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“La división internacional del trabajo consiste en que

unos países se especializan en ganar y otros en perder”


Eduardo Galeano
Las Venas Abiertas de América Latina, 1970

EL PAPEL DE UN TIGRE
Una crítica nacional y popular a la alianza estratégica con china

Escriben:
Juan Manuel Villulla; Juan Ignacio Monti; Bruno Capdevielle
Taller de Economía e Historia Social Argentina y
Latinoamericana - Facultad de Ciencias Económicas, UBA

Un rojo comercial
“Lana y pelo fino; tabaco; residuos y desperdicios alimenticios; carne y despojos
comestibles; cueros y pieles; grasas y aceites animales o vegetales; semillas y frutos”. Esta
es una nómina de rubros argentinos de exportación. No es de 1830. Es la lista entera de
los productos que exportábamos a China en 2010, junto al aceite de petróleo 1. La lista de
rubros que los orientales vendían a Argentina en ese momento era bastante más atractiva
y redituable: artefactos eléctricos (28,6%); artefactos mecánicos (26,3%); productos
químicos orgánicos (7,8%); vehículos (5,4%); juegos y juguetes (2,9%); plástico y sus
manufacturas (2,7%); instrumentos de óptica y médico-quirúrgicos (1,7%); manufacturas
de fundición, hierro y acero (1,6%) 2. En una palabra, a doscientos años de la Revolución de

1 Fuente: Ministerio de Economía y Finanzas Públicas. “El comercio exterior bilateral China-
Argentina”. Documento de Trabajo, Agosto de 2011. Dentro de esa lista, la soja y sus derivados
representaban el 77% de las ventas nacionales hacia China, seguida desde muy lejos por los aceites
derivados de petróleo, que abarcaban el 11,5%.
2 Fuente: ídem

1
Mayo, Argentina continuaba exportando a China mercancías del siglo XIX, pero importaba
desde allí productos del siglo XXI.
En principio, un país como el nuestro puede exportar una cantidad mayor de materias
primas que las manufacturas que importa. Por ejemplo, vendiendo más soja que los
productos industriales que compramos. O que circunstancialmente esos porotos
representen una cantidad de dinero mayor que aquellas mercancías fabriles. Como
resultado, aunque cualitativamente el trato fuera desfavorable para la industrialización de
Argentina, la relación mostraría un resultado atractivo para las cuentas nacionales: un
saldo positivo de la balanza comercial, y abastecimiento de divisas para nuestra economía.
Así fue, de hecho, entre 2002 y 2007 3. Sin embargo, en los días de nuestro Bicentenario,
la relación comercial con China ya arrastraba cinco años consecutivos de un déficit que
tendía a agrandarse: u$s 700 millones abajo en 2008; u$s 1.200 millones en 2009; y casi
u$s 2.000 millones en 2010 4. Es decir que –como había sido siempre- el trato comercial
no cerraba para Argentina en el plano cualitativo. Pero ya desde 2008 tampoco lo hacía en
lo cuantitativo, ya que arrojaba pérdidas crecientes y se iban por el Pacífico más dólares de
los que entraban.
Ese mismo año, el 9 de Julio, algunos trabajadores municipales de Tucumán todavía
barrían los papelitos de los festejos oficiales por el Día de la Independencia cuando la
comitiva de la Presidencia de la Nación que acababa de llegar a la provincia partió
directamente desde allí hacia Beijing. Los esperaba el primer mandatario de China, Hu
Jintao, para negociar los términos en que pudieran destrabarse sus compras de aceite de
soja. Entre los primeros requisitos de los orientales se encontraba la apertura argentina a
sus exportaciones industriales, suspendidas por nuestro gobierno como respuesta a la
decisión china de interrumpir, a su vez, las importaciones de Argentina, aprovechando su
posición de compradores concentrados para bajar los precios de lo que les vendíamos.
Las exportaciones criollas de aceite de soja se reanudaron, ciertamente, meses después
de aquella negociación. Sin embargo, para Argentina se trató de un triunfo comercial “a lo
Pirro”, ya que la victoria fue, a fin de cuentas, equivalente a una derrota: sobre la base del
condicionamiento que fue construyendo como demandante de nuestros pocos rubros de
exportación competitivos, China consiguió que -a cambio de reanudar sus compras- no sólo
retomáramos nuestras importaciones usuales desde allí, sino que tomáramos un préstamo

3 Fuente: INDEC
4 Ídem

2
suyo por 10.000 millones de dólares 5. Si bien la propia relación de deudor a acreedor –con
los intereses dinerarios y políticos que supone- profundizaba por sí misma los
condicionamientos del país asiático sobre Argentina, fue el contenido del préstamo lo que
hizo evidente su naturaleza más íntima: los fondos chinos debían destinarse
exclusivamente a la adquisición de material ferroviario… chino. En una palabra,
profundizábamos la relación comercial asimétrica, pero ahora financiada por los
vendedores de manufacturas, que así utilizaron el rojo comercial con ellos para dar un
paso más en la subordinación económica del país. No se trató, entonces, de un préstamo
destinado a alimentar de fondos frescos ningún proceso de creación de riquezas en
Argentina que, además de permitirnos devolver con recursos generados aquí el monto de
la deuda, nos ayudara luego a salir fortalecidos del proceso, subiendo un escalón en el
desarrollo industrial y económico independiente del país. Por el contrario, se trató de un
préstamo que profundizó el contenido asimétrico y deficitario de la relación comercial; que
coartó las posibilidades de la reconstrucción del sistema ferroviario en base al trabajo de
obreros argentinos, y que socavó así –incluso- las probabilidades de “desendeudarnos” del
gigante asiático. Poco que festejar.

