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Estudios de derecho de

contratos
En Homenaje A
Antonio manuel morales moreno

Álvaro Vidal Olivares


(Director)
Gonzalo Severin Fuster
(Editor)

COMITÉ EDITORIAL

Dr. Enrique Barros Bourie (Universidad de Chile)


Dr. Iñigo de la Maza Gazmuri (Universidad Diego Portales)
Dr. Alejandro Guzmán Brito (Pontificia Universidad Católica de Valparaíso)
Dra. María Sara Rodríguez Pinto (Universidad de los Andes)
Dr. Gonzalo Severin Fuster (Pontificia Universidad Católica de Valparaíso)
Dr. Álvaro Vidal Olivares (Pontificia Universidad Católica de Valparaíso)
Fotografía: Bruno Vidal Mirauda

Estudios de derecho de contratos


en Homenaje A antonio manuel morales moreno
© Álvaro Vidal Olivares (Director) - Gonzalo Severin Fuster (Editor)
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1ª edición noviembre 2018 Legal Publishing Chile
Tiraje: 1.500 ejemplares
Impresores: CyC Impresores - San Francisco 1434, Santiago
IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE

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La Ley Nº 17.336 sobre Propiedad Intelectual prohíbe el uso no exceptuado de obras protegidas sin la autorización expresa de los titulares de
los derechos de autor. El fotocopiado o reproducción por cualquier otro medio o procedimiento, de la presente publicación, queda expresamente
prohibido. Usos infractores pueden constituir delito.
Antonio Manuel Morales Moreno
Índice

Página

Presentación.............................................................................. VII

PRIMERA PARTE:
FORMACIÓN, CONTENIDO E
INTERPRETACIÓN DEL CONTRATO
Formación del contrato bajo los Principios Lati-
noamericanos de Derecho de los Contratos. ................. 3
Rodrigo Momberg Uribe
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

La ruptura de las tratativas preliminares como una


justificada excepción al principio de libertad con-
tractual y un particular supuesto de indemniza-
ción precontractual............................................................... 31
Patricia Verónica López Díaz
Universidad de Valparaíso

Sobre la naturaleza de la estipulación a favor de


otro. Derecho Comparado y Chileno................................. 83
Daniel Peñailillo Arévalo
Universidad de Concepción

Voluntad individual y reciprocidad de la relación


contractual. Reflexiones a propósito del error.......... 109
Enrique Barros Bourie
Universidad de Chile
II Índice

Página

La distribución del riesgo de las equivocaciones a


través de la disciplina del error. ...................................... 151
Iñigo De la Maza Gazmuri
Universidad Diego Portales

El dolo vicio del consentimiento: viejas y nuevas


consideraciones. ...................................................................... 177
Pamela Prado López
Universidad de Valparaíso

De nuevo sobre la causa. ...................................................... 193


Alejandro Guzmán Brito
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

El objeto del contrato. Comentarios relativos al


contenido de la prestación en el contrato de cons-
trucción...................................................................................... 201
María Sara Rodríguez Pinto
Universidad de Los Andes

La venta con sobreprecio de viviendas de protec-


ción oficial en España: una ecuación irresoluble. ....... 225
Luis Miguel López Fernández
Universidad Autónoma de Madrid

La presunción de solidaridad en el “Moderno Dere-


cho de Contratos”.................................................................... 259
Hernán Corral Talciani
Universidad de Los Andes

La representación en los Principios latinoamerica-


nos de Derecho de los Contratos. Análisis y pro-
puestas de mejora..................................................................... 281
Beatriz Gregoraci
Universidad Autónoma de Madrid

La anulación (o rescisión) del contrato y los PDLC.... 331


Carmen Jerez Delgado
Universidad Autónoma de Madrid
Índice III

Página

El régimen jurídico de la nulidad de las cláusulas


abusivas en la ley Nº 19.496................................................... 361
Jorge Baraona González
Universidad de los Andes

Las reglas sobre interpretación de los contratos


en los códigos civiles de Chile y España. ......................... 407
Fabián Elorriaga De Bonis
Universidad Adolfo Ibáñez

SEGUNDA PARTE:
EJECUCIÓN, INCUMPLIMIENTO Y REMEDIOS

La noción de incumplimiento. Una mirada unitaria


de la idea de la vinculación contractual “garantía”.... 447
Álvaro Vidal Olivares
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

Vicios redhibitorios y la teoría del incumplimiento


del contrato en sentido amplio. ......................................... 475
Jorge Oviedo Albán
Universidad de La Sabana

Efectos respecto de los remedios a disposición del


acreedor por su falta de cooperación en el cum-
plimiento del contrato: una visión desde el mo-
derno derecho de obligaciones y contratos. ................. 493
William David Hernández Martínez
Universidad Sergio Arboleda (Colombia)

El incumplimiento y los remedios en los contratos


de consumo................................................................................. 531
Francisca María Barrientos Camus
Universidad Diego Portales
IV Índice

Página

El cumplimiento específico como derecho del acree-


dor en la tradición jurídica continental. Una apro-
ximación histórica................................................................... 555
Gonzalo Severin Fuster
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

La pretensión de cumplimiento específico, los lími-


tes para el acreedor y la indemnización de daños
moratorios en el derecho uruguayo................................. 575
Andrés Mariño López
Universidad de La República (Uruguay)

El procedimiento de ejecución forzada de las obli-


gaciones y la aestimatio rei. ................................................. 601
Claudia Bahamondes Oyarzún
Universidad Diego Portales

La delimitación de la responsabilidad contractual


y la aquiliana y su incidencia en la reparación del
daño moral................................................................................ 621
Cristián Aedo Barrena
Universidad Católica del Norte

La responsabilidad y la exoneración del prestador


en el contrato de servicios................................................... 661
María Graciela Brantt Zumarán
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

La carga de evitar o mitigar el daño: Antecedentes


Históricos y Justificación..................................................... 685
Lilian C. San Martín Neira
Universidad Alberto Hurtado

Alcance de la indemnización de perjuicios en los


PLDC, atendiendo a la conducta del acreedor - con-
tribución a los perjuicios y mitigación de los mismos.
Análisis comparativo con otras propuestas y tex-
tos legales................................................................................. 725
Pilar Benavente Moreda
Universidad Autónoma de Madrid
Índice V

Página

La resolución por incumplimiento. Una mirada desde


el sinalagma funcional......................................................... 773
Claudia Carolina Mejías Alonzo
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

La indemnización de daños que acompaña la resolu-


ción: algunos problemas dogmáticos que apareja su
ejercicio conjunto. .................................................................. 799
Juan Ignacio Contardo González
Universidad Diego Portales

La cláusula resolutoria en el contrato de arren-


damiento de predios urbanos............................................... 823
Carlos Pizarro Wilson
Universidad Diego Portales

La suspensión de la propia prestación (la excepción


de contrato no cumplido)...................................................... 841
Jaime Alcalde Silva
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

Consideraciones críticas sobre la reducción del


precio........................................................................................... 877
Alfredo Ferrante
Universidad Alberto Hurtado

El cambio de circunstancias y sus efectos en el con-


trato: especial atención a la propuesta de regula-
ción de los principios latinoamericanos de derecho
de los contratos...................................................................... 897
Lis Paula San Miguel Pradera
Universidad Autónoma de Madrid

El contrato y los terceros (responsabilidad por


interferencia)............................................................................ 933
Cristián Banfi del Río
Universidad de Chile

Cómo acceder a este libro digital a través de Thomson


Reuters Proview............................................................................. 953
Presentación

Un día viernes, a principios de octubre de 1996, recién llegado a Madrid


con el propósito de realizar mis estudios de doctorado, visité la Facultad de
Derecho de la Universidad Autónoma. Ese día pregunté a la secretaria de
Derecho privado dónde podía encontrar al profesor Antonio Manuel Morales
Moreno, catedrático de Derecho civil quien había aceptado amablemente,
sin conocerme, dirigir mi tesis doctoral. Espere una o dos horas y Morales
Moreno no llegó. Y es que no habíamos quedado en nada (mal podríamos
haberlo hecho; no nos conocíamos). Antes de irme, dejé un mensaje con la
secretaria: “¿Podría decirle al profesor que vino a visitarle Álvaro Vidal?”
Ella me pidió mi número de teléfono. Regreso a casa, un piso ubicado en
la zona norte de Madrid, y por la noche suena el teléfono. Era el profesor
Morales Moreno, quien se presentó como Antonio Manuel, y me explicó
que me llamaba para excusarse por no estar en su despacho por la mañana
y para proponerme juntarnos en su casa el día domingo para conocernos
y conversar acerca de lo que sería mi estadía en España, estadía que se
prologaría por más de 3 años.
Llegados a este punto, un lector podría preguntarse ¿Por qué comenzar
la presentación de un libro en homenaje con una anécdota? Pero, ese lector
estaría equivocado: no se trata de una anécdota, sino de una pequeña muestra
de la persona de Antonio Manuel Morales Moreno, de su infinita entrega
y de su generosidad. En ese momento comencé a descubrir a quien conocí
por azar y que luego sería mi maestro, el profesor y amigo que me formaría
en el ámbito del Derecho civil patrimonial y, por qué no, en la vida. En
efecto, desde ese primer encuentro con el profesor Morales Moreno, hace
más de veinte años, sus acertados consejos y comentarios críticos ante mis
innumerables dudas, han contribuido sustancialmente a mi formación en el
VIII Álvaro Vidal Olivares

