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Edad Contemporánea

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La carga de los mamelucos dibujado por Francisco de Goya en 1814, representa un


episodio del levantamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid. Los pueblos europeos,
convertidos en protagonistas de su propia historia y a los que se les había
proclamado sujetos de la soberanía, no acogieron favorablemente la «imposición de
la libertad» que suponía la extensión de los ideales revolucionarios franceses
mediante la ocupación militar del ejército napoleónico. Más adelante, en toda la
extensión de la Edad Contemporánea, la base popular de los movimientos sociales y
políticos no implicaba su orientación progresista, sino que penduló de un extremo a
otro del espectro político.

Pittsburgh en 1857. La Edad Contemporánea generó un nuevo tipo de paisaje


industrial y urbano de gran impacto en la naturaleza y en las condiciones de vida.
La revolución de los transportes y de las comunicaciones permitió que la unidad de
la economía-mundo lograda en la Edad Moderna se aproximara más aún al acortar el
tiempo de los desplazamientos y aumentar su regularidad.

Le Démolisseur pintado por Paul Signac en 1897. Además de ser una obra
estéticamente vanguardista (técnica del puntillismo), la elección consciente de un
protagonista anónimo y su tratamiento visual heroico conducen a su lectura
alegórica: las masas derriban el orden antiguo antes de construir el nuevo.

We Can Do It! (en inglés: ¡Podemos hacerlo!), fue un cartel de propaganda de 1942
(durante la Segunda Guerra Mundial) que estimula el esfuerzo bélico mediante el
trabajo de la mujer, un paso decisivo en su emancipación.

Mujeres de Afganistán en 2003, usando el burka, el velo tradicional que hubiera


deseado suprimirse junto con otras opresiones durante la república socialista
(durante la cual se inició la guerra civil) pasó a ser obligatorio como parte de la
re-islamización durante el régimen de los talibanes entre 1996 y 2001, y sigue
siendo en la actualidad una de las piedras de toque con mayor valor mediático para
la intervención internacional en la guerra librada entre 2001 y 2014 como también
en la actual guerra.
Edad Contemporánea es el nombre con el que se designa al periodo histórico
comprendido entre la Declaración de Independencia de los Estados Unidos o la
Revolución francesa, y la actualidad. Comprende, si se considera su inicio en la
Revolución francesa, de un total de 230 años, entre 1789 y el presente. En este
período, la humanidad experimentó una transición demográfica, concluida para las
sociedades más avanzadas (el llamado primer mundo) y aún en curso para la mayor
parte (los países subdesarrollados y los países recientemente industrializados),
que ha llevado su crecimiento más allá de los límites que le imponía históricamente
la naturaleza, consiguiendo la generalización del consumo de todo tipo de
productos, servicios y recursos naturales que han elevado para una gran parte de
los seres humanos su nivel de vida de una forma antes insospechada, pero que han
agudizado las desigualdades sociales y espaciales y dejan planteadas para el futuro
próximo graves incertidumbres medioambientales.1

Los acontecimientos de esta época se han visto marcados por transformaciones


aceleradas en la economía, la sociedad y la tecnología que han merecido el nombre
de Revolución industrial, al tiempo que se destruía la sociedad preindustrial y se
construía una sociedad de clases presidida por una burguesía que contempló el
declive de sus antagonistas tradicionales (los privilegiados) y el nacimiento y
desarrollo de uno nuevo (el movimiento obrero), en nombre del cual se plantearon
distintas alternativas al capitalismo. Más espectaculares fueron incluso las
transformaciones políticas e ideológicas (Revolución liberal, nacionalismo,
totalitarismos); así como las mutaciones del mapa político mundial y las mayores
guerras conocidas por la humanidad.
La ciencia y la cultura entran en un periodo de extraordinario desarrollo y
fecundidad; mientras que el arte contemporáneo y la literatura contemporánea
(liberados por el romanticismo de las sujeciones académicas y abiertos a un público
y un mercado cada vez más amplios) se han visto sometidos al impacto de los nuevos
medios de comunicación de masas (tanto los escritos como los audiovisuales), lo que
les provocó una verdadera crisis de identidad que comenzó con el impresionismo y
las vanguardias y aún no se ha superado.2

En cada uno de los planos principales del devenir histórico (económico, social y
político),3 puede cuestionarse si la Edad Contemporánea es una superación de las
fuerzas rectoras de la modernidad o más bien significa el periodo en que triunfan y
alcanzan todo su potencial de desarrollo las fuerzas económicas y sociales que
durante la Edad Moderna se iban gestando lentamente: el capitalismo y la burguesía;
y las entidades políticas que lo hacían de forma paralela: la nación y el Estado.

En el siglo XIX, estos elementos confluyeron para conformar la formación social


histórica del estado liberal europeo clásico, surgido tras la crisis del Antiguo
Régimen.4 El Antiguo Régimen había sido socavado ideológicamente por el ataque
intelectual de la Ilustración (L'Encyclopédie, 1751) a todo lo que no se justifique
a las luces de la razón por mucho que se sustente en la tradición, como los
privilegios contrarios a la igualdad (la de condiciones jurídicas, no la económico-
social) o la economía moral5 contraria a la libertad (la de mercado, la propugnada
por Adam Smith -La riqueza de las naciones, 1776). Pero, a pesar de lo espectacular
de las revoluciones y de lo inspirador de sus ideales de libertad, igualdad y
fraternidad (con la muy significativa adición del término propiedad), un observador
perspicaz como Lampedusa pudo entenderlas como la necesidad de que algo cambie para
que todo siga igual: el Nuevo Régimen fue regido por una clase dirigente (no
homogénea, sino de composición muy variada) que, junto con la vieja aristocracia
incluyó por primera vez a la pujante burguesía responsable de la acumulación de
capital. Esta, tras su acceso al poder, pasó de revolucionaria a conservadora,6
consciente de la precariedad de su situación en la cúspide de una pirámide cuya
base era la gran masa de proletarios, compartimentada por las fronteras de unos
estados nacionales de dimensiones compatibles con mercados nacionales que a su vez
controlaban un espacio exterior disponible para su expansión colonial.

En el siglo XX este equilibrio inestable se fue descomponiendo, en ocasiones


mediante violentos cataclismos (comenzando por los terribles años de la Primera
Guerra Mundial, 1914-1918), y en otros planos mediante cambios paulatinos (por
ejemplo, la promoción económica, social y política de la mujer). Por una parte, en
los países más desarrollados, el surgimiento de una poderosa clase media, en buena
parte gracias al desarrollo del estado del bienestar o estado social (se entienda
este como concesión pactista al desafío de las expresiones más radicales del
movimiento obrero, o como convicción propia del reformismo social) tendió a llenar
el abismo predicho por Marx y que debería llevar al inevitable enfrentamiento entre
la burguesía y el proletariado. Por la otra, el capitalismo fue duramente
combatido, aunque con éxito bastante limitado, por sus enemigos de clase,
enfrentados entre sí: el anarquismo y el socialismo (dividido a su vez entre el
comunismo y la socialdemocracia). En el campo de la ciencia económica, los
presupuestos del liberalismo clásico fueron superados (economía neoclásica,
keynesianismo -incentivos al consumo e inversiones públicas para frente a la
incapacidad del mercado libre para responder a la crisis de 1929- o teoría de
juegos -estrategias de cooperación frente al individualismo de la mano invisible-).
La democracia liberal fue sometida durante el período de entreguerras al doble
desafío de los totalitarismos estalinista y fascista (sobre todo por el
expansionismo de la Alemania nazi, que llevó a la Segunda Guerra Mundial).7

En cuanto a los estados nacionales, tras la primavera de los pueblos (denominación


que se dio a la revolución de 1848) y el periodo presidido por la unificación
alemana e italiana (1848-1871), pasaron a ser el actor predominante en las
relaciones internacionales, en un proceso que se generalizó con la caída de los
grandes imperios multinacionales (español desde 1808 hasta 1976, portugués desde
1821 hasta 1975; ruso, alemán, austrohúngaro y turco en 1918, tras su hundimiento
en la Primera Guerra Mundial) y la de los imperios coloniales (británico, francés,
neerlandés y belga tras la Segunda). Si bien numerosas naciones accedieron a la
independencia durante los siglos XIX y XX, no siempre resultaron viables, y muchos
se sumieron en terribles conflictos civiles, religiosos o tribales, a veces
provocados por la arbitraria fijación de las fronteras, que reprodujeron las de los
anteriores imperios coloniales. En cualquier caso, los estados nacionales, después
de la Segunda Guerra Mundial, devinieron en actores cada vez menos relevantes en el
mapa político, sustituidos por la política de bloques encabezados por los Estados
Unidos y la Unión Soviética. La integración supranacional de Europa (Unión Europea)
no se ha reproducido con éxito en otras zonas del mundo, mientras que las
organizaciones internacionales, especialmente la ONU, dependen para su
funcionamiento de la poco constante voluntad de sus componentes.

La desaparición del bloque comunista ha dado paso al mundo actual del siglo XXI, en
que las fuerzas rectoras tradicionales presencian el doble desafío que suponen
tanto la tendencia a la globalización como el surgimiento o resurgimiento de todo
tipo de identidades,8 personales o individuales,9 colectivas o grupales,10 muchas
veces competitivas entre sí (religiosas, sexuales, de edad, nacionales, culturales,
étnicas, estéticas,11 educativas, deportivas, o generadas por una actitud
-pacifismo, ecologismo, altermundialismo- o por cualquier tipo de condición,
incluso las problemáticas -minusvalías, disfunciones, pautas de consumo-).
Particularmente, el consumo define de una forma tan importante la imagen que de sí
mismos se hacen individuos y grupos que el término sociedad de consumo ha pasado a
ser sinónimo de sociedad contemporánea.12

