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FACULTAD DE DERECHO

ESCUELA DE DERECHO

Estudiante:
Cieza Perez Edith

Docente:
Chavez Mario Vicente

Pimentel, octubre de 2019

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“LOS OSCUROS SECRETOS DEL PENTAGONO”

La guerra de Vietnam está en un punto importante. Retractarse de todo y retirar a sus


tropas ante lo que evidentemente se ha convertido en un largo callejón sin salida no es
una opción para el orgulloso gobierno de los Estados Unidos que ve esa acción como
una humillación. Al activarse la poderosa cámara de Janusz Kamisnki, a las órdenes
de un Steven Spielberg maduro y reposado para entrar nuevamente a una de sus
mejores pero menos reconocidas facetas (la del director de cine político), retrata en
una aparente superficialidad los peligros del combate en una jungla enteramente
desconocida: los soldados no tienen rostro, las sombras son confusas, se pelea contra
fantasmas y todos en medio de la lluvia tropical pueden ser confundidos con
cualquiera.

Sin embargo, al presentarnos al único rostro que volverá al continente americano


después de su experiencia en el frente -el reportero político Daniel Ellsberg– la cámara
decide seguirlo un par de segundos para después dejar que las imágenes hablen por
sí solas. Spielberg decidió montar las manos ensangrentadas de Ellsberg, que se ha
detenido para auxiliar a un soldado mal herido, con un close up de su rostro
confundido que un par de minutos antes, al corregir un encuadre y comenzar a tejer
las acciones en Los oscuros secretos del Pentágono, se convirtió en el close up de
una máquina de escribir orillada en medio de equipajes militares, casi inadvertida,
empequeñecida ante lo gigantesco en todos sentidos, de la guerra que la rodea.

La introducción es el anuncio del, nuevamente, aparentemente superficial discurso de


Steven Spielberg, uno que muy pronto romperá su envoltura para transformarse en un
alegato a favor de la libertad de prensa y con ella, prácticamente de todas las que en
este momento se ven amenazadas no sólo en los Estados Unidos sino en el mundo.

Las noticias llegan desde Vietnam. La investigación que Ellsberg trasladó de sus
manos ensangrentadas a esa pequeña máquina de escribir -o viceversa- llega a uno
de los periódicos más grandes e importantes en los Estados Unidos. El paseo por ese
sub capítulo parece hacerse, de nuevo, con cierta premura: los datos se nos muestran
insinuando un thriller que despegará casi sin control -con un enorme y obligado guiño
al cine político de los años setenta, Todos los hombres del presidente (EUA, 1976),
Estado de sitio (Francia-Italia-Alemania Federal, 1972)-, esos datos son la peligrosa
pero sugerente punta del iceberg, su tiempo en pantalla es casi minúsculo y en ese
choque entre la trascendencia de lo investigado y su disminución matemática en la
narración convierten a este capítulo en uno muy parecido al que nos introdujo a Los
oscuros secretos del Pentágono. ¿La razón? A poco de dejar claro el tamaño de la
explosión informativa que ocurrirá en el Times, Spielberg abre un nuevo camino en su
línea narrativa para llevarnos, como lo hizo antes con la minúscula máquina de escribir
(la herramienta central del reportero, se ha dicho desde siempre) a un diminuto
periódico local, el Washington Post, que lucha por su propia sobrevivencia y que ansía
con todo y desde la persona de su directora Kay Graham y su editor en jefe Ben
Bradlee, entrar a la competencia con los diarios nacionales y la profundidad de sus
investigaciones.

Spielberg une la forma de estos capítulos para dejar de sugerir y, habiendo continuado
la forma, dejar claro que su película quiere que enfoquemos en lo pequeño en medio
de lo gigantesco, en lo que ocurre no sólo en el Post sino muy dentro de él para darle
nuevamente a su cine político el enfoque personal de un director que se ha mostrado
desde siempre preocupado por la corrupción del rumbo y de los ideales de su propio
país.

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Fuimos de lo gigantesco de la guerra al close up de una (ahora) poderosa máquina de
escribir; pasamos de la tormenta informativa de la investigación de la guerra y la
revelación de los informes del Pentágono sobre ella para su posterior análisis en las
páginas del New York Times, a los duros momentos de un periódico pequeño dirigido
por una mujer, un periódico que además lucha por sobrevivir. La película va a
columpiarse entonces en esa forma, pidiendo la reflexión en lo aparentemente oculto
de su discurso, uno que se vuelve más interesante con la propuesta y ejecución visual
de Kaminski y del montaje posterior.

Los oscuros secretos del Pentágono cuenta con una cámara que en primera instancia
teje las acciones para emular hasta cierto punto el entramado de investigaciones y
revelaciones de información, la telaraña de vigilancia y espionaje que elaboró el
gobierno de los Estados Unidos de uno de los puntos determinantes en la vida política
de su país (del rostro de Ellberg a la máquina, del cruce en el camino en las oficinas
del Post entre un reportero en misión y una misteriosa chica que viene a revelar
información importante, el close up de la caja con esa información al rostro admirado
de los jefes de redacción que lo ven como a un niño recién nacido: sellos del cine de
acción de Spielberg). Para subrayarlo, una pantalla favorecida por una profundidad de
campo brutal, reveladora en sí misma, que deja pocos secretos en su segundo o tercer
plano: se trata de ver el espectro completo, de dejar entrar la luz a todo lo que ocurre.