Del comercio en rojo a la importación de capitales


Las conquistas asiáticas no se agotaron en el plano comercial y financiero. Es decir, no se
redujeron a ese clásico mecanismo de re-subordinación que practicaron las potencias
europeas con los países latinoamericanos durante el siglo XIX, luego de que lográramos

5 “El canciller Héctor Timerman anticipó ayer que la Argentina firmará acuerdos comerciales “por
más de 10.000 millones de dólares” con China durante la visita que realizará a ese país la
presidenta Cristina Kirchner la semana próxima. Será “un viaje extraordinario”, aseguró el canciller
en declaraciones radiales. […] Timerman precisó que los US$ 10.000 millones a los que se refería
incluían “el monto global de la operatoria en torno a la renovación general del Ferrocarril Belgrano
Cargas, un proyecto de suma importancia y que tendrá múltiples etapas”. Clarín. “Anuncian
acuerdos con China por u$s 10.000 millones”. 7 de julio de 2010; “El Gobierno firmó ayer una
docena de acuerdos con la administración de Hu Jintao entre los que la cifra más jugosa se la
llevaron las inversiones para ferrocarriles y subtes, que costarán unos 9500 millones de dólares. En
rigor, el Gobierno se endeudará por esa cifra con el gigante asiático, que financiará las compras con
un plazo de 19 años y a una tasa del 8 por ciento anual. Esto incluye como mayor inversión unos
2400 millones de dólares destinados al Belgrano Cargas, para la extensión de 1700 kilómetros de
vías, la compra de 50 locomotoras y el arreglo de las estaciones. Además, a través de un contrato
entre ambos Estados (lo que implica que no habrá licitación previa), el Gobierno comprará 60
vagones equipados con aire acondicionado para la línea A de subterráneos, que reemplazarán en su
totalidad las históricas formaciones de madera. Cada uno de esos nuevos vagones costará unos 2
millones de dólares, que el Gobierno cerró con la empresa estatal china Citic, que actúa como banco
de financiación.” La Nación. “Sin licitación, compran material ferroviario por u$s 9.500”. 14 de Julio
de 2010

3
nuestra emancipación política. El principal avance chino en 2010 fue que sus capitales
pasaron a encabezar el ranking de inversores extranjeros en nuestras tierras. Es decir,
redoblaron el paso de su exportación de capitales, entendida esta como una relación social
de explotación, que transfiere a las burguesías imperialistas los excedentes económicos
producidos con el trabajo de los países que son destino de sus inversiones (Ciafardini,
2014). Conceptualizado de esta manera, entonces, no se trata de “riqueza que viene” a
Argentina, sino de la inauguración de un nuevo ciclo de riquezas que se irán del país.
Una de las operaciones más trascendentes que hicieron a ese salto fue la adquisición del
50% de la petrolera Bridas por parte de la estatal oriental CNOOC 6. Incluso, ese mismo
año, ambas empresas realizaron un intento frustrado por asociarse e ir por el 100% de Pan
American Energy, controlada por la inglesa British Petroleum, responsable del 18% del gas
y el crudo argentinos, y segunda en importancia luego de YPF, que por ese entonces aún
estaba bajo control español 7. Este traspaso rankeó alto las inversiones chinas con 3.100
millones de dólares. Y al lado de semejante desembolso, otros realizados ese mismo año
parecieron pequeños, pero también tuvieron gran importancia estratégica y fueron muy
ilustrativos del tipo de relación que empujaba el gigante asiático con nosotros. Por ejemplo,
las inversiones chinas en el rubro de la comercialización y procesamiento de granos a
través de su empresa Noble, en Santa Fe; los casi 800 millones para producir energía
eléctrica, gas y urea en Tierra del Fuego –tomando nuestros propios recursos sin cargo y
revendiéndonoslos bajo la forma de insumos utilizables-; otro puñado de millones para la
planta de extracción y procesamiento de hierro en Sierra Grande –que exporta decenas de
miles de toneladas de este mineral estratégico a China e incluso a los Estados Unidos,
alimentando sus respectivas arcas y desarrollos industriales en detrimento del nuestro-; y
otro tanto para el dragado de ríos –como el Paraná o de la Plata- de modo que sus buques
pudieran entrar con más manufacturas y salir con más materias primas (Gómez, 2014).
Por otro lado, uno de los proyectos más significativos de las tratativas de 2010 fue el de
poner proa al desembarco del banco chino ICBC -el más grande del mundo por depósitos y
valoración bursátil-, como cabeza de playa de nuevas operaciones de financiamiento a las
inversiones orientales aquí, al margen de las ganancias que pudieran obtener por la mera
operación bancaria a gran escala. En otras palabras, el ICBC no sólo planeaba obtener sus
correspondientes utilidades en Argentina y girar sus fondos como parte de sus operaciones
globales, sino que apuntaba más estratégicamente a facilitar el desembarco de nuevas

6 Página/12. “El cuento chino de Bulgheroni”, 15 de marzo de 2010; Clarín “Bulgheroni vendió el

50% de Bridas a la principal petrolera china”. 15 de marzo de 2010.


