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27782-Texto Del Artículo-27801-1-10-20110607 PDF
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Rafael Boda Calvo Expemiermcia simnb&ica en San Juan
entienden.. .9. Con este horizonte de expectativas, muy poco se puede aportar a una
interpretación profunda y positiva de los símbolosy las imágenes poéticas de San Juan
de la Cruz. Por eso Dámaso Alonso, en quien se ftltra este prejuicio del «religioso
terrorn, al tratar de ceñir su obra La poesía de San Juan de la Cruz (Desde esta
ladera)4 a lo humanamente comprehensible, se centra únicamente en aspectos de
tradición y estilística y no profundiza apenas en el análisis simbólico e imaginario. La
ladera desde la que mira Alonso es la humana, diferenciada radicalmente de la cima
espiritual de los poemas, cima inalcanzable para los no iniciados en el misterio. A
pesar de ello, Dámaso Alonso elaboró en su “terrible y bellísima primavera de 1942”
una de las más hermosas obras sobre la poesia de San Juan de la Cruz. Impregnado del
mismo dualismo excluyente de lo espiritual, aunque no por prejuicio religioso, discurre
el estudio de Jorge Guillén: “Lenguaje insuficiente, San Juan de la Cruz o lo inefable
místico”. Guillén es tajante: «el poeta canta en términos humanos de suerte que
seduzcan por sí solos, porque el sentido místico-alegórico permanece fuera, anterior
y posterior a la obra misma, a su propio ser poético... Atendamos, pues, en la lectura
del poema a sus únicos valores, los simbólicos, dentro de una atmósfera terrestre, sin
pensar en las posibles alegorías conceptuales, por completo —o casi por completo—
extrañas a la armósfera poética»5. Toda esta tradición presenta la ini siria limitación;
en palabras de Valente: «Visión fuertemente reductora de lo humano la que el
dualismo de esta crítica impone, para constituir apane el reino —¿antagónico?,
¿complementario?— de lo espiritual»6. Esta tradición de crítica dualista ha llegado
hasta nuestros días. Antonio Prieto, por ejemplo, en su extensa monografma de la
poesía del siglo XVI español, del año 1987, sigue distinguiendo entre «receptor
normal» que «no siente o experinienta aquel estado místico del poeta ni su
experiencia con el material poético que lo comunica, sino una poesía con la ya
encadenada emotividad de sus palabras», y un «receptor extraordinario», como seria
Ana de San Bartolomé, compañera de Teresa de Jesús e iniciada en la teología mística
de San Juan’. También Domingo Ynduráin es heredero de esta tradición crítica, y
rechazando todo espiritualismo, interpreta y comenta el “Cántico Espiritual” como
SanJuan deja Cruz, su obra científica y su obra literaria, 2 vols., Madrid, 1929,
vol. 2, p. 69.
La poesía de San Juan de la Cruz (Desde esta ladera), en Obras completas II.
Estudios y ensayos sobre literatura (Primeraparte: desde los origenes románicos Imastafinales
del sigloXVI,>, Madrid, 1973, pp. 871-1075.
‘A. Prieto, La poesía española del siglo XVI, vol. II, Madrid, 1987, p. 754.
N López Castro, Sueña de vuela. Estudias sob,-e San Juan de la Cruz, Madrid,
1998, p. 48.
sabemí decirmne lo que quiero», o cuando el A,mmado conjura a los seres va los elemnentos
para que la amada duenna cmi esa plácida amiiqtíilación de la unión mística (estrofas 20
y 21). Y todo esto lo dice San Juamí sin un solo balbuceo, con un vigor y una fmrmueza
dc expresión que parece que el verso haya salido solo, a pesar de haber sido construido
con el trabajo y la paciencia de un verdadero artesano. Y es que San Juan debió de ser
tía trabajador incansable de sus versos.
El símbolo y la imagen poética, en San Juan o en quien sea, dicen un más allá
dcl sentido común o cotidiano de las palabras, pero no las destruyen ni las sumergen
en el vacío o en el silencio. Ese más allá que alcanza el símbolo, esa densidad
imaginaria y fantástica se provecta desde las palabras no destruyéndolas o
aniquilándolas. sino imupulsándose en ellas ya través de ellas hasta el «hondón del
alma». Carlos Bonsoflo lo ha visto claro desde hace ya bastantes años, y resulta
extraño e inaudito que en los últimos tiempos mnuy pocos hayan tenido en cuenta sus
sugerencias. Bousoflo, como consecuencia de sus estudios acerca del irracionalismo
en poesía, anticipaba la posibilidad de seguir las imágenes poéticas dcl místico hasta
el inconsciente, para desentrañar a la luz de éste sus «imágenes visionarias» y sus
símbolosmo. Antonio García Berrio. en sus penetrantes reflexiones en torno a la
poeticidad imaginativa, explica: «Los símbolos somí.. los integrantes de una semántica
-
> ludas las citas dc Saa Juan de la Cruz proceden de O/sí-as completas, cd. de 1...
Ruano dc la Iglesia, Madrid, BAC., 1994m4 (rciníp.). l’arto siempre de la redacción definitiva
dcl Cántico espi;-iteal (CFI), dc 40 estreñís.
cosas, nos dice la belleza sí solios jóvenes. el paso del tiempo si somos viejos. En el
poema de San Juan de la Cruz el descubrímniento de la amada al verse reflejadaen los
«semublantes plateados» del agua revela el abismno de tinieblas que es lo absoluto, la
llama de Dios ardiendo en las entrañas5.
Bachelard habla del narcisismuo cósmico enfrentado al narcisismo egoísta.
Acerca del primero dice: «Pero Narciso en la fuente no está entregado tan sólo a la
contemplación de sí mismo. Su propia imnagen es el centro de un mnundo. Con Narciso,
por Narciso. es todo el bosque el que se mira, todo el cielo el que viene a tomnar
conciencia de su grandiosa imagen». Pero mnás al caso vienen las reflexiones de
Bachelard en torno a «las aguas profundas»: «En esta contemplación en profundidad,
el sujeto también toma conciencia de su intimidad». Esta contemplación es «una
perspectiva de profundización para el mundo y para nosotros mismos. Nos permite
Inantenernos distantes ante el mundo. Delante del agua profunda, eliges tu visión;
puedes ver, según te plazca, el fondo inmóvil o la corriente, la orilla o el infinito;
tienes ci amubigno derecho de ver y de no ver.. .»‘~. Gilbert Durand, hablando de las
«intenciones purificadoras» que se condensan en el arquetipo de (<la limpidez del agua
lustral», dice: «El agua lustral es el agua que hace vivir mnás allá del pecado, de la
carne y de la condición mnortal»m7. La amada del “Cántico” encuentra ese mnás allá de
la condición mortal en su propio interior, y lo descubre en el propio reflejo de su rostro
en las aguas puras y lustrales de la fuente, en su propia mirada. Tras la lectura y
comprensiónde estas estrofas, ya no podemos confonnarnos con una lectura del poema
«desde esta ladera», comno si todo lo que pudiéramnos saber del “Cántico espiritual”
fueran amnores humnanos y terrestres. Comno en la mirada de la fuente queda
esclarecido, todo es interiorizado en la poesía de San Juan de la Cruz hasta el punto
de que el lenguaje se desautomatiza y adquiere nuevas funciones simbólicas. Desde
este símrmbolo de la «cristalina fuente» ya no nos queda más remedio que buscar un más
allá de sentido en las palabras, una visión superior y profunda en las imnágenes
desplegadas por el fabuloso poeta que es San Juan de la Cruz, imágenes simnbólicas que
remiten a impulsos animicos y espirituales, interiores.