Índice
1 Modernidad: ruptura y continuidad
2 La "Era de la Revolución" (1776-1848)
2.1 Revolución industrial
2.1.1 Motivos por el cual la Revolución industrial surgió en Inglaterra
2.1.2 La máquina de vapor, el carbón, el algodón y el hierro
2.1.3 Oposición a los cambios
2.1.4 Revolución demográfica
2.2 Revoluciones liberales
2.2.1 Contexto social, político e ideológico
2.2.2 Independencia de los Estados Unidos
2.2.3 Revolución francesa e Imperio napoleónico
2.2.3.1 Modelo de proceso revolucionario
2.2.3.2 Napoleón Bonaparte
2.2.4 Movimiento independentista en América Latina
2.2.4.1 Rebelión de esclavos en Haití
2.2.4.2 Brasil: de colonia a Imperio independiente
2.2.4.3 Independencia hispanoamericana
2.2.5 Otros movimientos y ciclos revolucionarios
2.2.5.1 Revolución de 1820
2.2.5.2 Revolución de 1830
2.2.5.3 Revolución de 1848. La "primavera de los pueblos" y el nacionalismo
2.2.5.4 Revoluciones fuera de Europa
2.3 Reacción contra la Ilustración: el Romanticismo
2.4 Equilibrio europeo
2.4.1 Guerras revolucionarias y guerras napoleónicas
2.4.2 Congreso de Viena
2.4.3 Espléndido aislamiento, Santa Alianza y Sistema Metternich
2.5 Apertura de espacios continentales "vírgenes"
2.5.1 Expansión de los Estados Unidos
2.5.2 Formación y expansión de los estados latinoamericanos
2.5.3 Expansión de Rusia
2.6 La "era victoriana" británica
3 La "Era del Capital" y la "Era del Imperio" (1848-1914)
3.1 Cuestión de Oriente, levantamientos nacionalistas y Sistema Bismarck
3.1.1 Unificaciones de Alemania e Italia
3.2 El reparto colonial
3.3 Positivismo y "eterno progreso"
3.4 El asentamiento de la revolución liberal
3.4.1 Capitalismo industrial y financiero. Segunda revolución industrial
3.4.2 La cuestión social y el movimiento obrero
3.4.2.1 Socialismo y anarquismo
3.4.2.2 Cuestión social y leyes sociales
3.4.3 La sociedad de masas
3.4.4 Moral victoriana, tradiciones inventadas y comunidades imaginadas
3.4.5 Abolición de la esclavitud
3.4.5.1 Guerra civil de los Estados Unidos
3.4.5.2 La abolición en otros países
3.4.6 La emancipación de la mujer
3.4.7 Descristianización y renovación del cristianismo
3.5 La paz armada y la Belle Époque
4 La "crisis de los treinta años" (1914-1945)
4.1 La Primera Guerra Mundial y sus consecuencias
4.1.1 Tratado de Versalles y fracaso de la Sociedad de Naciones
4.1.2 Surgimiento de los totalitarismos
4.1.2.1 Revolución rusa
4.1.2.2 Fascismo
4.1.2.2.1 Surgimiento del fascismo en Italia
4.1.2.2.2 Alemania y el nazismo
4.1.2.2.3 De la Segunda República Española al franquismo
4.1.3 Crisis de 1929 y Estado del bienestar
4.1.4 Empequeñecimiento de Europa y protagonismo de nuevos continentes
4.1.4.1 Kemalismo en Turquía
4.1.4.2 De la restauración Meiji al militarismo japonés
4.1.4.3 Revolución china
4.1.4.4 Violencia y no-violencia en India
4.1.4.5 El mundo anglosajón no europeo
4.1.4.6 América Latina en el mundo
4.1.4.6.1 Revolución mexicana
4.2 Segunda Guerra Mundial
4.3 Revoluciones científicas y estéticas
4.3.1 Revolución relativista
4.3.2 Vanguardias artísticas y literarias
5 La "historia inmediata" del "mundo actual": hacia la globalización
5.1 El mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial (1945-1973)
5.1.1 Las superpotencias y el equilibrio del terror: la Guerra Fría
5.1.1.1 Telón de acero, macarthismo y espionaje
5.1.1.2 Carrera espacial y carrera de armamentos
5.1.1.3 Socialismo realmente existente, Plan Marshall y "milagro" europeo
5.1.2 Mercado Común y Unión Europea
5.1.3 Las nuevas organizaciones internacionales
5.1.4 Descolonización
5.1.5 Tercermundismo
5.1.6 Populismo latinoamericano y revolución cubana
5.1.7 Medio Oriente y el petróleo
5.1.8 Contracultura y contestación juvenil. Nuevos movimientos sociales. Las
protestas de 1968
5.1.9 Aggiornamento de la Iglesia católica
5.2 El fin de la Guerra Fría (1973-1989)
5.2.1 Crisis de 1973 y tercera revolución industrial
5.2.2 Caída de las dictaduras mediterráneas europeas y golpes de estado en el Cono
Sur
5.2.3 Estados Unidos tras el Watergate
5.2.4 Reacción conservadora católica
5.2.5 Revolución islámica
5.2.6 Glasnost y Perestroika
5.2.6.1 Revoluciones de 1989
5.2.6.2 Disolución de la Unión Soviética
5.3 ¿"Fin de la Historia" o "Choque de civilizaciones"? (1989-actualidad)
5.3.1 Nuevo orden posterior a la caída del muro de Berlín
5.3.1.1 Reunificación alemana
5.3.1.2 Guerras yugoslavas
5.3.1.3 Las antiguas repúblicas soviéticas
5.3.1.4 El despertar de China
5.3.1.5 Expansión y "decadencia" de Europa
5.3.1.6 El "poder blando" de Estados Unidos
5.3.1.7 Democratización de América Latina
5.3.2 Globalización y antiglobalización
5.3.3 El mundo posterior al 11-S
6 Cronología
7 Véase también
8 Referencias
9 Bibliografía
10 Enlaces externos
10.1 Departamentos universitarios de historia contemporánea
10.2 Recursos educativos sobre historia contemporánea
Modernidad: ruptura y continuidad

Un pequeño y sucio, pero eficaz barco de vapor conduce al desguace al buque de


guerra Téméraire. Sus años de gloria han pasado. (Cuadro de J. M. W. Turner).
La denominación "Edad Contemporánea" es un añadido reciente a la tradicional
periodización histórica de Cristóbal Celarius, que utilizaba una división
tripartita en Antigüedad, Edad Media y Edad Moderna; y se debe al fuerte impacto
que las transformaciones posteriores a la Revolución francesa tuvieron en la
historiografía europea continental (específicamente la francesa, española y
portuguesa), que les impulsó a proponer un nombre diferente para lo que entendían
como estructuras antagónicas: las del Antiguo Régimen anterior y las del Nuevo
Régimen posterior. Sin embargo, esa discontinuidad no parece tan marcada para el
resto de los historiadores, como los anglosajones que prefieren utilizar el término
Later o Late Modern Times o Age ("Últimos Tiempos Modernos", "Edad Moderna Tardía"
o "Edad Moderna Posterior"), contrastándolo con el término Early Modern Times o Age
("Tempranos Tiempos Modernos", "Edad Moderna Temprana" o "Edad Moderna Anterior")
ya que siguen usando la periodización de Celarius; mientras que restringen el uso
de Contemporary Age para el siglo XX, especialmente para su segunda mitad.13

La cuestión de si hubo más continuidad o más ruptura entre la Edad Moderna y la


Contemporánea depende, por tanto, de la perspectiva. Si se define la modernidad
como el desarrollo de una cosmovisión con rasgos derivados de los valores del
antropocentrismo frente a los del teocentrismo medieval (concepciones del mundo
centradas en el hombre o en Dios, respectivamente): idea de progreso social, de
libertad individual, de conocimiento a través de la investigación científica, etc.;
entonces es claro que la Edad Contemporánea es una continuación e intensificación
de todos estos conceptos. Su origen estuvo en la Europa Occidental de finales del
siglo XV y comienzos del XVI, donde surgió el Humanismo, el Renacimiento y la
Reforma Protestante; y se acentuaron durante la denominada crisis de la conciencia
europea de finales del siglo XVII, que incluyó la Revolución Científica y preludió
a la Ilustración. Las revoluciones de finales del XVIII y comienzos del XIX pueden
entenderse como la culminación de las tendencias iniciadas en el período
precedente. La confianza en el ser humano y en el progreso científico y tecnológico
se plasmó a partir de entonces en una filosofía muy característica: el positivismo;
y en los diversos planteamientos religiosos que van del secularismo al
agnosticismo, al ateísmo o al anticlericalismo. Sus manifestaciones ideológicas
fueron muy dispares, desde el nacionalismo hasta el marxismo pasando por el
darwinismo social y los totalitarismos de signo opuesto; aunque las formulaciones
políticas y económicas del liberalismo fueron las dominantes, incluyendo
notablemente la doctrina de los derechos humanos que, desarrollada a partir de
elementos anteriores, dio forma a la democracia contemporánea y se fue extendiendo
(como predijo un notable estudio de Alexis de Tocqueville -La democracia en
América, 1835-) hasta llegar a ser el ideal más universalmente aceptado de forma de
gobierno, con notables excepciones.

Sin embargo, fue la evidencia del triunfo de las fuerzas de la modernidad lo que
hizo que precisamente en la Edad Contemporánea se desarrollara un discurso paralelo
de crítica a la modernidad, que en su vertiente más radical desembocó en el
nihilismo. Es posible seguir el hilo de esta crítica a la modernidad en el
romanticismo y su búsqueda de las raíces históricas de los pueblos; en la filosofía
de Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche y posteriores movimientos
(irracionalismo, vitalismo, existencialismo, Escuela de Frankfurt);14 en los rasgos
más experimentales del arte contemporáneo y la literatura contemporánea que, no
obstante, reivindican para sí la condición de literatura o arte moderno
(expresionismo, surrealismo, teatro del absurdo); en concepciones teóricas como la
postmodernidad; y en la violenta resistencia que, tanto desde el movimiento obrero
como desde posturas radicalmente conservadoras, se opuso a la gran transformación15
de economía y sociedad. Superar el ideal ilustrado de progreso y confianza
optimista en las capacidades del ser humano, implicaba una noción progresista y de
confianza en la capacidad del ser humano que efectúa esa crítica, por lo que esas
"superaciones de la modernidad" fueron de hecho nuevas variantes del discurso
moderno.16

La "Era de la Revolución" (1776-1848)


En los años finales del siglo XVIII y los primeros del siglo XIX se derrumba el
Antiguo Régimen de una forma que fue percibida por los contemporáneos como una
aceleración del ritmo temporal de la historia, que trajo cambios trascendentales
conseguidos tras vencer de forma violenta la oposición de las fuerzas interesadas
en mantener el pasado: todos ellos requisitos para poder hablar de una revolución,
y de lo que para Eric Hobsbawm es La Era de la Revolución.17 Suele hablarse de tres
planos en el mismo proceso revolucionario: el económico, caracterizado por el
triunfo del capitalismo industrial que supera la fase mercantilista y acaba con el
predominio del sector primario (Revolución industrial); el social, caracterizado
por el triunfo de la burguesía y su concepto de sociedad de clases basada en el
mérito y la ética del trabajo, frente a la sociedad estamental dominada por los
privilegiados desde el nacimiento (Revolución burguesa); y el político e
ideológico, por el que se sustituyen las monarquías absolutas por sistemas
representativos, con constituciones, parlamentos y división de poderes,
justificados por la ideología liberal (Revolución liberal).

Revolución industrial
Artículo principal: Revolución Industrial

Coalbrookdale de noche (Philipp Jakob Loutherbourg, 1801). La actividad incesante y


la multiplicación de las nuevas instalaciones industriales, y sus repercusiones en
todos los ámbitos, transformaron irreversiblemente la naturaleza y la sociedad.

Máquina de hilados en una fábrica francesa del siglo XIX.


La Revolución industrial es la segunda de las transformaciones productivas
verdaderamente decisivas que ha sufrido la humanidad, siendo la primera la
Revolución Neolítica que transformó la humanidad paleolítica cazadora y recolectora
en el mundo de aldeas agrícolas y tribus ganaderas que caracterizó desde entonces
los siguientes milenios de prehistoria e historia.