7 Página/12. “La venta que al final no fue”, 7 de noviembre de 2011.

4
firmas chinas. Es así que en 2012, cuando el proyecto se puso en marcha, el ICBC fue el
intermediario de un nuevo préstamo chino de 2.000 millones de dólares para acelerar las
obras en el ferrocarril Belgrano Cargas, que además de ser un negocio en sí mismo,
animaría la vía de exportación e importación por el Pacífico 8.
Ese año, en 2012, la Casa Rosada abrió inusualmente sus puertas un domingo de invierno,
temprano por la mañana, para recibir al primer ministro chino Wen Jiabao. Con el control
de YPF ya recuperado por el Estado, en esa oportunidad se proyectó el ingreso de capitales
de su país a la operatoria de la petrolera nacional, y nuevos préstamos para más material
ferroviario. A pesar de que la inclusión de inversiones chinas en el nuevo esquema de YPF
suponía re-entregar parte del control y las utilidades de la petrolera a nuevas manos
foráneas, y de que los vagones y locomotoras que llegarían desde China iban a ocupar el
lugar de los que podríamos fabricar aquí, los mandatarios de ambos países insistieron en
la “complementariedad” de nuestras economías 9. Ella consistía –de nuevo- en exportar
recursos primarios estratégicos a China, e importar desde allí productos industriales
elaborados y capitales. Es así que la mañana siguiente, los puestos de diarios de Buenos
Aires amanecieron con una crónica muy optimista, que quiso festejar estos acuerdos
titulándose de forma elocuente, pero poco feliz: “trenes para acá, maíz para allá” 10.
Para ese entonces, la línea A de subtes de la ciudad de Buenos Aires ya funcionaba con
material rodante proveniente de la potencia asiática, fruto de los acuerdos previos. Un año
después, en 2013, la misma orientación guió la compra directa y sin licitación por parte del
Estado nacional de 1.100 millones de dólares más en concepto de vagones para las líneas
Urquiza y Roca 11. Así, en ambos casos -el de YPF o el de los ferrocarriles- el dominio estatal
de toda o parte de las operaciones fue utilizado en el marco de los acuerdos con el gigante
asiático, malogrando la oportunidad de usar ese control para apalancar la industria local12.
Lo que sucedió, entonces, en el marco de esta alianza estratégica con la potencia oriental,
fue una especie de “estatización castrada”: si bien avanzó en concretar consignas
estatistas del campo nacional y popular luego de la experiencia privatizadora de los ’90,

8 La Nación. “Los chinos tendrían finalmente el visto bueno para hacerse del Standard Bank”, 19 de
octubre de 2012.
9 Leonardo Mindez. “Cristina busca acuerdos en trenes y petróleo con el premier chino”. Clarín, 25

de junio de 2012.
10 Julián Bruschtein. “Trenes para acá, maíz para allá”. Página/12, 25 de junio de 2012.
11 Antonio Rossi. “Preparan otra megacompra directa de trenes a China”. Clarín, 5 de mayo de

2012.
12 Esto podría ser, por ejemplo, proveyéndonos de insumos estratégicos como el petróleo y sus

derivados a bajo precio –desacoplándolos verdaderamente del mercado mundial-; asegurando la


demanda interna de nuestra propia producción industrial con el sistema de compras estatales
directas; y hasta reutilizando las utilidades de todas estas operaciones con fines distributivos.