El símbolo que más ha desarrollado San Juan es el de la noche. Vertebra la
obra en prosa muas extensa y la primnera que eínpezó a redactar: Subida del Monte
‘El símbolo del espejo cuenta con amplia tradición en las misticasjudia y sufm. Véase
como mmmestra el siguiente fragmento del Za/mar citado por Cilveti: <Cuando Adán, nuestro
primer padre, moraba en el jardín del Edémi, estaba vestido de luz divimia, como los hombres del
cielo.. Por muedio de este vestido puede (el homímbre) gustar el gozo de los escogidos y
contemimplar el rostro del ‘‘Brillante Espejo” (reflejo de IJios)», AL. Cilvetí, ]nu-aduccióí, a la
ntrtica española, Madrid, 1974, p. 57.
< O. flachelard, El agio y los sueños, trad. de Ida Vitale, Madrid, 1978 (reimp.
994), pp. 44 y 83.
Carmela: tamubién Noche oscura; es el verdadero resorte del poema “Noche oscura
y aparece muencionado en el “Cántico espiritual” y en las declaraciones tanto dcl
“Cántico” comno de “Llama de amnor viva”, así como en otros escritos breves. La noche
es el espacio de la oscuridad en el que cl mundo se suspende, todo desaparece y uno
mío pímede hacer otra cosa que volverse hacia sí mísíno y adentrarse emm los abismos dcl
ser para perderse en lo absoluto que se abre en el alma. Durand articula la
arqimetipicídad del régimen nocturno de la imaginación a partir del descenso suave
hacía cl placer de lo absoluto. En el ensueño nocturno se abre la posibilidad de sentir
el «toque delicado» de Dios. Es la noche del poema “Noche oscura” por la que se
adentra el alma en una aventura vertiginosa de vacío. La amada escapa de la seguridad
de la casa, tan cotidiana, tan conocida, y se adentra en el espacio inforíne de la noche.
La noche es misteriosa, impredecible. La escapada de la amada es todo un viaje hacia
lo desconocido, hacia el afuera. La noche es una tiniebla radical y el mundo ha
desaparecido: nadie puede ver a la amada que caluma a ciegas a través de la noche,
y la amada nada ve en su ceguera de amor. Esta ceguera tenebrosa al principio causa
muiedo y terror, porque el individuo en la oscuridad se siente indefenso y abandonado.
Así lo dice San Juan mismo en los comentarios en prosa: «La primera purgación o
noche es amarga y terrible para el sentido.. La segunda no tiene comparación, porque
-
es horrenda y espantable para el espíritu» (Noche oscura, VIII. 2). Pero tras haber
superado ese terror inicial, la noche se abre serena a la unión amnorosa y al placer. «En
la metáfora tan célebre de la “noche oscura” de San Juan de la Cruz, dice Duraud, se
adviene con claridad la fluctuación del valor negativo al valor positivo concedido al
símbolo nocturno»’8. Esta vía negativa de aniquilación del inundo en la noche, aunque
al principio terrible, acaba en la unión luminosa conviniéndose en positivo sosiego y
placentero descanso. Durand define esta «inversión enfemizante» como un «proceso
de dable negación». Como señala García Berrío, «ni siquiera la iluminada
sensibilidad del místico arranca vislumbres, ni claridad de formas entrevistas a la
imaginación imposible de la noche. No habiendo en ese espacio nada hostil —“Oh
noche amable más qtme el alborada”—, su impenetrabilidad fantástica resulta
absoluta». «La poesía nocturna universal, entre la que sepcrfmlan como momentos muy
característicos la de los muisticos y la de los poetas románticos, no representa sino la
paradoja de un día inextinguible en esperanzas y nostalgias»tm9. La nostalgia es la del
origen divino. e! ser en lo absoluto previo a la existencia: la esperanza es la de volver
a lo absoluto divino como una vuelta al origen mediante la unión mística en la noche.
Esa unión entre la amada y el amado se produce fmnahnente en lo alto de la almena
(estrofa 7 dc “Noche oscura”), donde tras el toque de la mano del amnado (Dios) la
amnada pierde cl sentido y se pierde en una especie de sueño o dc muerte prodigiosa.
El contacto (el toque del amado, ella reclínándose sobre el pecho de él) es
imporlantísimno. El contacto simbolíza la entrega y la salvación. El abrazo de los
enamorados. ese abrazo en el quela amada esparce los cabellos del amnado y él acaricia
delicadamnente el cuello de ella, es la primnera tomna de contacto real, mnás allá de
anhelos y esperammzas pasadas. En ese abrazo se pierde la propia identidad y se
participa dcl otro. La amada deja de ser en sí, muriendo, y empieza a vivir nueva vida
en cl amnado. que es Cristo-Dios, que es lo absoluto, la inmensidad del afuera. Es un
entregarse. un darse mnás allá de cualquier egoísmo (en sentido literal):
Quedémne y olvidéme
el rostro recliné sobre el Amnado:
cesó todo, y dejéme
dejando mni cuidado
entre las azucenas olvidado.
nada - nada miada. nada». Para ser todo (en Dios) se ha de ser nada (comno homnbre).
-
La visión de Dios, la muás perfecta unión en su ser divino, reconoce San Juan
que no es posible en esta vida, sino en la otra. El camino de Cristo implica morir en
sacrificio para renacer de nuevo en la gloria de Dios. Dice así en la declaración de
Llamo de ornar viva (1. 30):
En eMa obra. Sa,m Juan llega a formular peticiones a Dios para que acabe con
su vtda y le permita así entrar en el reino absoluto de la otra vida (1. 36):
¡Oh. quién pudiese dar a entender hasta dónde quiere nuestro Señor
que llegue esta negación! Ella, cierto, lía de ser como una muele y
aniquilación temporal y natural y espiritual en todo, cts la
estimación de la voluntad, en la cual sc halla toda negaemon.
Ese volver a vívír vida ííueva en Dios requiere una vida espiritual dedicada
a la purgación y meditación, que es lo qmme el santo trata x’ describe fundamentalmente
en sus obras mnás doctrinales: la Subida y la A’oclae. La influencia de la vida de Cristo
es esencial en la teología muistica de San Juan. Su obsesión por el momento de la
mnuerte en la cmz es manifiesta a lo largo de sus escritos, pero sobre todo en su dibujo
del “Cristo de la cruz” y en el poelmia “El pastorcico”. El conocidísimno dibujo dcl
Cristo de San Jtman es soberbio: expresión de la muerte de Cristo contemplada como
desde un vuelo. El poemna “El pastorcico” se cierra con una estrofa estremecedora de
lo que parece un suicidio, imna muerte volumítaria:
sentir dolor ni nostalgia de lo que deja atrás. Y con la esposa ya dorínida en “este
suave sueño de amor” (CE. XX y XXL 19). se alcanza por fin la uniómi en la estrofa
22:
Entrado se ha la esposa
en el ameno huerto deseado,
y a su sabor reposa.
el cuello reclinado
sobre los dulces brazos del Amnado.
223 C. Nieto,Mis;ico, poeta, rebelde, santo: en moma a San Juan de la Crin, Madrid,
l982,p. 109.
