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Departamento de Letras.
Tesina de licenciatura.
Una aproximación
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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN------------------------------------------------------------------------------------- 3
CONCLUSIONES ----------------------------------------------------------------------------------- 88
BIBLIOGRAFÍA
Bibliografía secundaria
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Introducción
Vincular las teorías o, en general, los escritos de tres firmas que –con complejas y
desarrollan sus ideas acerca de la literatura, la escritura y el lenguaje. Esta tesina se propone
Alain Badiou y Paul de Man como las familiaridades y proximidades entre ellas; esos
parentescos nos permitirían delimitar un corpus teórico que nuclee a estos tres escritores.
que permite justificar el corpus como si procediese del mismo grupo teórico o lo
conformase, lo cual también nos posibilitaría construir una herramienta crítica, una figura
para leer basada en dicha noción, que contemple los aportes de los tres teóricos con los que
como operador de lectura, y como categoría metodológica para analizar no sólo literatura,
eventual productividad crítica que esta teoría mantiene, creemos, en el presente y para la
lectura que, repetidamente, aparece en los textos que trabajaremos como parte de un linaje
necesario, funcionando como cita y también como autorización del propio texto. Aunque
recurrente, esta presencia no será en ningún modo equivalente o pareja en cada uno de
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ellos, pero es lo suficientemente fuerte y explícita como para definirla como tal. Estamos
la tragedia (Nietzsche 2009). De este trabajo interesa, para los fines planteados, la conocida
y ajetreada distinción entre lo apolíneo y lo dionisiaco: como es sabido, a Apolo, dios del
Dionisio, el dios del vino, la embriaguez y el exceso. Dionisio nos introduce al aspecto de
importante, nos dice Nietzsche, es que estas dos fuerzas vitales coexistieron de forma
armónica en la Grecia anterior a Sócrates y Platón a partir del género de la tragedia. Gracias
Sin embargo, el triunfo del logos, la razón, el orden y la unidad conseguido en gran
Nietzsche realiza y pregona una suerte de rescate de este dios conscientemente abandonado
junto con todo lo que Dionisio representa como filosofía, como forma de ver la vida. En
relación con esto, el mundo griego previo a Sócrates es revalorizado por Nietzsche por
haber sido capaz de mantener las dos versiones del mundo. Mientras que, por el otro lado,
despareja, ya que actúa sobre niveles diferentes, y se irá explicitando en el transcurso del
en varios de esos niveles, su influencia será decisiva a la hora de tejer relaciones entre los
tres autores que estamos estudiando. Para analizarlos, proponemos la siguiente serie de
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conceptos: anti-totalismo, discontinuidad e interrupción, que serán desarrollados a
continuación.
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1. Lenguaje y ontología
ontológica. Se trata un quiebre respecto de la ontología tradicional que fue posible, en gran
lo Uno y al Todo en los distintos niveles del pensamiento. Desde esta perspectiva, lo
descarta cualquier posibilidad de que exista algo así como lo que tradicionalmente se
concebía como (el) Todo, lo cual estaría justificado matemáticamente por la inexistencia de
un conjunto que abarque todos los conjuntos. Entonces, podemos ver que el primer paso
que realiza Badiou consiste en sostener que el Todo no es posible y que lo Uno es una
operación que estructura lo que “hay” (pero la naturaleza del “hay”, tal como ya se dijo,
esencialmente múltiple). Para explicar esto Badiou se sirve de su conocido ejemplo del
árbol: si uno subdivide el árbol, infinitamente, hasta desagregar cada una de sus partículas,
no se llega a algo como Una partícula de árbol. No hay ninguna unidad de árbol, sólo
quedan “multiplicidad de multiplicidades”: “Al final no nos encontramos con lo Uno sino
con el vacío. Este árbol es un trenzado particular de multiplicidades tejidas solo de vacío”
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(Badiou 2010: 35-36). En relación con esto, y para empezar a notar el uso de la palabra o la
real es discontinuo o, como él mismo dice, que “sólo hay múltiples procedimientos de
verdad, múltiples secuencias creativas, y nada que disponga entre ellos una continuidad.”
(2005: 141).
que en ella es posible encontrar distintos puntos de contacto con Maurice Blanchot; en
entre lo Uno y lo Múltiple, la noción de “estado de la situación” nos es útil ya que permite
que una operación que estructura lo que “hay”, siempre entendido en tanto múltiple. En este
sentido, se denomina “situación” a la presentación estructurada de ese “hay” que, por tanto,
se afirma como completa porque aquello que se presenta es tenido como una totalidad. Lo
que entra en la “situación” es lo que existe, lo que está habilitado para existir.
Sin embargo, dentro de este marco, también ocupa un lugar central el elemento que
identificar como parte ella, funcionando como un “limite interior” inasimilable. Este vacío
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segunda cuenta denominada “Estado de la situación” que, aplicada sobre la primera cuenta,
intenta que nada quede fuera de ella. El “estado de la situación”, al ser de carácter
reflexivo, funciona como una metaestructura que se caracteriza por intentar recuperar y,
por sobre todo, controlar el Vacío de la primera cuenta. Una vez (re)afirmado el estado de la
situación, todo lo que es en esencia múltiple queda identificado con lo Uno, volviéndose
porque se trata de una no equivalencia entre las dos entidades nombradas, sino también
varía constantemente debido a ese desfasaje entre situación y estado de la situación; Badiou
partida en El ser y el acontecimiento para analizar las tres relaciones que se pueden
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partir de este desfasaje es factible que surja algo diferente de lo normal (entendiendo lo
normal como todo aquello que se ubica dentro de los límites del estado de la situación),
razón por la cual se erige como “sitio de acontecimiento”. La novedad que supone el
acontecimiento no puede identificarse con ningún otro elemento comprendido dentro del
forma, podemos ver que el vacío de toda situación no es sino el centro de ella misma: es
nominado por el acontecimiento que funciona como verdadero punto de ruptura con
acontecimiento radica en el hecho de que su irrupción trastoca las leyes de lo dado hasta ese
especial, del impacto que significó su teoría para la cosmovisión aristotélica dominante de
aquel entonces. Resulta interesante notar que Badiou caracteriza a Galileo como una “voz
disonante” que interrumpe el saber establecido hasta ese momento. Por tanto, cuando esto
ocurre, es factible que tenga lugar lo que hasta ese momento era lisa y llanamente
imposible.1 Lo que sube a escena cuando el acontecimiento tiene lugar es el ser múltiple e
(Badiou 1990: 50), en un estado de detención e incertidumbre con respecto a todo lo que se
sabía hasta ese momento. Surge una nueva lengua, donde la ley de la razón se ve detenida,
1
Más adelante veremos en Blanchot un razonamiento muy emparentado con Badiou, especialmente en torno a
la relación entre lo posible y lo imposible.
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Dentro de la teoría del acontecimiento de Badiou, se reconocen cuatro
arte (poema) y el amor. Badiou entiende la categoría filosófica de “Verdad” como la síntesis
acontecimiento surge genera una verdad que funciona como una suerte de cicatriz o
[…] pensamos con ellos, en ellos, sin la menor necesidad de síntesis temporal.” (2002B:
pensarse por fuera de la lógica que supone la interrupción: “Una verdad es siempre el
fracaso de un tiempo, como una revolución es la clausura de una época. Para mí resulta
esencial pensar entonces la verdad, no como tiempo, o como ser intemporal, sino como
interrupción.” (2002B: 93). Entonces, podemos ver que Badiou mide el impacto de las
verdades en relación al tiempo (se dice en forma recurrente que las verdades funcionan
como una “abolición del tiempo”, situándolas del lado de lo «eterno») pero, también, es
necesario hacer hincapié en la relación que se establece entre una verdad y el saber: “una
verdad no es un sentido, sino más bien un agujero en el sentido […] la verdad pone al saber
interrupción -por un lado detiene el tiempo y por el otro socava el saber- puede pensarse,
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tal como lo mostraremos más adelante, como una clara presencia de Blanchot, de una
y que le sea fiel en caso de que lo sea. Que el sujeto sea fiel a un acontecimiento significa
que debe moverse en su mundo, en su realidad, siempre desde la nueva óptica que le
proveyó dicho acontecimiento. El sujeto debe pensar el mundo teniendo en cuenta que ese
consiste en ser consciente que de lo imposible ha tenido lugar para que pueda pasar a
A partir del libro Beckett, el infatigable deseo podemos completar este esbozo de la
teoría del acontecimiento de Badiou enfocándonos en una zona privilegiada del desarrollo
analiza el tan citado escrito “Mal visto mal dicho” de Samuel Beckett. Del mismo, Badiou
plantea que todo acontecimiento supone un “mal visto” porque funciona como una ruptura
de las leyes del aparecer, de lo que se puede ver. Si se percibe algo totalmente diferente a lo
lengua, a fin de constituirse como una pura invención verbal que será siempre un “mal
dicho” teniendo en cuenta las expectativas de las leyes dadas del lenguaje hasta ese
momento. Esto implica que, como las significaciones establecidas se ven abruptamente
esperanza del sujeto de dar con una verdad es lo que, según Badiou, lo mueve a intentar dar
con un nombre: “ese nombre es una composición poética (un mal decir), una sorpresa en la
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lengua, en concordancia con la sorpresa, con lo repentino del acontecimiento (un mal ver).”
(2007: 40). No obstante, una vez que el nombre ha sido inventado, éste comienza a
formado.
que nos estamos ocupando de una tradición filosófica en la que nombres como el de
Bachelard en los años de 1930, Althusser y Foucault desde 1960, entre otros, han logrado
sintonía con esta línea podemos analizar el primer capítulo de La conversación infinita
las bases sobre las cuales edificará el desarrollo del libro entero. El primer deslinde que se
realiza en torno a la noción de pensamiento, consiste en afirmar que con Sócrates, Platón y
mayoritariamente oral, una “cierta anomalía que afecta a lo que puede llamarse
representa una región absolutamente distinta del espacio y el tiempo” (Blanchot 2008: 4).
La idea clave que se deduce de aquí radica en pensar que entre una entidad A (pongamos, el
maestro) y una entidad B (el discípulo) existe “una separación y algo así como un abismo,
separación que desde ahora va a ser la medida de todas las demás distancias y todos los
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demás tiempos” (2008: 4). Entre los dos se da lo que Blanchot denomina una relación de
infinidad2, que se caracteriza por suponer una suerte de distancia infinita entre A y B, entre
el maestro y su discípulo, que terminará por imposibilitar el desarrollo del saber. Lo que
ocurre es que todo lo que el maestro enseña queda determinado por lo “desconocido
cual se nos ofrecen dos soluciones opuestas: por un lado tenemos un lenguaje lineal sujeto a
movimiento”3. Hay que destacar que la dialéctica presenta una estructura similar a la
relación maestro/discípulo: “¿Qué hay entre los dos opuestos? […] el vacío del entredós, un
intervalo que siempre se ahonda […] el tercer término, el de la síntesis, va a llenar aquel
vacío y a colmar el intervalo” (2008: 6) aunque, rescata Blanchot, sin hacerlo desaparecer y
perpetuándolo como una posibilidad más. En la Universidad del siglo XIX, el habla que
continuidad discursiva”.
2
La noción de distancia infinita es clave para nuestro trabajo, ya que nos posibilita realizar un análisis
discontinuista a la hora de relacionar dos o más entidades.
3
En este punto es importante recordar el matiz “anti-totalista” que queremos atribuirle a nuestro grupo-corpus
teórico.
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todo y la unidad, son los dos conceptos que actúan como marco estructurante del
pensamiento racional. En este sentido, Blanchot afirma que históricamente lo continuo fue
visto como lo natural, como el carácter propio de la realidad, mientras que la discontinuidad
fue siempre culpa del error del entendimiento humano, de su forma de conocer y expresar.
fruto del pensamiento del hombre, también entonces la realidad podría pensarse a partir de
“el anuncio de una relación muy distinta que ponga en tela de juicio el ser como
continuidad, unidad o concentración del ser […] De este modo, al interrogarnos como lo
Como veremos más adelante, la lógica del “olvido” ocupa un lugar clave en la filosofía y
concepto nos permite introducir a Paul de Man, quien también recoge las ideas de
Nietzsche para sostener su concepción retórica del lenguaje, que puede entenderse desde
4
En este punto podemos notar una clara tentativa -nietzscheana- de apartarse completamente de los márgenes
del pensamiento racional tradicional.
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Si lo continuo es simplemente un modelo, lo discontinuo también lo es. Por lo tanto, cuando Blanchot nos
propone pensar la realidad como discontinua, lo que pregona es abrirle el juego al pensamiento y a la escritura
para actuar desde un marco diferente al que tradicionalmente se ha tenido que circunscribir. De ningún modo
se propone a la discontinuidad como verdad absoluta e irrefutable, sólo se está buscando un cambio con
respecto a los valores tradicionales.
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En el ensayo “Retórica de tropos (Nietzsche)”, Paul de Man trabaja, principalmente,
operación que Nietzsche lleva a cabo consiste en desmitificar el carácter sagrado y absoluto
de las verdades que rigen la existencia, al calificarlas de meras ilusiones o metáforas que
han perdido, a raíz del olvido, su carácter ilusorio o metafórico. En relación a esto, de Man
dice:
de todo lenguaje”. La forma en que de Man lee a Nietzsche en tres capítulos sucesivos de
Alegorías de la lectura nos permite pensar el lugar que ocupa la ontología en su teoría:
Muestra, por ejemplo, que la idea de individuación, del sujeto humano como punto
de vista privilegiado, es una simple metáfora por medio de la cual el hombre se
protege a sí mismo de su carácter insignificante forzando su propia interpretación
del mundo e imponiéndola al conjunto del universo (1990: 134).