5
ello no sirvió del todo a nuestros intereses, sino a un nuevo tipo de intermediación y
reparto de negocios, tributario de los nuevos capitales extranjeros y potencias en ascenso
a principios del siglo XXI.
Los acuerdos de 2014 y 2015 no hicieron más que inscribirse, entonces, en esta
orientación general. Pero además, la profundizaron. Sólo el año pasado, fruto de la
progresión de este tipo de relación, acumulábamos con China un déficit comercial de casi
5.000 millones de dólares 13. Es decir, más del doble que en el 2010, cuando la tendencia
ya era identificable y sostenida. Lejos de tomar medidas para revertirla, los acuerdos de
2011, 2012 y 2013 profundizaron esa brecha negativa, tanto en el aspecto cuantitativo
como en el cualitativo de la relación, ahondando nuestro rol como exportadores de
materias primas e importadores de productos con mayor valor agregado, y acumulando
18.000 millones en rojo desde 2008 (Slipak, 2015). Por su parte, en 2014 y 2015,
Argentina tampoco modificó el rumbo de este vínculo comercial: los nuevos tratados
prevén que adquiramos sin licitación previa materiales de origen chino para las obras
públicas estatales y hasta la indumentaria de las fuerzas armadas, lo cual va en línea con
los proyectos para otorgar a empresas orientales la adjudicación igualmente directa de
muchas de esas obras, que así encontrarían un marco legal para autoabastecerse de
insumos directamente desde su país, recortando cualquier efecto económico multiplicador
de su instalación aquí (Lahoud y Lozano, 2015). En cualquier caso, de lo que se trata es de
un tipo de acuerdo marco que tiende a amplificar la brecha comercial negativa y su perfil
cualitativo primario-exportador e industrial-importador, sin crear condiciones para revertir
ni este problema con China, ni otros más amplios vinculados a la industrialización
independiente de la Argentina 14.

13 Fuente: INDEC
14
Es llamativo que después de una relación económica que lleva más de diez años profundizando
un carácter indiscutiblemente asimétrico, todavía haya voces “críticas” que abran un compás de
expectativa en opciones a futuro que no existen ni existieron jamás en el marco de un vínculo que es
esencialmente –es decir, propio de su naturaleza más íntima y no parte de circunstancias pasajeras
o modificables- uno de subordinación nacional. Así, por ejemplo, se postula –contra todos los
resultados previos y perspectivas futuras de los convenios que acaban de firmarse- que estos
acuerdos constituyen “un desafío”, que puede ser usado para “diversificar la economía con
productos de mayor valor agregado” (Alfredo Zaiat. “Falso antiimperialismo”. Página/12, 1° de
marzo de 2015); o que Argentina no hace sino entablar una relación “horizontal” o “sur-sur” (Agustín
D’Atellis. “A menor endeudamiento, mayor soberanía económica”. Revista Kamtchatka N° 14) nada
más y nada menos que con la economía con el PBI más grande del planeta, el principal productor
mundial de manufacturas, primer exportador de bienes, tercer emisor global de inversión extranjera
directa, segundo presupuesto militar del globo, y ocupante de un permanente en el estratégico
Consejo de Seguridad de la ONU (Slipak, 2015).

6
Un rojo comercial sin ningún verde
Quienes mantienen expectativas en los acuerdos con China han argumentado alrededor de
la potencialidad de volver a los viejos intercambios bilaterales en nuestras monedas
nacionales –pesos y yuanes-, rebautizados ahora “swaps”. Pero en este marco estructural,
la apelación a un swap independiente del dólar estadounidense –lo cual sería, en principio,
un hecho positivo- no sólo no resuelve la cuestión planteada, sino que la sigue agravando.
En vez de servirnos para desmarcarnos del condicionamiento norteamericano para
entablar un tipo de relación horizontal y solidaria con países hermanos, el swap con China
nos amarra al área de influencia económica del nuevo país acreedor, y hasta agranda la
deuda con él. En efecto, si bien pasamos a cambiar pesos por yuanes sin la mediación del
dólar, los yuanes no quedan en nuestro Banco Central como reservas libres, sino que
deben ser utilizadas exclusivamente para asegurar el flujo de importaciones desde China,
tal y como funcionaron los préstamos en dólares en 2010 15. A su vez, el rojo comercial se
mantiene porque, en definitiva, se siguen yendo más yuanes que los pesos que vuelven. Y
como corolario, se profundiza el endeudamiento con el país que nos vende 16, ya que una
vez que esos yuanes vuelven a Beijing a través de la liquidación de nuestras importaciones,
China termina acumulando pesos criollos. Y la tenencia de pesos en el país asiático se
torna en deuda argentina, ya que son vales en poder de otro país.
Por otro lado, el swap no es gratuito, sino que tenría un costo del 7% de interés anual 17. Y a
su vez –para nada casualmente- el banco que ofició como intermediario de esta operación
fue el ICBC. Por lo cual no sólo le pagaríamos a China aquel interés del 7%, sino que
también –naturalmente- le abonamos una comisión al ICBC chino por su “servicio”. El
swap, entonces, no revierte por sí mismo el origen del problema, que reside en el nivel y el
tipo de importaciones que Argentina compra a China respecto al nivel y el tipo de las
exportaciones que le vende. En última instancia, entonces, la cuestión no es sólo ni
principalmente “en qué monedas” se hacen las operaciones, sino cuál es el contenido y el
saldo final de las mismas. Y de este modo, al igual que con las “estatizaciones castradas”

15 De hecho, este swap bilateral reproduce los mismos términos que los que caracterizaron al “Pacto
Roca-Runcimann” en 1933, cuando la oligarquía argentina entregó el mercado nacional a Inglaterra
con tal de ubicar una pequeña cuota de sus carnes en el mercado británico en medio de la crisis
económica más importante en la historia del imperialismo. En definitiva, también entonces las libras
esterlinas que llegaban por esas reses podían ser empleadas sólo para comprar manufacturas
inglesas, con lo cual –en el contexto de la crisis mundial- la vieja potencia se aseguraba el mercado
argentino ante la competencia norteamericana, así como la ubicación de excedentes de carbón y
otras mercancías que podíamos resolver sin apelar a la importación desde esos puertos, ni a los
precios que ese monopolio forzado de la operación daba a los productos.
16 Verónica Baudino. “Yuanes para pocos (y pocas)”. El Aromo, N° 83
17 El Cronista Comercial. “El gobierno pagaría 7% anual de intereses a China por el desembolso para

fortalecer sus reservas.” 20 de septiembre de 2014.

