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Yasí me contestó con sus ojos nublados… “Sentí que el mundo se me vino abajo. Un
dolor muy profundo y mucha preocupación por mis hijos. Sentí mucha tristeza e
impotencia por no poder hacerle ver que estaba dejando ese lugar seguro -nuestro
hogar- porque al irse yo ya no la podría proteger.
Pasó el tiempo y lo que en un momento fue tristeza se transformó en frustración y
rencor. De repente me sentía muy solo y de inmediato regresaba a consolarme en
los brazos de nuestro Señor y de mi Santísima Virgen.
Tuve un profundo trabajo de perdón porque caí en cuenta que de nada me servía
seguir cargando con el rencor que sentía porque este no solo me afectaba a mí, sino
a mi esposa e hijos y principalmente a mi relación con Dios…”.
Por eso doy mi vida entera por defender esta verdad: todo matrimonio válido
bajo el sacramento tiene salvación. A ninguno que esté bajo la sombrilla y
protección de esta unión sagrada se le puede desahuciar.
Por eso todos los días haz pequeños actos de esperanza reafirmando tu Fe a Dios y tu
confianza absoluta en su ayuda por medio de Gracia sacramental.
Puede ser que a veces te invada la tristeza, entre otras cosas porque piensas que
únicamente cuentas con las fuerzas humanas, en este caso solo con las tuyas y eso no
es verdad. Quizá también porque desconfías del poder de Dios pues no le ves ni
derecho ni revés a tu cónyuge ni a tu matrimonio.
Cuando sientas que te gana tu parte humana, te invito que hagas un profundo
examen de conciencia y reflexiones un poco sobre si de verdad has soltado tu vida
por completo a Dios.
Después de comulgar tenía un diálogo con Ella más o menos así. “Madrecita, tú
sabes que mi vocación es al matrimonio. Te suplico que me mandes a un señor san
José, a un esposo como el tuyo, casto, bondadoso, lleno de virtudes y que me ame
profundamente”.
“A ver, para que me mande otro y yo pueda seguir comulgando tengo que quedar
viuda, este se tiene que morir y tampoco le deseo la muerte. Pero Dios es Dios y
seguro Él obrará un milagro para que yo pueda tener todo, comunión y marido
nuevo”. ¡Qué tal yo! Así o más absurda y demandante… Seguía parada delante de
mi Virgencita y la imagen de mi esposo no se iba de mi cabeza.
Era verdaderamente molesto el saber que para mi vida no pudiera haber otra opción
de marido que él. Y así terminada mi conversación con ella: “Está bien Madrecita. Si
tú quieres que vuelva con él te voy a obedecer. Solo te quiero suplicar 2 favores.
Primero, enséñame a verle a través de tus ojos y a amarle a través de tu corazón.
Y segundo, quítame el asco que le tengo porque bien sabes que tan solo tenerlo cerca
hace que me muera de la náusea”.
Por favor, cuida mucho de las personas que te rodeas y a las que les compartes tu
situación. No permitas que nadie, ni siquiera un sacerdote, te diga que tu
matrimonio no tiene solución porque eso sería tanto como desconfiar
del poder de Dios y de la eficacia de sus sacramentos.
El mundo te va a decir que si no tienes dignidad, que lo mandes allá muy lejos, que
te busques otra pareja porque tienes derecho de rehacer tu vida, que hagas eso y
aquello porque Dios te quiere feliz. Muchos consejos vendrán con muy buena
intención. Sin embargo, todo esto que estas tentaciones te sugieren solo te
darán satisfacción momentánea. Solo reflexiona que aquí lo que está en juego
es una familia entera y el alma de cada uno de ustedes. Ten siempre presente que el
divorcio nunca será la solución para ninguna crisis matrimonial. La solución siempre
será la conversión de los corazones por medio de Cristo y su gracia sacramental que
es santificante.