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De Man deconstruye y, como consecuencia, suprime la pregunta por la ontología en pos de
un análisis retórico del lenguaje6, decisión que se sostiene en la premisa de que el lenguaje
del mundo. Si a esta postura le sumamos la afirmación del propio Blanchot de que su forma
por fuera de la matemática, podemos sostener que este grupo de pensadores se caracteriza
términos tradicionales. En este sentido, nos interesa enfatizar el interés crítico que tiene
6
Al tratarse de El nacimiento de la tragedia de Nietzsche, se esperaría que el ensayo se ocupe, al menos
parcialmente, del problema de la ontología.
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2. La teoría de la interrupción de Maurice Blanchot
Blanchot con el propósito de, a la vez que revisamos cierto itinerario teórico-filosófico que
se condensa en torno de la figura, construir una herramienta crítica que confluya con las
Badiou, y con el concepto de “voz narrativa” del propio Blanchot, que serán analizadas en
el último eje.
dos personas se convierta en conversación, es indispensable que exista una pausa que
posibilite que el habla pase de un interlocutor a otro. Este silencio es visto como la parte
motriz del discurso, al punto tal que Blanchot afirma que la interrupción en la conversación
posibilita el habla por turnos y, por otro lado, el segundo tipo de interrupción es “la que
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introduce la espera que mide la distancia infinita entre dos locutores, ya no la distancia
reducible, sino la irreducible.” (2008: 95). Detengámonos aquí un momento. Podemos ver
esta tesis de Blanchot como la teorización que resulta de su postura ontológica: recordemos
discípulo, la cual suponía una relación de infinidad fruto de la distancia infinita entre las
dos entidades. A partir del capítulo del que nos estamos ocupando ahora, estamos en
condiciones de ampliar esta noción al afirmar que cada distancia infinita implicará,
que, mediante él, seremos capaces de pensar las relaciones que se pueden establecer entre
literatura y de la teoría literaria. La lectura que Blanchot hace de Moby Dick es interesante
porque permite ver en funcionamiento este modo de leer que se caracteriza por buscar y
Blanchot parte de la idea de que Moby Dick puede leerse en diferentes niveles, aunque el
intento por comprender cada uno de esos niveles se topa con el enigma que la misma
novela plantea. Los diferentes niveles de lectura son posibles “por el intervalo que mantiene
entre el libro aparente y la verdadera obra.” (Blanchot 1977: 262), distancia que habilita
que sea leída como una simple novela de aventuras. Sin embargo, nos dice Blanchot, es por
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El concepto blanchotiano de “distancia infinita” se relaciona estrechamente con la noción de “diferencia
mínima” de Badiou tal como lo expone en El siglo para teorizar a partir de Malevich: en ambos casos el eje
está puesto en la naturaleza irreductible del enlace (distancia infinita para Blanchot, diferencia mínima para
Badiou) que une, al mismo tiempo que separa, dos entidades. La distancia/diferencia es infinita, no importa
dar cuenta de si es mínima o máxima, siempre es infinita porque siempre es fundamentalmente irreductible.
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medio de esa misma distancia que Melville puede introducir otra perspectiva en la obra:
“Su novela está plagada de abismos, cumbres, vueltas, repliegues […] Larguísimas
disgresiones abstractas interrumpen brutalmente el curso del relato”8 (1977: 264). Con estas
“del mismo naufragio, un insignificante accidente en comparación con esta cruel locura del
lenguaje, que lo dice todo y no dice nada, finalmente condenado al silencio, tras los
relación que se establece cuando dos personas mantienen una conversación. En relación a
esto, Blanchot propone que hay dos grandes formas de comunicarme con el otro: la primera
tiende a la unidad, “el «Yo» quiere anexarse al otro (identificarlo consigo)” (2008: 95);
lo que está en juego es la extrañeza entre nosotros […] todo lo que me separa del
otro, es decir, el otro en la medida en que estoy infinitamente separado de él,
separación, fisura, intervalo, que le deja infinitamente separado de mí, pero que
pretende fundar mi relación con él en esta misma interrupción, que es una
interrupción de ser –alteridad por la cual él no es para mí […] sino lo desconocido
en su distancia infinita (2008: 95).
comunica con un «él» (sin ser posiciones prefijadas o permanentes) de características muy
particulares que, tenidas en cuenta, inciden en todo (el) acto comunicativo. Este «él» es el
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Recordemos, por ejemplo, las extensas disquisiciones del narrador (construyendo un discurso biologicista)
acerca de la naturaleza de la ballena, las precisas descripciones sobre la faena ballenera, los capítulos escritos
como si fueran pequeñas puestas escénicas, etc.
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Lo otro en tanto neutro implica “una distorsión que impide toda comunicación recta
diciendo: “A este hiato – la extrañeza, la infinidad entre nosotros – responde, dentro del
lenguaje mismo, la interrupción que introduce la espera” lo cual conlleva “un cambio en la
forma o la estructura del lenguaje (cuando hablar es en primer lugar escribir)” (2008: 96).
Este cambio lleva implícita la decisión de liberarse de la exigencia de Unidad del discurso
coherente, intentando darle “la palabra a la intermitencia, habla no unificante” (2008: 96).
Teniendo esto en cuenta, nuestra hipótesis de lectura dirá que la literatura es, o mejor, la
literatura implica siempre ese “cambio en la forma o estructura del lenguaje” del cual habla
Blanchot −que no es otra cosa que decir que la literatura opera con el lenguaje de una
manera tal que hace que este cambie su propia carácter en tanto lenguaje de
comunicación−.
distinguen, principalmente, por la exigencia dialéctica del habla sobre la que actúan. La
interrupción de ser, al no tener que vérselas con la unidad, tampoco se establece según la
forma dialéctica en la que el «yo» y el «él» busquen una síntesis tranquilizadora: Blanchot
nos ofrece “la pausa que permite el intervalo; la espera que mide la distancia infinita.”
(2008: 98). Esta espera, vital en lo que concierne a la literatura, introduce diferentes formas
“postula la ambigüedad” (2008: 98). En sintonía con esta tentativa de romper con la
irreducible pluralidad […] es algo demasiado pesado para uno solo: el dialogo debe
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ayudarnos a compartir esta dualidad” (2008: 99). De esta forma, Blanchot encuentra en el
diálogo, en la conversación, el tipo de acto de habla que responde de forma casi perfecta a
lo múltiple, a lo fragmentario. Es por esto que, en un acto programático, pide “no temer
epígrafes que encabeza la obra: “Pero ¿por qué dos hablas para decir una misma cosa? –
Porque quien la dice es siempre el otro”. Teniendo esto en cuenta, no resulta extraño que
claro ejemplo de esto es el capítulo “El dolor del diálogo” incluido en El libro que vendrá:
maravilloso.” (Blanchot 2002: 165). El análisis que Blanchot hace del diálogo en Kafka
(junto con Malraux y Henry James, una de las tres grandes formas del diálogo novelesco
presentada anteriormente: “Hay escisión, distancia infranqueable, entre las dos caras del
discurso: es la puesta en juego del infinito al que no puede uno acercarse sino alejándose.”
(2002: 167-168). El abismo entre los discursos de los personajes de Kafka pone en juego,
siguiendo a Blanchot, la imposibilidad de relacionarse entre ellos mismos que “lejos de ser
negativa crea en Kafka […] una nueva forma de comunicación.” (2002: 169). Esta nueva
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posibilidad, podríamos agregar, respondería a una exigencia verdaderamente plural –
exigencia que debe entenderse como una de las prerrogativas centrales del esquema de
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3. Literatura y lenguaje
Nos interesa recordar aquí la lógica del “olvido” que de Man lee en Nietzsche, ya
que esa misma lógica aparecerá expresada por Blanchot en el ensayo “El gran rechazo”. En
la muerte, la tentación de lo eterno primero mediante dios y después por la irrupción del
saber racional, libre de todo azar, utilizando el concepto, todo el lenguaje, para instaurar un
A partir del concepto de la muerte se ha tratado, a lo largo del tiempo, de perder o, mejor,
puede deducir la idea que Blanchot tiene acerca del lenguaje: mediante la significación, la
experiencia previa al lenguaje queda opacada, desvanecida, en manos del nombre que
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pretende (res)guardarla9. Lo que se introduce es la idea, el pensamiento de la muerte en
tanto comienzo del espíritu, en tanto idealización. Y lo que se pierde es, en palabras de
Blanchot, la “negra realidad del acontecimiento indescriptible, desviado por nosotros […]
Volvemos por tanto a encontrarnos ante lo que hay que llamar «el gran rechazo», rechazo a
detenerse ante el enigma que es la extrañeza del fin singular” (2008: 44). A raíz de esto,
Blanchot se plantea la pregunta de cómo recuperar eso que falta y, precisamente en este
punto, sube a escena la literatura (más puntualmente la poesía). Blanchot analiza la relación
de la literatura con aquello que es concebido como lo otro, lo neutro, lo real, lo sagrado, la
experiencia desde la cual surge el lenguaje para luego someterla hasta hacerla desaparecer:
lo que es ha desaparecido, algo estaba allí que ya no lo está […] cómo recobrar, en
mi habla, esta presencia anterior que tengo que excluir para hablar, para hablarla. Y,
aquí, evocaremos el eterno tormento de nuestro lenguaje, cuando su nostalgia se gira
hacia lo que él siempre ha dejado escapar (2008: 45). 10
notemos que en ningún momento le pone un nombre a eso que falta, simplemente se
que vi, lo Sagrado sea mi palabra.” En él identifica que la presencia originaria, a la cual se
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Es notable la similitud entre esta teorización de Blanchot y la teoría del acontecimiento que Badiou
desarrolla en Becket, el infatigable deseo: “Una verdad comienza con el acuerdo ordenado entre un
acontecimiento separable […] y la invención en la lengua de un nombre que, de ahora en adelante, lo va a
guardar, aunque –como es inevitable– el acontecimiento «palidezca» y finalmente desaparezca. El nombre
asegurará en la lengua su custodia.” (2007: 40).
10
La perspectiva de la significación que esboza aquí Blanchot parece haber incidido también en Badiou: “lo
que es, y acerca de lo cual tenemos la obligación de hablar, se escabulle, en cuanto es nombrado, hacia su
propio no-ser.” (2007: 23).
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refería anteriormente, se ubica en torno de lo que tradicionalmente se ha conocido como “lo
Sagrado”, lo cual sería algo así como la realidad de la presencia sensible siempre anterior al
adviene, el verso se interrumpe. “Que lo sagrado sea mi palabra”, suerte de sentencia que
no debe ser entendida como un intento de hablar de lo Sagrado o en torno a él, sino como
una exhortación a que lo sagrado tiene que ser precisamente el habla. Pareciera que
Blanchot busca centrarse en lo real de las palabras, en lo real del habla, del acto poético. Le
ningún modo, un decir lo Sagrado. Teniendo en cuenta todo esto, podemos pensar que la
es decir, dar cuenta de la imposibilidad del lenguaje, permitiría encontrar una vía de acceso
relación con el Afuera […] la imposibilidad es la pasión del Afuera mismo.” (2008: 58).
analizar uno de los ensayos más conocidos de Blanchot, titulado “La literatura y el derecho
a la muerte”:
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realidad de carne y hueso, la haga ausente y la aniquile. La palabra me da el ser,
pero me lo da privado de ser. Ella es la ausencia de este ser, su nada, lo que queda
de él cuando ha perdido el ser, es decir, el simple hecho de que no es. (Blanchot
2007: 287).
Y como anticipamos ya, entre lo que la palabra ausenta, nos sustrae o suprime no hay otro
real más relevante que la muerte. Esta interrelación entre lenguaje y muerte debe
asigna un nombre, la existencia del objeto real desaparece en manos de la idea que de ahora
da muerte al objeto que nombra, siendo justamente esa muerte, esa desaparición, la que le
confiere sentido a la palabra: “el sentido del habla, como prefacio a toda habla, exige una
especie de inmensa hecatombe, un diluvio previo, que sumerja en un mar completo toda la
El lenguaje supone la posibilidad de que el objeto pueda ser destruido, de que sea
Mi habla es la advertencia de que la muerte anda, en ese preciso instante, suelta por
el mundo, de que entre el yo que habla y el ser que interpelo ella ha surgido
bruscamente: está entre nosotros como la distancia que nos separa, pero esta
distancia es también lo que nos impide estar separados, porque es la condición de
todo entendimiento. (2007: 288).
Es interesante ver que Blanchot realiza una analogía entre esta idea de muerte como
personas cuando la comunicación toma lugar. Pareciera ser que el sentido de las palabras se
ubicaría como una suerte de distancia infranqueable que separa a las palabras de las cosas,
pero que a la vez es la condición necesaria para que estas dos entidades puedan unirse. La
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muerte es, entonces, la forma metafórica de la cual Blanchot se sirve para caracterizar el
lenguaje cotidiano y el uso que la literatura hace del lenguaje: partiendo de la hipótesis de
que el lenguaje borra la presencia del objeto designado para trasladarla a la palabra, nos
queda que el lenguaje cotidiano debe necesariamente “olvidar” esa muerte –o, si se quiere,
suficientemente fuerte como para hacernos olvidar que la distancia existente entre ella y el
efectivamente tenga lugar, Blanchot propone: “tengamos las palabras sin regresar a las
cosas, no las soltemos, no vayamos a creer que están enfermas. Entonces estaremos
tranquilos.” (2007: 289). Pero, si del lado del lenguaje común podemos estar tranquilos
siempre y cuando no reflexionemos sobre las palabras, del lado de la literatura la exigencia
La literatura, lejos de olvidar la muerte del lenguaje, se obsesiona con querer llegar a ella,
con poder tocar esa presencia anterior hecha de vacío que se ubica infinita e
ausencia, sino que nos hace notar la verdadera ausencia de las palabras, “la no-existencia
(2007: 289).