23 A. L. Cilveti, Introducción a la rústica españala, Madrid, 1974, p. 37, Esta
distinción entre la introversión y la extroversión como mareas diferenciadomas de dos
expcrieacias milísticas opuestas la apunta ya linamntmno al comparar la «ellorescencia religiosa»
italianmí con la española. Según mnigtmel de Ummamtmno, el <¿Pobrecito Asís... No se mete en stm
altmna, sino qtme se derrania fimera, amando con ternura a la Natrmraleza, liemíamia de la
Htmmnanidad. Canta a las criaturas, y srm Dios quiere mnmsermcordia muás que sacrificio..>,. En el
mistimzismo castellano, en cambio, comenta Unamuno que es caracteristico «el qníerísnmo egoísta
pues. siendo cierto que San Juan de la Cruz lía omnitido toda alusión a la anatomnia
Imumnana. a pesar de la sensual riqueza de imnágenes con que aparece descrita en el
Cantor de los Con tares, y siendo cieno que este «filtro» ascético-míslico desvia esta
sensualidad hacia el paisaje y el entorno... ¿cómo se puede asimilar este paisaje, este
entorno rezunlante de belleza y sensualismo, a la experiencia mnística de introversión
y de vacío? En el caso de la experiencia mística de extroversión es muy sencillo: San
Francisco de Asis mio tiene mnás que exaltar la belleza de las criaturas. del hermuano sol.
de la hermana luna, del hermuano viento.., porque al hacerlo está exaltando al
mismísimo Dios. Pero San Juan de la Cruz, en su experiencia mística de introversión.
tras preguntar a las criaturas en el “Cántico Espiritual” por el amado, éstas no sabemí
responderle. y déjale «muriendo /un no se qué que quedan balbuciendo» (estrofa 7),
Al buscar a Dios en el «hondón del alma» (en ténninos de Santa Teresa) las criatríras,
el paisaje, a pesar de su hermuosura, no son indicios suficientes de la divinidad. Por eso
la amada dice en la estrofa 6 al amado Qios)): «no quieras enviarme ¡de hoy más ya
muensajero. ¡que no saben decinne lo que quiero». Se encuentra entonces San Juan en
una tesitura dificil: tiene que expresar una experiencia límite y absolutamente interior
y no cuenta muas que comí el mundo exterior que captan sus sentidos. Entonces se obra
el prodigio. San Juan de la Cruz, con una sutilísimna y genial capacidad poética x’ muía
imaginación sorprendente. decide mnirar con el nímna, oler con el alma, tocar con el
alína.. El espíritu dc San Juan. amíticipándose a la revolución artística del
romnanticísíno. decide filtrarse en todo aquello que capta para simubolizarlo en pulsiones
y anhelos aníniicos. Rompe en miles de trozos el espejo que usaba San Francisco de
Asís para reflejar las maravillas del ínundo creadas por la grandeza de Dios, y
enciende la lámpara de sus entrañas, la «llama de amor viva» que late en lo más
profundo de su ser creador, y con su propia luz ilumnina un mnundo qtme estaba a
oscuras, y lo ilumina a golpes de alma y subconsciente, y lo crea de la nada commío sólo
los dioses son capaces. Y así, en las estrofas 14 y 15, tras encontrar al amado después
de una búsqueda angustiosa y terrible en la primera parte del “Cántico”. San Juan. la
amada, canta un himuno soberbio:
del abismarse e:: la míada». «Dcl italiano brotó el arte popular de las Florecítas y de los juglares
de Dios...; el míucstro dio los conceptuosos autos sacramnemmtales o las simUles y ardorosas
camiciones de 8am: Juan de la Cruz. Giotto, Fra Angelico... pimitaromí comí las castas tintas del alba,
con los arreboles de la aurora, el azul inmaculado del ciclo umubrio y el oro del sol figuras
d ulcísínmas e atamm ti les ea c¿nmípo cliáIhno; Ztmrbarán y Ribera dibujaron a tonnentados
anacoretas,.. Cierto es ~ el misticismo italiamio llorecié en el siglo XIII y cm: el XVI el
mínestro:>. ‘‘De muistica y lummanisaío’, En tonta ol casticismo, Madrid, 1998<2, tilí. 132—133.
la noche sosegada,
en par de los levantes del aurora,
la música callada,
la soledad sonora
1-a cena que recrea y enamora.
Aqul aparecen muontafias, valles, ríos.., pero es tal la fuerza simbólica y tal la
24, que todo se adelgaza en una riada invisible
profundidad visionaria de las imágenes
de sensaciones anímicas en el espíritu lector: inmensidad, paz, sosiego. soledad,
silencio, armonia, sustancía... Y todo proyectado desde la propia presencia muaterial
de las palabras, que parece como si se ablandaran en el susurro de las eses y en el
romironeo dimíce de las eres... Y todo es prodigio. San Juan habla de muontailas y
nosotros sentimnos algo muás allá de las montañas. habla de ríos y sentimnos un más allá
de los ríos. Eacíxelard: «Y en la poesia, el compromiso dcl ser imaginante es tal, que
ya no es el simuple sujeto del verbo adaptarse. Las condiciones reales ya mio son
determinantes. Con la poesía, la imagimíación se sitúa en el margen donde
precisamente la función de lo irreal viene a seducir o a inquietar —siempre a
despertar— al ser dormido en su automatísmno. El muás insidioso de los automatisluos,
el automnatisíno del lenguaje, no funciona ya cuando se ha penetrado emí el terreno de
la stmblimación pura. Vista désde esa cimna, la imnaginación reproductora ya no es gran
cosa»”. Y San Juan. como mnístico y poeta (ambas cosas a la vez), mira desde la cima
y desde la cimna rompe el espejo de «la imaginación reproductora», e inventa, mnediante
palabras creadas a la vida y a la voz (no destruidas en el silencio), todo un universo de
emociones, anhelos y esperanzas que alcanzan st> más sutil y acertada expresiónen las
imnágenes poéticas. Los objetos de la realidad se ponen así al servicio de lo espiritual
adquiriendo un significado no denotativo, sino simbólico.
Hemos visto ya dos simubolos que eufeniizan la muerte en la fe: la noche y el
sueño. La amnada se emnrcga a la aventura de la noche porque sabe que hay un alba
lumnimioso en Dios. No imuporta muorir cuando de verdad se tiene fe y esperanza en ser
cmi Dios en la otra vida. Tamnpoco importa entregarse al sueño cuando vela el amado
Dios y protege con su abrazo infinito e inmenso. El tercer gran símubolo de destrucción
y mnuerte que encontramos en San Juan es la llamna: el fuego purificador. En el poemna
‘Llammia de amrmor viva” el fuego muata y matando purifica el alma y la predispone para
acceder a la otra vida, participando con la divinidad («matando muerte en vida la as
24 Carlos Botmsofio comnenta muy bien estas estrofas desde la perspectiva de su teoría
de la expresión poética. Tras cl co,nemmtarío conclrmye: «Y es que San Juan, simm buscarlo, comno
ocurre a la postre en toda ocasiómí tratámidose de arte, simio al revés, forzado por la inefabilidad
de los estados mnisticos, según él mismno míos deja entemíder... como poeta encontró algo que
comistitimia nada menos qtme tmna genial revoluciómí, sólo repetida cmi grande y de modo sistemnático
en la époc¿m contemporánea. Y ese algo que encomitró lime nada mnemios que los imágenes
visionarias y los simubolos; ellos es, rmn nuevo comícepto de lo que poesía sea>,, op. ciA, a 287.
trocado»). El poeta alaba la llama divimía que hiere pero que ímo duele, porque da la
verdadera vida, y termina por pedir la iiiuerte:
más st,íil eleva cl vuelo lírico del «espesor imuaginario» del poema. Me refiero al
úllimuo verso: «y pasaré los fuertes y fronteras». La experiencia mnística. tal y como la
entiemíde San Juan y ya liemos apuntado, se basa en una negación del propio yo hasta
el límnite de muorir en esta vida para vivir en la otra vida divina. Esa otra vida divina,
la del muás allá, es lo qtme podemnos definir comno el afuera, el otro lado inefable e
invisible de las cosas. Así lo entiende tamubién San Juan en Noche oscura, donde en
una -anticipación genial de cinco siglos dice: «Porque, como esta alma había de salir
a hacer un hecho tan heroico y tan raro, que era unirse con su Amnado divino afuera,
porque el Amnado mio se halla sino solo afuera, en la soledad...» (XIV. 1). Y retomando
cl comentario de la imaginación espacial en el “Cántico”, podemos ya relacionar este
dinamnismno de las primueras estrofas con el ir del dentro al afuera, de lo propio a lo
ajeno en una búsqueda límite. Fundirse con el afuera en la unión muistica, ese es el
anhelo del alína. Ese afuera que San Juan simbolizaba en la noche oscura ahora se
simuboliza en la tierra que hay muda allá de los fuertes y fronteras. Las fronteras señalan
los límites del territorio patrio: más allá de esos limites los parajes son desconocidos,
las lenguas variadas y las culturas extrañas. Los fuertes y los castillos están en la
frontera defendiendo cl territorio propio, pero más allá de las fronteras no hay fuertes
que den seguridad ni protejan al viajero. El viaje es así un viaje a la tierra de nadie,
tierra peligrosa y salvaje donde buscan fortuna los mercenarios y cobijo los criminales.
