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ISAIAS Capítulo 57:1-5

En nuestro bosquejo general vimos que la tercera división de este


libro de Isaías, abarca los capítulos 40 al 66, y se titula
"Salvación". Dentro de esta tercera división, en los capítulos 40
al 48 hemos tenido la primera sección titulada "El consuelo del
Señor que viene por medio del Siervo". Luego pasamos a la
segunda sección, titulada "La salvación del Señor que viene por
medio del Siervo sufriente" y abarca los capítulos 49 al 57. Así
que este capítulo 57 marca el final de esa segunda sección. Los
temas que abarca el capítulo en su totalidad son: el contraste
entre los justos y los malvados (vv. 1-14), el consuelo para los
justos (vv. 15-19) y la condenación de los malvados (vv. 20-21).
La gente siempre tiene la impresión que a los malvados
aparentemente suelen irles las cosas bien, por el poder que
confiere el dinero. Pero cuando lleguemos al final de los tiempos,
habrá consuelo para los justos y condenación para los malvados.
Aquellos que se acercan con toda humildad y lo aceptan, son
hechos justos. Aquellos que lo rechazan, continúan en su camino
de maldad hacia el juicio. Este capítulo nos lleva a la encrucijada,
donde el camino que lleva a la vida va en una dirección, y el
camino amplio que lleva hacia la destrucción, se dirige en otra
dirección. El destino y la división se encuentran justamente aquí.
Leamos el versículo 1 de Isaías 57, que comienza a presentar:
El contraste entre el justo y el malvado
"Perece el justo, pero no hay quien piense en ello. Los piadosos
mueren, pero no hay quien comprenda que por la maldad es
quitado el justo"
Aquí dice: "Perece el justo". Muchos creyentes que llevan una vida
de santidad están siendo llevados de este mundo por la puerta de
la muerte. Dios está quitándoles de muchas situaciones
problemáticas que se van a vivir en el futuro. Y ahora en el
versículo 2, continúa hablando del justo y dice.
"Pero él entrará en la paz. Descansarán en sus lechos todos los
que andan delante de Dios."
Estas personas tendrán paz en su corazón. Nos queda la imagen
de alguien que afronta en su lecho y en paz el momento de la
muerte. Los creyentes de esta época, y los que sufran durante la
gran tribulación serán llevados a la presencia de Cristo. Tendrán
paz indiferentemente de las condiciones que les rodeen. Veamos
lo que dice el versículo 3:
"¡En cuanto a vosotros, llegaos acá, hijos de la hechicera,
generación del adúltero y la ramera!"
Ahora, Dios se estaba dirigiendo a los malvados. Incluso su
ascendencia era mala. Tengamos en cuanta la forma en que
calificó a sus padres. En el versículo 4, leemos:
"¿De quién os habéis burlado? ¿Contra quién abristeis la boca y
sacasteis la lengua? ¿No sois vosotros hijos rebeldes, generación
mentirosa"
Ellos habían sido los perseguidores de los justos. Hasta este
momento Dios no había intervenido. Usted puede observar hoy a
su alrededor. Los ataques suelen realizarse contra los justos. La
vida no les estaba resultando fácil. Los ataques eran duros y
feroces, y los malvados parecían salirse con la suya. Y continúa
la voz profética en el versículo 5, de este capítulo 57 de Isaías,
diciendo:
"Que ardéis en lujuria entre encinas, debajo de cualquier árbol
frondoso, y sacrificáis los hijos en los valles, debajo de los
peñascos?"
Los malvados de los últimos días serán los idólatras que le habrán
dado la espalda a Dios. Son culpables de una gran inmoralidad y
de asesinato. El adulterio y el asesinato son también dos de los
terribles pecados de nuestro tiempo, unidos a la codicia, que es
idolatría. Ésa es, pues la condición de los malvados en la
actualidad. Al despedirnos, dejamos con usted estas palabras del
Señor en el primer capítulo que consideramos hoy, el 56:1
"Guardad el derecho, y practicad la justicia; porque cercana está
mi salvación".
"Que ardéis en lujuria entre encinas, debajo de cualquier árbol
frondoso, y sacrificáis los hijos en los valles, debajo de los
peñascos?"
Los impíos en los últimos días serán idólatras, ellos volverán su
espalda a Dios, y ellos son los culpables de gran inmoralidad y
asesinatos. Ahora, comencemos nuestra lectura de hoy con el
versículo 6 de Isaías 57,
"En las piedras lisas del valle está tu parte; ellas, ellas son tu
suerte; a ellas derramaste libación y ofreciste ofrenda de cereal.
¿No habré de castigar estas cosas?"
Ellos hasta adorarán a las piedras lisas del valle, esas piedras que
una vez dieron muerte al gigante. Ellos adoraban todo, excepto
al Dios vivo y verdadero. Y luego, en el versículo 7, leemos:
"Sobre un monte alto y empinado pusiste tu cama; allí también
subiste a hacer sacrificios."
La idolatría se asociaba con las arboledas en las cumbres de las
montañas y dio lugar a escenas de la peor clase de inmoralidad.
Éste es también una figura de los últimos días. Luego, en el
versículo 8, leemos:
"Tras la puerta y el umbral pusiste tu recuerdo. Ante otro, y no
ante mí, te desnudaste; subiste y tendiste tu amplia cama, e
hiciste alianza con ellos. Amabas su cama dondequiera que la
veías."
En el pasado, el pecado se cometía en secreto, pero en nuestros
días, se practica descaradamente y con ostentación. Alguien, en