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En este punto, la relación entre “La literatura y el derecho a la muerte” con “El gran
rechazo” se vuelve más fuerte, teniendo en cuenta que se retoma la idea de que la literatura
búsqueda de ese momento que la precede.” (2007: 290). La propuesta de Blanchot en “La
rechazo? En la materialidad del lenguaje, en el hecho de que las palabras también son
cosas, una naturaleza, aquello que me ha sido dado y me da más de lo que comprendo de
ello.” (2007: 291). Pero si las palabras efectivamente son cosas, ¿cómo estudiarlas? ¿qué
teoría literaria es capaz de estudiar la literatura partiendo de la idea de que las palabras son
también la triada real-simbólico-imaginario que bien podría ser compatible con el esquema
blanchotiano basado en la muerte y el rechazo del lenguaje). Por otro lado, podemos
fenomenología de los elementos tan explorada por Gaston Bachelard, una relación aún más
ritmo, el peso, la masa, la figura, y después el papel sobre el que se escribe, la huella de la
tinta, el libro. Sí, por fortuna el lenguaje es una cosa: es la cosa escrita” (2007: 291). La
lectura que Blanchot hace de Lautréamont en La parte del fuego se caracteriza por poner
esta forma de ver el lenguaje y la literatura: “La lectura de Maldoror tiene de notable que
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perfectamente compuesto en su desarrollo” (2007: 150). A partir de esto, Blanchot recurre a
la metáfora de la “obra-cosa”: “ese lenguaje […] se pone a existir como una cosa: busca
(2007: 151). Esta particularidad impone la exigencia de comprender cada suceso sin
recurrir al sentido específico de la frase que se lee o al sentido general de la obra “sino
dejándonos penetrar por su realidad de cosa y del sentido general y listo que ella en cuanto
tal reviste.” (2007: 152). Blanchot quiere poner de manifiesto el carácter exterior que la
literatura representa para nosotros en tanto lectores, razón por la cual habla de ella en
términos de “cosa”, accesible sólo mediante el movimiento de la lectura – que oscila entre
La escritura sería entonces el medio por el cual se hace posible la presencia de una
en alguna otra: “Cuando nombra, lo que designa se suprime; pero lo que se suprime se
mantiene y la cosa ha encontrado (en el ser que es la palabra) más bien un refugio que una
amenaza.” (2007: 292). En esa hipótesis, puede verse otra vez cómo Blanchot ha dejado
fuera del problema, por completo, los asuntos del sentido y la interpretación, los caminos
podemos verla llevada a la práctica en lo que aquí nos permitiríamos conjeturar como los
fatales fracasos de la llamada crítica genética, disciplina que ha intentado dilucidar las
distintas relaciones que se pueden establecer entre un texto édito y su manuscrito, entre la
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En las consideraciones acerca del lenguaje y la significación que presenta en “El
gran rechazo”, Blanchot postula que toda habla es violencia, que supone una relación de
poder; violencia que es secreta, y que se ejerce sobre lo que nombra la palabra, porque ella
sólo puede nombrar si retira la presencia de lo que nombra. También, en relación con la
que escape a esta operatoria, que se escape de la posibilidad (lo dado), y se establezca sobre
un puro presente donde el devenir del tiempo se detiene. Es la experiencia que “no se deja
y sólo hay experiencia cuando algo diferente de lo dado sube a escena. La experiencia es la
sentido que, cuando Blanchot está pensando en la imposibilidad como relación, dice que “la
11
Debemos retener la relación entre la literatura y la comprensión ya que será clave a la hora de relacionar
teóricamente a Blanchot con de Man.
12
Las afinidades teóricas entre Blanchot y Badiou se tornan, en este punto, evidentes. Recordemos que la
lógica del acontecimiento en Badiou suponía una doble interrupción respecto de las categorías de Tiempo y
Saber. Las teorizaciones de Blanchot en torno a la literatura implican efectos similares: la experiencia de lo
imposible supone una interrupción en la que el tiempo cesa de discurrir deteniéndose en un presente que no
deja de ahondarse y, a la vez, busca establecer al pensamiento en un terreno donde la comprensión no sea la
exigencia dominante a la hora de la lectura.
30
comunicación es imposible” (2008: 59): su objetivo no es simplemente negar la posibilidad
otra (que culturalmente identificamos como literatura), no regida por las categorías
La poesía nos orienta hacia esa “otra relación que no sería ni poder ni de
60), con lo Otro expresado en neutro. Es por eso que la fórmula de Blanchot es
puede nombrar, no se puede decir, sólo lo que es posible puede ser efectivamente dicho 13.
con el afuera del lenguaje. En Blanchot la experiencia de lo Otro, del Afuera, no remite a lo
Uno sino a “la exigencia de una relación de discontinuidad donde la unidad no está
implicada” (2008: 89). Esta relación con lo otro es vital en la filosofía de Blanchot, al punto
tal que siempre gira sobre este tema aunque lo aborde de distintas maneras o puntos de
entrada.
incluido en el libro Falsos pasos. En este capítulo, Blanchot realiza una periodización en la
que establece tres concepciones diferentes del lenguaje a lo largo de la historia: la primera
teoría, previa a Platón, parte de la base de que a cada palabra le corresponde una cosa en el
mundo sensible, de forma tal que la realidad se conecta de forma directa con el lenguaje
13
La imposibilidad, teniendo esto en cuenta, sólo puede ser entendida como una exigencia.
31
(entidad que se encarga de designarla). La segunda concepción es la de Platón y Descartes,
para quienes “el lenguaje expresa las ideas” (Blanchot 1977: 98), permitiendo la entrada al
mundo inteligible. Las palabras, en este período, son “el medio de comunicación entre las
ideas y las cosas”, siendo el mundo inteligible el origen del lenguaje. En contraposición a
esto, la tercera concepción se caracteriza por no preocuparse por la búsqueda del origen del
lenguaje, sino por la búsqueda de su fin. En esta etapa, las palabras sólo pueden expresar lo
pensable en la coyuntura histórica en la que son usadas, razón por la cual siempre van a
poseer algo de verdad: “Lo que se dice forma parte del movimiento general de la verdad
histórica” (1977: 98). La dialéctica hegeliana entra de lleno en la concepción que se tiene
del lenguaje, que pasa a ser concebido como la “totalidad” propia de la realidad humana.
De esta forma, cuando se hace uso del lenguaje, indefectiblemente se entra en un orden que
sujeta al hablante a una forma de poder específica. En palabras de Blanchot: “El lenguaje
tiene una realidad propia, una existencia imborrable, leyes que no pueden ser desconocidas”
(1977: 99), el lenguaje se comporta como una entidad que arrastra a quien lo usa,
haciéndolo caer en lo universal y lo genérico propios de los conceptos que se utilizan para
responder siempre a una exigencia general, de orden universal, que transita la historia de
forma más o menos invariable. No obstante, el uso que se le da a ese mismo concepto va a
tener que lidiar, en todos los casos, con todo lo particular de quien que lo usa: “las
32
proposiciones de los hombres no reposan sobre una conciencia de lo universal, sino sobre
considerarlo expresión del espíritu del hombre, Blanchot propone que el lenguaje es la
comunidad que lo usa (y que por tanto despoja de experiencia –de lo desconocido y/o lo
central, Blanchot introduzca y articule los problemas que se dirimen en torno de la figura
del “silencio”. Si las personas fueran totalmente lógicas, “el lenguaje sería el principio por
excelencia de la comunicación” (1977: 101) pero, según hace notar Blanchot, el silencio no
sólo existe sino que se relaciona de forma tensa con el lenguaje: “Realmente, el silencio
existe […] existe algo que no es ni la indiferencia ni el discurso, y este algo, no transmitible
que existen ciertas experiencias (nombra como ejemplo el éxtasis y el sueño) que se
corresponden de forma más fiel con el silencio que con el discurso. Tenemos, entonces, por
un lado, la comunicación por medio del lenguaje regido por la fuerza de la comprensión y,
por el otro, experiencias tales como “la risa, las lágrimas, el acto sexual”, que manifestarían
comunicarlas, y ofrecen entonces, según Blanchot, “los medios de unirse en una auténtica
comunicación” (1977: 101) cuyo predio es el silencio antes que el habla sin más.
14
En este párrafo podemos ver la influencia de la tesis de Wittgenstein acerca del silencio en el lenguaje, en
especial la última proposición del Tractatus. Más adelante, veremos nuevamente esta influencia en el
Blanchot de La conversación infinita, donde traslada la presente idea del silencio en el lenguaje al concepto
de lo “otro” del lenguaje.
33
Hablar implica, en cierta forma, (re)conocer el orden del lenguaje que hablo. Pero, a
la vez, uno puede mediante el habla misma, poner en duda o bien criticar dicho orden. El
sin el cual su accionar no tendría ni sentido ni lógica. En relación a esto, Blanchot propone:
Para conseguir esto, la literatura destruye el lenguaje al aplacar sus reglas y su orden, con
vistas a poder “comunicar el silencio por medio de las palabras y expresar la libertad a
través de las reglas” (1977: 102); silencio que no es más que todas esas experiencias con
que el lenguaje común fracasa cuando intenta comunicarlas, es decir, lo Otro del lenguaje.
Man es la búsqueda de un modo de leer literatura que no caiga en las trampas de sentido
que se presentan una y otra vez en el lenguaje literario. El comienzo del ensayo titulado “La
la literatura. Ese ensayo debe entenderse a partir del contexto de expreso escepticismo que
manifestaron los teóricos del denominado “New criticism” en los Estados Unidos ante “la
15
El fuerte hincapié que Blanchot hace sobre el uso alegórico del lenguaje por parte de la literatura como una
de sus especificidades más destacables, nos posibilita afianzar su figura como uno de los precursores más
influyentes en la teoría de la literatura como retórica de Paul de Man que desarrollaremos más adelante.
34
introducción de la terminología lingüística en el discurso estético e histórico sobre la
Si hablamos del “canon” de la teoría literaria hacía 1960, hay que recalcar el lugar
se introduce en los estudios sobre literatura parte de una noción principal: una matriz de
suponerse es que el lenguaje tiene por “referencia” una función y no una intuición por parte
teoría literaria, cuyo objetivo Paul de Man describe –crítico y distante- así:
Detrás de la seguridad de que es posible una interpretación válida, detrás del interés
reciente en la escritura y en la lectura como actos de habla potencialmente efectivos
y públicos, detrás de todo ello hay ese imperativo moral muy respetable que intenta
reconciliar las estructuras internas, formales y privadas del lenguaje literario con sus
efectos externos referenciales y públicos. (1990: 16).
La distancia se toma, así, respecto de estudios que se caracterizan por hacer coincidir un
significado supuestamente propio de la obra literaria analizada, con una referencia que es
alguien o algo (digamos un grupo, una tradición, un hábito cultural) postula como exterior a
35
ella. En este sentido, es necesario destacar el cambio de concepción del lenguaje que
llevaron adelante Barthes o Jakobson, por nombrar dos figuras preponderantes del
significados” (2003: 649), lo cual terminó por reunir de forma definitiva a la semiología
teoría literaria pudo establecerse como tal cuando definió su objeto: la literariedad.
Una de las primeras críticas que de Man hace al estructuralismo gira en torno al
problema de la fenomenalidad del significante. Para esto, de Man parte de un análisis que
Barthes hace de Proust (en “Proust et les noms”, 1972), en donde se afirma que el escritor
es aquel que cree que la relación entre significante y significado es motivada. De esta
significado, considerándola como un simple efecto estético que el lenguaje puede alcanzar.
No es una función estética sino retórica del lenguaje, un tropo identificable (la
paranomasia) que opera al nivel del significante y que no contiene ninguna
declaración responsable sobre la naturaleza del mundo, a pesar de su fuerte
potencial para crear la ilusión opuesta.16 (2003: 651).
en pensar que la relación entre la palabra y la cosa es fenoménica cuando, tal como lo
esto, de Man pugna por una lingüística “no-fenoménica”, como él mismo la llama, en
donde
16
Se puede ver, también en este caso, el movimiento de la lectura retórica que caracteriza a de Man.
36
no se niega la función referencial del lenguaje […] lo que se cuestiona es su
autoridad como modelo para la cognición fenoménica o natural […] porque no es
cierto a priori que el lenguaje funcione sobre principios que son los del mundo
fenoménico o que son como ellos.17 (2003: 653).
Una teoría literaria que fracase en dar cuenta de esto se equivocaría, por ejemplo, al
653) resultando, fundamentalmente, ideológica. Recordemos que Paul de Man entiende por
propio discurso; también ocurre porque se configura como un discurso emparentado con la
filosofía aunque, en realidad, rompa con la tradición filosófica por el simple hecho de haber
nacido en el seno de la lingüística; porque “desdibuja los límites entre el discurso literario y
el no literario.” (2003: 653). Pero a la vez, una dirección contraria de esta resistencia puede
deducirse de las tensiones que surgen del proyecto mismo de la teoría literaria, que tienen
puede ser un constituyente inherente a su discurso” (2003: 654). Más adelante, de Man
una resistencia al uso del lenguaje sobre el lenguaje […] una resistencia al lenguaje mismo
17
Es interesante recordar aquí que para Badiou, no hay en ni por el lenguaje, un modo fiable de nombrar el ser
en tanto ser; sólo al matema –nunca el discurso verbal- puede prestársele fiabilidad como ontología. Por eso el
poema nunca nombra ni podría hacerlo sino que, en cambio, “nomina” o “mal dice” lo “mal visto”, como ya
señalábamos. Del mismo modo, como ya vimos, la experiencia de lo imposible en Blanchot tampoco puede
expresarse por medio del lenguaje, sólo puede ser una exigencia del habla. En tal sentido, Badiou, De Man y
Blanchot coinciden en postular, cada cual a su modo, el efecto de puesta en escena, testificación o
manifestación de estas limitaciones (imposibilidades) del lenguaje por parte de la literatura.
37
reducidos a la intuición.”18 (2003: 655). Paralelamente, de Man introduce el modelo teórico
del trivium para explicar la importante incidencia que algunos de sus preceptos tienen en el
armado de la concepción de lenguaje que poseerán en los estudios sobre literatura que él
crítica.