Derecho civil patrimonial y, en especial, de obligaciones y contratos. Sus


palabras, en un contexto de un diálogo jurídico abierto, me han invitado a
reflexionar sobre los aspectos más relevantes de esta parcela del Derecho
civil desde una lógica distinta, integradora y de relación constante, que
atraviesa todo el pensamiento jurídico.
Volviendo a la historia. Muy pronto comenzó a crearse una relación
entrañable entre ambos –de maestro y discípulo–. En este contexto, en la
primavera del año 1998, el profesor Morales Moreno visita por primera
vez Chile y la ciudad de Valparaíso. En esa ocasión dicta un curso de
profundización sobre la compraventa internacional de mercaderías, cuyos
destinatarios eran alumnos de tercero y cuarto año de la carrera de Derecho
de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. En ese viaje, conoce
al profesor Alejandro Guzmán Brito con quien, debido a la afinidad y al
respeto intelectual, comenzó a forjar una amistad, hoy consolidada del
todo. Esa fue su primera visita a Chile. Ni él, ni quien presenta esta obra,
llegamos a imaginar que esa sería la primera de muchas ocasiones en las
que el profesor Morales Moreno visitaría Valparaíso para participar del
quehacer de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de
Valparaíso. Menos aún podíamos imaginar que esa Facultad terminaría por
reconocerle como uno de los suyos, integrándolo al claustro de profesores,
al nombrarle, el año 2013, profesor extraordinario.
A partir de allí, el profesor Morales Moreno fue forjando nuevos lazos
con Chile y con su comunidad jurídica. La dirección de la tesis doctoral
de la profesora María Sara Rodríguez Pinto y de la del profesor Iñigo De
la Maza Gazmuri son, desde luego, hitos especialmente importantes en ese
proceso. Pero igualmente hay que destacar que, junto con ello, el profesor
Morales Moreno ha acogido generosamente, en el seno de su grupo de
investigación, a no pocos profesores chilenos que han viajado a la Univer-
sidad Autónoma de Madrid, para realizar allí su tesis doctoral (como es el
caso del profesor Gonzalo Severin) o para realizar estadías de investigación
(como es el caso de los profesores Jaime Alcalde, Claudia Bahamondes,
Francisca Barrientos, Juan Ignacio Contardo, María Graciela Brantt, Patri-
cia López, Claudia Mejías, Pamela Prado, entre otros). A todas y a todos,
los acogió como si fueran sus discípulos, mostrándose siempre dispuesto
a revisar sus trabajos y a discutir sobre algunos problemas que suscitaban
sus investigaciones. Esa misma generosidad intelectual le ha llevado a ser
Presentación IX

reconocido y querido en otros varios países de Latinoamérica, como ocurre,


por ejemplo, en Uruguay y en Colombia.
Su visión del Derecho en general, y del Derecho civil patrimonial, en
particular, convierte al profesor Morales Moreno en uno de los juristas de
Derecho civil más relevantes de nuestro tiempo, en el medio español, en el
europeo y en el latinoamericano. Su contribución al proceso de moderniza-
ción del derecho de obligaciones y contratos es inconmensurable, y aquello
se refleja en su obra y en la de quienes hemos podido formar parte de lo
que él –con humildad, pero al mismo tiempo con satisfacción– denomina
“la escuela”.
Teniendo en cuenta todo ello, a comienzos del año 2016 surge, de
sus  discípulos  y amigos chilenos, la idea de organizar un libro escrito
en homenaje a Antonio Manuel Morales Moreno, en reconocimiento de
su obra, su aporte al Derecho civil chileno y latinoamericano, y, en fin,
a su persona. El 16 de mayo de ese año se constituye, en la cuidad de
Valparaíso el Comité Editorial de la obra, integrado por los profesores
Alejandro Guzmán Brito, Enrique Barros Bourie, María Sara Rodríguez
Pinto, Iñigo De la Maza Gazmuri, Gonzalo Severin Fuster y quien suscribe.
Ese mismo día se fijan los criterios conforme a los cuales se cursarían las
invitaciones a participar de esta obra: a todos sus discípulos, y a aquellos
profesores chilenos y latinoamericanos que tuvieran una estrecha relación
con él. Decidimos, igualmente, que no queríamos un libro en homenaje en
el que cada uno escribiera lo que quisiera, así que limitamos la libertad de
los autores, y lo hicimos fijando para el libro una materia –el Derecho de
contratos– y una estructura –el íter contractual–. Lo que buscábamos era
que el contenido del libro reflejara nítidamente la obra de Antonio Manuel
Morales Moreno en la disciplina contractual. Nuestra aspiración era mayor:
la de crear, con el aporte de muchos, unos estudios de Derecho de contratos
que se aproximara, en cuanto fuese posible, a un verdadero tratado sobre
la materia. Creo que basta con revisar el índice del libro para constatar
que, en una buena medida, lo conseguimos. Y por ello, quisiera agradecer a
cada una y cada uno de los profesores que generosamente aceptaron esa
invitación, y dedicaron parte de su tiempo para aportar a este libro, que
constituye un genuino homenaje a la persona y obra de Morales Moreno.
Reciban en nombre del Comité Editorial y de la Pontificia Universidad
Católica de Valparaíso mis más sinceros agradecimientos.
X Álvaro Vidal Olivares

Han pasado dos años y medio desde que nos dimos a la tarea de dar vida
a este libro. Hoy, que hemos concluido esa tarea con éxito, puedo decir
que es un gran día. Con este libro, sus discípulos y amigos reconocemos,
y agradecemos, el valioso aporte del profesor Antonio Manuel Morales
Moreno a la dogmática del Derecho de contratos en Iberoamérica.
Nadie que quiera dedicarse seriamente al estudio del derecho de contra-
tos puede prescindir de las ideas y reflexiones de Antonio Manuel Morales
Moreno.

Álvaro Vidal Olivares


Director Académico
Valparaíso, noviembre de 2018
Antonio Manuel Morales Moreno

Antonio Manuel Morales Moreno es Licenciado en Derecho por la Uni-


versidad Complutense de Madrid. Obtuvo el grado de Doctor en Derecho
por la misma Universidad, con la tesis doctoral titulada “La posesión que
conduce a la usucapión según el Código civil español”, que fue dirigida
por D. Federico de Castro y Bravo, calificada con distinción máxima (so-
bresaliente cum laude) y galardonada con el premio Luis Vives.
Es Catedrático Emérito de Derecho Civil de la Facultad de Derecho de
la Universidad Autónoma de Madrid, Facultad de la que ha sido profesor
desde sus inicios, y en la que ha servido varios cargos, entre ellos, Decano,
Vicedecano, director del Departamento de Derecho Privado, Social y Eco-
nómico, y coordinador del Grupo de Investigación sobre Modernización
del Derecho Patrimonial.
Su investigación, que ha abarcado prácticamente todos los ámbitos del
Derecho civil patrimonial, se ha plasmado en numerosas monografías,
libros y artículos publicados en prestigiosas revistas especializadas; desta-
cando, entre otras, las obras “Posesión y usucapión” (1972), “El error en
los contratos” (1988), “Publicidad registral y datos de hecho” (2000), “La
modernización del derecho de obligaciones” (2006), e “Incumplimiento de
contrato y lucro cesante” (2010).
Además, ha desempeñado otras importantes funciones, entre las que des-
taca el haber sido corresponsal de Derecho español en la Revue Trimestrielle
de Droit Civil, su participación en el Consejo de Dirección del Anuario de
Derecho Civil, y más recientemente, en la dirección de la Colección de Es-
tudios de Derecho Privado del Boletín del Estado (BOE). Es integrante de
la Comisión General de Codificación del Ministerio de Justicia de España,
XII Biografía

como vocal permanente, y desde el año 2010, es Académico de número de


la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de ese país.
El profesor Morales Moreno ha cultivado estrechos lazos con Chile y
su comunidad científica, a la que, es justo decir, en una buena medida ha
ayudado a formar, dirigiendo tesis doctorales y acogiendo, en el seno de
su grupo de investigación, a un importante número de profesores chilenos
que han realizado estadías de investigación en Madrid. En reconocimiento
de sus muchos méritos, y de ese innegable aporte a nuestro país, la Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas, del Instituto de Chile, le ha
nombrado Académico Correspondiente en el Extranjero.
Tales lazos, no cabe duda, son especialmente fuertes con la Facultad de
Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. A lo largo de
dos décadas, el profesor Morales Moreno no sólo ha participado en nume-
rosos congresos y seminarios, sino que además, ha sido profesor de sus
cursos de Magíster y de Doctorado, y ha sido miembro de varios tribunales
de tesis doctorales. Precisamente, en reconocimiento de sus extraordinarios
méritos académicos y personales, y atención a esa estrecha vinculación, y al
cariño que el propio profesor Morales Moreno le ha profesado, la Pontificia
Universidad Católica le nombró, el año 2013, “Profesor Extraordinario”
de su Facultad de Derecho, integrándolo así su Claustro de profesores, y
el año 2018 le ha conferido el grado de Doctor Honoris Causa, la máxima
distinción que otorga la Universidad.
La distribución del riesgo de las equivocaciones
a través de la disciplina del error

Iñigo De la Maza Gazmuri*

Hace algo más de una década entré por primera vez en la oficina que man-
tiene en la Universidad Autónoma de Madrid el profesor Antonio Manuel
Morales Moreno. Luego transcurrieron trece años. Curiosamente, recordar
ese tiempo ahora me lleva menos hacia atrás que hacia el futuro; a volver
a caminar por alguna calle de Santiago, por El Retiro o por cualquiera otra
parte en compañía de Antonio Manuel, a quien tanto tengo que agradecer.

Introducción

Una cuestión es aceptar que los contratos requieren que las partes decla-
ren, de alguna manera, su intención de vincularse. Otra distinta es que esa
voluntad declarada deba coincidir con la “voluntad interna individual de
cada uno de los contratantes”1. Lo primero –descontados los infrecuentes
supuestos en que se concede valor al silencio2– es correcto. Lo segundo es
extremadamente discutible.
El lugar desde donde pretendo discutir lo segundo es la disciplina del error.
Y la posición que defenderé es que la afirmación según la cual el error es un
vicio del consentimiento es una media verdad, es decir una afirmación que

*
  Abogado; Doctor en Derecho; Profesor Investigador Facultad de Derecho de la Univer-
sidad Diego Portales; Profesor de Derecho Civil; Dirección postal: República 105, Santiago
de Chile. Correo electrónico: inigo.delamaza@udp.cl.
  Díez-Picazo, Luis, Fundamentos del derecho civil patrimonial (Thomson Reuters, Cizúr
1

Menor, Navarra, 2007), I, p. 173.