7
que comentábamos antes, la vuelta al bilateralismo monetario y comercial ajeno al dólar
no es utilizada para alimentar una senda de desarrollo independiente, sino para
profundizar nuevas transferencias de valor de la economía argentina a la oriental, a través
del déficit comercial, la remisión de utilidades y el pago de intereses financiaros y
bancarios.

Tres ejes de unos tigres nada tristes


Los intereses chinos en Argentina muestran tres grandes ejes: el extractivista –
básicamente orientado a la minería y la agricultura-; el de las inversiones en
infraestructura; y por último, el eje financiero. Todos otorgan algún tipo de beneficio
económico inmediato. Pero a la vez, están interrelacionados en pos de un plan estratégico
mayor, que excede el corto plazo. El eje extractivista se desarrolla por la vía comercial –
concentrando la demanda de ciertos productos a través de mecanismos mercantiles-, o a
través de la explotación directa por parte de monopoilos orientales de recursos naturales
fronteras adentro del país. En cualquiera de sus dos variantes, este eje nos ofrece “la
oportunidad” de conservar el lugar que hemos tenido en la economía mundial desde
nuestra independencia: proveedores de materias primas e importadores de bienes
manufacturados, livianos o pesados. Como hemos analizado antes –y los acuerdos con
China no son la excepción- salvo coyunturas especiales esto tiende a generar déficit
comercial, ya que las manufacturas tienen más valor agregado que los bienes primarios. A
su vez, si hay una “oportunidad” en este arreglo es la que perdemos nosotros: cada
conteiner con oro, hierro, litio o petróleo que sale del país en su forma natural -o en forma
de remesas de utilidades por su explotación monopólica de parte de firmas extranjeras-, es
un punto más para las burguesías imperialistas y uno menos para la Argentina. De nuevo:
no sólo por el déficit comercial, sino porque cualitativamente se trata de recursos
estratégicos no renovables, de los que nos autoprivamos y con los que ya no contaremos
en el futuro, en vez de utilizarlos ya mismo para alimentar un proyecto independiente 18.
El segundo eje es el de las inversiones en infraestructura. Algunas de estas inversiones se
vinculan al aspecto anterior, ya que apuntan al procesamiento tecnológico de nuestros
propios recursos naturales. Además de lo mencionado antes para Tierra del Fuego, otro
ejemplo es la creciente corriente de inversiones chinas en materia de producción de

18 Por lo demás, se trata de métodos de explotación de los recursos que llevan el sello de los
intereses que los ejecutan: empresarios y ejecutivos que residen a miles de kilómetros de allí, y que
sólo tienen una relación instrumental con la naturaleza y los poblados en los que se instalan: los
usan y los descartan, dejando secuelas de destrucción, envenenamiento masivo y desocupación
cuando se retiran.

8
energía a través de centrales nucleares o represas hidroeléctricas, como las formalizadas
en 2014 y 2015. En el caso de la infraestructura nuclear, las exportaciones de capitales
están orientadas a dos modelos de reactores. El primero, de tecnología CANDU, es el que
se utiliza usualmente en la Argentina. El segundo, de tecnología APC1000, es de desarrollo
Chino y es incompatible con la producción de piezas nacionales. Lo curioso es que si bien
el primer reactor se actualizará con la tecnología CANDU en el país, China podrá recibir las
actualizaciones en términos de know-how de forma gratuita por financiarnos. Es decir, un
caso de transferencia de tecnología al revés, de nosotros a ellos. En el segundo caso,
construiremos un reactor para el cual no tendremos una industria nacional que pueda
brindar insumos, de modo que además de pagar los intereses del financiamiento, le
compraremos la tecnología y los insumos a China. Por último, en el caso de las represas
hidroeléctricas, se repite la misma matriz: Argentina –que supo exportar represas a otras
naciones-, se compromete a comprar el equipamiento industrial a los orientales a cambio
del financiamiento externo para realizarlas.
Otro de los frentes de inversión en el terreno infraestructural es el de la recuperación del
sistema ferroviario nacional. Por un lado, como señala Fabrizio (2015:11), “estos contratos
han sido sin transferencia de tecnología y con la provisión de repuestos chinos por muchos
años. Esto deja completamente afuera a la industria nacional. Sin embargo la industria
ferroviaria nacional está en condiciones de fabricar coches de pasajeros, vagones de
carga e incluso locomotoras. Todos ellos con calidad similar o aún mejor que los productos
chinos y a precios no demasiado alejados”. Es decir que además de perder una
oportunidad de desarrollar una industria nacional de base, nos endeudamos para comprar
bienes de capital e insumos a China, llegando en algunos casos a cederle la tecnología en
vez de transferirla hacia aquí como en el caso de la tipo CANDU canadiense que les
actualizamos.
En definitiva, toda infraestructura responde a un plan. Cabe preguntarse entonces si la
infraestructura que se está desarrollando con estas fuentes de financiamiento responde
realmente a nuestras necesidades, o a las orientales. En última instancia, el tendido
ferroviario que intentan “recuperar” los capitales chinos no necesariamente satisface las
demandas económicas del desarrollo independiente del país, sino que apunta a conservar
–actualizada en términos técnicos- su estructura actual: primario-exportadora, subordinada
al capital exterior, que entrega los recursos primarios tan pronto son explotados a cambio
de financiamiento, y que gracias a los ferrocarriles podrá disminuir sus costos de
exportación, al tiempo que reduce también los costos del desplazamiento de las
importaciones desde el puerto al resto del territorio. Es inevitable compararlo con el

