco
ambiciosa, ganara dinero para ti, no lo olvides —le recordó, ya que Brittany se
empeñaba en canonizarse a sí misma como si su nombre fuera sinónimo de una
ONG para actrices debutantes.
—¿Te atreves a acusarme de ser una oportunista contigo? —ahora empleaba su
tono despechado, seguramente ensayado durante años mientras pedaleaba sobre
su bicicleta estática y un tipo latino con tatuajes chinos le daba masajes cervicales.
—No, Britt, aún no he utilizado ese adjetivo. En realidad, lo reservaba para
el final de mi lista de argumentos por los que no quiero regresar —comentó con
sarcasmo, oyendo como Brittany soltaba un taco, furiosa—. En serio, Britt. He
tomado una decisión. No quiero ser Lori Chase. Nunca más. Quiero volver a mi
antigua vida.
—Oh, sí, tu antigua vida. Deja que haga memoria. Te refieres a esa en la que tu
derrochadora hermana en el paro y tú compartíais un apartamento de treinta metros
cuadrados. Esa vida llena de glamur proletario, haciendo la lista de la compra con el folleto
de las ofertas del mes en una mano y los cupones de descuento del detergente en la otra.
—Esa misma, Britt —aceptó con una sonrisa, recordando todas aquellas
cosas que su agente mencionaba y que, de pronto, ya no tenían tanta
importancia—. Me lo debo a mí misma. Me lo debes. Desde que me convertiste en
Lori Chase, Amanda Abbot parece haber sido tragada por el enorme agujero negro
de tu codicia.
—Espera un momento —chilló—. Explícame eso de que has sufrido un trastorno
de la personalidad durante las vacaciones, porque aún estoy intentando digerirlo mientras
hago vudú con una de tus fotos. Querida, puede que no te hayas dado cuenta todavía, pero
no existe ninguna Amanda Abbot. Esa chica, que por cierto no sabía nada de estilismo hasta
que cayó en mis manos, murió en el mismo instante en que firmaste el contrato con mi
agencia. ¿Y quieres revivirla justo ahora, cuando toda la cadena espera tu vuelta para la
próxima temporada de la serie? Definitivamente, estás para que te encierren en un
manicomio. Y me encantaría verlo, de veras. Pero resulta que tengo un director histérico y
un bufete de abogados carroñeros contratados por la BBC que amenazan con demandarme
si no cumples lo acordado. Perdona si no me emociono cuando planteas dejarme con el culo
al aire porque quieres resucitar a tu estúpido alter ego.
—No dramatices, ¿quieres? —la atajó. Ella mentía y lo sabía—. Tienes un
seguro que cubre cualquier contratiempo. Es cierto que no sabía nada de estilismo
cuando te conocí, Britt. Pero sabía leer, y la letra pequeña de nuestro contrato no
era tan pequeña para no observar ese detalle. Diles que busquen a otra. No será tan
difícil. Londres está lleno de mujeres que, como yo, recortan los cupones de
descuento del detergente.
—Ewan me matará.
—No lo hará, Britt —la tranquilizó sin resultar demasiado convincente.
Conociendo a Ewan, lo más probable es que quisiera matarla, matarse y grabarlo
todo en vídeo por si le salía buen material para alguna escena de la serie.
—Lo hará —insistió descorazonada—. Estoy acabada, joder.
—No digas eso. Eres Brittany Murphy, ¿recuerdas? Los productores marcan
tu número cuando quieren un personaje perfecto. —Y añadió de buen humor—:
¿Qué más da quien interprete a Wendy? Haga lo que haga el Dr. Lockarne, la muy
tonta se quedará con él.
—Ahora que lo pienso, tengo que hablar con Kitty. Elora podría ser la respuesta a
mis plegarias. —El tono de Brittany había cambiado de registro. Su portentosa
mente diseñada para triunfar en los negocios, había superado el shock y estaba
nuevamente en marcha. «Aleluya», pensó Amanda.
—Kitty es la mejor ,y lo sabes. Si alguien puede convertir a una arpía como
Elora en un encanto con alma de misionera, es ella —aceptó.
—Tengo que dejarte. Pero te lo advierto, si yo caigo, tú caes. Así que no te prometo
nada.
Brittany colgó antes de que ella pudiera decir nada más. Amanda miró el
teléfono, preguntándose si había hecho lo correcto. ¿Y si ella tenía razón? ¿Y si era
lo bastante tonta como para equivocarse? ¿Y si no había tomado la decisión
correcta? No tuvo tiempo de seguir planteándoselo. Brooke ya tiraba de su mano
para que la escoltara a hacer unas compras.

***

—¿Por qué no te has casado, Tyler? —se lo había preguntado con


naturalidad. Pero él se atragantó con el bocado que acababa de introducir en su
boca al escucharla.
Ya sabía que aquello había sido un gran error. Se lo había dicho a Brooke
cuando ella prácticamente lo había empujado a llevar a Abbot consigo en su viaje.
Pero le debía una por como se había portado en la fiesta de cumpleaños de Brooke.
Por como se había portado todo el tiempo en realidad.
Amanda no le había exigido una disculpa, y él no pensaba dársela. Sin
embargo, le parecía que ella podría perdonarlo si obviaban el tema y se
comportaba civilizadamente a pesar de que la presencia de Dylan lo mantenía
fuera de juego. Ahora comprendía que aquella idea había sido un tremendo error.
Aún estaban a más de tres horas de camino hasta el pueblo más cercano, donde
Tyler esperaba hacer un buen negocio con el ganado. Y por si fuera poco, la
maldita camioneta se había averiado. Sin las herramientas necesarias y con la
noche a punto de caer sobre ellos, era imposible que continuaran su camino. Eso
significaba que Abbot tendría unas cuantas horas de cancha libre para someterlo a
todo tipo de incómodo interrogatorio.
Decidió encender fuego y acampar junto a la camioneta. Y era una suerte
que Brooke hubiera echado en el asiento trasero aquella bolsa con un par de
bocadillos de carne. Pero no era lo peor. Lo peor era que ella lo miraba como si
todavía esperase una respuesta. Esa Abbot era más que curiosa. A Tyler no le
atraía la idea de conversar sobre temas tan íntimos en aquellas circunstancias. Era
peligroso. Muy peligroso. Sobre todo porque hacía algunos días que no podía dejar
de pensar en ella.
Claro que se mostraba siempre distante y trataba de no confraternizar
demasiado con el enemigo. Pero, por alguna extraña razón, Brooke estaba
empecinada en hacer de ellos dos un bonito muñeco sobre la tarta nupcial. Y a
decir verdad, la idea lo ponía cada vez más nervioso.
—Esa es una pregunta muy personal, ¿no crees? —Lanzó el resto de su
bocadillo sobre la hoguera, ocultando la mirada—. ¿Y tú, por qué no lo has hecho?
—Yo he preguntado primero. Háblame de esa tal Brenda —soltó de
sopetón, arriesgándose a que Tyler la utilizara como combustible en la hoguera.
—¿Quién te ha contado lo de Brenda? ¿Dylan? —Tyler se movió, ocultando
la mirada y fiel a su estilo. A la defensiva.
—Brooke en realidad —confesó.
—Pues no hay nada más que añadir —zanjó.
—Entonces, no te importará que hablemos de ella. —Amanda se cerró la
chaqueta en un gesto decidido—. Veamos… Salías con la tal Brenda que, al
parecer, era un bombón relleno de veneno.
¿Es que estaba sorda? Tyler comenzaba a impacientarse. Supuso que si no
decía nada, ella entendería que daba por terminada la conversación. Craso error.
—Dylan y tú discutisteis por culpa de esa chica, y ahora no hay chica y no
hay Dylan para ti. Explícame eso, Tyler —lo pinchó.
Él la miró desconcertado.
No pensaba darse por vencida, estaba claro. Quería la historia completa, con
todo lujo de detalles. Y él no era un tipo conversador. Pero Abbot quería
respuestas y, de pronto, temía que pudiese confiar en ella lo bastante para
compartir algunos pensamientos que le rondaban la cabeza.
—Hace frío, Abbot. Volvamos a la camioneta.
Ella lo siguió. Tyler palmeó el asiento junto a él para indicarle que se sentara
más cerca.
—Sabes que insistiré hasta el amanecer —lo amenazó divertida.
—Diablos. ¿De verdad quieres que estropeemos esta velada romántica
hablando de eso? —bromeó para no pensar en lo alterado que le ponía imaginar
que se trataba realmente de ese tipo de velada. Ella asintió—. Ya veo. Está bien, te
lo contaré. Conocí a Brenda hace algo menos de un año. Salimos un par de veces,
nada importante. Ya me conoces, ninguna mujer en su sano juicio querría repetir.
Pero el idiota de mi hermano estaba convencido de que Brenda quería echarme el
lazo. Y se le ocurrió que sería una buena idea liarse con ella para apartarla de mí.
Lo descubrí, discutimos, le rompí la nariz y se marchó. Fin de la historia.
—¿Brenda quería echarte el lazo? ¿Lo sabías?
—Abbot… Aunque no lo creas, algunas mujeres me encuentran irresistible
—comentó de buen humor—. Y sí, lo sabía.
—¿Y por qué sencillamente no se lo dijiste a Dylan para que dejara de
preocuparse? —le increpó—. Permitiste que todo se enredara, y ahora no tienes la
menor idea de cómo arreglarlo, ¿no es cierto? Típico de ti, McKenzie. Apartar de tu
lado a las personas que te quieren.
—¿Más sermones, Abbot? —Su buen humor se disipaba, y Amanda cedió,
suavizando su expresión.
—Solo uno más. Promete que arreglarás las cosas con Dylan.
Tyler lo meditó en silencio. En el fondo, le enternecía que Amanda quisiera
mediar entre ellos. Confiar, meditar y enternecerse no eran actividades a las que
estuviera acostumbrado. Una enorme señal de peligro planeaba sobre él,
debilitando el estrecho y vigilado paso que conducía a su corazón. Necesitaba con
urgencia recuperar el control.
—Y tú promete que no participarás en la carrera de barriles —cambió de
tercio, esperando que ella tuviera la delicadeza de dejar de husmear en su interior.
—Ni lo sueñes. Brooke ha estado dándome algunas clases y piensa que soy
una gran amazona —replicó con orgullo, ignorando a propósito la parte en que
casi se había fracturado las costillas y ocultando que Brooke le había arrancado la
misma promesa el día anterior.
—Abbot. Vas a romperte la crisma un día de estos —sentenció, preocupado
porque sabía que haría lo que quisiera de todos modos.
—Ya lo veremos. Soy una Bournemouth —le recordó con orgullo,
estremeciéndose cuando una leve ráfaga de aire se coló por la ventanilla.
—¿Cómo era tu padre, Abbot? —Él se movió, aparentando que se trataba de
un movimiento casual.
Pero no lo era. Ella tenía frío y agradeció que le rodeara los hombros con su
brazo y la estrechara ligeramente contra su cuerpo.
—Era un buen hombre —respondió y clavó los ojos en las estrellas—.
Marion era especial. No le importaba hacer grandes cosas. Solía decir que prefería
sumar cosas pequeñas en su caja de los recuerdos. Ojala lo hubieras conocido,
Tyler. Tú y él os habríais llevado muy bien. Siempre que no intentaras
amedrentarlo con tu cara de vaquero fanfarrón.
—Muy graciosa. Creo que en eso te pareces a él. También eres especial —
Tyler lo dijo sin querer y se arrepintió enseguida de haberlo dicho.
Quizás Abbot lo interpretara como… ¿Cómo podía interpretarlo alguien
como ella? Hubiera querido tener el valor de preguntárselo. Pero, a pesar de su
corta estatura y de la dulzura de su expresión, aquella chica le daba miedo. Para
ser más exacto, las cosas que ella le hacía sentir en ese momento le ponían la piel
de gallina. De haber sido un poco más listo, habría salido corriendo con la promesa
de regresar en su busca en cuanto alguien le prestara una camioneta. Una vez más,
la profunda mirada de ella lo retuvo en el sitio. Intentó ponerse a salvo antes de
que Abbot lo sedujera irremediablemente.
—Quiero decir que eres una buena chica, Abbot. Un poco charlatana, eso
tienes que reconocerlo. Pero, en conjunto, no estás mal.
—¿No estoy mal, Tyler? —Amanda se dejó caer sobre el respaldo de su
asiento, y Tyler la imitó. Se giró hacia él y ambos quedaron mirándose fijamente a
los ojos—. Nunca pensé que pasaría los últimos minutos de mi vida contemplando
las estrellas con el señor cascarrabias en persona.
—Nena, no dramatices —la tranquilizó, aunque sabía de sobra que ella
estaba menos asustada que él—. Solo nos hemos detenido porque está demasiado
oscuro para continuar a pie. En cuanto amanezca, te llevaré de vuelta a casa.
—¿Nada de serpientes esta noche, McKenzie? —bromeó.
—No son venenosas por esta zona. —Sonrió él—. Pero no te prometo nada
sobre los escorpiones.
—Me tomas el pelo —lo regañó, notando como el sueño comenzaba a
vencerla a pesar de lo agradable de la conversación. Se acurrucó en el hueco de su
hombro.
—Siempre, nena. —La observó mientras ella luchaba porque sus párpados
no se cerrasen.
Después de un buen rato en el que la noche se cernía poderosamente sobre
ellos, Tyler comprendió que ella había dejado de luchar. Dormía como un ángel. O
como un demonio, a juzgar por el efecto que causaba en él, con la cabeza apoyada
en su pecho y el ligero sonido de su respiración golpeando su cerebro.
Abbot estaba preciosa cuando no abría la boca para pelear o decir cualquier
cosa que lo pusiera nervioso. Murmuró algo, recordando la pregunta que ella le
había hecho al principio, aquella sobre su estado civil. Se alegró de que durmiera
como un tronco y no pudiera escuchar la tontería que acababa de soltar. Había
dicho: «no te había conocido». Sí, una verdadera tontería…

***

Querida Kitty: puede que hablar contigo por correo electrónico llegue a convertirse
en un hábito. Te he llamado varias veces y en la última he dejado un mensaje bastante
obsceno en tu contestador. ¿Cómo es que nunca estás en casa? No puedo creer que llegue la
Navidad y no tengas preparado ese horrible villancico tuyo con el que me torturas todos los
años. Pero te quiero y te perdono. Por cierto, ¿has sabido algo de Chelsea? Tampoco he
tenido noticias suyas desde que llegué aquí. ¿Seguro que está bien? Por favor, intenta
contactar con ella y dile que la quiero. Se me olvidaba, tengo otra exclusiva para ti: tu
primo Dylan ha vuelto. Y antes de que lo preguntes, la respuesta es sí. Tenías razón. Tus
primos son los tíos más macizos de Texas. Pero no envíes más turistas desesperadas a
Mentone. Tyler te mataría. Tengo que dejarte. Brooke está intentando meter un abeto de
dos metros por la puerta. Kitty, te echo mucho de menos. Tengo tantas cosas que contarte.
Coge el teléfono la próxima vez, ¿quieres? Este ordenador es muy frío y no se deja abrazar
por ti.

***

Brooke le hacía gestos con disimulo, mientras colocaba los últimos adornos
en el árbol de Navidad. Cam y Dylan habían salido a tomar unas cervezas al bar de
Ray y aunque no habían tenido esa conversación, Amanda intuía que la tormenta
amainaba paulatinamente a medida que Dylan se mostraba paciente y no forzaba a
Tyler a perdonarlo.
Por su parte, Amanda apenas podía creer que el tiempo hubiera pasado tan
rápido. Apenas hacía un mes, era una persona solitaria que pasaba las noches
libres frente al televisor viendo reposiciones de series interminables y rellenando
cheques para el fondo turístico de su hermana. Y de pronto, ya era Navidad.
La nostalgia la invadió. Echaba de menos a papá. Y a Chelsea. Reconoció
que sus últimas Navidades no habían sido exactamente tradicionales. Solían
pillarla de viaje, en alguna habitación de hotel o en mitad de algún importante
reportaje en el que nadie tenía tiempo para curiosear en las tiendas buscando el
regalo perfecto para alguien querido.
Volvió a pensar en Marion. Había sido un hombre bastante peculiar, algo
extravagante y sin visión de futuro. Pero estaban juntos durante la Navidad. A
veces, incluso preparaban su árbol especial, como solía llamarlo. Un arbolito en
miniatura que decoraba y colgaba del retrovisor de su coche de alquiler cuando
visitaban a la tía Mary por aquellas fechas. Sonrió para sus adentros y se acercó a
Brooke para ayudarla con las luces.
Tyler permanecía silencioso, sentado en su sofá favorito mientras leía con
detenimiento los papeles que tenía entre las manos. Amanda ya se había
acostumbrado a verlo en aquella postura. Por las noches, el resto del clan McKenzie
y ella se entretenían jugando a las cartas o simplemente charlando y escuchando
discos, mientras Tyler ojeaba la prensa o simplemente permanecía en silencio,
observándolos. Le gustaba verlo así, relajado y tranquilo. Aunque no dijera una
sola palabra, ella sabía que Tyler también se iba acostumbrando a tenerla en casa.
Sin embargo, en aquella ocasión, su expresión era preocupada.
—¿Ocurre algo? —preguntó Amanda en voz baja. Brooke se colocó el dedo
índice sobre los labios.
—Son esos tipos de la ciudad otra vez —comentó Brooke y al ver como ella
arqueaba las cejas, le explicó—: Los de la Texco, la compañía de petróleo. El año
pasado vinieron por aquí y le hicieron una buena oferta a Tyler para que les
vendiera el rancho. Al parecer, creen que hay petróleo por estas tierras. Pero Tyler
no quiere ni oír hablar del tema, y Cameron y Dylan piensan lo mismo. Y esta
mañana, ha recibido otra carta de los del banco. Lo presionan por culpa de Texco, y
eso lo enfurece.
—¿Pueden hacerlo? —Amanda bajó la voz para evitar que él la escuchara—.
Obligarlo a vender, ¿pueden?
—No lo sé. —Brooke parecía inquieta—. El año pasado no fue demasiado
bueno. Tyler tuvo que solicitar un préstamo y… bueno, él no me cuenta nada. No
quiere que me preocupe de esas cosas. Pero he interceptado algunos recibos del
banco y no pinta nada bien. Algo va mal. Lo sé por la cara que ha puesto al abrir la
carta.
—Tal vez deberíamos…
—Ni se te ocurra decirle que te lo he contado. Me mataría si se entera. —La
mirada de Brooke era suficiente para saber que debía guardar el secreto—. No te
ofendas, Amanda. Pero ya conoces a Tyler. Se pondría hecho una furia.
—Está bien. —Desvió la atención de Brooke hacia el árbol—. Mira. ¿No te
parece que ha quedado perfecto?
—A mí me lo parece. —Las dos se sorprendieron al escuchar la voz de Tyler
a sus espaldas. Lejos de parecer preocupado, sonreía abiertamente—. Recuérdame
que te aumente el sueldo, Abbot.
—¿Y yo qué? —replicó Brooke divertida.
Amanda estuvo a punto de decirle que no necesitaba aquel aumento. Le
habría dicho que trabajaría gratis para él con tal de que le permitiera estar siempre
junto a ellos. Pero recordó lo que Brooke le había pedido. Y recordó que para los
McKenzie, ella era Amanda Abbot. Una mujer corriente que debía ganarse el pan
con el sudor de la frente, y tal vez, una buena amiga.
Tyler le palmeó el trasero a su hermana y le pidió que saliera a tomar el aire
un rato. Amanda adivinó sus intenciones. Había escuchado detenerse hacía un
momento la camioneta de Doc frente a la casa. Era delicioso el modo en que, contra
todo pronóstico, propiciaba sus encuentros. En el fondo, Tyler era un sentimental,
pero nunca lo reconocería. Cuando estuvieron a solas, se paseó alrededor del árbol,
dando su aprobación con la mirada.
—Es el mejor árbol de Navidad que hemos tenido, lo confieso.
—Tengo mis trucos, McKenzie —bromeó y aceptó la copa de vino que le
servía—. ¿Vino? ¿Qué celebramos, jefe?
—Que mañana es Navidad —contestó sin dejar de mirarla—. Que estás con
nosotros. Que Cam y Dylan están en casa. Que han salido a emborracharse y
tendré que meterlos en la cama. Que Brooke ha encontrado a la hermana que
siempre soñó. Que ese Doc está siendo un buen chico y no tendré que ir a la cárcel
por atizarlo. Que estás con nosotros…
—Eso ya lo habías dicho —lo interrumpió con dulzura, y Tyler, como era
costumbre en él, señaló su amplio sofá para indicarle que se sentara junto a él.
Era una especie de ritual entre ellos. Algunas noches, cuando los demás se
iban a la cama y Tyler estaba de buen humor, aceptaba su compañía. Mientras
fingía que se aburría, Amanda le contaba lo que habían hecho durante el día. Le
relataba los cambios que se le iban ocurriendo para la casa y sonreía cuando él
encogía los hombros como única respuesta. Cuando Tyler hacía ese gesto, quería
decir «está bien», Amanda ya había aprendido a interpretar su peculiar lenguaje de
signos.
Otras veces, la retaba a una partida de cartas y la dejaba hacer trampas,
simulando que no se daba cuenta. Incluso la dejaba ganar y se hacía el ofendido
antes de retirarse a dormir.
En ocasiones, la conversación se centraba en Brooke y en los progresos de su
relación con Doc. Por supuesto, Tyler no quería saber los detalles íntimos. Decía
que prefería no saber lo que aquellos dos hacían a sus espaldas, aunque, en su
interior, sabía que no tenía de qué preocuparse. Tanto Brooke como Doc eran dos
personas responsables y se tomaban muy en serio el que Tyler y sus hermanos
aprobaran su relación. Lo respetaban, y eso era muy importante para él.
Aquella noche no decía nada. Solo miraba el fuego que crepitaba en la
chimenea y, de cuando en cuando, la miraba cuando creía que ella no lo veía.
—Es hora de decirte algo, Abbot —la voz de Tyler sonaba lejana. Amanda
se acurrucó en su lado del sofá y encogió las rodillas en el estómago para
acomodarse—. Nunca pensé que te diría algo así. Me alegro de que estés aquí.
—Eso suena bien —aceptó ella, sin moverse de su sitio—. Aunque sospecho
que ahora viene la parte del discurso que comienza con un pero.
—Siempre hay un pero, ¿verdad? —Tyler se mostraba inseguro para variar.
Comprobarlo, la hizo sentirse bien.
—Tratándose de ti, sí. —Sonrió—. Tyler, seamos realistas. Tus cumplidos
suelen ir seguidos de algún comentario que lo estropea todo.
—Esta vez no. —Él se movió, apoyando su brazo en el respaldo del sofá y
quedando completamente girado hacia ella.
Diablos, sí que era difícil. Llevaba varios días preparando aquello y ahora
que la tenía delante y a solas… estaba claro que no tenía experiencia con las
mujeres, porque no tenía ni la más remota idea de cómo decirle lo que quería decir.
¿Y qué quería decirle? Lo había ensayado durante toda la noche anterior.
«Verás, Abbot… Ya que pareces decidida a quedarte, y como Brooke y tú
habéis congeniado tan bien…». No, no era eso. La otra parte… «Quiero decir que
como te hemos tomado cariño, Brooke, Cameron, Dylan y yo, y todo el maldito
pueblo…».
Era inútil, no se le daban bien las palabras y ni siquiera sabía si eran las
correctas. Y por si fuera poco, tenía la cabeza hecha un lío con el asunto de la
petrolera y los anónimos que había recibido la última semana. Pero ella estaba allí.
No se había ido. Dios, cómo deseaba besarla a pesar de todo. A pesar de la maldita
petrolera, de los ladrones de ganado y de los chiflados que amenazaban con
quemarle el rancho. A pesar de su preocupación por Brooke, quien seguramente
estaría afuera haciendo con Doc lo mismo que él deseaba desesperadamente hacer
con ella. Sacudió la cabeza y se pasó la mano por el cabello desordenado.
—Verás, Abbot… He estado pensando… No, se me ha ocurrido que…
quiero decir que…
—Tyler McKenzie —pronunció su nombre con aquella calidez que lo volvía
loco de deseo—. ¿Estás tratando de decirme algo? Porque si es así, será mejor que
lo hagas antes de que nos hagamos viejos.
Tyler recorrió con la mirada las facciones de la mujer. Los ojos brillantes y
sinceros. La nariz ligeramente respingona y la boca perfecta para los besos. Su
mirada se detuvo en los labios entreabiertos, desafiantes. Los apresó con suavidad.
Apenas duró un instante, pero tuvo que controlarse para no hacerle el amor allí
mismo al comprobar como ella respondía con lánguida pasión.
—¿Qué era lo que ibas a decirme, Tyler? —Ella le apartó al cabo de unos
segundos, jadeante. Tyler la miró, incapaz de articular una sola palabra. Era lista
aquella mujer. Lo tenía justo donde ella quería. Saberlo lo enfurecía y lo excitaba a
la vez.
—Yo… solo quería desearte una feliz Navidad —contestó entre dientes,
esperando que ella no notara su nerviosismo.
—Aún no es Navidad, Tyler… ¿Y…?
—Demonios, solo eso… Feliz Navidad, Abbot —casi estaba gritando, tan
tenso como las cuerdas de una guitarra.
Escuchó la risa femenina y exhaló un profundo suspiro, consciente de que
ella ya lo había descubierto. Había descubierto que lo tenía en sus redes y ahora
solo cabía esperar. Por lo poco que sabía sobre las mujeres, a ellas les gustaba
jugar. Muy bien, jugarían.
Pero después la llevaría a su cuarto y le haría el amor hasta dejarla rendida
a sus pies. Y si ella quería marcharse dentro de una semana o de un mes o de un
año, no le importaba… ¿A quién quería engañar? Si ella decidía algo así, Tyler
McKenzie solo sería otro tipo hecho polvo que suspiraría y se emborracharía
mientras escuchaba viejas y deprimentes canciones de amor en el bar de Ray.
No tuvo tiempo de decirle cuáles eran sus intenciones con respecto a ella.
Los gritos de Brooke sonaron en el exterior, y Tyler se levantó con un movimiento
felino para correr hacia la puerta. Amanda lo siguió, pisándole los talones.
Llegaron hasta los establos en cuestión de segundos. La escena que les
esperaba era escalofriante, no estaba preparada para algo así. Nadie podía estarlo.
Brooke sollozaba sin parar, y Doc trataba de tranquilizarla como podía.
—Lo siento, amigo. No hemos podido hacer nada… —Doc también estaba
asustado, aunque trataba de controlar su miedo por Brooke—. Nos alejamos a dar
una vuelta en mi camioneta y, al volver, escuchamos a los perros ladrar. Los
animales no han tenido tiempo de nada. Esos hijos de perra han debido utilizar
silenciador y… Dios, ¿quién es capaz de una atrocidad así?
¡Los perros! ¿Cómo no los habían oído? Tyler no lo escuchaba. Había
golpeado la puerta de cada compartimento con la esperanza de encontrar
supervivientes, sin éxito. Ahora permanecía de pie, con las mandíbulas y los puños
apretados y el rostro descompuesto por la furia. Echó una última ojeada a los
cadáveres de los animales. Se inclinó un segundo al ver como uno de los caballos
aún seguía con vida. Miró a Doc, y este se unió a él, dejando que Amanda se
ocupara de Brooke.
—¿Puedes hacer algo? —la voz de Tyler era un silbido de rabia en mitad de
la noche. Doc negó con la cabeza, y Tyler le hizo un gesto. Doc fue hasta la casa,
regresando al instante con la escopeta de Tyler.
—Llévatelas adentro, ¿quieres? —el tono de Tyler era glacial.
Doc obedeció y arrastró a duras penas a Brooke.
Tyler encañonó al animal cuando creyó estar solo. Lo pensó un instante
antes de apuntar directamente a la cabeza, justo entre los ojos de mirada anhelante
y oscura.
—Maldita sea…
Amanda cerró los ojos y se tapó los oídos al escuchar el disparo. Los dedos
le temblaban al posarlos sobre el hombro de él.
—Tyler…
—Déjame en paz. —Él se sacudió, volviéndose hacia ella con el arma aún en
la mano. La miró colérico, y Amanda retrocedió, sorprendida por su reacción—.
Tenía que haber estado alerta, en lugar de… de…
—No te atrevas a echarte la culpa de esto, Tyler… No podías saber que esto
iba a pasar… Nadie podía saberlo —intentó calmarlo, pero él se apartó, demasiado
furioso para aceptar su consuelo.
—Yo tenía que saberlo, Abbot. Han estado presionándome todo el tiempo, y
ahora… —El intenso reflejo de sus ojos verdes presagiaba lo peor—. Voy a matar al
responsable aunque tenga que registrar el pueblo toda la maldita noche.
—¡Tyler! —le llamó, consciente de que tenía que hacerlo entrar en razón o
cometería una locura—. ¿Qué vas a hacer?
—Buscar a esos desgraciados… —Se detuvo al ver como ella se plantaba
frente a él decidida a no dejarlo marchar—. Abbot, quítate de mi camino. Te lo
advierto.
—Tyler, esperemos a Cameron… —le suplicó—. Él sabrá qué hacer.
—Abbot —el tono de su voz se volvía peligroso por momentos—. He dicho
que te quites de mi camino. Ahora.
Ella se apartó, incapaz de pensar. El Tyler McKenzie que la había besado al
calor de la chimenea había desaparecido. El que tenía ante sí estaba fuera de sí y
quería venganza. Y ella solo era un obstáculo en aquel momento.
—Vuelve adentro y dile a Doc que espere a que lleguen los demás. —Ella no
se movió. De repente, el tono de Tyler se suavizó—: Por favor, vuelve a casa.
Quédate con Brooke y Doc. Estaré más tranquilo.
—No pienso volver si no vienes conmigo —replicó y vio como Tyler
apretaba los labios con fuerza.
—Te aseguro que no haré ninguna tontería —dijo él, y Amanda escudriñó
su expresión para valorar su sinceridad—. ¡Diantres, Abbot, iré a buscar a
Cameron, lo juro! ¿Quieres entrar en la casa?
Amanda suspiró.
—Prométeme que irás con cuidado.
—Lo prometo. —Y desapareció en su camioneta, alejándose a gran
velocidad.

***
Brooke se había quedado dormida hacía apenas media hora, y Doc estaba
recostado en el sofá, luchando contra el sueño que amenazaba con vencerlo de un
momento a otro. Aún quedaban un par de horas para que amaneciera, pero no
podía siquiera pensar en acostarse mientras no tenía noticias de los hermanos.
Aprovechó un momento en que Doc cerraba los ojos para deslizarse hasta la
puerta. La cerró con cuidado a sus espaldas y se sentó en las escaleras, vigilante.
No supo cuánto tiempo había pasado así, pero un roce en el brazo la devolvió
repentinamente a la realidad. Tyler estaba sentado a su lado. Parecía cansado.
—¿Los han encontrado? —le preguntó somnolienta.
—Ni rastro —respondió él con expresión ausente—. Esos desgraciados lo
tenían todo bien planeado. Han hecho el trabajo y se han esfumado.
—¿Qué ha dicho Cam?
—Que mañana abrirá una investigación. Y si piensas que yo estoy loco,
tenías que haber escuchado sus gritos en la oficina del sheriff. Dylan se ha quedado
con él para evitar que interrogara a todos los vecinos.
—Lo siento tanto, Tyler…
Él se desprendió de su chaqueta y se la colocó por encima.
—No es culpa tuya. Estás helada, Abbot —observó y algo parecido a una
sonrisa asomó a sus labios—. Te dije que te quedaras dentro. ¿Es que nunca
obedeces una orden?
—Ya me conoces. Soy inglesa, Tyler. Nosotros inventamos la guerra —
bromeó con lasitud.
—Lamento lo de antes. —Tyler ocultó la mirada—. No quería hablarte como
lo hice.
—Claro que querías. —Ella presionó su mano bajo la chaqueta y sonrió al
ver como él la apartaba avergonzado—. Pero estoy segura de que no lo sentías.
—¿Siempre eres así de comprensiva?
—Casi siempre. Lo oyó reír con cierta tristeza.
—Me habías asustado. —Tyler intentó bromear y se restregó los ojos—. Creí
que lo hacías para…
—¿Para qué, Tyler? ¿Para hacer que te enamores de mí?
Él la miró, maravillado por el modo en que ella lo conducía a su terreno
nuevamente.
—Nena, tú no te rindes nunca, ¿verdad? —Tyler dejó que esta vez fuera su
mano la que buscara la de ella. La acarició levemente y después, sus dedos
dibujaron con lentitud la mejilla femenina—. Y en realidad, no sé qué esperas de
mí.
—Entonces, no pienses tanto en ello. —Amanda cubrió con su mano los
dedos de él, obligándolos a permanecer en su rostro durante unos segundos antes
de apartarlos con suavidad—. Seamos amigos, Tyler McKenzie. A lo mejor, te doy
una sorpresa y hasta te resulto simpática.
—Abbot, ya me pareces simpática —bromeó Tyler, quizá para eliminar la
atmósfera de intimidad que se estaba creando.
—Pero no quieres que seamos amigos —le reprochó con un mohín.
—Porque no tengo amigos a los que quiera meter en mi cama… Santo Cielo,
Abbot, eres más cabezota que yo… —Tyler estaba lo bastante cansado como para
ceder. Tenía que retirarse antes de que ella lo descubriera. Se levantó. Tiró de su
mano y, de un salto, la hizo ponerse también de pie—. Vamos a dormir un poco.
Pronto amanecerá.
Ella asintió. En el salón, Tyler sonrió al ver como Doc lo saludaba medio en
sueños.
—¿Brooke está bien?
—Un poco nerviosa. Pero la obligamos a echarse un rato. ¿Habéis
descubierto algo? —Doc hizo ademán de erguirse, pero Tyler negó con la cabeza.
—Descansa, Doc. Hablaremos por la mañana.
La acompañó hasta la puerta de su habitación, y Amanda aguardó,
preguntándose si la despediría con frialdad. Tyler cruzó los brazos sobre el pecho,
observándola con curiosidad.
—Algún día, Abbot, me invitarás a pasar —dijo en voz muy baja—. Y ese
día, los dos tendremos un serio problema.
—Ya veo que te obsesiona la idea —observó, ocultando la mirada para que
no viera cuanto lo deseaba en realidad.
—Me obsesiona que no te preocupe.
Amanda se apoyó en la puerta y cerró los ojos. Estaba cansada. Y herida.
Sentía el dolor de Tyler como si fuera propio. Sentía su pérdida en lo más
profundo y no sabía qué hacer para consolarlo. Excepto escuchar su silencio, que
era tan revelador como el discurso más elocuente. Había aprendido a interpretarlo
y eso también la obsesionaba, porque significaba que él le importaba más de lo que
podía imaginar.
Percibió el cálido aliento sobre su mejilla. Iba a besarla. En cualquier
momento sucedería y, nuevamente, ella perdería el control. Se humedeció los
labios entreabiertos.
Tyler recorrió con los ojos aquella boca que se abría levemente,
provocándolo, incitándolo a olvidar sus buenas intenciones, seduciéndolo de un
modo tan perverso que había que estar loco para no sucumbir a la tentación.
—¿Es cierto? ¿No te preocupa? —insistió, pronunciando las palabras muy
cerca de la boca femenina.
Amanda no contestó y durante unos segundos sus alientos se confundieron.
Un estremecimiento la sacudió interiormente.
—Algún día, Abbot…
Amanda comprendió que ambos estaban demasiado cerca,
peligrosamente… Corrían el riesgo de cruzar aquella delgada línea tras la cual ya
no había posibilidad de retorno. Uno de los dos tenía que hacer algo antes de que
se precipitaran al interior de aquel volcán en erupción que se alimentaba del deseo
y el instinto más primitivo. Un volcán al que se habría lanzado gustosa de no ser
porque Tyler había bajado la guardia, era vulnerable y ella se odiaría por
aprovechar la situación a la mañana siguiente.
Colocó su mano en aquel pecho donde el corazón del hombre latía
desbocado y lo apartó con suavidad.
—Pero no hoy, Tyler McKenzie. No esta noche.
Amanda cerró la puerta despacio, consciente de que él estaba aún al otro
lado. Lo oyó murmurar algo y sonrió quedamente. Él había dicho: «Abbot», con
aquel tono que revelaba claramente que Tyler no era inmune a ella.