2
  Ver, por ejemplo, el artículo 2125 CC.
152 Iñigo De la Maza Gazmuri

revela algo correcto, pero, a la vez, oculta otra cosa que tiende a desmentir
lo que revela.
Lo que revela la afirmación es que uno de los criterios que se emplea
para decidir si un contrato debe anularse o no es la tutela de la voluntad
interna de cada parte. Lo que oculta es que la tutela de la voluntad interna
no es ni el único ni, muy probablemente, el principal criterio que emplea
la disciplina del error para determinar si el contrato debe anularse o no.
De esta manera, una “monolítica categoría dogmática”3 de la voluntad
interna en el contrato se estrella de frente con la disciplina del error en
el Código Civil. Lo que, en realidad configura esa disciplina –y en esto
sigo a Antonio Manuel Morales Moreno– es uno de los dispositivos con
que cuenta el derecho de contratos para asignar el riesgo de información
defectuosa4.
Según me parece, la disciplina del error se articula en torno a dos
preguntas. La primera relativa a la subsunción de las equivocaciones
que padecen las partes en las especies de error que tipifica el Código y,
la segunda, sobre la excusabilidad del error. Resulta, entonces, necesario
dar un vistazo a la distribución del riesgo de la información defectuosa a
propósito de ambas cuestiones.
Procedo de la siguiente manera. En primer lugar muestro en qué sentido,
inevitablemente, la disciplina del error asigna los riesgos de la información
defectuosa entre los contratantes. En segundo lugar, me ocupo de mostrar
cómo se produce el tránsito entre una simple equivocación que afecta la
decisión de contratar y un error que vicia el consentimiento. En tercer lugar,
examino la subsunción y, en cuarto, la excusabilidad.
Una prevención antes de comenzar. El error se manifiesta a propósito
de cuestiones bien diversas en el Código Civil5, sin embargo, limitaré el

3
  Díez-Picazo, Luis, cit. (n. 1), p. 186.
  Morales Moreno, Antonio Manuel, El error en los contratos (Editorial Ceura, Madrid,
4

1988) pp. 88-106.
5
  Sin ánimo exhaustivo –y descontando las normas sobre el error vicio del consentimiento,
que pueden ser consideradas como generales–, puede prestarse atención a las normas sobre
tutelas y curatelas (art.  386), accesión (arts.  667-668), tradición (arts.  667, 678), posesión
(art. 706), asignaciones testamentarias (art. 1057, 1058), partición (art. 1351), medios de prueba
(art. 1713), renuncia a los gananciales (art. 1786), contrato de depósito (artículo 2216), pago
de lo no debido (arts. 2295, 2297) y contrato de transacción (arts. 2457-2458).
La distribución del riesgo de las equivocaciones a través de la disciplina del error 153

análisis a las normas generales al respecto que, descontadas aquellas que


disciplinan la nulidad por error, son, a mi entender, aquellas comprendidas
entre los artículos 1451 y 1455 del Código Civil.

1. La asignación del riesgo de la información defectuosa

Si se asume que una persona ha declarado una voluntad contractual que


no deseaba en términos que si no se hubiera equivocado o bien no hubiera
contratado o lo hubiera hecho en términos significativamente distintos,
entonces podemos afirmar que, en principio al menos –mientras el contra-
to se mantenga válido– el riesgo de la información defectuosa lo soporta
quien se equivocó. Esta persona quedará vinculada por un contrato que, en
realidad no deseaba. Ese es el riesgo que se le adjudica.
Sin embargo, bajo ciertas circunstancias, esa persona podrá liberarse de
ese riesgo pues podrá liberarse del contrato. Para efectos de este trabajo,
esa circunstancia queda determinada por la nulidad del contrato por error6.
En este último caso –y teniendo en cuenta que la estructura de la relación
contractual es bipolar–7 el riesgo es transferido a la otra parte. Esta persona
no quedará vinculada por un contrato cuyos términos desea. Ese es el riesgo
que se le adjudica.
Este parece ser el dilema que enfrenta la disciplina del error. En palabras
de Flume:

“El Ordenamiento jurídico se encuentra, en relación a la cuestión de la consi-


deración del error, ante un dilema: Si el error no se toma en cuenta, entonces
vale una reglamentación que el que yerra en absoluto quería adoptar. Si aten-
demos al contrato, éste carece de la justificación de la autodeterminación por lo
que se refiere al que padece el error. En cambio, si se toma en cuenta el error y
se permite que el contrato carezca de validez porque la autodeterminación de
la parte que yerra ha sido defectuosa, el otro contratante, que ha confiado en la
palabra dada, se verá defraudado en su confianza padeciendo por ello en deter-

6
  Desde luego no es lo único que determina la distribución del riesgo. Otros dispositivos
son las reglas del incumplimiento contractual y de la nulidad. Sin embargo, no se consideran
en este trabajo.
7
  Weinrib, Ernest, The Idea of Private Law (Harvard University Press, Cambridge, 1995).
154 Iñigo De la Maza Gazmuri

minadas circunstancias daños considerables, y privándosele en cualquier caso


de la ganancia negocial”8.

Si se considera la disciplina del error bajo esta luz, resulta difícil no


advertir que, inevitablemente, lo que hace es asignar el riesgo de la infor-
mación defectuosa.
¿Por qué advertir esto tiene alguna importancia? La respuesta es porque
nos permite agudizar nuestra percepción respecto a la forma en que se
asignan esos riesgos y, al hacerlo, comprendemos mejor el funcionamiento
del derecho de contratos, específicamente en este caso, el peso que tiene la
voluntad interna. Y una cosa ha de ser preliminarmente evidente: no es la
tutela de la voluntad interna lo que, en todo caso, determina la asignación
del riesgo de la información defectuosa. Y la razón es que si así fuera “el
tráfico jurídico se vería lastrado con una inseguridad general”9.
Al ser las cosas de esta manera, parece conveniente dejar de considerar
el error como un dispositivo de tutela de la voluntad interna y optar por
una caracterización más aséptica como la que propone el profesor Mora-
les Moreno, es decir, como un dispositivo de distribución del riesgo de la
información defectuosa.
Sin embargo, cada respuesta trae sus propias preguntas. Caracterizar
el error como un dispositivo de asignación del riesgo de la información
defectuosa es más correcto que hacerlo como un dispositivo de protección
de la voluntad interna. Y la razón es que la primera caracterización es más
aséptica, pero esa misma asepsia es la que obliga a formularse una nueva
pregunta: ¿qué criterios emplea la disciplina del error para asignar el riesgo
de la información defectuosa? Sin duda la tutela de la voluntad interna es
uno, pero, como ya ha quedado sugerido, no es el único.
Conviene, entonces, explorar la disciplina del error no sólo para acreditar
que la tutela de la voluntad interna no es el único criterio de asignación de
riesgo, sino que, además, para descubrir cuáles son los otros. Y esto significa
examinar tanto la subsunción como la excusabilidad del error.
Antes de eso, sin embargo –y únicamente para efectos de mayor claridad
expositiva–convendrá un pequeño desvío hacia ciertos usos de la expresión
“error” y las preguntas que plantea el tránsito de un uso a otro.

  Flume, Werner, El negocio jurídico, (trads.) J. M. Miquel y E. Gómez C. Fundación


8

Cultural del Notariado, Madrid, 1998), p. 496.


  Loc. Cit.
9
La distribución del riesgo de las equivocaciones a través de la disciplina del error 155

2. Tres usos de la expresión “error” y dos preguntas

La expresión error puede utilizarse para designar fenómenos distintos.


Sin pretensiones de exhaustividad, sino más bien por razones de claridad
expositiva, insistiré sobre tres significados de la expresión “error” que ya
he utilizado en otra parte10.
La primera de ellas corresponde a la primera acepción del término en
el Diccionario de la Real Academia Española, es decir como: “concepto
equivocado o juicio falso”11. A esta primera manifestación del error la voy
a denominar “equivocación”. Y del enorme elenco de equivocaciones que,
generalmente, atormentan la vida de las personas, aquí han de interesarnos
aquellas que repercuten sobre la decisión de contratar, en términos tales
que, si la persona hubiera tenido un conocimiento adecuado de las cosas
o bien no hubiera contratado o lo hubiese hecho en condiciones relevan-
temente diversas.
Podemos encontrar un ejemplo de equivocaciones que repercuten sobre
la decisión de contratar en la sentencia de la Corte de Apelaciones de 10 de
julio de 201412. En los hechos, el comprador de un inmueble creyó, errónea-
mente, que éste se encontraba en un condominio con guardias. No era así.
Demandó la nulidad del contrato señalando que había incurrido en un error.
El segundo tipo de error –al que, simplemente, voy a denominar “error”–
constituye una especie de equivocación que repercute sobre la decisión de
contratar en los términos que ya se han indicado. Su particularidad, es que
esta equivocación es susceptible de subsumirse en las hipótesis de error que
contemplan los artículos 1453 a 1455 del Código Civil. Así, por ejemplo,
la sentencia de la Corte Suprema de 9 de diciembre de 201513 resolvió el
conflicto que presentaba en un contrato de compraventa de cerdos el hecho
de que estos estuvieran contaminados con dioxinas, cuestión que el ven-
dedor ignoraba. Al descubrirlo, demandó la nulidad del contrato por error.
La Corte Suprema estimó lo siguiente:

10
  Me sirvo aquí de De la Maza Gazmuri, Iñigo, “El error en los Principios Latinoamerica-
nos de Derecho de los Contratos”, en AA. VV., El derecho común europeo de la compraventa
y la modernización del derecho de los contratos (Atelier Libros Jurídicos, Barcelona, 2015).
11
  Ver http://dle.rae.es/?id=G47B9qL. Visitado 11.03.2017.
12
  Rol Nº 1187-2013.
13
  Rol Nº 3657-2015.
156 Iñigo De la Maza Gazmuri

“…en la especie existió un error de hecho en cuanto a la sustancia o calidad


esencial del objeto sobre el que versaba el contrato de compraventa celebrado
entre las partes, error que vició el consentimiento de la ejecutada por existir
una falsa representación de la realidad, pues ella concurrió a la celebración de
la compraventa creyendo que la demandante le vendía cerdos vivos cuya carne
era comerciable, apta para el consumo humano, lo que no sucedió al haberse
entregado cerdos contaminados con dioxina, lo que motivó que la carne de los
animales vendidos fuese decomisada y posteriormente destruida por el Servicio
Agrícola y Ganadero en conjunto con el Ministerio de Salud, antecedentes que
de haber sido conocidos al momento de celebración del contrato en cuestión
habrían impedido que la compradora manifestara su voluntad en orden a per-
feccionar dicho acto jurídico”.