Más allá de las fronteras está lo desconocido, el muisterio... ese es el fundamento de los
viajes iniciáticos, tan prolijos en la literatura de todos los tiempos, incluido el descenso
a los infiernos. Pero el pensamiento moderno y místico de San Juan lía transformnado
el infierno muedieval de Dante en el espacio absoluto de la nada. En la estrofa dc la
«cristalina fuente» habíamos descubierto que la búsqueda de la amada es tína búsqueda
interior. Releyendo esta estrofa desde esa interiorización que exige el poema, los
fuertes y fronteras aparentemente reales se transforman en símbolos del límite de lo
real existente. Las fronteras de San Juan son las que separan el mnundo terrenal y
existente del esencial y absoluto mnás allá, de lo trascendente, Vemos, pues, cómo desde
el principio el juego de las imnágenes espaciales va trazando el desarrollo del proceso
muistico del “Cántico”.
Tras varias estrofas de protesta y queja de amnores, y tras rechazar la visión
del mumido en su hermnosura como vía de acceso a la divinidad, el dinamnísmo
deambulante de la amada se frena en la llegada a la «cristalina fuente», donde se
produce el asomubroso descubrimiento del abismno interior en el fondo del cual aguarda
la llama de Dios. Entonces el movimiento horizontal de la búsqueda de las primneras
estrofas se conviene en un movimniento vertical y ascensional. Cesa aquí la vía
purgativa de la teología muistica y comnienza la vía ilumuinativa, pues todo
descubrimuiento, como el de la fuente, es una ilumninación. El muovimniento ascensional
lo expresa San Juan divinamente en la estrofa 13, cuando la amnada, tras contemuplar
los ojos anhelados de Dios reflejados en el agua, exclama: «¡Apáflalos, Amado, ¡que
voy dc vuelol». Tamubién se llama a la amnada palomna, y se cita un otero hacia donde
remonta el vuelo en busca de su Dios. El otero simboliza cimna y elevación, y es donde
se enctmentra el ciervo que en la primera estrofa aparece identificado con el amado,
Cristo. La amada (el alma) en un vuelo ascensional se remonta hasta lo alto de la
cmma, la región aérea y celeste donde le espera la zarza ardiente, la llamna divina26.
Desde esta posición de altura, desde la cima del tenor, la amada cabra las estrofas
14 y 15 (“Mi Amnado las montañas...”), donde un mundo simbólico y divinizado parece
comno visto desde una altura celestial. El alma ha recibido va la ilumninación divina y
ha remontado un vuelo visionario contra toda ley de la naturaleza.
El dinamisíno horizontal que ha presidido el desarrollo del poemna hasta la
fuente cesa, y las estrofas se suceden a partir dc aquí envueltas en un estatismno que
anticipa la proxirímidad de la unión. simubolizada. corno ya herimos visto, por el acto de
dormuirse entre los brazos del amado. De aquí a la estrofa de la unión muistica y el
muatrímnonio espiritual, la estrofa 22, los muonólogos de la amnada y el amuado preparan
el espacio niítico-simbólico de la unión. El monólogo de la amada, tras el himnno
entonado en las estrofas 14 y 15, se extiende desde la 16 hasta la 19. Estas cuatro
estrofas presentan una unidad estructural basada en las imágenes del espacio intimno
y protector donde ha de tener lugar man amoroso encuentro, espacio de paz y bondad
que se contrapone al espacio agresivo y violento que lo cerca y lo amnenazatm7. En la
estrofa 16 el espacio íntimo y secreto está simubolizado por la viña florecida, mientras
que el espacio agresivo que se extiende más allá dc la viña aparece sirmíbolizado en las
raposas y los curiosos que pudieran aparecer en la muontiña. Para proteger la intimidad
de la unión amorosa, la amnada pide que las raposas sean cazadas y que nadie aparezca
en la muontimia. En la estrofa 17. e! elemento agresivo es el cierzo, viento destructor, y
el elemento beneficioso es el austro, aire suave y fresco. La amada ordena al cierzo que
se detenga. para proteger así la intimidad apacible de su huerto, mientras que invita
al austro a recorrerlo suavemnente y esparcer por él olores agradables y bienestar. En
la estrofa 18, el espacio intimo es el interior de la ciudad rodeado de murallas, comno
~Como explica Durand, emi el empleo simnbólico-subconsciente del motivo del pájaro,
«El pájaro es desanimalizado en beneficio de la thncián. Umía vez más, no es el sustantivo a lo
que nos remite un símbolo> sino al verbo. El ala es el atributo de volar, no del pájaro o del
insecto. [..,] La causa final del ala, como la de la plímma... es el amígelismno. En cuamíto a la
paloma, pájaro de Venus, aunqtme a memmdo parece implicada cml un contexto sexual..., ¿mo deja
de ser por ello el pájaro del Espíritu Santo... Aunque jtmega un papel sexual en la mitología
cristiana, este papel está nítidamente sublimado: el tislismo con que a veces está cargado el ave
no es más qtme un falisíno del poder, de la verticalizació::, dc la sublimnació:: y, aunque el vuelo
vaya acomupañado de la voluptuosidad, es, como observa l3achelard, una voluptuosidad
purificada... Por este motivo, la paloma, y el pájaro en general, es puro símbolo dcl Eros
sublimado.,. La ensoñación del ala, del vtmelo, es experiencma :magmnaria de la materia aérea,
del aire —jo del éter!—, sustancia celeste por excelencia», op. ci!., pp. 123s.
El alma, pues, todavía pena algo por seguir viviendo encerrada en el cuerpo
y en este inumido, pero lía llegado a tal grado de perfecciómí en el tioveno grado de la
escala de amor divino, que ya sólo vive por Dios y para Dios, indiferente de las cosas
del mando y esperando la mnuerte, que es vida en la otra vida y unión verdadera por
participación. Esta enajenación de las cosas del mundo, puesto todo el vivir en la
esperanza de la muerte feliz, la expresa San Juan muaravillosamuente en las estrofas 28
y 29, donde la amada, ya sin las responsabilidades banales y imiundanas de los
hombres, con la mirada del alma que pasa sobre las cosas como desinteresada y sin el
egoísmo de poseerlas o simuplemnente tocarlas, dice: «ya no guardo ganado, ¡ ni ya
tengo otro oficio. ¡ que ya sólo en amar es mi ejercicio». Y ltmego avisa a los hombres
de este mundo para que no se extrañen sí de pronto ya no la vímelvemí a ver en el ejido,
porque entonces habrá muerto, y perdida en Dios y ganada en eternidad, habrá pasado
a muejor vida: «Pues ya si en el ejido/de hoy muás no fuere vista ni hallada, ¡diréis que
mue he perdido,! que, andando enamorada, ¡ mc hice perdidiza y fui ganada». Hemnos
pasado de los tiempos verbales en pasado de las estrofas anteriores, en las que la
:mmnada recordaba con agradablesaboraquel momento de la primera unión en el lumerto.