***

Amanda estaba colgando la última de las cortinas cuando su taburete se


tambaleó peligrosamente. Cameron y Dylan estaban realizando algunas
averiguaciones, Brooke había salido a tomar un refresco con Doc y le había hecho
prometer que esperaría a que llegara para ayudarla. Sin embargo, estaba tan
emocionada por ver la cara que ponían, que no había podido esperar más.
Y por otro lado, sabía que estaría agotado esa noche. Después de lo
sucedido, Tyler no dejaba de vigilar todo el tiempo. Apenas había dormido unas
horas y se había levantado cuando aún no había amanecido. Ella no quería
entrometerse, pero intuía que los apuros económicos de Tyler iban en aumento.
Por lo que conseguía sonsacarle a Brooke, el banco le había negado un nuevo
crédito y se preguntó cuál sería el momento adecuado para proponerle lo que tenía
en mente.
Y era Navidad. Estaba decidida a que Brooke, el resto de los McKenzie y
ella misma tuvieran la mejor Navidad de sus vidas. «Y la tendremos si no termino
escayolada de pies a cabeza», pensó al tiempo que caía y sentía unas manos fuertes
que la sujetaban en el aire. Sonrió con nerviosismo, esquivando los reproches de su
mirada y dejándose llevar por él hasta quedar a salvo y con los pies sobre el suelo.
—¡Tyler! No te esperaba tan pronto… —Lo vio cruzar los brazos sobre el
pecho en actitud desaprobadora—. Quería darte una sorpresa.
—¿Cómo, rompiéndote el cuello? —su tono era controlado—. Has podido
matarte, ¿en qué estabas pensando?
—Ya te lo he dicho —insistió, furiosa porque él ni siquiera había comentado
lo bonitas que habían quedado las dichosas cortinas ni lo bien que le sentaba el
vestido—. Quería darte una sorpresa.
—Pues no me des más sorpresas, Abbot —le advirtió enfadado—. No quiero
tener que preocuparme también de una chica tonta que se cree el hombre araña y
se dedica a trepar por mis paredes.
—¡Muchas gracias! —explotó ella.
—De nada. —Él no se movía, y Amanda permanecía contra la pared, a
punto de gritarle que no necesitaba que nadie se preocupara por ella. Había
aprendido a cuidarse solita hacía mucho tiempo. Y desde luego, no tenía intención
de matarse por el momento.
—¿Y ahora qué te pasa? —le espetó—. ¿Quieres decírmelo o prefieres seguir
discutiendo el resto de la noche?
Tyler la miró con fijeza, recreándose en lo bien que encajaba aquel sencillo
vestido negro sobre su cuerpo. Apenas se sujetaba con un par de finísimas tiras
sobre los hombros y por un momento, le asaltó el loco deseo de arrancarlas con los
dientes. Sacudió la cabeza, disgustado porque no podía controlar lo que sentía.
Aunque sus ojos echaban fuego, Amanda fue consciente de que ocultaba
algo tras aquella expresión rabiosa. Un delicioso hormigueo le recorrió la espalda
al comprender de qué se trataba. Estaban solos en la casa. Y él lo sabía. Aunque
normalmente Tyler evitaba quedarse a solas con ella, en aquella ocasión no podía
escapar a la realidad. Ni ella tampoco.
—Tyler. —Él se tensó al escuchar su nombre en los labios femeninos—.
¿Estás bien?
—No, no estoy bien —el tono de él era brusco, y Amanda extendió los
dedos para acariciar la incipiente barba de su mentón—. Pero no me hagas
preguntas, Abbot.
—De acuerdo —ella asintió obediente, clavando en él sus ojos sinceros—.
Solo dime cómo puedo ayudarte.
—No quieres saberlo, créeme. —Tyler cubrió con su mano la que ella
mantenía sobre su rostro, y Amanda sintió el áspero contacto de su palma
encallecida sobre la piel.
Quiso decirle que quería todo de él, incluso sus comentarios mordaces y sus
regaños. Quiso decirle que cualquier cosa le parecería bien siempre que confiara en
ella. En lugar de eso, se conformó con dejar que la observara en silencio,
disfrutando del placer que le proporcionaba la intimidad de aquella caricia.
—Tyler…
—¿Quién eres, Amanda Abbot?
Deslizó su mano hasta la garganta y rodeó su nuca para atraerla hacia sí.
Apresó sus labios con avidez, y Amanda se pegó a su cuerpo, ansiosa por sentirlo
aún más cerca. Un instante después, él aflojó ligeramente la presión en su cuello y
la apartó para estudiar su expresión con detenimiento.
—Abbot…, esto no está bien —dijo con voz ronca.
—¿Y a quién le importa? —replicó, frotando su nariz contra la barbilla de él.
—A mí me importa —contestó, aunque no apartó las manos de ella al
hablar—. Y a ti también debería importarte, Abbot.
—¿Por qué? ¿Acaso eres realmente el chico malo que dicen por ahí? —lo
provocó intencionadamente.
—Abbot…
—No, Tyler. —Ella rozó levemente los labios de Tyler con los suyos,
notando como las mandíbulas de él se endurecían de inmediato—. Di mi nombre.
—Abbot…
—Mi nombre, Tyler —le ordenó, tan dulcemente que el hombre pensó que
perdería la cabeza de un momento a otro.
—Amanda —dijo al fin, enredando los dedos en el cabello de ella y
aspirando fuertemente su aroma—. Amanda Abbot…, vas a volverme loco, ¿lo
sabías?
—Y eso que aún no has probado el pavo que he preparado para esta noche.
—Amanda sonrió, resignada cuando él la soltó y esbozó una media sonrisa.
No estaba mal. Lo había hecho reír, era un gran paso adelante. Pero la
magia había desaparecido y no supo si alegrarse o entristecerse por ello.
—¿Has preparado la cena? —Tyler arqueó las cejas, fingiendo estar
sorprendido y, de paso, insinuando que la consideraba una nulidad en la cocina.
—Pues claro. ¿Qué te creías? —No se dejó engañar por su aparente
incredulidad. Y añadió, aprovechando el buen humor de él—: Y además, si quiero
pescar un marido, debo hacer méritos, ¿no te parece?
Lo oyó toser ruidosamente y sonrió. Tyler la observaba con una mezcla de
estupor y terror en la mirada, y Amanda tuvo que hacer un gran esfuerzo para no
sucumbir a la tentación de seguir pinchándolo solo por ver la cara que ponía.
Escuchó el ruido del motor de la camioneta de Doc al detenerse frente a la
casa. «Salvado, Tyler», pensó con fastidio. Poco después, el todo terreno del sheriff
anunció también que Cam y Dylan estaban en casa. Empujó a Tyler con suavidad y
le advirtió que no los dejara pasar al salón hasta que ella le avisara. Tenía apenas
unos minutos para terminar de colocar la mesa y quería que estuviera perfecta.
Cuando ella lo llamó, Tyler hizo los honores y guió al resto hasta la mesa,
apartando incluso las sillas para que cada uno ocupara la suya.
Amanda observó la reacción de Brooke al desdoblar la servilleta que ella
cuidadosamente había doblado haciendo una pajarita y colocarla sobre las rodillas.
Depositó la bandeja con el pavo y esperó unos segundos antes de servir y ocupar
su propio asiento. Aún continuaba esperando un halago cuando Tyler carraspeó.
—¡Oh, Amanda, soy un desastre! —Brooke alargó la mano sobre el mantel y
apretó la de Amanda con fuerza—. Estaba tan distraída saliendo de mi asombro,
que ni siquiera te he dado las gracias por… por todo esto. Es… ¡Es maravilloso,
Amanda! ¿Podrás perdonarme?
—Es cierto. Somos una panda de desagradecidos, familia. —Cameron le dio
un codazo a Dylan para que soltara el tenedor, y este obedeció con expresión
divertida.
—Así son los McKenzie, Amanda. Tienes que estar loca para querer
quedarte por aquí —bromeó y la señaló con su cubierto—. Pero, por favor,
quédate. Porque es la mejor cena de Navidad que hemos tenido en mucho tiempo.
Amanda exhaló un profundo suspiro.
—Menudos farsantes… —comentó sonriendo—. Pero os perdono.
Por supuesto, no les contó que el pavo casi se le había quemado en el horno
y que no había más copas en la mesa porque las había roto al colocarlas. Rezó
porque ninguno de ellos eligiera agua en lugar de vino.
Miró de reojo a Cam, quien le hacía un gesto sospechoso a Dylan cuando
este trató de escupir la parte más dura de la piel de su enorme pedazo de pavo.
Dylan tragó ruidosamente y bebió un sorbo de vino a continuación.
—Está delicioso, Abbot —mintió Cam y comió un par de trozos seguidos
para aliviar la expresión avergonzada del rostro de la mujer.
—Sí, es lo mejor que he probado en… mucho tiempo. —Tyler acabó con el
contenido de su plato en un abrir y cerrar de ojos.
Amanda decidió que Tyler merecía una lección por ser tan mentiroso.
Odiaba las mentiras, aunque fueran piadosas.
—¿Has terminado, Tyler? —le preguntó con excesiva amabilidad—. Te
serviré un poco más.
Y antes de que pudiera protestar, lo hizo y se sentó a contemplar como él
enrojecía mientras devoraba otra buena ración de pavo medio chamuscado. Se
sintió culpable durante una fracción de segundo, pero pensó que a Tyler le venía
bien que ella le bajara los humos. Aunque no tanto a su estómago.
—Gracias por invitarme a pasar la Navidad con vosotros —comentó Doc
cuando todos hubieron terminado y degustaban una botella de vino caro que él
mismo había traído—. En realidad, no me sentía en familia desde que mi madre
murió.
Amanda pensó que así se sentía ella. Parte de aquella familia. Una piña, una
misma muralla, con algunas grietas poco importantes que el tiempo y el amor
podrían reparar. Doc y ella no tenían nada de eso y quizá por ello Amanda sentía
que había una especial empatía entre los dos.
Ambos estaban solos, prácticamente sin familia. Nadie podía comprender lo
duro que era mejor que ellos. Pero no esa vez. No esa Navidad. Miró a Tyler de
reojo. «Pobrecillo, será capaz de pedirme que le guarde el resto de pavo para
mañana con tal de ser amable esta noche», pensó, henchida de felicidad. Al menos,
Tyler se mostraba más humano que de costumbre y se lo agradeció en silencio. Él
no podía saber lo importante que era para ella, pero se lo agradeció de todos
modos.
—¡Feliz Navidad a todos! —Brooke levantó su copa y el resto la acompañó,
sonriendo cuando ella se dirigió a cada uno para transmitirles personalmente su
mensaje navideño. Estaba muy graciosa ejerciendo su papel de perfecta anfitriona
para sus invitados. Parecía Dorothy a punto de solicitar los dones de sus
compañeros de viaje a Oz—. Deseo para todos mucha felicidad. Para Doc, un
futuro próspero y muchas vacas y caballos enfermos que curar. Para mi guapo
sheriff, un trabajo menos peligroso. Para Dylan, un proyecto que mantenga su
mente ocupada. Para mi querido y a veces insoportable Tyler, un golpe de fortuna
que acabe con sus quebraderos de cabeza y una buena chica que lo soporte.
Brooke había mirado en dirección a Amanda al decir lo último, y ella se
sonrojó.
—Y para mi queridísima y recién adquirida amiga… —La joven hizo chocar
su copa contra la de ella, con expresión afectuosa en el rostro—. Deseo que todos
tus sueños se hagan realidad. Y deseo que te quedes con nosotros. Pero si no es así,
deseo que nos lleves en el corazón y que nos consideres tu familia, siempre, estés
donde estés.
Amanda estaba a punto de llorar. Disimuló como pudo su emoción y
agradeció que Doc estuviera tan emocionado como ella.
—Ah, se me olvidaba… —Brooke sonrió, y su sonrisa iluminó la habitación
como la más brillante de las estrellas. Pero después, su expresión se volvió más
seria—. Deseo que esos desgraciados que asesinaron a nuestros caballos tengan la
peor Navidad de sus vidas y acaben con sus huesos en la cárcel. Y eso es todo. ¡Os
quiero mucho!
—De verdad, gracias por tu hospitalidad, Tyler. Cam, Dylan. —Doc no era
tan elocuente como Brooke a la hora de expresar sus deseos. Pero no importó.
Todos habían captado el mensaje de agradecimiento en su mirada.
—Siéntete como en tu casa, Doc. —Tyler le palmeó el hombro al pasar junto
al joven, haciendo un gesto a sus hermanos y tirando antes de la mano de Amanda
para arrastrarla con él.
Amanda entendió la señal. Tyler les regalaba un poco de intimidad en
aquella noche tan especial. ¡Era tan romántico! Los envidió un poco. ¿Qué le
depararía a ella la noche? Conociendo a Tyler, le propondría una partida de cartas.
Y seguramente, y solo para hacerla rabiar, le ganaría y se reiría después para
fastidiarla. Pero no. Se había equivocado.
Tyler había tomado su mano y. en aquellos momentos, colocaba un abrigo
sobre sus hombros y la conducía fuera de la casa. Se detuvo bajo el muérdago que
pendía de la madera y que ella misma había puesto allí con la esperanza de que
algo mágico sucediera. Pues bien. Ahora era la oportunidad perfecta.
—Aún no has expresado tu deseo por Navidad —le recordó él de pronto—.
¿No tienes ninguno, Abbot?
—¿Y tú?
—El mío es un secreto. —El tono de Tyler era indescifrable—. Vamos,
Abbot, no seas tímida. Algo querrás pedir, ¿no? Es la costumbre.
Amanda dudó un instante. Cerró los ojos y entreabrió los labios,
aguardando el momento en que él los apresaría y la besaría apasionadamente. Al
cabo de unos segundos en que no sucedía nada y sentía que todas sus ilusiones se
esfumaban, volvió a abrir los ojos. Tyler mantenía la vista clavada en su boca, pero
no se movía.
—Tyler… —murmuró, conteniendo la rabia que crecía en su interior—. He
decorado la casa, he colgado las cortinas nuevas y me esforzado mucho porque
esta noche fuera perfecta para todos. Llevo todo el día peleándome con el maldito
pavo en tu maldita cocina y casi he tenido que llamar a los bomberos para que
apagaran el maldito horno. Y por si no te has dado cuenta, llevo un vestido nuevo.
Él pareció reparar en ello de repente. Amanda pataleó en el suelo.
—Y eso que está ahí —señaló la planta que pendía sobre sus cabezas— es el
maldito muérdago tradicional de Navidad. Y si crees que voy a dejar que vuelvas a
entrar en la casa sin darme mi maldito beso, es que estás loco.
Agarró con los dedos las solapas de la cazadora del hombre y lo atrajo hacia
ella con brusquedad. Buscó su boca, ansiosa y furiosa al mismo tiempo. Lo besó
largamente, rompiendo con facilidad la barrera inicial que eran los dientes del
hombre Alcanzó enseguida el interior y la boca de Tyler, se fundió con la suya
finalmente. Cuando lo soltó, Tyler respiraba agitadamente.
—Gracias. —Sonrió con naturalidad, fingiendo que el temblor de sus
piernas se debía solo al frío que hacía allí afuera.
Y como única respuesta, Tyler la abrazó y se apoderó de su boca
nuevamente, esta vez llevando las riendas de la caricia y obligándola a arquearse
contra él hasta quedar alojada en el hueco de su pecho.
—No hay de qué —dijo Tyler al aflojar la presión de sus brazos. Sonreía
maliciosamente—. Pero para otra vez, cuelga mejor tu maldito muérdago, Abbot.
Ella frunció el ceño. Pero al instante, comprendió a qué se refería. Vio como
él retiraba algo de encima de su cabeza y le mostraba el adorno entre los dedos.
—Espero que hayas asegurado bien las cortinas —bromeó, y Amanda
refunfuñó. Tyler le dio unos golpecitos en la punta de la nariz con su dedo índice,
divertido—. Abbot, no seas tan arisca.
—Vete al cuerno, Tyler. Ya sé que me consideras un desastre —replicó a
punto de atizarlo y borrar de su cara aquella expresión victoriosa.
—¿Un desastre? Claro que no. —Él lo estaba pasando en grande mofándose
de su descuido—. Un poco charlatana y algo chapuzas. Pero no un desastre, nena.
Nunca un desastre.
Tyler estaba a punto de confesarle que realmente la consideraba todo menos
eso. Aquella noche incluso le habría dicho dos o tres piropos amables para
sonrojarla o sonrojarse con su respuesta. Pero la música que provenía del interior
de la casa llamó su atención.
Tiró de ella para que lo siguiera y la obligó a bailar con él a regañadientes,
mientras Brooke y Doc hacían lo propio muy cerca de ellos. Así le gustaba, que se
comportaran como dos chicos buenos y no le hicieran tener más preocupaciones de
las que ya tenía. Porque, y para qué negarlo, la proximidad del cuerpo de Abbot
era una tremenda preocupación. A juzgar por el cosquilleo que le recorría el
estómago, adivinó que aquello no había hecho más que empezar. Aún quedaba
toda la noche por delante para que ella lo atormentara con el suave aroma de su
cabello, con la promesa de su mirada… Trató de no pensar en ello y de
concentrarse en la música. Pero, diablos, no era fácil. Si ella continuaba pegándose
a él como una ventosa, no podría resistir mucho más tiempo. Cameron y Dylan
charlaban animadamente. Espió de reojo a Brooke y Doc. Aquellos dos no tenían
pinta de querer retirarse a dormir. Se resignó.
—Eres el peor bailarín que conozco, Tyler —le susurró ella al oído—. Estás
muy tenso. Relájate, ¿quieres? No voy a morderte.
¿Qué se relajase? Como si pudiera hacerlo. Ella lo decía con ligereza,
seguramente porque no lo conocía lo bastante como para saber que no había
estado con ninguna mujer desde hacía mucho tiempo. A menos, claro estaba, que
Brooke se lo hubiese contado. Su hermana tenía muchas virtudes, pero la
discreción no era una de ellas. ¿Lo habría hecho?
—¿Sabes lo que estás haciendo? —le preguntó Tyler en voz baja, y sus labios
rozaron el cuello de ella.
—Estamos bailando, Tyler.
—Te lo diré de otro modo. ¿Sabes lo que me estás haciendo?
—Tyler, te preocupas demasiado —lo tranquilizó, fascinada por la manera
en que él se derretía en el abrazo.
—Y tú te comportas como Eva ofreciendo la manzana del pecado en el Edén
—le reprochó, pero no resultó convincente. ¿Era tan evidente que le encantaba que
ella se comportara así para él?—. Dime una cosa, Abbot. ¿Cómo esperas que acabe
esta noche?
Amanda sonrió y se soltó para correr en dirección a los otros hermanos.
Obligó a Dylan a bailar con ella y disfrutó enormemente al comprobar que Tyler
no apartaba la mirada de ellos ni una sola vez. Dylan era mejor bailarín con
diferencia, y Tyler parecía sufrir en silencio cada vez que ella reía uno de sus
chistes o le tocaba la mejilla en un simple gesto afectuoso. Sabía muy bien que
Amanda no era Brenda y, en el fondo, estaba seguro de que solo flirteaba con
Dylan para obligarlo a reaccionar. Pero eso no lo tranquilizaba y estaba
empezando a considerar seriamente la posibilidad de arrebatarle la pareja de baile
a Dylan, echársela al hombro como un cavernícola y llevársela arriba.
—¿Una última copa? Parece que la necesitas —comentó Cameron.
Tyler se volvió y no le gustó nada ni el tono ni la mirada de su gemelo. ¿Qué
era aquello, una conspiración? ¿Se habían puesto todos de acuerdo para lanzarlo
en los brazos de aquella mujer? Parecía que entre más se resistía a que sucediera
algo entre ellos, más se confabulaban todos en la casa para que ocurriera. ¿Es que
se habían vuelto locos? ¿No comprendían que estaba aterrorizado por lo que sentía
por ella?
—Dame la maldita copa y no te pongas en plan poli misterioso. Me pone de
los nervios que hagas eso —ocultó la mirada y aceptó la bebida que le ofrecía.
Bebió con rapidez, pero el líquido se quedó atascado en su garganta al escuchar el
siguiente comentario.
—Qué curioso. Creí que lo que te ponía de los nervios era ver como otro
está bailando con la mujer que quieres.
—No sé de qué me hablas —replicó, aclarándose la voz.
—Ty… —Cameron le echó el brazo por los hombros para murmurarle algo
al oído—. Amanda es una mujer especial. Seguro que hasta un idiota que guarda
su corazón bajo llave puede ver eso.
Tyler iba a decirle que podía meterse sus conjeturas de casamentero por
donde mejor le viniera. Cameron no esperó su reacción. En lugar de eso, se acercó
Dylan y le robó la chica. Y dirigiendo un guiño malicioso al hombre que
permanecía silencioso en el salón, bailó el resto de la noche con ella, desplegando
todo su encanto McKenzie y logrando que a Tyler le hirviera la sangre de celos.

***

Amanda se despidió de Doc con un abrazo y bromeó con Brooke cuando


dijo que estaba cansada justo después de marcharse su galante pretendiente. Se fue
a la cama entre risas, mientras Cameron y Dylan echaban su segunda partida de
dardos.
Amanda les dio las buenas noches, advirtiéndoles con fingida seriedad que
no desviaran por error ninguna de aquellas flechitas en la dirección donde se
encontraba Tyler. Ambos pusieron cara de inocentes y se despidieron de ella con
un beso en la frente.
Amanda caminó despacio hasta su habitación. Cerró la puerta y se quedó
allí un buen rato, con la espalda contra la madera. «No conozco a nadie más terco
que Tyler», pensó. Llevaba horas en la misma postura arrogante, estudiándola en
la distancia, analizando cada uno de sus movimientos como si valorara la
posibilidad de echar a correr en cuanto ella se le acercara. Sin embargo, había algo
en su mirada, un brillo especial.
Sonrió al escuchar unos pasos inseguros al otro lado de la puerta. No supo
cuánto tiempo permaneció allí, inmóvil y expectante. Después de un momento que
le pareció eterno, oyó como unos nudillos golpeaban la puerta con suavidad.
—¿Tyler…? —le habló a través de la madera, manteniendo la hoja cerrada a
sabiendas que eso lo haría rabiar. Tyler no podía ver la expresión maliciosa que
había en su rostro.
—Abbot, abre la puerta —no era una petición. Era una orden y, a juzgar por
su tono de voz, Tyler McKenzie no estaba acostumbrado a que nadie
desobedeciera una orden suya.
—Es muy tarde. Y estoy cansada —mintió.
—Abbot, abre la puerta —repitió él y añadió en tono más amable—: Por
favor.
Amanda lo hizo al cabo de unos segundos. Estaba frente a ella y la empujó
con una rudeza que no la engañó. Aquel brillo en sus ojos verdes lo delataba y
sabía que estaba perdido.
—¿Quieres algo, Tyler McKenzie?
Tyler se agitó de placer. Se le erizaba la piel cada vez que ella pronunciaba
su nombre de aquel modo tan… endiabladamente diplomático.
—Tramposa —murmuró con voz ronca—. Me has hecho pasar un
verdadero infierno esta noche. He querido matar a mis hermanos cada vez que te
reías, cada vez que les dedicabas una de esas sonrisas encantadoras.
Mientras hablaba, Tyler jugueteaba con el tirante del vestido. Finalmente, lo
apartó del hombro y lo dejó caer a un lado con lentitud.
Amanda contuvo el aliento al sentir el contacto de los dedos sobre la piel.
Aquel leve roce había tenido el mismo efecto que si la desnudara completamente,
logrando que cada fibra de su ser se estremeciera.
—Me preguntaste cuál era mi deseo por Navidad, ¿no? —preguntó él.
Amanda asintió, y eso bastó para que el hombre cerrara la puerta a su
espalda y la levantara como una pluma en sus brazos.
La depositó con delicadeza sobre la cama y se recostó junto a ella, apoyando
la cabeza en un codo para contemplarla. Le daba miedo tocarla por si se
desvanecía en el aire, por si se rompía entre sus dedos torpes y se iba con la brisa
de la mañana.
Aun así, se arriesgó. Recorrió su rostro solo con el aliento, en un lento ritual
de exploración que tanteaba el hermoso territorio de sus facciones. Quería ser
paciente, aunque necesitaba con urgencia saborear cada centímetro, y la excitación
comenzaba a provocarle una sensación muy parecida al vértigo.
Amanda intentó acariciarlo, pero Tyler sujetó sus manos con suavidad y las
colocó sobre la almohada, inmovilizándola. Se inclinó sobre ella y deslizó la boca
hacia la línea de su cuello, haciéndola suspirar de placer. Trazó círculos con la
lengua en aquel hueco delicioso y cálido y ascendió perezosamente hasta encontrar
la boca entreabierta, dispuesta, una cueva dulce que quería invadir y explorar.
Tyler había decidido cuál era su deseo por Navidad. Pero no le confesaría
que también lo era para la primavera, para el verano, para el otoño. No le
confesaría que era su deseo hacerla suya cada noche de cada estación y hacerle el
amor de tantas maneras que ella nunca deseara marcharse de su lado. No le dijo
nada. Solo quería tenerla donde la tenía ahora. Anhelante y callada para variar.
Tremendamente excitante bajo aquel precioso vestido que, por otro lado, se
interponía demasiado entre ambos.
Enredó los dedos en los tirantes y arrastró la tela hacia abajo, descubriendo
los senos henchidos, la piel inflamada. Los cubrió con las palmas encallecidas por
el trabajo y deseó que fueran más suaves para ella, pero Amanda no se quejó.
Lo miró a los ojos, como si adivinara sus pensamientos y retuvo las manos
sobre su pecho, respirando agitadamente.
Tyler bajó la cabeza, y su boca se deslizó apenas rozando los duros pezones.
La oyó gemir y no pudo evitar atrapar sus labios húmedos. La besó con la boca y
con la mirada, bebiéndola con la ansiedad de un náufrago sediento y desesperado.
Así se sentía. Como si toda su vida hubiera sido un inmenso y solitario paisaje
árido que ahora se iluminaba solo porque ella estaba allí. Se apartó un segundo
para terminar de quitarle el vestido, sacándolo por los pies mientras sus ojos
verdes no perdían detalle de cada segmento nuevo de piel al descubierto.
Tyler se esforzaba en controlar la rudeza a que estaban acostumbrados sus
dedos y la tocaba con tanta ceremonia que Amanda pensó que iba a desmayarse.
Se sacó las botas con rapidez y las dejó volar sin importarle donde caían.
Cuando comenzó a desabrocharse la camisa, Amanda sonrió para sus adentros.
Los dedos le temblaban al manipular los botones, pero logró deshacerse de ella y la
lanzó al suelo.
Amanda se irguió en la cama para ponerse de rodillas frente a él. La cegó el
brillo metálico de la hebilla de su cinturón y cerró los ojos, extasiada,
arrebatándoselo de un tirón. A tientas, los dos intentaban desabrochar el pantalón,
pero los cierres se resistían. Sus dedos se tocaron con nerviosismo, con urgencia.
Después de una breve lucha, aquella prenda también hizo compañía a las otras.
Amanda abrió los ojos, mareada. Metió las manos con timidez bajo el
elástico de los calzoncillos, y Tyler las envolvió con las suyas para animarla a
continuar. Cuando estuvo totalmente desnudo, Amanda regresó a la postura
inicial. Tyler se tumbó junto a ella, pero no la tocó enseguida.
Se mantenía apoyado en un codo y le traspasaba la piel con sus ojos verdes,
haciéndole el amor con la mirada. Le retiró un mechón de la cara, maravillado por
lo suave que era su cabello y por lo bien que se amoldaba su cuerpo a sus caricias.
—He querido hacer esto desde el primer día… —susurró.
Amanda se giró hacia él y quedaron uno frente al otro.
—¿Y por qué has esperado tanto? —preguntó, suspirando cuando su dedo
índice recorrió el contorno de su cintura para descansar en su ombligo.
—Porque yo… —Iba a retirar la mano, pero Amanda la rescató en el aire y
la depositó sobre su pecho. Tyler se estremeció involuntariamente, mirándola a los
ojos—. Toda mi vida he esperado encontrar a alguien como tú. Temía que no
fueras real.
—Soy real, Tyler. Y estoy aquí. Tócame —lo instó, y Tyler,
sorprendentemente obediente, la atrajo para volver a besarla.
Cuando separó los labios para tomar aire, ella emitió un leve gemido de
protesta y enredó sus piernas en las caderas del hombre. Notó cómo se tensaba. Su
pelvis endurecida presionaba los muslos de Amanda, y ella respondió ansiosa,
apretándose más contra él.
—Tyler…
—No hables, Abbot. —La silenció con sus labios, pero ella apartó el rostro,
insistente, terriblemente excitada, terriblemente… enamorada.
Ya lo había dicho.
Aunque solo había pronunciado las palabras en su mente por temor a que
su descubrimiento le asustara.
—¿Por qué lo estropearía? —preguntó.
—Porque me estás volviendo loco, Abbot —respondió Tyler con voz ronca
de deseo—. Y porque voy a explotar si no eres mía esta noche.
Ella rió bajito. Y al contrario de lo que Tyler imaginaba, dejó de luchar y se
rindió a sus caricias. Presionó sus hombros con insistencia, obligándolo a colocarse
sobre ella, entre sus piernas. Estaba preparada para recibirlo, para recibir de él lo
que estuviera dispuesto a dar, lo que fuera.
Sintió como entraba en ella, invadiéndola despacio pero con firmeza, rígido
y contenido, dejando que se adaptara a la intromisión, encantador.
Tyler quería que aquello durase una eternidad. Se movió con lentitud en su
interior, manteniendo el ritmo y controlando como podía su propia excitación. Le
hablaba al oído mientras lo hacía, repitiendo su nombre como una oración,
quemando su cuello con su aliento, dibujando una y otra vez con su lengua un
tortuoso sendero que siempre finalizaba apresando su boca. Tyler apretó los
dientes con fuerza al escuchar como gemía profundamente. Sintió como su parte
más íntima palpitaba al alcanzar el orgasmo y buscó su boca, sin dejar de moverse
dentro de ella.
Amanda temblaba y cerraba las manos en su nuca, apretándole el rostro
contra el suyo, respirando en su propia boca…
Tyler se rindió a ella. Aumentó el ritmo de sus movimientos y le pareció que
explotaba en mil pedazos cuando se derramó. Apoyó su frente perlada de sudor en
la de ella, sorprendido por la intensidad de lo que acababa de suceder. Estaba tan
absorto en todas aquellas sensaciones que no podía pensar en otra cosa. Es que no
quería pensar en realidad. Le aterraba el hecho de que, por la mañana, ella seguiría
siendo ella. Una mujer que le encendía los sentidos, que le tocaba el alma con cada
mirada… Una extraña que había llegado a su vida para complicarla, para despertar
sentimientos y deseos nuevos.
Amanda lo había arrasado por completo. Había conquistado el corazón de
todos. «También el tuyo», le decía una vocecita perversa, y Tyler no quería
escucharla, porque hacerlo implicaba tener en cuenta los pros y los contras de
hacer el amor con ella. Y siendo sincero, al diablo con todos aquellos argumentos.
La amaba. Y la odiaba al mismo tiempo vez por hacerlo sentir tan especial. Por
hacerle sentir que cuando ella se fuera —y se iría, era un temor constante,
angustioso—, él volvería a ser el tipo rudo y sin modales que una mujer como ella
no necesitaba.
Aquel pensamiento lo paralizó, le quitó al aire y quiso huir. «También el
tuyo…». Intentó levantarse de la cama. Pero ella se lo impidió, tirando de él para
retenerlo y recostar la cabeza en el hueco de su hombro. Acarició su pecho con
aquellos dedos finos que Tyler ya echaba de menos aunque todavía seguían allí.
—Tyler… Feliz Navidad —la oyó susurrar antes de quedarse dormida entre
sus brazos.
No contestó.
No podía hacerlo a causa de la confusión, a causa de aquella opresión
extraña en el pecho.
Se dijo que aquello no podía repetirse nunca más. Era peligroso. Para él,
para los dos… para él. ¿Ya lo había dicho antes?