Spielberg no se conforma con eso. Al pedirnos a través de su forma que leamos entre
líneas, Los oscuros secretos del Pentágono deja ver sub capas importantes para la
vida política de su país y del mundo en que vivimos (¿qué tan libre y qué tan
comprometida es la prensa en un país como México?). Sin la combatividad y la abierta
postura de reclamo de la ya citada Todos los hombres del presidente, pero con un
sello mucho más personal no por ello menos válido, Los oscuros secretos del
Pentágono reproduce su forma de ir de lo evidente a lo pequeño para señalar el papel
de la prensa, sus errores (intencionales o no) al vincularse más de lo que se quisiera
con el poder, al evidenciar la pérdida de su compromiso que a su vez fue aprovechada
por las personas en el poder pero, poco a poco, con sus reuniones que van de nuevo
de lo gigantesco de la sala de redacción a lo minúsculo de conversaciones personales
en salones de menor tamaño, la película fabrica un embudo que nos lleva a la cabeza
de Kay, la dueña y directora del periódico que en estos caminos que van y vienen de
lo evidente a lo minúsculo se da cuenta que ella, igual que su periódico, juegan un
papel que no les corresponde y que es necesario cambiar: el de un pequeño personaje
en medio de un torbellino, pero el de un pequeño personaje que puede y debe hacer
algo para cambiar todo y romper ese molde.

Spielberg logra empatar la historia de Kay con la de su periódico (heredado por su


padre a su esposo, muerto por mano propia) y la rebelión que este periódico está a
punto de desencadenar con la información que puede o no dar a conocer
desenmascarando además a un gobierno que ha mentido, que es corrupto y que por si
fuera poco quiere silenciar a la prensa por conveniencia propia.

Si el periódico y todo lo que ocurre es un símbolo demasiado directo de la postura de


Kay es algo que creo no merece discusión pues la idea de Spielberg, reforzada con la
construcción de este embudo que nos lleva a Kay, es justo la de establecer esa
conexión.

Ella, como mujer, ha sido orillada, dejada de lado, privada de voz (literalmente, fíjense
en esas primeras juntas ante los banqueros que pretenden invertir en The Post). Y
ella, como su periódico, ha llegado a creer que ese es su papel. Pero con la
oportunidad de entrar al gran juego, de hacer algo con el caso que se les planta
enfrente (de nuevo, con un guiño directo y obligado al cine político de los años en que

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está ambientada la película), aparece también la oportunidad de levantar la voz. Los
oscuros secretos del Pentágono logra hacer correr a la misma velocidad la historia de
la voz nueva de The Post (el periódico) con la de la voz que Kay recupera poco a poco
en medio de estas reuniones en salones llenas de hombres pretendiendo que ella no
hable, mientras toma respiro en pláticas más cercanas, cara a cara, minúsculas y
escondidas como aquella máquina de escribir de la introducción de la película.

La cámara no ignora este cambio y conforme Kay recupera su voz, sus ideas,
conforme eleva el volumen para hacerse escuchar, la entrega a la pantalla con gran
profundidad de campo, con nitidez y claridad, en ángulos contrapicados que le
devuelven fuerza y figura. Escondida como estuvo o como la obligaron a estar, Kay ha
crecido con la oportunidad de su periódico.

Todo estalla, lo sabemos. Las acciones de Ellsberg terminan por convertirse en los
Pentagon Papers y el escándalo político y los juicios que le siguieron reivindicaron la
libertad de prensa en los Estados Unidos, una libertad que después ayudó a que ese
país se sacudiera a Richard Nixon de la presidencia. Pero debajo, Spielberg acomoda
el dato que debemos voltear a ver, que ha estado ahí por siempre y que sólo necesita
que descifremos el rompecabezas en que vivimos (gran secuencia esa en la casa de
Bradlee en la que se descifra un rompecabezas dentro de otro rompecabezas) para
poder dar un paso adelante: el de la mujer a la que se despoja de poder, la misma
mujer que tiene que recuperarlo para devolvernos (a todos) con ello, más y mejores
libertades.

La historia de Kay se revela en el momento preciso, con el volumen necesario para


embonar en la forma de la película y con un guión que sin descuidar su enfoque
político y periodístico (uno de los autores es Josh Singer – En primera plana)
comunica inspiración y aliento al mismo tiempo de subrayar (esas tomas de los
tipógrafos trabajando, esa caminata final de Streep y Hanks en las salas de imprenta)
la importancia del periodismo y de leer periodismo, de pedir periodismo comprometido
y de leerlo y consumirlo.

A pesar de escuchar a lo largo y ancho de Los oscuros secretos del Pentágono al peor
Nixon de todos (si eso es posible) como a un fantasma gigantesco y omnipresente,
habrá quien le pida a la película más combatividad política, un ataque más frontal. Sin
embargo, narrar en paralelo el empoderamiento de un periódico local al que nadie
escuchaba (¿hay periódicos pequeños?) para desvelar su verdadera historia, la de
una mujer inteligente y propositiva que habiendo sido callada recupera su voz y su
poder, es ahora, enfrente de reacciones retrógradas y cavernarias, un verdadero acto
de política frontal. Si alguien no lo ve es momento de revisar la película.

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