9
modelo heredado de los ingleses desde fines del siglo XIX (Laufer, 2011), ya que en nuevas
condiciones históricas es esencialmente el mismo. Esto también cabe para las inversiones
orientales en el dragado de los ríos, su creciente presencia en el comercio de granos y en
el complejo de fletes de nuestro comercio internacional en general: no sólo apuntalan las
áreas que hacen fluido el intercambio comercial asimétrico del que obtienen excedentes,
sino que apuntan a tomar el control estratégico de los canales materiales del conjunto del
comercio exterior e interior de la Argentina (que ya había sido privatizado y extranjerizado
en lo fundamental por el neoliberalismo de los años ’90 en “alianza” con otras potencias).
El tercer eje es el financiero. China, además de sus inversiones directas en recursos
primarios e infraestructura, funciona como dador de crédito, y ha aliviado temporariamente
la restricción externa –es decir, la falta relativa de divisas- a través del swap de monedas.
En el momento en que la balanza comercial tiene déficit, el país debe corregir la relación
entre las importaciones y las exportaciones, o bien tomar deuda. La propia lógica de los
acuerdos con el gigante asiático lleva a la vez al déficit y a resentir las posibilidades de
corregirlo, ya que no estimula el desarrollo industrial de base nacional. En este sentido, se
han intentado racionar las importaciones argentinas en general, al precio de –nuevamente-
resentir parte de nuestra actividad industrial dependiente de insumos importados. No
obstante, como por sí solo ello no resuelve el problema, Argentina ha ido endeudándose
crecientemente con China, bastante lejos de la idea que asocia los acuerdos con la
potencia oriental como parte de una política de liberación –o “desendeudamiento”- a
través del desacople de los centros financieros occidentales. Analistas que valoran
positivamente estos acuerdos calculan que nuestra deuda acumulada con China no baja
de los 19.000 millones de dólares en 2015 19. En este contexto, la toma de deuda da
oxígeno al Banco Central cuando la economía se enfrenta a estos cuellos de botella. Pero
al no ser aplicados los fondos en actividades industriales nacionales sino al simple flujo de
divisas para mantener el tipo de cambio y las importaciones, acumula intereses de deuda
externa que, sumados al saldo principal, empeorarán la restricción en el futuro. En una
palabra, el financiamiento de China no sólo no resuelve el problema de la restricción
externa, sino que posterga –a cambio de agravarlas- sus consecuencias más perjudiciales.
En síntesis, no sólo se trata de inversiones que aseguran por sí mismas una determinada
masa de ganancias que se generan aquí y son remitidas al otro lado del globo. Las
exportaciones de capitales chinos a Argentina forman parte de decisiones estratégicas:
asegurar el aprovisionamiento de recursos para su economía; el control del embudo por el

19 Alfredo Zaiat. “Falso antiimperialismo”. Página/12, 1° de marzo de 2015

10
que circulan las mercancías básicas de nuestro comercio internacional con ellos y con el
resto del mundo; y la construcción de un condicionamiento financiero sobre el país que
tienda a funcionar como un reaseguro del contenido asimétrico de la relación en el largo
plazo.