La transformación de la sociedad preindustrial agropecuaria y rural en una sociedad


industrial y urbana se inició propiamente con una nueva y decisiva transformación
del mundo agrario, la llamada revolución agrícola que aumentó de forma importante
los bajísimos rendimientos propios de la agricultura tradicional gracias a mejoras
técnicas como la rotación de cultivos, la introducción de abonos y nuevos productos
(especialmente la introducción en Europa de dos plantas americanas: el maíz y la
papa). En todos los periodos anteriores, tanto en los imperios hidráulicos (Egipto,
Mesopotamia, India o China antiguas), como en la Grecia y Roma esclavistas o la
Europa feudal y del Antiguo Régimen, incluso en las sociedades más involucradas en
las transformaciones del capitalismo comercial del moderno sistema mundial,18 era
necesario que la gran mayoría de la fuerza de trabajo produjera alimentos, quedando
una exigua minoría para la vida urbana y el escaso trabajo industrial, a un nivel
tecnológico artesanal, con altos costes de producción. A partir de entonces,
empieza a ser posible que los sustanciales excedentes agrícolas alimenten a una
población creciente (inicio de la transición demográfica, por la disminución de la
mortalidad y el mantenimiento de la natalidad en niveles altos) que está disponible
para el trabajo industrial, primero en las propias casas de los campesinos
(domestic system, putting-out system) y enseguida en grandes complejos fabriles
(factory system) que permiten la división del trabajo que conduce al imparable
proceso de especialización, tecnificación y mecanización. La mano de obra se
proletariza al perder su sabiduría artesanal en beneficio de una máquina que
realiza rápida e incansablemente el trabajo descompuesto en movimientos sencillos y
repetitivos, en un proceso que llevará a la producción en serie y, más adelante (en
el siglo XX, durante la Segunda revolución industrial), al fordismo, el taylorismo
y la cadena de montaje. Si el producto es menos bello y deshumanizado (crítica de
los partidarios del mundo preindustrial, como John Ruskin y William Morris), no es
menos útil y sobre todo, es mucho más beneficioso para el empresario que lo
consigue lanzar al mercado. Los costos de producción disminuyeron ostensiblemente,
en parte porque al fabricarse de manera más rápida se invertía menos tiempo en su
elaboración, y en parte porque las propias materias primas, al ser también
explotadas por medios industriales, bajaron su coste. La estandarización de la
producción reemplazó la exclusividad y escasez de los productos antiguos por la
abundancia y el anonimato de los productos nuevos, todos iguales unos a otros.

La Revolución industrial iniciada en Inglaterra a mediados del siglo XVIII se


extendió sucesivamente al resto del mundo mediante la difusión tecnológica
(transferencia tecnológica), primero a Europa Noroccidental y después, en lo que se
denominó Segunda revolución industrial (finales del siglo XIX), al resto de los
posteriormente denominados países desarrollados (especialmente y con gran rapidez a
Alemania, Estados Unidos y Japón; pero también, más lentamente, a Europa Meridional
y a Europa Oriental). A finales del siglo XX, en el contexto de la denominada
Tercera revolución industrial, los NIC o nuevos países industrializados
(especialmente China) iniciaron un rápido crecimiento industrial. No obstante, la
influencia de la revolución industrial, desde su mismo inicio se extendió al resto
del mundo mucho antes de que se produjera la industrialización de cada uno de los
países, dado el decisivo impacto que tuvo la posibilidad de adquirir grandes
cantidades de productos industriales cada vez más baratos y diversificados. El
mundo se dividió entre los que producían bienes manufacturados y los que tenían que
conformarse con intercambiarlos por las materias primas, que no aportaban
prácticamente valor añadido al lugar del que se extraían: las colonias y
neocolonias (África, Asia y América Latina, tanto antes como después de los
procesos de independencia de los siglos XIX y XX).

Motivos por el cual la Revolución industrial surgió en Inglaterra


La Revolución industrial se originó en Inglaterra a causa de diversos factores,
cuya elucidación es uno de los temas historiográficos más trascendentes.

Como factores técnicos, era uno de los países con mayor disponibilidad de las
materias primas esenciales, sobre todo el carbón, mineral indispensable para
alimentar la máquina de vapor que fue el gran motor de la Revolución industrial
temprana, así como los altos hornos de la siderurgia, sector principal desde
mediados del siglo XIX. Su ventaja frente a la madera, el combustible tradicional,
no es tanto su poder calorífico como la mera posibilidad en la continuidad de
suministro (la madera, a pesar de ser fuente renovable, está limitada por la
deforestación; mientras que el carbón, combustible fósil y por tanto no renovable,
solo lo está por el agotamiento de las reservas, cuya extensión se amplía con el
precio y las posibilidades técnicas de extracción).

Como factores ideológicos, políticos y sociales, la sociedad inglesa había


atravesado la llamada crisis del siglo XVII de una manera particular: mientras la
Europa Meridional y Oriental se refeudalizaba y establecía monarquías absolutas, la
guerra civil inglesa (1642-1651) y la posterior revolución gloriosa (1688)
determinaron el establecimiento de una monarquía parlamentaria (definida
ideológicamente por el liberalismo de John Locke) basada en la división de poderes,
la libertad individual y un nivel de seguridad jurídica que proporcionaba
suficientes garantías para el empresario privado; muchos de ellos surgidos de entre
activas minorías de disidentes religiosos que en otras naciones no se hubieran
consentido (la tesis de Max Weber vincula explícitamente La ética protestante y el
espíritu del capitalismo). Síntoma importante fue el espectacular desarrollo del
sistema de patentes industriales.

Como factor geoestratégico, durante el siglo XVIII Inglaterra (que tras las firmas
del Acta de Unión con Escocia en 1707 y del Acta de Unión con Irlanda en 1800,
después de la derrota de la rebelión irlandesa de 1798, consiguieron la unión con
Escocia e Irlanda, formando el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda) construyó una
flota naval que la convirtió (desde el tratado de Utrecht, 1714, y de forma
indiscutible desde la batalla de Trafalgar, 1805) en una verdadera talasocracia
dueña de los mares y de un extensísimo imperio colonial. A pesar de la pérdida de
las Trece Colonias, emancipadas en la Guerra de Independencia de Estados Unidos
(1776-1781), controlaba, entre otros, los territorios del subcontinente indio,
fuente importante de materias primas para su industria, destacadamente el algodón
que alimentaba la industria textil, así como mercado cautivo para los productos de
la metrópolis. La canción patriótica Rule Britannia (1740) explícitamente indicaba:
rule the waves (gobierna las olas).

La máquina de vapor, el carbón, el algodón y el hierro

The Iron Bridge - el puente de Hierro - se convirtió en una de las estructuras más
importantes de la Revolución industrial al mostrar el uso que se le podía dar al
hierro.

El líder de los ludditas. Al fondo, una fábrica incendiada. Ilustración de 1812.


La experimentación de la caldera de vapor era una práctica antigua (el griego Herón
de Alejandría) que se reanudó en el siglo XVI (los españoles Blasco de Garay y
Jerónimo de Ayanz) y que a finales del siglo XVII había producido resultados
alentadores, aunque aún no aprovechados tecnológicamente (Denis Papin y Thomas
Savery). En 1705 Thomas Newcomen había desarrollado una máquina de vapor
suficientemente eficaz para extraer el agua de las minas inundadas. Tras sucesivas
mejoras, en 1782 James Watt incorporó un sistema de retroalimentación que aumentaba
decisivamente su eficiencia, lo que posibilitó su aplicación a otros campos.
Primero a la industria textil, que había ido desarrollando previamente una
revolución textil aplicada a los hilos y tejidos de algodón con la lanzadera
volante (John Kay, 1733) y la hiladora mecánica (spinning Jenny de James Hargreaves
-1764-, water frame de Richard Arkwright -1769, movida con energía hidráulica,
aplicada en Cromford Mill desde 1771- y spinning mule o mule Jenny de Samuel
Crompton, 1779); y que estaba madura para la aplicación del vapor al telar mecánico
(power loom de Edmund Cartwright, 1784) y otras innovaciones demandadas por los
cuellos de botella a los que se forzaba a los subsectores sucesivamente afectados,
poniendo a la industria textil inglesa a la cabeza de la producción mundial de
telas. Luego a los transportes: el barco de vapor (Robert Fulton, 1807) y
posteriormente el ferrocarril (George Stephenson, 1829), cuyo desarrollo se vio
obstaculizado por los recelos sociales que suscitaba; pero que permitió extraer
toda la potencialidad a las vías férreas de uso minero y tracción animal y humana
que se venían utilizando extensivamente con el hierro de Coalbrookdale fundido con
coque (Abraham Darby I, 1709; puente de Hierro, 1781). El vapor, el carbón y el
hierro se aplicaron a todos los procesos productivos susceptibles de mecanización.
El invento de Watt había representado el salto decisivo hacia la industrialización,
e Inglaterra, la primera en hacerlo, se convirtió en el taller del mundo.

Oposición a los cambios

Los comedores de patatas (Vincent van Gogh, 1885). La papa se convirtió en un


alimento casi único en muchas zonas, con lo que su ausencia producía espantosas
hambrunas, como la hambruna de Irlanda de 1845-1849, que además originó una
emigración masiva.
Estas novedades no siempre fueron bien acogidas. La sustitución del trabajo humano
por máquinas condenaba a los trabajadores de la artesanía tradicional al desempleo
si no se adaptaban a las nuevas condiciones laborales o la pérdida del control del
proceso productivo si lo hacían. La resistencia contra ello condujo en algunos
casos a la destrucción física de las nuevas industrias mecanizadas (ludismo). Los
nuevos empresarios, liberados de las restricciones gremiales, consiguieron la
ilegalización de cualquier forma de asociación de defensa de los intereses
laborales, dejando únicamente en el contrato individual y el mercado libre la
negociación de las condiciones de trabajo y salario. Simétricamente, tampoco se
consentía la asociación de empresarios, por atentar contra el principio de libre
competencia, fuente de toda prosperidad según el triunfante liberalismo económico
de Adam Smith (La riqueza de las naciones, 1776). El debate historiográfico sobre
si la industrialización fue un proceso más o menos perjudicial para las condiciones
de vida de las clases bajas ha sido uno de los más activos, y no está resuelto.19
No disminuyeron los puestos de trabajo, por el contrario, aumentaron, haciendo
necesaria la llegada a los masificados barrios obreros del norte de Inglaterra
(Mánchester, Liverpool) de masas de emigrantes del campo (de donde eran expulsados
por las poor laws -leyes de pobres- y las enclosures -cercamientos-). Por el
contrario, la liberalización del precio de los alimentos básicos tuvo que esperar a
mediados del siglo XIX para la abolición de las Corn Laws (leyes de granos,
vigentes entre 1815 y 1846) que defendían los intereses proteccionistas de los
terratenientes británicos, desproporcionadamente representados en el Parlamento y
combatidos por el grupo de presión del capitalismo manchesteriano. La rebaja en el
nivel salarial (que David Ricardo justificó como expresión de una necesidad
económica, la ley de bronce), los horarios prolongados en trabajos insalubres y la
degradación social generalizada, condujeron al pauperismo (las durísimas
condiciones sociales fueron retratadas en las novelas de la época, como Los
miserables de Víctor Hugo, u Oliver Twist de Charles Dickens); al tiempo que
también creaban las condiciones para el surgimiento de una conciencia de clase y el
inicio del movimiento obrero. También tuvieron expresión política en las
revoluciones de 1830 y 1848, burguesas en su calificación social, pero con un
fuerte protagonismo obrero, en particular en Francia; así como el cartismo
británico.