No es, entonces, únicamente que el comprador se haya equivocado es,


además, que esa equivocación es susceptible de subsumirse en la descripción
de lo que la Corte denomina un error sobre “la sustancia o calidad esencial
del objeto sobre el que versaba el contrato de compraventa”.
Llegados a este punto, parece conveniente preguntarse por qué, todavía,
es necesario considerar una tercera especie de error. Después de todo, el
caso que recién se ha presentado parece mostrar que para que una equi-
vocación vicie el consentimiento, basta que sea susceptible de subsumirse
dentro de la descripción de alguno de los tipos de error contemplados entre
los artículos 1453 a 1455 del Código Civil. Pero no es así.
Y no lo es porque esa descripción contenida en los preceptos mencionados
resulta particularmente deficitaria respecto de un requisito del error que vicia
el consentimiento sobre el cual la doctrina nacional parece estar conteste:
la excusabilidad del error14. Esta tercera especie de error, el excusable, es
el que vicia el consentimiento y, entonces, lo denominaré “error vicio del
consentimiento”. Un ejemplo debería prestar utilidad para mostrar que la
distinción entre error y error vicio del consentimiento.

14
  Ver, por ejemplo, León Hurtado, Avelino, La voluntad y la capacidad en los actos
jurídicos (Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1979), p. 166, Martinic Galetovic, María
y Reveco Urzúa, Ricardo, “Acerca del error, su excusabilidad y otros tópicos”, en AA. VV.,
Estudios de derecho privado. Libro homenaje al profesor Gonzalo Figueroa Yánez (Editorial
Jurídica de Chile, Santiago, 2008), pp. 139-142. y Domínguez Águila, Ramón, El negocio
jurídico (Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 2012), pp. 80-82.
La distribución del riesgo de las equivocaciones a través de la disciplina del error 157

Se trata de la sentencia de la Corte Suprema de 30 de mayo de 200115


sobre un caso en el cual se adquiere en pública subasta un bien, asumiendo
el comprador que adquiría la cosa, cuando, de hecho, se trataba de derechos
sobre la cosa. Además, al momento en que se intenta la inscripción en el
Conservador, el comprador se percata de que esos derechos no le pertenecían
al vendedor pues habían sido adjudicados a otro comunero. El tribunal de
primera instancia acogió la nulidad por error obstáculo impetrada por los
demandantes. La Corte de Apelaciones de Temuco la rechazó. En fin, la
Corte Suprema confirmó la nulidad. La Corte Suprema consideró que se
trataba de un error obstáculo o esencial, pero, además se pronunció sobre
su excusabilidad, en los siguientes términos:
“Que en la especie, de acuerdo con los presupuestos fácticos resumidos
en el considerando segundo, los demandantes, fundadamente creyeron ad-
quirir el dominio pleno sobre el inmueble ubicado en Portales Nº 361 de
Temuco, en circunstancias que se trataba de la venta de una cuota equivalente
al 50% de dicho derecho de dominio, desde que en las bases de remate se
indicó que se vendía el inmueble e igual cosa sucedió en las publicaciones
de los avisos respectivos. Si bien es efectivo que se señalaba en las bases la
inscripción conservatoria del inmueble, donde fácilmente los demandantes
pudieron averiguar exactamente lo que se enajenaba, no lo es menos el que
esta venta se realizó a través de un procedimiento judicial de cumplimien-
to forzado de una obligación, donde la oferta de venta, materializada en
las bases de remate y en la publicación de los avisos, está avalada por el
órgano jurisdiccional, de suerte que si se dice vender el bien raíz referido,
los demandantes, racional y fundadamente, creyeron estar comprando la
propiedad plena de la cosa y no una cuota de aquella”.
La Corte discurre acerca de cómo debe entenderse el requisito de la
excusabilidad, y ya habrá tiempo para prestar atención más detenida a
este tema. Lo que es importante por ahora es que resulta posible –y útil–
establecer una diferencia entre los errores que describe explícitamente el
Código Civil y aquellos que determinan la nulidad del contrato.
¿En qué sentido –convendría aún preguntarse– presta interés esta distin-
ción? La respuesta es que permite apreciar con claridad que el tránsito entre
lo que he denominado “equivocación” y aquello que he designado como
“error vicio del consentimiento” queda sujeto a dos filtros. El primero de

15
  Rol Nº 4497-1999.
158 Iñigo De la Maza Gazmuri

ellos tiene que ver con la posibilidad de subsumir las equivocaciones en la


descripción del error que hacen los artículos 1453 a 1455. El segundo de
ellos tiene que ver con que el error resulte excusable. Estas son entonces las
dos preguntas a que se refiere el título del apartado. La primera ¿es posible
subsumir la equivocación en los errores de los artículos de 1453 a 1455?
En caso que la respuesta a la primera pregunta sea positiva, se plantea la
segunda ¿resultaba excusable el error?
Probablemente no sea siempre posible distinguir ambas preguntas con
limpieza en un caso, pero el punto es que ambas importan pues, aunque
puedan presentarse entremezcladas, de ambas depende el tránsito de la
equivocación al error vicio del consentimiento.

3. La pregunta acerca de la subsunción

La pregunta acerca de la subsunción consiste en determinar cuáles de


aquellas equivocaciones que padecen las partes pueden corresponder a los
errores descritos por los artículos 1453 a 1455.
El proceso de subsunción puede organizarse en torno a modelos que
privilegien la voluntad interna de quien padece la equivocación o bien que
privilegien algún otro criterio. Desde luego, no hay algo así como mode-
los puros que opten completamente por la tutela de la voluntad interna
o por otro criterio. Lo que hay, en cambio, son énfasis. De esta manera,
si únicamente se considera la subsunción, el tratamiento del error en los
Principios UNIDROIT Unidroit sobre Contratos Comerciales Internacio-
nales (PCCI) y en los Principios Europeos de Derecho de los Contratos
(PECL) resulta bastante más cercano a la tutela de la voluntad interna que
el Código civil chileno16.
El artículo 4:103 de los PECL dispone lo siguiente:

“(1) Una parte podrá anular un contrato por existir un error de hecho o de
derecho en el momento de su conclusión si:
(i) el error se debe a una información de la otra parte,

16
  Aunque en lo que respecta a lo que, en términos muy amplios puede denominarse “ex-
cusabilidad” restringen notablemente la tutela de la voluntad interna, tornándola excepcional.
Ver De la Maza Gazmuri, Iñigo, “La naturaleza recíproca del problema: a propósito de la
excusabilidad del error”, en Homenaje al profesor Enrique Barros Bourie (2017), en prensa.
La distribución del riesgo de las equivocaciones a través de la disciplina del error 159

(ii) la otra parte sabía o hubiera debido saber que existía tal error y dejar a la
víctima en dicho error fuera contrario a la buena fe, o
(iii) la otra parte hubiera cometido el mismo error, y
(b) la otra parte sabía o hubiera debido saber que la víctima, en caso de conocer
la verdad, no habría celebrado el contrato o sólo lo habría hecho en términos
esencialmente diferentes.
(2) No obstante, la parte no podrá anular el contrato cuando:
(a) atendidas las circunstancias su error fuera inexcusable, o
(b) dicha parte hubiera asumido el riesgo de error o debiera soportarlo conforme
a las circunstancias”.

Por su parte, los artículos 3.2.1 y 3.2.2 de los PCCI disponen:

“(3.2.1) El error consiste en una concepción equivocada sobre los hechos o


sobre el derecho existente al momento en que se celebró el contrato.
(3.2.2) (1) Una parte puede anular un contrato a causa de error si al momento
de su celebración el error fue de tal importancia que una persona razonable,
en la misma situación de la persona que cometió el error, no habría contratado
o lo habría hecho en términos sustancialmente diferentes en caso de haber
conocido la realidad de las cosas, y:
(a) la otra parte incurrió en el mismo error, o lo causó, o lo conoció o lo debió
haber conocido y dejar a la otra parte en el error resultaba contrario a los cri-
terios comerciales razonables de lealtad negocial; o
(b) en el momento de anular el contrato, la otra parte no había actuado aún
razonablemente de conformidad con el contrato.
(2) No obstante, una parte no puede anular un contrato si:
(a) ha incurrido en culpa grave al cometer el error; o
(b) el error versa sobre una materia en la cual la parte equivocada ha asumido
el riesgo del error o, tomando en consideración las circunstancias del caso,
dicha parte debe soportar dicho riesgo”.

Los preceptos en cuestión disciplinan cuestiones relativas a la subsunción


y a la excusabilidad17. Por ahora interesan las relativas a la subsunción.
En el caso de los primeros –los PECL– quizás la cuestión se presente de
manera levemente más oblicua, pero resulta suficientemente evidente. En

17
  Aunque no exclusivamente a la excusabilidad, pues se mezcla con aspectos propios
de la recognosciblidad del error. Sobre el tema puede consultarse Verda y Beamonte, José
Ramón, “Algunas reflexiones en torno a la excusabilidad y recognoscibilidad del error en los
contratos”, en ADC 50 (1997) 3.
160 Iñigo De la Maza Gazmuri

primer lugar, no existe distinción entre el error de hecho y el de derecho.