***

Aquella mañana, dos acontecimientos extraordinarios hacían que su rostro


resplandeciera. Aún conservaba el olor de Tyler en la piel y recordaba la manera
en que le había hecho el amor durante la noche. Ese ya era motivo suficiente para
que se sintiera feliz. Se desperezó con lentitud sobre las sábanas y sonrió al
comprobar que no estaba a su lado. Ya imaginaba que no encontraría a Tyler junto
a ella. Pero no estaba enfadada. Sabía que él jamás se quedaba en la cama un
minuto más de lo necesario. Se lo perdonó y se vistió a toda prisa, corriendo hasta
el salón al escuchar las voces.
—Date prisa, tienes una llamada —Brooke la apremiaba. Amanda bajó las
escaleras de dos en dos y se abalanzó sobre el teléfono que Brooke le tendía con
expresión divertida.
—¿Diga… Kitty…? Oh, Dios, creí que te habías olvidado… Cielos, es peor
que el del año pasado. —Alejó el auricular para que Brooke escuchara como Kitty
entonaba Blanca Navidad con su voz melodiosa—. Déjalo ya, ¿quieres? Tendría que
matarte por esto… ¿Y te llamas amiga?... No, no quiero escuchar que has tenido
una semana horrible… ¿Qué… Elora ha muerto… cómo…?
—¿Pasa algo, Amanda? ¿Quién ha muerto? —Brooke se alarmó, y Amanda
sacudió la mano en aire para tranquilizarla mientras atendía a la conversación con
Kitty.
Al parecer, Ewan había decidido suprimir a Elora de la serie y la había
sustituido por una hermana gemela, que interpretaba la misma actriz y de la que el
Dr. Lockarne se enamoraba. Solo habían rodado un par de episodios y Ewan
esperaba ansioso la reacción de la audiencia. Kitty decía que aún intentaban
solucionar la misteriosa desaparición de la enfermera Wendy. Se disculpaba
porque había tenido que escribir un guion en el que la convertía en una
calculadora traficante de medicamentos a la que había liado con un antiguo
celador del hospital. Menudo lío. Amanda sonrió.
—Está bien, te perdono… ¿cómo que tienes que dejarme…? Es Navidad,
Kitty… Nadie trabaja en Navidad… Está bien, sé que tú sí… Bien, te llamaré… Te
quiero… —Amanda colgó y se quedó mirando un buen rato el teléfono.
Contempló a los McKenzie reunidos alrededor del árbol. El día anterior se
había prometido que sería la primera en llegar hasta los calcetines colgados de la
chimenea para dejar sus regalos. Sin embargo, los acontecimientos de la noche
habían variado sus planes. Aunque no lo suficiente. Contuvo el primer impulso de
echarse en sus brazos al verlo, recién duchado y vestido, de pie junto al árbol de
Navidad. Tenía que ser precavida y no adelantarse a él. A Tyler no le gustaba que
nadie se le adelantara, así que esperó paciente y trató de imaginar la reacción de
Brooke y los demás cuando él les contara la nueva situación entre ellos.
Supuso que la joven daría saltos de alegría, y los hermanos, su bendición, no
sin antes hacer un chiste sobre la condena que le había caído al enredarse con un
tipo como Tyler. Amanda había comprado regalos para todos y estaba ansiosa por
empezar a repartirlos. Estaba segura de que ellos habían descubierto sus
sentimientos y sospechaba que sentían, como ella, que definitivamente era la pieza
perfecta que completaría su familia feliz.
Cam y Dylan se habían reunido también junto al árbol. Miró a Tyler de
soslayo y observó su expresión ceñuda. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué no parecía
emocionado o turbado o siquiera nervioso por lo que habían compartido? Intentó
no obsesionarse con la idea de que quizá Tyler la estaba evitando a propósito.
—Esto es para ti, Amanda. —Brooke sonreía como una chiquilla traviesa
mientras la observaba abrir su regalo.
Eran unas botas de caña alta que ella había visto en una de las visitas a la
señora Tracy y Amanda se apresuró a quitarse sus zapatillas y calzárselas. Las
mostró a Tyler, sonriendo estúpidamente cuando él se limitó a asentir y encoger
los hombros. «Tyler, soy yo, la chica con la que pasaste la noche... ¿no te
acuerdas?», quiso gritarle. Pero se mordió los labios, furiosa por el modo en que él
la ignoraba.
Se conformó con la alegría de Brooke mientras iba descubriendo sus propios
regalos y repartiendo besos sin parar. Amanda había comprado un par de
camisetas con graciosos dibujos para todos, y para Brooke había añadido, además,
unos pendientes de plata con forma de herradura. Como era de esperar, Cam y
Dylan se colocaron las camisetas enseguida y se mofaron de su habilidad para
tomar medidas cuando comprobaron que les venían demasiado estrechas.
Amanda los ignoró, aguardando la reacción de Tyler mientras lo veía rasgar
el papel que envolvía su regalo. Lo había reservado para el final a propósito. No
era nada ostentoso, pero había puesto en él su corazón. Tyler permaneció
impasible, sosteniendo el portarretratos de madera tallada que enmarcaba una
hermosa imagen de los hermanos McKenzie al completo, una fotografía que
Amanda había sacado unos días antes.
—Está… bien.
Clavó los ojos en ella durante una fracción de segundo y lo colocó sobre la
chimenea sin decir una palabra. Amanda supuso que era su manera de decir
gracias y le bastó de momento.
—Amanda, es el regalo más bonito que le han hecho, aunque nunca lo
reconocerá… ¡Me encanta, en serio!... Y en cuanto a ti, Tyler, te diré que hasta el
último momento he dudado con tu regalo. Pero, al final, creo que te sorprenderé.
—Brooke se frotó las manos—. ¡Vamos, ábrelo ya! ¿A qué esperas?
Tyler rasgó el papel con la misma ilusión con que liaría un pitillo. Pero por
mucho que se hiciera el duro, no pudo engañarlas. ¿Era un atisbo de emoción lo
que asomaba a sus pupilas? Amanda lo vio abrir el broche de la delgada cadena y
colocarla alrededor de su cuello, haciendo girar después entre los dedos las dos
alianzas. Ahora su expresión era confusa.
—Es muy bonito, Brooke. —Sonrió a medias y miró a su hermana—.
Dejando eso a un lado, ¿qué significa?
—Ty, estamos empezando a creer que tienes una calabaza en donde
deberías llevar la cabeza. —Cam le propinó un codazo—. Sonríe un poco, hombre.
Es Navidad.
—No te hagas el tonto. —Brooke lo apuntó con el dedo cuando él siguió sin
comprender—. Es un mensaje, bruto. Quiere decir: «Hermano, ya es hora de que
sientes la cabeza». Te haces mayor, Ty. Y yo también. Quiero tener mi propia vida
y no quiero sentirme culpable cada vez que te deje solo o con este par de memos…
—Gracias, hermanita. —Dylan le tiró del pelo, y ella le sacó la lengua.
—… y quiero tener compañía femenina, ¿sabes? Y sobrinos. Muchos
sobrinos. Una docena al menos.
—Eso está muy bien, Brooke. Y te agradezco que te preocupes por mí, de
verdad. —Tyler se mostraba tranquilo. Tal vez demasiado—. Pero es que
realmente creo que hay un problema…
—¿Ah, sí? —Brooke empujó a Amanda hacia él, obligando a Tyler a
sujetarla por los brazos—. Ya me he dado cuenta como os miráis. No me vengas
con tonterías ahora. Sed dos buenos chicos y convertidme en una guapa dama de
honor, ¿vale?
Tyler se alejó y aunque había intentado no ser brusco en su movimiento,
Amanda sintió una punzada de dolor al percibir su rechazo. Inmediatamente, su
dolor se transformó en ira, pero se reprimió para no disgustar a Brooke y al resto.
—Brooke, te estás portando como una niña —la voz de Tyler era fría al
hablar—. Y estás haciendo que Amanda se sienta incómoda, ¿es lo que quieres?
—Claro que no. Yo solo… —Los ojos de Brooke se nublaron.
De pronto, la situación era algo más que incómoda y parecía que todos,
excepto Brooke, habían captado que algo había sucedido para marcar un antes y
un después en la relación de Tyler y Amanda.
Tyler se ablandó un poco al ser consciente de la confusión que reflejaba el
rostro de su hermana. Le alzó la barbilla con los nudillos y sonrió.
—Brooke, te quiero —su tono se dulcificó al hablar, aunque su expresión
seguía siendo seria—. Pero odio que hagas de Cupido. Y me avergüenzas cuando
lo haces.
—No era mi intención…
—Lo sé. Por eso, te doy las gracias por tu regalo a pesar de todo. —La besó
en la frente con ternura—. Pero promete que dejarás de lanzar tus dardos de amor
en mi dirección.
—Ty…
—Brooke —su tono no admitía réplica.
—Está bien, está bien… —Brooke se zafó de sus brazos y se volvió hacia
ella—. Espero que tengas más suerte que yo. Es un grandísimo cabezota. Y a este
paso se convertirá en un viejo solterón, gruñón y amargado.
Y una vez dicho eso, salió de la casa para recibir a un Doc completamente
cargado de regalos.
Amanda aprovechó el momento para enfrentarse a Tyler.
—¿No te ha gustado mi regalo? —se lo preguntó sin rodeos, la voz
temblorosa a causa de la decepción y la furia.
—No he dicho eso —contestó él, y Amanda tuvo la sensación de que
también estaba furioso con ella por algo—. He dicho gracias, ¿no?
—Pues podías haberlo dicho con algo más de emoción —le reprochó—. Con
el mismo esfuerzo podías haber fingido que significaba algo para ti.
«Que yo significo algo para ti», quiso añadir, pero no lo hizo.
—¿Qué se supone que debía hacer? —explotó él—. ¿Tirarme a tus pies y
derramar unas cuantas lágrimas? ¿Es así como se hace en tu querido Londres? Lo
siento, Abbot. Por aquí no tenemos por costumbre hacer el idiota cada vez que
alguien nos hace un regalo.
—Un simple gracias pronunciado con sinceridad habría bastado, Tyler.
—¡Pues gracias! ¡Muchas gracias! —Tyler lo había dicho con un gesto
exagerado y teatral que era todo menos una señal de agradecimiento—. Te aseguro
que he sido muy, muy sincero. ¿Satisfecha?
—¡Vete al diablo! —Amanda estaba a punto de marcharse cuando él apresó
su mano. Tiró de ella, haciendo que se tambaleara y se aferrara a sus hombros para
no caer.
—¡Suéltame, Tyler! Está claro que no tienes un buen día.
—Espera un momento… —su expresión se suavizó apenas al mirarla
fijamente—. No quería herir tus sentimientos, Abbot… No sé qué me pasa.
—Yo te lo diré, McKenzie. No hay que ser muy lista para darse cuenta, ¿no
crees?
El arqueó las cejas.
—Lo de anoche fue un error. —Ella esperó que lo negara. No sucedió y eso
la enfureció aún más—. Es lo que estás pensando, ¿no? Pues bien, mira qué
sorpresa, estoy de acuerdo contigo. Fin de la discusión.
—¿Así… sin más? —Él apretó las mandíbulas hasta que su rostro quedó
convertido en una dura máscara que no dejaba ver lo que ocultaba tras ella.
—Déjame en paz, Tyler. No has entendido nada.
—Entonces, explícamelo.
Amanda lo pensó durante unos segundos. «¿Explicárselo? Antes muerta
que soportar por más tiempo sus humillaciones».
—Si lo hago, ya no valdrá la pena, Tyler.
—Abbot…
—No, Tyler. —Ella lo silenció con la mirada—. Voy a salir ahí afuera y
disfrutar de la Navidad. Te guste o no. Y voy a hacerlo con mi mejor sonrisa. Y
tú… tú harás lo mismo. Se lo debes a Brooke. Y me lo debes a mí.
Tyler iba a protestar, pero ella se lo impidió otra vez.
—Me lo debes, Tyler —repitió—. He sido amable contigo, incluso cuando
no lo merecías, que es casi todo el tiempo. Pero no te permito que estropees el día
de hoy solo porque anoche cometimos el peor error de nuestras vidas. ¿He sido lo
bastante clara?
—Como el agua, Abbot. —Pero no había escuchado nada, excepto la palabra
error.
—Bien. Salgamos y finjamos que somos los mejores amigos. —Sujetó su
mano con fuerza y abrió la puerta de la casa de par en par.
—¿Y no lo somos? —le recordó, refiriéndose a la intimidad que habían
compartido. Amanda lo fulminó con la mirada.
—No te equivoques conmigo, McKenzie. No soy de las que lloran con
facilidad.
—Ya lo veo. Pero tendrás que explicarme más tarde eso que has dicho —
insistió, obsesionado por aquella palabra de cinco letras que en los labios de
Amanda había sido como una bofetada.
—Tyler… —Amanda pensó con rapidez.
Estaba a un paso de perder la dignidad y abalanzarse en sus brazos para
suplicarle que fuera capaz de ver lo que sentía. Pero prefirió ahorrarse la decepción
de que le confirmara que aquella noche no había significado lo mismo para él que
para ella. Utilizó sus dotes artísticas para convencerlo.
—No eres el primero con el que me acuesto. Y, por supuesto, espero que no
seas el último. Así que deja de darle tantas vueltas y no estropees este día con un
ataque de remordimiento, ¿quieres?
Como colofón a su brillante interpretación, Amanda le dedicó una sonrisa
encantadora.
Tyler sintió deseos de hacérsela tragar, mientras la imaginaba repitiendo lo
de la noche anterior con otro que no fuera él.
—¿Lo dices en serio? ¿De verdad puedes mirarme a la cara y decirme algo
así?
Amanda le obsequió con otra de sus sonrisas frívolas.
Tyler apretó los labios. Muy bien. También podía jugar a ser cruel.
—Gracias por la confesión, Abbot. Me alivia saber que no seré el último
hombre en tu cama, ya que no tengo intención de volver a pisarla el resto de mi
vida. Y para serte franco, tampoco soy de los que lloran.
—Pues perfecto.
—Pues bien —Tyler imitó su tono orgulloso y fingió que no le importaba.
—¡Bien!... —casi estaba gritando y trató de controlar su voz a pesar de la
rabia que sentía.
—He dicho bien —repitió el hombre, exasperado.
—Entonces, volvamos con los demás y hagamos como si no hubiera pasado
nada… Pero si lo estropeas, no volveré a dirigirte la palabra el resto de mi vida —
le advirtió.
—Dame eso por escrito y te creeré —se burló Tyler, cerrando después la
boca al ver la expresión furiosa de ella—. Está bien, nena. Tú ganas.
Amanda iba a decirle que estaba a un paso de matarlo, y él pareció
entenderlo, puesto que cumplió su promesa de ser un buen chico el resto del día.
Eso incluía nada de comentarios mordaces, nada de miradas desconfiadas y nada
de referencias humillantes sobre su breve pero intensa relación sexual. Por el
momento, Amanda se conformaría con que fuera así.

***

Finalmente, la Navidad fue también un episodio fugaz que desapareció una


mañana fría. El buen humor de Tyler se fue con ella y en su lugar, el viejo Tyler
McKenzie reapareció en escena. Gruñía todo el tiempo. Todo cuanto ella decía o
hacía le parecía mal. Si cambiaba algo de sitio, gritaba como un histérico porque no
podía encontrarlo. Si Cameron o Dylan se retrasaban, deambulaba por la casa
como un animal enjaulado. Si llovía, se encerraba en casa y la observaba a ella
fijamente, como si fuera la causante de la maldita lluvia. Y si ella hacía algún
comentario acerca de las noches en vela que pasaba haciendo guardia en la puerta,
escopeta en ristre, entonces era peor.
Tyler estaba convencido de que algún peligro terrible los acechaba y sin
duda, la falta de sueño comenzaba a afectarle el cerebro. Definitivamente, Tyler
comenzaba a comportarse como un desequilibrado mental. Amanda no sabía
cuánto podrían soportar aquella situación. De no haber sido por Brooke,
probablemente habría hecho las maletas durante la primera semana de enero. Sin
embargo…
No. Se engañaba nuevamente. No estaba allí por Brooke, aunque su cariño
hacia ella y hacia el resto de aquellas personas era sincero. Estaba allí por aquel
bruto insensible de Tyler McKenzie. Porque a pesar de que fingía que ella era
invisible para él, Amanda había aprendido a interpretar las señales que le enviaba
sin darse cuenta. Eran señales silenciosas. Mensajes que le decían sin palabras que
la necesitaba.
Tyler McKenzie jamás le confesaría algo así. Él se consideraba una especie
de héroe invencible. Por eso, jamás le pediría directamente que se quedara. Pero lo
hacía con su mirada. Era un gesto inconsciente, a veces en la cena, a veces en mitad
de las tres o cuatro palabras que le dirigía antes de desaparecer durante el resto del
día. Y así iba pasando el tiempo sin que ninguno de los dos rompiera las reglas de
aquel extraño juego. Hasta ese momento.
Estaban solos en la casa e intuyó, por el modo en que Tyler golpeaba la
puerta al entrar, que la tormenta estaba a punto de desatarse. Amanda cocinaba
unas galletas en el instante en que la figura de Tyler se recortó amenazante frente a
ella. Se preparó para lo peor.
—Tyler. —Levantó la mirada y se irguió, limpiando la harina de sus manos
en el delantal. Después lo desató con lentitud y se quedó muy quieta a escasos
pasos del hombre, aguardando lo que fuera que tuviera que decir. Por la expresión
de su cara, no era nada agradable—. Llegas pronto.
—¿Sorprendida? —su tono era irónico, y Amanda frunció el ceño.
—¿Por qué habría de estarlo? Solo digo que llegas pronto. Solo eso. —
Empezaba a cansarse de tanto misterio.
—Si su Alteza Real lo prefiere, puedo volver más tarde —de nuevo, aquel
deje de sarcasmo que no presagiaba nada bueno.
—Tyler, ¿has tenido un mal día? —comprendió que la pregunta era
estúpida. Últimamente, Tyler solo conocía malos días. Y tenía la habilidad de
contagiar a los demás cuando eso sucedía.
—No, Abbot. Esta vez eres tú la que tiene un mal día. Sorpresa —mientras
hablaba, sacó algo del bolsillo trasero de su pantalón y se lo lanzó a la cara,
haciéndola retroceder por la brusquedad de su gesto.
Amanda recogió con disgusto el sobre grande y arrugado a causa de los
pliegues. Iba dirigido a ella, aunque ya había sido abierto.
Enseguida reconoció las señas del destinatario y frunció los labios con
disgusto. Brittany Murphy había cumplido su amenaza. Miró en el interior y
extrajo la revista, comprobando su propia imagen sonriente en la portada. Jason la
abrazaba en actitud cariñosa. El titular rezaba: Lori Chase tragada por la tierra, Jason
O’Neil desolado.
—¿Ahora te dedicas a espiar la correspondencia de los demás, McKenzie?
—inquirió, ocultando la revista a su espalda.
—Tuve la ridícula idea de ser amable contigo, Abbot —contestó él y su furia
crecía a medida que aquella vena gruesa latía y se hinchaba en su sien—. Me sentía
culpable por haberte tratado mal después de lo que pasó. Culpable, ¿puedes
creerlo? Me dije: «Ey, Tyler, haz algo amable por ella…», y tan campante, fui hace
un rato a la oficina de correos a buscar tu correspondencia, pensando hacer las
paces contigo… ¿Y qué crees que me encuentro?
—No lo sé, Tyler. Dímelo tú —lo instó, controlando a duras penas el
impulso de enviarlo al diablo.
—¿No lo sabes? —Le arrebató la revista y la puso delante de su cara—. Esto
es lo que encontré, Amanda Abbot. ¿O debería decir Lori? Seguro que ha sido
divertido para ti… tomarnos el pelo y hacerte pasar por otra persona mientras
medio mundo buscaba a la famosa Lori Chase… ¿Y quién demonios es Jason
O’Neil?
Amanda lo entendió por fin. Tyler estaba furioso. Puede que celoso.
Hubiera reído de no ser porque Tyler estaba histérico y la vena que latía en su sien
parecía a punto de explotar.
—Tyler, deja que te explique… —intentó calmarlo colocando una mano
sobre su brazo, pero él se apartó de un salto—. No sé lo que estás pensando, pero
te equivocas.
—¿En serio? —Agitó la revista en el aire—. ¿Eres Lori Chase o no?
—Lo soy… lo era antes. Pero siempre he sido Amanda y todo… todo lo
demás, ha sido real —le explicó con total sinceridad.
¿Por qué no le creía? ¿Acaso estaba ciego? ¿No comprendía que Harmony
Rock era ahora su hogar… no comprendía que lo amaba a pesar de su indiferencia,
sus modales y su horrible carácter?
—Yo te diré lo que es real, Amanda, Lori o como quiera que te llames… —
La apuntó con su sombrero—. Media docena de periodistas vienen en este
momento hacia aquí. Han estado haciendo preguntas sobre ti, sobre nosotros…
¡Han intentado sacarme fotos, demonios! Casi he tenido un accidente en la
carretera para evitar que uno de los coches me interceptara el paso… Harmony
Rock se ha convertido en un circo y, nena…, tú eres la responsable.
—Lo lamento, Tyler… yo… no quería que esto sucediera… Pensaba
contaros la verdad cuando… cuando…
—¿Cuándo, Abbot? ¿Cuando todo el maldito pueblo fuera asediado por tus
reporteros carroñeros? —increpó—. Tienes que haberlo pasado en grande…
actuando para tu público, mintiendo, engañando, convirtiéndome en un payaso
para gloria de tu maldita portada.
Amanda siguió con su mirada la del hombre, que se clavaba de nuevo en la
portada de la revista.
—¿Y ese tipo… O’Neil...? Ahí dice que ibas a casarte con él… ¿Eso también
ibas a contármelo o pensabas guardártelo para el final?
—No tengo que darte explicaciones sobre Jason… ni sobre nada —se
defendió.
—Pues vas a tener que dar algunas, Abbot —informó entre dientes—.
Porque ese mamarracho también está aquí y he querido partirle la cara mientras lo
escuchaba contar divertidas anécdotas de vuestra relación en el bar de Ray.
—¿Jason está aquí… en Mentone…? —Amanda tragó saliva. Mataría a
Brittany por esto.
Había desatado el caos y había arruinado cualquier posibilidad de arreglar
las cosas. Y lo peor, había sembrado en Tyler la semilla de la desconfianza, lo que
significaba que nada volvería a ser nunca como antes. «Gracias, Brittany».
—¿Sorprendida? ¿Qué esperabas, Abbot? —escupió las palabras—. ¿Creías
que podrías mantener esta mentira eternamente? Nena, todo ese mundo de glamur
y sofisticación te persigue… ¿Creías que ibas a engañarnos siempre? Te metiste con
una sarta de mentiras en nuestra casa, en nuestras vidas, en mi cama… ¿Cómo
pudiste?... Demonios… Sería capaz de matarte por esto, Abbot.
—Te equivocas de parte a parte, Tyler. No sigas, o los dos diremos cosas
que no queremos decir —le avisó con labios temblorosos.
No quería llorar y no quería odiarlo, pero él se lo estaba poniendo difícil. Y
ni siquiera todas las advertencias que su padre le había hecho sobre los príncipes
azules que se convertían en sapo se aproximaba a lo que tenía delante.
—Oh, no. Tú eres la que se equivoca, Abbot. Esto sí que quiero decirlo. Es
más, tenía muchas ganas de decírtelo mientras conducía de camino a casa —
comentó con tanta frialdad que Amanda sintió que su corazón se helaba al
escucharlo. Vio como la apuntaba con su dedo muy erguido y le daba unos ligeros
golpecitos en el hombro—. Quiero que recojas tus cosas ahora mismo y saques tu
culo y tu boca mentirosa de nuestra casa, ¿me oyes? Y quiero que lo hagas tan
rápido que parezca que nunca hayas estado aquí, ¿entiendes?
—Tyler…
—¿No me has oído, Abbot? —Él la sujetó con fuerza por el brazo y la
arrastró literalmente hasta su habitación.
En menos de un minuto había vaciado su armario sin que ella pudiera hacer
nada para evitarlo. Arrojó la ropa sobre la cama y lanzó a sus pies la maleta que
ella había traído consigo al llegar. Y después hizo lo único que Amanda no podría
perdonarle en la vida. Estrelló su cámara fotográfica contra la pared, haciéndola
añicos ante la mirada atónita de ella
—Tienes diez minutos para desaparecer. Del rancho, de nuestras vidas. De
mi vida. Y por Dios que si vuelves a acercarte a esta casa o a alguno de nosotros,
no respondo de lo que pase. En cuanto a tus amigos… ya puedes inventar algo
para que desaparezcan de mis tierras, me importa un rábano lo que les digas. Eso
no será un problema para ti, Abbot. Eres experta en eso de mentirle a la gente.
Amanda apretó los labios. Era inútil que intentara siquiera explicarle que
estaba en un error. Tyler estaba completamente fuera de sí y no escucharía nada de
lo que dijera. Y francamente, ya no estaba segura de que él mereciese una
explicación. Recogió los fragmentos en que se había roto su cámara con lentitud,
sin mirarlo una sola vez.
—Abbot —lo oyó decir desde la puerta—. Hablo en serio cuando digo que
no quiero que te acerques a mi familia. En especial, no te acerques a Brooke. Será
mejor para ella que le ahorres esta decepción, ya está sufriendo bastante. Algún
desgraciado envenenó anoche a Troy y aún estoy pensando cómo diablos voy a
contárselo.
Amanda vio como la puerta se cerraba tras él y no pudo contenerse por más
tiempo. Lanzó contra la puerta lo que quedaba de su maltrecha cámara.
—¡Maldito seas, Tyler McKenzie! —le gritó.
Claro que Tyler no la escuchaba. Estaba demasiado ocupado riñéndose a sí
mismo por lo ingenuo que había sido. Se paseaba como un tigre enjaulado,
recorriendo una y otra vez el espacio que iba desde el salón hasta la cocina.
De repente, un fuerte olor a chamuscado le hizo correr hasta el horno. Al
abrirlo, las malditas galletas carbonizadas lo saludaban como si nada hubiera
sucedido. Cogió la bandeja caliente y maldijo en voz alta al sentir el intenso calor
en las yemas de los dedos. Tiró las galletas al fregadero, girándose sobre los
talones al escuchar los pasos de ella a su espalda. La miró fijamente, con una
mezcla de rabia y algo que Amanda no supo descifrar en la mirada.
—Tyler, deja que me despida de los demás, deja que hable con Brooke… —
pidió, controlando su propio enfado.
No quería pedirle nada, pero no quería marcharse antes de que llegaran los
otros. Tenía que explicarles todo antes de que creyeran que habían sido engañados.
Seguro que la versión distorsionada de Tyler no la colocaría en buen lugar. Y por
otro lado, estaba aquel asunto de Troy… pobre animal. ¿Quién habría querido
hacerle daño intencionadamente? Sin lugar a dudas, Tyler estaba paranoico. Pero
eso no cambiaba el hecho de que algo extraño estaba sucediendo en Harmony
Rock y que quizá no tenía nada que ver con Lori Chase.
—Por favor. Deja que hable con ellos —insistió, sosteniendo la pesada
maleta y apoyándola contra el costado.
—Lárgate, Abbot —dijo él y su voz sonaba ronca al hablar.
—Está bien… ya me voy. Pero quiero que sepas que… —Amanda se mordió
los labios con nerviosismo. Quería decirle muchas cosas. Pero, finalmente, decidió
que Tyler McKenzie no se había ganado el derecho de verla derramar unas cuantas
lágrimas. Decidió que Tyler McKenzie solo se había ganado a pulso el que ella lo
borrara rápidamente de su memoria. Y quizá de su corazón. Sí, también de su
corazón—. Buena suerte, Tyler.
Y lo dejó allí con su mal humor e inventando tal vez más fantasías sobre lo
malvada y embustera que ella había sido.
Al marcharse, no pudo ver cómo Tyler descargaba su puño contra la pared
ni la expresión de su rostro mientras pronunciaba su nombre como una maldición.

***
Lana Jackson la había sorprendido al acceder a esconderla en su casa hasta
que Amanda decidiera qué iba a hacer.
Por supuesto, no había entrado en detalles acerca de lo sucedido, aunque
era un secreto a voces que la actriz Lori Chase había sido descubierta en aquel
pequeño lugar de apenas cien habitantes llamado Mentone. Después de la
discusión con Tyler, Amanda había caminado en dirección opuesta a la de los
vehículos que se apostaban a la salida del rancho y esperaba la llegada de algún
samaritano que la llevara hasta el pueblo. Lana Jackson había detenido su coche en
la carretera justo cuando estaba a punto de derrumbarse. No le había hecho
preguntas, y ella se lo había agradecido.
—Puedes quedarte todo el tiempo que quieras, Amanda —le había dicho,
con un tono distinto al que había utilizado cuando se conocieron.
Por suerte, Lana ya no la consideraba su enemiga. Graves y ella habían
arreglado sus diferencias y Lana le había contado que tenían pensado casarse
pronto. Así que ahora, Lana le tendía una mano amiga. Quizá porque intuía que a
aquella chica de ciudad le faltaba menos que nada para desmoronarse. O quizá
porque en el fondo, Lana Jackson era mejor persona cuando no tenía que pelear
para que alguien colocara el famoso anillo en su dedo. Fuera como fuera, Amanda
quería marcharse cuanto antes.
Brittany, Jason y el resto de su séquito acampaban por el pueblo a sus
anchas, la buscaban, buscaban la foto que querían llevar a Londres. No podía
evitarlos por mucho tiempo. Y, además, temía que, tarde o temprano, Brooke y los
demás fueran a buscarla y no sabría qué decirles. No quería crear tensiones entre
Tyler y ellos.
Y también, tarde o temprano, se tropezaría con él. Era inevitable que
ocurriera en un lugar tan pequeño como aquel. Amanda no quería pensar en ello.
Después de pasar dos días prácticamente encerrada en el cuarto de invitados de
Lana Jackson, creyó que había llegado el momento de dejar de esconderse. Brooke
y Doc estaban en la cocina. Sonrió ante la idea de que, por fin, Brooke y Lana
habían escondido el hacha de guerra. Y ella era la responsable. Abrazó a Brooke
con fuerza y trató de disimular su tristeza.
—Amanda, ¿por qué has hecho algo así? —Leyó el reproche en la mirada de
la joven—. ¿No sabes que nos tenías a todos preocupados? Tyler no decía nada, y
tú te fuiste así… ¿Quieres contarme qué ha pasado? Tyler está como loco, no quiere
ni escuchar tu nombre… Amanda, di algo… Estoy empezando a asustarme.
—No pasa nada, Brooke —la tranquilizó, pero percibió la censura en los ojos
de Doc.
No sabía lo que le había contado Tyler, pero le rogó en silencio que no
interviniera.
—¿Cómo que no pasa nada? ¿Crees que me chupo el dedo? He visto la
revista y he tenido que utilizar la escopeta para espantar a esos tipos de la prensa
—explotó Brooke—. Amanda. Mi hermano parece haber perdido el juicio, lleva dos
días sin dormir y sin comer. Y tú te marchas de esa manera, sin despedirte
siquiera… Aquí está pasando algo raro. Y no me importa si eres Amanda Abbot,
Lori Chase o la doble de Madonna, vas a contármelo aunque tenga que arrancarte
una confesión a puñetazos, ¿me oyes?
Amanda asintió. Lana sirvió un poco de café y, haciendo alarde de su
discreción, los dejó solos. Como pudo, relató a Brooke y Doc su vida en Londres
mientras era Lori Chase, su breve relación con Jason y la idea de Kitty de apartarla
de todo lo que no lograba llenar sus vacíos. Le contó lo que había ocurrido entre
Tyler y ella… Trató de no mostrarse demasiado resentida con él, aunque le costaba
un gran esfuerzo al recordar cómo la había tratado. Esperaba que ellos la juzgaran
o la miraran con desconfianza. Pero no fue así. La primera reacción de Brooke fue
estallar en carcajadas. Después, su expresión se tornó más seria. Por su parte, Doc
estaba perplejo.
—Así que eres la chica de la revista… —observó—. Por cierto, Cam y Dylan
quieren que les firmes esas camisetas que les regalaste en Navidad.
—¡Doc! —lo regañó Brooke
—Es cierto. Han amenazado a Tyler con no volver a dirigirle la palabra si
Amanda no está de vuelta en el rancho mañana. —Ahora, Doc sonreía
abiertamente—. Conociendo a Tyler, lo consideraría una ventaja.
—Ty está loco… —comenzó a decir Brooke—. ¿Todo esto porque has
resultado ser otra persona y ni siquiera se atrevía contigo cuando eras la que él
creía que eras…?
—Por favor, no lo culpes —la interrumpió Amanda—. Tiene muchas cosas
en la cabeza, los problemas del rancho y esa gente de la Texco… Bueno, ellos no
han dejado de presionarlo, tú misma lo dijiste. No pararán hasta conseguir su
propósito. Brooke, Tyler te necesita más que nunca. Si yo puedo olvidar que es un
bruto con una sandía por cabeza, tú también.
—Eso ni lo sueñes —el tono de Brooke era firme—. Tyler tendrá que
escuchar unas palabritas. Y tendrá que explicarme qué es eso de echarte de casa
como si la opinión de los demás le importara un rábano. Y por supuesto, tendrá
que venir arrastrándose a pedirte perdón. O no volveré a mirarlo a la cara, te lo
prometo.
—Brooke, por favor…
—Ni hablar. No voy a dejar que se porte como un idiota. —Su expresión se
suavizó al mirarla de nuevo—. Amanda, tienes que entenderlo. Ya no es por ti. Es
por Tyler. Esto lo está superando, ¿sabes? Puede que te parezca una tontería. Pero
creo que Ty tiene tanto miedo de estar equivocado contigo, que prefiere pensar que
está en lo cierto.
—No sé qué…
—Vamos, Amanda… ¿No sabes que está loco por ti?
—Oh, no. Sin duda, está loco. Pero no por mí, te lo aseguro. —Amanda
sonrió para aliviar la tensión—. Y esta vez tendré que darle la razón en algo,
Brooke. Disparas tus flechas en la dirección equivocada.
—Ya lo veremos. Conozco a mi hermano, Amanda. Tiene miedo que seas
realmente la mujer perfecta para él. Le aterroriza la idea de amar algo que no
pueda ordenar o controlar. Ty es así.
—Pues lo siento por él. —Amanda no quería parecer insensible. Pero él
había sido más que cruel. Había destrozado la cámara de Marion Abbot. Y le había
destrozado a ella el corazón. No era precisamente una demostración de amor—.
Brooke, te quiero, de verdad. Os quiero mucho a todos. Pero me marcho la semana
que viene. Ya está decidido.
—¡No puedes hacer eso!
—No lo hagas más difícil. Ya es bastante duro para mí. —Amanda parpadeó
para evitar que percibieran la humedad en sus ojos.
—Pero no tienes que irte. Quédate un tiempo. Pensaremos en algo.
—Ya está bien, Brooke. —Doc acudió en su ayuda como el galante caballero
que era. Amanda pensó que, dado que iban a ser familia, Tyler podría aprender
modales de aquel muchacho—. Deja que Amanda tome sus propias decisiones. No
puedes obligarla a hacer lo que tú quieras solo para sentirte bien. Eso es bastante
egoísta por tu parte, ¿no?
—¿Dejarás que Tyler se salga con la suya? —Brooke se enfrentó a él con ojos
chispeantes de furia—. Entonces, es que no eres mejor que él.
—Brooke, no seas chiquilla —la regañó con dulzura, tirando de ella hacia él.
Brooke se resistió al principio, pero enseguida sucumbió al refugio de sus brazos—
. Dejemos que Tyler y Amanda solucionen sus problemas a su manera, ¿quieres?
—¿Lo harás, hablarás con él?
Amanda asintió, sintiéndose fatal por mentirle. No podía decirle que Tyler
había amenazado con hacerla papilla si volvía a aparecer por el rancho. Era justo lo
que Brooke necesitaba para terminar llorando a moco tendido.
—Muy bien. Pero hablaré con él de todas formas —sentenció—. Y más le
vale a ese cabeza de chorlito ser sensato o yo… bueno, hablaré con él.
Brooke se volvió hacia Lana que acababa de entrar para servirles más café.
En un gesto totalmente espontáneo, Amanda vio cómo la joven se ponía de
puntillas para besar a Lana en la mejilla.
—No eres una serpiente venenosa, Jackson —comentó sonriente.
Lana se frotó la mejilla, confundida. Aunque por su expresión alegre,
Amanda comprendió que había captado el mensaje. Después de prometer una
docena de veces más que arreglaría el malentendido con Tyler, Brooke la dejó en
paz.
Amanda suspiró aliviada cuando se fueron y aceptó la taza de café que Lana
le ofrecía.
—Siento decirte esto, Amanda —comentó Lana—. Pero me alegro de no
estar en tu pellejo. Es una suerte que Graves se decidiera al fin, ¿no crees?
Amanda no pudo contener una carcajada. Lana Jackson tenía razón. Era una
suerte que Tyler no estuviera loco por ella. McKenzie tenía una forma muy extraña
de amar a las mujeres.
Reconocerlo no la tranquilizó.

