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Eclesiastés 1: 9 – 10
Imagina los albores de la humanidad, ese estado prístino donde la frontera entre humano
y naturaleza simplemente no existe, momento en el cual el pensamiento humano, de carácter
“pre-científico”, se veía motivado por la necesidad de explorar y explicar un vasto, y basto,
mundo lleno de cosas carentes de definición.
Si nos situamos en la línea del tiempo universal y ubicamos el dominio humano, nos
daríamos cuenta que nuestro tiempo es relativamente insignificante comparado con lo
precedido, casi cuántico, sin embargo, a nuestra velocidad, el “progreso” se ha mantenido
constante1 generando grandes avances tecnológicos que permean en todos los ámbitos
culturales, brindando, en cierta medida, bienestar en las diferentes comunidades humanas.
Pero ese germen inherente al humano, que resulta ser la necesidad de interpretación de su
entorno, permanece pese a la marcada separación entre naturaleza y cultura que la tecnología
nacida en el seno del Antropoceno ha provocado.
Es en este instante donde la física cuántica hace su aparición para desdibujar las fronteras
entre naturaleza y cultura, pero ¿en qué sentido? Sencillo, la naturaleza se compone de
partículas elementales y el humano “no es más” que una sumatoria de estas. “la teoría
cuántica no admite ninguna frontera entre lo pequeño y lo grande” (Rocenblum & Kuttner,
p.148). A mi parecer la cuántica es Copernicana ya que (re)revoluciona la ubicación del
hombre respecto a su lugar en el cosmos. Este nuevo rol de observador consciente de su
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Considero necesario, solo en este caso y traicionando a mi disciplina, hacer uso de la falsa concepción del
evolucionismo unilineal ya que los tiempos cosmológicos no son de carácter multilineal, más si relativos.
posición en la naturaleza le permite ampliar sus campos y posibilidades, aunque claro,
siempre limitado por las capacidades de su época.
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En el mundo clásico todo es previsible: tanto velocidad como posición y la observación propia de la medición
no altera el resultado en cuestión.
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El comportamiento cuántico de los objetos de escala atómica (fotones, protones, neutrones, electrones) es
el mismo para todos, a saber: ondulatorio-corpuscular.
nadie lo perciba, físicamente hablando, concluiremos pues que el árbol no solo no hace ruido
sino que no existe, cuánticamente hablando.
Una cosa hay que tener presente antes de continuar, evidentemente hay fenómenos de la
naturaleza que la física es incapaz de explicar, al respecto Bohr comenta que “no hay mundo
cuántico. Solo hay una descripción cuántica abstracta” (Rocenblum & Kuttner , p. 129). Lo
anterior resulta ser una postura profundamente estructuralista que presenta las restricciones
humanas, inherentes no solo a nuestra estructura cognitiva sino también a nuestro tiempo y
contexto socio-cultural.
La interpretación de Copenhague no fue bien recibida por algunos integrantes del gremio
científico, el físico austriaco Erwin Schrödinger genera uno de los postulados más conocidos
de la “cultura popular”. El famoso gato de Schrödinger nace a partir de un experimento
mental que busca mostrar lo absurdo de la teoría cuántica, y con ella la interpretación de
Copenhague, para Schrödinger “si la teoría cuántica podía negar la realidad de los átomos,
también negaría la realidad de las cosas hechas con átomos” (Rocenblum & Kuttner, p.142).
Se tienen dos cajas y en alguna de ellas se esperaría encontrar un átomo depositado con
anterioridad, si la teoría cuántica es cierta el átomo no se encontraría concretamente en una
de estas cajas sino que estaría “en un estado de superposición que abarca a ambas cajas”
(Rocenblum & Kuttner, p.143), el “solo” hecho de observar para determinar el estado del
átomo genera el colapso de su espín.
Llevar más allá este postulado nos reduce a que lo único que se “sabe con seguridad es
que uno mismo es un observador que colapsa funciones de onda” y que las demás personas
y objetos macroscópicos se encuentran en un estado de superposición que se ven obligadas a
colapsar “en una realidad concreta solo cuando uno las observa” (Rocenblum & Kuttner, p.
146). Ahora, no solo el árbol no hace ruido y no existe, también nos estremece en su caída y
es perfectamente real pero al observarlo lo obligamos a tomar alguna de las dos opciones con
su respectivo pasado, ya que “nuestra observación no solo crea una realidad presente, sino
que también crea un pasado congruente con esa realidad” (Rocenblum & Kuttner, p. 150)
Por una parte tenemos al gato de Schrödinger que predica que aceptar a la teoría cuántica
es admitir la ausencia de un mundo físicamente real y por otra parte tenemos la interpretación
de Copenhague que nos dice que los elementos de un posible mundo microscópico no existen
hasta que no se les observa. Einstein, en contracorriente a lo formulado por Bohr y
Heisenberg, comenta que “las cosas más pequeñas tienen realidad, se observen o no”
(Rocenblum & Kuttner, p.153) es por ello que se formula en 1935 la EPR (Einstein, Podolsky
y Rosen) diciendo que, aunque la teoría cuántica era correcta en sus argumentos más sólidos,
se encontraba en un estado incompleto. El experimento pretendía desintegrar dos partículas
gemelas con un único origen común, ellas salen disparadas en direcciones opuestas
separándose gradualmente entre sí, debido a su naturaleza si medimos la velocidad de una de
ellas sabremos las propiedades de la otra ya que no se ha observado directamente, el
desconcertante resultado en el cual la observación en una de ellas altera a la otra fue llamado
por Einstein como la fantasmagórica acción a distancia, este entrelazamiento de carácter
inmediato en donde se “transmite” información instantáneamente hace pensar que el espacio
físico entre ambas partículas simplemente no existiese ya que, como bien se sabe, la
relatividad espacial dice que no hay nada más rápido que la velocidad de la luz. Las
formulaciones que se realizan desde este punto poseen fuertes características filosóficas, no
menos importantes que las científicas.
Referencias bibliográficas:
Alexander, M. (2014). El mapa del cielo. Nueva York: Simon & Schuster paperbacks.
P 23.
Rocenblum, b & Kuttner, F. (2010). El enigma cuántico. España: TusQuets editores.
pp 123 – 187.
Giraldo, J. QUANTUM SAPIENS I La Primera Revolución Cuántica: Universidad
Nacional.p. 11.