El modelo del trivium, que “considera a las ciencias del lenguaje como compuestas
tensiones no resueltas” (2003: 656) que se relacionan, en este caso, con el problema de la
fenomenalidad del lenguaje. Para de Man, este problema surge de instituir una continuidad
no-verbal y nos dan el conocimiento del mundo fenoménico) y las ciencias del lenguaje
lenguaje que propone de Man surge de la particular importancia que le asigna a esa
central de su teoría consiste en pensar la retórica como el uso del lenguaje que
tradicionalmente ha sido catalogado como “literariedad”, a raíz del efecto que tiene dicha
dimensión del lenguaje sobre las otras dos. La retórica “interviene como elemento decisivo
pero desestabilizador que […] trastorna el equilibro interno del modelo y, por consiguiente,
del trívium tiene su origen en la errónea relación isotópica, es decir, de continuidad que se
establece entre la gramática y la lógica. Porque, si tenemos en cuenta que la lógica, gracias
a su intrínseca relación con el quadrívium, funciona como el nexo que posibilita el ingreso
del mundo fenoménico al interior del lenguaje, podemos dar cuenta que la relación
18
Por intuición, debe entenderse aquí la percepción en el sentido fenoménico del término.
38
isotópica termina por establecerse también entre el lenguaje y el mundo fenoménico. Según
de Man, la teoría literaria debería dejar de lado este precepto continuista entre el lenguaje y
el mundo.
Podemos encontrar la clave para entender “la incierta relación entre gramática y
retórica” (2003: 658), en el lugar ambiguo que ocupan los tropos (las figuras del lenguaje),
que pueden ser estudiadas tanto desde la gramática como desde la retórica. Acertadamente,
de Man pone de manifiesto que los tropos “no siguen necesariamente el modelo de una
entidad no verbal, mientras que la gramática es, por definición, capaz de generalización
la dimensión gramática del lenguaje. La noción de lectura es central, al punto que de Man
de hecho, una resistencia a la lectura.” (2003: 659). Teniendo en cuenta esta aclaración, es
produce cuando ella evita el acto de lectura que posibilita, a fin de cuentas, su propia
existencia (no podríamos imaginar una teoría literaria que no parta de una lectura inicial).
¿Qué queremos decir cuando afirmamos que algunas teorías literarias dejan de leer? En
ningún caso debe esto tomarse por su sentido literal. Para entenderlo, es necesario deslindar
dos nociones distintas de lectura: por un lado, la lectura literaria es aquella que no se rige
obligatoriamente por la comprensión, que no busca hacer coincidir lo que está leyendo con
lo que pertenece al campo de lo culturalmente conocido. Por otro lado, la lectura cultural es
aquella que lee como si estuviese leyendo cualquier otra cosa que no pertenezca a la
19
Recordemos que, en el marco de la teoría del acontecimiento, es por medio de la gramática que la lógica
fenoménica del mundo ingresa al lenguaje.
39
literatura ni se toque con ella. Ahora bien, durante la lectura cultural, es factible que se
produzca la resistencia de lo literario a ser leído estrictamente como cultura, es decir, sin
momento, razón por la cual las teorías literarias que olviden, o que de forma consciente,
dejen de lado esa imposibilidad propia de la literatura, reduciéndola a una “práctica” mera o
indeterminación que tiene que ser, pero que no puede ser, resuelto por medios gramaticales”
(2003: 659). En otras palabras, a la lectura que coloque la dimensión gramatical del
inherente retoricidad del lenguaje literario. Una teoría literaria que tenga como método un
tipo de lectura como la recién mencionada, tendría entre sus “residuos de indeterminación”
quizá, mucho más incisiva de lo que parece, porque cuando critica a las teorías literarias
texto literario (y sobre todo el tenor irreductible de esa dimensión), en realidad está
diciendo que esas teorías no pueden leer literatura (contrariamente a lo que afirman, debido
40
la teoría que procure comprender su relación supuestamente isotópica con el mundo
a la lectura”. En el ensayo “Algo más sobre el lector común”, relaciona estos conceptos con
la figura de “lector común”: “El acto […] que llamamos «lector común» –es decir la
resistencia a la lectura […] esa fuga de todos los contextos, ese resto que nos toma cuando
(Dalmaroni 2013: 3); es precisamente ese resto el que “el impulso teórico puede de ningún
modo alcanzar sino únicamente perseguir” (2015: 46). Por otro lado, es necesario destacar
una sistematización que conjuga los aportes teóricos de Blanchot, Barthes y de Man. En la
primera de las cuatro hipótesis que Dalmaroni esboza, propone pensar a la distinción
blanchotiana entre libro literario y libro no-literario como fundadora de una línea teórica
entre cultura y destrucción en El placer del texto de Barthes. Esta hipótesis puede razonarse
literatura] a la lectura» que formuló Paul de Man.” (2015: 60). De modo tal que Dalmaroni
vinculación que se puede establecer entre Barthes y de Man. La oposición barthesiana entre
41
y, además, puede pensarse dentro de la distinción metodológica aquí propuesta (lectura
Veamos ahora en qué casos una lectura gramatical fracasaría en dar cuenta de lo que
ejemplos en los que la semiótica no puede cumplir con su objetivo ulterior de esclarecer el
“Hay elementos en todos los textos literarios que no son de ningún modo agramaticales,
contexto.” (2003: 660). Tomemos por caso el conocido título de la novela de Saer nadie
nada nunca y veamos qué tiene para decirnos: ¿acaso afirma la imposibilidad eterna de que
las personas puedan nadar? ¿o es una simple yuxtaposición de palabras solo vinculadas por
la función compartida de la negación (de persona, cosa, tiempo)? Queda claro que usos del
lenguaje como el de este título, muy presentes en literatura, poseen un alto grado de
imposible optar por una u otra alternativa, que ni la gramática ni la lógica pueden
ayudarnos a decidir cuál es la interpretación que nos permitiría seguir adelante con una
lectura capaz de dar con el sentido o la verdad de lo que se lee. Frente a esta ambigüedad,
para de Man “el lector tiene que interrumpir su comprensión en el mismo momento que
está más directamente implicado y atraído por el texto.” (2003: 662) Bajo ninguna
42
circunstancia debería confundirse este fenómeno con el abandono total de la lectura ante la
falta de un sentido estable, más bien estamos ante lo que podríamos llamar la interrupción
de la experiencia de lectura. ¿En qué radica esta imposibilidad que, contrariamente a lo que
podría esperarse, no anula por completo la lectura sino que la hace tropezar para que siga su
camino? Esta interrupción le indica al lector que el sentido no actúa como el lenguaje, en
y necesita que actúe. La dimensión retórica del lenguaje, la literatura misma, “deshace las
pretensiones del trívium (y, por extensión, del lenguaje) de ser una construcción
momento por su desplazamiento retórico.” (2003: 662), que podemos decir que la literatura
fijar un sentido a priori inasible. Si trasladamos este concepto al ámbito de la teoría, se debe
tener siempre en cuenta que no es posible establecer ningún sistema completamente seguro,
desde un punto de vista epistemológico, dentro del marco de los estudios que tengan a la
literatura como su objeto principal, desde donde se pueda saber, de manera inequívoca, el
43
en algún texto crítico o teórico, volverá a ser indefectiblemente ambiguo e inasible para
La salida que de Man encuentra a los problemas que la teoría literaria no puede
explicar es, fundamentalmente, retórica: es por eso que propone que podemos entenderlos y
describirlos de modo acertado si los analizamos en tanto figuras o tropos. El caso más
como un modo de la ambigüedad). La ironía es caracterizada por de Man como “el tropo de
porque es incompatible con el análisis lógico. La ironía pone de manifiesto que el lenguaje
al que pretende referir. En el ensayo “El concepto de ironía”, de Man realiza una suerte de
historización de las diferentes formas en las que se ha concebido a la ironía, con el objetivo
de establecer una definición propia sobre dicho tropo. Comienza el artículo presentando
diversas formas de concebir y de definir los tropos, por medio de las cuales expone su
cambio que “implica algo más, una negación más radical” (2000: 233).
“La ironía misma plantea dudas en el mismo momento en que se nos ocurre su
posibilidad, y no hay ninguna razón intrínseca para interrumpir el proceso de duda” (2000:
235). Por lo tanto, el lector debe elegir entre un sentido u otro en el momento en el que la
20
Otro caso que da cuenta de la imposibilidad de hacer coincidir la gramática con la retórica, es el de las
preguntas retóricas. En ellas, el mismo uso gramatical genera dos significados opuestos que no pueden
reconciliarse dialécticamente: el significado literal posee una proposición que es negada por el significado
figural. Esta ambigüedad nos devuelve al estado de indecibilidad según el cual es imposible optar por un
significado u otro: no podemos esclarecer el sentido de la pregunta retórica al no poder establecer con
seguridad si su función es la de preguntar o si nos está diciendo otra cosa. Así, para de Man, la retórica
suspende a la lógica y a la gramática, como así también a la posibilidad de representación.
44
ironía lo intercepta, razón por lo cual de Man afirma que es “el deseo de entender la ironía
la que pone fin a esta cadena” (2000: 235). Durante ese proceso de decisión, mientras reina
sino que es el lector el que siente la extraña necesidad de interrumpirse si lo que lo moviliza
es asignarle un sentido a lo que lee, o bien dar cuenta de que esa asignación es imposible.
esto es cierto, entonces la comprensión nunca puede controlar la ironía, por lo cual la
Seguido a esto de Man trabaja con un capítulo de Lucinda, una novela de Schlegel,
en la que se presenta una especie de disquisición filosófica que, según recuerda de Man,
puede leerse sin mayores dificultades –es sabido que de hecho lo fue- como “una reflexión
sobre los aspectos puramente físicos de un acto sexual.” (2000: 239). Lo que se extrae de
este caso es que ciertos discursos, cuando son escritos de una determinada manera,
permiten ser leídos según un “doble código”. Resulta interesante dar cuenta que De Man
Yendo un paso más allá, de Man postula que todo sistema tropológico, todo
lenguaje, toda obra literaria, “engendra una línea narrativa”. Ahora bien: por medio de su
45
lectura de Schlegel, argumenta que la ironía trae consigo un “estado de ánimo interior” de
sesgo interruptor (que podemos hallar en la poesía) cuya modalidad exterior sería lo bufo:
“Lo bufo […] es la interrupción de la línea narrativa, el aparte, el aparte para la audiencia, a
través del que se rompe la ilusión de ficción.” (2000: 251). Si siempre es posible identificar
una “línea narrativa” y tomarla como sendero para que una lectura discurra y corra tras el
sentido, también siempre –diríamos, fatalmente- la hay para que resulte interrumpida:
esto al campo de la retórica, donde ubica los tropos de la “parábasis” y el “anacoluto” para
Antes de continuar, es necesario reponer cómo aparecen definidos estos dos tropos en
“ruptura del discurso debida a un desajuste sintáctico provocado por la elipsis de los
entre parataxis o hipotaxis” (Beristain 1995: 46). Beristain destaca que este tropo suele
utilizarse para imitar la lengua hablada y conferirle más realismo a los personajes. Por otra
(Marchese-Forradelas 2007: 24). Mientras que definen parábasis como “un caso especial de
46
la digresión […] tan frecuente en la tragedia griega: el autor, por medio de un corifeo, daba
a conocer a los espectadores sus intenciones, sus opiniones […] podría extenderse a los
Estos dos tropos se encargan entonces de interrumpir esa línea narrativa que deviene
del lenguaje, en tanto sistema tropológico, y si, como se dijo anteriormente, en la poesía la
ironía se encuentra en todas partes, entonces “la narrativa puede ser interrumpida por
cualquier lugar”; existe algo así como una potencialidad latente de interrupción que viene a
cortar la línea narrativa que es, ni más ni menos, que “la estructura narrativa que resulta del
sistema tropológico […] la alegoría de los tropos tiene su propia coherencia narrativa, su
altera.” (2000: 253-254). Lo que está en juego, de nuevo, es la (im)posibilidad que tenemos
De Man vuelve a citar a Schlegel para decir que la poesía suspende “las nociones y
leyes del pensamiento racional” (2000: 256), dejando expuesto “el caos original de la
estupidez” (2000: 256). Su “autenticidad” radica en que “es una simple entidad semiótica,
abierta a la radical arbitrariedad de cualquier sistema de signos y, como tal, […] poco
fiable.” (2000: 256). Para explicar esto, de Man introduce el concepto de “libre juego del
utilizarla. Una vez escrita, una obra literaria no podrá reducirse a ninguna explicación que
47
de los significantes, no solo impide que estos sean gobernados por los que los usan, sino
que también “echa a perder cualquier consistencia narrativa, y arruina los modelos
reflexivo dialéctico, que forman, como se sabe, la base de cualquier narración.” (2000:
257). En sintonía con esto, de Man afirma: “Un texto literario afirma y niega
simultáneamente la autoridad de su propio modo retórico” (1990: 31). Esta premisa rige
buena parte de las lecturas que de Man realiza, al punto tal que se caracterizan por buscar
la posibilidad de existencia de una estructura narrativa: “No hay narración sin reflexión, ni
narrativa sin dialéctica, y lo que la ironía interrumpe […] es precisamente esa dialéctica y
esa reflexividad, los tropos. Lo reflexivo y lo dialéctico son el sistema tropológico” (2000:
labor crítica: “Parece como si acabásemos en una especie de seguridad negativa sumamente
productiva para el discurso crítico (1990: 30). Es, en nuestros términos, el fenómeno de la
cultura) para comprender la totalidad de una obra literaria por medio de un método
reductivo y de identificación.
21
La influencia de Blanchot se manifiesta de nuevo en forma clara: recordemos que la literatura en La
conversación infinita también se caracteriza por cuestionar la razón dialéctica.