***

En un par de días, el revuelo que había ocasionado la llegada de aquellos


periodistas ingleses se había disipado. Después de buscar hasta debajo de las
piedras a su famosa actriz y de que Amanda se ocultara hábilmente como un
camaleón sin que pudieran dar con ella, se habían dado por vencidos.
Tyler se alegraba. Sus hermanos también se alegraban, aunque no perdían
oportunidad de decirle lo que opinaban del modo en que había echado a Amanda
del rancho. En aquel momento, Tyler intentaba relajarse y poner sus ideas en
orden. Bebía despacio la última cerveza que Ray había jurado servirle.
Qué buen amigo era Ray. Parece que las noticias sobre sus malos modales
con la señorita Abbot volaban por allí. Hasta el bueno de Ray había tenido que
pensarse si lo seguía queriendo como cliente, después de que su mujer lo
amenazara con dormir en la calle si le servía una sola copa a ese hermano
McKenzie en especial. Suerte que Dylan se había sentado cerca y le hacía de
intermediario.
—No te he pedido que me acompañes —comentó sin mirarlo.
—Este es un país libre, hermano. Así que me tomaré aquí esta cerveza, te
guste o no. —Para demostrarle que no se sentía intimidado, acercó más su taburete
y lo empujó con los codos para que le hiciera hueco en la barra.
—¿También vas a sermonearme? No te molestes, Cam ha dicho que me
volará la cabeza de todas formas —se mofó, recordando la última conversación con
el sheriff. Había sido muy claro al respecto.
—Y haría bien, para lo que te sirve.
Tyler estaba a punto de enviarlo al diablo, pero al mirarlo, supo que Dylan
solo bromeaba.
Le gustó que estuviera allí solo para acompañarlo con el trago, a pesar de
que no habían cruzado más de dos palabras desde su regreso. Tenía motivos para
buscar pelea. Los dos tenían motivos suficientes. Sin embargo, Dylan no pretendía
juzgarlo. Eso estaba bien.
—¿Sigues enfadado conmigo? —preguntó Dylan con fingida distracción,
lanzando al aire un cacahuete y atrapándolo con la boca en un movimiento felino.
—¿Sigues queriendo devolverme el puñetazo?
—Me rompiste la nariz —le recordó Dylan.
—Apenas te toqué. Siempre fuiste el más blandito de los tres —se burló,
ocultando la emoción que lo embargaba al compartir con él aquella cerveza, como
en los viejos tiempos.
—El golpe no dolió tanto como lo otro —confesó Dylan, clavando sus ojos
de indio en su hermano—. Aunque me lo merecía.
—En eso estamos de acuerdo. Dylan… —Tyler tomó el último sorbo y
también lo miró fijamente. Quería decirle muchas cosas. Por desgracia, su
repertorio de excusas por comportarse como un idiota comenzaba a agotarse. Así
que lo simplificó todo en una sola frase—. Lo siento.
—Yo también lo siento. —Dylan encogió los hombros—. Fui un estúpido.
—Vaya. Resulta que estamos de acuerdo en todo. —Tyler esbozó una media
sonrisa—. Recuérdame que te pegue más fuerte la próxima vez. Parece que
funciona.
—Muy gracioso… Hablo en serio, Ty… Yo no quería… Ya me entiendes. —
Dylan evitaba mirarlo ahora.
Tyler le rozó el hombro ligeramente con el suyo. ¿Y para qué hablar más?
De la tal Brenda no recordaba ni el color de pelo. Pero Dylan era su hermano y
estaba allí sentado, soportando su mal humor y ofreciéndole un poco de compañía
cuando el resto en el pueblo le rehuía como si fuera un apestado.
Una cosa estaba clara. Fuera lo que fuera lo que los hubiera separado, ya no
estaba entre ellos. No le importaba. Solo importaba que Dylan seguía siendo parte
de su familia y no quería que volviera a desaparecer de sus vidas.
—Y yo tampoco quería… Somos dos idiotas, hermano. Siempre hacemos y
decimos las cosas que no queremos —concluyó, apurando de un trago el resto de
su bebida.
—¿Lo dices por Amanda?
Tyler no contestó. Pero por la forma en que se le envaraba la espalda, Dylan
supo que sí se trataba de ella.
—Aún tiene solución, Ty —lo animó, poniendo especial cuidado en que no
captara la desesperación en sus palabras. Lo cierto era que el resto del clan lo había
enviado como portador de su mensaje, bajo amenaza de no dejarlo entrar en casa si
no regresaba con un Tyler calmado y arrepentido.
—No la tiene, créeme —murmuró—. Esa Abbot o Lori… es historia. Nos ha
tomado el pelo a todos y ha convertido este pueblo en un manicomio…
—Tyler… ¿Qué más da cómo se llame o quién sea? Estás enamorado de ella
—sentenció Dylan, palmeándole la espalda.
—¿Qué dices? ¿Crees que me he vuelto loco? —Tyler reaccionó con
brusquedad.
—Creo que te volverás loco si no haces algo por recuperarla, Ty. Y más te
vale que sea pronto. He oído que ese antiguo novio suyo, el que se parece a Greg
Kinnear, sigue rondando por aquí —añadió Dylan, solo por el placer de ver como
Tyler palidecía de pánico.
Pagó la cuenta y lo arrastró hasta la calle
—Vamos a casa, hermano. Ya has bebido bastante por hoy.

***

Cameron dio un volantazo para esquivar la motocicleta que acababa de


adelantarle peligrosamente. Tocó el claxon y encendió la luz intermitente de
patrulla para indicar al conductor que se detuviera en la cuneta. Cerró la puerta
del vehículo con brusquedad y se acercó a la motocicleta, sorprendido porque el
desgraciado ni siquiera se había quitado el casco para recibirlo.
Desde que aquellos periodistas chiflados pululaban por allí, el pueblo se
había convertido en un infierno. Había realizado más detenciones por borracheras
y peleas callejeras que en toda su trayectoria como sheriff del condado. Tomó aire y
contó hasta diez, sosteniendo con firmeza el manillar para evitar que el conductor
manipulara nuevamente el acelerador.
—¿Sabe a qué velocidad iba? He estado a punto de arrollarlo, amigo.
Documentación —ordenó con expresión cansada. El otro metió la mano
enguantada en el bolsillo de su cazadora de piel y le entregó lo que le pedía,
observándolo a través de aquellas enormes gafas oscuras que protegían sus ojos.
Cameron echó un vistazo y después volvió a mirarlo, esta vez con sorpresa.
«¿Henrietta Barret… su prima postiza Kitty…?». Analizó su figura con
detenimiento, buscando en ella algo que le recordara a la pequeña Kitty de cinco
años a la que en una ocasión había dejado colgada de un tronco de árbol. Por
suerte, ella no parecía recordar aquel episodio de la infancia.
Kitty soltó el volante y se llevó las manos al casco, desprendiéndose de él
con un ademán impaciente. El cabello ondulado cayó sobre su espalda y sus ojos
color avellana se clavaron en el hombre.
—¿Estoy detenida, sheriff? —preguntó con sarcasmo.
Cameron aún trataba de asimilar la información. ¿Aquella mujer era la
misma que lo había convencido para engañar a Tyler y convertir Harmony Rock en
un circo? Le estaba bien empleado tropezar con ella de aquel modo. Como no tenía
suficientes problemas con la que se había organizado, la encantadora prima
Henrietta, por cierto, bastante más educada en sus correos, aparecía por allí.
Conduciendo como una loca y haciendo caso omiso cuando un agente de la ley le
hacía señas para que se detuviera.
—Oiga, decídalo pronto, ¿quiere? Tengo asuntos importantes que tratar y
quiero hacerlo antes de jubilarme.
Cameron frunció el ceño. Así que no lo había reconocido. No tenía la menor
idea de quién era él. «Qué poco observadora», pensó.
—Ha sobrepasado el límite de velocidad —apuntó con seriedad—. Tendré
que ponerle una multa.
—Mire…, jefe, es así como los llaman por aquí, ¿no?
«Vaya, una graciosilla». Cameron cruzó los brazos sobre el pecho. La noche
prometía.
—Verá… No es culpa mía que me hayan alquilado esta motocicleta
espantosa. Les pedí una Harley, pero me aseguraron que esta iría bien… —ella se
deshacía en excusas y ni siquiera lo miraba al hablar.
—Y supongo que el alquiler no incluía un par de frenos, ¿me equivoco? —
preguntó, seguro de que la mujer encontraría también un pretexto razonable para
eso.
—Ahora que lo dice. Me temo que he sido estafada en toda regla. Tendrá
que hablar con esos tipos de la gasolinera, sheriff. Qué vergüenza… engañar así a
una pobre turista…
—Baje de la moto —la interrumpió con sequedad.
Kitty obedeció, maldiciendo entre dientes.
Perfecto. Justo lo que necesitaba. Uno de esos tipos con uniforme que se
creían los reyes del mundo y disfrutaban humillando a pobres civiles como ella.
—Oiga, tampoco es para tanto… ¿Qué va hacer?
—Estoy pensando —exageró el tono solo por el placer de ver como la mujer
palidecía indignada.
—Un momento… No pensará pegarme un tiro solo porque he apretado el
acelerador, ¿verdad? Jefe…, seguro que podemos arreglar esto de otra manera.
—¿Ahora quiere sobornarme? —Cameron contuvo una sonrisa. Menudo
elemento era la prima Henrietta. No le extrañaba que hubiera ideado aquel plan
enviando a su mejor amiga a Mentone. Parecía capaz de cualquier cosa con tal de
hacer que el mundo funcionara según sus reglas—. Mire, señorita… Barret, ¿no?
Voy a pasar por alto lo que ha dicho. Pero su documentación está requisada.
—¿Cómo que requisada? Escuche…
—No, escuche usted —la interrumpió, convencido de que aquella mujer era
de las que podían pasarse media vida discutiendo sin llegar a ningún punto—.
Estoy cansado, hambriento y de mal humor. Un cóctel fatal para usted, señorita
Barret. Si no quiere pasar la noche entre rejas, será mejor que cierre ese piquito de
oro que tiene, ¿estamos?
—Pero no puede…
—Oh, sí. Claro que puedo. —Guardó la cartera de la mujer en su bolsillo—.
¿Ha visto qué fácil? Puede retirarla mañana en mi oficina, después de que haya
pagado su multa. Y dé gracias a que no la detengo por intento de soborno.
—Qué amable —murmuró Kitty con sarcasmo.
—Y otra cosa —añadió Cameron antes de meterse en el coche patrulla—.
Esto no es el circuito de Montecarlo, nena. Vaya más despacio, la estaré vigilando.
Kitty le hizo un gesto con su dedo anular cuando el coche pasó junto a su
motocicleta. Cameron lo había visto por su espejo retrovisor. Estuvo tentado a dar
media vuelta para detenerla, pero lo pensó mejor. Sonrió. Ya le daría su merecido a
la prima Henrietta en otra ocasión. Ahora tenía asuntos mucho más urgentes que
solucionar.

***

—¿Cómo que qué estoy haciendo aquí? Soy tu amiga y me necesitas.


Déjame entrar antes de que esa panda de cotillas siga sacando fotos de mi
magnífico trasero. —Kitty la obligó a hacerse un lado y saludó con una sonrisa a
Lana, quien había apartado la escopeta de la ranura al comprobar que no se trataba
de ninguno de los periodistas que vigilaban su puerta desde hacía dos días—.
Vaya, ya veo cómo se las gastan en el salvaje oeste. Hola, soy Kitty Barret.
Lana la saludó con la mano libre.
—Amanda, si me necesitas, estaré juntando cartuchos por si alguno de esos
listillos pretende meterse en casa —comentó antes de perderse en la cocina—. Un
placer, Kitty.
Amanda aún se reponía del shock de la llegada de Kitty. Dios… A este paso,
todo el maldito Londres se trasladaría a Mentone para participar de algún modo
en aquel enredo.
Kitty dejó caer al suelo su bolsa de viaje y la abrazó.
—Tranquila, ya estoy aquí… —La apartó al momento para contemplar con
expresión de disgusto las ojeras en el rostro de su amiga—. Estás horrible, ¿has
estado llorando?
—Jason está aquí, con Brittany Murphy y unos cuantos cámaras que no
dejan de atosigar a todo el mundo con sus flashes… Estoy perdida, es el fin —
anunció pesarosa—. Y Tyler me odia.
—Seguro que no, querida.
—No lo conoces… Parecía dispuesto a emprenderla a tiros conmigo cuando
descubrió que era Lori Chase —aseguró, ofreciendo una cola a Kitty.
—Todo se arreglará, ya lo verás. Pero lo primero es lo primero. Tenemos
que hacer que Brittany se lleve de aquí a toda esa gente —pensó en voz alta.
—¿Bromeas? Quiere que dé la cara. Quiere que pose con Jason como si
fuéramos la pareja feliz y que los acompañe de regreso a Londres. Ewan ha pedido
su cabeza, ¿no es cierto?
—Yo me encargaré de Ewan. Ese arrogante aspirante a director hará lo que
le diga si no quiere que convierta su serie en un plomo con cero audiencia —rió
Kitty—. Pero tenemos que negociar con esa cucaracha de Brittany y devolverla a su
agujero. Con ella cerca, el escándalo estará servido. Y no queremos que eso ocurra,
¿verdad?
—Kitty, no quiero irme…, pero no puedo quedarme. —La miró a los ojos,
consciente de que nadie más que Kitty podía desnudar sus sentimientos con solo
mirarla.
Kitty suspiró largamente.
—Está bien… ¿Cuál de ellos ha sido? —La interrogó hábilmente e insistió al
ver que Amanda vacilaba—. ¿Cuál de mis primos es el culpable de que tengas esa
cara de funeral?
—No es eso, Kitty…
—No me engañes, Amanda. Sabes que me haré un collar con sus orejas si
alguno se ha pasado de la raya contigo —le advirtió bromeando y la abrazó de
nuevo.
—Kitty. —Amanda se deshizo del abrazo, consternada—. De verdad, me
siento fatal. He mentido a todo el mundo. Y ahora, todo el mundo me odia.
—No exageres. —La miró con determinación—. Escucha. Me he arrodillado
delante de media docena de ejecutivos de la BBC para evitar que te vapulearan
públicamente. He volado toda la noche para estar contigo, he montado en una
motocicleta infernal y hasta he intentado sobornar a un poli de camino. El muy
desgraciado me ha requisado la documentación y si me descuido, acabo entre
rejas… ¿En serio crees que no puedo arreglar esto?
—Ya sé por qué te quiero, Kitty. —La besó en la mejilla.
—¿Porque estoy dispuesta a infringir la ley por ti?
—Exacto. —Amanda sonrió.
—Bien, porque si ese lunático viene a por mí, espero que pagues mi fianza.

***
Había aceptado acompañar a Kitty hasta la comisaría, solo porque Kitty la
había obligado literalmente y porque le había prestado un casco que ocultaba su
rostro de las miradas curiosas.
Kitty conducía como una loca, era cierto. Pero era una ventaja cuando una
huía del acoso mediático. Así que enfundada en unos viejos pantalones de hombre
que habían pertenecido al señor Jackson —cortesía de Lana— y con las gafas de sol
gigantescas y el casco facilitados por su amiga, era imposible que nadie reconociera
a quien atravesaba la puerta de las oficinas del sheriff en aquel instante.
Por suerte, Cameron aún no había llegado. No tenía ganas de enfrentarse a
ninguno de los McKenzie hasta que aquellos molestos reporteros se hubieran
largado de Harmony Rock. No quería dar explicaciones ni sentirse rastrera por
haber fingido ser quien no era… Menudo lío. En realidad, había sido ella misma
todo el tiempo. Amanda Abbot, nunca Lori Chase. Por más que a Tyler le
molestara reconocerlo. Por más que Amanda estuviera completa e
irremediablemente enamorada de aquel bruto sin sentimientos. Saludó al ayudante
del sheriff con la mano, y Graves la miró confuso. Amanda inclinó las gafas oscuras
sobre la nariz, y entonces Graves la reconoció.
—¡Amanda! Santo Cielo, no te he reconocido… ¿Sabes la que has montado?
Todo el pueblo anda preguntando por ti… —La abrazó con afecto, y Amanda
encogió los hombros. Graves la apartó para observarla—. Lana me ha contado que
te escondes en su casa hasta que todo este asunto se calme. Cuenta conmigo para lo
que necesites.
—Por favor, mi amiga necesita recuperar sus cosas —le explicó, y Graves
registró hábilmente los cajones de Cam, preguntándose por qué su jefe no había
depositado la documentación de la mujer en el lugar correspondiente—. No lo
entiendo, tendrían que estar por aquí…
—Es igual, agente. Tenga mi tarjeta de crédito y cobre esa maldita multa.
Pasaré en otro momento a recoger mis papeles.
—Lo lamento de veras, señorita. —Graves examinó la tarjeta que Kitty
extendía hacia él y sonrió avergonzado—. No disponemos de esa tecnología en
Mentone. Aquí las multas solo se abonan en efectivo… Y ahora que lo pienso, no
recuerdo haber puesto ninguna en mi vida.
—¿Efectivo? Oiga… ¿Cree que una mujer como yo atraviesa un continente
con los bolsillos cargados de monedas? Oh, por todos los Santos… —Kitty se
volvió hacia Amanda con expresión de fastidio—. Está bien, nos vamos. Necesito
una copa con urgencia.
—Kitty, no podemos pasear por todo Mentone como dos turistas. Los
fotógrafos de Brittany acechan, ¿recuerdas?
Kitty lo meditó un segundo. Se quitó la cazadora de piel y se la entregó a la
otra mujer, ajustándole al tiempo las gafas y el casco.
—Tomemos esa copa, querida. Estoy a punto de sufrir un bloqueo, la
necesito —informó con determinación.
Amanda la siguió y juntas cruzaron la distancia que separaba la oficina del
sheriff del bar de Ray.
Nada más entrar, Kitty ocupó un asiento en la barra y después de pedir un
tequila, se lo tomó de un solo trago. Amanda rechazó la copa que le ofrecía y para
no desperdiciarla, Kitty se la bebió también. Vaya, sí que la necesitaba…
—Tengo que ir al lavabo. Y estos pantalones almidonados me están
provocando urticaria ya sabes dónde… —se disculpó Amanda con una sonrisa y se
dirigió a los aseos.
Forcejeó con el manillar de la puerta y chasqueó la lengua contrariada al
escuchar una voz femenina al otro lado. «Ocupado…». Perfecto. Echó una ojeada a
su alrededor. Bueno, nadie miraba. Empujó la puerta de los aseos masculinos y
entró con rapidez. Se metió en uno de los retretes libres y cerró la puerta.
Estaba soltando los botones del pantalón cuando unas voces la
sobresaltaron. Alguien había entrado. Qué mala suerte. Contuvo el aliento,
rogando porque no la descubrieran. Solo faltaba que la acusaran de ser una mirona
pervertida para que Tyler propusiera su linchamiento en el pueblo. Con sigilo,
subió los pies sobre la tapa del retrete y se mantuvo en silencio, esperando que
aquellos tipos terminaran lo que tenían que hacer y desaparecieran.
—No podemos volver a joderla, socio. —La voz era seca, ligeramente
pastosa a causa del alcohol—. Ese hijo de puta de McKenzie no ha captado el
mensaje. Acabo de hablar con ese abogado de Nueva York y dice que insiste en no
vender. El muy cabrón no ha aceptado la oferta que le han hecho… Joder, joder,
joder. Hay que hacer algo o ya podemos olvidarnos de nuestra pasta.
Amanda se inclinó con cuidado hacia la puerta y acertó a distinguir un par
de caras a través de la ranura bajo las bisagras.
—¿Algo como qué…? ¡Mierda, nos hemos cargado a su perro! —exclamó el
otro.
Amanda reprimió un grito cuando su mente procesó lo que acababa de
escuchar. Desgraciados. Apretó las manos contra el pecho y cerró los ojos, tan
quieta como una estatua. Si la descubrían, la cosa podía llegar a ponerse muy fea
para todos. El pobre Ray y Darleen, su esposa, eran demasiado mayores para hacer
frente a aquellos delincuentes. Quizá estaban armados. Y aunque gritaran con
todas sus fuerzas para alertar a Graves al otro lado de la calle, alguien podía
resultar herido mientras Graves acudía al rescate.
—Pues no basta, joder. Hay que hacer algo más. —El hombre parecía
meditarlo. Amanda aprovechó para echar otra ojeada a las facciones de ambos. Era
muy buena fisonomista y no pensaba perderse un solo detalle que le permitiera
identificarlos. Los anotó todos mentalmente y casi perdió el equilibrio cuando la
voz habló nuevamente. Amanda se sujetó con fuerza, apoyando ambas manos
contra los azulejos de la pared—. Algo que hará que esos McKenzie salgan
corriendo con el rabo entre las piernas.
Amanda se habría reído en su cara de no ser porque el miedo la mantenía
paralizada. ¿Los McKenzie con el rabo entre las piernas…? Já. Aquel tipo no los
conocía en absoluto. No sabía nada de aquella familia. No tenía ni idea de hasta
qué punto los McKenzie constituían una fortaleza infranqueable. Ella sabía
bastante del tema. Y eso que solo se había enamorado de uno de ellos.
—Me temo que no hay otra alternativa. Le demostraremos a Tyler
McKenzie que ese perro muerto es la menor de sus preocupaciones. No me mires
así, joder. Ya sabes lo que hay que hacer —ordenó con brusquedad a su amigo.
Amanda apretó los labios, furiosa. Troy. Malditos asesinos. Oyó como
abandonaban el lavabo y se cercioró en la distancia de que salían del local de Ray.
Esperó unos minutos antes de correr en busca de Kitty.
Su mente trabajaba a toda velocidad. Tenía que encontrar a Cameron y
contarle lo que había descubierto. Tenía que evitar que… Se detuvo en seco.
¿Evitar qué? No tenía nada contra ellos en realidad. Era su palabra contra la suya.
Y como mucho, podía acusarlos de envenenar a un pobre animal. No era lo
bastante grave, no como para enviarlos a la cárcel…
«Piensa, Amanda, piensa…». Tenía que hacer algo… Tenía que
proporcionar a Cameron las pruebas suficientes para que encerrara a esos
desgraciados una buena temporada.
De pronto, algo comenzó a tomar forma en su mente. Una idea, un plan
descabellado.
—Santo Cielo, Amanda, estás pálida como un cadáver —soltó Kitty al verla
regresar del lavabo, y Amanda agitó la cabeza, indicándole con un gesto silencioso
que tenían que irse.
Aquella idea seguía bullendo sin parar y ocupaba toda su atención. Ni en un
millón de años iba a consentir que nadie le hiciera daño a aquella familia.

***

La visita de Brittany no la cogió por sorpresa.


En realidad, ella y Kitty esperaban que aquella visita se produjera tarde o
temprano. Por ese motivo, cuando escuchó su voz melosa al otro lado de la puerta,
se mostró tranquila y confiada. Ahora conocía el juego y ambas podían jugar en
igualdad de condiciones.
—Querida Amanda…
—Brittany. Ojalá pudiera decir que es una sorpresa verte —la voz de
Amanda sonó mucho más dura de lo que ella misma esperaba y se alegró por
ello—. Claro que no lo es, ¿no es así?
—¿No es qué, querida?
—No te hagas la inocente. Sabes muy bien de lo que hablo —Amanda
controló su rabia—. Me has utilizado. Y me has mentido.
—Amanda, no sé por qué te pones así…
—Arpía. Déjamela a mí, Amanda. —Kitty se acercó a ella con la clara
intención de arrancarle hasta el último mechón de su rubia y corta cabellera.
Amanda se interpuso para evitar que Brittany regresara a Londres
convertida en una graciosa muñeca pelona.
Brittany suspiró teatralmente.
—Está bien, ¿qué quieres? —se lo preguntó directamente, ya que no tenía
nada más que hablar con ella.
—De acuerdo. Lo confieso. He organizado todo este circo, soy culpable. —
Brittany torció sus labios rojos en una mueca. Se había rendido, pero de manera
muy sofisticada, eso sí—. Pero no es tan malo. He hecho mis averiguaciones,
Amanda. Y ese McKenzie es el reclamo perfecto. Imagínate las portadas… Lori
Chase tiene una aventura con un atractivo vaquero, Jason O’Neil atraviesa el Atlántico por
amor… Pensé que vender unas cuantas fotos de tu reconciliación con Jason me
resarcirían por la pérdida de tu contrato. ¿Por qué estás tan enfadada? En el fondo,
esto es parte de tu trabajo. Te debes a tus fans, Amanda, ¿qué te preocupa?
—Herir a las personas que confiaban en mí no forma parte de mi trabajo —
replicó, furiosa consigo mismo por haber caído en la trampa, por haber esperado
que Brittany dejaría las cosas como estaban.
—¿Y qué más da? ¿Qué te importa lo que estos paletos piensen de ti? —
Brittany reía ahora con naturalidad—. Vuelve a Inglaterra, Amanda. Aún quiero
que trabajes para mí.
—¿Bromeas? ¿Qué será lo siguiente? ¿Salir desnuda en alguna portada para
satisfacer tu inagotable y rastrera ambición? —Amanda casi gritaba al hablar—.
Eso no es lo que quiero. No quiero terminar odiando lo que soy. Quiero que Lori
Chase desaparezca de mi vida. Y quiero dedicarme a otra cosa que no implique
vender cada vez que alguien me bese, cada ruptura… Quiero sentirme orgullosa
de mi trabajo, de mi vida…
—¿Como tu padre? —el tono de Brittany era sarcástico.
—¿Qué quieres decir?
—Ah, vamos. Eres tan ingenua como él. Por eso nunca se hizo rico. Por eso,
ahora no tienes nada, ya que tu carrera como actriz está acabada después del
plantón a tu agente. Y por eso, te marchitarás en este lugar de mala muerte.
Amanda pensó que no valía la pena hablarle de su buen olfato para los
negocios ni de los ahorros que la convertían en una mujer muy rica a pesar de que
todas las puertas del mundo de la televisión se cerraran para ella gracias a Brittany.
A decir verdad, le importaban un comino Brittany Murphy, la agencia y el resto
del mundo. Pero aún la necesitaba para solventar un pequeño asunto.
—Tienes razón. Ese Tyler McKenzie no es más que un paleto. Hazme un
favor, ¿quieres? Dile a Jason donde estoy, tengo que hablar con él. Y Brit… Si
prometes marcharte y dejarnos en paz, te doy mi palabra de que Jason regresará a
Londres con una estupenda portada para ti. —La oyó emitir un gritito de sorpresa
y sonrió. La había engañado.
Le cerró la puerta en las narices, y Kitty asintió complacida por cómo había
llevado su amiga la situación y porque no había tenido que intervenir sacándole
los ojos a la agente, como era su deseo.
Brittany Murphy era todo un hombre de negocios con fisonomía de mujer.
Pero tenía un enorme defecto. Había olvidado lo que significaban las palabras
honestidad y respeto. Y eso era inaceptable.
Amanda se alegró de no tener que volver a verla jamás.