cierta ocasión, preguntó: "¿No creen ustedes que existe tanta
inmoralidad hoy como lo hubo en el pasado? Y con eso estamos
de acuerdo. Creemos que es así. La única diferencia es que, en el
pasado, se mantenía en secreto, y los hombres tenían vergüenza
de su pecado, pero hoy ya no la tienen. El pecado, amigo oyente,
ha llegado a ser hoy una forma de vida, y ya no existe un nivel
moral alto. Hoy el trigo y la cizaña están creciendo juntos, tal
como el Señor dijo que iban a crecer.
Y así, por toda esta sección vemos el contraste entre los justos y
los malvados.
Ahora llegamos al segundo párrafo de este capítulo (vv. 15-19).
Leamos el versículo 15 de Isaías 57, donde Isaías continuó
hablando sobre el:
Consuelo para los justos
"Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad y
cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad,
pero habito también con el quebrantado y humilde de espíritu,
para reavivar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón
de los quebrantados."
En los últimos días, Dios consolará a los Suyos por ser quién es
Él, el Alto y el Sublime. Él es el Dios de la eternidad, y cuán débil
es el hombre, que vive sólo unos pocos años. No dura mucho
tiempo en la tierra. El Eterno Dios promete cuidar a aquellos que
no confíen en sí mismos, sino que confíen en Él, y Él los cubre
como la gallina cubre a sus polluelos. Ésa es la paz y seguridad
que existe para aquellos que pertenecen a Dios. Pero este
versículo se proyecta más allá de nuestros días hacia la época de
la gran tribulación, cerca del final de los tiempos. Y dice el
versículo 16 de este capítulo 57 de Isaías:
"Porque no contenderé para siempre, ni por siempre estaré
enojado, pues decaerían ante mí el espíritu y las almas que yo he
creado."
Él es el Dios Eterno, pero no estará siempre enojado con el
pecado, porque el pecado será removido. Y continúa diciendo el
versículo 17:
"Por la iniquidad de su codicia me enojé y lo herí, escondí mi
rostro y me indigné; pero él, rebelde, siguió por el camino de su
corazón."
Dios explicó por qué Él castiga al impío. Los impíos son codiciosos,
y ellos continúan rebelándose contra Dios. Estamos seguros que
cualquier persona inteligente se da cuenta que Dios es Santo y
que un día pondrá fin a esta rebelión. Porque Dios tendrá que
castigar a aquellos que tienen un corazón rebelde y orgulloso. Y
ahora, en el versículo 18, leemos:
"He visto sus caminos, pero lo sanaré y lo pastorearé; le daré
consuelo a él y a sus enlutados."
A aquellos que abandonen la maldad de sus caminos, Él los
sanará y salvará. Él es un Dios compasivo con los justos.
"Produciré fruto de labios: Paz, paz para el que está lejos y para
el que está cerca, dice el Señor. Yo lo sanaré."
Sólo Dios puede hablar de paz al corazón del pecador. Y ahora
llegamos al último párrafo de este capítulo, que se titula:
La condenación de los malvados
Cada una de estas últimas tres secciones de la última división del
libro de Isaías (capítulos 40-66) puede ser identificada por el
lugar en el que Dios dijo, como en Isaías 48:22, "¡No hay paz
para los malos! ha dicho el Señor". Esto es algo bien evidente. La
historia del hombre es una crónica de guerra y conflicto
constante. Esto no es solo cierto entre las naciones, sino también
de las relaciones entre individuos, aunque se le llama
competencia. Usted lo encontrará en el mundo comercial, en el
ambiente social y en el ámbito religioso. Usted encontrará
conflictos en prácticamente cada ciudad, y en muchos hogares.
Dios dijo que no habría paz para los malvados. Usted no puede
lograr la paz en el corazón humano, aparte de Dios. Hasta ahora,
nadie ha sido capaz de conseguirlo. Continuemos con nuestra
lectura con el versículo 20:
"Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede
estarse quieto y sus aguas arrojan cieno y lodo."
Ésta es probablemente una de las descripciones más pintorescas
de los impíos que uno puede encontrar en la Biblia. Como el mar
agitado e inquieto, una persona malvada no puede encontrar
descanso ni paz en sus malos caminos. En cierta ocasión, un
anciano de unos 80 años de edad se dirigió a la policía diciendo:
"Por 50 años he llevado en mi conciencia un asesinato. Otro
hombre ya ha pagado el castigo por lo que yo cometí, pero yo soy
el culpable y he venido ante ustedes porque tenía que confesar
mi crimen". La policía sabía que, según la ley, si otra persona ya
había pagado el castigo por el crimen, no se podía arrestar a esta
persona y retenerla; porque otra persona ya había cumplido la
sentencia. Probablemente el peor castigo que este hombre tuvo
fueron esos 50 años de miseria, vividos con una conciencia
culpable. Durante ese tiempo no había podido disfrutar de paz en
su mente. Y concluye el versículo 21 diciendo:
"¡No hay paz para los impíos!, ha dicho mi Dios."
Si el mundo pudiera tener paz hoy sin Dios, entonces habría una
contradicción en la Palabra de Dios. Nadie puede contradecir a la
Palabra de Dios. El malvado no puede disfrutar de paz en el
mundo, y eso es una realidad de nuestro tiempo. Dios ya dijo que
el malvado no tendría paz. Esto es un axioma de Dios, una
realidad tan clara y evidente que no necesita demostración.

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