48
Si queremos ocuparnos de la noción de “lectura” que Maurice Blanchot construyó a
lo largo de su vasta obra crítico-teórica, es preciso dejar en claro una serie de distinciones
fundamenta en el criterio metodológico que pretende hacer hincapié en las diferencias que
literaria por medio del principio de la comprensión: toda lectura no literaria será aquella
que sea llevada a cabo según la total exigencia de la comprensión, es decir, una lectura
cuyo horizonte esté definido por la obligatoria necesidad de que lo leído encaje siempre con
Badiou concibe como el “Estado de la situación”, que abarca todo aquello que existe para la
cultura, todo aquello que se puede “decir” de forma efectiva (es decir, lo que cae bajo
literario se ofrece como una red fuertemente tejida de significaciones determinadas, como
interpretada y/o comprendida según la exigencia de la cultura. Cuando esto ocurre, se nos
presenta la “experiencia de la lectura literaria” (sin interesar con qué rotulación cultural
cargue el texto), experiencia irreductible a la cultura que será, según la teoría de Badiou, del
49
para nombrar un suplemento, un azar, un incalculable, hay que abrevar en el vacío de
2002A: 90). En relación a esto, “La poesía es la asunción estelar de ese puro indecidible
que es, sobre un fondo de vacío, una acción de la que no se puede saber que ha tenido lugar
hasta tanto no se haya apostado sobre su verdad” (Badiou 1999: 216). Leer literatura, en el
sentido que buscamos pensarlo, sería equivalente a dar con ese acontecimiento que teoriza
Badiou.
totalizante de Charles Mauron sobre la obra de Mallarme. Mauron parte de la idea de que
“todo poema tiene un significado objetivo, sabido por todo el mundo y garantizado por el
pensamiento del autor” (1977: 119) que puede esclarecerse si se lo “traduce” a prosa. Ante
texto originado por el pensamiento definido.” (1977: 120) Aquí ya podemos ver una de las
específica, original y única, que la compone: “El sentido del poema es inseparable de todas
las palabras, acentos y ritmos del poema” (1977: 120). Es por esto que si el lector quiere
50
de lectura literaria permite pensar al lenguaje como “lo que tiene existencia en sí mismo
fuerzas que representa, se rebela como fundamento de las cosas y de la realidad humana.”
(1977: 121). La lectura para Blanchot será aquella que pueda dar cuenta de “la virtud
de Mallarme, efectúa una lectura que pretende colmar con un juicio de valor, propio de la
que la poesía, dejando de ser objeto para convertirse en potencia de visión, imbuye al lector
del sentimiento de ser él mismo lo explicado y contemplado.” (1977: 123). En este sentido,
se pone de manifiesto en la superficie misma del texto, convirtiéndose en uno de los rasgos
La importancia del lector se da en la medida en que “es aquel por quien la obra se
dice de nuevo, no dicha de nuevo en una repetición cansadora, sino sostenida en su decisión
de palabra nueva, inicial.” (Blanchot 1992: 202). Es interesante ver que Blanchot sitúa al
lector, en relación a la obra, en el mismo nivel de importancia que el autor, ya que es por
medio de su lectura que la obra nace de nuevo, recomienza. Pero, ¿qué ocurre cuando la
obra, concebida por Blanchot como “el otro de todo mundo” (1992: 203), como lo que
22
Las categorías blanchotianas de “razón discursiva” y “estructura no-poética” forman parte de lo que
llamamos “lectura como cultura”.
51
momento que comienza, la obra irrumpe de forma súbita en el curso de la historia: “la obra
porque su pretensión más firme es dar toda su fuerza a la palabra comienzo.” (1992: 203).
La obra no podría sino interrumpir el normal devenir de la historia porque ella misma es
una instancia que nada tiene que ver con los parámetros de lo conocido por la cultura: “En
el mundo en que surge y donde proclama que ahora hay una obra, en el tiempo usual de la
verdad en curso, surge como lo desacostumbrado, lo insólito, lo que no tiene relación con
este mundo ni con este tiempo.” (1992: 203). Doble condición de la obra: si, por un lado,
interrumpe la historia por su carácter desconocido, por el otro lado también encarna y lleva
Si cada vez que comienza interrumpe el curso de la historia por ser ella el
la historia: “La obra dice la palabra comienzo, y lo que pretende dar a la historia es la
recomienzo, que la obra se remonta hacia el origen antropológico del sentido del hombre,
del lenguaje y del arte mismo: “y finalmente es muy antigua, lo que se pierde en la noche
de los tiempos, siendo el origen que siempre nos precede y que siempre está dado antes que
nosotros” (1992: 204). ¿Qué es ese origen? La respuesta a esta pregunta nos introduce en el
garantice su saber de la obra y del mundo. Pero ocurre que su lectura, su búsqueda, fracasa
23
La familiaridad teórica entre estas ideas de Blanchot y las conceptualizaciones sobre el discurso de la
historia de raigambre benjaminiana –“lo contemporáneo” de Agamben, “anacronismo” de Didi-Huberman o
el “tiempo mesiánico” de Benjamin, entre otros –son evidentes y merecen ser estudiadas en una investigación
más amplia que esta.
52
en el momento en el cual encuentra, no el lugar de lo verdadero, sino el lugar donde lo
verdadero nace:
Para Blanchot, entonces, la lectura de la obra nos brindaría el movimiento propio del
lenguaje y la significación, es decir, cómo éste significa, cómo construye y cómo lleva en sí
culturalmente verdadero, el lector da con la verdad profana del sentido antes de que éste
engendre la noción de “verdad” o cualquier otra noción. Esta tesis de Blanchot parte de la
presuposición, antropológica también, de que el arte no puede pensarse sino como una
manifestación sucesiva de recomienzos, una figura que –como se ve– resulta correlativa y
arte no puede simplemente comenzar desde cero, sino que su propia posibilidad de
existencia está dada por el “conjunto” de obras que la preceden (lo cual, de ningún modo,
implica que la obra de arte deba moverse en el espacio del saber y de la comprensión)24.
No obstante, una vez que el lector da con la experiencia original e inaccesible por
excelencia, el peso de la historia recae sobre él con tanta fuerza que se ve obligado a
En este sentido, Blanchot reinterpreta la frase de Nietzsche, “Tenemos arte para que la
24
En este punto, se impone mencionar la relación entre esta teorización de Blanchot y el tópico teórico de los
“comienzos”: The anxiety of influence de Harold Bloom, Beginnings: intention and method de Edward Said y
Grammars of creation de George Steiner, formarían un primer corpus de lecturas adyacentes que, por razones
de extensión, no vamos a interrogar. Teniendo esto en cuenta, juzgamos importante destacar la efectividad
crítico-teórica de la noción discontinuista de la “interrupción” de Maurice Blanchot. De esta manera, el
problema teórico de los comienzos sería necesariamente una parte de la teoría de la interrupción.
53
verdad no nos hunda (no nos haga tocar fondo)”, y propone: “Tenemos arte para que lo que
nos hace tocar el fondo no pertenezca al dominio de la verdad.” (1992: 213). De esta forma,
tanto forma de arte, funcione como una suerte de reducto en el cual la experiencia –
verbalizada como “lo que nos hace tocar fondo”- sea posible gracias al movimiento de la
experimentamos que el arte “como imagen, como palabra y como ritmo indica la
proximidad amenazante de un afuera vago y vacío, existencia neutra, nula, sin límite,
sórdida ausencia, asfixiante condensación donde, sin cesar, el ser se perpetua en forma de
nada.” (1992: 217). El arte nos pone de cara a lo que sería el mundo antes de su comienzo,
antes aún de que las ideas mismas de comienzo y de mundo sean verdaderamente posibles.
Siguiendo a Blanchot, entonces, el arte sitúa al hombre frente a lo que era su imagen en el
acercamiento, tanto a la obra crítica como a la obra literaria de Blanchot, a partir de sus
existe un nexo íntimo entre su crítica y su literatura. En este sentido, de Man destaca que la
elaboración del discurso crítico, razón por la cual su propia crítica nunca intenta ser una
suerte de exégesis aclaratoria de la obra que tiene por objeto. Esta ética blanchotiana de la
crítica, como lúcidamente lo nota de Man, es ante todo una ética de lo que el proceso de
54
lectura es o debería ser: Blanchot ubica la lectura “antes o más allá del acto de
comprender”25 (de Man: 1971: 63), gesto que, a las claras, rompe con los presupuestos de la
construcción que éste hace del acto de la lectura. De Man parte de la siguiente cita de El
espacio literario: “El acto de leer no cambia ni agrega nada a lo que a está ahí; deja que las
cosas sean como ya son; es una forma de (la) libertad” (1971: 63). La obra literaria,
siguiendo la interpretación de Paul de Man, no poseería para Blanchot ninguna entidad más
allá del acto de lectura; lo cual implica que “carece de cualquier tipo de condición objetiva”
(1971: 64). A su vez, la obra no representaría, tal como lo establece Blanchot, un campo en
cual, tanto el autor como el lector, escenifiquen una relación de diálogo entre ellos (en el
sentido hermenéutico del término). Más bien, lo que ocurre en la lectura es un proceso en el
que lector y autor se desprenden de todo eso que los caracteriza y los define como tales:
“[la lectura] devuelve al lector, por un momento, a lo que podría haber sido antes de tomar
la forma de un ser en particular.” (1971: 64). En otros términos, podemos decir que el lector
transita una desubjetivación que implica una suerte de ruptura de las expectativas culturales
que posee, en tanto toda experiencia de lectura literaria necesariamente nace de una lectura
de de Man, que no se deja reducir a los parámetros y demandas de la cultura sino que, por
“no agregar nada a lo que ya está ahí”. Pero ocurre que la lectura remonta al lector al origen
25
Las traducciones de este artículo son nuestras.
55
mismo de la obra, arrastrándolo a lo que Blanchot llama “la experiencia original”,
experiencia que, como vimos, puede pero no debe saturarse con “ninguna adición, ya sea en
la forma de una explicación, un juicio o una opinión” (1971: 64) lo cual nos alejaría como
lectores de ese centro al que la lectura de la obra nos convoca. Será lectura literaria aquella
que “permita que la obra sea lo que ya es.” (1971: 64), aquella que le permita al lector
experimentar la obra en tanto obra, sin que se la reduzca o determine como una práctica
cultural entre tantas otras. Este acto de lectura, “pasivo” si se quiere, porque no pretende
(1971: 65). Si se quiere impedir que la cultura, en sus distintas modalidades, entre en la
obra, es necesario que el lector lleve a cabo una especie de vigilancia continua sobre sí
Ante esto, de Man propone que esa vigilancia “sólo puede llevarse a cabo en el lenguaje.”
(1971: 65); lo cual nos introduce al problema de la crítica y su relación con la literatura. La
entonces como el lenguaje Otro de la obra literaria gracias a su relación de “contacto” con
ella.
tesis, presente en El espacio literario, de que un escritor nunca podrá leerse a sí mismo, es
se conecta con “la dificultad de renunciar a la creencia de que toda literatura es un nuevo
comienzo, que la obra es una secuencia de comienzos.” (1971: 65). Pero esta creencia,
como venimos viendo, no es más que una ilusión: “El poeta sólo puede comenzar su obra
porque está dispuesto a olvidar que este supuesto comienzo, en realidad, no es más que la
56
repetición de un fracaso previo, que resulta precisamente de la incapacidad por comenzar
de nuevo.” (1971: 66)26, un escritor jamás podría escribir una obra si piensa que ella ya está
escrita, si sabe que su labor forma parte de un movimiento de recomienzos que no sólo lo
trasciende sino que se hunde en el origen antropológico del hombre –del lenguaje y del arte.
del origen, de la imposibilidad de comenzar.” (1971: 66). El lector bien puede optar por
olvidar el hecho de que la obra testifica la imposibilidad de que ella misma exista pero,
“paralizaría cualquier intento posterior de crear literatura.” (1971: 66). A partir de esto, de
Esto le permite a de Man construir su tesis central sobre la relación entre la obra crítica y la
Emulando el gesto de Paul de Man, quien sostiene que en los artículos críticos que
Blanchot escribió sobre Mallarme puede verse la relación entre su crítica y su literatura, nos
posible dar con una serie de elementos que nos permitirían terminar de trazar el panorama
26
Todo parte de la imposibilidad del comienzo, de la creencia de que todo comienzo no es más que un
recomienzo. Esto es lo que Blanchot da por supuesto para construir su teorización.
57
sobre la lectura en Blanchot. “El lenguaje de la ficción”, incluido en La parte del fuego,
transcurso de una lectura. Blanchot escoge la siguiente frase de El castillo de Kafka para
marcar las lecturas disímiles que se pueden hacer de ella: “El jefe de la oficina ha
desempeñan el mismo papel y no mantienen las mismas relaciones que las del lenguaje
común.” (Blanchot 2007: 73). La relación que se establece entre el sujeto que lee y las
palabras dependerá, en gran medida, de esta distinción fundamental que, a la vez, rige su
propia teoría de la lectura. Pero ¿qué es lo que cambia? Ciertamente, las palabras son las
mismas, la lectura en tanto proceso cognitivo tampoco sufre cambios, pero indudablemente
estamos ante dos tipos de lecturas en esencia diferentes, que parecen coincidir con la
en estos términos los dos tipos de lectura que Blanchot propone se justifica, principalmente,
porque su distinción se origina en la dispar relación que cada lectura entabla con el “saber”.
