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Ante este cuestionamiento, deberíamos empezar por preguntarnos si es posible vivir sin
comer animales. Si la respuesta es no, lo máximo que estaría a nuestro alcance, sería
esperar la comercialización de la carne de laboratorio que se prevé para 2022, y velar por
un buen trato de los animales que consumimos mientras esto ocurre. Si en cambio la
respuesta es sí -como las evidencias lo indican-, estaríamos ante la posibilidad de decidir
entre seguir consumiendo productos de origen animal, o desistir de ellos. Es aquí donde
surge la capacidad de elección, y con ella una responsabilidad moral. De esta forma,
se podría decir que, aunque no es necesariamente inmoral comer animales, dado que en
ocasiones las condiciones geográficas o limitaciones en el mercado eliminan la
posibilidad de elegir, y después de todo un organismo biológico sirve como fuente de
nutrientes para otro, es moralmente superior no hacerlo. Así mismo, se podría considerar
inmoral solo en el momento en que, aun existiendo la capacidad de elegir qué tipo de
comida nos llevamos a la boca, insistamos en mantener nuestra dieta basada en alimentos
de origen animal. Esto quiere decir que no es intrínsecamente inmoral comer animales,
sólo que, si se tiene la posibilidad de reducir el sufrimiento en cualquiera de sus formas,
la elección moral siempre va a ser aquella que se incline a esto último.