Revolución demográfica
Otras predicciones, las de Thomas Malthus (Ensayo sobre el principio de la
población, 1798), advertían de forma pesimista de la imposibilidad de mantener el
inusitado crecimiento de población que estaba experimentando Inglaterra, la primera
en sufrir las transformaciones propias de la transición del antiguo al nuevo
régimen demográfico. A medida que se industrializaban, otras naciones se
incorporaron al mismo proceso, que implicaba la disminución de la mortalidad (se
habían mitigado sustancialmente dos de las principales causas de la mortalidad
catastrófica -hambrunas y epidemias-) mientras se mantenían altas las tasas de
natalidad (ni se disponía de métodos anticonceptivos eficaces ni se habían generado
las transformaciones sociales que en el futuro harían deseable a las familias una
disminución del número de hijos).

Uno de los efectos de todos estos cambios, así como una válvula de escape de la
presión social, fue el incremento de la emigración, la llamada explosión blanca
(por ser la fase de la revolución demográfica protagonizada por Europa y otras
zonas de población predominantemente europea). Campesinos arruinados y obreros sin
nada que perder, se veían incentivados a abandonar Europa y tentar suerte en las
colonias de poblamiento (Canadá o Australia para los ingleses, Argelia para los
franceses) o en las naciones independientes receptoras de inmigrantes (como Estados
Unidos o Argentina); también miembros de las clases altas se incorporaban como
élite dirigente en colonias de explotación (como la India, el sudeste asiático o el
África subsahariana). Explícitamente los defensores del imperialismo británico,
como Cecil Rhodes, veían en la inmigración a las colonias la solución a los
problemas sociales y una forma de evitar la lucha de clases. De una forma similar
lo interpretaron los teóricos marxistas, como Lenin y Hobson.20 Una de las mayores
emigraciones nacionales se produjo después de la gran hambruna irlandesa de 1845-
1849, que despobló la isla, tanto por la mortalidad como por el masivo trasvase de
población, que convirtió ciudades enteras de la costa este de Estados Unidos en
ghettos irlandeses (donde sufrían la discriminación de los dominantes WASP, cuyas
siglas significan blancos anglosajones protestantes en español). Otras oleadas
posteriores fueron protagonizados por inmigrantes nórdicos, alemanes, italianos y
de Europa Oriental (sobre todo las salidas masivas, a finales del siglo XIX y
comienzos del siglo XX, de los judíos sometidos a los pogromos).

Revoluciones liberales
Artículos principales: Revolución liberal, Revoluciones burguesas y Revoluciones
atlánticas.
Contexto social, político e ideológico
Véanse también: Antiguo Régimen, Ilustración y Despotismo ilustrado.

Voltaire en la corte de Federico II de Prusia, de Adolph von Menzel (reconstrucción


historicista, de hacia 1850; el hecho representado sucedió cien años antes).
Antes incluso de que las transformaciones ligadas a la revolución industrial
inglesa afectasen de forma notable a otros países, el poder económico creciente de
la burguesía chocaba en las sociedades de Antiguo Régimen (casi todas las demás
europeas, a excepción del Reino Unido y los Países Bajos) con los privilegios de
los dos estamentos privilegiados que conservaban sus prerrogativas medievales
(clero y nobleza). La monarquía absoluta, como su precedente la monarquía
autoritaria, ya había empezado a prescindir de los aristócratas para el gobierno,
llamando como ministros a miembros de la baja nobleza, letrados e incluso gentes de
la burguesía, como por ejemplo Jean-Baptiste Colbert, el ministro de finanzas de
Luis XIV. La crisis del Antiguo Régimen que se gesta durante el siglo XVIII fue
haciendo a los burgueses cobrar conciencia de su propio poder, y encontraron
expresión ideológica en los ideales de la Ilustración, divulgados notablemente con
L'Encyclopédie (1751-1772). Con mayor o menor profundidad, varios monarcas
absolutos adoptaron algunas ideas del reformismo ilustrado (José II de Austria,
Federico II de Prusia, Carlos III de España), los llamados déspotas ilustrados a
quienes se atribuyen distintas variantes de la expresión todo por el pueblo, pero
sin el pueblo.21 Lo insuficiente de estas tibias reformas quedaba evidenciado cada
vez que se mitigaban, postergaban o rechazaban las más radicales, que afectaban a
aspectos estructurales del sistema económico y social (desamortización,
desvinculación, libertad de mercado, supresión de fueros, privilegios, gremios,
monopolios y aduanas interiores, igualdad legal); mientras que las intocables
cuestiones políticas, que implicarían el cuestionamiento de la misma esencia del
absolutismo, raramente se planteaban más allá de ejercicios teóricos. La
resistencia de las estructuras del Antiguo Régimen solamente podía vencerse con
movimientos revolucionarios de base popular, que en los territorios coloniales se
expresaron en guerras de independencia.

En la ideología de estas revoluciones jugaron un papel importante dos nociones


filosóficas y jurídicas íntimamente vinculadas: la teoría de los derechos humanos y
el constitucionalismo. La idea de que existen ciertos derechos inherentes a los
seres humanos es antigua (Cicerón o la escolástica), pero se asociaba al orden
supramundano. Los ilustrados (John Locke o Jean-Jacques Rousseau) defendieron la
idea de que dichos derechos humanos son inherentes a todos los seres humanos por
igual, por el mero hecho de ser seres racionales, y por ende ni son concesiones del
Estado, ni se derivan de ninguna condición religiosa (como la de ser "hijos de
Dios"). La secularización de la política no implicaba necesariamente el
agnosticismo o el ateísmo de los ilustrados, muchos de los cuales eran sinceros
cristianos, mientras otros se identificaban con las posturas panteístas próximas a
la masonería. El principio de tolerancia religiosa fue defendido con vehemencia y
compromiso personal por Voltaire, cuyo alejamiento de la Iglesia católica le hizo
ser el personaje más polémico de la época.

Estos derechos son "derechos naturales", se conciben como anteriores a la ley del
Estado por oposición a los "derechos positivos" consagrados por los distintos
ordenamientos jurídicos. Los "derechos del hombre" son recogidos en una
Constitución ("derechos constitucionales") pero no creados por ella. Las
constituciones o las declaraciones de derechos explícitamente declaran que tales
derechos pertenecen al hombre con carácter universal, y no en virtud de ningún
hecho propio o ajeno, o por una condición particular (nacionalidad, lugar o familia
de nacimiento, religión, etc.).22

Atribuyendo al Estado la inevitable tendencia a arrollar estos derechos (por la


corrupción inherente al ejercicio del poder), los ilustrados concibieron garantizar
la libertad individual limitándolo mediante una "Constitución Política",
prefiriendo el imperio de la ley al gobierno del rey. Aunque podían diferir sobre
sus preferencias en cuanto a la definición del sistema político, desde la mayor
autoridad del rey hasta el principio de separación de poderes (Montesquieu, El
espíritu de las leyes, 1748) y, en su extremo, el principio de voluntad general,
soberanía nacional y soberanía popular (Jean Jacques Rousseau, El contrato social,
1762), entendían que debía regirse por una Ley Suprema que atendiera a las
exigencias de la razón y que proporcionara más felicidad pública (o más bien
permitiera la búsqueda de la felicidad individual de cada individuo). Tal
constitución, en su interpretación más radical, debía ser generada por el pueblo y
no por la monarquía o el gobernante, ya que se trata de una expresión de la
soberanía que reside en la nación y en los ciudadanos (no en el monarca, como
predicaban los defensores del absolutismo desde el siglo XVII: Thomas Hobbes o
Jacques-Bénigne Bossuet). Para garantizar el equilibrio de los poderes, el poder
judicial habría de ser independiente, y el legislativo ejercido por un parlamento
que represente a la nación y sea elegido por el pueblo, o al menos en su nombre,
por un cuerpo electoral cuya representatividad podía entenderse más o menos amplia
o restringida. Estas formulaciones, basadas en la práctica del parlamentarismo
británico posterior a la Gloriosa Revolución de 1688, se convirtieron en el cuerpo
doctrinal del liberalismo político.

Fue trascendental la influencia que sobre los teóricos políticos de la Ilustración


tuvo ese ejemplo, reconocido en los escritos de Voltaire o Montesquieu. También la
Constitución de los Estados Unidos de América (1787), está fuertemente imbuida en
la tradición jurídica consuetudinaria británica. La opción por una constitución
escrita en vez de consuetudinaria se explica tanto por la influencia de la
ideología de la Ilustración en los constituyentes americanos como por el hecho de
que el proceso jurídico británico se había producido en el lapso de unos 600 años,
mientras que su equivalente estadounidense se produjo en apenas una década. El
texto escrito se hizo indispensable para crear todo un nuevo sistema político desde
la nada, al contrario del caso británico, que había evolucionado con sucesivas
adiciones y decantado con en el paso de los siglos. Se plasmaba en el prestigio de
varios textos legales (algunos medievales, como la Carta Magna de 1215, otros
modernos como el Bill of Rights de 1689), la jurisprudencia de tribunales con
jueces independientes y jurados y los usos políticos, que implicaban un equilibrio
de poderes entre Corona y Parlamento (elegido por circunscripciones desiguales y
sufragio restringido), frente al que el Gobierno de su Majestad respondía. Las
primeras constituciones escritas en Europa fueron la polaca (3 de mayo de 1791)23 y
la francesa (3 de septiembre de 1791). No obstante, el primer documento legal
moderno de su tipo (más bien un ejercicio teórico y utopista que no se aplicó) fue
el Proyecto de Constitución para Córcega que Jean Jacques Rousseau redactó para la
efímera República Corsa (1755-1769).24 Las primeras españolas aparecieron como
consecuencia de la Guerra Peninsular: la redactada en Bayona por los afrancesados
(8 de julio de 1808) y la elaborada por sus rivales del bando patriota en las
Cortes de Cádiz (12 de marzo de 1812 llamada popularmente Pepa), tomada como modelo
por otras en Europa. En Hispanoamérica las primeras constituciones fueron creadas
entre 1811 y 1812, como consecuencia del movimiento juntista, que fue la primera
fase del movimiento independentista hispanoamericano provocando las guerras
coloniales. El Congreso de Angostura, con la inspiración de Simón Bolívar, redactó
la Constitución de Cúcuta (o de la Gran Colombia que incluía las actuales Colombia,
Ecuador, Panamá y Venezuela) en 1819 y que el Congreso de Cúcuta terminaría
proclamando de forma oficial en 1821. Todos estos movimientos formarían parte de lo
que se conocería como revoluciones atlánticas o ciclo atlántico.