Si, por un lado, cuando leo esa frase en el contexto de una oficina “sé quién es mi jefe,
conozco su oficina, se muchas cosas, relativas a lo que él es, a lo que dice […] mi saber es
en algún modo infinito […] estoy por todas partes prensado por la realidad”, por el otro, esa
frase leída de El castillo implica que, como lector, no sólo sea “infinitamente ignorante de
todo lo que pasa en el mundo que se me evoca, sino que esta ignorancia forma parte de la
naturaleza de este mundo, desde el momento que el objeto de un relato se presenta como un
mundo irreal” (2007: 73-74). Como se puede ver, esta distinción funciona de forma análoga
58
a la díada significación poética-significación discursiva de Falsos pasos y, también, a las
Lo que está en juego a la hora de la lectura es la relación que se establece entre ella y
este ensayo Blanchot anticipa muchas de sus posteriores aportes al problema del lenguaje
que el lenguaje, lejos de darnos la plenitud de cosas en las que vivimos, esté separado de
ellas, porque es un lenguaje de signos, cuya naturaleza no es llenarse con lo que señala,
sino ser su vacío” (2007: 74). Esta forma de usar las palabras hace que ellas se desprendan
sostiene que, cuando lee la frase en la cotidianeidad, instantáneamente pierde registro de las
relaciones y signos que se encuentra garantizada por el sentido mismo de esas palabras. Sin
embargo, en la lectura literaria, aunque las palabras que se leen también son signos, se dice
que “no partimos de una realidad dada como la nuestra.” (2007: 75) sino de lo que Blanchot
de las leyes que rigen el mundo de, por ejemplo, El castillo. La tesis de Blanchot en
relación al no-saber es que “esta pobreza es la esencia de la ficción que consiste en hacerme
[cotidiana]” (2007: 74). Si en la lectura cultural el sentido es el operador clave que ata al
nunca se puede dar completamente por supuesto, ni tampoco puede operar un nivel de
59
determinación comparable al que hacemos funcionar en el ámbito de la cultura. A raíz de
las palabras no pueden ya contentarse con su puro valor de signo (como si fuera
precisa toda la realidad y la presencia de los objetos y los seres para autorizar esta
maravilla de nulidad abstracta que es la charla de cada día), y a la vez adquieren
importancia como bagaje verbal y hacen sensible y materializan lo que significan.
(1977:75).
Podemos ver entonces cómo la significación poética tiene en su origen más profundo esta
Es interesante dar cuenta de que esa carencia, esa falta que es para Blanchot el
cual no hace sino dificultar la construcción de un discurso crítico que pretenda asir la
empresa teórico-crítica de Blanchot. Volviendo a Kafka, esa falta que Blanchot percibe en
su obra –al punto tal que la concibe, en su totalidad, como un fragmento– es el punto
central si se quiere explicar las diferentes lecturas que se han hecho de él:
Esta carencia podría explicar la incertidumbre que hace inestable, sin cambiar su
dirección, la forma y el contenido de su lectura. Pero esta carencia no es accidental.
Está incorporada en el sentido mismo que mutila […] Las páginas que leemos
poseen la más extrema plenitud, anuncian una obra que no carece de nada y, por
otra parte, toda la obra está como dada en esos desarrollos minuciosos que se
interrumpen bruscamente, como si ya no hubiera nada que decir. (2007: 13).
Carencia que se traduce en imposibilidad de saber con exactitud qué se lee, o mejor, qué
significa lo que se lee: “Lo que vuelve angustiosa nuestro esfuerzo por leer no es la
60
coexistencia de interpretaciones diferentes, es, para cada tema, la posibilidad misteriosa de
aparecer unas veces con sentido negativo y otras veces con sentido positivo.” (2007: 13).
Pasajes como éstos son los que nos permiten pensar a Blanchot como un teórico de la
lectura: en el instante mismo en que realiza una descripción de una determinada obra,
inmediatamente se interroga por las implicancias que esos aspectos tendrán en la lectura.
Por otro lado, en este punto es posible notar algo así como un germen de lo que será
uno de los principales aportes de Paul de Man en torno al problema de la lectura: a partir de
la transitada noción de “ambigüedad”, definida como “un subterfugio que capta la verdad
en el modo del deslizamiento, del paso” (2007: 13), Blanchot lee en Kafka la posibilidad de
la injusticia y universo de la culpa); ambigüedad que arruina la lectura, que la hace fracasar
en su intento más lógico de asignarle un sentido a eso que lee. Podemos reconocer en este
caso de las preguntas retóricas, el mismo modo gramatical genera dos significados opuestos
que es negada por el significado figural. Usos del lenguaje como este, que para de Man son
“indecidibilidad” puesto que resulta imposible optar por un significado u otro. La influencia
significado, por una interpretación o lectura correcta, ninguno de los dos busca construir
una alternativa teórica que les permita dar con una lectura preferible, sino que ambos
61
insisten en la suspensión de la comprensión, haciendo de ella el horizonte mismo de la
lectura crítica.
Recordemos que una de las tesis más importantes de Paul de Man en “El concepto
de ironía” consistía en afirmar que en poesía podemos encontrar ironía en todas partes, es
decir, que nuestra lectura podía verse interrumpida en cualquier momento a causa de la
particularmente llamativo que encontremos una idea muy similar en “La literatura y el
derecho a la muerte”. Sobre el final del ensayo, Blanchot parte de Kafka y su relación con
La literatura es el lenguaje que se hace ambigüedad […] No sólo cada momento del
lenguaje puede llegar a ser ambiguo y decir alguna otra cosa que no dice, sino que el
sentido del lenguaje es incierto, de él no se sabe si expresa o representa, si es una
cosa o la significa […] La ambigüedad está en todas partes (2007: 301).
Podemos ver a las claras que la conclusión a la que de Man arriba, a saber, que “la ironía
lenguaje literario27.
entender, no sólo la naturaleza de lo que llamamos lectura literaria y del lenguaje poético,
sino también lo que la literatura es. En este sentido, es necesario destacar la preocupación
27
Pensemos, por ejemplo, en comienzos como el de “El tema del traidor y del héroe” de Borges, o la variante
que Saer construye en Glosa: comienzos ambiguos, indecisos, presuntamente establecidos sobre referencias
vagas, inconexas y contradictorias (ambiguo sería la mejor forma de caracterizarlo) que interrumpen el
discurrir del relato. En la lectura se establece una pugna entre la exigencia de entender, controlar, asignar
sentido a lo que se lee, y la desazón que produce dar cuenta de que esa exigencia está signada por el fracaso.
Imposibilidad que toma la forma de la interrupción.
62
continua de Blanchot, en ensayos como “La literatura y el derecho a la muerte”, por
aquellas obras literarias que permiten ser leídas como una especie de metaliteratura. Es
posible dar cuenta de esta pretensión en “Kafka y la literatura”, así como también de otro
cual diferentes lecturas críticas (incluidas sobre todo en Falsos pasos y La parte del fuego)
La hipótesis que Blanchot maneja en este ensayo es que Kafka “descubre”, por así decirlo,
la literatura, en el momento en que logra poner por escrito todo lo que le acontecía pero a
partir de la construcción de una tercera persona «él» que sustituye y aniquila a la primera
su propia historia para poder así volcarla de lleno en la construcción de diferentes relatos:
“El relato de ficción pone en el interior de quien escribe cierta distancia, cierto intervalo
edición es de 1949) tomó la forma teórica del ensayo “La voz narrativa” de La
escritura: “Escribir es romper el vínculo que une la palabra a mí mismo, romper la relación
que me hace hablar hacia «ti» […] es retirar el lenguaje del curso del mundo” (Blanchot
1992: 20). Cuando escribo literatura, desde esta perspectiva, no sólo me comunico sin hacer
funcionar el aparato formal de la enunciación (aparato por el cual el «yo» se dirige siempre
63
a un «tu»), sino que esa escritura interrumpe la enunciación clásica. Es por esto que el
lenguaje que construyo sufre una transformación radical con respecto al lenguaje del habla
cotidiana, lo cual, como vimos, incidirá inevitablemente en el tipo de lectura que esa
escritura exigirá. De nuevo, como se podrá esperar, Blanchot piensa en Kafka: “Kafka
señala con sorpresa, con un placer encantado, que se inició en la literatura cuando pudo
sustituir el «Él» al «Yo» […] El escritor pertenece a un lenguaje que nadie habla, que no se
dirige a nadie, que no tiene centro, que no revela nada.” (1992: 20). Se evoca aquí al poder
origen, poder ubicado bajo esa forma de la tercera persona que borra al «yo» del autor y lo
convierte en Otro. Resulta interesante dar cuenta del movimiento por el cual esta propuesta,
que comienza en La parte del fuego como lectura crítica desemboca, veinte años después,
que pone de manifiesto la importancia de la lectura crítica en Blanchot, que funciona como
que podemos encontrar en la experiencia literaria. Es por eso que la interrupción supone
una relación específica con el habla, en la que hablar implica “pretender involucrar el
afuera de toda lengua en el lenguaje mismo, es decir, hablar en el interior de este Afuera
[…] Escribir: trazar un círculo en cuyo interior vendría a inscribirse el afuera de todo
círculo…” (2008: 98). Esta idea es central para comenzar a hablar del concepto de “voz
64
Retomando y ampliando la metáfora del círculo, en el capítulo XIV de La
literatura: “el relato sería como un círculo que neutraliza la vida, lo que no quiere decir que
carezca de relación con ella, sino que se relaciona con ella mediante una relación neutra”
(Blanchot 2008: 488). En un relato, nos dice Blanchot, podemos presentir que “alguien
habla por detrás” (2008: 488), lo cual es el carácter esencial de ese relato en tanto círculo,
el “centro” de ese círculo en términos de Blanchot. Lo importante es que ese centro, a partir
del cual se organiza el relato, no está dentro del círculo/relato sino que se establece detrás
de él: es el afuera del círculo. Entre la voz que narra y lo narrado existe una distancia
infinita, que requerirá, tal como lo establecimos, una interrupción que sea capaz de medirla.
En otras palabras: ser capaz de narrar, de abarcar esa distancia, sería equivalente a “hablar
el límite, es decir, conducir hasta el habla una experiencia de los límites” (2008: 488).
Sí, como fue demostrado, escribir es pasar del «yo» al «él», si, no obstante, el «él»
que sustituye al «yo» no designa simultáneamente otro yo ni tampoco el desinterés
estético […] queda por saber lo que está en juego, cuando escribir responde a la
exigencia de ese «él» incaracterizable. (2008: 489).
Resulta interesante ver que el pronombre al que Blanchot le imputa el peso de ese
gramatical vacía que ha sido bien caracterizada por Émile Benveniste: en su teoría de la
uso de los pronombres personales de primera y segunda persona, ya que toda relación de
65
habla consiste en un «yo» que se dirige a un «tu» que es también un «yo». Lo que nos sirve
lo nombra así porque no forma parte de la situación comunicativa prototípica, es el que está
ausente, el que falta. Su existencia se efectiviza gracias al «yo» locutor que se encarga de
nombrarla como la no-persona. En este sentido, el «él» es una instancia aún más vacía que
los pronombres de primera y segunda persona ya que necesita ser dotada de un contenido
referencial preciso y determinado, contenido del cual los otros dos pronombres pueden
fácilmente prescindir.
narrado, “que no se cuenta pero que está en juego cuando se cuenta”, se esconde bajo la
máscara del «él» incaracterizable. A partir de Kafka esta distancia pierde el carácter
objetivo, desinteresado, que identifica a las novelas de Flaubert, para entrar “bajo las
alteración de otra habla o de lo otro como habla (como escritura)” (2008: 493). Esta
distancia representa “la experiencia narrativa”, es el hecho irreal de que exista alguien que
nos está contando una historia y que se debate entre hacerse notar o pasar desapercibido.
Blanchot formula que el acto de narrar pone en evidencia el neutro siempre gracias
al amparo que brinda el «él», “que no es una tercera persona, ni tampoco el simple abrigo
de la impersonalidad […] [ni] se contenta con ocupar el lugar que ocupa el sujeto en
general”, sino que “destituye a todo sujeto”. Lo hace bajo dos formas:
66
1) el habla del relato siempre nos deja presentir que lo que se narra no lo cuenta
nadie: ella habla en neutro; 2) en el espacio neutro del relato, los portadores de
habla, los sujetos de acción […] caen en una relación de no identificación consigo
mismos: algo les sucede, que sólo pueden recobrar desprendiéndose de su poder de
decir «yo» (2008: 494).
Aquí podemos ver que Blanchot no sólo está hablando de lo que ocurre en el Afuera de la
obra, es decir, en el hecho de que alguien esté narrando una historia, sino que también
ocurre dentro de la historia misma en el sentido de que los propios personajes van a
sobrellevar el pasaje del «yo» al «él» (que de Man caracterizaba en términos de anacoluto).
“El «él» narrativo […] marca así la intrusión de lo otro –entendido en neutro– con
su irreductible extrañeza, con su retorcida perversidad. Lo otro habla. Pero cuando lo otro
habla, nadie habla” (2008: 495). La afonía de la voz narrativa surge como consecuencia de
este pronombre que no se corresponde con nadie en especial, no refiere a nadie y gracias a
eso puede establecer “un vacío dentro de la obra”, construyendo el discurso en torno de un
centro que se sitúa fuera de ese discurso, al estar radicado en una forma gramatical
completamente vacía, que puede apuntar a infinitos lugares o a ninguno. Esa voz narrativa,
blanchotiano. Afuera que se relaciona con ese relato, a partir de la voz narrativa, de una
forma neutra. Esta relación es esencial porque exhibe la naturaleza del lenguaje, la forma en
persona que pone en juego el neutro puede pensarse como una interrupción en el relato por
medio de la noción de “anacoluto” analizada por Paul de Man. Como dijimos, este tropo se
da cuando las expectativas sintácticas que construye una frase se ven interrumpidas, dando
67
lugar a algo diferente28. Implica una ruptura que se efectiviza cuando aparece, sin previo
aviso, el «él» que pone en juego el neutro. Cuando en el ámbito de la literatura un relato se
esa voz espectral que nos está narrando una historia. Lo que sube a escena es el acto
Nos parece conveniente agregar alguna aclaración más acerca de los alcances de la
La conversación infinita, Blanchot retoma la frase de Flaubert que dice que en el mundo
hay “demasiadas cosas” y “no suficientes formas” junto con la teoría de Wittgenstein sobre
lo indecible, con el objetivo de hablar de lo otro del lenguaje. Lo que se plantea es que “lo
Otro del habla” es el Afuera del lenguaje. Para explicar esto retoma a Wittgenstein, para
quien cada lenguaje “tiene una estructura con respecto a lo cual, dentro de ese lenguaje, no
puede decir nada” (2008: 432). Es menester que haya otro lenguaje que trate de la
estructura (oculta, indecible) del primero. Lo que Blanchot rescata de esto es lo siguiente:
68
4.2 La lectura retórica como excusa: Paul de Man
El tipo de lectura que Paul de Man realiza suele caracterizarse por ser fuertemente
las premisas sobre las que se basa la lectura de de Man. Como vimos en el apartado
especial aquellas que rompen con la necesidad de una conciencia fenoménica que funcione
como motor de la lectura. Esto posibilita el giro teórico que tanto caracteriza a de Man, para
quien la retórica es un saber circular que sólo puede remitir a sí mismo –es por eso que
procedimientos sino como una entidad que contiene lo esencial del lenguaje, es decir, lo
que hace que el lenguaje pueda significar y no, como suele suponerse, referir un mundo
Nos interesa destacar la lectura que de Man hace de las Confessions de Rousseau,
no tanto por lo que tiene para decirnos sobre ese texto, sino porque esta lectura no es más
que una excusa para expresar lo que aquí verdaderamente nos interesa: sus teorizaciones
sobre el lenguaje y la literatura. De Man analiza un episodio narrado por Rousseau en dos
yuxtaposición de dos textos confesionales vinculados entre sí por una repetición explícita,
la confesión, por así decirlo, de la confesión.” (de Man 1990: 318). El episodio en cuestión
69
inicia cuando Rousseau roba un lazo de color rosado y, una vez que se descubre el robo, él
“acusa a una joven criada de haberle dado el lazo, dando a entender con ello que ella
[Marion] intentaba seducirlo.” (1990: 318). Como Rousseau se siente culpable de las
mismo por ambos actos, afirmando que él robó el lazo para regalárselo a Marion
simplemente porque la deseaba, al punto tal que en el texto mismo se pretende que “el lazo
«vale por» el deseo de Rousseau respecto a Marion” (1990: 322). La excusa de Rousseau es
la siguiente:
es extraño, pero la verdad es que mi amistad con ella fue la causa de mis
acusaciones. Ella estaba en mis pensamientos, me excusé a mí mismo con lo
primero que se me ofreció. La acusé de haber hecho algo que yo quería hacer y de
haberme dado el lazo porque mi intención era dárselo a ella (1990: 327).