El debate de fondo
El plato fuerte de la relación con China –y el centro de las expectativas de distintos
sectores del poder económico y político nacional- está en las inversiones directas que los
orientales han hecho y prometen seguir haciendo aquí. En definitiva, se espera que esos
fondos nutran de divisas la economía local y suplan de alguna forma los déficits que
genera la relación en su aspecto comercial o financiero. Es más, en un horizonte aún más
amplio, sus exportaciones de capitales contribuirían a desarrollar el país a través de
emprendimientos de tipo industrial, energético, de infraestructura, y hasta optimizando la
producción primaria. Por eso, desde el punto de vista de la ideología típica de las clases
dominantes en nuestros países dependientes –y su influencia hegemónica en la formación
de un “sentido común” subalterno-, esta exportación de capitales asiáticos hacia aquí es
netamente positiva.
Esta vieja concepción considera que los intentos de atraer inversiones a nuestro país –
desde China o desde donde fuera- deben ser la prioridad de la política económica,
ofreciéndoles las mejores condiciones posibles para que “traigan capitales” a nuestras
costas. En general, las diferencias entre distintos sectores de las clases dominantes
argentinas sobre la relación con una u otra potencia son menos alrededor este esquema
general –que comparten y garantizan en su provecho- que sobre los alineamientos o
complementariedades de negocios con uno u otro país en particular. Es el caso del Grupo
Techint, que no cuestiona tanto la dependencia global del capitalismo argentino como
puntualmente los acuerdos con China, ya que compite con la potencia asiática en el
mercado mundial de la siderurgia y derivados 20. También es el caso de sectores políticos y
económicos partidarios de un alineamiento más proclive a los Estados Unidos o Europa, o
los intentos de combinar la alianza económica con la potencia asiática sin resentir el
alineamiento geopolítico con las potencias occidentales clásicas. Y en última instancia,
también forman parte de este encuadre general dependentista las defensas de la alianza
estratégica con China, que no cuestionan ni admiten el carácter de subordinación en el que
se inscribe, planteando falsas opciones limitadas a alianzas con unas u otras potencias

20 Alfredo Zaiat. “Sombras T-chinescas”. Página/12, 15 de febrero de 2015

11
imperialistas –es decir, variantes de la transferencia de riquezas a sus economías-, y
cerrando a priori la posibilidad de trabajar para un proyecto alternativo verdaderamente
independiente, como demanda la satisfacción plena de las necesidades populares.
La falsa novedad de los acuerdos con China, entonces, no supera los márgenes de las
visiones clásicas y compartidas por el conjunto del establishment político y económico
nacional –más allá de la potencia que oficie de complemento coyuntural-, y se caracteriza
por ubicar el desarrollo viniendo siempre “desde afuera”, sea a través de la apertura de
mercados o la llegada de inversiones desde el exterior. Sin embargo, en este esquema, las
riquezas y el desarrollo no sólo no vienen desde el norte –o desde el oriente, en este caso-
sino que por el contrario fluyen desde nuestras tierras hacia allá, y por lo tanto no
desarrollan, sino que subdesarrollan. Es decir, completamente al revés de como lo plantea
esta visión clásica, o como se propone en este caso para los acuerdos con Asia. Por un
lado –es lo más fácil de identificar- por la relación comercial deficitaria. Pero por otro,
porque además de remitir utilidades, las inversiones extranjeras sólo apuntalan
determinadas áreas de la economía que nunca permiten al país componer un entramado
completo de ninguna cadena de valor, fragmentando y acotando sus efectos
multiplicadores, y asegurando nuestra condición de apéndice dependiente de sus insumos,
tecnología y financiamiento. Mientras que por otro lado, las exportaciones de capitales de
las potencias exigen como condición la existencia de costos laborales inferiores a los que
obtendrían en otras áreas del mundo 21, descargando el peso de su rentabilidad en las
clases obreras y populares de nuestras naciones, que así alternan entre la
superexplotación en establecimientos de firmas extranjeras, y la precariedad o la
desocupación fruto del desarrollo incompleto del entramado industrial y productivo. En una
palabra, se va más riqueza de la que entra, y al final del ciclo, lo que entra no deja un país
“armado”, sino uno fragmentado y subdesarrollado, cada vez más lejos de los stándares
económicos de las potencias en las que se referencian mal nuestras clases dominantes.
En definitiva, entonces, este tipo de desarrollo dependiente tiene como premisa
permanente de su continuidad… el subdesarrollo de nuestros países.
De ahí que el crecimiento de la actividad industrial en la Argentina en los procesos
desarrollistas de posguerra y neo-desarrollistas de la actualidad -sin tener en cuenta el
grado de concentración de la producción, de extranjerización de los insumos y los procesos

21 Según Enrique Martínez, ex titular del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), los
capitales extranjeros no invierten en Argentina si los costos laborales aquí no son –en promedio-
menores al 30% de los que debieran invertir en sus países. Fuente: intervención en el 7° Foro de
Educación para el Cambio Social, Universidad Nacional de Córdoba, septiembre de 2015.