a este futímro de stmbjuntivo («fuere») que emícierra toda la esperanza en la numerte
próxima de este estado intermuedio entre La perfección espiritual y la vida beatífica. La
amada dice que ya no será vista nunca irás, porque cmi esa definitiva y verdadera uniómí
comí Dios que espera, la muerte no será ya simbólica, no será cufemnizada en un plácido
stíciio de amor, sino qtme ya no regresará de la interior bodega (alma) a la anchurosa
vega (mundo terrenal). Será tal el abismuo abierto en el centro de su alma, que se
«desatará del cuerpo», como en alguna ocasión dice el santo, y abandonará el mundo
para sieínpre perdida en la nada divina del afimera. Y así se van sucediendo las
siguientes estrofas, mostrando todavía la amada los temores propios de saberse tan
cerca de la unión beatifica pero sin alcanzarla plenamente en esta vida. Yen la estrofa
33 («No quieras despreciarmne...») le expresa la esposa al amado esos temnores, pues no
quiere después de tan dulce unión espiritual volver a sentirse abandonada comno al
principio del poema. Pero el amado la tranquiliza confesándole su amnor (estrofa 34)
ya abiertamente, lo que en sentido muistíco viene a ser comno decir que es tal el estado
de perfección del almna que ya Dios la ama tanto que estará con ella hasta el día en que
la mate defmnítivamuemite y la absorba en la totalidad de su inínensídad: «y en soledad
la guía 1 a solas su querido, 1 también en soledad de amuor herido»,
Y así, sabiendo por boca del propio amado la esposa que ya no vive su propia
vida, sino en la voluntad del otro, la entrega ya es definitiva y la enajenación de las
cosas del muundo casi total, El almna del muisrico, a estas alturas, está ya tan al otro lado,
tan en el aftmera, que apenas siente ni padece las cosas de este mnundo, Sólo desea pasar
cuanto antes este últimno trecho de vida para dejarse arrastrar a la divina unión por
participación en Dios, Desde la estrofa 35 hasta la 40 se derraíua la últimna parte del
“Cántico” hasta el silencio final en antielímnax, De aquí al final vuelve San Juan a dar
munestras de su genial dominio poético de los espacios imaginarios. Tras la certeza
definitiva de la perfección alcanzada por la propia comunicación recibida del esposo
Cristo en las estrofas 34 y 35, la esposa vuelve de nuevo a tomnar la palabra y a cantar
gozosamuente sus amores, y lo hace en presente de subjuntivo, tiemnpo verbal que se
proyecta potencialmente hacia un ficnro inmediato desde la esperanza de morir (vivir
en Dios) definitivamente. El alma ve próximna la munerte, la soledad abismal de la nada
que le permita vivir libremente en lo absoluto, en la muerte viva que es el reino de
Dios:
Gocémnonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte y al collado,
do muana el agua pura;
entremos mnás adentro en la espesura.
Nos encontramos otra vez con el San Juan más sugerente y simbólico. La
expresión«subidas cavernas» resume tanto el ascenso vertical del vuelo místico hacia
el espacio abierto y elevado de la inmensidad celeste como la interiorización y
profundizacién oscura del alma que se sumerge en la oscuridad cavernosa de su propio
yo hasta la aniquilación... aniquilación que llega definitivamente en la última estrofa
del poetna:
a la amada tras la muuerte. La soledad es absoluta. Nadie mira ese muomento porque
míadie puede verlo, porque todo acontece en la profundidad del alma, en el más
profundo centro del ser de la amada. El «cerco» y la «caballería» tienen clara
resonancia mnilitar, Tengamos en cuenta que todo el poema está recorrido por la
tensión, tensión que se mantiene siemupre altísima, acorde al ritmo más o menos
cambiante pero siempre intensísimo del poema. Pero de pronto, en estos versos finales,
se produce un anticlimax absoluto y radical. Y aquí es donde los términos de
resonancia militar adquieren su sentido profundo. La batalla ha terminado. El cerco
agresivo (mnilitar) de la vida terrestre, sentida ésta como un enemigo asfixiante que
amenaza constantemente la intimidad solitaria del almna vuelta hacia su abismo
interior de eternidad, con sus raposas y su cierzo muerto y sus iras simbolizando antes
dicho cerco, adopta ahora la imnagen de un ejército que se retira después de la intensa
lucha a la orilla de las aguas buscando un remanso de paz para descansar. Nuevamente
el sí mnbolo del espacio íntimo enfrentado al espacio agresivo exterior que lo amenaza,
como ya vimos en las estrofas preparatorias de aquella muerte cufemnizada en un sueño
cmi el huerto. Termina la batalla del muistico, se rompe el cerco de la vida y el alma,
desatada al fin, se sale del cuerpo. Pero ahora la unión se dirige a una muerte real y
no simbólica, Por eso aquella posibilidad de unión definitiva que se desprendía del uso
dc los verbos en subjuntivo o proyectados hacia el futuro no se explícita textualmente;
sólo se alude simbólicamente a cómo el cerco del mundo se desvanece, lo que supone
que el alma abandona el cuerpo y panicipa (ahora sí plenamuente) de la unidad esencial
de Dios. El poema se acaba y la voz del poeta con él: ya no dirá más.., aguarda el
blanco y mortal silencio del folio ya sin más estrofas ni versos, Tras el sentimiento de
ascensióny gozo constante de todo el poema, y en particular de las últimas estrofas,
de pronto aparece marcadisimo este descenso brusco de la caballería que sosiega el
cerco y se retira, El mundo ya no atormentará más ni limitará las ansias de vuelo de
San Juami. Ahora si que se puede decir que el alma de San Juan se sale de su cuerpo,
roto el cerco corporal y mundano, y se sumerge en la oscuridad inmensa de lo
absoluto, donde la llama infmnita de Dios todo lo ciega y oscurece. Ahora si que se
ptmede decir que San Juan de la Cruz ha muerto y que en el silencio y en la soledad más
absolutos vive vida beatífica en la muerte. No queda voz, no queda palabra que decir,
eso va no es cosa que importe. Este es el verdadero silencio de la escritura, no el que
la destruye paradójicamente. sino el que la precede y la sucede conmo la nada nos
precede y nos sucede a los seres. No es tan a-lógico y a-racional el “Cántico”, como
muchos mantienen para defenderposturas hermenéuticas y criticas originalisímaspero
de escasa productividad. Podemos hablar incluso de una lógica simbólica que da
coherencia al poema en la ordenación de las imágenes y de los símubolos y en el propio
desarrollo del teína, desde la angustia y el abandono del principio hasta la unión final
cii la muerte (que es vida beatífica en la cosmovisión de un cristiano fen’oroso).
pasando por los momentos de la iluminación ecl la fuente y el ermemientro en el huerto
con el sueño como símbolo eufemistico de la mmmerte. Y todo ello acoplándose
perfeclamente al proceso místico tal y como San Juan lo describe en sus escritos
doctriminIes.
ANGIIL E. GARRIDO-MATURANO
Universidad Nacional del Nordeste
61
AngeL E. C,anido—Malorano Cuamsdo dc la espina nacen rosas
~S1 - p. 157.
una idea sin fundaníemítarlas emí ella. Y. por otra parte, si encontramnos la razón de por
qué el Universo es comno es por qué Dios lavo que hacerlo así, entonces Dios sobra
y la razón basta. Si todo fuese cuestión de razón. «si todo fuese muatemuáticas», tal vez
Dios sobraría, pero nuestra conciemícia. que es el lugar últimno en el que seda lo que
se da. está transida de un elemnento irracional: la voluntad de eternidad, y Dios es
necesario para ese elemento irracional, para dar una razón de ser a la irracionalidad
de la voluntad de La conciencia.
¿Cómno llega. pues. Unamunno a este Dios conciencia personal, a este Dios que
sufre por nosotros y tíos da la vida eterna, al Padre de Cristo, ctmya revelación es
histórica y esperanzadora y no filosófica y racional? A Dios hay que btmscarlo donde
Él está, y Dios está en el interior de cada homubre, vive cmi la conciencia personal de
cada uno de nosotros y nosotros vivimnos en El. ¿Y en qué podemos fundar semejante
aseveración? Precisamnemíte sentintos (y no sabemos o podemos demnostrar) que Dios
está en nosotros, por La angusliosa necesidad qtme tenemos de eternidad, por el hamubre
de inínortalidad. por el hamubre de Dios que mios carcomue. Dice Unamuno, en lo que
constituye la tesis filosófica central Del Sentimiento Trágico de la J~ida: «[Dios] está
en nosotros, por el líamubre que de Él tenemos, por El anhelo, haciéndose apetecer»3.