La frase que le interesa a de Man, en francés, es: “Je mˈ excusai sur le premier objet quˈ sˈ
offrit.” (1990: 327)30. Lo importante de la frase es que genera una cierta extrañeza en el
contingencia (lo primero que se le ofreció a Rousseau para excusarse fue Marion, pero bien
podría haber sido otra cosa), en un contexto (la excusa) de manifiesta causalidad: es sabido
que para que la excusa efectivamente funcione, debe constituirse como un argumento
lógico-causal. En un gesto típico del modo de exponer sus lecturas, de Man afirma una
Dado que Rousseau desea a Marion, ella actúa sobre la mente de él y su nombre es
pronunciado casi inconscientemente, como un desliz, un segmento del discurso del
otro. Pero el uso del vocabulario de contingencia (le premier objet qui s´me offrit)
dentro de un argumento de causalidad es impresionante y desarticulador (1990:
327).
30
En castellano: “me excusé a mí mismo con lo primero que se me ofreció”.
70
Entonces, en un primer momento el propio de Man es quien presenta la (errada) lectura
psicológica, por así decirlo, del pasaje para luego optar por una lectura retórica del mismo.
retórica suprimiría desde el principio la posibilidad misma de tal error. La utilización, por
parte de Rousseau, del nombre de Marion como excusa puede leerse como un “desliz” o
acto fallido de Rousseau (es decir psicológicamente motivado, verosimilizado para una
completa entre los deseos y los intereses de Rousseau y la selección de ese nombre en
psicológico] del azar.” (1990: 327). De Man, en un caso típico de la lectura cerrada que lo
caracteriza, clausura una posible lectura psicológica de la frase en cuestión, mostrando que
el propio texto niega la lógica que pretende construir. El nombre “Marion”, en la excusa de
explícitas del propio autor31, no posee ningún tipo de motivación: abierto a una total
arbitrariedad es, por tanto, incapaz de establecerse como el principio causal que garantizaría
propio texto la presenta de esa manera, aunque la lógica del texto requiera que sea causal
para que la excusa tenga sentido (es por esto que Rousseau intenta explicar esa mentira en
términos causales diciendo que fue proferida a causa de su deseo por Marion). Esta frase es
31
Mediante esta lectura de Man intenta hacer notar cómo, en repetidas ocasiones, los textos se resisten a ser
explicados mediante su referencia externa: la frase de Rousseau no puede leerse a partir de su condición
genérica (es decir, como excusa), ni tampoco refiriéndonos a su contexto o a las intenciones de su autor.
71
para de Man “un anacoluto, un elemento extraño que altera el significado, la legibilidad del
discurso apologético, y vuelve a abrir lo que la excusa parecía haber clausurado.” (1990:
328) y, como tal, el anacoluto niega la propia intención de su autor. En una nota al pie, de
Man aclara que la noción de anacoluto designa “toda discontinuidad gramatical o sintáctica
casual, rompe las expectativas de causalidad que el propio texto genera en el lector. Tal
como vimos en el análisis de “El concepto de ironía”, esta figura se caracteriza por la
convergencia en un mismo punto de dos modos retóricos que, al negarse el uno al otro,
convergencia.
En este punto de Man se ocupa del texto la Cuarta Reviere, escrito diez años
“diseminado” por todo el texto y no sólo en una frase. De Man percibe en la tensión
ficcional: “La ficción nada tiene que ver con la representación, sino que es la ausencia de
codificado” (1990: 330). La mentira casual (el nombre Marion) –que ocupa el lugar de la
primer ruido que le venía a la cabeza: no decía nada en absoluto, menos aún el nombre de
alguien, porque así el enunciado puede funcionar como excusa” (1990: 331). De Man hace
hincapié en el carácter libre del lenguaje en relación a su referencialidad, es por eso que una
72
lectura errada será aquella que olvide la falta de motivación entre el lenguaje y el mundo –
carencia que es, como vimos también con Blanchot, el corazón mismo de la ficción.
Man sostiene: “Parece imposible que pueda aislarse el momento en que la ficción se libera
de toda significación […] sin este momento, al que nunca se le permite existir como tal, no
puede concebirse nada semejante a un texto.” (1990: 332). Dar con ese momento donde la
a lo que se lee, debería ser el horizonte de una lectura verdaderamente literaria. En las
sucesivas lecturas que de Man realiza, este horizonte es el equivalente a hallar el momento
su lenguaje. Pensar la literatura de este modo nos permite tratar teóricamente, como aquí lo
hace de Man, con ciertas tipologías textuales, tradicionalmente apartadas del canon
posible porque lo literario no se concibe aquí desde una perspectiva de género o clase de
discursividad, sino como un uso específico del lenguaje que, sin importar la intencionalidad
del autor, produce esa experiencia de interrupción de la lectura que intentamos caracterizar.
¿Qué otra cosa tiene para decirnos este texto en relación al lenguaje y la literatura?
Primero, es preciso recordar que de Man lee y analiza un escrito autobiográfico. En este
sentido, es evidente que sin la culpa que le produjo a Rousseau los efectos de su mentira
casual, u otros episodios como este, Rousseau no tendría nada que excusar en las
Confessions. Esto le sirve a de Man para exponer la tesis principal de todo su artículo:
73
Ya no es seguro que el lenguaje exista como excusa de una culpa anterior pero es
igualmente posible que, dado que el lenguaje, como máquina, actúa de todos modos,
tenemos que producir culpa […] para hacer que la excusa tenga sentido. La excusa
genera la culpa que exonera (1990: 337).
Man propone y lleva a cabo: para que el lenguaje, entendido en este caso como excusa,
tenga sentido y pueda comunicar de forma efectiva, es necesario que “inventemos”, por
decirlo de algún modo, una realidad para que el lenguaje pueda referirla. Resulta pertinente
tomar esto como una crítica a los modos de lectura que se proponen explicar la literatura
recurriendo al mundo fenoménico siempre exterior a ella (intención del autor, contexto
socio-histórico, etc.): “No hay excusa [lenguaje] que pueda hacerse cargo de tanta
proliferación de culpa [realidad]” (1990: 337); aunque lo que verdaderamente ocurre para
de Man es otra cosa: “nunca puede haber culpa suficiente para equiparar el infinito poder
función performativa del lenguaje mientras que la excusa es una función representativa. La
cognoscitivo” (1990: 337). De Man propone que cualquier acto de habla produce un exceso
campo de la teoría literaria, nos queda que la literatura, por más que su lenguaje genere un
proceso de su propia producción; que es, para de Man, “lo único que merece la pena
conocer” (1990: 338). La sentencia fatalista de Paul de Man parecería ser que la literatura
existencia. Es por eso que, desde su perspectiva, sólo podemos alcanzar algún
74
conocimiento confiable sobre la literatura si nos abocamos estrictamente al lenguaje,
esto, de Man concluye: “La tesis principal de la lectura ha sido demostrar que la prédica
resultante es lingüística más que ontológica o hermenéutica.” (1990: 338). Como vimos en
el caso del anacoluto de Rousseau, el análisis lingüístico de Paul de Man termina por negar
cualquier tipo de explicación que se establezca sobre las intenciones del autor, lo cual sería
no puede ser asimilado ni por sus condiciones genéricas, ni por su contexto socio-histórico
Para intentar pensar la relación entre Badiou y la noción de lectura con la que
realizado sobre la obra y el pensamiento de Alain Badiou. El ensayo que elegimos nos
resulta particularmente fructífero porque es una lectura crítica que, como se puede apreciar
indudable importancia que posee dicha noción a la hora de conformar el corpus teórico aquí
teórico, dejando de lado las distintas lecturas críticas que funcionan como ejemplificación
75
Badiou parte de la premisa de que el poema de Rimbaud se niega a sí mismo: “El
en dos.” (2002A: 121). Los mecanismos de la interrupción que Badiou destaca son: “nada”,
“bastante”, “pero” y “no”. A partir de esto, Badiou realiza un inventario de los distintos
poemas de Rimbaud en que la fuerza interruptora de su poesía sube a escena. Por ejemplo,
destaca que el poema ¿Qué es para nosotros, corazón mío, …? se esfuerza por construir un
determinado sentido que luego se verá indefectiblemente arruinado por el último verso:
“¡No es nada! ¡Aquí estoy! Aquí estoy siempre” (Rimbaud 1959: 133). La interrupción en
este caso radica en el final abrupto que trastoca y niega el sentido que se venía
construyendo en el poema.
negación no dialéctica, ese «no» que no depende de nada, por el cual Rimbaud desvía al
poema de su propia apertura” (2002A: 123). Esto ocurre en el poema Memoria ya que,
aunque en un primer momento se establece en él lo que Badiou llama “la imaginaría del
marcha” (1959: 133). Es interesante notar que la interrupción se da aquí tanto en el plano
del decir, un brutal «No», seguido de tres puntos suspensivos. Suspendidos estamos
también se caracteriza por una ruptura en las expectativas, tanto semánticas como
76
En Badiou entonces la interrupción está emparentada con la ruptura y la detención
abrupta. Es por eso que percibe en Memoria “que esta exposición del ser a su escisión, el
interior del poema.” (2002A: 124). Dicho de otro modo, la interrupción que Badiou lee en
Rimbaud tiene que ver con la aparición intempestiva “de una latencia de la prosa. Hay una
prosa al acecho en esta poética, obtenida mediante desregulación del verso, contraste del
léxico, trivialidades posibles, sintaxis perentoria.” (2002A: 124). Ahora bien, teniendo en
o estructura del lenguaje”, y que de Man utilizaba el término anacoluto para referirse a
ciertos momentos en los que las expectativas sintácticas que engendraba una determinada
frase se veían interrumpidos, podemos pensar esa especie de superposición entre prosa y
poesía que Badiou observa en la poética de Rimbaud como una variante de la tesis
Man.
de la siempre posible prosa que contiene […] como si Rimbaud quisiera disponer, desde el
interior del poema, de los recursos de su interrupción por la prosa.” (2002A: 124-125). Esto
se logra por medio de la oscilación, tanto de la métrica como de las imágenes que el propio
poema construye, pero dejando en él una reserva, un potencial de interrupción, que de ser
descubierto en la lectura no haría sino arruinar la sintaxis o la imagen misma que el poema
pretende construir: “Es que la interrupción se dirige en efecto a decepcionar” (2002A: 125).
Badiou percibe una relación de indecidibilidad entre poesía y prosa, una imposibilidad de
optar por una u otra – lo cual lo acerca aún más a Maurice Blanchot y Paul de Man,
77
particularmente por la recurrencia con la que aparece esta noción en sus dos teorías. Badiou
sostiene que “en la operación interruptora del poema, lo que tienta a Rimbaud es un
Kafka en “La literatura y el derecho a la muerte”, Badiou propone que lo indecidible que
caracteriza a Rimbaud surge porque “nos son propuestos, literalmente, y en todos los
sentidos, dos universos, y no uno solo.” (2002A: 128). Teniendo esto en cuenta, podemos
pensar lo indecidible como un trayecto que va desde Blanchot a de Man y Badiou, en tres
teorías literarias de distinta procedencia pero con el mismo énfasis puesto en el potencial de
siguiente apuesta teórica: “ese acto incalculable, acontecimental, que llamamos «lectura»
[…] nos empuja al hiato o la grieta insalvable que separa en nosotros Lengua y experiencia,
de literatura debemos preguntar por qué lo que leemos nos afecta tal como lo hace. De esta
manera encontraríamos una salida a la pregunta por el cómo está hecha la literatura,
pregunta que nos direcciona como lectores a resolver los efectos de la literatura por medio
17), que no explica el por qué de la forma sino que responde al cómo está hecho. Ante esto,
Dalmaroni propone preguntar “qué clase de experiencia queda detenida en un texto así […]
78
qué clase de sujeto es el que escribe de ese modo, qué trance se produce en esa escritura
inclusive cada vez que es releída.” (2012: 17). Con el objetivo de distanciar su propuesta de
antropológica”.