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productivos-, jamás haya alcanzado por sí solo para ser sustentable y autosuficiente: el alto
grado de concentración y extranjerización de la economía (Schorr, Gaggero y Wainer,
2014), los diversos mecanismos de las casas matrices de apropiación y giro de capitales
producidos localmente (Cimilo et al, 1973), y la incapacidad de generar divisas a través de
las exportaciones de mayor valor agregado, necesariamente nos llevan a cuellos de botella
que sólo suelen ser sorteados a través de un “enfriamiento” de la economía –es decir, un
ajuste que pagan los sectores populares-, o del financiamiento externo que realimenta los
mismos procesos de transferencia de riquezas de nuestros países al exterior.
En la actualidad, la raleada industria argentina es una mayoritariamente liviana, enfocada
al mercado interno salvo en el caso de excepciones significativas, como el de las
automotrices. En la medida en que, a su vez, se trata de una industria que importa la
mayor parte de sus bienes de producción, y que está liderada por inversiones foráneas, se
trata de un esquema poco y nada sustentable en términos de generación de divisas. Más
bien todo lo contrario: el fuerte componente extranjero en su matriz hace que demande
más divisas de las que genera, y las utilice para operaciones que no necesariamente
alimentan espirales ascendentes de industrialización nacional. Al revés: se usan para
seguir importando insumos –incluyendo en los últimos años la energía-, saldar empréstitos
de las subsidiarias con las casas matrices, pagar patentes, y sobre todo, girar dividendos 22.
A esto, hay que agregarle que en una economía con crecimiento del mercado interno por
políticas de redistribución del ingreso como la Argentina actual, suele haber mayor
demanda local de productos importados, lo que aumenta el déficit en términos cualitativos
y cuantitativos. Es decir, el estímulo al mercado interno no necesariamente alimenta la
industria nacional. Lo experimentamos en los años ’90. Y en parte –bajo otro esquema
general y otros alineamientos geopolíticos- lo estamos experimentando en la actualidad.
En este marco, entonces, las clases dominantes argentinas –con intereses jugados en el
asunto-, aspiran a que la exportación de bienes primarios a mercados como el chino –así
como al europeo durante casi todo el siglo XX- reporte una solución al problema, en tanto
las divisas puedan saldar los déficits de la balanza comercial y de pagos. De ahí este

22 Según Claudio Lozano, “el conjunto de componentes importados que la Argentina tiene que
comprar para producir lo que nuestra industria produce, requiere 36.000 millones de dólares que
esa industria no genera. A esto hay que agregar compromisos de capital en el año 2015 en el orden
de los 56.000 millones de dólares; tenemos que agregar que la lógica de funcionamiento del capital
concentrado en la Argentina implica una salida permanente de capitales: la fuga de capitales en
nuestro país la última década es del orden de los 100.000 millones de dólares. Y tenemos
transnacionales que operan en nuestro país que transfieren al exterior de cada 100 dólares que
obtienen [aquí] 76.” Intervención de Claudio Lozano en la 1° Conferencia Internacional “Deuda,
bienes comunes y dominación. Resistencias y alternativas hacia el Buen Vivir”, 3 al 5 de junio de
2015. https://www.youtube.com/watch?v=UyEeEroUkAU

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consenso tan amplio en la cúpula política y económica del país alrededor este tipo de
alianzas estratégicas con compradores de nuestra producción primaria –en este caso
China-, siempre y cuando no afecten sus intereses particulares -como reclama un sector de
la UIA que compite con capitales orientales-, y siempre y cuando no fuerce realineamientos
políticos globales, como preocupa a la embajada de EE.UU. Pero, en síntesis, las
negociaciones que llevamos a cabo con China no sólo no solucionan los problemas
estructurales de la Argentina, sino que son parte de ellos, y representan otra modulación
de los viejos mecanismos que utilizan las burguesías imperialistas para subyugar a
naciones como la nuestra, con sus secuelas de dependencia y subdesarrollo relativo en
estas tierras, y poniendo entre paréntesis la mentada autonomía internacional que habría
caracterizado al país los últimos años, en la medida en que “es ficticia si al lado de ella no
está la independencia económica” (Guevara, 1995 [1960]). El futuro que deja ver ese
camino es demasiado parecido al pasado para presentarse como novedoso, y demasiado
emparentado a nuestros problemas de fondo como para presentarse como una solución.
En definitiva, entonces, sigue pendiente la construcción de nuevas alternativas, desde y
para las mayorías populares del país y la región, que garanticen una segunda y definitiva
independencia para nuestros pueblos.

Bibliografía

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Contemporáneo”, copilado en Reflexiones sobre Historia Social desde Nuestra
América, Editorial Cienflores
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Turkieh, Mauricio. Acumulación y centralización del capital en la industria
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• Gaggero, Alejandro; Schorr, Martín; Wainer, Andrés (2014). La restricción
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Anterior / Crisis
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económica”. En Obras Completas. Buenos Aires, Legasa,

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urgencias como camino para perder soberanía. Buenos Aires, Instituto de
Pensamiento y Políticas Públicas
• Laufer, Rubén (2011) “China: ¿Nuestra Gran Bretaña del siglo XXI?”, Revista
La Marea N° 35
• Peemans, Jean-Philippe (1993) “Revoluciones industriales, modernización y
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Andes, Colombia
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• Slipak, Ariel (2015) “Los acuerdos con China y la profundización de la
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• Svampa, Maristella (2013) “Consenso de los commodities y lenguaje de
valoración en América Latina”, Revista Nueva Sociedad, N° 224
• Thwaites Rey, Mabel (2010). “Después de la globalización neoliberal: ¿Qué
Estado en América Latina?”, OSAL (Buenos Aires: CLACSO), Año XI, Nº 27

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