En segundo lugar, la letra b) del número 1) de los PECL dispone que lo
determinante es que, de haber conocido, la parte que padeció el error no
habría contratado o lo habría hecho en términos esencialmente diferentes18.
En el caso de los PCCI la tutela de la voluntad resulta, también, bastante
evidente. Basta que, habiendo conocido el error, una persona razonable
puesta en la posición de quien lo padeció no hubiera contratado o lo habría
hecho en términos sustancialmente diferentes. Es cierto, se trata de una
persona razonable, no de quien padeció el error, pero la persona razonable
debe situarse en la posición de quien padeció el error.
En mi opinión, en el Código Civil las cosas son distintas. La tutela de
la voluntad se encuentra notablemente diluida.
Para advertirlo conviene comenzar por el artículo 1452: “El error sobre
un punto de derecho no vicia la voluntad”. Y una cuestión debería resultar
perfectamente obvia y es que la razón que el error de derecho no vicie la
voluntad no sólo es distinta de la tutela de la voluntad de quien lo padece,
sino que dicha justificación sacrifica completamente la tutela de la voluntad
de quien padece la equivocación.
Desde luego las explicaciones que podrían intentarse desde una dogmá-
tica de la voluntad fallan miserablemente. La primera consistiría en asumir
que se trata de un error inexcusable. Sin embargo, como ha advertido Claro
Solar, puede ser perfectamente excusable19. Por lo demás, la excusabilidad
del error es un requisito que, por su parte, también sacrifica la tutela de la
voluntad interna. La segunda consistiría en afirmar que quien alega error
de derecho siempre está de mala fe, según lo dispuesto en el inciso final del
artículo 706. Sin embargo, esta presunción iure et de iure no justifica nada,
simplemente se limita a asignar una consecuencia normativa a quien alegue
un error de derecho y la pregunta sería ¿por qué se asigna una consecuencia
tan severa? La respuesta tiene que ser la existencia de un interés distinto a
la tutela de la voluntad interna que se sacrifica de esta manera. Cuál sea el
interés resulta una pregunta difícil de contestar porque bien puede ser el caso
que, simplemente, haya sido tomado de las fuentes romanas20. Como sea,

18
  Ver Comentario C artículo 4:103 de los PECL.
  Claro Solar, Luis, Explicaciones de derecho civil chileno y comparado (Editorial
19

Jurídica de Chile, Santiago, 2013), II. p. 131.


20
  Ver, por ejemplo, D. 22, 6, 2 y D. 22, 6, 9.
La distribución del riesgo de las equivocaciones a través de la disciplina del error 161

un análisis detallado del error de derecho no es el objetivo de este trabajo,


sin embargo, intuitivamente al menos, resulta tentador considerar que ese
interés se relaciona, parcialmente con lo que Díez-Picazo ha denominado la
“seguridad del tráfico jurídico”21 y, entre nosotros, Avelino León Hurtado,
la “estabilidad de los negocios”. En palabras de este último autor:

“Hemos dicho que el acto jurídico surge sólo en virtud de la manifestación de


voluntad y deberíamos concluir, entonces, que si esa voluntad está viciada de
error no debería haber acto jurídico. Pero, como la estabilidad de los negocios
exige dar cierta preponderancia a la voluntad declarada sobre la real, sólo se
acepta el error como vicio del consentimiento con muchas limitaciones”22.

Estas ideas de León Hurtado llevan a preguntarse acerca de si no es sólo


que la disciplina del error no protege exclusivamente la voluntad interna,
sino que, ni siquiera, la protege predominantemente. La sola mirada del
error de derecho muestra que no la protege en lo absoluto.
Pues bien, las equivocaciones acerca del derecho no caben dentro de la
descripción de los artículos 1453 a 1455. Quedan, sin embargo, aquellas
que recaen sobre hechos.
Al respecto puede comenzarse con algo que no se duda: en el sistema
del Código Civil, no basta con que la equivocación recaiga sobre un hecho
que sea determinante para quien declaró su voluntad. Es necesario, además,
que ese hecho se corresponda con aquellos identificados por los preceptos
ya citados. Y una mirada a dichos preceptos indica que las equivocaciones
únicamente pueden recaer (a) sobre la especie de acto o contrato que se
ejecuta o celebra, (b) la identidad de la cosa específica de que se trata, (c) la
sustancia o cualidad esencial del objeto sobre que versa el acto o contrato,
(e) la calidad que es el principal motivo de una de las partes para contra-
tar, siempre que este motivo haya sido conocido por la otra parte y (e) la
persona con quien se tiene intención de contratar cuando la consideración
de esa persona sea la causa principal del contrato.
(a) y (b) corresponden a lo que se denomina “error esencial u obstáculo”,
(c) al “error substancial”, (d) al “error accidental” y, en fin (e) al “error en
la persona.”

21
  Díez-Picazo, Luis, cit. (n. 1), pp. 71-72.
22
  León Hurtado, Avelino, cit. (n. 14), p. 151.
162 Iñigo De la Maza Gazmuri

No interesa en estas páginas examinar detalladamente todos estos tipos


de error. Parece, en cambio suficiente mostrar que, al considerarlos en su
conjunto, se aprende que en términos de subsunción, no resulta suficiente
que la equivocación haya sido determinante para la parte que contrató, es
necesario, además, que sea posible subsumirla en uno de los diversos tipos
de error anotados.
Por lo que toca al error obstáculo, se trata de supuestos de disenso sobre
la identidad del objeto (error in corpore) o la confusión de una causa con
otra (error in negotio). Son casos en que el disenso entre las partes resulta,
en verdad, extremo23. Así, por ejemplo, el caso ya citado en el que se creyó
estar comprando un inmueble cuando, en realidad, lo que se subastaba eran
derechos sobre él24 o bien, el caso en que se creyó estar vendiendo pequeñas
porciones de un fundo y lo que se señalaba en la escritura es que se vendía
el fundo completo25.
Tratándose del error obstáculo, la voluntad interna, es cierto, se protege,
pero no exactamente porque el error sea determinante de la voluntad, sino
porque la equivocación coincide con algo que al legislador le ha parecido
importante y que parece referirse, como se insistirá más adelante, a una
cierta función económica o social de los contratos que se cumple a través
de una organización de intereses que ellos mismos disponen.
Quizás la distinción anterior aparezca como oscura. Con algo de fortuna
se aclarará si se presta atención ahora al error substancial y al error en la
persona que, como se verá, presentan una importante simetría.
Al considerar estos dos tipos de error (c) y (e), aparece que lo realmente
relevante no es la voluntad interna de las partes, sino que, por así decirlo, la
voluntad que, de alguna manera, se ha incorporado al ámbito del contrato.

  Lo cual ha llevado a sostener que más que una voluntad viciada, lo que existiría es una
23

falta de voluntad. Ver, por ejemplo, Claro Solar, Luis, cit. (n. 19), pp. 136-141. La distin-
ción no parece tener demasiado sentido en el derecho chileno. De una parte, el artículo 1454
comienza disponiendo que “El error vicia asimismo el consentimiento.”. De otra, en verdad,
la estructura del problema es exactamente la misma: se ha declarado una voluntad contractual
determinada por una equivocación respecto a la causa o a la identidad del objeto. Salvo que
se acepte una postura de extrema tutela de la voluntad interna –a la que el Código, según se
ve, no parece adscribir– no parece haber ninguna buena razón para tratar este error de forma
diversa a los otros.
24
  Ver nota 15.
25
  Ver sentencia de la Corte Suprema de 1 de diciembre de 2016, rol Nº 41222-2016.
La distribución del riesgo de las equivocaciones a través de la disciplina del error 163

Para comprenderlo resultará útil comenzar por el error substancial. La


discusión que se ha presentado –y que aquí conviene considerar– es bien
conocida, pero habrá que repetir algo de ella para probar el punto. Convendrá
comenzar con el inciso primero del artículo 1454. Su tenor es el siguiente:

“El error de hecho vicia asimismo el consentimiento cuando la sustancia o


calidad esencial del objeto sobre que versa el acto o contrato, es diversa de lo
que se cree; como si por alguna de las partes se supone que el objeto es una
barra de plata, y realmente es una masa de algún otro metal semejante”.

La discusión puede presentarse de la siguiente manera: ¿qué es lo que


quiere significar el Código con la expresión “cualidades esenciales”? Si la
respuesta es que se trata de aquellas cualidades que resultan determinantes
para el errans en el sentido de que habiendo tenido un conocimiento cierto
de ellas no hubiese contratado o lo hubiese hecho en condiciones signifi-
cativamente diversas, entonces quiere decir que el compromiso del error
substancial con la tutela de la voluntad interna es muy intenso. Si no es así,
entonces la intensidad de dicho compromiso parece atenuarse.
Como ha sugerido León Hurtado, existen dos criterios diversos para
determinar el carácter esencial de una cualidad26. El primero de ellos es de
carácter subjetivo y, por lo tanto, depende de la intención del contratante
que padece el error. El segundo, es de carácter objetivo y depende de “la
opinión general y las circunstancias del negocio, y no por la sola intención
particular del que invoca el error”27. ¿Cuál de los dos ha de preferirse? Ac-
tualmente, la doctrina nacional parece decantarse por la noción objetiva28.
Esta es, además, la solución que predomina en el derecho comparado29 y
existen buenas razones para que así sea. Morales Moreno señala dos:

“…en primer lugar, el peligro que supone la enorme variedad de posibles


motivos determinantes de la voluntad ¿Es justo que en un contrato, y particu-
larmente en un contrato oneroso, el otro contratante tenga que soportar las

26
  León Hurtado, Avelino, cit. (n. 14), pp. 172-175.
27
  Ibíd., p. 172.
28
  Ver, por todos, León Hurtado, Avelino, cit. (n. 14), pp. 170-174.
29
  Ver Kramer, E., “Mistake”, en Von Mehren, A. (ed.), International Encyclopedia of
Comparative Law, Contracts in General 7 (Mohr Siebeck-Martinus Nijhoff Publishers, Herndon,
UK., 2008), II, p. 8.
164 Iñigo De la Maza Gazmuri

consecuencias de cualquier falsa apreciación de su contratante, simplemente


porque haya sido para él determinante al contratar? El buen sentido impone
una respuesta negativa (…). De otro lado, la dificultad de la prueba. Rara vez
será posible una prueba directa. A falta de ella habrá que acudir a la prueba
de presunciones: reconstruir, a través de un juicio hipotético, lo que hubiera
podido ser la voluntad, de no haberse dado el error. Resulta difícil practicar «a
posteriori» ese juicio hipotético, sobre todo si para ser fieles a los postulados
voluntaristas hemos de practicarlo «in concreto», es decir, según lo que hubiera
podido ser la voluntad de ese sujeto y no «in abstracto», aplicando criterios
objetivos de interpretación”30.