***

Tyler entrecerró los párpados para observarla mejor, oculto bajo el ala de su
sombrero y agazapado en la barra del bar. Ella jugaba al billar sin demasiada
suerte en una de las mesas cercanas.
Su compañera de partida era la mismísima Lana Jackson. Sí que habían
cambiado las cosas. ¿Quién iba a decirlo? Nada menos que esas dos compartiendo
partida como las mejores amigas. Tyler ahogó una sonrisa amarga en la tercera
cerveza que tomaba esa noche. Graves las custodiaba, alejando a los patanes
borrachos de la mesa y defendiendo el territorio como el perro guardián que era.
Cameron y Dylan estaban a punto de llegar y se alegró de que no pudieran ver su
cara de abatimiento.
El grupo de Amanda aún no lo había descubierto. ¡Qué suerte! Sus chicos
preferidos pasándolo en grande. Y él, mientras tanto, reventando por dentro a
causa de la rabia que le provocaba la visión. Y una vez más, solo. En la barra del
maldito bar de Ray.
Quizá Brooke y sus hermanos tenían razón y era su destino terminar sus
días como aquellos tipos horribles que asediaban a las chicas en la puerta de los
lavabos. Pero no. Sorpresa, otra vez. Lana Jackson sonrió al mirar en su dirección,
haciéndole señas reiteradas para que se uniera a ellos. ¿Después de cómo la había
tratado? ¿Acaso había perdido el juicio? Amanda esgrimía su palo de billar con su
peculiar estilo de dama inglesa. Lo hacía para impresionarlo. Solo que a Tyler le
daba la sensación de que la mujer valoraba las muchas posibilidades de utilizar su
palo contra él. Lo pensó un instante. Se acercaría. Solo para saludarlos y limar
asperezas. Nada más.
—Lana. Graves… Abbot. —Tocó el ala de su sombrero con la punta de los
dedos, levantándolo ligeramente.
Sus ojos se encontraron con los de ella. ¡Diablos, estaba radiante! Llevaba un
vestido con los hombros al descubierto y una única tira que se anudaba en su nuca.
El cabello suelto y una ligera pincelada de carmín rosa en los labios que se abrían
para mostrar su perfecta dentadura. Deseó que Amanda Abbot tuviera una
verruga enorme en la nariz y un par de dientes picados por las caries. Tal vez así,
él no habría hecho el ridículo al mirarla embelesado como un idiota.
Pero no era el caso. Era preciosa, y eso lo hacía todo más difícil. Esperó
resignado que ella lo ignorara o le atizara con el palo de billar en respuesta a sus
insultos pasados. Y nuevamente, ella le puso el mundo del revés al no hacer
ninguna de las dos cosas.
—McKenzie. —Le tendió la mano y sonrió. ¿Ya estaba? ¿Olvidado, amigos
otra vez?
Estaba a punto de preguntárselo, cuando ella le dio la espalda para
continuar la partida, soltando su mano con rapidez. A pesar de lo breve del
contacto, Tyler sintió que aún conservaba el tacto cálido de aquellos dedos sobre
los suyos. La tocó ligeramente en el hombro, y ella se giró sobre los talones,
impaciente.
—¿Podemos hablar… cuando termines la partida, quizá?
Ella asintió. Iba perdiendo, eso ya lo había previsto Tyler. Era muy listo. Las
dos jugaban contra Graves, que se jactaba de su victoria. Al final, Lana lo arrastró
rabiosa hasta la pista de baile y lo obligó a moverse, tan patoso como siempre, al
ritmo de la música.
Eso le dio la oportunidad de abordarla. Tyler dejó su cerveza sobre el tapete
de la mesa de billar y apoyó ambas manos alrededor de ella, acorralándola entre el
hueco de sus fuertes brazos y la pared.
—¿Me odias, Abbot? —preguntó en un susurro contra el oído femenino —
Menuda pregunta estúpida… Claro que me odias. Yo también me odiaría si
estuviera en tu lugar.
—No te odio, Tyler —contestó y, sin querer, sus dedos acariciaron la áspera
mejilla de él levemente cubierta de vello. Lo vio reaccionar a su caricia como lo
haría alguien hambriento ante unas migajas. Su expresión sombría la conmovió
contra su voluntad—. Has sido cruel e injusto conmigo. Y me has hecho mucho
daño, lo confieso. Pero hoy estás aquí. Has vencido tu orgullo y has cruzado la
distancia desde esa barra hasta mí. Supongo que quiere decir algo, ¿no?
Tratándose de ti, es más de lo que esperaba.
—Entonces… ¿No me guardas rencor?
—No tan rápido, McKenzie. —Amanda se humedeció los labios, consciente
de que la mirada de él seguía cada uno de sus movimientos con nerviosismo—.
Aún me debes una disculpa.
—Lo siento —lo soltó con rapidez, como si temiera que las buenas
intenciones de ella se esfumaran en cuanto comprendiera que no las merecía—.
Brooke y mis hermanos… Ellos… Yo mismo… Bueno, he reflexionado mucho
sobre lo que sucedió, ¿sabes? En realidad, estoy bastante avergonzado…
Demonios, esto es muy difícil, Abbot… ¿No podríamos ahorrarnos esta parte?
—Ni en sueños, McKenzie —lo dijo con suavidad, pero existía la velada
amenaza de que si se rendía, lo enviaría al diablo.
—Fue por culpa de esa revista… Creí que habías mentido sobre todo…
Sobre nosotros… No tengo excusa, ¿verdad? —La miró suplicante al ver cómo ella
no cedía un milímetro a sus explicaciones.
—Me temo que no, Tyler. —Aunque la tenía media convencida solo con la
primera mirada desde la barra, fingió que no era así—. Pero te perdono. Claro que
rompiste mi cámara. Y eso sí tendrás que resarcírmelo. Era un regalo de mi padre,
McKenzie.
—Te compraré una nueva… ¡Mierda! Lo he estropeado todo, ¿no es cierto?
—Digamos que eres como eres —murmuró, aspirando con disimulo el
fresco aroma que emanaba de él y se mezclaba muy cerca de su boca con el olor de
la cerveza—. Pero no eres el hombre de mis sueños, Tyler. Ni siquiera te pareces
un poco.
Mentía descaradamente. Él estaba demasiado confuso para advertirlo y se
alegró de ello.
—Amanda…, no me importa quién seas o quien crean los demás que eres.
Yo sé quién eres… ¿Vendrás conmigo? —su tono de voz pretendía ser controlado,
pero no lo conseguía—. Brooke te echa de menos… Y la casa está hecha un
desastre. Nadie la llena de flores ni prepara galletas chamuscadas para merendar.
Y nadie consigue que mejore mi mal humor. Y ahora, encima, no podría
permitirme pagarte un sueldo, aunque he oído por ahí que eres rica, pero eso
tampoco me importa, porque yo… En fin, ¿vendrás conmigo o no?
—Eso sí es una buena oferta, Tyler —se burló—. Pero llega un poco tarde.
¿No te has enterado?
Él arqueó las cejas sin entender a qué se refería.
—Lo he pensado mejor y voy a establecerme por aquí definitivamente —
anunció orgullosa—. Pienso abrir un pequeño estudio fotográfico. ¿Recuerdas la
vieja barbería de Harry Jackson, el padre de Lana?
Claro que la recordaba. Solía recortarse el pelo allí cuando todavía le
importaba tener un aspecto decente. Es decir, antes de que ella apareciera en su
vida y la pusiera patas arriba. Asintió con un gesto.
—El señor Jackson me ha alquilado el local, y Brooke y Lana han estado
ayudándome con los preparativos. Con suerte, en un par de días podré trasladar
mis cosas. Hay una habitación en el piso superior y creo que será perfecta para las
dos.
—¿Las dos?
—Para mí y para mi maleta viajera. Ya sé lo que vas a decirme. No es un
negocio como para hacerse millonaria. Seguramente, estaré arruinada antes de que
pase la primavera porque en un pueblo de noventa habitantes no se celebran
muchas bodas, bautizos y comuniones. Aunque confío en vender alguna buena
fotografía en Europa. Vale la pena intentarlo, ¿no crees? —Sonrió al ver cómo él
torcía la boca con disgusto—. Voy a sentar la cabeza. Y tú deberías pensar en hacer
lo mismo. Ya no eres un niño, Tyler McKenzie.
—¿Lo de establecerte por aquí…? ¿Es una venganza personal? —lo
preguntó en voz baja, mirándola directamente a los ojos.
Ella le mantuvo la mirada con serenidad.
—¿Por qué lo dices, Tyler? Pensé que querías que fuéramos amigos.
—Yo supuse… Es igual. —Bajó los brazos y la dejó libre, aunque no tanto
como para perderla de vista.
Amanda no se movió de su sitio. Le gustaba estar así, cerca de él y
manteniéndolo a raya al mismo tiempo. Oh, qué grandísima mentirosa estaba
hecha… Lo que en realidad deseaba era que él la tomara entre sus brazos y la
levantara en el aire para secuestrarla delante de todos y llevarla hasta su casa.
Claro que eso era una ridiculez y le habría dado a Tyler la victoria demasiado
pronto. Sus planes eran otros.
Tyler la observaba perplejo. ¿Verla todos los días? ¿Sin tocarla, sin hacerle el
amor? Sería un infierno. Peor aún. ¿Y si ella decidía salir con alguno de aquellos
tipos desesperados como él, los que la rondaban desde que él había cometido la
torpeza de echarla de casa y colocarle el cartel de disponible? Ya podía verlo.
Media docena de vaqueros —por suerte, el censo de solteros de Mentone no
contaba con más— con cara de idiota haciendo cola en la puerta de su estudio,
merodeando como aves de rapiña. Solo pensarlo hizo que se mareara. Tomó aire y
al volver a mirarla, ella ya no estaba. Uno de aquellos donjuanes la hacía girar en la
pista mientras ella reía a mandíbula partida. ¡Y solo era el principio! Se aproximó a
ellos, palmeando la espalda del hombre.
—Amigo. Ella está conmigo —dijo, rezando porque el tipo, que debía
sacarle al menos cinco centímetros de estatura y algo más de peso, no discutiera.
Esa noche no le apetecía terminar con los huesos molidos por una pelea. El
hombre se volvió, gruñendo. En el fondo lo comprendía. No todos los días uno
tenía la suerte de bailar con la famosa Lori Chase. Pero nadie la conocía como él.
—¿Quién lo dice? —esta vez, el gruñido se acentuó cuando lo reconoció—.
Piérdete, McKenzie.
—Tranquilo, Jimmy. Te debo un baile. —Amanda presionó el musculoso
brazo y se disculpó con la mirada. Después, aceptó que Tyler rodeara su cintura en
un gesto posesivo y lo regañó con un gesto—. ¿Qué pretendes, Tyler? ¿Es que
quieres suicidarte?
—Estábamos hablando —replicó malhumorado—. ¿Qué tienes tú con
Jimmy?
—Me hace unos arreglos de carpintería en el local —le informó, incómoda
porque él ya empezaba a comportarse como el Tyler McKenzie que conocía—. ¿Te
molesta?
—Me molesta que todos los hombres del maldito pueblo te coman con los
ojos —confesó, furioso—. ¿Lo de sentar la cabeza iba en serio? No me digas que te
has planteado siquiera casarte con alguno de ellos.
—¿Por qué no? Son tus vecinos, McKenzie. Antes te parecían buenas
personas —lo atormentaba a sabiendas de que él lo estaba pasando fatal
imaginando con cuál de ellos se había acostado.
—Antes no tenía que preocuparme de que ninguno te pusiera la mano
encima —Tyler escupió las palabras contra su cuello, rozándolo con los labios—.
¿Es lo que quieres, que me parta la cara con todos hasta que solo quede yo y no
tengas más remedio que…?
—¿Qué, Tyler? —lo desafió con voz sugerente.
—Ya lo sabes, Abbot —los labios de él se movían sobre su piel, ascendiendo
lentamente por la línea de la garganta y recorriendo la mejilla hasta casi tocar la
comisura de la boca femenina—. Quiero hacerte el amor… ahora. Apenas puedo
contener mis manos sobre ti.
—McKenzie…, los amigos no hacen cosas como esa —lo reprendió con
suavidad—. ¿Qué van a pensar de nosotros?
—No quiero ser tu amigo. Quiero ser tu amante, Abbot. Quiero estar dentro
de ti y quedarme ahí hasta que uno de los dos necesite comer o ir al lavabo o
cambiar de postura… —lo dijo con la boca apretada contra su frente—. Solo sé que
tengo que hacerte mía. Esta noche, Abbot. Voy a volverme loco si no lo hago,
¿sabes?
—Tyler…, no podemos. —De repente, sonaba algo más romántico.
Faith Hill interpretaba Breathe… Tyler pensó que nunca antes había sentido
su aliento más cercano, envolviéndolo como una deliciosa telaraña, mareándolo,
excitándolo... Sonrió para sus adentros al sentir la fuerte presión en sus vaqueros a
la altura de las ingles.
—Podemos, Abbot, te lo aseguro. Deja que te lleve a casa. Por favor… —Notó
como ella abría los labios, incitante, y lo dejaba entrar en su boca. La tomó con
ansiedad, presionando el cuerpo menudo contra el suyo para demostrarle que no
estaba bromeando. Un minuto más moviéndose con ella de aquel modo y
terminaría haciéndole el amor sobre la mesa de billar.
Ella permitió que disfrutara de la caricia durante unos segundos, los
mismos que necesitaba para planear una estrategia. No, no podía ser de aquel
modo. Tyler tenía que confiar en ella. Tenía que amarla. No bastaba con que la
deseara. Él debía comprender que ella había llegado allí con un motivo que ahora
entendía. Tyler McKenzie era el motivo. Era la mitad incompleta que había andado
buscando siempre. Decidida, lo empujó suavemente.
Tyler la miró como si estuviera a punto de estrangularla por llevarlo hasta el
paraíso y hacerlo descender otra vez al mundo real.
—Abbot, no te resistas. Lo deseas tanto como yo. Puedo leerlo en esa mirada
tramposa.
—Entonces, también podrás leer esto. —Le dio un beso fugaz en los labios y
lo dejó plantado, maldiciendo entre dientes como de costumbre.

***

—Así que también te diviertes… —Kitty entrecerró los párpados con


expresión maliciosa mientras espiaba al hombre que acababa de ocupar un
taburete a unos pasos de ella. Kitty se había separado del grupo de la mesa de
billar para acercarse a la barra y daba golpecitos insistentes con la palma de la
mano, sin dejar de observarlo.
—¿Qué vas a tomar, guapa?
Miró al viejo que le hablaba moviendo los labios bajo aquel enorme bigote
gris. No se acostumbraba a la manera de hablar de aquellos tipos. ¿Guapa? Kitty
repasó mentalmente su atuendo. Unos vaqueros azules desgastados, unas botas
planas Barbara Bui que había comprado en París y un jersey de punto de cuello
alto que se le cerraba bajo la barbilla. Llevaba el pelo recogido en la nuca y apenas
se había maquillado. Echó una ojeada a su alrededor. Bueno, no es que fuera
precisamente un bombón si se comparaba con el resto de las chicas de por allí, sus
cabellos ondeando salvajes sobre la espalda, envueltas en sus vaporosos vestidos
de algodón a la rodilla y sus cazadoras tejanas. Pero no estaba mal. Al menos, el
hombre del bar lo pensaba, sonrió.
—Un refresco de cola sin azúcar —pidió y al ver que el viejo fruncía el ceño,
suspiró—. Está bien, una cerveza.
—Marchando, guapa. —Le sirvió una bebida con mucha espuma, y Kitty
tomó un par de tragos, apartando un instante la mirada del hombre misterioso. Al
volver a mirar en la misma dirección, él había desaparecido.
Bien, mejor así. No tenía ganas de soportar sus sermones, así que buscó en
la distancia el grupo de Amanda. Por suerte, habían convencido a Jason para que
se quedara en el motel. No era conveniente para sus planes que paseara su
aristocrático porte inglés por todo el pueblo.
—Tenga. Olvidó pasar por mi oficina a recogerlo, señorita Barret.
Kitty se volvió y encontró unos ojos verdes que la observaban con diversión
mientras le tendía la cartera que contenía su documentación. Se los quitó de la
mano con brusquedad y los guardó en el bolsillo trasero de su pantalón.
—¿Ni un simple gracias? Me lo esperaba —reconoció Cameron, sintiéndose
un poco culpable porque ella tenía el labio superior cubierto de espuma de cerveza
y no le había dicho nada para divertirse—. ¿Está siendo una buena chica, señorita
Barret?
—Oiga. No me venga con amenazas. No es un delito que me tome una
cerveza con unos amigos, ¿no? Y usted también está aquí
—No estoy de servicio.
Kitty reparó en su vestimenta. No llevaba el uniforme, era cierto. Pero
seguía teniendo la misma expresión vanidosa, y ella odiaba los tipos así, con o sin
uniforme.
—Pues enhorabuena —dijo, dispuesta a dejarlo plantado.
—La invito a una copa. —Cameron la sujetó por el codo, apartando la mano
cuando los ojos de la mujer le lanzaron una velada advertencia.
—Gracias, pero no. Los tipos como usted me producen alergia. Ya sabe,
pistolas, esposas y todo eso relacionado con la violencia —se burlaba de él
intencionadamente, pero el muy arrogante no parecía afectado. Seguía mirándola
con aquellos ojos seductores que la hubieran puesto en situación de jaque mate de
no ser porque ella no creía en los flechazos que escribía para sus guiones.
—¿Tampoco un baile? —insistió Cameron, seguro de que la mujer iba a
echar a correr en cualquier momento. Deslizó el índice por sus labios para retirar la
espuma, y ella retrocedió sobresaltada—. Estaba muy graciosa con ese bigote de
cerveza. Ha sido perverso, lo reconozco.
—Jefe… —Kitty escudriñó su expresión lisonjera—. ¿Está intentando ligar
conmigo?
—Tendría que estar loco, señorita Barret —respondió, cediéndole el paso.
—Me alegra escuchar eso, sheriff. Porque existe una probabilidad de uno
contra cien de que una mujer como yo se deje seducir por un hombre como usted.
—Kitty lo empujó al pasar junto a él.
Cameron sonrió. Uno contra cien. No estaba tan mal. Quizá en otra ocasión
se sintiera tentado a averiguar si podía inclinar aquel porcentaje a su favor.
Por su parte, Kitty había llegado hasta Amanda, que en aquellos momentos
trataba de evitar que la bola negra alcanzara antes de tiempo uno de los agujeros.
Le entregó la cerveza con un gruñido.
—¿Sucede algo, Kitty?
—Será mejor que te tomes mi cerveza, Amanda. Solo he bebido un sorbo y
el efecto ha sido desastroso. Hasta empiezo a tener visiones.
—¿Visiones?
—Fíjate en ese tipo, el alto que está en la barra…
Amanda siguió con disimulo la mirada de su amiga. Al descubrir a
Cameron, lo saludó con la mano, y él correspondió levantando la botella en su
dirección.
—¿Lo conoces? Es el tipo del que te hablé. Me persigue como un fantasma
por lo visto…
—Kitty. No es ningún fantasma. Es Cameron McKenzie, tu primo y sheriff
del condado. ¿Aún no se ha presentado? Espera un momento, le diré que se
acerque…
—Ni se te ocurra hacer eso. —La detuvo y apretó los labios, rabiosa.
Qué bromista. Seguro que lo había pasado en grande divirtiéndose a su
costa, interpretando a la perfección su papel de poli impasible, sabiendo todo el
tiempo quién era ella.
—¿Estás bien, Kitty? —Amanda comenzaba a preocuparse por el brillo
asesino que había en los ojos de su amiga.
—Perfectamente, querida. —Pero no la escuchaba.
Su mente trabajaba a toda velocidad imaginando mil maneras de vengarse
del humorista primo Cameron. «Le ajustaré las cuentas antes de regresar a
Londres», pensó con una sonrisa malévola en los labios.

***

Amanda no sabía cómo había logrado llegar hasta ese punto.


Era una locura y, al mismo tiempo, sentía que debía hacerlo.
Por los McKenzie, por aquella familia maravillosa cuyos cimientos se
tambaleaban a causa de unos tipos sin escrúpulos. Por Harmony Rock, que era su
hogar a pesar de que Tyler no confiara en ella lo bastante. Y, sobre todo, por Tyler.
Porque creía que él merecía conservar su pequeño mundo donde podía ejercer de
tirano el resto de sus días de atractivo vaquero. Se lo debía a todos ellos.
Le había costado un poco que Jason se prestara al juego. Pero después de
convencerlo de lo mucho que elevaría su caché un reportaje en el que él apareciera
como un héroe, no había tenido más remedio que aceptar. Y por último, estaba
Kitty y su increíble ingenio.
Ella había sido la última pieza del puzzle que Amanda había decidido
llamar Operación Cowboy. Como guionista, solo alguien como Kitty podía
inventar una historia lo bastante creíble para lograr que aquellos enviados por la
petrolera cayeran en la trampa. «No ha sido tan difícil», pensó. O quizá ella era
mejor actriz de lo que esperaba.
Después de procurarse un buen disfraz que consistía en una peluca
pelirroja, un uniforme de camarera y una buena sesión de maquillaje, su aspecto
no recordaba en absoluto al de la mujer de las portadas. Hasta se había procurado
un nombre que no despertara sospechas, aprovechando que todos en el pueblo
conocían la historia de la misteriosa Brenda, la mujer que había puesto en jaque a
dos de los McKenzie.
Por su parte, Jason estaba interpretando a la perfección su papel de
borracho conspirador. Estaba muy gracioso con aquella dentadura postiza y la
grasa que Kitty le había esparcido por el lacio cabello. Ewan se hubiera sentido
orgulloso de él o se habría muerto del susto al ver a su apuesto Dr. Lockarne con
aquella pinta.
Y allí estaban los dos, mientras Kitty se mantenía oculta, con su smartphone
Sony con cámara de trece megapíxeles, dispuesta a grabarlo todo para la
posteridad y las autoridades si era necesario.
Amanda puso el alma en su papel de amante despechada. Durante toda la
conversación, se mostró fría y les hizo saber cuánto rencor le guardaba a McKenzie
por cómo la había tratado. Tyler la había utilizado, y ella quería revancha. De
pronto, se convertía en una mujer vengativa y para aquellos tipos era razón más
que suficiente para que fuera su aliada.
Solo que no contaban con un pequeño detalle por suerte para ella. Y es que
amaba a Tyler McKenzie. Y por él estaba dispuesta a interpretar aquel papel de
amante traidora. Se despidió de ellos en el camino más recóndito de la carretera,
donde, escondida tras unos arbustos, Kitty la aguardaba en su coche. Su plan iba
sobre ruedas. Le sonrió cuando comprobó que los hombres habían desaparecido, y
Jason y ella subieron al coche.
—¿Todo ha ido como esperabas? —preguntó.
—Mejor aún —suspiró complacida—. Benson se pondrá como loco cuando
vea el material que le hemos conseguido.
Patrick Benson era un viejo conocido de Kitty. Por lo que su amiga solía
contarle, era el mejor aireando los trapos sucios de los demás. Sin duda, había ido a
parar al lugar idóneo. El acoso a los rancheros de la zona por parte de las
petroleras era un enorme trapo sucio justo a su medida. Pensó que había sido
afortunada al localizarlo tan pronto y despertar su interés por la historia.
—Supongo que es lo bastante importante para interrumpir mis vacaciones —le
había dicho cuando lo había llamado por teléfono.
—Lo es, Benson —le contestó Kitty—. Esos tipos no son trigo limpio. Justo
ahora, cuando presionan a los rancheros para vender, comienzan a sucederse las
desgracias, ¿no te parece demasiada casualidad? Primero, acaban con el ganado de
McKenzie. El mes pasado, dos ranchos fueron quemados en otro condado a
cuarenta kilómetros de Mentone. En ninguna ocasión han podido coger a los
responsables. ¿Simple casualidad? No lo creo, Benson. No eran vulgares
delincuentes. Hay algo detrás de todo que huele mal, créeme. Te lo enviaremos en
cuanto lo tengamos.
Más o menos así había sido la conversación con Patrick Benson.
—¿Piensas que toman medidas desesperadas para obligarlos a vender? —
inquirió Jason, deshaciéndose de su disfraz mientras Kitty ponía en marcha el
motor y se adentraba en la carretera.
—Estoy segura de ello. —Amanda lo miró con expresión afectuosa.
Era extraño, pero ya no le parecía que Jason fuera la mitad de peligroso para
su corazón. De hecho, Jason le parecía ahora un tipo casi entrañable, con sus ojos
brillantes y su boca delicada. Maldito Tyler. Esa sería su penitencia. Un antes y un
después en el que, para Amanda, cualquier tipo comparado con cierto vaquero
empequeñecía hasta desaparecer.
Trató de no pensarlo, recordando lo que Tyler le había dicho en una
ocasión. Aquello de los hombres como yo no son el tipo de las mujeres como tú. Puede
que tuviera razón. Puede que no fuera su tipo. Pero lo amaba de todos modos. Y
no dejaría que unos empresarios codiciosos pusieran sus manos en Harmony Rock.
—Has estado genial, Jason. Y aunque te haya puesto en peligro…, gracias
por ayudarme.
—De nada. Ha sido un placer en realidad. La verdad es que ha sido toda
una experiencia trabajar, y gratis, en un papel en el que no tuviera que hacerme la
manicura. —La miró divertido—. Tú sí has estado superior, Amanda. Si no supiera
que Kitty haría paté con mi hígado, intentaría conquistarte de nuevo. Eres
sensacional. Más valiente que la mayoría de los hombres que conozco y bastante
más guapa, por cierto.
—Te escucho, Jason. —Kitty dio un volantazo gratuito, provocando que la
cabeza de Jason golpeara levemente contra el cristal. Lo miró sonriente por el
retrovisor—. Pero sabes que no aprovecharía de ti ni tu hígado.
—¿Por qué me odias, Kitty? —El hombre fingió que aquello le causaba una
profunda consternación.
El muy granuja sabía que Kitty no lo odiaba. Y es que, para Kitty, los
hombres como él eran sencillamente invisibles. Tan solo le parecía un tipo sin
contenido, como aquellos muñecos Ken que daban la réplica a Barbie en las
jugueterías, pero nunca estaban del todo a su altura.
Jason refunfuñó.
—Te gusto un poco, reconócelo. Siempre estuviste celosa porque me fijé en
Amanda y no en ti cuando Ewan nos presentó en aquella fiesta…
—Ay, por Dios. Lo que hay oír. —Kitty se reía ahora a carcajadas—.
Amanda, dile a ese idiota que cierre el pico si no quiere que lo abandone en la
cuneta.
—Gracias por el piropo, Jason, pero te olvidas de algo… —bromeó
Amanda—. Tuviste tu oportunidad y preferiste a la chica de la silicona. Y además,
no quiero parecer grosera, pero… estás echando barriga, ¿no lo has notado?
—De acuerdo… touché. —Jason encogió un poco el estómago bajo la camisa,
fingiendo estar ofendido. Volvió a mirarla, esta vez con expresión seria—. Tenía
que intentarlo, querida.
—Gira a la derecha —indicó Amanda a Kitty y, tras unos minutos, hizo que
detuviera el coche frente al local que sería su estudio.
—Amanda. ¿En serio quieres pasarte el resto de tu vida fotografiando vacas
en este lugar? —Jason se mostraba todavía conmocionado por la noticia.
—No lo entenderías. Yo nunca tuve un hogar, ¿sabes? Marion fue un buen
padre y me sentí querida mientras él vivió. En cuanto a Chelsea, ya la conoces. —
Su mirada su nubló al hablar—. Y al llegar a aquí… Es algo muy extraño, Jason.
Pero siento que este será mi hogar. Aquí hay personas a las que les importo,
¿entiendes?
—Ese McKenzie… ¿tiene algo que ver con todo eso? —Jason podía ser
muchas cosas, pero no era tonto. Había leído el mensaje oculto en el brillo de la
mirada de Amanda. Como ella no dijo nada, sonrió—. Ya veo. ¿Sabe lo afortunado
que es?
—Eh… —Amanda titubeó. ¿Tyler lo sabía?—. Digamos que es algo duro de
mollera.
—Amanda, ¿estás poniendo en peligro tu propia seguridad y la mía por
alguien que es lo bastante tonto como para no darse cuenta que estás colada por él?
—Jason estaba a un paso de estallar en carcajadas—. ¡Quién lo iba a decir! Amanda
Abbot, la chica de la armadura de acero…
—Oye, Jason, no creo que… —Se había sonrojado—. Tú, solo échame un
cabo, ¿vale? Quiero que la gente sepa lo que esos tipos son capaces de hacer.
—¿Y después?
—Después, tu cara ocupará la portada del Times, el Daily Mirror y El
Guardian… Serás Jason O’Neill, la estrella que atravesó la pequeña pantalla para
enfrentarse a toda una peligrosa trama de corrupción y mafia en el negocio del
crudo en Texas. Lo demás es cosa mía —respondió misteriosa.
Aún no sabía cómo iba a conseguir que Tyler McKenzie viera lo mismo que
ella veía cuando estaban juntos. O, lo que era lo mismo, no sabía cómo convencerlo
de que juntos no habría nada que pudiera destruirlos.

***

Estaba enseñándole a Jason la decoración del estudio, cuando la campanilla


de la puerta sonó de repente.
¡Estupendo! Faltaban un par de días para inaugurar el negocio y ya tenía su
primer cliente. La inesperada visita la animó de inmediato. Ella y Jason se
volvieron para recibirla. Sin embargo, su ánimo se esfumó cuando su mirada se
topó con la de Tyler.
La expresión de él era de furia. Las noticias debían correr como la pólvora
por allí. Ella misma había lanzado el chisme de que su antiguo novio seguía por
allí. El embuste no despertaría sospechas, ya que todos consideraban de lo más
normal que una actriz como ella tuviera un pasado repleto de amantes. Aunque
fuera una tremenda mentira, prefería que fuera así. Le venía bien a sus planes que
nadie se preguntara por qué el atractivo Jason O’Neil no había hecho su equipaje
junto con el resto de su comitiva frívola.
Por nada del mundo quería que Tyler sospechara el lío en que ella iba a
meterse. Solo Lana y Kitty sabían la verdad. Y a juzgar por el modo en que él
contraía ahora las mandíbulas, Tyler se había tragado el cuento completamente.
—Hola, Tyler —lo saludó, conteniendo ligeramente la respiración. El
parecía a punto de asesinarla con la mirada—. Acércate. Quiero presentarte a
alguien…
Lo vio caminar vacilante hacia ellos, con el ceño fruncido y los labios
torcidos en un mohín que solo conseguía hacerlo parecer más atractivo.
—Jason, él es Tyler McKenzie —comentó sin perder la compostura—. Tyler.
Él es Jason O’Neil, un viejo… amigo.
Los ojos de él lanzaban destellos de fuego. En ellos le decía claramente «no
me digas» en un tono que era todo menos conciliador.
—Así que tú eres el famoso… —comenzó a decir Jason, pero ella le propinó
un codazo como advertencia—. Vaya, vaya…
—Sí. Vaya, vaya… —Tyler lo imitó con sarcasmo. Estrechó la mano del
hombre con fuerza, y Amanda se mordió los labios cuando el pobre Jason movió
los dedos para que la circulación sanguínea volviera a ellos—. Dígame, amigo, ¿a
qué debemos el honor de esta visita? ¿O solo pasaba por aquí? Londres queda un
poco lejos, ¿no?
—Esto… —Jason la miraba sin saber qué decir. Probablemente, ya había
comprendido que, para Tyler, él era el enemigo a partir de ese instante—. Bueno…
Amanda y yo teníamos asuntos comunes que resolver.
—¿Cómo de comunes? —preguntó Tyler, controlando la rabia en el timbre
de su voz—. ¿Son socios o algo por el estilo?
Amanda sabía perfectamente que no era eso a lo que él se refería. Claro que
Tyler también tenía su orgullo. Por más que deseara romperle la nariz a su amante
imaginario, nunca lo haría sin darle antes la oportunidad de quitarse de en medio.
Tyler McKenzie era un poco bruto. Pero no era un salvaje… Al menos, ella
esperaba que no lo fuera por el bien de Jason.
—En realidad, sí. ¿Verdad, nena? —Jason cometió la torpeza de rodearle los
hombros con el brazo.
Los ojos de Tyler siguieron el movimiento, y Jason se apartó con rapidez.
«¿Nena?». Tyler entrecerró los párpados, reprimiendo el impulso de sacarlo a
rastras de allí. ¿Quién se había creído ese tipo? Abbot no era su nena. No era la nena
de nadie. Y por supuesto, nadie la llamaba nena, excepto él.
—Tyler, le decía a Jason que…
—Ven conmigo. Tenemos que hablar. —La sujetó por la muñeca y la llevó
hasta una zona aislada de la tienda, ignorando sus protestas.
Al soltarla, ella ya estaba tan indignada por su comportamiento que no le
importó que Jason los oyera.
—Pero ¿qué te pasa, Tyler McKenzie? —le recriminó—. ¿Lo haces a
propósito? ¿Eres grosero con los demás por algún motivo en especial? En serio,
Tyler. Así nunca harás amigos.
—Nena… —dijo con voz grave—. Ese tipo no es mi amigo. Si lo fuera, no
estaría intentando levantarme la chica.
—Para tu información, no soy tu chica. —Se frotó la muñeca dolorida, y un
ligero atisbo de arrepentimiento cruzó la mirada de él—. No tenías derecho a
portarte como un animal con Jason.
—Y tú, no tenías derecho a meterlo en tu casa..., en tu vida, otra vez. —La
apuntó con el dedo, amenazante—. Te dije que no quería partirme la cara con
nadie durante un tiempo.
—Y yo te dije, McKenzie, que no te atrevieras a tratarme como a una de tus
terneras —le recordó furiosa.
—Pues no te comportes como ellas —sentenció.
—Y tú… Oh, está bien, déjalo. Grandísimo egoísta… —Amanda lo miró,
dolida en realidad por el sinfín de sospechas que leía en sus ojos.
—¿No podías esperar, verdad? —le reprochó Tyler, echando una rápida
ojeada al hombre que curioseaba objetos a pocos pasos de ellos—. Tenías que
restregármelo por las narices.
—Mira, Tyler…
—Ya me lo temía. —Tyler se rascó el mentón, un gesto que era muy propio
de él cuando no sabía cómo reaccionar ante algo—. Sabía que lo harías. Sabía que
en cuanto tuvieras la menor ocasión, aprovecharías para demostrarme lo que me
estoy perdiendo. ¿Es eso, Abbot? ¿Es tu venganza por haber sido un idiota y no
darme cuenta de…? ¡Diablos! Lana Jackson tuvo más estilo con Graves. Y ella se ha
criado entre vacas.
—Piensa lo que quieras, McKenzie. Siempre lo haces.
—¿Qué quieres que piense, maldita sea? Todos están comentando desde
ayer lo buena pareja que hacéis los dos. —Ahora clavaba los ojos sobre Jason con
rencor—. Un poco joven para ti, ha dicho la señora Tracy, pero muy guapo. Y
Brooke no deja de decirme que se parece a ese actor, el de Mejor Imposible…
—¿Greg Kinnear? —Amanda contuvo la risa.
Brooke podía llegar a ser muy creativa cuando se lo proponía. Al parecer,
había decidido poner su granito de arena en la difícil tarea de hacer que Tyler
abriera los ojos por fin.
—¡Como se llame! Me han dado ganas de estrangularla cuando lo ha dicho.
A mi propia hermana, Abbot…
—Tyler…, cálmate, ¿quieres? Solo piensa en la suerte que has tenido de no
quedar el último en la lista —le refrescó la memoria.
Era lo que él le había comentado en una ocasión, era cierto. La miró como si
quisiera decirle que borrara de su memoria todo lo dicho anteriormente y que se
quedara solo con el mensaje de ahora. El mensaje era muy claro: haz que
desaparezca. Y tal vez, si profundizaba un poco, no seas terca, vuelve a casa conmigo y
deja de pelear. Era lo que Tyler pensaba mientras aquel intruso se paseaba por la
tienda sin que él pudiera hacer nada por evitarlo. Claro que Abbot no era de las
que se rendían, ya lo sabía.
En realidad, sabía mucho más de ella que cualquiera. Sabía que adoraba el
chocolate, que le gustaba contemplar las estrellas cuando todos dormían. Que se
colaba en las conversaciones de los demás aunque nadie la invitara. Que tenía un
lunar en forma de media luna en el centro de la espalda y una cicatriz en la rodilla
de una travesura de la infancia. Y sabía que estaba hecha para ser suya… cuando
fuera capaz de convencerla, lo cual era todo un desafío.
—¿A qué has venido, Tyler?
—A pedirte que seas mi pareja en el baile que se celebra mañana por la
noche, después de la carrera de barriles —contestó con más calma—. Por cierto,
Brooke me ha contado que has abandonado la idea de participar.
Qué farsante. Seguro que había dado saltos de alegría cuando se había
enterado. Aunque Amanda no podía explicarle los verdaderos motivos de su
retirada, no tenía nada que ver con que él se lo hubiera prohibido.
—¿Has venido a jactarte porque me he retirado de la carrera?
Tyler sabía que cuanto más furioso se mostrara, más la alejaría de él, así que
decidió probar la táctica de ser sincero.
—Y también porque la curiosidad me estaba matando, lo confieso. Pero ya
veo que tienes otros planes.
«No lo sabes bien», pensó ella, ahogando una sonrisa.
—¿Quieres que sea tu pareja en el baile, McKenzie? —preguntó maliciosa.
—No hay nadie más disponible. Y lo digo en serio, Abbot. Ningún hombre
de por aquí se atreve a vérselas contigo.
—Di mejor que has amenazado con matar a quien lo intente —replicó y
añadió al ver cómo encogía los hombros en actitud inocente—: Está bien. Acepto,
Tyler. Pero le diré a Jason que nos acompañe.
Él soltó un ronco gruñido.
—¿Pretendes que un antiguo novio tuyo nos haga de carabina? —Tyler no
salía de su asombro.
—No, Tyler. Tú nos harás de carabina —le dijo para desinflarle aquel
enorme ego que por momentos no le cabía en el interior de la ropa.
—Está bien. Sea como sea, no te pondrá las manos encima.
Tyler cerró de un portazo, haciendo que la campanilla cayera de la puerta a
sus pies.
Amanda la recogió con expresión triunfal, haciéndole un guiño a Jason
cuando por fin tuvo el valor de volver junto a ella.