Independencia de los Estados Unidos


The tree of liberty must be refreshed from time to time with the blood of patriots
and tyrants
El árbol de la libertad debe ser regado de vez en cuando con sangre de patriotas y
tiranos.

Thomas Jefferson, 1787.25


Artículos principales: Revolución de las Trece Colonias y Guerra de Independencia
de los Estados Unidos.

La primera página de la Constitución de los Estados Unidos de América (17 de


septiembre de 1787) comienza con el célebre We the People ("Nosotros, el Pueblo"),
que define el sujeto de la soberanía. El precedente inmediato había sido, además de
la Declaración de Independencia, la Declaración de Derechos de Virginia (12 de
junio de 1776). En los diez años siguientes, las primeras enmiendas conformaron lo
que se denominó Carta de Derechos (1789). Desde entonces ha sido profusamente
enmendada.
Los ingleses se habían instalado en las Trece Colonias de la costa noroccidental
americana desde el siglo XVII. Durante la gran guerra colonial entre Reino Unido y
Francia (1756-1763), y que fue correlato americano de la Guerra de los Siete Años
europea, los colonos estadounidenses cobraron conciencia de hasta qué punto sus
intereses eran divergentes de los de la metrópolis (imposibilidad de recibir un
trato equilibrado, o de ascender en el ejército), así como de los límites de la
capacidad de esta y de su propio poder. En los años siguientes, ante apremiantes
necesidades fiscales, se intentó incrementar la extracción de recursos de las
colonias imponiendo tasas sin ningún tipo de control local ni representación en su
discusión, tales como la Ley del azúcar y la Ley del sello. Tras el enfriamiento
progresivo de relaciones, los colonos y los casacas rojas (las tropas británicas,
llamadas así por el color de su uniforme) tuvieron las primeras refriegas en
incidentes menores cuya importancia se magnificaba convirtiéndolos en simbólicos
(masacre de Boston, 1770; motín del té, 1773; batallas de Lexington y Concord,
1775). En 1776, en un Congreso Continental reunido en la ciudad de Filadelfia,
representantes enviados por los parlamentos locales de las Trece Colonias
proclamaron la independencia. La guerra, liderada por George Washington en el lado
colonial, que recibió el apoyo internacional de Francia y España, terminó con la
completa derrota de los británicos en la batalla de Yorktown (1781). En el Tratado
de París de 1783 se reconoció por el Imperio británico la independencia de los
Estados Unidos.

Durante los primeros años hubo dudas entre los padres fundadores sobre si las Trece
Colonias seguirían cada una su camino como otras tantas naciones independientes, o
si formarían una única nación. En un nuevo congreso celebrado otra vez en
Filadelfia (1787), acordaron finalmente una solución intermedia, conformando un
estado federal con una compleja repartición de funciones entre la Federación y los
estados miembros, bajo el mandato de una única carta fundamental: la Constitución
de 1787. La Federación, denominada Estados Unidos de América, se inspiró para su
creación y para la redacción de su carta magna (sobre todo de las numerosas
enmiendas que hubo que añadir progresivamente a los siete artículos iniciales) en
los principios fundamentales promovidos por la Ilustración, además de en la
práctica política del autogobierno local experimentado durante más de un siglo, e
incluso en el ejemplo de un peculiar sistema político indígena americano (la
Confederación Iroquesa).26 El sistema político se basó en un fuerte individualismo
y en el respeto a los derechos humanos (aunque en su cultura política se expresaron
como derechos civiles), entre los que destacaban las mayores garantías nunca
existentes en ningún ordenamiento jurídico anterior a la neutralidad del estado en
cuestiones propias de la vida privada y al respeto a las libertades públicas
(conciencia, expresión, prensa, reunión y participación política, posesión de
armas) y concretamente a la propiedad privada como vehículo para la búsqueda de la
felicidad (Life, liberty and the pursuit of happiness).27 La construcción de la
democracia, en muchas de sus implicaciones, como el sufragio universal, no fue de
rápida consecución, especialmente en cuanto a los problemas de la esclavitud, que
diferenciaba a los estados del norte y el sur; y la relación con las naciones
indígenas, por cuyos territorios se expandieron. Las nociones de república e
independencia pasaron a ser dos referentes simbólicos de la nueva nación, y durante
mucho tiempo, características casi exclusivas frente al resto del mundo.

Jean-Jacques Rousseau (Quentin de la Tour, 1753) es el padre intelectual de las


revoluciones de finales del siglo XVIII. Ve en la sociedad corrupta del Antiguo
Régimen menos valores que en el buen salvaje (avanzado en su Discours sur les
Sciences et les Arts -"Discurso sobre las Ciencias y las Artes"- y popularizado con
la novela Emilio). Su doctrina de Contrato social, basado en ese concepto de bondad
natural del hombre, llevará a la búsqueda de la soberanía nacional, y más adelante,
de la democracia, pero también está en el origen intelectual del estado uniformador
y totalitario de las dictaduras del siglo XX.

Declaración de Independencia de John Trumbull, 1817.28 Presentación al Congreso


Continental por la comisión de los "cinco hombres" de la propuesta de Declaración
de Independencia de los Estados Unidos (4 de julio de 1776). Aparecen entre otros
Thomas Jefferson, Benjamin Franklin, John Adams y James Wilson. En este texto se
aplicaron los valores de la Ilustración a la construcción del primer sistema
político contemporáneo. La recepción de esta experiencia en Europa, principalmente
en Francia, fue una mezcla de simpatía y paternalismo: el mito del buen salvaje
contribuyó a ello, y también la habilidad diplomática del propio Franklin,
embajador en París. Los estadounidenses se presentaron a sí mismos como resistentes
a la tiranía, con referencias neoclásicas a la antigua República Romana, de la que
se verán herederos de allí en adelante (Nueva Roma)
El general y primer presidente George Washington despide al noble francés y también
general Gilbert de La Fayette (1784). Al frente de tropas de la monarquía francesa
había apoyado la independencia de las Trece Colonias frente a Inglaterra, al igual
que hicieron el gobernador español de Luisiana Bernardo de Gálvez y Madrid y el
militar francés Jean-Baptiste Donatien de Vimeur de Rochambeau, en un ajuste de
cuentas de la anterior Guerra de los Siete Años. La Fayette, influido por su
experiencia americana, fue partidario de las reformas moderadas y de una monarquía
constitucional durante la posteriores acontecimientos revolucionarios en Francia.

El británico Thomas Paine tuvo una trayectoria vital ligada a las revoluciones
americana y francesa. Expulsado de Inglaterra, también tuvo problemas con el
régimen terrorista de Robespierre, y acabó su vida en suelo norteamericano. Fue
autor de tres importantes libros: el liberal Common Sense (El sentido común) donde
defiende la independencia de Estados Unidos, el polemista The Rights of Man (Los
derechos del hombre) respondiendo al ataque a los excesos revolucionarios de
Francia de Edmund Burke (quien, por el contrario, había defendido la americana,
aunque con argumentos más conservadores que los radicales de Paine); y el
anticlerical y volteriano The Age of Reason (La edad de la razón).

Revolución francesa e Imperio napoleónico


Qu'est-ce que le tiers état? Tout. Qu'a-t-il été jusqu'à présent dans l’ordre
politique? Rien. Que demande-t-il? À y devenir quelque chose.
¿Qué es el tercer estado? Todo. ¿Qué ha sido hasta el presente en el orden
político? Nada. ¿Qué demanda? Llegar a ser algo.

Emmanuel Joseph Sieyès, ¿Qué es el tercer estado?, 1789.


Artículo principal: Revolución francesa

Muerte de Marat, por Jacques-Louis David. La mayor parte de los personajes de la


Revolución francesa tuvieron trágicos finales.
Francia había apoyado activamente a las Trece Colonias contra el Reino Unido, con
tropas comandadas por el Marqués de La Fayette; pero aunque la intervención fue
exitosa militarmente, le costó cara a la monarquía francesa, y no solo en términos
monetarios. Sumada a la deuda cuyos intereses ya se llevaban la mayor parte del
presupuesto, y en medio de una crisis económica, llevó a la monarquía al borde de
la quiebra financiera. Las deposiciones sucesivas de Charles Alexandre de Calonne,
Anne Robert Jacques Turgot y Jacques Necker, los ministros que proponían reformas
más profundas, hicieron al gobierno de Luis XVI y María Antonieta aún más
impopular. El rey, sin apoyo entre la aristocracia que controlaba las instituciones
(negativa de la Asamblea de notables de 1787), aceptó como mejor salida convocar a
los Estados Generales, parlamento de origen medieval en el que estaban
representados los tres estamentos, y que no se reunía desde hacía más de cien años.
Durante la elección de los diputados, se habían de redactar cuadernos de quejas,
peticiones que representaban el pulso de la opinión de cada parte del país.
Siguiendo el argumentario ilustrado, las del Tercer Estado (el pueblo llano o los
no privilegiados, cuyo portavoz era la burguesía urbana) pedían que los estamentos
privilegiados (clero y nobleza) pagaran impuestos como el resto de los súbditos de
la corona francesa, entre otras profundas transformaciones sociales, económicas y
políticas. Una vez reunidos, no hubo acuerdo sobre el sistema de votación (el
tradicional, por brazos, daba un voto a cada uno, mientras que el individual
favorecía al Tercer Estado, que había obtenido previamente la convocatoria de un
número mayor de estos). Finalmente, los diputados del Tercer Estado, a los que se
sumaron un buen número de nobles y eclesiásticos próximos ideológicamente a ellos,
se reunió por separado para formar una autodenominada Asamblea Nacional.
El 14 de julio de 1789 el pueblo de París, en un movimiento espontáneo, tomó la
fortaleza de La Bastilla, símbolo de la autoridad real. El rey, sorprendido por los
acontecimientos, hizo concesiones a los revolucionarios, que tras la Declaración de
Derechos del Hombre y del Ciudadano y la eliminación de las cargas feudales, en lo
relativo a la forma de gobierno solo aspiraban a establecer una monarquía limitada
como la británica, pero con una Constitución escrita. La Constitución de 1791
confería el poder a una Asamblea Legislativa que quedó en manos de los más
radicales (los miembros de la Constituyente aceptaron no poder ser reelegidos) y
profundizó las transformaciones revolucionarias. Tras el intento de fuga del rey,
este quedó prisionero, y en 1792 la Francia revolucionaria tubo de rechazar la
invasión de una coalición de potencias europeas, decididas a aplastar el movimiento
revolucionario antes de que el ejemplo se contagiase a sus territorios. La eficacia
del ejército revolucionario, motivado por el patriotismo (La Marsellesa, La patrie
en danger -La patria en peligro-, Levée en masse -Leva en masa-29) y la defensa de
lo conquistado por el pueblo, frente a los desmotivados ejércitos mercenarios,
cuyos oficiales no lo eran por mérito, sino por nobleza, demostró ser suficiente
para la victoria. En el interior, la revuelta del 10 de agosto de 1792,
protagonizada por los sans culottes (la plebe urbana de París) forzó a la Asamblea
a sustituir al rey por un Consejo provisional y convocar elecciones por sufragio
universal a una Convención Nacional, que dominaron los jacobinos. Su política de
supresión de toda oposición, el llamado Terror (1793-1795), eliminó físicamente a
la oposición contrarrevolucionaria (muy fuerte en algunas zonas, representada en
las Guerras de Vendée y de los Chaunes) así como a los elementos revolucionarios
más moderados (girondinos), mientras los que pudieron huir (nobles y clérigos
refractarios, que no habían aceptado jurar la constitución civil del clero) salían
al exilio. Se estableció un régimen político republicano, que transformó incluso el
calendario, establecía un sistema de precios y salarios máximos (ley del máximum
general) y controlaba todos los aspectos de la vida pública mediante el Comité de
Salud Pública dirigido por Maximilien Robespierre. El número de ejecuciones, por el
igualitario método de la guillotina fue muy alto, e incluyó al rey y a la reina, a
los girondinos (como Jacques Pierre Brissot y Nicolas de Condorcet), así como a
varios de los propios jacobinos, como Georges-Jacques Danton, y a un gran
científico, Antoine Lavoisier (en ocasión de su condena, se dijo: la revolución no
necesita sabios). Un golpe de estado (conocido como reacción thermidoriana, por el
nombre en el nuevo calendario del mes en que se produjo) acabó físicamente con
Robespierre y su régimen e instauró un sistema mucho más moderado: el Directorio
(1795-1799).