Por otra parte, si se considera la opinión de la Corte Suprema al respecto,


no parece existir ninguna duda de que la concepción objetiva es la que pre-
valece. Probablemente, la sentencia que lo acredite con mayor elocuencia es
una de la Corte Suprema de 19 de enero de 200831. Se trató de la compra de
unos camiones en la que el Tribunal tuvo por acreditado que una cualidad
relevante para efectos del error era el año de fabricación de los vehículos.
En el contrato se establecía que dicha fecha correspondía a 2000 y 2001, la
verdad es que habían sido fabricados en 1997 y 1998. La Corte consideró
que el año de fabricación constituía una cualidad esencial de los vehículos
para efectos del artículo 1454. Lo que aquí resulta relevante es por qué lo
estimó de esta manera. Razona el tribunal señalando, en primer lugar, que
la determinación del carácter esencial de una calidad puede realizarse acu-
diendo a un enfoque subjetivo o a uno objetivo. A este respecto, la Corte
indica que, en sus decisiones sobre la materia, se ha optado por el segundo
criterio y cita las siguientes palabras de León Hurtado:

“la calidad esencial deberá fijarla en último término el juez, atendiendo a las
circunstancias en que se celebró el acto jurídico y a lo que conforme con la
noción común, con un criterio general, debe entenderse por tal calidad”.

Concluye el Tribunal con las siguientes palabras:

“En el caso de autos, e incluso abstrayendo al contrato de compraventa de un


vehículo motorizado en general, es manifiesto que el año de fabricación es una

30
  Morales Moreno, Antonio Manuel, cit. (n. 4), pp. 193-194.
31
  Rol Nº 1908-2008.
La distribución del riesgo de las equivocaciones a través de la disciplina del error 165

cualidad esencial, pues no obstante esta circunstancia no hace que un vehículo


sea lo que es –es decir, no constituye su esencia– ni altera aquello de que se
compone –su materia–, evidentemente le da una fisonomía propia, desde que
es determinante, ni más ni menos, para la fijación del precio que se paga por
él. Este último es, en efecto, un criterio objetivo al que puede recurrirse para
calificar la naturaleza del error. Así, si existe error acerca del color del vehículo
ello no influirá en el monto del precio que se pague por él y, en este entendido,
puede afirmarse que esa circunstancia es meramente accidental. Mas si para
una de las partes el color del vehículo es motivo principal para contratar y ese
motivo ha sido conocido de la otra, el error viciará consentimiento de confor-
midad al inciso 2º del artículo 1454”.

No hay duda, entonces, el criterio para determinar el carácter esencial


de la cualidad es objetivo. De esta manera, no es, exactamente, la volun-
tad del errans lo que protege el error substancial pues el caso es que si la
equivocación recae sobre una característica que, en términos objetivos,
resulte irrelevante, la importancia que haya tenido dicha cualidad para quien
padeció la equivocación no determina la nulidad del contrato, no con cargo
al error substancial al menos.
Las palabras de Castro y Bravo servirán para insistir sobre el punto:

“La amplitud extraordinaria, prácticamente ilimitada, con la que se tiene en


cuenta el error, queda ventajosa y realistamente compensada al cambiarse de
modo radical el punto de enfoque. “No se atiende al error que aisladamente
haya podido sufrir quien haga la oferta o la aceptación, ni la importancia que
tenga para uno u otro; sólo se considera el que da motivo y en cuanto dio motivo
para celebrar el contrato, es decir, el que sea causa principal del mismo. Por
ello, no será relevante lo que crea, sienta o desee cada uno de los contratantes,
sino la conducta expresiva de ambos sobre lo que constituye la finalidad del
contrato y así, por tanto, también la conducta de “quienes producen el error”
(art.  1302, i. f.). Podrá alegarse el error para impugnar el negocio cuando
sea: sobre aquello con cuya existencia o inexistencia había de contarse y era
considerado causa principal para contratar; por lo que así ha de considerarse
motivo del mismo contrato”32.

De esta manera, lo que parece proteger la disciplina del error vicio del
consentimiento no es, exactamente, la voluntad de las partes, sino más bien

32
  Castro y Bravo, Federico, El negocio jurídico (Civitas, Madrid, 1985), p. 110.
166 Iñigo De la Maza Gazmuri

lo que Castro y Bravo denomina la “finalidad del contrato” o lo que podría


denominarse “causa típica” del contrato33.
Ahora es el turno del error en la persona. La pregunta ha de ser la si-
guiente ¿resulta suficiente para anular el contrato que la equivocación sobre
la persona haya afectado de manera determinante la voluntad de contratar?
Si la respuesta es que sí, entonces quiere decir que, por regla general, el
error en la persona protege la voluntad interna de la parte que se equivoca.
Sin embargo, todo indica que la respuesta es que no. El profesor Domín-
guez lo explica de una manera particularmente acertada, en sus palabras:

“…el error sobre la persona, en su técnica y fundamentos, no dista del error


sobre la substancia. En efecto, si en los negocios intuito personae el error sobre
la persona aparece como una consecuencia indudable de la estructura misma de
ellos, tal cual ocurre en el error sobre la substancia objetiva, nada impide que
un negocio patrimonial cualquiera se celebre en consideración a la persona,
por ser uno de los motivos determinantes que integra el ámbito negocial, de
acuerdo a la voluntad de una de las partes. En otros términos, las partes pueden
hacer también intuito personae un negocio que, objetivamente, no lo es, o al
menos tomar en cuenta en forma determinante la persona de la contraparte o
del beneficiado. Pero siendo ello propio de las cualidades subjetivamente deter-
minantes del artículo 1454 inc. 2º, se requerirá que aquella consideración haya
sido conocida de la otra parte en los negocios bilaterales (…). De otro modo,
la persona con quien se celebra el negocio o a quien se dirija la voluntad, no
tendrá importancia jurídica alguna, desde ese punto de vista”.

Se trata de un párrafo extenso y, sin embargo, su transcripción se jus-


tifica perfectamente. Su lectura enseña dos cuestiones que han de llamar
la atención para efectos de este trabajo. La primera de ellas es que lo que
procura proteger el error no es, exactamente, la voluntad interna de quien
se equivoca, sino lo que el profesor Domínguez denomina como “ámbito
negocial”. Como sucede con el error substancial, es, por así decirlo, la es-
tructura del negocio, no la voluntad de las partes lo que aspira a proteger
la disciplina del error en la persona. Lo segundo que se aprende es que una
equivocación en las cualidades subjetivamente determinantes puede deter-
minar la nulidad del contrato, pero únicamente sujetas a otros requisitos,
los propios del error accidental.

33
  T. la expresión de Morales Moreno, Antonio, cit. (n. 4), p. 156.
La distribución del riesgo de las equivocaciones a través de la disciplina del error 167

A simple la vista la disciplina del error accidental parece manifestar


un compromiso más intenso con la tutela de la voluntad interna. Pero aun
tratándose de este tipo de error, la sola equivocación, por grave que sea,
no basta. En primer lugar, aquello sobre lo que recayó la representación
equivocada debe haber ingresado de alguna manera en el ámbito contractual
y, en segundo, debe referirse a cualidades de la cosa.
El mayor compromiso del error accidental con la tutela de la voluntad se
explica porque, utilizando el lenguaje del Código, no resulta necesario que
recaiga sobre “cualidades esenciales” que se miden con cargo a una métri-
ca objetiva, sino que alcanza otras cualidades que, siendo relevantes para
quien padece este tipo de error, resultan, en términos objetivos irrelevantes.
Sin embargo, lo cierto es que, aun respecto de este error, existen dos
limitaciones que tornan cuestionable la primacía de la sola voluntad como
criterio de distribución del riesgo de la información defectuosa. La primera
de ellas es que el destinatario de la declaración debe haber conocido que
la cualidad sobre la cual recae el error era el motivo principal para con-
tratar de quien lo padeció. De esta manera, como ha sugerido un autor, la
exteriorización del motivo sería un requisito para que la cualidad entrara
al ámbito contractual34.
Respecto a las condiciones de incorporación de estas cualidades al ám-
bito de lo contractual, en la sentencia de 10 de julio de 2014 ya citada se
lee lo siguiente:

“Como se aprecia de la transcripción del artículo, la regla general es que el


denominado error accidental no vicie el consentimiento sino cuando concurran
copulativamente las dos circunstancias anotadas: que esa calidad de la cosa
sobre la que se yerra haya sido el principal motivo que la parte que padece el
error tuvo en consideración para celebrar el contrato y que este hecho haya
sido conocido por su contraparte”.

La segunda es que si bien se trata de un error en los motivos (en el sen-


tido que no se refiere a esas representaciones que se refieren a cualidades
del ámbito natural de organización de intereses del contrato) no se refiere
a cualquier motivo. En este sentido, el profesor Domínguez ha señalado
respecto del ámbito operativo de este tipo de error lo siguiente:

34
  Domínguez Águila, Ramón, cit. (n. 14), p. 74.
168 Iñigo De la Maza Gazmuri

“Debe aclararse (…) que aquí no se trata de cualquier error sobre los motivos,
sino de un error sobre alguna calidad de la cosa que es objeto del negocio y que
ha motivado la voluntad. Hay error en cuanto la voluntad ha sido manifestada
con respecto a una cierta calidad que la motivó y que no es real. Pero es posible
que exista, en otras hipótesis, error sobre el motivo independientemente de
las calidades sobre que versa el negocio, como si se lleva a cabo una venta en
atención a una cierta situación económica supuesta, que no existe en realidad.
No hay aquí error sobre la cosa, sino que exclusivamente sobre el motivo. Y
cuando tratamos aquí del error accidental, nos referimos a un error sobre la
calidad de la cosa u objeto sobre que versa el negocio y que ha sido el motivo
de la voluntad. Todo otro error sobre un motivo, por determinante que sea, no
entra en esta categoría de estudio…”35.