***

Aquellos tipos elegantes se habían citado con Jason a escasos veinte metros
de la carretera trescientos del condado de Mentone, un camino polvoriento y
solitario donde apenas se avistaba a lo lejos un viejo cartel con el nombre del
pueblo y otro ingenioso que aludía a la sequía sufrida recientemente y que «decía
trae tu propia agua».
Por suerte, Amanda había encontrado una de las tarjetas del bufete de
abogados que representaba a la Texco y de la que Tyler aún no se había deshecho.
Haciéndose pasar por Brenda, la stripper vengativa, no le había costado nada que
los dos abogados al servicio de Texco se dieran prisa en venir. Estaban ansiosos
por conocer a alguien que, de manera discreta, pudiera dar jaque mate por fin a la
jugada que pretendían, ya que los dos ex convictos contratados con anterioridad
parecían no tener éxito ni valor para intentar nada excepto matar animales.
Amanda les había contado que su amigo conocía bien a los McKenzie, que
había sido despedido por ellos debido a su afición al juego y la bebida y que, en
definitiva, estaba muy dispuesto a desquitarse y, de paso, hacerse con unos
cuantos miles y largarse para siempre de aquel pueblo de mala muerte.
Los abogados de la Texco eran muy listos, pero no tanto como para no
tragarse la historia. O eso o estaban desesperados por zanjar aquel asunto para su
cliente.
Así que no habían faltado a la cita. Allí estaban. No demasiado cerca para
que alguno de los vecinos los viera, aunque sí lo bastante para que Amanda,
escondida tras un viejo cobertizo abandonado, pudiera sacar unas buenas fotos.
Jason estaba perfecto en su papel de mercenario sin escrúpulos. Sus ropas
sucias, su cabello grasiento y su expresión de estar de vuelta de todos los delitos
habidos y por haber habían logrado engatusar a los pobres imbéciles. Por
supuesto, ellos no tenían ningún motivo para dudar de que el sucio Vic Malloy
fuera quien decía ser.
En esos instantes, el falso Malloy grababa toda la conversión en su
grabadora oculta en el bolsillo de su cazadora oscura.
Por su parte, y gracias a la providencial cámara que incorporaba el móvil
última tecnología de Kitty, Amanda realizaba el mejor reportaje fotográfico de su
vida mientras los hombres daban instrucciones a Malloy.
—No la fastidie, Malloy. Ya hemos gastado mucho dinero en este asunto, y
nuestro cliente está empezando a cabrearse. Y cuando digo cabrearse, significa que
los cheques que pagan estos trajes, estos zapatos y las zorras con las que nos vamos
de fiesta están en peligro —dijo uno de ellos, sacudiéndose con desagrado el polvo
de la pernera de sus pantalones grises de Gucci.
—Si me hubieran encargado el trabajo desde el principio, se habrían
ahorrado mucha pasta —replicó Jason/Malloy, tratando de sonsacarles más
información—. He oído que unos aficionados se cargaron unos caballos y un perro
piojoso hace poco. Seguro que no fue barato.
—Diez mil dólares —confesó el otro abogado—. Pero los tipos eran unos
chapuzas. En lugar de meterles el miedo en el cuerpo, parece que esa maldita
familia se haya hecho más fuerte.
Jason silbó al escuchar la cifra, interpretando su papel de alguien que nunca
había visto juntos tantos billetes.
—Joder, tíos… Por esa pasta, yo ya habría liquidado a la familia entera.
—Eso no será necesario, Malloy. Mi cliente quiere resultados, pero desea
evitar… ya me entiende.
—Ya veo. Nada de fiambres —Jason se aseguraba, con disimulo, de que la
tela de la su ropa no cubriera el micro de su grabadora, por si la cámara de
Amanda fallaba o se quedaba sin batería.
—Nada de fiambres… Por el momento —puntualizó el de mayor edad—.
Aunque mi cliente no lo descarta si resulta absolutamente necesario.
—Esos de la Texco deben estar desesperados, ¿no es así?
Jason era muy astuto, había sacado a relucir el nombre de la petrolera, y los
abogados no lo negaban. Perfecto.
—Eso no le importa, Malloy. Haga lo que ha convenido y tendrá su dinero.
Y después, no queremos volver a verlo nunca más, ¿está claro?
Amanda apretó los labios. Querían que Harmony Rock volara por los aires
y que a los hermanos no les quedara otra opción que vender las tierras donde se
asentaba el rancho. Desgraciados. No podían imaginar la sorpresa que se llevarían
cuando Cameron los arrestara con pruebas tangibles suficientes para que pasaran
una buena temporada a la sombra. Tan segura estaba de sí misma que no se
percató cuando, disimuladamente, Jason comenzó a hacer señas en su dirección.
—He oído algo… por allí… —Uno de los tipos caminó en dirección al
cobertizo abandonado, y Amanda se golpeó bruscamente contra las paredes en su
desesperación por no ser vista.
Las maderas crujieron contra su hombro y reprimió un grito de dolor. El
hombre estaba muy cerca, aunque en la penumbra no era capaz de distinguir su
rostro. Por suerte, Amanda había tomado prestados unos vaqueros de Jason y un
grueso jersey de lana. Lejos de reconocerla, el tipo debía haberla tomado por algún
fornido vaquero y, sin pensarlo, le lanzó el puño contra la cara, obligándola a
retroceder unos cuantos pasos hasta casi perder el equilibrio.
Sujetó el móvil de Kitty contra el pecho y corrió tan rápido como pudo. No
se detuvo hasta cerciorarse de que estaba bien lejos de ellos. Con la respiración
entrecortada y los pómulos ardiendo por el golpe, se agazapó protegida por la
oscuridad. Era mejor no moverse hasta que Jason llegara y le hiciera saber que todo
estaba en orden.
Oyó el alboroto que armaban los hombres y cómo Jason los tranquilizaba
con la mejor interpretación de su vida.
—Seguramente era algún borracho de por aquí —comentó
despreocupado—. Duermen la mona en cualquier parte…
—No me gusta, Malloy —lo interpeló uno de ellos, el que la había golpeado.
Por suerte, el tipo no debía estar acostumbrado a utilizar la fuerza física,
porque el golpe había sido un tanto infantil, aunque escocía, y sus elegantes
nudillos también estaban hechos un asco, lo cual alegró a Amanda, quien seguía
oculta y expectante.
—Como quieran, amigos. Si no quieren cerrar el trato, no hay problema. De
todas formas, quiero mi pasta. He estado dos años en chirona y no pienso largarme
con las manos vacías —el tono amenazante de su voz ya los había convencido,
pero para añadir más peligro a su mirada, presionó ligeramente la grabadora que
ocultaba bajo la ropa. Sin duda, los tipos creyeron que se trataba de un arma,
porque enseguida accedieron a ultimar los detalles de su fechoría. Y Jason añadió,
imitando a uno de sus actores preferidos—: Han sido muy sensatos. No se
arrepentirán.
Amanda los vio alejarse con ademanes nerviosos. Después de unos minutos
que se le hicieron interminables, Jason le palmeó el hombro herido al tropezar con
las maderas.
—Ey… ¿Estás bien?
Ella asintió. Nunca en su vida había pasado tanto miedo. Pero no podía
decírselo. Sospechaba que Jason estaba igual o más asustado que ella y le tocaba
hacer el papel de chica dura para que no se derrumbara.
—¿Y tú? —preguntó, aceptando su mano para levantarse.
—Creí que era hombre muerto cuando ese tipo casi te descubre —confesó
con una media sonrisa.
Amanda también sonrió y lo acompañó hasta el coche. Jason arrancó como
si los persiguiera el mismísimo diablo y tardó menos que un suspiro en dejarla
frente a la puerta de su recién estrenado negocio. Frunció el ceño cuando la luz
tenue de la entrada iluminó el rostro de la joven. Tenía un ojo completamente
amoratado y un ligero corte en la mejilla que sangraba débilmente. Sacó un
paquete de kleenex de la guantera del todo terreno y le frotó con delicadeza la zona
lastimada.
—Cielos, Amanda… El desgraciado te ha machacado —observó conmovido
por el valor que ella mostraba al no quejarse una sola vez.
—Bah. Es solo un rasguño. Pero tengo la piel delicada, y un simple roce…
Ya ves, mi cutis inglés. —Sonrió—. ¿Lo has grabado todo?
—Puedes confiar que sí. —Le mostró la grabadora con satisfacción—. Esta
amiguita no puede fallarnos.
—¿Los hemos cogido?
—Eso espero. —Le guiñó un ojo—. O tendrán que escribir un bonito epitafio
sobre nosotros.
—No sé cómo darte las gracias, Jason. —Lo besó fugazmente, sin que
ninguno de los dos se percatara de que alguien los espiaba a escasos metros de allí.
Miró su reloj de pulsera y chasqueó la lengua, contrariada por lo tarde que
era.
—Maldita sea, Tyler vendrá a recogerme en menos de media hora. —Se bajó
del coche de un salto y cerró de un portazo—. Y aún tengo que vestirme. ¿Nos
vemos dentro de… quince minutos?
—¿Hablabas en serio cuando le decías a McKenzie que nos haría de
carabina? —Jason arqueó las cejas, divertido.
—Claro que sí, ¿qué te creías? Te debo un baile.
—Me debes más que eso, querida. Han podido matarme, con balas de
verdad, por Dios…, pero me conformaré.
Ella se despidió feliz y subió de dos en dos los escalones que conducían a su
nuevo y estrecho hogar. Una habitación con una cama y un armario donde apenas
le cabían los calcetines. No estaba tan mal. Se desvistió y se dio una ducha rápida.
Después, se colocó un sencillo vestido con tirantes al cuello y se maquilló con
esmero para disimular los morados de los ojos. Finalmente, se mordió los labios al
ver el resultado en el espejo. Con aquella pinta no engañaría a nadie, así que trató
de inventar una buena excusa para contestar a los cientos de preguntas que le
lloverían durante la noche. Se apresuró a bajar para abrir la puerta en el instante en
que escuchó el repiqueteo de la campanilla en la planta baja.

***

Tyler la observaba con expresión curiosa y algo más que ella no supo
identificar. Por suerte, las luces estaban apagadas y tiró de él para alejarlo del
farolillo de la entrada al salir. Sin embargo, Tyler era lo bastante astuto como para
no morder el anzuelo.
La sujetó por los hombros y la obligó a colocarse justo bajo la luz para
contemplarla con detenimiento.
—Pero ¿qué…? —Por momentos, sus facciones se contraían y su rostro
adquiría un tono violáceo al descubrir los hematomas en la cara de ella—. ¿Puedes
decirme qué diantres te ha pasado?
—Tyler, no montes una escena, ¿quieres? —lo apaciguó, pero la respiración
de él se agitaba a medida que reparaba en los cortes de la mejilla y en los rasguños
del hombro—. Me caí…
—¿De dónde, del Empire State? Diablos, Abbot, parece que te haya pasado
un camión por encima… Lla miró confundido al principio y furioso más tarde.
Sus ojos brillaban intensamente mientras examinaba cada centímetro de la
piel femenina que quedaba al descubierto, buscando más heridas.
—Ya te he dicho que…
—Nena, será mejor que no me mientas… —su tono de voz era
amenazante—. Hace un rato he visto como te despedías de ese… como se llame…
—¿Jason? ¿Acaso estabas espiándome? —Amanda no pudo evitar sonreír
por las ridículas sospechas que leía en su mirada—. ¿No pensarás que él…? Tyler,
por favor…
—Abbot, si ese tipo te ha hecho esto… —A estas alturas, Tyler ya estaba
convencido de que era así.
—Tyler McKenzie —lo interrumpió con firmeza, emocionada en el fondo
por el instinto de protección que despertaba en él. Aunque, por otro lado, no podía
contarle cómo se había hecho aquellos morados. Eso sí lo pondría realmente
furioso. Y, probablemente, la sacaría del estado antes de que pudiera protestar—.
Te prohíbo que sigas. Y por cierto, que no tengo que darte explicaciones si me
apetece que un antiguo novio me ponga un ojo a la funerala. Así que, asunto
resuelto. Por ahí viene Jason…
Señaló la puerta del motel, y Tyler apretó los labios al ver cómo el inglés se
acercaba a ellos.
—No te atrevas a hacerle preguntas, ¿está claro? —le advirtió—. O tendrás
que bailar con la señora Tracy toda la noche.
—Abbot…
—McKenzie… —Ella lo imitó y se colgó del brazo de ambos, uno por cada
lado, dispuesta a no perderse una sola pieza.
El resto de la noche fue más bien estresante.
Por un lado, su preocupación por la oferta que aquellos abogados de la
petrolera le habían hecho a Malloy el impostor. Nada menos que quemar el rancho
de Tyler. Esta vez no pensaban andarse con chiquitas y, a juzgar por lo que Jason le
había contado, querían el lote completo. Nada de errores. Querían a Tyler fuera de
juego para siempre.
Por otra parte, estaba el propio Tyler, quien valoraba positivamente en qué
momento exacto de la noche iba a matar al pobre Jason por lo que erróneamente
juzgaba que había hecho.
Y finalmente, pero no por ello menos importante, estaba ella misma. Solo
había bailado tres piezas y ya sentía que tenía los huesos hechos puré. Y por nada
del mundo, quería privarse del placer del momento en que Tyler se decidiera de
una vez a sacarla a bailar. Para su deleite, aquel momento llegó antes de lo que
esperaba.
Dolly Parton entonaba con su peculiar estilo y su timbre de niña que no ha
crecido, una hermosa balada. Tyler la arrastró literalmente hasta la pista y apretó
su cuerpo contra el de ella, siendo todo lo delicado que era capaz dadas las
circunstancias. Seguía furioso y las dos cervezas que había tomado hacían que su
enfado fuera en aumento.
Aun así, Amanda intentó que se relajara y, de paso, relajarse también. El
fuerte pecho de Tyler bajo su mentón era el mejor ungüento para sus heridas.
—¿Vas a contármelo o prefieres que se lo pregunte a él directamente? —
preguntó Tyler, con los labios muy cerca de su frente.
—Ay, Tyler, no lo estropees… —le pidió, adormecida por la deliciosa
sensación que era balancearse junto a él al ritmo de la suave música.
—Quiero matarlo de todas formas, Abbot —comentó él con total
naturalidad—. Pero si me das una buena excusa, me sentiré mejor después de
hacerlo.
—McKenzie…, ¿por qué eres tan agresivo? —le preguntó mimosa.
—Abbot, te juro que en este momento no estoy siendo ni la mitad de
agresivo. —Él recorrió con ternura los rasguños de su hombro, palideciendo
cuando ella reprimió un gemido de dolor. Apartó los dedos para deslizarlos por su
brazo—. Si lo fuera, ese Jason ya estaría en la consulta de Doc con los dientes
incrustados en la nuca.
—¿En la consulta de Doc? —Ella le miró risueña. «Tyler McKenzie, ¿dónde
estabas antes de conocerte?», pensó riendo para sus adentros.
—Es donde merece acabar un animal como él —explicó él, besando con
ternura sus cabellos.
—Tyler…
—Abbot, deja que lo mate —su voz era grave a causa del enfado y del deseo
al mismo tiempo—. Después, te llevaré a casa y te haré el amor de tantas maneras
que no volverás a acordarte de él.
—McKenzie… —le susurró con los labios presionando levemente la línea
del cuello masculino. Bromeó para aliviar la tensión entre ellos—. Si fuera una
inocente dama sureña, estaría escandalizada.
—Si fueras una inocente dama sureña, no te haría ese tipo de proposiciones
—replicó Tyler de mejor humor a pesar de que la idea de liquidar a O’Neil seguía
rondando por su cabeza.
—¿Eso es un insulto? —inquirió en voz baja, provocándolo
intencionadamente.
—¿Bromeas? Es un piropo, nena. —Tyler dejó que su boca cubriera durante
un segundo la de ella, complacido al ver cómo se estremecía ante la breve caricia—
. ¿Entonces… tengo tu aprobación? ¿Puedo liquidar a ese rubito sin que me odies
por ello?
—Ni lo sueñes, McKenzie.
—Abbot, no estás enamorada de él. No puedes estarlo —murmuró, rabioso
en el fondo porque temía estar equivocado.
Peor aún, temía estarlo y que ella fuera tan sincera como para confesárselo
allí mismo, en mitad de la pista, mientras él la estrechaba entre sus brazos
deseando que el resto del mundo desapareciera para tener un poco de intimidad.
—¿Por qué estás tan seguro? —La situación la divertía enormemente.
—Porque es más joven que tú. Podría ser tu hermano, Abbot —le recriminó
con la mirada nublada por la pasión que ella encendía en él, incluso con el rostro
medio desfigurado por aquel hematoma.
—Pero no lo es. —Lo retó a que continuara con su larga lista de motivos por
los que el pobre Jason jamás sería su príncipe azul.
—Y tiene muy mal gusto. Fíjate con quien está bailando. —Señaló con
disimulo a Jason, que ahora se movía ágilmente de la mano de una de las gemelas
Tracy.
«Menudo donjuán». La chica era justo como Brooke la había descrito en una
ocasión. Una larguirucha con cara de mula y cejas demasiado pobladas. Claro que
Jason era un perfecto caballero inglés y nunca negaba un baile a una señorita,
aunque la señorita en cuestión fuera lo más parecido a un cuadrúpedo.
—McKenzie, eres perverso. —Amanda sonrió de aquel modo encantador
que hacía que a Tyler se le doblaran las rodillas sin remedio.
—Y además, no puedes estar enamorada de un tipo que mañana estará
fiambre en la funeraria. —Tyler le recordó sus intenciones—. No sería práctico,
Abbot.
—Creo que me arriesgaré de todos modos. —Amanda tembló cuando él la
estrechó con más fuerza en una clara actitud posesiva—. Pero no sufras, McKenzie.
Si me conviertes en una viuda desconsolada, serás el próximo candidato en mi
lista.
—Nena… —Él dejó que sus dedos recorrieran nuevamente la curva de su
espalda con lentitud—. No me provoques y dejaré que tu ex viva un par de días
más.
Amanda no contestó. Pensaba en lo ingrato que era Tyler McKenzie con el
hombre que estaba a punto de salvarlo de las garras de aquellos mal nacidos de la
petrolera. Aunque, en el fondo, sabía que Tyler solo quería convencerla de lo
arrepentido que estaba… a su manera.
—¿Cómo van las cosas por el rancho, Tyler? —preguntó desviando la
conversación hacia temas menos peligrosos—. Brooke me ha dicho que los del
banco aún no han aprobado ese préstamo que pediste.
Si él estaba molesto por las confidencias que Brooke le había hecho, no lo
demostró.
Encogió los hombros con fingida indiferencia.
—Es posible que tenga que solicitar otra hipoteca sobre la propiedad. Pero
creo que saldré adelante.
—Si no fueras tan cabezota… —le recriminó con suavidad, tanteando el
terreno para sus planes futuros—. ¿Qué hay de la oferta de Dylan? No puedes ser
tan orgulloso, tienes que aceptar su oferta de quedarse.
—No me convence. Siempre ha sido un espíritu libre y no puedo
encadenarlo a Harmony Rock de por vida. Quiero a Dylan, tengo que estar seguro
de que es lo quiere.
—Está bien, olvida a Dylan. Brooke dijo que Doc te ofreció ser tu socio. Al
parecer, dispone de algunos ahorros. Tyler, piensa en lo bien que te iría algo de
ayuda… y podrías reponer parte del ganado.
—Ni hablar —atajó él con voz tensa—. Ya le dije a Brooke lo que opinaba
del tema. Lo último que me apetece es convertir a mi hermana en la contable
marimandona de los negocios de su futuro marido. Doc no aguantaría una
semana, créeme. No quiero tener la culpa del divorcio de esos dos.
—Eso es injusto, Tyler. Brooke también tiene derecho a preocuparse y a
hacer algo al respecto.
—No mientras pueda evitarlo. Prometí a mis padres que siempre cuidaría
de ella. Y jamás rompo una promesa, Abbot. —La miró como si pretendiera que
ella no volviera a tener dudas sobre eso—. Lo cual me hace recordar…
—Oh, no… McKenzie, si te acercas a Jason, no cuentes con que vuelva a
dirigirte la palabra —le advirtió en un murmullo, viendo como su amigo se les
acercaba—. Jason, ¿nos vamos?
Se sintió fatal al comprobar el efecto que causaban en Tyler sus palabras. Sin
duda, debía pensar que ella no podía esperar más para reunirse a solas con su
amante. «Qué pena, Tyler, pero aún no puedo confiar en ti».
—Te acompañaré a casa —se ofreció rápidamente Tyler, conteniendo las
ganas de aplastar bajo la suela de su bota a aquel tipejo presumido.
—No es necesario, Tyler. Jason lo hará, ¿no es así? —Besó a Tyler en la
mejilla y antes de que pudiera protestar, tiró de la mano de Jason para abandonar
el local.
—Oye, Amanda, no quiero parecer indiscreto, pero… —Jason echó una
breve ojeada a sus espaldas—. Parece que ese McKenzie quiere matarme, ¿no?
—No te preocupes, es inofensivo —lo tranquilizó—. Él no lo sabe, pero ya
he aprendido a manejarlo.
—Eso espero. Porque, ¿sabes qué? Empieza a preocuparme el hecho de que
todo el mundo en este pueblo tenga algún motivo para querer verme muerto.
—Qué gracioso eres, Jason. En realidad —le explicó—, Tyler cree que me
has dado una paliza y ha jurado liquidarte en cuanto tenga oportunidad.
Jason palideció. Comprendió que no era buen momento para bromear. Pero
se sentía tan feliz que no pudo evitarlo.
—No temas. Ha dicho que te dejaría vivir.
—Qué bien.
Amanda sonrió, contenta por el cariz positivo que tomaban sus
maquinaciones. En un par de semanas, el asunto de la petrolera estaría resuelto. Y
después, ella y Tyler podrían dedicar toda su atención a otras cuestiones. Como
hacerle entender a aquel cabezota que el amor no se medía por la cantidad de
órdenes que podía obligar a acatar a la persona amada.

***
Había llamado a Jason en cuanto había descubierto lo sucedido en el estudio
durante su ausencia. Pero, al regresar, el desastre la había dejado sin palabras.
Los dos observaban ahora el desalentador espectáculo mientras pensaban
qué hacer para no perder los nervios. Amanda temió, por la expresión de Jason,
que no le había contado algo.
Intuyó que era peor de lo que esperaba.
—Lo han destrozado todo… excepto esto. —Amanda le mostró unos
carretes de su vieja cámara, la que Tyler había destrozado y que aún no había
revelado porque los había olvidado en el hueco bajo el mostrador la mañana
anterior. Recordó que se trataba de las fotografías que había tomado a Lana
Jackson. Lana estaba preciosa, pero no le servían de mucho para atrapar a aquellos
desgraciados—. El resto está hecho trizas.
Señaló el material de revelado, las estanterías, los adornos y… el smartphone
de Kitty hecho papilla en el suelo. La expresión de Jason no presagiaba nada
bueno.
—¿Qué ocurre, Jason…? —Lo miró espantada—. Aún tenemos las
grabaciones, ¿verdad? Dime que las tenemos.
Jason le enseñó la grabadora hecha pedazos que acababa de encontrar en su
habitación del motel donde se hospedaba.
—¿Y la cinta?
—Estaba dentro, Amanda. No tuve tiempo de sacarla y esconderla. ¡Diablos,
no pensé que fuera necesario! Oye, no tengo una dilatada experiencia en esto de
hacer de investigador privado —explotó, más preocupado que furioso.
En ese momento, la campanilla de la puerta los hizo volverse hacia ella.
Aquellos tipos enchaquetados, los abogados de la Texco, estaban ahora
acompañados por otro tipo que parecía recién salido de la prisión federal de
máxima seguridad de Colorado. En la cara del nuevo no cabía ni una sola cicatriz
más y en cada uno de los brazos musculosos y al descubierto, un dragón azul se
enroscaba hacia la muñeca donde la cola terminaba en forma de puñal. Solo
mirarlo ponía los pelos de punta. Para ser francos, Anibal Lecter al lado de aquel
tipo era un madurito adorable e inofensivo. Y Amanda lo había reconocido
enseguida. Era el tipo de los lavabos del bar de Ray.
Los tres los observaban con expresión maliciosa mientras agitaban en el aire
la cinta de la grabadora que habían robado en la habitación de Jason.
—Una pena, Malloy… ¿o debería decir, señor O’Neil? —comentó uno de los
abogados con sarcasmo—. Y usted, señorita Abbot, nos ha decepcionado
enormemente. Fue una suerte que la señorita Murphy, de su agencia de Londres,
contestara tan amablemente a nuestras preguntas, cuando la sorpresa de
reconocerla en la televisión de esa cafetería inmunda nos condujo a ella. En cuanto
la llamamos para pedir información sobre su amigo y lo describimos tan
cuidadosamente, no tardó en relacionar la descripción con un viejo amigo común.
Nada menos que Jason O’Neil, el popular Dr. Lockarne de la BBC y su atractiva
enfermera Wendy. Debo decirles a ambos que es un honor para nosotros que nos
hayan dedicado su atención.
—No se saldrán con la suya —ladró Jason, aunque no estaba en posición de
hacerse el gallito. Ellos eran tres.
—¿En serio creyó que éramos tan idiotas? —El tipo de los tatuajes sacó su
mechero y prendió fuego a la cinta con rapidez para después lanzarla a los pies de
la mujer—. Estúpida zorra… ¿Creías que tú y tu actorcillo de telenovela podrían
engañarnos? En cuanto mis amigos me avisaron de que me había salido un
competidor, comprendí que algo raro estaba pasando aquí… Y aunque no fuera
así, ¿pensabas que dejaría que un mierda como este me robara mi dinero? Yo maté
a los caballos de los McKenzie y me cargué al maldito perro… Ese dinero es mío y
pienso borrar del mapa a cualquiera que se interponga, ¿te queda claro, zorra?
—No me dan miedo, matones de medio pelo —casi gritó Amanda—.
Veremos cómo explican todo esto al sheriff y a su ayudante. Estoy segura de que les
encantará escuchar su historia.
—No tan rápido, señorita Abbot. —El más alto de los hombres torció los
labios en una mueca que podía haber sido una sonrisa de no ser porque sus ojos
lanzaban chispas al hablar. Y no eran de alegría precisamente—. No somos
estúpidos. Hemos pasado toda la noche en ese bar de la esquina. Y hemos hecho el
suficiente ruido como para que medio pueblo afirme habernos visto. ¿Me capta,
nena?
Amanda comprendió. Ellos no harían aquel trabajito. Seguramente, lo
habían encargado a algún rufián de los alrededores, a otro matón con cara de
Pittbull como el que les hacía ahora de guardaespaldas, seguramente al que lo
acompañaba en los lavabos cuando urdía su miserable plan.
Y eso se traducía en una enorme sensación de pánico que hizo que se le
encogiera el estómago. En ese momento, los McKenzie podían estar a merced de
algún desalmado sin escrúpulos dispuesto a quemar la casa con ellos dentro. La
cabeza comenzó a darle vueltas.
—No sufra. —el desgraciado que parecía ser el portavoz de los otros dos
sonrió de nuevo—. Si mantiene la boca cerrada, nadie saldrá herido. ¿Entiende lo
que quiero decir?
Lo entendía. Quería decir que si permitía que terminaran lo que habían
venido a hacer, quizá observaran la posibilidad de que el rancho ardiera cuando
sus dueños estuvieran fuera. Si esperaban que aquello la tranquilizara, es que
estaban realmente locos. Aunque, en cierto modo, era así.
—Vamos, señorita Abbot. No es tan difícil —insistió el hombre—. ¿Cómo
prefiere al señor McKenzie, arruinado o muerto? Usted decide.
—Váyase al diablo. —Amanda le escupió en la cara, y él se limpió
ceremoniosamente con el dorso de la mano sin perder su estúpida sonrisa—. Tyler
McKenzie lo matará, ¿sabe? Está lo bastante loco para hacerlo sin que ni siquiera le
tiemble el pulso al apretar el gatillo de su escopeta.
—¿De verdad?
—Haga la prueba. Si llega a tocarle un pelo a su hermana, puede darse por
muerto. —Por primera vez desde que habían entrado, Amanda sintió que se
llenaba de auténtico valor. Esos bravucones no sabían cómo se las gastaban Tyler y
el resto de los McKenzie.
El hombre de los tatuajes clavó sus ojos rojizos en ella y se despidió con un
guiño, haciendo un gesto a los abogados para que lo siguieran.
En cuanto hubieron desaparecido, Amanda empujó a Jason hacia la puerta.
—Avisa a Cameron —le pidió al tiempo que ella misma salía tras el—. Y
busca a Kitty en el baile.
—¿Qué te propones? —Jason sospechaba que iban a meterse en líos otra
vez.
—Tienen una coartada y se saldrán con la suya si no hacemos algo —
explicó—. Han dicho que medio pueblo los ha visto. El otro medio está en el baile.
Y Tyler y los demás también. El otro cómplice está al tanto y, probablemente, esta
es la ocasión perfecta para que haga su encargo. ¿Me sigues?
—Amanda, no…
—Tengo que ir allí. —Amanda le rogó con la mirada que no tratara de
impedírselo—. Tú avisa a Cameron y que se lleve a Graves con él. Dile que los
espero en el rancho.
—¿Y los McKenzie?
Amanda lo meditó unos segundos. Tyler era muy capaz de liarse a tiros con
todo lo que se moviera en sus propiedades.
—Que vengan con ellos, pero no los alarmes, por lo que más quieras. No
quiero que haya ningún funeral mañana.
—Está bien… —La contempló un instante antes de obedecer sus
instrucciones—. Ten mucho cuidado, Amanda. ¿Lo prometes?
Ella asintió. Tenía que tenerlo. Aún no le había confesado a Tyler que ella
era la mujer ideal para él. Y aún no había cumplido su promesa de demostrarle que
era allí donde iba a pasar el resto de su vida. Y en eso los dos se parecían mucho.
Ella también tenía intención de cumplir todas sus promesas.

***
Había cogido el todo terreno de Jason hasta el rancho, apagando las luces a
una distancia lo bastante prudencial como para que el intruso no notara su
presencia. Aguardó tras la casa, agazapada en el asiento, esperando la más mínima
señal para actuar.
Echó una rápida ojeada a su alrededor. Estaba demasiado oscuro para
distinguir nada a menos de cinco metros de donde se encontraba. Suspiró,
comenzando a sentir que la angustia se apoderaba de ella. «Cameron, ¿dónde te
has metido?». Y tampoco había señales de Graves. Rezó porque Lana Jackson y él
no se hubieran retirado pronto a practicar arrumacos para la vida de casados. Por
fin, le pareció que algo se movía junto al coche y dio un respingo sobresaltada.
—¡No se mueva! —gritó, intentando cerrar a toda prisa la ventanilla del
todo terreno.
Demasiado tarde. Aquel hombre intentaba verter el contenido de la garrafa
que tenía en una de las manos en el interior del vehículo. El fuerte olor a gasolina
la mareó y abrió la puerta con brusquedad, golpeando al hombre al hacerlo.
El tipo la miró, tambaleándose, y trató de sujetarla por el brazo,
esgrimiendo su enorme mano en alto antes de descargarle el puño en plena cara.
Amanda recibió el primer golpe en el hombro magullado. Lo empujó con
toda la fuerza que le fue posible. El segundo golpe casi le cayó en plena cara y
aunque apenas la había rozado porque se apartó a tiempo, hizo que cayera de
bruces frente a él. Lo vio levantar una vez más el puño con el que Amanda ya se
había resignado a que la hiciera papilla. Todo se oscureció de repente. Comprendió
que estaba a punto de desmayarse y aunque no quería, se rindió ante la evidencia
de que nadie podía ayudarla.
—Ni se te ocurra, amigo.
Amanda escuchó la voz de Cameron como si proviniera de algún lugar muy
lejano.
—Aléjate de la chica y pon las manos en alto, donde pueda verlas —ordenó
Cam otra vez.
Unos brazos robustos la alzaron del suelo con la misma facilidad con que
levantarían una pluma. Amanda se acurrucó contra ellos, temblando de pies a
cabeza.
—Amanda… ¿estás bien? —Reconoció enseguida la voz grave y afectada de
Tyler—. Quédate aquí… vuelvo en un minuto…
—Tyler, por favor… —quiso impedir que se moviera.
Pero Tyler ya se había alejado y antes de que Graves pudiera evitarlo, tenía
al intruso bajo su cuerpo y le golpeaba la cara con violencia. Parecía haber perdido
el control, y Graves intentó arrancarle al desgraciado de las manos antes de que
fuera tarde.
—Déjalo ya, Ty. Vas a matarlo —pidió Cam, quien en el fondo tenía tantas
ganas como Tyler de convertirlo en comida para perros.
Cameron escuchó el rugido de una motocicleta y se giró. Perfecto. La que
faltaba para que la fiesta estuviera completa. Se dijo que su informe oficial tendría
todos los ingredientes para una buena película de Woody Allen. Vio como Kitty
Barret lanzaba su casco por los aires y corría en dirección a su amiga para
abrazarla.
—Amanda… Santo Cielo…
—Estoy bien, Kitty… Por casualidad…, ¿no llevarás en tu bolso un filete de
ternera? Me vendría genial para este ojo —intentó bromear, pero gimió de dolor, y
Kitty aflojó la presión de su abrazo. Se acercó a Cameron con expresión furiosa.
—Dime para qué demonios llevas esa maldita placa, sheriff —le increpó.
—Será mejor que te calmes —Cameron habló en voz baja, pero su tono era
firme.
Al comprobar que Kitty pretendía aporrear con el casco al hombre que yacía
en el suelo molido por los golpes de Tyler, la detuvo sujetándola por detrás y
asiéndola por las axilas. Los pequeños pies de Kitty pataleaban en el aire.
—¡Suéltame! Deja que le dé su merecido a ese… Deberíamos ahorcarlo,
arrancarle la yugular…
—Nadie va a ahorcar a nadie mientras yo sea el sheriff en Mentone. —
Cameron intentó aplacarla, pero a pesar de su corta estatura, Kitty se movía como
una tigresa—. Si prometes no liquidar a mi testigo, te dejaré en el suelo, ¿qué
dices?
—¡Vete al cuerno! Y dame tu pistola. Al parecer, uno de los dos tendrá que
portarse como un hombre por aquí —lo atacó.
¿Qué le pasaba a aquel tipo? Su mejor amiga acababa de recibir la peor
paliza de su vida y él pretendía que el culpable se fuera de rositas. Echó una rápida
ojeada al otro McKenzie. Vaya con el primo Tyler. Quizá aquel tipo no se fuera de
una pieza después de todo. Tyler parecía dispuesto a arrancarle la cabeza al
asaltante. Sonrió satisfecha y golpeó con el casco, accidentalmente, al gemelo de
uniforme.
—Algún día, jefe, te diré lo que pienso sobre tus métodos. Pero ahora,
¡apártate de mi camino! —Lo empujó sin contemplaciones—. Quiero consolar a mi
amiga, a la que, por cierto, tenías que haber protegido.
Cameron se apartó y decidió detener a Tyler antes de que matara a aquel
desgraciado.
—¡Asquerosa sabandija! —Tyler le propinó un último puñetazo que debió
romperle el tabique, porque ahora fue su agresor el que perdió la consciencia. Al
comprender que, por más que lo golpeara, el desgraciado no iba a decir una
palabra, le soltó enfurecido—. Llévate esta basura de nuestra casa, Cam. Si vuelve
a despertarse, acabo con él. Lo juro.
Corrió hacia Amanda, obligándola a mirarlo a la cara para examinar sus
heridas. Kitty lo dejó hacer, comprendiendo, por el modo en que la miraba, que
Tyler no estaba de humor para discutir cuál de los dos merecía más cuidar de
Amanda.
—¡Hijo de…! —Tyler no terminó la frase. Apretó los labios con tanta fuerza
que su mentón se endureció como el granito al hacerlo.
Por un momento, Amanda temió que regresara para rematar al tipo que le
había hecho aquello.
Pero Tyler no se movió. Solo contemplaba su piel amoratada por los golpes
sin articular palabra. Los ojos le brillaban intensamente en mitad del rostro
sombrío.
—Estoy bien, Tyler… —murmuró Amanda, aunque sentía como la cara le
latía y comenzaba a hincharse justo donde el puño le había acertado.
Se volvió al escuchar la voz de Jason y se soltó, abrazando a Jason en cuanto
lo tuvo cerca. No quería llorar delante de Tyler, pero Jason… Bueno, él ya la había
visto llorar un millón de veces ante las cámaras. Así que dio rienda suelta a las
lágrimas.
—Vaya heroína estás hecha, Amanda… —Jason sonreía, pero Amanda
percibió que estaba tan impresionado como ella—. Nos has dado un buen susto,
¿sabes? Ese McKenzie no paraba de maldecir todo el camino… Dijo que si no te
mataba el tipo contratado por los de la petrolera, lo haría él mismo.
—¿Le has contado…? —Se apartó un poco al ver como Tyler los miraba a
ambos con cara de pocos amigos.
—Sí, me lo ha contado todo. ¡Un plan perfecto! —rugió Tyler, mientras el
coche patrulla de Cameron se alejaba con la pieza que habían cazado esposada en
el asiento trasero. Dylan los acompañaba—. Y no esperes que te dé las gracias,
Abbot… ¡Te daría una buena paliza de no ser porque ya no te queda espacio en la
cara donde colocar los golpes!
—¿Brooke está a salvo? —preguntó, ignorando su comentario.
—Lana y Doc están con ella. ¿No me has oído? —Él iba a explotar de un
momento a otro, era evidente.
Jason se hizo a un lado para evitar que dirigiera su furia contra él.
—¡Te he oído, no hace falta que grites! —replicó llorosa y añadió,
restregándose el cabello con ansiedad—: Me duele todo.
—Es lo que suele ocurrir cuando alguien te machaca la cara a puñetazos,
Abbot —la reprendió con dureza—. ¿O acaso esperabas que solo por ser tú sería
distinto? ¡Vaya par de idiotas! Los justicieros, Batman y el pequeño Robin. ¡No sé
cuál de los dos está más loco!
—Ey, McKenzie… —Jason iba a decir algo, pero enmudeció cuando la
mirada de Tyler lo fulminó.
—Cierra el pico —sentenció y clavó nuevamente los ojos en ella—. Y tú…
Abbot, tú…
—Tyler McKenzie…, podrías ser más delicado, ¿no crees? —intervino Kitty,
pero Amanda le señaló con un gesto que no se metiera.
—Tranquila, Kitty. Lo he entendido. «Desaparece de mi vista», ¿es eso lo
que quieres decir, Tyler? —le preguntó Amanda indignada. ¿Qué se había creído?
Arrogante, presuntuoso y testarudo—. Llévame a casa, Jason. No pienso quedarme
a ver como este bruto insensible me da las gracias al estilo del salvaje oeste…
—Nena, ni se te ocurra moverte —el tono de Tyler no admitía protestas—.
Kitty, estás en tu casa. O’Neil, puedes hacer dos cosas. Volver al motel o aceptar mi
hospitalidad y pasar la noche aquí. De cualquier manera, ella se queda.
—¿Pero qué…? —Amanda tosió ruidosamente, y Tyler se apresuró a
cubrirle los hombros con su cazadora. Ella aceptó a regañadientes—. No soy de tu
propiedad, Tyler. No puedes obligarme a hacer nada que no quiera.
—¿Apostamos algo? —Tyler no se limitó a amenazarla.
La levantó en brazos con cuidado y la llevó hasta la casa, subiendo
decididamente las escaleras que conducían a su antigua habitación y dejándola
sobre la cama con delicadeza.
—Tyler McKenzie…, si vuelves a…
—Kitty, ¿puedes quedarte con ella un segundo? Creo que esa chatarra que
se oye fuera es el coche de Doc.
Lo era. Brooke apenas esperó a que el motor se detuviera para correr hacia
la casa. Sollozó al ver el estado en que ella se encontraba. La besó repetidamente y
después, la abrazó angustiada.
—Estás loca, Amanda Abbot, pero gracias por todo. Solo pensar que… —
Brooke estalló en llantos otra vez.
—Prepararé una habitación para el señor O’Neil —informó Tyler, y su tono
no admitía réplicas—. Brooke y Kitty, que esa cabeza de chorlito se duerma en
cuanto Doc la haya examinado.
Amanda los dejó hacer y, finalmente, permitió que el sueño la venciera
mientras Kitty la arropaba entre las sábanas con infinita ternura.