Es el mnismno Deseo de Dios, el Deseo de lo Infmnito en lo finito que se expresa como
angustia, el testimonio vivo de la presencia de Dios en la volutítad del homubre; es Dios
en el alma bajo la forma de la necesidad de Dios. En efecto, este anhelo de eternidad
mnherente al hombre y expresado cmi el conalMg. es algo que el hombre encuentra en sí
sin haberlo puesto él en la conemencía. La conciencia en cuanto es quiere ser, y este
querer de eternidad le está ¿lado a la concmencma. Ella puede, por un muovimuiento
negativo, por una aberración afectiva e inauténtica de la voltíntad. mío asumnir, reprimuir
y hasta incluso negar ese deseo, pero. coirmo en los casos de los jimicios negativos, es
menester tener una idea de lo que se niega para poder negarlo. Así también es
menester haber sentido de algún modo el ansia de inínortalidad, para míegar
inauténticamente qtme ese ansia esté en nosotros. ¿Cómo podría decir alguiemí que
jamás lía sentido dolor, es decir, que no sabe lo que es el dolor (pues saber lo que un
sentimiento es sentirlo), que lo que siente ahora no es dolor’? ¿Cómo puede alguien
negar el hambre de inmortalidad, si no lía experimuemitado ya ese líamubre? Y esa
experiencia original del Deseo de eternidad, puesta en la voluntad con anterioridad a
la voluntad mnismna. es el sentimniento de Dios en miosotros. No la pnmeba de la existencia
de Dios, ni mnueho mnenos una idea de Dios. Es Dios haciéndose sentir en el Deseo de
Dios. Y, agregaría yo, esa anterioridad no durativa, esa anterioridad siempre presente
en la que el Deseo se puso en la concíencía. esa anterioridad no englobable por el
tiempo de la conciencia, es el testimonio sentido y mío simítetizado de la diacronía de
Dios, es decir, es el testimnoimio del paso de la eternidad a través (dió) del tiemupo
(chrónos) dc la conciencia. El hambre de inmortalidad no es sino la aspiración a ser
en esa diacronía que no dura ni acaba o. deberíamnos decir, a ser de otro modo que ser.
porque el ser lo es en el tiempo eNt~tico,
tSI ‘, p. 172
2.2 Fe y esperanza
regalará. mii por qtmé lo liará. mii cómo hará para conseguir el regalo. Esperanios ese
regálo immcicrto. porque tenemos confianza personal en El. La fe es, pues. cosa de la
volimotad. es el muovimiento de la volumitad no hacia umí objeto, sino hacia umia persona.
Esa fe de la voluntad susteimiada cml la comffmanza esa fe personal y no de adimesiómí
dogmática es la fe umiamnumíesca en el sentido del Universo: es la fe de quien tiene
confianza en qtme el Umiiverso es para algo (aun cimando no conozeamnos ese algo mii lo
podamnos probar) y no meramímente para la nada. -
deviene esperanza. En tanto temple. la esperanza mío es sino la fe. pero en amauta esa
fe lía tomnado una decisión por la inniortalidad, y esa decisión ha aplacado la angustia.
Mas estos intentos de separar fe y esperanza no son simio abstracciones imítelecttmales.
Fe y esperanza son imiescindibles. «No creemos sino lo qime esperamnos. ni esperamos
simio lo que creemnos>A. Podríamímos decir que la fe es el muodo de convertir la angustia
cmi esperanza. La esperamíza no es sino la amígustia. que por la inmensidad de su deseo
cii mmmi mnomríento decide (salto) creer en lo que quiere creer. La decisión por creer
tramísforn3a la angustia cmi esperanza. El paso de la angustia a la esperanza equivale al
paso de una voluntad domninada por la incertidumubre acerca de stm destino, a una
voluntad que cotilla en la posibilidad de lo que desea. La energía que mne lleva a
decidir el paso de la incertidumnbre a la confianza y que opera la conversión de la
angustia en esperanza es la fe. Pero comno aquello que desea la voluntad angustiada no
ptmede ser probado ni tamupoco es un hecho, es siemnpre sólo posible, la esperanza no
es tamnpoco nunca absoluta, debe coexistir con la angustia. No hay esperanza sincera
que no escomida cierta angustia, ni tamupoco hay esperanza sí antes no se ha pasado por
la angustia. Quien no lía sentido, o. mnejor dicho, quien ha ¡megado su necesidad de
Dios. jamnás podrá tener esperanza en El. La esperanza es hija de la angustia. Ella es
su muadre y la fe su padre, La angustia, fecundada por la fe, da a luz la esperanza, y,
asm. nos da la Iríz.
Mas la esperanza. como la angustia de la que proviene, es un sentimiento.
Tener tío sentimniento no es lo muismuo qtme poseer un conocimiento. Un conocimuiento
es algo que se posee cmi forma pasiva, un sentimiento se vive. Tener esperanza. haber
pasado del querer creer al creer y del creer a la esperamíza en lo que se cree es una
cuestión práctica y vital. La esperanza, que nace de la angustia, se realiza
prácticamente —se vive— en el ámbito de la muoral. «Por sus frutos los conoceréis».
3. 1. El imperativo unaintinesco
657/. p. 194.
757J, p. 251.
eternidad, que te hagas insustituible. que no merezcas morir»8. Mas que principio
práctico (expresión qime limída lo contradictorio), lo que nos propomie Unamnuno es una
actitud: la ijísustituibilidad. Obrar de modo mal que muerezcamos la eterímidad significa
obrar de mnodo mal que nos hagamnos insustituibles; comnportarnos de muodo tal de
refrendar con hechos aquello de que cada uno de nosotros es una conciencia unmca e
irreemuplazable. Es insustituible quien se hace responsable por los demuás al ptmnto de
que su mííuerte deja un vacío —el dc la responsabilidad que cargaba ~ el del amor qtme
brindaba a sus líennanos— tan grande que no puede ser llenado por llimígún otro. Ser
insustituible es muorírsele al otro, que la vida del otro ya no pueda ser igual simí muí. El
hombre comnún comuprende bien este imííperatívo, pues ninguna mutíerte le parece muás
imíjusta mii le duele mnás que la de aquel que era necesario, que se brindaba a sus
hermanos de modo tan amuoroso que stm existencia ya no podrá ser reemuplazada del
mismo modo por los que aún viven. El modelo de esta insustituibilidad es Cristo. que
se dio por comnpleto a sus herínanos hasta el punto de cargar él con la
responsabilidades de los otros. hasta muorir para que ellos vivan. Uno es instístituible
etíando es comno Cristo. cuando se stmstituye a los otros para tomnar sobre si la
responsabilidad que le cabe por todos y cada uno de ellos, es decir, cuando carga comí
la respomísabilidad por la vida entera del Universo. El immiperativo de hacermios
instístituibles nos lleva a obrar de mnodo tal que no muerezcamos la nírmerte, que nuestra
aniquilación. si nos está reservada (la angustia nunca queda disuelta y se trasunta en
ese «si nos está reservada») sea un sinsentido del Universo, y no la gamíada conclusión
de nuestros días. Mas obrar de muodo tal no significa sino poner en todo nuestro sello,
perpetuarmuos en todos los seres, haciendo de nuestro actuar un principio dador de vida.