Modelo de proceso revolucionario


La Revolución francesa asentó así un modelo de proceso revolucionario dividido en
fases: iniciada con una revuelta de los privilegiados, pasa por una fase moderada y
una fase radical o exaltada para acabar con una reacción que propicia la plasmación
de un poder personal. Las expresiones, comunes en la historiografía, destacan por
su similitud con las fases en que se dividió la Revolución rusa. Georges Lefebvre
señala tres fases en la primera parte de la revolución: aristocrática, burguesa y
popular. Para Karl Marx (en su estudio comparativo que tituló El 18 Brumario de
Luis Bonaparte), el proceso de la revolución de 1789 fue ascendente, mientras que
el de la de 1848 fue descendente.30

Para Hannah Arendt, mientras que la Independencia de los Estados Unidos sería un
modelo de revolución política, y de ahí su continuidad, la Revolución francesa
sería un modelo de revolución social, y de ahí su fracaso, como el de las
revoluciones que siguen su modelo (especialmente la rusa); pues (como planteaba ya
Alexis de Tocqueville) los logros políticos de la libertad y la democracia
solamente se consolidan cuando son el resultado de procesos sociales y económicos
anteriores, y no cuando se plantean como requisitos previos para conseguir estos.31

La analogía entre los periodos de la historia de Roma (Monarquía-República-Imperio)


y los mucho más efímeros de la Revolución de 1789 (repetidos en la evolución
posterior de la historia de Estados Unidos)32 no dejó de ser tenida en cuenta por
los propios contemporáneos, que no solo se inspiraban en la antigüedad grecorromana
para el arte neoclásico, sino también para su sistema político y sus símbolos
(gorro frigio, fasces, águila romana, etc.).

Napoleón Bonaparte
Artículo principal: Napoleón Bonaparte
En ese contexto se inició la carrera de Napoleón Bonaparte, un militar proveniente
de una familia de provincias que nunca hubiera conseguido ascender en el ejército
de la monarquía, y que se convirtió en un héroe popular por sus campañas en
Italia33 y en Egipto y Siria. En 1799 se sumó al golpe de estado del 18 de brumario
(nombrado por la fecha en que se llevó a cabo el golpe según el calendario
republicano francés) que derribó al Directorio e instauró el Consulado, del que fue
nombrado primer cónsul para, en 1804, proclamarse Emperador de los franceses (no de
Francia, en una sutil diferenciación con el régimen monárquico que pretendía
mantener los ideales republicanos y de la revolución). En sus años en el poder
(hasta 1814, y luego el breve periodo de los cien días de 1815), Napoleón consiguió
dejar un extenso legado. Consciente de que no podía retomar el Derecho del Antiguo
Régimen, pero sumergido en el marasmo de la atropellada y caótica legislación
revolucionaria, dio la orden de compendiar todo ese legado jurídico en cuerpos
legales manejables. Nació así el Código Civil de Francia o Código Napoleónico,
inspiración para todos los demás estados liberales, y que contribuyó a propagar la
Revolución en cuanto superestructura jurídica que expresaba la sociedad burguesa-
capitalista. Le siguieron después un Código de Comercio, un Código Penal y un
Código de Instrucción Criminal, este último antecedente del derecho procesal
moderno. Emprendió una serie de reformas administrativas y tributarias, que
eliminaron privilegios y fueros territoriales a favor de una nación unitaria y
centralizada, que concebía como un Estado de Derecho (en sus propias palabras: el
hombre más poderoso de Francia es el juez de instrucción). Para sustituir a la
antigua nobleza creó la Legión de Honor, la más alta distinción del Estado, que
reconocía no el privilegio de cuna o la riqueza, sino el mérito personal. Su
círculo de confianza, compuesto por parientes como sus hermanos José o Jerónimo, y
generales como Joaquín Murat o Carlos XIV Juan de Berbadotte, terminaron ocupando
tronos europeos. Frente a la descristianización emprendida en El Terror, aprovechó
la sumisión del papado para la firma de un Concordato que ponía el clero bajo
control estatal, pero garantizaba la continuidad del catolicismo como religión de
Francia, pretendiendo simbolizar con ello la reconciliación de los franceses.34 El
régimen político, jurídico e institucional napoleónico, reconducción en un sentido
autoritario de los ideales revolucionarios de 1789, se transformó en modelo para
muchos otros por todo el mundo.

Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, 26 de agosto de 1789. Con
una voluntad universalista e ilustrada, supuso una invitación a la extensión de las
ideas revolucionarias a las demás naciones.

Ejecución de Luis XVI, 21 de enero de 1793. La ejecución por su pueblo de un rey


que según todo el ideario político de su tiempo, tenía poderes absolutos, causó un
impacto enorme, ya con todas las monarquías europeas solidarizaron en guerra contra
la Revolución.

Napoleón cruzando los Alpes de Jacques-Louis David, 1801. Hijo de la Revolución, de


ideario igualitarista (se dice que ponía en la mochila de cada soldado el bastón de
mariscal), plasmó los ideales revolucionarios en una nueva institucionalidad
política, administrativa y jurídica.
El tres de mayo de 1808 en Madrid, por Francisco de Goya, 1814. La lucha entre las
fuerzas napoleónicas y los defensores del Antiguo Régimen obligó a los pueblos
europeos a tomar partido no solo militar, sino también ideológico, e ingresar así a
la Edad Contemporánea.

Movimiento independentista en América Latina


Rebelión de esclavos en Haití
Artículo principal: Revolución haitiana

Toussaint-Louverture, líder de la revolución haitiana, la única basada en la


rebelión de los esclavos negros.
Con una represión cada vez mayor hacia los mulatos y negros en la colonia francesa
de Saint-Domingue, empezó a darse las primeras insurrecciones entre 1748 y 1790. El
14 de agosto de 1791, se celebró la ceremonia de Bois Caïman, organizada por el
sacerdote vudú Dutty Boukman, que termina con la orden de levantarse de forma
organizada. Esto provocó que pocos días después comenzaran una sangrienta masacre
en el norte de la isla. A la muerte de Boukman en noviembre del mismo año, se da la
abolición de la esclavitud en 1792 por Léger-Félicité Sonthonax, en parte debido a
la búsqueda de aliados para combatir contra las tropas españolas y británicas.

Con la llegada del general Toussaint Louverture al mando de un puñado de soldados,


logró retener a las tropas británicas e invadir la parte española de la isla,
consiguiendo el poder de la colonia. Esto llevó a que Napoleón enviara a 20.000
efectivos encabezados por Charles Leclerc a restablecer su dominio en la isla
(1801). Toussaint respondió a la reconquista francesa con la quema de tierra y
empezando una guerra de guerrillas. En 1802, el revolucionario le ofrece su
capitulación con la condición de quedar libre y de que sus tropas se integraran en
el Ejército francés. Leclerc logra capturar a Toussaint y lo envía a Francia para
ser aprisionado. Pese a que este fue capturado, Jean-Jacques Dessalines dirigió la
rebelión, iniciando una ofensiva que termina con la decisiva batalla de Vertières
(1803), cuya victoria termina con la proclamación de la independencia del país
(1804), proclamándose como el Imperio de Haití y declarando a Dessalines como
Jacques I de Haití.

Brasil: de colonia a Imperio independiente


Artículo principal: Independencia de Brasil
Después del exilio de la Corte portuguesa por la invasión de las tropas francesas
dirigidas por Napoleón I (1807), estableciéndose en Río de Janeiro, Juan VI, en
reemplazo de su madre incapacita María I, decidió elevar a Brasil de colonia a
reino (1808), formándose el Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve (1815).

En 1820, cuando estalla la Revolución liberal en Portugal, las Cortes portuguesas


obligan a la familia real portuguesa a regresar a Lisboa. Sin embargo, antes de
salir, el rey Juan VI nombra a su hijo mayor, Pedro de Alcántara Bragança, conocido
como Pedro IV, como príncipe regente de Brasil (1821). Las Cortes portuguesas
intentaron transformar a Brasil en una colonia una vez más, privándolo de los
derechos que poseía desde 1808, provocando el rechazo de los brasileños. El
principal líder de la oficial portuguesa, el general Jorge Avilés, obligó al
príncipe a renunciar pero este se rehusó por su posición a favor de la causa
brasileña. Después de la decisión de Pedro a desafiar a las Cortes, cerca de dos
mil hombres dirigidos por el mismísimo Jorge Avilés se amotinaron antes de
centrarse en el Monte Castelo, que pronto fue rodeado por 10.000 brasileños
armados, dirigidos por la Guardia Real de la Policía. Los liberales radicales se
mantuvieron activos: por iniciativa de Joaquim Gonçalves Ledo, fue dirigida una
representación a Pedro para exponerle la conveniencia de convocar a una Asamblea
Constituyente. El príncipe decretó su convocatoria el 13 de junio de 1822. La
presión popular llevaría la convocatoria adelante. José Bonifácio resistió a la
idea de convocar a la Constituyente, pero fue obligado a aceptarla. Intentó
desacreditarla, proponiendo elecciones directas, lo que acabó prevaleciendo contra
de la voluntad de los liberales radicales, que defendían la elección indirecta.
Después de esto, José Bonifácio fue nombrado Ministro de Asuntos Exteriores del
Reino. Bonifácio estableció una relación amistosa con Pedro, que comenzó a
considerar al experimentado estadista como su mayor aliado.