***

—Buenos días —la voz de Tyler hizo que abriera con desgana los ojos y se
estirara perezosamente sobre la almohada, reprimiendo un gemido cuando una
punzada de dolor le atravesó la sien.
Tocó con los dedos el apósito que Doc le había puesto la noche anterior.
Tyler se hizo un hueco en la orilla de la cama y se sentó, depositando junto a ella
una bandeja con su desayuno. La miró con contenida emoción. En realidad, aún
estaba furioso por el modo en que había puesto en peligro en su vida. Sin contar
con él si le sucedía algo. Sin pensar en lo mucho que iba a echar de menos que
alguien como ella lo sacara de quicio a la menor oportunidad. Dios, realmente,
podría matarla por algo así
—Mírate, Abbot. Estás hecha un asco.
—Muchas gracias. Es justo lo que necesitaba oír —murmuró, bostezando—.
Pero gracias, Tyler, de verdad. Viniendo de ti, es todo un piropo.
—No quiero pelear, Abbot. Al menos, hasta que estés recuperada —había
un matiz de velada amenaza en su tono de voz.
—Ni yo —aceptó, saboreando el delicioso café y echando una mirada
desdeñosa a las tortas recién cocinadas de Tyler—. Pero puedes estar seguro de
que no voy a comerme tus tortas pringosas, McKenzie. Y si eso es motivo de
discusión, lárgate y déjame tomar mi café en paz.
Tyler no pudo evitar sonreír al escucharla. Condenada mujer… Siempre
lograba salirse con la suya. A estas alturas, ya se había convencido de que si ella
enmudeciera de repente, le nacerían labios en cualquier parte de su encantadora
anatomía para poder decir la última palabra.
—¿Jason ha dormido bien? —preguntó maliciosa, observando a hurtadillas
la reacción del hombre—. No te ofendas, Tyler. Pero siempre me preocupa que mis
ex amantes pasen una buena noche…, aunque sea lejos de mi cama.
—Muy graciosa, Abbot. Pero te esfuerzas inútilmente. —Tyler esperó a que
terminara de devorar una tostada y apartó la bandeja. Después se quedó largo rato
observándola sin decir nada hasta que, finalmente, chasqueó la lengua—. Jason me
ha explicado que lo vuestro es historia.
—¿En serio? —Amanda arqueó las cejas, contrariada porque se estaba
divirtiendo de lo lindo—. Qué embustero. ¿No te ha contado nuestros planes… lo
de Hollywood…?
Al ver que él no contestaba, continuó maquiavélica.
—¿Roma, Madrid… no? ¡Con lo bien que íbamos a pasarlo! —Entornó los
párpados como pudo, ya que la hinchazón del ojo apenas le permitía moverlos.
—No insistas, Abbot. Sabes muy bien que no habrá nada de eso —Tyler se
jactaba, y eso la hizo enfurecer—. ¿En serio quieres volverme loco? ¿Por qué,
Abbot? Aún no he sido un bruto insensible esta mañana.
Amanda recordaba vagamente haber pronunciado aquellas palabras la
noche anterior.
—Porque crees que me tienes en el bote —contestó rabiosa, empujándolo—.
Y no soporto ver esa expresión tuya victoriosa, Tyler McKenzie.
—¿No es lo que querías? —Él recorrió con los dedos su nariz cubierta de
arañazos, con tanta ternura que Amanda creyó que aún estaba soñando—.
Metiéndote en mi casa, en mi cama, en mi vida. Obligándome a disfrutar de la
Navidad, a besarte bajo el muérdago. ¿No era eso lo que pretendías, Abbot?
Quiso decirle que no. Quería de él algo más que unas cuantas anécdotas
divertidas que se esfumarían en el recuerdo. Al parecer, Tyler no lo había
comprendido.
—Bah… —Ella fingió que sus palabras la dejaban indiferente—. Déjate de
pamplinas, Tyler McKenzie. A mí no me engañas. En cuanto salgas por esa puerta,
volverás a ser el mismo cabezota de siempre.
—Esta vez no, Abbot. —Él sonrió, dejando bien claro que sería justo como
ella había descrito. Pero añadió—: Algunas cosas pueden cambiar.
—¿Qué cosas? —preguntó con falso desinterés.
—Por ejemplo, puedo ser ese tipo de tus sueños al que, según tú, ni siquiera
me parezco —informó de buen humor.
—Bah… —repitió, intrigada en el fondo por lo que tenía que decirle—.
Tendría que ocurrir un milagro. Y ya sabes que no creo en los milagros.
—Y por ejemplo… —continuó él—, podría aceptar que estaba
completamente equivocado con respecto a ti. Y podría pensar que realmente te
quedarás con nosotros.
—Podrías —aceptó ella, complacida por el giro que tomaba la conversación.
—Y podría suponer que, ya que tu negocio y el cuchitril que te hacía de
hogar están temporalmente fuera de servicio, estarías dispuesta a aceptar nuestra
hospitalidad como antes.
—Es posible.
—Y siendo como soy un tipo tradicional y considerando que tengo una
deuda enorme contigo, podría proponerte algo que te convertiría en una chica
decente delante de nuestros vecinos.
Amanda arqueó las cejas.
—Tyler McKenzie —suspiró—. Exactamente, ¿qué intentas decirme?
—Bueno, yo… —Tyler titubeó.
Realmente, no había ensayado como debía su discurso. De haber sido así,
encontraría las palabras adecuadas y ella no lo miraría con aquella expresión
mezcla de estupor y diversión. Esa Abbot no tenía piedad. Estaba dispuesta a
permitir que hiciera el más completo ridículo con tal de salirse con la suya.
—Escucha, Abbot… —comenzó, tratando de recordar las notas que había
escrito la noche antes, después de que se le pasase el enfado. ¿Cómo era? Ah,
sí…—. He estado pensando…
—¿Sí, Tyler?
—Es que estos últimos meses… Brooke y los chicos… Había pensado… —
La miró, pensando si no sería mejor meterse con ella en la cama y no dar más
rodeos.
Ella tenía que entender lo que eso significaba, ¿no? Cualquier mujer podría
leer en su expresión que se moría por besarla. ¿Por qué esa Amanda Abbot tenía
que ser tan endemoniadamente complicada? Casi había logrado que la mataran.
Cualquiera en su lugar estaría deshecha y, a esas alturas, se habría arrojado en sus
brazos desconsolada. Pero no. Ella tenía que permanecer impasible. Un ojo
amoratado, magullada, hecha pedazos…, pero impasible. ¡Condenada mujer! Lo
intentó de nuevo:
—Verás, Abbot…, he pensado que tal vez tú… tal vez yo…
Se levantó de la cama para alejar de si la tentación de terminar su
declaración de un modo menos caballeroso.
—¿Tyler?
—¿Quieres que nos casemos? —lo soltó de sopetón, sin mirarla siquiera.
Estaba muy cerca de la puerta y tenía las manos incrustadas en los bolsillos
traseros de su pantalón. «Listo para huir», pensó ella divertida.
—¿Cómo dices? —Amanda reprimió el impulso de echarse a reír. La
vacilación de él la conmovía y la enfurecía a partes iguales.
—¡Diablos! Ya lo has oído, ¿no? —rugió él impaciente.
—Eso… ¿Era una propuesta de matrimonio? —Amanda pensó que era la
menos delicada que se había hecho en la historia de las declaraciones.
Tyler lo había soltado como si la invitara a tomar una cerveza o a jugar una
partida de billar. Como si se sintiera obligado a ello. Por aquella deuda de la que
hablaba. En el fondo, sabía que no era así. Pero deseaba tanto que él pronunciara
las palabras mágicas… La idea de que Tyler jamás daría su brazo a torcer la hizo
rabiar.
—¿En serio esperas que acepte, McKenzie?
—¿Por qué no? —Tyler se volvió, paseándose inquieto por la habitación—.
Físicamente somos compatibles, Abbot. Eso ha quedado claro. Y por otro lado, los
dos somos tercos y luchadores. Y tú no tienes a nadie más… excepto a esa hermana
loca tuya que ahora está en algún lugar de España y a ese Jason que nunca ha sido
nada tuyo. Ah…, me olvidaba… Mi buena y desconocida prima lejana Henrieta, la
culpable de todos mis males… Como ves, no tienes a nadie en realidad. Y Brooke y
los chicos te adoran.
¿Eso era todo? Amanda no podía creer que estuviera hablando en serio.
—¿Los chicos me adoran? —repitió furiosa—. ¿Y eso es todo?
—¿Crees que resulta fácil? Eres peor que un dolor de muelas, Abbot. —Él se
pasó la mano por el cabello con nerviosismo—. Podrías colaborar un poco, ¿no?
—¿Colaborar, dices? —Amanda le lanzó la taza del desayuno justo en el
momento en que él cerraba la puerta al salir, maldiciendo entre dientes—. ¡Y no
vuelvas por aquí, Tyler McKenzie! Idiota presuntuoso…
Él ya no escuchaba sus gritos. Había salido afuera y en ese instante,
recuperaba el aliento después de la ardua tarea que había sido tratar de convencer
a aquella chica endiablada. ¿Qué más quería? Se giró sobre los talones al escuchar
los pasos tras él. Jason O’Neil lo observaba con expresión condescendiente.
—No te atrevas a decir nada, O’Neil. —Lo apuntó con el dedo,
amenazante—. Esa mujer está completamente loca, ¿sabes? Como un cencerro. Sí,
señor.
—Amanda no está loca, McKenzie —aclaró Jason—. Está enamorada.
—¿Y no es lo mismo? —Por fin, Tyler suavizó su tono y sonrió,
comprendiendo—. Yo la quiero. Y también estoy loco por ella.
—¿Lo sabe ella?
Tyler metió la mano en la chaqueta, encendió un cigarrillo y le ofreció uno
al hombre.
—Acabo de pedirle que se case conmigo —comentó—. ¿Sabes lo que me ha
contestado? Nada. Me ha tirado todo lo que encontró a mano y me ha echado a
patadas. ¿Te parece que el golpe de ayer puede haber afectado su cerebro?
—Creo, McKenzie, que ella espera que seas su hombre.
—Y lo soy. Tal vez la conozcas hace más tiempo, pero no la conoces como
yo. —Tyler frunció el ceño, siendo plenamente consciente por primera vez de la
fortaleza de sus sentimientos—. Lo digo de verdad, O’Neil. Quiero cuidarla,
amarla y respetarla y todo eso, hasta que la muerte nos separe. Y quiero estar cerca
de ella si vuelve a meterse en líos. Quiero ser su maldito príncipe azul, O’Neil.
¿Cómo demonios se hace eso?
Jason le palmeó el hombro.
—No tengo ni idea, amigo. Llevo años interpretando ese papel y sigo
soltero. —Sonrió—. Pero te deseo suerte. Vas a necesitarla.

***

Amanda se había recuperado pronto de sus heridas.


En un par de semanas, unos cuantos vecinos del pueblo habían reparado los
desperfectos en el estudio y ahora se disponía a abandonar el rancho.
Por su parte, Tyler se había mantenido alejado durante los días que había
permanecido convaleciente. «Fue muy amable que siguiera al pie de la letra sus
palabras», pensó con sarcasmo. Al parecer, era demasiado pedir que el orgulloso
Tyler McKenzie insistiera más de una vez en la extraña petición que le había
hecho, llevado seguramente por sentimientos de gratitud. ¡Al diablo con él! Si no
era capaz de entender que ella era algo más para él, no lo necesitaba. Seguiría
viviendo allí, pondría en marcha su negocio y lo saludaría educadamente cada vez
que se tropezara con él.
Subió a la camioneta que Doc le había prestado a Kitty para llevarla,
malhumorada. Kitty la esperaba al volante. Brooke presionó su mano con cariño.
—¿No vas a esperar que vuelva Tyler? —preguntó con la esperanza de que
la haría cambiar de opinión.
—No —fue rotunda—. Brooke, si Tyler quiere algo de mí, ya sabe dónde
encontrarme.
—Kitty, haz algo. —Los ojos de la joven se clavaron ansiosos en los de la
otra mujer.
—No conoces a los británicos, querida. —Encogió los hombros.
—Amanda. ¿Por qué eres así de terca? Lo quieres, él te quiere, ¿no podéis
simplemente olvidar el protocolo y estar juntos de una buena vez?
—Ni hablar. Oye, Brooke. Ya sabes que te adoro. Pero esto es entre Tyler y
yo, ¿vale? Y será a mi manera. Me lo debe.
—¿Entre Tyler y tú? —Brooke estalló en carcajadas—. Chica, medio pueblo
no habla de otra cosa. La gente se pregunta quien matará al otro primero.
—No me importa. —Amanda recordó con rencor que, después de su
ridícula proposición, él no le había dirigido una sola palabra amable. En una
ocasión, durante la cena, ella le había pedido que le pasara el pan, y Tyler había
gruñido al hacerlo. Pero eso no contaba.
Claro que ella no sabía que Tyler también tenía su propio plan.
Él había decidido dejarla respirar y reflexionar sobre ellos dos mientras se
recuperaba. Tyler esperaba que uno de los dos explotara para poner las cosas en su
sitio. De hecho, era lo que pensaba mientras observaba la camioneta de Doc
alejarse por la polvorienta carretera. Brooke lo descubrió y lo regañó con la mirada.
—¿Qué te propones, hermanito? Has dejado que se vaya, bobo.
—Tengo mis razones. —Encogió los hombros.
—Pues más vale que sean buenas, Tyler —le advirtió Brooke—. Porque si no
te das prisa, esa mujer acabará por largarse. Y cuando eso ocurra, no habrá quien te
aguante.
—Brooke, deja que haga las cosas a mi manera, ¿quieres?
—No sé dónde he oído eso antes. —Brooke sonreía al entrar en la casa.
Menudo par de cabezotas. Al final, tendría que intervenir o esos dos no se
decidirían nunca.

***
—Pasa, Lana. Kitty está haciéndose millonaria ganando al billar a medio
Mentone, y yo estaba a punto de salir a tomar algo. —Amanda apartó las cajas con
la pierna y llegó hasta la mujer que la esperaba con cara de traer buenas noticias—.
¿Vienes a echarme una mano o es una visita de cortesía?
—Mejor aún. —Los ojos de Lana brillaron intensamente. Después de que se
hicieran amigas, Amanda había detectado que, a menudo, Lana resplandecía como
una diosa de la mitología. Sin duda, su compromiso con el ayudante del sheriff la
había hecho cambiar—. ¿A qué no adivinas?
Amanda ya imaginaba lo que ella iba a contarle.
—Esa rata despreciable que intentó matarte ha implicado a los tipos de la
petrolera. Ha reconocido, en una confesión completa, que ellos le pagaron para
hacerlo —anunció satisfecha—. A estas horas, ya debe haber una orden de busca y
captura contra ellos. ¿No te parece una gran noticia?
—Lo es. —Amanda suspiró—. Esa gente tiene el suficiente dinero como
para pagar un buen abogado y salir indemnes, Lana. Pero al menos, no volverán a
intentar nada por aquí. Sería demasiado arriesgado después de lo sucedido. Sobre
todo, después de que Jason entregara a mi agente de Londres la mejor portada de
su vida. ¿Puedes creerlo? Lori Chase ha muerto y el famoso Jason O’Neil
convertido en héroe de la prensa rosa. ¿Qué ha dicho Tyler?
—Que habría preferido matar a ese tipo cuando lo cogieron.
—Eso es muy propio de él —reconoció ella, dejando que Lana la ayudara a
subir una pesada caja sobre el mostrador—. Pero me alegro de todas formas.
—Hay algo más, y no te enfades, solo soy la mensajera. —Por su expresión
preocupada, Amanda sospechó de qué se trataba—. Te aviso de que Tyler viene
hacia aquí con un humor de perros. Brooke ha tenido que confesarle la verdad
sobre ese otro asunto. Ya sabes a lo que me refiero.
Amanda lo sabía. Le había arrancado a Brooke la promesa de que jamás le
contaría a Tyler la procedencia del dinero que milagrosamente había liberado la
hipoteca de la casa.
Había sido muy clara al respecto. «Lo convencerás de que Doc ha insistido y
de que no puede ofenderlo rechazando su ayuda», le había dicho. «Bajo ningún
concepto debes contarle la verdad. Tyler me mataría». De hecho, ya escuchaba el
sonido de sus botas acercándose a la puerta. Lana se despidió con rapidez,
consciente de que el tono encendido de las mejillas de Tyler al entrar no auguraban
nada bueno.
—Hola, Tyler —lo saludó con naturalidad, ignorando la brusquedad con
que él cerraba la puerta, colocando después el cartel de cerrado sobre el cristal.
Añadió con ironía—: También me alegro de verte. Y sí, estoy mucho mejor, gracias.
Tyler no contestó. Lanzó algo sobre el mostrador. Estaba realmente molesto.
Amanda echó una ojeada a la portada del último número de Vanity Fair que él
acababa de arrojar. Encogió los hombros con indiferencia.
—¿No dices nada, Abbot? —el tono de Tyler era peligrosamente suave.
—Diga lo que diga, vas a enfadarte. Así que, ¿para qué molestarme? —
Amanda se rindió ante el hecho evidente de que había descubierto su pequeño
engaño.
Lo miró abiertamente. Estaba increíblemente atractivo incluso con aquella
expresión rabiosa en el rostro. Analizó sus facciones varoniles, el cabello
ligeramente largo que le caía con rebeldía sobre la frente, sus hombros anchos y
todo su cuerpo atlético exhibiéndose ante ella como un luchador a punto de
aniquilar a su contrincante. Se odió porque el conjunto le resultaba
verdaderamente deseable, a pesar de su mal genio.
—Abbot… —la voz de él vibraba, y Amanda creyó que era a causa de la ira.
Pero Tyler no estaba tan ciego. Aunque sí se sentía ridículo—. Dime que eso que
está ahí no es mi maldito trasero.
Amanda repasó otra vez la fotografía de la portada. Era una de las que
había tomado a Tyler mientras trabajaba. Al principio, no las había hecho con el
propósito de que estuvieran en aquella revista. Las había tomado para deleite
personal, tal y como había reconocido después avergonzada a Kitty. Pero más
tarde, había encontrado aquellos carretes que los matones no habían descubierto
bajo el mostrador. Había unas cuantas fotografías de Lana y de otros vecinos…
Pero al ver las fotos de Tyler trabajando, sacudiendo su sombrero, elevando
la mirada hacia el cielo anaranjado del atardecer… La idea había surgido sola. Y a
juzgar por la suma que la editorial le había ofrecido, era su mejor fotografía con
diferencia. Un primer plano del trasero de Tyler enfundado en sus desgastados
vaqueros de faena. Siendo realista, estaba para comérselo. Sonrió para sus
adentros.
—Lo es, Tyler —confesó, pensando que había valido la pena. ¿Qué le
pasaba? Solo era una fotografía donde ni siquiera se le veía la cara. Nadie podría
reconocerlo aunque quisiera—. No sabía que estabas suscrito a Vanity.
—Y no lo estoy. Digamos que Brooke se vio obligada a contarme la verdad.
Cuando al pobre Doc se le acabaron los argumentos sobre cómo, con su sueldo
miserable de veterinario y esa herencia imaginaria, había logrado ahorrar el dinero
que me prestó —Tyler se mostraba sarcástico—. Es que, ¿sabes qué, Abbot?, yo no
conseguía entenderlo, y mis hermanos son peores que tú mintiendo. Algo me decía
que había gato encerrado. Así que después de presionar, amenazar y gritar un
poco, ya me conoces, fiel a mi estilo, he logrado arrancarles la verdad.
—Me asombras, McKenzie. ¿Todo eso lo has deducido mientras conducías
hasta aquí para darme las gracias? Porque, ¿es a lo que vienes, no?
Tyler quiso decir que no. Lo cierto es que las merecía, aunque lo había
convertido en el hazmerreír del pueblo. Ella lo había salvado una vez más. Pero no
estaba allí por eso. En realidad, Brooke le había proporcionado la excusa perfecta
para volver a verla. Y tal vez si ella dejaba de portarse como una damisela
ofendida, él tendría la oportunidad de darle las gracias como era debido.
—Abbot, eres una embustera —la acusó—. Dijiste que no querías volver a
verme.
—Y no quiero, Tyler —replicó orgullosa.
—Mientes. ¿Por qué si no harías algo así por mí? —preguntó, confiando en
que, pronto, las barreras que ella había levantado se debilitarían.
—Oye, Tyler. No te lo tomes a mal. Pero no he hecho esto solo por ti. No
podía permitir que por culpa de tu orgullo, Brooke y los demás también lo
perdieran todo.
—Claro. Brooke y los demás… —se burló—. Pero es mi trasero el que está
ahí.
—Mira, Tyler, no seas tan quisquilloso. Míralo por el lado bueno —ella
también se burlaba—. Ahora, tu trasero es el más famoso de Estados Unidos.
El número llevaba por titular: Por qué las mujeres siguen viendo películas del
oeste. Solo con echar un vistazo a la imagen era evidente por qué lo hacían. Ella
misma apenas podía resistir la tentación de pedirle a Tyler que diera un par de
vueltas para contemplar el lujurioso espectáculo que eran sus posaderas.
—Es un consuelo que digas eso, Abbot. Porque es justo lo que espero que le
cuentes a nuestros hijos cuando tengamos que explicarles este episodio humillante
de mi vida.
—No querías aceptar el dinero de Doc y nunca hubieras aceptado el mío, así
que hice lo único que se me ocurrió. El dinero es tuyo, Tyler. Lo has ganado por ti
mismo. Te han pagado una fortuna por esa foto y, de todas formas, no te
preocupes. Nadie sabe que eres tú… —se detuvo al reaccionar, de repente, a lo que
él acababa de decir. Parpadeó confusa. ¿Había oído bien?—. Perdona, Tyler… ¿Has
dicho nuestros hijos?
—Eso he dicho, nena. —Tyler se acercó hasta ella, colocando las manos
sobre el mostrador alrededor de ella.
Amanda no se movió.
—¿Nuestros… de los dos… tuyos y míos…? —preguntó otra vez,
sintiéndose como una estúpida porque, al fin, él iba por buen camino, y, sin
embargo, ella había perdido el norte al escucharlo—. Quiero decir que eso es…
bueno, que entonces tú… que yo… y los dos…
—Abbot, ¿estás intentando decirme algo? —preguntó, imitando el modo en
que ella lo había acorralado la última vez.
La besó con una ternura que solo ella lograba despertar en alguien tan rudo
como él. Cuando se apartó, ella respiraba agitadamente. Pero no gritaba ni
discutía. Ni siquiera parecía tener intención de hacerlo. «Perfecto, McKenzie. Por
fin, la tienes donde querías», pensó, «quieta, callada y desconcertada. Con esa
combinación ganadora es imposible que se resista».
—¿Y bien?
—¿Bien? —Ella frunció el ceño.
—Dijiste que no permitirías que te tratara como a mi ganado —le recordó
con dulzura—. Y como eres una chica tan rara, he pensado que te gustaría hacer las
cosas a tu manera.
Ella no contestó.
—Estoy esperando, Abbot —insistió él y la apartó para mirarla a los ojos—.
¿Quieres llevar los pantalones? Muy bien. Acepto que fueras esa Lori Chase que ya
no existe. Y lo confieso. Siento celos de todos los tipos que has besado siendo ella,
pero me estoy esforzando como nunca para superarlo, créeme.
»Acepto que seas la más fuerte de los dos. Acepto que te enfrentes a todos
los malhechores del mundo por mí. Acepto que hagas de mi trasero las delicias de
todas esas mujeres perversas que compran Vanity Fair. Acepto que seas mi hada
madrina y que soluciones mis problemas económicos con tu varita mágica o tu
cámara o lo que sea. Y acepto que digas cómo y cuándo serás mía. En realidad,
Abbot, lo acepto todo de ti.
—Tyler McKenzie… —ella comenzó al hablar, intuyendo que debía haber
sucedido algo para que, de pronto, Tyler se mostrara tan sentimental.
—Nena, acabemos con esto cuanto antes —su voz era ronca al hablarle y su
aliento le rozaba la mejilla—. Estoy loco por ti, por tu boca y por tu sonrisa, por tu
cuerpo, por tu coraje y hasta por esa jerga tuya que a veces no entiendo. No pienso
dejarte escapar esta vez. Y si decides volver a Londres, te advierto que tendrás que
comprar otra maleta más grande para hacerme un hueco, porque pienso seguirte
hasta allí, no me rendiré. Te seguiré al fin del mundo si es necesario. Seré tu
sombra solo para estar cerca de ti. Te querré en la distancia y aguantaré las ganas
de matar a cualquiera que pretenda pedirte un autógrafo. Seré tu maldito príncipe
azul, aunque no sé cómo diablos se hace eso y seguro que lo estropeo todo
mientras lo intento. Pero te amo. Te necesito en mi vida. Te quiero tanto que me
duele. Todo lo que soy te pertenece, aunque si me abandonas, tampoco será
mucho. Porque sin ti, Abbot, no soy nada.
Ella lo vio retomar el aliento y sonrió henchida de felicidad. ¿Regresar a
Londres? Ahora comprendía. Pobre Tyler. Brooke debía haberlo torturado con
aquella idea para obligarlo a detenerla.
—¿Me amas y quieres ser mi príncipe azul? —preguntó con un deje de
burla, conteniendo el impulso de abalanzarse sobre él.
—Si eso es lo quieres, sí —aceptó esperanzado.
—¿Y confías en mí?
—A ciegas —contestó con rapidez, buscando su boca y gimiendo cuando
ella la esquivó.
—¿Y serás un buen chico y dejarás que te ayude cuando lo necesites?
—Seré tu esclavo, tu amigo, tu amante. Seré cualquier fantasía que ronde
por tu hermosa cabeza. Incluso estoy dispuesto a desnudarme unas cuantas veces
para que saques más fotos y nos conviertas en millonarios. Pero quédate conmigo.
Quiero hacerte el amor cada noche hasta que seamos dos viejos gruñones. Y sí, sí
quiero, Abbot…
—¿Sí quieres? —repitió burlona—. ¿Y eso qué significa?
—¡Demonios, ya lo sabes! —Clavó sus ojos verdes en el rostro de Amanda—
. Nena, ¿quieres pedírmelo de una vez?
Amanda lo besó fugazmente, ignorando aquella lengua que buscaba la suya
con avidez.
—Tyler McKenzie, ¿me harás el honor de ser mi esposo?
—¿Y amarte, cuidarte y respetarte hasta que la muerte nos separe? —
preguntó con zalamería mientras sus manos rodeaban el cuello femenino para
atraerla.
—No, Tyler —replicó divertida—. Yo cuidaré de ti.
Tyler suspiró, comprendiendo que sus días nunca serían aburridos mientras
Amanda mantuviera aquella deliciosa costumbre de contradecirlo en todo. Besó
con ternura el ojo ligeramente amoratado de ella y le apartó los mechones
desordenados que le cubrían la cara.
—Abbot, ¿aún no te lo he dicho? —murmuró cerca de su oído—. Eres mi
héroe.