La moral de Unamnuno es una moral de la imuposiciómí del yo en el otro. domíde
imposición significa poner vida en el otro a través de mui conducta en relación a El.
el imperativo tmnamnunesco es una reinterpretación positiva del ína¡mdammiieríto no
¡aa/aras. Allí donde dice no matarás habrá que leer darás vida y la acrecentarás. La
muoral umíamunesca, como la angustia de la que en última instancia procede, es una
muoral de la fecundidad. En efecto. si la fe se ve muovída a crear su propia verdad, ello
se debe a que a la fe. en cuanto es fe sincera y no dogmatismo ciego, le es inherente
la angustia. El homubre desea la inmuortalidad. pero lo desea en la imicertidumnbre,
angustiadamente. La propia intensidad de su deseo es tal que en un mnomento ese deseo
de creer se convierte en creencia. Pero esa fe no logra desemnbarazarse jamnás por
completo de la angustia. Comno es una fe angustiada y no puede probar
intelectualínente lo qume cree, se ve movida por la angustia a crear su propia verdad. Su
verdad, aquello en lo que cree, es la inmuonalidad del almna. El hombre, entonces, se
halla instado a crea esa inmuortalidad, y lo hace dando vida a todo aquello que lo rodea
dando vida a aquellos que a su vez darán vida. De esa muanera el homubre es aquí en la
tierra y en el tiemupo a imagen y semuejanza de Dios. Es en todo en el muodo del darse
a todo aquello que tiene vida, e infríndiendo vida en lo que a su vez infundirá vida. La
angustia es fecunda. De sus espimías crecen rosas,
tmSTV, p. 252.
es exponerse a recibir el yo del otro y dejar así que él también sea fecundo. El sentido
profundo de este querer el yo domuinar al otro no es egoisíno ni ejercicio de la
violencia. Yo quiero domninar al otro, porque quiero borrar la divisoria entre ambos,
porque quiero que amubos seamos aquello que en común ya somos: imna y la muisma
Voluntad de eternidad que atraviesa todo lo gime es. Quiero gime ambos seamos el
mnismno querer: la Voluntad de Dios. En este sentido Inístico la moral umíamnunesca se
separa de Lévinas, Empero esta moral muistica no es tanto una muoral estrictamnente
hablando cuanto una interpretación unamnunesca del sentido de la muoral. A tui modo
de ver, la muoral concreta a la que nos lleva el imperativo de insustituibilidad es la
misma muoral fecunda de la responsabilidad por el otro hasta la expiación y la
substitución. gime propone la moral levinasiana. Que luego Unamuno dé a este
comuporíamniento el sentido de unión muistica con el otro, es otra cosa. Lo decisivo no
es el sentido muistico que el yo le de a su obrar, sino el obrar que se desprende de la fe
y de la angustia unamímnesca. Y este obrar concreto, comno lo veremuos en el caso de
San Manuel. está mnuy próximo a una ética de la responsabilidad por la vida del otro.
En efecto, el principio de insustituibilídad solo puede realízarse dándose por entero al
otro, y darse por entero al otro no es sino sacrificar el interés egoísta en la propia vida
en beneficio de la vida del otro. Querer la vida eterna no es el egoísta querer vivir unos
años más, sino querer tanto la vida a] punto de dar un poco dc mni vida y loda mni vida
si ffiese el caso, por la vida de todo lo que mne rodea. Y no hay otro camino que esta
muoral del darse a todo y ser responsable por la vida de todo para serlo todo o, al
menos, para trascender el yo. Unamuno llama a este ejercicio de la responsabilidad por
la vida de los otros caridad. En cuanto esta caridad radica emi dar vida brindándose al
otro, la moral unamunesca es una nioral de la responsabilidad, de la trascendencia y
de la fecundidad, cercana a la levinasiana. En cuanto esta caridad quiere infundir en
el otro el híamnbre de inmortalidad y la angustia que corroe al yo, Unamnuno se aparta
de Lévinas. pero también allí se acerca a la necesidad mnayor del hombre de hoy, que
necesita más que nada aquello que no sabe que necesita: a Dios, a la necesidad de
Dios. Que necesita, como quizá no lo ha necesitado nunca el homubre a lo largo de la
historia, que un estremecimniento de angustia lo despierte de su vida yana e imupersonal,
de su cosificación, de su economnicismo y de su razón cientificista, que encuentra
razones para todo muenos para vivir. Es hora de que el homubre sienta que alienta en él
un deseo de trascendencia. Es hora de despertar al homubre de su ensueño de la época
de la muerte de Dios y del fmn de la historia y hacerle ver que el que se mnuere es él y
que la historia que termina es la suya, y que esto es cosa sería. En este sentido, el
angustioso deseo unamutínesco de eternidad no deja de estar cerca de las necesidades
muás tmrgentes del homnbre actual.
Tanto las relaciones entre ética y religión, esto es, el sentido religioso de la
ética. cuanto Ja delerminación y consumnación de la álica unamnunesca, ambas
cimesmiones. se translucen himpidamente en una de sus novelas cortas. San Manuel
Bueno. márlir, Es allí, en un ejemuplo vital ofrecido por ha novela, donde mejor y muás
claramííente habrá qtme leer la éliea de Unamnumio y ha religiosidad imílíerente a esta ética.
Es allí tamubiémí domíde habrá qime leer hasta qtmé punto ese xo tmnamnunesco, qtme
aparentemnente todo lo invade y emí todo se qtmiere ilmíponer, no es sino umí yo para otro,
el yo de la respomísabilidad. que Lévinas lía llamado <hemneaqui». Es qtme ese anhelo
desenfrenado dc eternidad y la negaciómí a qtme munera stm yo. qtme lía dominado el alama
de Miguel de Umiamiiummo. le lía llevado. aummque parezca paradójico, a tímía ética del
sacríficio del propio yo para el otro. El anhelo ontológico de querer serlo todo. de
querer ser el Universo, es, en su transcripción ético-práctica, el sentir la
responsabilidad de darlo lodo y. así, destituir el yo egoísta para sustittmirse a los otros.
lítístraré brevemmíeííte esta tesis que acabo de arriesgar no con conceptos de Unamutímio.
sino con una vida que stm :ííigrmsíia y su anhelo dc inmuortalidad ha engendrado, la de
San Manuel Bueno, párroco de Valverde de Lucerna, aquel pueblito que reposa a los
pies de la muontaña. junto al lago y al aíí’.paro del cielo.
Don Manuel Bueno. San Manuel de Valverde de Lucerna, era un ctmra
párroco, que. liabiemído podido, por smm inteligencia y dotes, hacer carrera eclesiástica.
decide abandonar toda carrera y toda ambición propia para permanecer en su pueblo
natal, junto al lago. donde la leyenda cuemíta que hay otra Valverde de Lucerna
hundida, ha Valverde celestial, las camupanas de cuya iglesia suenan en ha noche de San
Juamí. Allí Don Manímel es amííado y admirado por los sencillos pueblerinos, porque él
se brinda por comupleto a ellos. Tantas bondades adornan su vida y su obra que el etíra
poco a poco se va ganando cmi el pueblo fama de samíto varómí. Domí Manmmel está siemupre
presto a ayudar a los habitantes de Valverde. Ora redacta has cartas de las mnadres
analfabetas a smms hijos ausentes, ora se ocupa de cuidar a los enfermuos solitarios, ora
se interesa por la salud de las emnbarazadas y por atender a la crianza de los niños, ora
corta leña para los pobres en invierno. Unami3uno nos cuenta qué clase dc liomubre era
y que clase de ética regía la vida dc Don Manuel: «Trabajaba tamubién mamíualmneníe,
ayudando con stís brazos a ciertas tabores del pueblo. En la temuporada de trilla ibase
a la era a trillar y a aventar, y en tanto, hes aleccionaba o les distraía. Sustituía a las
veces a algún enfermo en stí tarea. Un día del niás crudo invierno se encontró con un
niño, mtmertito de frío, a quien su padre la enviaba a recogeruna res a larga distancia,
en el monte. Mira —le dijo al niño—, vuélvete a casa, a calentarle, y dile a tu padre
que yo voya hacer el encargo»’>. Éste era San Manuel Bueno vésta su ática; una ática
de la responsabilidad y del para-el-otro. El heme aquí levinasiano respondiendo por
todos sus prójimos. s¡mstituyémidose a ellos, cargando con sus deberes, y hasta con sus
culpas. Don Manuel. San Manuel Bueno, se había vuelto para sus feligreses de
Valverde de Ltmcerna insustittmiblc, pues a todos sustituía y el sentido primero de su
vida era «que estém todos contentos de vivir»¡m. Y el contento de vivir de los otros, de
los huérfanos, de los emífermuos y de las viudas era responsabilidad sentida por el
Mi g ud cíe Umiamumio, San Manuel Bueno, nmártiry u-es hisi o> -tas más, l3arcelomía,
1983, p 32.