Es tiempo ahora de alguna conclusión acerca de este apartado. Por lo


que toca al error de derecho, la cuestión es bastante obvia: la tutela de la
voluntad interna resulta perfectamente irrelevante. Otro interés –muy pro-
bablemente alguna versión de la seguridad del tráfico jurídico– se estima
como suficiente para sacrificarla.
Por lo que toca a los errores de hecho, lo primero que se aprende es que
no todas las equivocaciones sobre hechos, aun cuando sean determinantes
de la voluntad interna, determinan la nulidad del contrato. Parece, además,
necesario, como ha sugerido el profesor Morales Moreno, que se relacionen
“con lo que constituye, de modo directo, la materia propia del contrato;
su ámbito natural de organización de intereses, al que se conecta su causa
típica”36. Es esta relación con el ámbito natural de intereses del contrato y
no exactamente la tutela de la voluntad interna lo que determina que esas
representaciones equivocadas de la realidad sean protegidas.
Quizás, a propósito del error accidental resulte posible advertir un mayor
compromiso con la voluntad interna, sin embargo, como se ha visto, de una
parte, no se trata de cualquier motivo y, por otra parte, resulta necesario que
la otra parte haya tenido noticia de la importancia del motivo. Entonces,

35
  Domínguez Águila, Ramón, cit. (n. 14), p. 73.
  Morales Moreno, Antonio, cit. (n. 4), p. 156. Aunque esta frase entrecomillada fue
36

escrita respecto del error substancial y en la persona, me parece que no hay obstáculo para
emplearla respecto del error obstáculo pues en sus hipótesis se frustra a fortiori la organización
de intereses que se pretende a través de la celebración de un contrato.
Ver, también la conexión que propone Castro y Bravo, Federico, cit. (n. 52), p. 103, entre
declaración negocial y causa concreta y p. 110 a propósito de la motivación del contrato.
La distribución del riesgo de las equivocaciones a través de la disciplina del error 169

según la idea del profesor Domínguez, habrá que aceptar que no basta la
existencia de la voluntad interna, sino que es, además, necesario que la
cualidad sobre la que recae se incorpore de alguna manera al contrato.

4. La excusabilidad del error37

No basta que la equivocación se convierta en un error, la posibilidad de


anular el contrato depende, además, de que sea excusable.
Sobre esto parece existir acuerdo en la doctrina nacional. Lo que no re-
sulta tan evidente es cómo ha de determinarse si el error es o no excusable.
Al respecto, un sector de la doctrina nacional parece haber considerado
que la excusabilidad ha de calibrarse prestando atención a si el errans
alcanzó o no un determinado nivel de diligencia. Otro sector, en cambio,
ha sostenido que la operación es más compleja y que debe considerarse la
conducta de ambas partes para determinar quién merece tutela, el errans o
el destinatario de la declaración.
Por lo que toca al primer sector, Claro Solar, refiriéndose al error obs-
táculo, señala lo siguiente:
Para que el error obstativo sea jurídicamente eficaz, en cuanto a produ-
cir el disenso, es necesario que sea excusable, esto es, que no provenga de
culpa del que lo alega, o de supina ignorancia suya38.
En la misma línea, aunque sin limitarlo al error obstáculo, León Hurtado:
Para que el error vicie el consentimiento, se requiere siempre que se
trate de un error excusable (…) Que sea excusable significa en opinión
de la doctrina, que el error no provenga de culpa, imprudencia o supina
ignorancia de quien lo sufre39.
Y Martinic Galetovic y Reveco Urzúa indican que el criterio para de-
terminar si el error es excusable se encuentra en la diligencia –o la falta de
ella– de quien padece el error, en los siguientes términos:

37
  Una parte importante de lo que diré en este apartado está tomada de De la Maza Gazmuri,
Iñigo, “Afirmaciones conscientemente falsas y mediana diligencia. A propósito de la sentencia
de la Corte Suprema de fecha 4 de abril de 2016”, en Revista de Derecho de la Universidad
Católica del Norte 23 (2016) 2.
38
  Claro Solar, Luis, cit. (n. 19), p. 141.
39
  León Hurtado, Avelino, cit. (n. 14), p. 166.
170 Iñigo De la Maza Gazmuri

Esta diligencia debiese ser la estándar o del ciudadano común y corriente y


debe analizarse con base en un juicio de responsabilidad donde se valorará la
previsión del sujeto y la conducta hipotética esperada a partir de dicha previsión,
confrontándose con la conducta finalmente desplegada en la realidad material40.

Si se asume que determinar la excusabilidad del error se limita a deter-


minar si el errans alcanzó o no el nivel de diligencia requerido, entonces
aparece con claridad que el filtro de la excusabilidad no considera –sino
que más bien sacrifica la tutela de la voluntad interna de quien padece el
error–. Siendo las cosas de esta manera, si el errans se ha comportado sin
la diligencia requerida, resultaría perfectamente irrelevante que haya pade-
cido un error obstáculo, esencial o accidental41, su negligencia le impediría
reclamar la nulidad del contrato.
Sin embargo, considerar de esta manera la excusabilidad del error deja,
por así decirlo, un extremo pendiente ¿qué es lo que en este caso justifica
adjudicar el riesgo del error al errans? La respuesta, en mi opinión al menos,
no es algo así como una sanción por su falta de cuidado, sino más bien la
deseabilidad de proteger a la otra parte, la destinataria de la declaración
de voluntad de quien padeció el error. Creo que algo como esto es lo que
afirma el profesor Ramón Domínguez en las siguientes palabras:

“…la exigencia de la excusabilidad del error permite abordar el problema de


la justa distribución del riesgo en la contratación, usando el criterio ético que
implica juzgar si el error es o no excusable. En efecto, si solo hubiera que ate-
nerse a la consideración de la recta formación de la voluntad, en verdad todo
error, desde que determina la formación de la voluntad, debería incidir en su
validez (…) pero en los negocios bilaterales esa sola consideración conduciría
no solamente a la extrema inseguridad comercial, sino además a injusticias,
porque también ha de considerarse el interés de la contraparte que, en los más
de los casos, ninguna influencia ha tenido en aquel error y que ha confiado en
la celebración del negocio. La nulidad por error ha de balancear entonces los
intereses en presencia y distribuir los riesgos en que incurren ambas partes y

40
  Martinic Galetovic, María y Reveco Urzúa, Ricardo, cit. (n. 14), pp. 140-141.
  Prescindo del error en la persona porque respecto de él la excusabilidad no parece des-
41

empeñar ningún papel. En este caso, el riesgo es, por así decirlo, compartido entre las partes:
el errans puede pedir la nulidad del contrato, sin embargo, debe indemnizar a la otra parte.
La distribución del riesgo de las equivocaciones a través de la disciplina del error 171

uno de los medios de decidir a favor de uno u otro de estos intereses es, justa-
mente, el principio nemo auditur aplicado a la doctrina del error”42.

Pues bien, si se trata de proteger a la contraparte, todo indica que debe


haber una buena razón para hacerlo. En otras palabras, debe haber una buena
razón para preferir su posición a la del errans. Y de esta manera, parece
que determinar la excusabilidad del error precisa comparar las conductas
de ambas partes para determinar quien merece mayor protección.
De esta manera la excusabilidad del error no sólo exige cuestionarse acerca
de si el errans alcanzó o no el nivel de diligencia que, en abstracto, se exige,
sino que, además, ha de considerarse la incidencia que la conducta (acción
u omisión) del destinatario de la declaración ha tenido sobre este resultado.
Aunque creo que la anterior es una formulación correcta, probablemente
resulte algo abstracta. Convendrá, entonces, intentar aligerarla a través de
algún desarrollo. Y, para hacerlo, parece útil distinguir cuatro escenarios
diversos en todos los cuales, en abstracto al menos, puede predicarse una
falta de cuidado del errans. Al considerar estos escenarios tomaré en cuenta
tanto casos que se han resuelto con cargo a las reglas del error, del dolo y del
incumplimiento contractual pues, como se verá, la estructura del problema
es exactamente la misma e idéntica es también la pregunta que se formula;
lo diverso es la forma en que se procura tutela frente al error padecido.
El primero de los escenarios es aquel en el que el error se explica por
una falta de cuidado del errans y nada hay que reprocharle a este respecto
al destinatario de la declaración. Así, por ejemplo, tomando como base los
hechos de un par de casos resueltos recientemente por la Corte Suprema,
es posible imaginar que un Banco ofrece un depósito en su página web y
que se equivoca en el monto del interés43. Asumiendo que se trata de un
experto en ese rubro y que quienes tomaron el depósito pudieron confiar
en que la información era correcta, todo indica que el riesgo del error debe
ser soportado por el Banco. Sin embargo, la verdadera razón no se encuen-
tra en el reproche que merezca su negligencia, sino en la protección de la
confianza de los depositantes.

42
  Domínguez Águila, Ramón, cit. (n. 14), p. 82.
43
  Banco de Chile con Edwin Rodrigo Berríos Harriague, Corte Suprema 10.01.2011, rol
Nº 9347-2010, Nº Legal Publishing 47633 y Banco de Chile con Federico Humberto Casaccia
Basso, Corte Suprema 17.03.2011, rol Nº 7797-2009, Nº Legal Publishing 48726.
172 Iñigo De la Maza Gazmuri

En los escenarios siguientes, la conducta (acción u omisión) del destina-


tario de la declaración se torna relevante respecto del error padecido por la
otra parte. Teniendo en cuenta la importancia de la distinción44, convendrá
separar las acciones de las omisiones.
El segundo escenario es uno en que una determinada conducta del desti-
natario de la declaración, aunque no fuera esa su intención, provoca el error
de la otra parte. Un ejemplo de este escenario se encuentra en la sentencia
de la Corte Suprema de 30 de mayo de 2001. En lo que interesa aquí, los
compradores demandaron la nulidad absoluta del contrato de venta por error
obstáculo. El Tribunal de primera instancia declaró la nulidad absoluta de
la venta, justificándola en dicho error, aunque limitó sus considerandos –en
lo que al error refiere– a cuestiones de subsunción, sin prestar atención a
las de excusabilidad45. Conociendo del recurso de apelación, la Corte de
Apelaciones de Temuco revocó el fallo. Este segundo tribunal se preocupó
de cuestiones propias de la subsunción (estimó que no había error esencial,
sino una venta de cosa ajena) y, obiter dicta, se refirió a la excusabilidad
del error, en los siguientes términos:

“Que tan cierto es que los subastadores conocieron las bases de la subasta y
que por tanto supieron o al menos estuvieron en posibilidad de conocer que
el ejecutado no era exclusivo dueño del inmueble, sino conjuntamente y en
comunidad con su hermano que en la demanda expresan que el error esencial
consistió en que en las publicaciones correspondientes... se señalaba a los in-
teresados que se vendía una propiedad como especie o cuerpo cierto..., lo cual
no se indicaba en las publicaciones, sino precisamente en las bases”.