***

Apenas habían pasado un par de meses desde que el asunto de la petrolera


quedara finalmente zanjado. Por lo que habían sabido a través de Cameron, el tipo
que habían contratado para incendiar el rancho estaba entre rejas. Y, al parecer,
algunos más habían caído con él, incluidos los abogados tan elegantes de aquel
bufete que representaba a la Texco.
Por desgracia, la compañía de crudo mantenía lazos muy estrechos con
ciertos nombres influyentes relacionados con el Congreso, así que, de momento, la
causa contra ellos languidecía en el archivo de algún juzgado de Nueva York. Pero
eso no importaba. Al menos, aquellos hombres habían comprendido lo peligroso
que era acercarse al rancho McKenzie.
Tyler sonrió, observando a la mujer que no era más suya porque lo dijera un
pedazo de papel. Lo había sido siempre, mucho antes, desde el primer momento,
desde el primer día. Ella lo saludó con la mano. Charlaba con los invitados. Estaba
radiante con el sencillo vestido blanco que dejaba sus hombros al descubierto y con
el cabello recogido y adornado con unas flores que ella misma había engarzado en
una diadema. Y aquel ligero abultamiento en su estómago que no había sido
premeditado, pero que completaba su círculo y hacía realidad sus sueños. Un
acontecimiento inesperado que lo llenaba de orgullo y de amor y le recordaba que
deseaba desesperadamente llevarla hasta el dormitorio.
Sabía, por el modo en que lo miraba, que ella estaba pensando lo mismo.
Abbot cumpliría su promesa. Iba a cuidar de él siempre. Con Abbot en casa, no
necesitaba perro guardián. Sonrió de nuevo cuando ella se le acercó y besó su
mejilla con expresión traviesa.
—Ey, McKenzie… —le susurró al oído—. ¿Crees que nuestros amigos se
enfadarán si desaparecemos de repente?
—¿Te importa? —Él se colocó tras ella y le rodeó la cintura con las manos,
complacido al notar bajo ellas el vientre levemente hinchado. Vaya, sí que estaba
emocionado. Quién iba a decirlo. Nada menos que Tyler McKenzie, papá. Abbot
sabía bien cómo atrapar a un hombre. Y a él le encantaba sentirse atrapado.
—¿Y a ti?
—¿Bromeas? —Se fue deslizando con ella hasta quedar ocultos en el pasillo
que conducía al piso superior. Tyler la miró, sonrió y la levantó en brazos, todo al
mismo tiempo. Así era él, un hombre de acción—. Nena, pesas como si llevaras a
mi hijo ahí adentro.
Ella le besó los labios con ternura.
—Es porque llevo a tu hijo aquí adentro, pedazo de animal —bromeó y se
apretó contra él, ignorando las voces que los llamaban. «¿No van a marcharse
nunca?», pensó con fastidio. Los apreciaba, pero todo tenía un límite, y la mirada
de Tyler albergaba promesas que caldeaban peligrosamente el ambiente.
—Soy muy feliz, Tyler, aunque no le he perdonado a Chelsea que no cogiera
su avión a tiempo para nuestra boda.
—No te preocupes, ella está bien, sabe cuidarse sola, y sobre eso que has
dicho de ser feliz… espera a ver lo que te tengo reservado. —La miró con malicia.
Amanda sonrió y se acordó de algo.
—Aún tenemos que arreglar otro asunto, vaquero…
—Otro día. Quiero hacerte el amor y mataré a cualquiera que nos
interrumpa.
Amanda lo creía muy capaz, pero insistió.
—Cameron y Kitty se odian. ¿Has visto cómo se miraban durante la fiesta?
Y no han bailado juntos ni una sola vez, con lo buen bailarín que es tu hermano…
—Nena, eso es porque tu querida amiga ha amenazado con despellejarlo si
se acercaba. Pero me importa un bledo si se matan o se adoran. Diablos, tengo una
mujer y exijo mis derechos, Abbot. Así que ahora… quiero que te quites ese vestido
sin rechistar. He husmeado esta mañana en tu ropa interior y tengo palpitaciones
cada vez que recuerdo lo que he visto —confesó con voz ronca de deseo.
—Imposible. Kitty es inmune a los hombres, en especial al tipo vaquero
rompecorazones, la conozco. Nada de adorarse, créeme. —Aunque Amanda ya no
estaba tan segura de eso dada su propia experiencia.
—Abbot… —la interrumpió—. Ya veo que estás muy charlatana. Tendré
que darte tu regalo antes de lo previsto para ganarme mi noche de bodas.
Tyler empujó la puerta de su cuarto y la cerró a su espalda. La dejó sobre la
cama y se quedó un buen rato de pie frente a ella, observándola embelesado. Pensó
que era un tipo con suerte. Abbot era el premio gordo de cualquier lotería, eso
saltaba a la vista. Sacudió la cabeza, mareado por la sensación que le producía el
saber que ella estaba por fin donde tenía que estar.
Recordó que aún tenía un asunto pendiente y se volvió hacia el armario,
donde unas horas antes había escondido su paquete sorpresa. Se lo mostró, y ella
se irguió un poco sobre la cama para abalanzarse sobre él y arrebatárselo de las
manos.
Amanda tuvo que hacer un gran esfuerzo para no llorar como una tonta al
descubrir el contenido.
—Tyler… —Era una réplica exacta de la cámara que había roto durante
aquella discusión. Un modelo antiguo que ya no era fácil conseguir, ni siquiera en
las tiendas especializadas—. ¿Cómo has…?
Tyler le guiñó un ojo, divertido.
—Tengo mis contactos, nena. —No le dijo que, en realidad, su contacto
había sido una prima postiza llamada Henrietta. Ni que le había costado un ojo de
la cara conseguir justo el mismo modelo que, tan mezquinamente, había
destrozado aquella vez. ¿Qué importancia tenía? La expresión de ella era más que
suficiente para que sintiera que todos sus esfuerzos se veían recompensados.
Amanda hizo girar la cámara un par de veces ante su cara, cerciorándose de
que era real. Comprobó que todo estaba en orden y que alguien había tenido la
brillante idea de incluir en el paquete un carrete sin estrenar. Lo colocó y se
arrodilló sobre las sábanas sin importarle que su bonito vestido se arrugara,
enfocando con el objetivo a su hombre.
—Tyler…, esta foto… en Vanity… —Ella reía con picardía y agitaba las
manos hacia él, indicándole algo con su gesto—. ¿Podrías darte la vuelta un
momento?
Tyler arqueó las cejas.
—¿Ahora?
—Vamos, no seas aguafiestas… —le pidió mimosa y la vio morderse los
labios cuando él comenzó a despojarse lentamente de la elegante camisa. Los
dedos de él se detuvieron un segundo en la hebilla del cinturón, y ella refunfuñó—
. Tyler… los pantalones también…
—Nena. —Él suspiró impaciente—. Te juro que estoy deseando meterme en
la cama contigo. Suelta ese trasto…
—Tyler…
—Está bien. —Tyler se quitó los zapatos y dejó caer los pantalones, girando
varias veces frente a ella. Después, se volvió hacia ella y cruzó los brazos sobre el
pecho, clavando sus ojos brillantes de amor en la mujer que hacía que su corazón
latiera a mil por hora—. Abbot…, esto es humillante.
—No seas llorica, McKenzie. —Contempló el sugerente espectáculo que era
el cuerpo masculino.
Un minuto más y él correría al lavabo a cubrirse con una toalla,
avergonzado como una virgen.
Tyler obedeció la orden silenciosa de su mirada, y Amanda palmeó la cama,
invitándolo a unirse a ella. Tyler se tumbó a su lado y apoyó la cabeza sobre su
mano para continuar admirándola.
—Nena, promete que de ahora en adelante, solo tomarás fotos decentes de
mí. —Besó la punta de su nariz y después, sus labios recorrieron la curva de su
cuello con lentitud—. Serás una buena esposa, obediente y recatada. Y dejarás que
tu fuerte marido te proteja. Y bajo ningún concepto, volverás a meter la nariz en
nada que suponga un riesgo para tu vida. ¿Lo prometes, Abbot?
—Ey, McKenzie… —Amanda restregó la mejilla contra la de él—. Eso son
muchas promesas. Solo soy una chica de ciudad, ¿recuerdas?
Tyler la abrazó, aspirando el aroma de las flores que se habían desprendido
de su cabello y se esparcían ahora sobre la almohada.
—Ahora ya no, Abbot —murmuró en su oído y añadió con una mezcla de
humor y orgullo—: Mi valiente Amanda Florence Abbot.
Ella gruñó.
—Ese cura quisquilloso tuvo que decir mi nombre completo… —rezongó, y
él la silenció con su propia boca.
—Pero me encanta, Abbot. Una mujer con un nombre tan rimbombante
tiene que ser capaz de cumplir al menos una promesa.
—Dispara, Tyler. Pero ten cuidado. Quizá me convenga cumplirla. —Ella ya
sabía lo que iba a pedirle y estaba deseando decirle que sería un placer.
—Que siempre serás mi preciosa heroína. Sencillamente perfecta. —La miró
a los ojos con fijeza. Ella parpadeó, feliz. Era el modo en que Tyler le decía que
esperaba envejecer junto a ella. Le pareció que no podía expresar de mejor manera
el amor que brillaba en sus ojos.
—Siempre —asintió con vehemencia y deslizó su dedo para dibujar la
encantadora sonrisa de satisfacción en los labios del hombre—. Y ahora,
McKenzie… Deja de hablar y haz lo que has venido a hacer.
—¿Es una orden? —preguntó con fingida ingenuidad.
Ella lo besó como respuesta.
La acató con resignación. Esa Abbot era muy capaz de lanzarlo por la
ventana si no lo hacía. La idea le hizo sonreír. Comprendió que, a partir de ese
momento, sus días de tranquilidad habían terminado. Sí. Abbot era toda una
mujer. Su mujer. No sabía qué milagro la había llevado hasta él. Pero supo, al
mirarla, que nada la apartaría de su lado.
—Abbot… Quédate Conmigo —susurró en su oído, bromeando para quitar
hierro al hecho de que aquel era su más ferviente deseo.
Era un tramposo y lo sabía. Había jurado cien veces que no vería un solo
capítulo de la serie hasta que Kitty les hiciera llegar la colección completa. Quería
reírse con él entonces. Pero resultaba evidente que la curiosidad había podido más
que su palabra de vaquero. Amanda sonrió, enternecida y emocionada porque la
petición de Tyler era real y rebelaba cuanto la amaba.
—Estoy aquí, vaquero…, para siempre…
La besó largamente, y Amanda supo que el guion más importante de su
vida comenzaba a escribirse en aquel momento, entre sus brazos…
NOTA DE LA AUTORA

Los derechos de autor de este libro que se puedan generar para mí, he
pensado que, lo mucho o lo poco que pueda ser, lo necesitan mucho más los niños
en situación de pobreza que se benefician del Programa de Becas de Comedor de la
ONG EDUCO.ORG, por lo que la cantidad que la Editorial me liquide cuando
corresponda, será íntegramente donada a dicha ONG. Porque hay muchas clases
de amor y muchas formas de demostrarlo, esa será nuestra humilde aportación,
para los niños, de parte de los McKenzie... ¡¡Gracias!!
Si te ha gustado
Quédate conmigo
te recomendamos comenzar a leer
Más que amigos
de Ana Álvarez

Capítulo 1

Marta miraba a través de la ventanilla del avión cómo Sevilla se iba


acercando lentamente. El corazón le empezó a golpear impaciente contra el pecho.
Hacía un año que se había marchado de Erasmus a Londres para realizar el
segundo curso de sus estudios de Derecho. Un año que no veía su ciudad ni a la
mayor parte de su familia y amigos. Sus padres, y también sus tíos adoptivos,
Susana y Fran, habían ido a verla tres meses atrás, pero no así sus chicos. Llevaba
un año sin ver a ninguno de los hermanos Figueroa, sus amigos del alma desde la
infancia.
Los había echado terriblemente de menos a todos, desde Javier hasta
Miriam, la pequeña, pero quien a pesar de los casi cuatro años de edad que las
separaban, era su mejor amiga. Su mejor amiga mujer, claro, porque su mejor
amigo era sin duda Sergio. Al ser ambos de la misma edad siempre habían tenido
una afinidad especial, desde que compartían cuna cuando estaban en casa uno del
otro. Sergio siempre le decía que compartir cuna unía mucho más que compartir
cama. Aunque también la habían compartido en más de una ocasión durante la
infancia.
Los cinco chicos habían crecido juntos, porque aunque habían asistido a
colegios diferentes, el resto del tiempo lo habían pasado siempre en común.
Vacaciones de verano, navidades, fines de semana… Marta se consideraba una
más de la familia Figueroa y a Inma y Raúl les habían salido de la nada cuatro hijos
más.
Desde hacía unos años Marta había sido consciente de los sentimientos de
los tres hermanos. De pequeños siempre estaban rivalizando por agradarla, por
jugar con ella, pero cuando entraron en la adolescencia empezó a observar que las
miradas cambiaban y el tipo de rivalidad también. Se dijo que ojalá pudiera
enamorarse de los tres, pero eso era imposible. Por lo tanto, y sintiéndose incapaz
de aclarar lo que sentía por cada uno de ellos, había hablado con su madre y
aconsejada por esta, había decidido irse a Londres y poner tierra por medio
durante una temporada. En cuanto hubo cumplido el mínimo de créditos
necesarios para solicitarlo, pidió una plaza Erasmus en la capital de Reino Unido
con la esperanza de que un año de distancia atemperara a los tres hermanos y
también le dieran a ella la oportunidad de conocer a otros hombres además de los
Figueroa. Si se enamoraba de un extraño se solucionaría el problema, porque lo
último que quería era crear rivalidad entre ellos.
Pero no había sido así. Cada chico que conocía acababa siendo comparado
con sus queridos Figueroa, y no había siquiera rozado su corazón. Y tampoco la
ausencia había hecho que sus sentimientos se aclarasen definitivamente. Para ella
los Figueroa eran tres y a los tres los había echado de menos por igual: el carácter
serio y apacible de Javier, el romanticismo de Sergio y la impetuosidad de Hugo. A
Javier hacía más tiempo que no le veía, puesto que cuando se marchó él llevaba ya
seis meses en Estados Unidos estudiando Medicina. Quería dedicarse a la
investigación y tanto Susana como Fran le habían aconsejado que hiciera los
estudios allí puesto que en España el campo de la investigación era el gran
olvidado.
Marta estudiaba Derecho, lo había vivido en su casa y en casa de sus amigos
desde pequeña y para ella no existía otra profesión posible, no así sus amigos que
seguían otros caminos profesionales. Quizás Miriam, todavía indecisa a sus quince
años recién cumplidos, fuera la esperanza de continuar con el bufete familiar, pero
Fran y Susana habían dejado a sus hijos la libertad de decidir sus destinos y sus
profesiones. Si el bufete Figueroa debía terminar con ellos, que así fuera.
Javier, que siempre había sentido una curiosidad insaciable hacia todo, se
había decantado por la medicina en la rama de investigación, algo que iba
perfectamente con su carácter sensato y meticuloso. Javier era el serio, el
responsable, ese hermano mayor en el que siempre puedes confiar, que siempre
está ahí pase lo que pase.
Sergio, heredero de la pasión por el mar de su abuelo materno y aventurero
por naturaleza, se había hecho cargo de la embarcación de este; se estaba sacando
la licencia de patrón de barco y soñaba con recorrer el mundo en un velero. Sus
padres, con los pies más en la tierra que él, le habían aconsejado que estudiara para
marino mercante y dejara el velero para las vacaciones. Sergio era el soñador de la
familia, alegre, divertido y romántico. No podía negar que era su favorito.
Hugo, con sus diecisiete años recién cumplidos cuando lo dejó, estaba
inmerso en una turbulenta adolescencia, y empeñado en demostrarle que estaba
enamoradísimo de ella y que el año y medio de edad que los separaba, no tenía
importancia. Era el único que había intentado besarla en alguna ocasión, cosa que
ella había evitado con habilidad y diplomacia. Era de entre los hermanos el que
menos le atraía y trataba de disuadirlo de su enamoramiento, pero Inma le había
dicho que lo dejara correr, que simplemente no lo alentara y que se le pasaría con
el tiempo. Eso esperaba, no quería ser causa de rencillas entre los hermanos. Los
quería muchísimo a todos, y realmente esperaba que ese año de ausencia hubiera
puesto todo en su sitio.
Y Miriam, la pequeña, era el vivo retrato de su abuela Magdalena en el
físico, pero mucho más encantadora que esta, una adolescente dulce y tranquila,
muy madura para sus quince años a la que sus hermanos adoraban y en la que ella
había encontrado a una gran amiga y confidente a pesar de la diferencia de edad.
La madre de Fran, ahora viuda, seguía siendo la misma arpía de siempre,
empeñada en encontrarles defectos a todos sus nietos. Ni siquiera el zalamero
Sergio conseguía sacarle un halago y mucho menos una carantoña.
El avión aterrizó con una fuerte sacudida, el piloto no era muy fino.
Impaciente, se abrió paso por el pasillo, deseando abrazar a sus seres queridos.
Cuando descendió, el fuerte calor de Sevilla la llenó de alegría. Lo peor de Londres
había sido el frío, era del sur, andaluza por los cuatro costados y disfrutaba con los
más de cuarenta grados de temperatura estival.
Se detuvo impaciente a recoger las dos enormes maletas en la cinta
trasportadora y tiró de ellas hasta la salida. Apenas la puerta corredera se abrió a
su paso, vio a sus padres en primera fila… y a nadie más. Se sintió ligeramente
decepcionada, había esperado un recibimiento masivo por parte de las familias
Hinojosa y Figueroa al completo. No obstante, cuando los brazos de su padre la
rodearon con fuerza, se olvidó de todo lo demás.
Raúl se había convertido en un cincuentón atractivo y en forma, con alguna
cana salpicada en las sienes, que según Inma atraía a más mujeres de las deseadas.
Pero él seguía perdidamente enamorado de su «Princesa de hielo», como solía
llamarla, a pesar de que dicho hielo se había fundido entre sus manos hacía ya
muchos años.
Inma, menuda y vivaracha como siempre, abrazó a su hija a continuación.
No se le había escapado su mirada recorriendo toda la gran sala de llegadas,
buscando a alguien más, y sonrió.
Raúl se hizo cargo de las maletas de Marta y esta salió abrazada a su madre.
Apenas las puertas correderas se abrieron, vio la enorme pancarta que Sergio y
Hugo portaban cada uno por un extremo con el «WELCOME MARTA» escrito con
grandes letras rojas, su color favorito. Todos estaban allí: Fran, Susana, Sergio,
Hugo, Miriam, e incluso Javier, al que imaginaba en Estados Unidos.
Corrió hacia ellos y fue abrazándolos uno a uno con fuerza. Se sorprendió
de los músculos que había desarrollado Sergio, de la larga melena negra de Hugo
recogida en una coleta, de los pechos crecidos de Miriam y de la madurez que vio
en la mirada de Javier.
—¡Estáis todos!
—¿Qué pensabas? ¿Que nos lo íbamos a perder? —dijo Hugo.
—Ya me costó bastante trabajo aceptar que nuestros padres se fueran a verte
sin mí… Si no hubiera sido por la maldita selectividad… hubiera perdido la
semana de curso sin problemas —dijo Sergio acaparando su atención—. Y… ya
tengo el título de patrón de barco, así que este verano haremos alguna excursión en
el barco del abuelo, que ahora es mío —continuó entusiasmado
—¿En serio? ¡Genial!
—¿Y tú?, ¿qué tal el bachillerato?
Hugo sacudió la cabeza.
—Hum… regular. He tenido algunos problemillas con las matemáticas.
—Di mejor que has tenido problemillas con las ganas de estudiar —dijo
Fran a su hijo menor.
—Pero mi madre se ha hecho cargo del asunto y me está dando clases —
argumentó con un ligero encogimiento de hombros—, así que aprobaré en
septiembre, sí o sí.
Todos estallaron en carcajadas. Susana sonrió al trasto de su hijo, era el que
más problemas les estaba dando con los estudios. Se distraía con cualquier cosa y
siempre esperaba a última hora para preparar exámenes y trabajos. Fran solía
decirle en privado que él era igual a su edad, y que Hugo solo necesitaba encontrar
a su empollona particular para sentar cabeza.
En el aparcamiento Fran sacó las llaves del monovolumen familiar y
preguntó:
—Supongo que los jóvenes querréis ir solos. Mamá y yo nos iremos en el
coche de Inma… ¿Quién conduce?
—¡Yo! —se ofreció Sergio alargando el brazo—. Hace un mes que tengo el
carné y necesito practicar.
Pero Javier se adelantó y arrancó las llaves de la mano de su padre.
—Tú limítate a pilotar el barco, Barbanegra, y déjame a mí el coche, que
tengo más experiencia.
Subieron al vehículo y Marta se encontró empotrada en el asiento trasero
entre Hugo y Sergio casi sin darse cuenta, cada uno de ellos con una de sus manos
cogidas.
Hugo hablaba atropelladamente tratando de contarle todo lo que le había
acontecido durante ese larguísimo año de ausencia, mientras que su hermano se
limitaba a acariciarle los dedos, con los suyos ligeramente callosos por los trabajos
realizados para reformar el barco, produciéndole una sensación cálida y
reconfortante, como de haber vuelto a casa. Levantó la vista y se encontró, a través
del retrovisor, con los ojos pardos de Javier clavados en ella, esos ojos tan
parecidos a los de su padre. Por un instante, sus miradas se cruzaron, se
sostuvieron, pero en seguida él desvió la vista fijándola en el intenso tráfico de la
Supernorte, bastante concurrida a aquella hora. Contempló su nuca, el trozo de
cuello que dejaba ver el pelo corto, moreno por el sol a pesar de su piel blanca, los
hombros tensos a consecuencia de la postura para sostener del volante.
Una pregunta de Hugo, que no había escuchado, la hizo volver de sus
pensamientos.
—Perdona, estaba distraída. ¿Qué decías?
—Que si te vas a venir a casa ahora.
—No sé, no tengo ni idea de los planes. Apenas he cambiado unas palabras
con mis padres antes de que me acaparaseis.
—Barbacoa esta noche. Pero puedes venirte ya directamente a casa, tienes
ropa en la maleta ¿no?
—No seas peñazo, Hugo —le recriminó su hermano desde el asiento
delantero—. Deja que vaya a su casa, se ponga cómoda y disfrute de su habitación
y de sus padres un rato. Ya vendrá a vernos esta noche.
—¿Es eso lo que quieres? —volvió a preguntar el chico.
—Sí, claro que sí. Además, mis padres tienen derecho a disfrutar de mí un
rato antes de que sea abducida por vosotros. Pero Miriam, tú puedes venirte
conmigo si quieres.
—¿Ella sí y nosotros no? —preguntó Sergio celoso, mientras intensificaba el
apretón de su mano.
—Tenemos cosas de chicas que hablar —dijo enigmática.
De nuevo los ojos de Javier se clavaron en ella, inquisidores. Sergio apretó
su mano con más fuerza.
—Deja que adivine… ¡Te has echado un novio inglés! —dijo su amiga.
Marta sintió la tensión de los tres chicos dentro del coche, expectantes.
—No, qué va… nada de eso. Solo pretendo cotillear un rato… cosas de
mujeres. Chicos, vosotros no entendéis de eso.
¿Fue alivio lo que vio en la mirada de Javier, que continuaba fija en ella?
—Bueno, vaaale.
El coche enfiló hacia Montequinto, donde vivían los Hinojosa en un piso
espacioso y confortable. Ante el portal de su casa, Marta y Miriam se bajaron y se
perdieron en el interior. Susana y Fran que llegaron a continuación, se despidieron
de Inma y Raúl y subieron a su coche para dirigirse a Espartinas a preparar la
fiesta de bienvenida.
Durante un tiempo habían vivido en el ático con terraza en el que habían
iniciado su vida de pareja, pero cuando Susana se quedó embarazada de Hugo
decidieron mudarse a una casa con un jardín en el que los niños pudieran disfrutar
y jugar al aire libre, y una piscina para aliviar el calor estival.
Marta, después de un rato en el salón con sus padres, charlando y
comentando los pormenores del viaje y de los últimos días en Londres, se retiró al
fin con Miriam a su habitación. Se tiraron ambas en la cama y sintió el placer de
sentir su espacio, sus cosas alrededor, y la libertad que había estado esperando de
hablar con su amiga sin tapujos.
—Bueno, Miriam… ¿cómo va todo por aquí?
—Pues como siempre, más o menos… Todos un año mayores, pero aparte
de eso… Ya mis hermanos te han contado las novedades.
—¿Alguno de ellos tiene novia?
—¡Noooo! Siguen todos esperándote a ti.
—Mierda, confiaba en que eso hubiera cambiado.
—Bueno, Hugo está empezando a descubrir a las chicas y hay varias de sus
compañeras de instituto que entran y salen continuamente de casa. Una de ellas
más que las otras, así que podría ser que se lo llevara al huerto. Aunque estas
últimas semanas ha estado muy excitado y hablando solo de ti. Está insoportable,
no para quieto un minuto.
—¡Vaya!
—Sergio se ha estado machacando en el gimnasio este último mes, me ha
preguntado veinte veces si está mejor con el pelo más largo o se lo corta, ya sabes
que lo tiene bastante indomable, se ha comprado ropa nueva…
—¿Y Javier?
—Ese no dice nada. Es más introvertido, no expresa sus sentimientos de
forma tan clara. Pero duermo en la habitación de al lado y le he escuchado dar
vueltas en la cama toda la noche sin pegar ojo. Esta mañana solo se ha tomado un
café, y ya sabes que todos mis hermanos tienen un apetito voraz a cualquier hora
del día o de la noche. Cuando mi madre le ha preguntado si se encontraba mal, le
ha dicho que simplemente no tenía hambre. Es el que más nervioso está, aunque
no lo demuestre.
Marta suspiró pesarosa.
—Por Dios, me sabe fatal esto. Yo los quiero muchísimo a todos, y no quiero
que tengan problemas entre ellos por mi culpa. Pero…
—No puedes enamorarte de todos.
—No.
—La otra solución sería no enamorarte de ninguno.
—Sí, eso podría funcionar.
—Pero no es el caso, ¿verdad? Te gusta Sergio.
—No lo sé, Miriam, estoy muy confusa… Cuando me marché, sí era él por
quien empezaba a sentir algo más que amistad, pero ahora… ahora no lo sé. Ha
pasado un año, los dos hemos cambiado… Por eso no quise empezar nada con él
antes de irme. Ahora, el tiempo dirá. Javier también está guapísimo… más hombre
—Javi está hecho un bombón… Si no fuera mi hermano… Pero no dejes que
te atosiguen.
—¿Tú crees que soy de las que se deja atosigar, ni siquiera por un Figueroa
cabezota? ¿O tres?
Miriam soltó una risita. Su amiga tenía una personalidad arrolladora, por
eso tenía locos por ella a sus tres hermanos
—No, no lo eres. Pues entonces relájate, disfruta y el tiempo dirá.
Aquella noche, el jardín de Espartinas estaba lleno de vida y alegría. En la
barbacoa, como siempre, Fran se encargaba de asar carne ayudado por Raúl.
Ambos amigos habían soportado bien el paso del tempo. Fran seguía teniendo el
pelo rubio con las entradas algo más pronunciadas, y la piscina mantenía su
cuerpo atlético y en forma, y Susana había ganado algunos kilos con los embarazos
y perdido la extrema delgadez que la caracterizaba en su juventud.
Los dos amigos bromeaban ante las brasas mientras sus mujeres se
encargaban de acercarles bebida de vez en cuando para aliviar el intenso calor,
llevándose algún achuchón o pellizco en el trasero a cambio.
—¿No os da vergüenza, con vuestros hijos presentes? Meternos mano a
vuestras pobrecitas mujeres… —se quejó Inma en broma.
—Nuestros hijos están demasiado ocupados para darse cuenta. Y si nos ven,
tampoco pasa nada. Todos tienen muy claro como vinieron al mundo.
Los aludidos, alborotaban dentro de la piscina salpicando agua en todas
direcciones.
Fran cogió un trozo de pinchito y lo mordió a medias, ofreciéndole a Susana
el trozo que quedaba fuera de su boca. Esta no se hizo rogar y mordió el resto
mientras los brazos de su marido le rodeaban la cintura.
Desde la piscina, una oleada de vítores les hizo finalizar el beso. No les
importó, sus hijos y también Marta estaban habituados desde pequeños a sus
demostraciones de cariño.
—¡Un hermanito, un hermanito! —pidió Sergio.
—¡Ni lo sueñes! —negó Susana—. Ya tengo bastantes quebraderos de
cabeza con vosotros cuatro.
—Inma, anímate tú. Vosotros tenéis solo una.
—¡Ja! Nosotros tenemos cinco, igual que tus padres.
Era cierto. Todos se consideraban padres de todos, y vivían lo bueno y lo
malo que le sucedía a cada miembro de las dos familias.
—Salid del agua si queréis comer —advirtió Raúl.
Marta colocó las manos en el borde de la piscina y se alzó sobre él. Desde el
agua, tres pares de ojos siguieron sus movimientos.
—¡Dios Santo, se la comen con los ojos…! —musitó Inma.
—Los tres…
—Ya podíais haber tenido trillizas, joder… —se quejó Fran.
—Y tus hijos son tan cabezotas que seguro que se hubieran ido todos a por
la misma —añadió Raúl.
—Lo solucionarán entre ellos, estoy segura —dijo Susana—. Ahora,
comamos.
—Voy a acercarles unas toallas, o te pondrán perdidos los sillones y la pobre
Manoli va a tener mañana mucho trabajo.
—De eso ni hablar. Manoli se ocupará mañana del trabajo cotidiano; todo
esto lo limpiarán mañana esos cuatro que están de vacaciones.
—Cinco. Marta ya me ha advertido que esta noche se quedará a dormir aquí
—añadió Inma alzando una ceja—. Si no os importa, claro.
—¿Eres imbécil? ¿Cuándo nos ha importado tener a Marta en casa?
—No sé, quizás ahora con todas esas hormonas sueltas.
—Ya te he dicho que en esa cuestión no vamos a intervenir. Es problema de
ellos.
—Pero seguramente dos de tus chicos, si no los tres, van a sufrir.
—Es inevitable, y son lo bastante civilizados para afrontarlo.
—Pero Hugo… es tan joven y tan vehemente…
—Ese es el que menos me preocupa. Está empezando a descubrir a las
chicas, o las chicas a descubrirlo a él, no estoy segura. El teléfono no para de sonar
ni un momento, a veces habla por el móvil y por el fijo a la vez con dos distintas.
Dice que solo son amigas, pero… ya sabes que la mancha de la mora con otra
verde se quita. En el caso de los dos mayores es distinto. En fin, ya se verá como
acaba todo esto.
—Sí, por supuesto
Inma se acercó al grupo llevando en los brazos un lote de toallas. Los chicos
procedieron a secarse y envolviéndose en ellas se acercaron a la gran mesa donde
Fran estaba colocando una bandeja con carne. Raúl salía de la casa con una carga
de bebidas en las manos. Hugo alargó la mano hacia una cerveza. Su padre lo miró
con una ceja enarcada.
—Estamos celebrando el regreso de Marta. Ya sé que no soy mayor de edad,
que en los bares no me sirven alcohol, pero estoy en casa. Y es solo cerveza.
Vamos, papi… ¡No irás a decirme que a mi edad tú no te tomabas una cervecita de
vez en cuando!
Fran tuvo que morderse la lengua para no reírse. A la edad de su hijo Raúl y
él ya habían pillado un par de borracheras sonadas. De las de vomitar hasta que
echaban el hígado y habían tenido que ser encubiertos por los hermanos mayores
de su amigo.
—De acuerdo, pero solo hoy.
—¡Gracias! Brindar por Marta con Coca-Cola no es decente.
—Tú sí que no eres decente, pillastre —dijo su madre dándole un cariñoso
pescozón en la cabeza—. Que manipulas a tu padre como te da la gana.
—Porque seguramente también él era un trasto como yo y me comprende.
—Tu padre era un santo, ¡y tu tío Raúl, ni te cuento! —intervino Inma,
burlona—, a tu edad solo bebía infusiones, le encantaban.
Raúl rodeó el cuello de su mujer con el brazo y le dio un sonoro beso en la
mejilla.
—Por supuesto. Fui yo el que la aficionó a ella a los hierbajos… y ella me
enseñó el mundo de los cubatas. Se pillaba unas borracheras mi rubia…
—¡Una… una sola y me sentí tan mal al día siguiente que nunca volví a
repetir la experiencia!
—¿Te acuerdas Raúl, del famoso tanga rojo? —recordó Fran.
—¡Callaos inmediatamente! Ni una sola palabra más sobre aquella noche.
Todos estallaron en carcajadas.
—De modo que también tú has sido joven, ¿eh, Inma? —dijo Sergio
guiñándole un ojo.
—Pues claro, chaval, ¿qué te crees?
Javier levantó su botella de cerveza.
—¡Por Marta y su regreso!
—Por que se encuentre tan a gusto entre nosotros que nunca más quiera irse
lejos —añadió Sergio.
—No creo que lo haga, chicos. Fuera de aquí se vive fataaaal. ¡No existen las
barbacoas, ni un café decente, y sobre todo no estáis vosotros! Os he echado a
todos mucho de menos.
—Y nosotros a ti —dijo Miriam alzando su Coca-Cola—. Me dejaste sola con
estos tres monstruos.
—¡Eh, que cuando Marta se fue yo ya estaba en Estados Unidos y he vuelto
hace una semana, pequeñaja!
—Pero estos dos hacen por una docena —dijo señalando a sus otros
hermanos.
—Seguro que sí, ¿verdad, Hugo? —admitió Sergio.
—Por supuesto. ¡A por ella!
Ambos soltaron rápidamente sus bebidas y cogiendo a su hermana, la
alzaron en vilo pese a sus protestas, y sin darle tiempo a quitarse la toalla que la
envolvía, la arrojaron a la piscina.
Mirian salió chorreando y se dirigió a Hugo, con el puño alzado.
—Esta me la vais a pagar, os lo aseguro… Ya puede llamar quien llame
preguntando por ti, que le voy a decir que te has mudado a la Antártida.
Sergio, conciliador, se acercó a su hermana con una toalla seca.
—No te enfades, preciosa, que el fin de semana te voy a llevar de paseo en el
barco y te voy a dejar conducirlo un poquito. Y si quieres traer a «alguien», será
bienvenido.
La mirada severa que le dirigió, hizo comprender a Marta que su amiga se
había enamorado y todavía no era de dominio público. Se sentaron alrededor de la
mesa y se dedicaron a comer y beber. Fran y Susana se hicieron los distraídos cada
vez que Sergio le pasaba a su hermano menor una botella a escondidas, cuando
este terminaba la suya. Un día era un día, y tampoco ellos habían sido unos santos
en su juventud.
La velada transcurrió alegre y animada hasta altas horas de la noche.
Después, Inma y Raúl se marcharon y Fran y Susana se fueron la cama.
Marta se sentía agotada, y a pesar de no querer separarse de sus amigos,
también decidió irse a dormir.
La habitación de Miriam siempre había tenido dos camas, una de ellas para
Marta. Se sentaron sobre ellas en pijama y esta no perdió tiempo en preguntar:
—Bueno… ¿no vas a hablarme de tu chico?
—No es mi chico, Sergio es un bocazas.
—Pero hay un chico.
—Sí… pero no hay nada entre nosotros. Se llama Ángel, vive en la
urbanización y coincidimos a veces cuando salgo a dar una vuelta con la bici.
Charlamos, y un día mi hermano nos pilló hablando en la puerta de su casa. Nada
más.
—Pero te gusta.
—Sí.
—Entonces hay algo… ¡A por él! Ojalá para mi fuera tan fácil.
A través de la ventana abierta se oía el murmullo de los tres hermanos
hablando. Marta se levantó y se asomó. Estaban sentados en los butacones, con una
copa en la mano, Hugo incluido. Este, el más alto de los tres, tenía las largas
piernas estiradas hacia delante y miraba fijamente su vaso a medio consumir. El
largo pelo oscuro le caía sobre los hombros todavía algo mojado por el baño.
Sergio, con su pelo también oscuro y ondulado y sus músculos recién
adquiridos, había perdido su aire tranquilo y hablaba y gesticulaba sin cesar, como
si tratase de convencer a los otros de algo. Indudablemente era el más guapo de los
tres, y el que Marta más quería… pero no estaba segura de sentir por él un afecto
diferente a la amistad.
Y Javier, el único rubio, tan parecido a Fran. Alto y delgado como Susana,
serio como ella, miraba a su hermano y asentía con la cabeza a sus palabras. Marta
pensó que le gustaría saber de qué estaban hablando, porque el aspecto grave de
los tres le hizo imaginar que estaban tratando un tema importante. Suspirando,
volvió a la cama.
—Voy a acostarme, estoy agotada. Mis mosqueteros tendrán que esperar a
mañana.
—No te preocupes, ninguno se marchará sin ti a ningún sitio.

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