Pedro partió a São Paulo para asegurarse la lealtad de la provincia a la causa


brasileña. Llegó a su capital el 25 de agosto y permaneció allí hasta el 5 de
septiembre. Cuando regresó a Río de Janeiro el 7 de septiembre, recibió dos cartas,
una de José Bonifácio, que aconsejaba a Don Pedro a romper con la metrópoli, y otra
de su esposa, María Leopoldina, que apoyaba la proclamación de independencia. El
príncipe se enteró de que las Cortes habían anulado todos los actos del gabinete y
retirado el poder restante que todavía tenía. Pedro se volvió hacia sus compañeros
y con la frase de «¡Independencia o muerte!» (evento conocido como Grito de
Ipiranga), rompió los lazos políticos con Portugal. El 12 de octubre de 1822, en el
Campo de Santana, el príncipe Pedro fue proclamado como Pedro I, emperador
constitucional y Defensor Perpetuo de Brasil. Asimismo, fue el inicio del reinado
de Pedro y del Imperio de Brasil.

Consolidado el proceso en la región sudeste de Brasil, la independencia de las


otras regiones de la América portuguesa fue conquistada con relativa rapidez.
Contribuyó a este apoyo diplomático y financiero de Gran Bretaña. Sin un ejército y
sin una Armada, se hizo necesario reclutar mercenarios y oficiales extranjeros. Así
se ahogó la fortaleza portuguesa en las provincias de Bahía, Maranhão, Piauí y
Pará. El proceso militar se completó en 1823, dejando adelante la negociación
diplomática del reconocimiento de la independencia de las monarquías europeas.
Brasil negoció con Gran Bretaña y accedió a pagar una indemnización de 2 millones
de libras esterlinas a Portugal en un acuerdo conocido como el Tratado de Río de
Janeiro. Y así la independencia brasileña se mantuvo definitivamente.

Pedro I, primer emperador del Imperio de Brasil.

José Bonifácio, una de las figuras más importantes durante el proceso de


independencia brasileña.

Independencia hispanoamericana
Artículo principal: Guerras de Independencia Hispanoamericanas

En color azul, los territorios independizados; en rojo, los recuperados.


La parte de América sometida desde el siglo XVI al dominio colonial español y que
entre el siglo XVII y comienzos del XVIII había pasado por una situación crítica de
descontrol externo (la actividad de los corsarios, contrabando generalizado e
intervención de otras potencias europeas, destacadamente Inglaterra) mientras se
asentaba un cierto autogobierno local en cuestiones internas; para mediados del
siglo XVIII ya se había estabilizado. La estructura social era la de una pirámide
de castas en la que, por encima de la gran mayoría de indígenas, mestizos, mulatos
y negros (cuya opinión no contaba, y tampoco contó en el proceso de independencia),
se alzaba una próspera clase de hacendados y mercaderes españoles nacidos en
Hispanoamérica (los criollos), que cada vez soportaba peor las numerosas trabas
administrativas, legales, burocráticas o mercantiles impuestas por la metrópolis
(como la alcabala), y la práctica que reservaba comúnmente los altos cargos a
peninsulares nombrados en la lejana Corte. Los criollos buscaban no tanto
emanciparse como cambiar en su beneficio las relaciones de poder; solo una minoría
ideologizada de exaltado, buena parte agrupados en logias masónicas como la Logia
Lautarina, tenían la independencia como uno de sus propósitos. Las reformas
ilustradas que desde Carlos III fueron relajando el monopolio comercial de Cádiz en
beneficio de otros puertos peninsulares o de países neutrales (Decretos de libertad
de comercio con las colonias americanas, 1765, 1778 y 1797), no fueron consideradas
suficientemente atractivas. Otras propuestas más radicales, que pretendían una
reestructuración del sistema virreinal dotando a los virreinatos americanos de
cierto grado de autonomía, no fueron tenidos en cuenta por las estructuras de poder
de la monarquía. Las numerosas expediciones españolas que durante el siglo XVIII
recorrieron el continente con el objetivo de aumentar control sobre el territorio a
partir del conocimiento de la zona no tuvieron el resultado deseado.

La independencia no se inició a partir de rebeliones indigenistas, como la


promovida por Túpac Amaru II en Perú (1780-1782); sino que el desencadenante del
proceso fue el cautiverio de Fernando VII al inicio de la Guerra de Independencia
Española (1808). Napoleón Bonaparte envió emisarios a Hispanoamérica para exigir el
reconocimiento de su hermano José I Bonaparte como rey de España después de las
Abdicaciones de Bayona. Las autoridades locales se negaron a someterse, por razones
tanto externas como internas. Externamente era evidente la debilidad de la posición
francesa en ese continente (fracasos de Napoleón en retener la Luisiana, vendida a
Estados Unidos en 1803, y Haití, independizado en 1804) frente a la más efectiva
presencia británica (invasiones inglesas en el Río de la Plata, 1806-1807) que
gracias a su predominio naval y económico, y a la habilidad con que dosificó su
apoyo político a las nuevas repúblicas, terminó convirtiéndose en la potencia
neocolonial de toda la zona, y de hecho el principal beneficiario de la
disgregación del Imperio español. Internamente existía la presión de una
movilización popular muy similar a la que simultáneamente estaba produciéndose en
la Península, a la que se añadía en este caso el sentimiento independentista
(primero minoritario pero cada vez más extendido entre los criollos). El movimiento
juntista, en nombre del rey cautivo o invocando el poder nacional soberano (en
consonancia con la ideología liberal) organizó Juntas de Gobierno convocadas en
cada capital de gobernación o virreinato, aprovechando la ocasión para introducir
reformas económicas, incluyendo la libertad de comercio o la libertad de vientres.
Las Juntas hispanoamericanas no tuvieron una integración, como sí las peninsulares,
en las nuevas instituciones que se formaron en Cádiz (Regencia y Cortes de Cádiz),
y las autoridades enviadas por estas para restablecer la normalidad institucional
en América no fueron recibidas con normalidad. Los elementos más fidelistas o
realistas se enfrentaron a los juntistas, mediante maniobras políticas (arresto del
virrey José de Iturrigaray en México) o incluso abiertamente y por mano militar
(enfrentamiento entre Francisco de Miranda y Domingo de Monteverde en Venezuela o
José Gervasio Artigas y Francisco Javier de Elío en la Banda Oriental), sobre todo
tras la victoria del bando patriota en la Guerra de Independencia Española, que
trajo como consecuencia la reposición en el trono de Fernando VII (1814). En
consonancia con la política de restauración absolutista emprendida en la Península,
se inició una movilización militar para abatir el movimiento insurgente de las
colonias, cada vez más emancipadas de hecho. Los patriotas hispanoamericanos
quedaron definitivamente abocados a luchar inequívocamente por la independencia, al
ser evidente que tanto la libertad política como la económica estaba vinculada a
ella y no podría conseguirse como concesión del gobierno absolutista de Fernando
VII. Se formaron ejércitos, y en campañas militares de varios años, los caudillos
libertadores consiguieron acabar con la presencia española en el continente, muy
debilitada y no eficazmente renovada (el cuerpo expedicionario reunido en Cádiz en
1820 no embarcó a su destino, sino que se utilizó por el militar liberal Rafael de
Riego para forzar al rey a someterse a la Constitución durante el llamado trienio
liberal). La independencia hispanoamericana fue así, a la vez, tanto una de las
principales consecuencias como una de las principales causas de la crisis final del
Antiguo Régimen en España.35

La Revolución de Mayo (1810) derrocó al último virrey en las actuales Argentina y


Uruguay (que se unió a la revolución con el Grito de Asencio, 1811), y en plena
guerra, se declara independiente (1816). Más tarde y a pesar de no tener el apoyo
del gobierno de Buenos Aires, José de San Martín invadió Chile a través de los
Andes (1817), y desde allí, con el apoyo del gobierno de Bernardo O'Higgins y del
militar británico Thomas Cochrane, se embarcó rumbo a Perú (1820), conectándose con
las fuerzas dirigidas por Simón Bolívar. Bolívar había desarrollado previamente
exitosas campañas (batallas de Carabobo, 1814 y Boyacá, 1819) por la zona que pasó
a denominarse Gran Colombia (conformadas por las actuales Venezuela, Colombia,
Ecuador y Panamá); aunque no logró el triunfo decisivo hasta que uno de sus
lugartenientes, el Mariscal José de Sucre derrotó al último bastión realista
enclavado en la zona de Perú y Bolivia (denominada así en su honor) en las batallas
de Pichincha (1822) y Ayacucho (1824). Paralelamente, en México se desarrolló un
movimiento revolucionario propio, que con el debatido Grito de Dolores (1810),
desencadenó levantamientos armados dirigidos por José María Morelos y Vicente
Guerrero que llevó a la proclamación de la independencia por Agustín de Iturbide,
nombrado Emperador (1821), título derivado de la posibilidad, ofrecida a Fernando
VII y rechazada por este, de restablecer la monarquía española en América del Norte
de una manera pactada, con un título imperial y sin competencias efectivas. También
San Martín había propuesto una solución semejante (cuyo título hubiera derivado en
un descendiente inca con la propuesta rioplatense del Plan del Inca), a la que
renunció ante la radical oposición de Bolívar, firme partidario del republicanismo
y de la total desvinculación de cualquier lazo con España (Entrevista de Guayaquil,
26 de julio de 1822).36

A pesar de los ideales panamericanos de Simón Bolívar, que aspiraba a reunir a


todas las repúblicas a semejanza de las Trece Colonias, estas no solo no se
reunieron, sino que siguieron disgregándose. La Gran Colombia se disolvió en 1830
por la separación de Venezuela y Ecuador, quedando formado la República de la Nueva
Granada. Por su parte Uruguay, provincia oriental de las Provincias Unidas del Río
de la Plata y provincia Cisplatina durante la ocupación luso-brasileña, se
independizó de su núcleo central, Argentina y del Imperio del Brasil en 1828
(Convención Preliminar de Paz), quedando consolidado en 1830. La independencia de
Bolivia lo desvinculó tanto de Argentina, que previamente había aceptado la no
incorporación de Potosí, que estaba prevista, y de Perú al declararse la República
de Bolívar (1825). Años después, en un intento por crear una Confederación Perú-
Boliviana (1836-1839), terminó con su derrota militar a manos de las tropas
chilenas y de los restauradores peruanos, provocando la disolución de la
confederación. Las Provincias Unidas del Centro de América (independizadas
pacíficamente de España en 1821, anexadas a México en 1822) se independizaron del
Primer Imperio mexicano al transformarse este en república (1823) para formar la
República Federal de Centroamérica, que a su vez se disolvió en las actuales Costa
Rica, El Salvador, Honduras, Guatemala y Nicaragua entre 1838 y 1840, años después
de la guerra civil de 1826-1829. El Haití Español (actual República Dominicana),
independizado en 1821 y que pretendía quedar incorporada a la Gran Colombia,
terminó anexada por fuerzas haitianas en 1822, independizándose de Haití en 1844.
Paraguay, que había iniciado su andadura independiente en 1811 sin oposición
efectiva tras fracasar el intento rioplatense de incorporarlo (Tratado confederal
entre las juntas de Asunción y Buenos Aires, 1811), permaneció ajeno a esas
unificaciones y divisiones, al igual que Chile.