Este razonamiento no convenció a la Corte Suprema, que, conociendo de


un recurso de casación en el fondo estimó la existencia de un error esencial
y, específicamente en el tema de la excusabilidad, estimó lo siguiente:

Que en la especie, de acuerdo con los presupuestos fácticos resumidos en el


considerando segundo, los demandantes, fundadamente creyeron adquirir el
dominio pleno sobre el inmueble ubicado en Portales Nº 361 de Temuco, en
circunstancias que se trataba de la venta de una cuota equivalente al 50% de

  Ver Honoré, Tony, “Are Omissions Less Culpable?”, en Cane, P. y Stappleton, J., Essays
44

for Patrick Atiyah (Clarendon Press, Oxford, 1991).


45
  Tribunal, 11.03.1998, rol Nº 28593, cita online CL/JUR/1093/1998.
La distribución del riesgo de las equivocaciones a través de la disciplina del error 173

dicho derecho de dominio, desde que en las bases de remate se indicó que se
vendía el inmueble e igual cosa sucedió en las publicaciones de los avisos
respectivos. Si bien es efectivo que se señalaba en las bases la inscripción
conservatoria del inmueble, donde fácilmente los demandantes pudieron ave-
riguar exactamente lo que se enajenaba, no lo es menos el que esta venta se
realizó a través de un procedimiento judicial de cumplimiento forzado de una
obligación, donde la oferta de venta, materializada en las bases de remate y
en la publicación de los avisos, está avalada por el órgano jurisdiccional, de
suerte que si se dice vender el bien raíz referido, los demandantes, racional y
fundadamente, creyeron estar comprando la propiedad plena de la cosa y no
una cuota de aquella.
Al considerar la conducta del destinatario, se advierte que el error de los com-
pradores había sido provocado. De esta manera, aunque, en abstracto, parezca
evidente que es una falta de cuidado no concurrir al tribunal a examinar las
bases del remate, en el caso concreto, fue, parcialmente al menos, la conducta
del demandado la que creó una confianza razonable en los demandantes46.

En el tercer escenario, una vez más es una conducta del destinatario


de la declaración la que determina el error. La diferencia con el escenario
anterior es que esta vez el error es provocado deliberadamente a través de
algún tipo de conducta. Como puede advertirse con sencillez, este segundo
escenario aparece como uno de dolo, sin embargo, en la medida en que se
defina el dolo, como en general se hace, esto es como un error inducido47,
lo cierto es que, en la medida en que el error inducido pueda subsumirse
dentro de las especies de error contempladas por los artículos 1453 a 1455,
el escenario de dolo será, a la vez, uno de error. La sentencia de la Corte
Suprema de 1 de diciembre de 2016 ya citada resuelve un caso que puede
ilustrar la situación. En los hechos, se trata, como ya ha quedado dicho, de
la venta de unos inmuebles, respecto de la cual la vendedora cree que se
trata de un par de retazos de terreno y, sin embargo, en la escritura apareció

46
  Sobre este punto es necesario considerar que quien estaba rematando era un banco y
quien se adjudicó el bien un particular, por lo mismo, todo indica que la diligencia que podía
exigírsele al banco era mayor que la que podía exigírsele a particular pues habrá que asumir
que el banco realiza este tipo de actuaciones con mayor regularidad.
47
  Ver Morales Moreno, Antonio Manuel, “Comentario artículos 1.269 y 1.270”, en Alba-
ladejo, M. y Alabart, S. (dirs.), Comentarios al Código Civil y compilaciones forales 1, (Edersa,
Madrid, 1993), VII, p. 384. Aunque el mismo autor advierte, con cita a Castro y Bravo, que
su ámbito es más amplio.
174 Iñigo De la Maza Gazmuri

que lo que se vendía era el terreno completo y esto se explicaría porque los
compradores engañaron a la vendedora. Se tuvo, entonces, por acreditado
que los compradores se habían comportado dolosamente y que habían hecho
incurrir a la vendedora en un error obstáculo.
En este escenario, todo indica que quien merece mayor protección, aun-
que en abstracto pudiera afirmarse que no ha empleado el cuidado suficiente,
es quien padece el error. La razón es que, en concreto, esa aparente falta de
cuidado se explica por la apariencia que ha creado la otra parte.
Un ejemplo ha de servir para ilustrar el punto. Se trata de una sentencia
de la Corte Suprema de 4 de abril de 201648. Se trata de un caso en que lo
demandado fue la nulidad por dolo, sin embargo, la estructura del proble-
ma es la misma. En un contrato de compraventa, la compradora aseguró al
vendedor que era la titular del subsidio y se tuvo por acreditado que esta
información fue determinante para la voluntad contractual del vendedor, que
era falsa y que la compradora sabía que era falsa. La Corte Suprema, sin
embargo, consideró que la ignorancia del comprador era inexcusable pues:

“Si para un potencial contratante tiene importancia la afirmación que recibe del
otro, debe cerciorarse, al menos con mediana diligencia, de la efectividad de
lo afirmado, para que más tarde no pueda ser reprochado de que ‘nadie puede
ser oído cuando alega su propia negligencia’”.

Desgraciadamente, no se puede estar de acuerdo con esta opinión49. La


razón es que, aun cuando, en abstracto, pueda estimarse de esta manera,
en concreto fue la conducta de la compradora la que provocó el error del
vendedor al crear la apariencia de que era titular del subsidio.
El cuarto escenario ya no se refiere a supuestos de acción, sino de
omisión. Y tiene lugar cuando el destinatario de la declaración sabe que
la otra parte está padeciendo un error y no lo saca de él. La adjudicación
del riesgo del error depende en este caso del espinoso tema de los deberes
precontractuales de información.  En otro lugar me he ocupado de estos
deberes con mayor detención50. Aquí bastará con advertir lo siguiente,

48
  Rol Nº 2228-2013.
49
  He desarrollado mi opinión al respecto en De la Maza, Iñigo, cit. (n. 37).
  Ver De la Maza Gazmuri, Iñigo, Los límites del deber precontractual de información,
50

(Thomson Reuters, Navarra, 2010).


La distribución del riesgo de las equivocaciones a través de la disciplina del error 175

no siempre existe deber de informar a la otra parte que está padeciendo


un error, por lo tanto, si no existe dicho deber, nada hay que reprochar al
silencio del destinatario de la declaración y, por lo mismo, el riesgo del
error debe recaer sobre el errans, pues a él sí que se le puede reprochar su
negligencia. Si, en cambio, existía un deber de informar, habrá que con-
cluir que quien calló deliberadamente con el objeto de mantener a la otra
parte en el error incurrió en dolo por omisión. De esta manera, habrá que
comparar la conducta del errans negligente con la dolosa del destinatario
de la declaración. Y, en esa comparación, todo indica que parece deseable
preferir la tutela de quien fue negligente. Rojo Ajuria lo ha señalado con
corrección, indicando que la excusabilidad del error:

“trata de evitar que alguien saque provecho de su negligencia ‘en perjuicio de


la otra parte’. Lo cual es muy sensato cuando la otra parte es inocente, pero
sorprendente cuando la otra parte ha actuado dolosamente”51.

Pues bien ¿qué puede concluirse respecto de la excusabilidad del error?


La respuesta, probablemente, es lo mismo que, en general, puede concluirse
de este trabajo y es que la descripción del error como un mecanismo de
tutela de la voluntad interna de las partes es extraordinariamente engaño-
sa. Es cierto, existe un cierto compromiso con dicha tutela, pero es uno
solo de los múltiples compromisos que asume la disciplina del error. Por
lo que toca a la excusabilidad, resulta sencillo advertir que otros criterios
que se utilizan para distribuir el riesgo de la información defectuosa son
la autorresponsabilidad52, la protección de la confianza y una cierta lealtad
que exigen las negociaciones de los contratos.

Conclusión

La finalidad de este trabajo ha consistido, de una parte, en mostrar por


qué la mejor caracterización del error es como un mecanismo de asignación
del riesgo de información defectuosa y no como un mecanismo de tutela

51
  Rojo Ajuria, Luis, El dolo en los contratos (Madrid, 1994), p. 244.
52
  Ver, por todos, Cariota Ferrara, Luigi, El negocio jurídico (trad. M. Albaladejo, Aguilar,
Madrid, 1959). p. 53; y Betti, Emilio, Teoría general del negocio jurídico, (trad. A. Martín
Pérez, 2ª Ed., Editorial Revista de Derecho Privado, Madrid, 1959), p. 326.
176 Iñigo De la Maza Gazmuri

de la voluntad interna de los contratantes. Por otra parte, he intentado


mostrar cuáles son los criterios que se emplean para asignar el riesgo. Al
concluir con esta tarea me siento tentado a compartir una conclusión del
profesor Morales Moreno y es que el error que vicia el consentimiento es
excepcional53.
Si esto último correcto, entonces también ha de ser cierto que, al menos
desde la perspectiva del error, la protección de la voluntad interna en los
contratos resulta excepcional. Y siendo así existe una sola forma de afirmar
que la función del error es proteger la voluntad, y consiste –paradójicamen-
te– en afirmar que protege la voluntad declarada, aun cuando eso signifique
sacrificar la interna.
Esto no sólo tiene interés desde la perspectiva del error sino que, creo yo,
resulta relevante para el derecho de contratos en su conjunto pues nos ayuda
a entender el real peso que tiene la voluntad en el contrato y nos fuerza a
pensar qué es exactamente lo que queremos significar cuando afirmamos que
un contrato es un acuerdo. Y, muy probablemente, lo que queremos señalar
es que es un acuerdo en el sentido de que dos declaraciones de voluntad se
encuentran y que lo que suceda con las voluntades internas, con bastante
frecuencia, resulta irrelevante.

53
  Morales Moreno, Antonio, cit. (n. 4), p. 218.

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