párroco. Pero mío sólo se ocupaba Don Manuel de socorrer a sus parroquianos cmi stís
necesidades físicas y temporales. simio, ante todo. de socorrerlos cmi sus míecesidades
espirituales e immtemmiporales. Era Don Maumimel la fuemíte de la qime mímaumaba consumelo p¿mra
el pimeblo. El era quien sentía la respomísabihidad de apumítalar. por la palabra y por el
ejemuplo. la fe sencilla en la inmortalidad personal y en el amor de Dios, que son el
comísuelo del pueblo. Baste un solo ejemuplo para comuprender esta responsabilidad que
Don Manuel sentía no sólo por su gente, sino tamubién por los extranjeros que a él
acudían. ptmes la responsabilidad no tiene límnites de comuarca. He aqtmi el texto:
Una vez pasó por el pueblo una banda de pobres titireteros. El jefe
de ella, que llegó con la mmmjer gravemnente emffermíía y embarazada.
y con tres hijos que le ayudaban, hacia de payaso. Mientras él estaba
cmi la plaza del pueblo haciendo reir a los niños y aún a los grandes,
ella, sintiémídose graveniente indispuesta, se tuvo qíme retirar, y se
retiró escoltada por una mnirada de congoja del payaso y una risotada
de los niños. Y escoltada por Don Manuel, que luego, en umí rincón
de la ct¡adra de la posada. la ¿íym’dó a bien morir. Y cuando, acabada
la fiesta, supo el pueblo y supo el payaso la tragedia, fiméromíse todos
a la posada y el pobre hiomubre, diciendo con llamíto cm’. la yoz: ‘Biemí
se dice, señor cura, qúe es usted todo un santo’, se acerco a éste
qtmcriemmdo tomnarle la mamío para besársela, pero Domí Mamiel se
adelantó. y tomándoscla al payaso. promiunció ante todos:
El santo eres tú, honrado payaso; le vi trabajar y
-
comupremídí que no sólo lo haces para dar pan a tus hijos, sino
también para dar alegría a la de los otros, y yo te digo qt.íe ttm Inujer,
la madre de tus hijos, a quien líe despedido a Dios muientras
trabajabas y alegrabas, descansa en el Señor, y que tú irás ajuntarte
con ella y a que te paguen riendo los ángeles a los qtme haces reír en
el cielo de contento’2
Don Manuel es el paradigmna de una ática, cuya responsabilidad no se agota
cmi brindar ayuda a quien la necesita en esta vida (no alcanza con asistir a la muríjer
emífermna), simio en dar consuelo a aquellos (y lo somílos todos en algúmí niomento) a los
que, comno el pobre payaso, la x’ida ya mío puede darnos comísuelo. y lo que necesitamnos
es una razómí para vivir. Eh imperativo de Don Manuel no se limíiita al no matarás,- ni
siquiera a stm forzmm¿í positiva de darás vida y la acrecentarás, sitio que imícímive el dar
esperamíza para muás allá de ha vida. y fundar esa esperanza en el propio obrar. Don
Mammcl es i nsustitimible para la vida. para la mumíerte y para el muás allá de la mutíerte de
los liomubres de Valverde de Lucerna y tamubién de los extranjeros que por allí pasan.
Stm ejemuplo es ejemuplo de para-el-otro, para el payaso, viudo y extranjero, y para sus
hmijos, himérfimnos de madre. Es qtme Don Mnntmel no commci be salvar smm al ma, sino es
constíelamí de Imaber temíido que nacer para muorir, y para cada pueblo
la rehigiótí 1i1á5 verdadera es la suya. la que le ha hecho.’3
¿Y cuál es la religión de Don Manuel? ¿Cuál su consuelo? Su religión, su
consuelo es consolar a los demás, aunque el consuelo que les dé no sea el suyo. Este
es el punto de fusiómí emítre una étiea que se vimelve religión sin dejar de ser étíca y una
religión que se vníel~e ética sin dejar de ser religión. Y éste, creo yo, colmio cree
ljnamnuno. es el gran secreto de la vida de Don Manuel: creyendo no creer. obró como
si creyera, y su obrar, casi inconscientemente, termuinó haciémidolo creer, puesto que
en él. además de responsabilidad, encontró consuelo. En Don Manuel la angustia. el
querer creer y no poder. desemboca en obrar. que no es sino qimerer crear lo que uno
quiere creer y no puede. y, retrospeetivamuente, el obrar funda la fe. No fime Don
Mantíel ejemplo de responsabilidad e insustituiblidad para salvarse. mío hay en él ética
imíteresada. ni siquiera con un imíterés trascendente, pues la angustia no le permite
ningumía seguridad en la salvación, ni especular acerca de los instrumnentos para
alcanzarla. La angustia es quien evita que se rebaje la autonomnia y la valía de su ética.
Por el contrario. Don Manuel, por su propia dignidad, convirtió su angustia en
esperamíza para los demnás a través de su obrar, y de la esperanza de los otros recibió
consuelo, de la étíca recibió la fe, Quiso creer para hacer creer y no pudiendo creer
hizo igual creer hasta que a la postre tetínino creyendo. pues mnurió rezando y
imacierído rezar el credo «en la resurrecciómí de los mnuertos yeím la vida perdurable».
No obró biemí para salvarse, sino que se salvó para obrar bien, es decir, no sucumubió
a la desesperación y a la nada para poder asistir y consolar a su pueblo; y es esa
asistencia y ese consuelo que dio sin tenerlo, lo que le dio postreramnente, sin que él lo
esperara. consuelo y. casi sin que se diera cuenta, también fe. Pero nunca una fe
dogínática. ntmííca tina fe ciega, nunca una fe sin angustia, nunca una fe en la qime el
creer de una razón débil muate la dignidad del querer creer de umía voluntad fuerte. Por
eso. durante la última comunión que impartió entre sus feligreses, mientras le da la
hostia le dice al oído a Angeía Carballíno, que nos relata su historia. «reza tambiémí
por Nuestro Señor Jesucristo».
Es la ética. son los otros para los que ha sido, los que le dan a Don Manuel
la fe qtme cree no tener. Por ello, cuando confiesa su incredtmhidad ante Angelina, cuyos
días él había ahumubrado, le pide que lo absuelva en el nombre del pueblo. Y Angelina,
el pueblo, lo absuelve en cl Nombre de Dios. Quien necesita absolución, cree, aunque
crea no creer, y quien cree que esa absolución se la pueden dar aquellos para quienes
ha sido, es porque lía recibido ese creer de la ética qtme primero lía obrado. «Toma agi.ta
bendita y termuinarás creyendo». Don Manuel ha hundido su ~‘ida en el sueño de
inmuortalidad de su ptmeblo, que simefia con la vida eterna, comno el lago de Valverde de
Lucerna «stmeña el cielo», Y así comno el cielo le devtmelve su sueño al lago reflejándose
en stms aguas. cl pueblo le ha devuelto a Don Manuel su vida. devolviéndole el
comisimelo.
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