¿qué consecuencias tiene esto para la crítica literaria? La respuesta que da Dalmaroni es la
siguiente:
una crítica literaria acorde con su filosofía [la de Badiou] consistiría en un discurso
que habla de ese procedimiento pero que de ningún modo podría aspirar a decir la
verdad que el arte produce sino perdiéndola, es decir reemplazando esa verdad por
un discurso, un «sentido» o un «saber» que, por supuesto, la ignora y es otra cosa
(2012: 23).
La labor crítica oscila entonces entre el saber cultural gracias al cual cobra entidad como
El análisis que Dalmaroni hace del ensayo “Entender es traducir” de George Steiner
comprensión total de un determinado texto de Shakespeare: “lo que Steiner nos permite
suponer es que no sabemos cuántos secretos sobre sus textos se fueron a la tumba con
Shakespeare, pero es seguro que habrá habido algunos.” (2013: 14). De modo que la lectura
79
debe verse continuamente asediada por ese elemento o esos elementos incomprensibles
epistemológicamente fuerte y segura, debe ser consciente de que nunca es definitiva, que
siempre está a la espera, agazapada ante una nueva lectura que está siempre por venir.
80
Admitamos que la obra de Maurice Blanchot fue mantenida a una singular distancia
del canon teórico francés que la crítica literaria argentina fue construyendo desde mediados
del siglo XX a esta parte. No nos referimos, como se verá, a la aparente ausencia de la
significativas aunque sin dudas contadas-, sino más bien al lugar incómodo, incidental, en
apariencia a veces ausente, que Blanchot tiene en la enseñanza de la teoría literaria, en las
bibliografías de los programas de cátedra, pero también en las citas de gran parte de los
escritos de la crítica literaria local. Esta presencia mínima y dispersa parece acentuarse con
universitarias desde fines de 1983: desde las bibliotecas silenciadas hacia mediados de los
setenta, las nuevas cátedras agitan el regreso con renovados bríos de Barthes, del Bajtín
más detallista que ese, se sabe, Blanchot seguirá casi completamente ausente, con la
comenzarían a escribir ensayos que se cuentan con los dedos de la mano (vg. Mattoni,
Cueto, más tarde Surghi), o en el caso de Alberto Giordano, casi completamente solitario,
que comienzan a dictar cursos y seminarios de teoría sobre Blanchot. Ese relato no debe
aceptarse sin más como parte de una historización crítica de lo que ha de haber sucedido,
pero sí, por lo menos e inicialmente, como testificación de un problema. Podemos encontrar
en Crítica de la crítica de Todorov una serie de consideraciones acerca de Blanchot con las
que es dable empezar a esbozar una posible explicación para este fenómeno, aún si no nos
dice mucho todavía sobre motivos vinculados al contexto local: “Todo intento de interpretar
a Blanchot con un lenguaje diferente al suyo –anota Todorov- se vuelve una tarea imposible
81
(estupor) o imitación (paráfrasis, plagio).” (1991: 58). Más allá del tono polémico y
escritura y de los conceptos de Blanchot son lo primero que se nos impone a la hora de
Todorov ve en Francia. Conviene revisar en concreto, sin dudas, cómo y cuánto ha sido
utilizado Blanchot por parte de la crítica argentina, desde 1960 hasta nuestros días, qué
lecturas y qué modos de lectura crítica singulares pudo haber animado, tramado,
críticas de sus conceptos que me propongo comenzar a rastrear e interrogar –en una tarea
que, por supuesto, en este apartado recién se esboza y ensaya sus primeros pasos. Para
sostener esto, elaboraremos una suerte de primer borrador de genealogía provisoria, que por
ahora contemple diversos momentos en los que la crítica argentina ha vuelta productiva la
teoría de Blanchot.
1970, con las figuras de Oscar Masotta, Noé Jitrik y Enrique Pezzoni. En “Sexo y traición
en Roberto Arlt”, Masotta polemiza con el hecho de que la crítica tradicionalmente haya
leído a Arlt como “un monstruo de sinceridad y autenticidad.” (1982: 58). Masotta se pone
en la vereda opuesta de este modo de lectura justamente a partir de Blanchot: “Habría que
recordar entonces, como lo han probado las profundas reflexiones de Maurice Blanchot (La
82
58). Inmediatamente, Masotta afirma que en Horacio Quiroga, una obra de experiencia y
de riesgo, Jitrik parte de la misma idea pero para leer a Quiroga, razón suficiente para que
sea visto por Masotta como “una rara excepción en nuestra literatura crítica” (1982: 59).
En ese libro sobre Quiroga, podemos encontrar un uso de la teoría de Blanchot un poco más
extensivo que el que realiza Masotta: además de lo que tiene que ver con la sinceridad
–“Todo lenguaje es enemigo de la sinceridad, ya sea por decir demasiado, ya sea por decir
poco, afirma Blanchot” (Jitrik 1967: 71) – Jitrik se sirve, para caracterizar la obra de
experiencia como principio y motor” (1967: 67). A su vez, Jitrik realiza un gesto crítico
consistente en tomar una lectura crítica de Blanchot y hacerla funcionar de forma análoga –
anotando las diferencias pertinentes –para leer en este caso a Quiroga. Jitrik cita a
Blanchot: “Para Kafka, estar excluido del mundo quiere decir excluido de Canaán […]
arrojado fuera del mundo” (Blanchot 1992: 61 en Jitrik 1967: 116), y a continuación acota:
forma diferente.” (1967: 116). Un par de años más tarde Pezzoni emula este movimiento
cuando analiza Blanco de Octavio Paz: “Las reflexiones de Octavio Paz coinciden en buena
entiende Mallarme –se pregunta Blanchot –cuando asigna al Libro la misión de una
ʽexplicación órfica de la Tierraʼ que sea a la vez una explicación del hombre?” (1977: 67).
83
Blanchot de la forma más amplía, productiva y detallada posible. Destacamos, en línea con
lo que venimos trabajando, el ensayo “Los ensayos literarios del joven Masotta (Primer
encuentro)” escrito en 1989 ya que en él, Giordano logra reponer de forma clara y sucinta
Si la literatura es, como lo quiere Maurice Blanchot […] una experiencia que
suspende el poder de comprensión, que se orienta hacia un más allá o un más acá de
la comprensión, la dificultad de comprender, la fuga sin perspectiva del sentido,
testimonia el encuentro de la crítica con la literatura (2005: 135).
En sintonía con esto, y en uno de sus aciertos crítico-teóricos más destacables, Giordano
realismo y la obra de Saer. Es importante destacar que, para superar el intertexto con
memorable, uno de los mejores que se han escrito sobre Borges–, reside en que hay menos
realidad en la realidad por no ser ésta más que la irrealidad negada.ʼ” (1992: 17).
En tercer lugar, ubicamos los aportes críticos de Silvia Molloy (Las letras de
Borges), Sergio Cueto (“Un discípulo tardío. El Kafka de Borges”), Alberto Giordano
de los 2000. De modo análogo a Jitrik y Pezzoni, Silvia Molloy retoma a Blanchot para
leer a Borges: “Lo que pasa en y por Pierre Menard es por fin una letra, que al perder sus
cabales –como el protagonista del Quijote original– es sometida a la presión encantada que
Maurice Blanchot destaca en la obra de Henry James.” (1999: 56). Cueto, por su parte,
retoma la relación entre Borges y Kafka utilizando a Blanchot como una suerte de
84
vendrá. De esta forma, Cueto construye con Blanchot una respuesta a ese interrogante que
vale tanto para Borges como para Kafka: “El tema no está encerrado en la obra, no es un
guiándola de ese modo, la hace ser la obra que es.” (1999: 39).
Judith Podlubne utiliza de forma muy precisa la teoría de Blanchot cuando explica
las razones del impacto que Viaje olvidado de Silvina Ocampo causó en su hermana
Victoria. Podlubne propone que los recuerdos de infancia, con los que Silvina Ocampo
construyó esta obra, están signados por la “impropiedad”: “Los recuerdos pierden relación
directa con la vida a la que alguna vez presumen haber pertenecido, para volver a
vincularse con ella a partir de ese retiro, de esa distancia” (1999: 100). “Retiro” y
“distancia”32 son ideas centrales en el pensamiento de Blanchot, utilizadas en este caso para
dar cuenta del modo con el que Viaje olvidado construye su “impropia” e “impersonal”
versión del pasado. En sintonía con esto, Giordano construyó el concepto de “tono” para
explicar lo que ocurre en la literatura de Puig: “el punto hacia el que la búsqueda narrativa
se orienta y del que proviene […] el acontecimiento de la diferencia de una voz, no sólo de
diferencia entre esa voz y ella misma: su singularidad.” (2002: 47). Puede notarse aquí una
anteriormente.
32
Recordemos que anteriormente nos referimos a la importancia de la noción de “distancia infinita” en la
teoría de Blanchot, así como también al papel crucial que posee la idea de “retiro” en la teoría de la
significación que Blanchot esboza: “Toda habla es violencia […] violencia que ya se ejerce sobre lo que
nombra la palabra y que ella sólo puede nombrar retirándole la presencia” (Blanchot 2008: 53, subrayado
nuestro).
85
emprendido aún una reconstrucción de esa zona de la biografía de Zanetti que la definiría
como lectora de Blanchot desde los 60 –un tópico que sus discípulos nos sugieren atender-
pero podemos al menos ya anotar que Zanetti percibe una lógica de la discontinuidad y la
conocía bien. Teniendo esto en cuenta, no resulta extraño encontrarse en el año 1997 con la
utilización explícita del concepto blanchotiano de Obra cuando Zanetti se ocupa de los
diarios de Martí: “De cabo haitiano a dos ríos cierra, con la brusca irrupción de la muerte,
233). Seis años más tarde, podemos encontrar otra referencia de Zanetti a Blanchot en su
artículo sobre el diario de Ribeyro: “Como señala Blanchot [El libro por venir] (1959) y
bien sabe Ribeyro, el diario entraña los riesgos de caer en la engañosa complacencia de
volverse hacia el yo.” (2006: 73). Siguiendo con Zanetti, el último caso que nos gustaría
conceptos blanchotianos como en los dos ejemplos anteriores, pone de manifiesto el nivel
de conocimiento que una firma tan importante como la de Zanetti poseía de la obra de
Blanchot. En un artículo sobre José Emilio Pacheco, Zanetti demuestra ser una lectora de
Blanchot lo suficientemente competente como para reconocer sus ideas aun cuando no
aparezca citado: “Si recordar el olvido es no olvidar, como apunta Máximo Cacciari al
poesía mide siempre ʽla ausencia de su objetoʼ, señala Cacciari trayendo ahora ideas de
86
Para finalizar, es necesario destacar que en los últimos cinco años se publicaron una
serie de libros que no hacen sino confirmar que la teoría de Blanchot se ha convertido en
una referencia recurrente para muchas firmas centrales en la crítica argentina: Judith
Podlube publicó Escritores de Sur en 2011, donde retoma y amplía la lectura realizada
sobre Silvina Ocampo con el concepto blanchotiano de “voz narrativa”; Sandra Contreras
en Realismos, cuestiones críticas (2013) también utiliza esa categoría, entre otras, pero para
ocuparse de la obra de Saer; en El silencio y sus bordes (2011) David Oubiña construye la
podemos ver, no sólo es relevante destacar que buena parte del canon de la crítica argentina
se sirve de los conceptos teóricos de Blanchot. También se nos presenta toda una
investigación a ser proseguida en el hecho de que esos conceptos, figuras y modos de leer
parte del canon de la literatura argentina como Borges, Saer, Puig, Ocampo y Arlt entre
otros.
Conclusiones
87
Las intensas resonancias e incidencias de Maurice Blanchot sobre Paul de Man y
Alain Badiou no sólo resultan innegables sino que también posibilitan pensar sus obras
torno al problema de la escritura que sea extensiva también para Badiou y de Man.
como luz y si escribir no es […] retenerse, por esa interrupción, en relación con lo Neutro
[…] sin referencia a lo Mismo, sin referencia a lo Uno” (2008: 329). La tesis que Blanchot
desarrolla en este ensayo consiste en afirmar que en el humanismo ateísta todavía ejerce
saber en tanto exigencia o ley: “La fenomenología cumple así el destino singular de todo el
logos deben ser considerados en términos de luz.” (2008: 322). La fenomenología logra
sin el cual el pensamiento o el lenguaje no podrían ser posibles. De esta forma, el lenguaje
tiene que responder siempre a ese fenómeno que lo precede, fenómeno que termina por
establecerse como el sentido mismo del lenguaje y que se expresa por medio de la metáfora
de la “Luz”: “una primera luz que se origina en el Sujeto con el que tiene lugar un
88
funcionar como una entidad ordenada, unívoca, cuyos operadores fundamentales son el
saber y la comprensión. Esta exigencia que rige al humanismo ateísta es equivalente, para
Blanchot, a la exigencia teológica que dominaba Occidente antes que Nietzsche haya
declarado la muerte de dios: “Porque Dios […] sigue siendo y para siempre la unidad de lo
movimiento por el cual Dios, que bien podría ser la experiencia de lo totalmente Otro
respecto de la escritura y el poder, por decirlo de algún modo, que la escritura detenta. El
lenguaje, tal como lo entiende aquí Blanchot, pretende principalmente representar: “No
existe, pero funciona. Funciona, menos para decir que para ordenar.” (2008: 329).
partir del ensayo– interrumpe ese funcionamiento del lenguaje según el cual decir responde
cual, leer es siempre comprender lo leído según los términos del saber y la cultura: “la
escritura […] ha roto con el lenguaje, ya sea el discurso hablado, ya sea el discurso escrito
[…] ruptura con el lenguaje entendido como lo que representa, y con el lenguaje entendido
Queda por realizar una futura investigación de mayor alcance que permita
concentrar en el corpus de las teorías de la interrupción otras figuras críticas como las
y “asíndeton” que Roland Barthes propone en El placer del texto; “tiempo mesiánico” de
89
Huberman; “kenosis” y “discontinuidad” en Harold Bloom. Resta probar que todas estas
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