Está en la página 1de 8

El cementerio de los trenes olvidados de

Uyuni
Publicado el 17 abril 2015 por Sele

 Me Gusta





Esqueletos de locomotoras y vagones esparcidos por el gélido suelo del altiplano, amasijos de
hierros oxidados que se retuercen en su propio abandono, en su propia indiferencia… Una
vez hubo una línea de ferrocarril en Bolivia, inaugurada en el último suspiro del Siglo XIX,
que comunicó Uyuni con Antofagasta (ahora chileno) y que sirvió para transportar minerales
como estaño, plata e incluso oro. Durante décadas fue un símbolo del progreso que parecía
tocar al pueblo boliviano con la yema de los dedos pero con el tiempo y la pérdida en la
guerra de su única porción de mar, resultó que no fue así y que las máquinas que se llevaban
a arreglar cerca de la Estación de Uyuni, la primera del país, no volvieron jamás a deslizarse
sobre raíles ni a despedir humo de sus gruesas chimeneas. Hoy el óxido decolora las piezas
desgastadas de una esperanza en el conocido como Cementerio de los trenes olvidados.
La visita al cementerio de trenes de Uyuni es una de las opciones más interesantes para el
viajero romántico al que le gusta ir siguiendo las huellas de un pasado no tan lejano.

UYUNI NO SÓLO ES EL SALAR


Cuando se vislumbra en el horizonte el Salar de Uyuni uno no piensa en otra cosa más que en
que está disfrutando de una de las mejores panorámicas que se encuentre en la vida. Este es el
inicio y el fin de rutas de mochila que cruzan sus destinos entre Bolivia y Chile, el objetivo
con mayúsculas de muchos viajeros entre los que me incluyo.

Reconozco que fue in situ, en el propio pueblo de Uyuni, donde me enteré de la existencia de
este cementerio de trenes que, además, estaba completamente a la vista. Muy cerca de
algunos basurales, en un implacable llano utilizado para que pasten las llamas y las alpacas se
encuentra este impresionante lugar. Es uno de los complementos perfectos que agencias y
guías turísticos utilizan para rematar las visitas al salar y mostrar otro apartado de esta
solitaria localidad boliviana. Una forma de subirse a unos trenes que no están en marcha…
UN LAMENTO BOLIVIANO…
El viento seco se cuela entre ventanas y portalones arrancados por el tiempo y por los
comerciantes de metal, por otra parte. No es un museo, ni nada que se le parezca. Es una
escombrera de vagones y piezas desperdigadas por el suelo que un día formaron parte de los
viajes de pasajeros, maquinistas y contrabandistas que se mecían en la ilegalidad de sus actos.
El espíritu burlador del gran Butch Cassidy, uno de los mayores ladrones de todos los
tiempos, recorre esa atmósfera de hierros torcidos y ruedas de vagón sin dueño. No obstante
algunos de sus golpes más sonados sucedieron en su huída a Sudamérica, protagonizando
incluso su muerte a no muchos kilómetros de allí.
Hileras de trenes viejos y roídos se clavan en el hoy por los garabatos y graffitis que los
viajeros siguen dejando allí. Nombres y mensajes en muchos de los idiomas del mundo
maquillan la roñosidad de las viejas máquinas. Uno de ellos me llama la atención y dice, “Así
es la vida”, que podría ser ser el epitafio perfecto de esta necrópolis del ferrocarril. La
metáfora de una muerte prematura, de la dejadez y el desamparo de uno de los grandes
inventos del Siglo XIX.
El cementerio de trenes de Uyuni es como una especie de lamento boliviano, de susurro
olvidado en la herrumbre de un apeadero fantasma, que hoy día es una de las paradas de la
mochila que recorre América. El polvo de un camino errante se mezcla con el poco oxígeno
que se puede respirar a más de tres mil metros de altura. Las muchas noches de invierno
perpetuo hacen rugir las paredes de acero picado que escriben sus días en un viento que no
cesa, en un forcejeo entre el aire y el metal, en el lento desaparecer.
Ruedas gastadas, ruedas frenadas en seco en su propio cementerio. Ruedas que no van a
ninguna parte ni tienen otro final. Tan sólo guardan consigo un principio, un origen
esplendoroso que después se vería volcado en decepción y soledad. Como si allí mismo
hubiese detonado la totalidad de un proyecto y de un nudo de comunicaciones que en el Siglo
XXI no pasa de ser una red de senderos arenosos repletos de baches que separan
cuantiosamente a dos países vecinos más allá de lo que dicten las leyes naturales del
Altiplano. Las cosas han cambiado muy poco en los últimos años, y es difícil que cambien
próximamente.
Baúles de recuerdos olvidados, memorias apagadas que no han llegado a su destino, certezas
oxidadas en una evidencia tan pura que no busca una explicación. Gringos columpiándose en
piezas herrumbrosas indagando en ventanas sin cristal que asoman a ninguna parte. Así es
uno de los lugares más extraños y oxidados que me encontré en Bolivia, a dos pasos de una
grandiosidad natural regalo de nuestra la Tierra como es el Salar de Uyuni.
Por último me gustaría mostraros unas breves tomas de vídeo que hice en este cementerio de
trenes:

Allí se mezcla el romanticismo con la nostalgia, la vida con la muerte, el cielo teñido de azul
con la piel vestida de ocres deslucidos, un puñado de arena revoloteando a la más mínima
ráfaga de un viento siempre frío. El salar esta cerca, los viajeros arriban en destartalados
4×4… es el cementerio de los trenes olvidados de Uyuni.

También podría gustarte