El republicanismo hispanoamericano no construyó opciones políticas democráticas, y


la igualdad se veía (en términos similares a los de Tocqueville) como una amenaza
al equilibrio social de una ciudadanía en precaria construcción. Las luchas
internas entre federalistas y centralistas caracterizaron las primeras décadas del
siglo XIX, seguidas por las que dividieron a liberales y conservadores.37

El cura Hidalgo, precursor de la independencia de México.


Simón Bolívar, el más decisivo de los libertadores en Hispanoamérica.

José de San Martín, desde Argentina ejerció un papel de similar importancia.

Otros movimientos y ciclos revolucionarios


La denominada era de las revoluciones38 extendió el ejemplo estadounidense y
francés. En algunos casos, de forma simultánea a estas y con mayor o menor éxito,
como ocurrió en algunas ciudades autónomas de Europa (Lieja en 1791, por ejemplo).
En la primera mitad del siglo XIX se han determinado una serie de ciclos
revolucionarios, denominados por el año de inicio (1820, 1830 y 1848).

Revolución de 1820
La Revolución de 1820 o ciclo mediterráneo se inició en España (la sublevación o
pronunciamiento de Rafael de Riego frente al cuerpo expedicionario que iba a
embarcarse para América, 1 de enero de 1820) y se extendió, por un lado a Portugal,
que en las llamadas Guerras Liberales -revolución de Oporto-, el 24 de agosto de
1820 se obliga al gobierno portugués a regresar de Brasil en una guerra civil en la
que, al contrario que en el caso de la independencia hispanoamericana, fue en la
metrópoli donde los elementos más liberales controlaron la situación en perjuicio
de la rama más tradicionalista de la dinastía; y por otro a Italia donde sociedades
secretas, como los carbonarios, inician levantamientos nacionalistas contra las
monarquías austríaca en el norte y borbónica en el sur, proponiendo la española
Constitución de Cádiz como texto aplicable para sí mismos. De un modo menos
vinculado, también se sitúa cronológicamente próxima la sublevación de los griegos
iniciada en 1821, que se emanciparon del Imperio otomano en 1829 con el decisivo
apoyo de las potencias europeas (principalmente Francia, Inglaterra y Rusia),
proclamando el Estado Griego. Significativamente fueron las mismas potencias (con
la excepción de Inglaterra y la adición de Austria y Prusia) quienes protagonizaron
activamente la contrarrevolución para sofocar conjuntamente, mediante la Santa
Alianza los brotes revolucionarios que podían amenazar la continuidad de las
monarquías absolutas, y lo siguieron haciendo hasta 1848.

Revolución de 1830
La revolución de 1830, iniciada con las tres gloriosas jornadas de París en que las
barricadas llevan al trono a Luis Felipe de Orleans, se extiende por el continente
europeo con la independencia de Bélgica y movimientos de menor éxito en Alemania,
Italia y Polonia. En Inglaterra, en cambio, el inicio del movimiento cartista opta
por la estrategia reformista, que con sucesivas ampliaciones de la base electoral
consiguió aumentar lentamente la representatividad del sistema político, aunque el
sufragio universal masculino no se logró hasta el siglo XX. El doctrinarismo fue la
ideología que exprese esa moderación del liberalismo.

Revolución de 1848. La "primavera de los pueblos" y el nacionalismo


Artículos principales: Nacionalismo y Revolución de 1848.
La era de la revolución se cerrará con la revolución de 1848 o primavera de los
pueblos. Fue la más generalizada por todo el continente (iniciada también en París
y difundida por Italia y toda Europa Central con una velocidad pasmosa, solo
explicable por la revolución de los transportes y las comunicaciones), e
inicialmente la más exitosa (en pocos meses cayeron la mayor parte de los gobiernos
afectados). Pero, en realidad, estos movimientos revolucionarios no condujeron a la
formación de regímenes de carácter radical o democrático que lograran suficiente
continuidad, y en la totalidad de los casos la situación política se recondujo en
poco tiempo hacia la moderación. En el caso de Francia, una insurrección logró
derrocar a la monarquía reinante, dando paso a la Segunda República, que duraría
hasta el golpe de estado de 1851, del que se instauraría el Segundo Imperio con
Napoleón III (1852-1870); mientras que en Italia, después del estallido de la
Primera Guerra de la Independencia Italiana, dio paso al comienzo de la unificación
del país, que no culminaría hasta 1870; por otro lado en Alemania la revolución
duró hasta 1849, y pese a su fracaso parcial, fue el precedente directo de la
eventual disolución de Confederación Germánica (1866), del que abrió el debate
sobre como llevar a cabo el proceso de unificación alemana (cuestión alemana).

A partir de este momento clave, localizado a mediados del siglo XIX y que Eric
Hobsbawm denomina la era del capital, las fuerzas históricas cambian de tendencia:
la burguesía pasa de revolucionaria a conservadora y el movimiento obrero comienza
a organizarse; aunque sin duda los más capaces de movilizar a las poblaciones serán
los movimientos nacionalistas.

Revoluciones fuera de Europa


Fuera del mundo occidental, aunque no puede hablarse de movimientos revolucionarios
desencadenados por causas socioeconómicas similares (revolución burguesa), sí se
suele a veces utilizar el término revoluciones para designar a uno u otro de los
diferentes movimientos occidentalizadores o modernizadores que se implantaron con
mayor o menor éxito en uno u otro país, y que estaban inspirados de un modo más o
menos lejano en la idea de progreso, la Ilustración o alguna referencia más o menos
explícita a alguno de los ideales de 1789. Generalmente, en ausencia de base
social, fueron promovidos desde el poder o círculos próximos a él, y explícitamente
condenaban lo que de desorden o desestabilización pudiera tener el término
revolucionario: Era Meiji en Japón (1868), la fallida Rebelión de los cipayos en
India (1857), los denominados Jóvenes Otomanos y Jóvenes Turcos en el Imperio
otomano (1871 y 1908), rebeliones como la Taiping (1850) y de los bóxers (1900-
1901) demostró el descontento social que más tarde desencadenó el levantamiento de
Wuchang en 1911 que abolió el Imperio chino (Revolución de Xinhai), distintas
iniciativas de reforma del Imperio ruso (como la abolición de la servidumbre de
1861) etc.; y que llegaron cronológicamente hasta la Primera Guerra Mundial.

Reacción contra la Ilustración: el Romanticismo


Artículo principal: Romanticismo

La libertad guiando al pueblo, por Eugène Delacroix (1833).


El Romanticismo es la superación de la razón como método de conocimiento, en
beneficio de la intuición y el sentimiento compartido (endopatía). En lugar de al
individuo sujeto de derechos universales, concibe a las personas singulares,
vinculadas en comunidades naturales: los pueblos (concepto cultural propio del
romanticismo alemán -volk, pueblo, y volkgeist, espíritu del pueblo-) y las
naciones (tal como la entendían los liberales franceses, la comunidad política
basada en la voluntad). Si la Ilustración entendía que la reunión de los hombres
origina la sociedad, el romanticismo invierte los términos, negando la existencia
de un hombre en estado de naturaleza. Románticos son tanto el tradicionalismo
reaccionario como el nacionalismo revolucionario. Los primeros (Louis de Bonald,
Joseph de Maistre) conciben el pueblo como una realidad histórica, anclada en el
pasado y cuyos miembros vivos no pueden decidir su destino ni arrogarse derechos
que no tienen, como tomar decisiones contra sus instituciones, costumbres y
valores. Los segundos (Giuseppe Mazzini) se atreven a cambiar el mundo y remover
fronteras seculares con tal de que incluyan a individuos de un único pueblo, que
deberá ser soberano, independiente de cualquier autoridad que no emane de él mismo
y libre para decidir su destino.

El prerromanticismo había surgido en la segunda mitad del XVIII (Las desventuras


del joven Werther de Goethe, o la novela gótica de Horace Walpole), coincidiendo
con el predominio del neoclasicismo, de modo que aunque uno es reacción contra el
otro, hay quien afirma que son dos fases de un mismo movimiento intelectual.39 La
revolución se identificó con las virtudes heroicas de la Antigüedad clásica
expresadas pictóricamente en el neoclasicismo de Jacques-Louis David (Juramento de
los Horacios, retratos de Napoleón).
La literatura del Romanticismo se llenó de tipos literarios atormentados por las
pasiones, en lucha constante contra una sociedad que se niega a dar libertad al
individuo. Los ingleses Lord Byron, Percy Shelley y Mary Shelley representaron el
ideal romántico no solo en la literatura, sino en su tempestuosa vida y temprana
muerte. Otros autores románticos fueron el francés Victor Hugo (que provocó en el
estreno de Hernani una verdadera batalla campal entre los románticos y los
clásicos), el ruso Aleksandr Pushkin, el italiano Alessandro Manzoni, el español
Mariano José de Larra o el estadounidense Edgar Allan Poe. La exploración de las
antiguas tradiciones populares (el folklore), produjo recopilaciones de cuentos
como la de los Hermanos Grimm, o la versión definitiva del ciclo mitológico de
Finlandia en el moderno Kalevala copilado por Elias Lönnrot.

Nacida de la evolución sombría de la última etapa de Francisco de Goya, la pintura


romántica se inauguró en Francia con el escándalo de La balsa de la Medusa
(Théodore Géricault, 1822), debido no solo a su técnica, sino porque fue
interpretada como una metáfora del hundimiento de Francia bajo el gobierno de
Carlos X. La libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix proporcionó el emblema
icónico de la revolución. La música romántica, a partir de las últimas obras de
Ludwig van Beethoven, se encuentra en Héctor Berlioz, Nicolás Paganini, Fryderyk
Chopin o Robert Schumann, que superaron las convenciones del clasicismo musical con
mayores libertades compositivas y acentuando los efectos musicales sobre la forma.
Giuseppe Verdi o Richard Wagner aprovecharon las enormes posibilidades de la
música, y sobre todo de la ópera como espectáculo total, para mover las emociones
colectivas con el nacionalismo musical.

El idealismo racionalista e ilustrado del criticismo kantiano se verá conducido al


romanticismo por el denominado idealismo alemán de Fichte, Schelling y Hegel (quien
identificará el espíritu absoluto con el Estado prusiano). Su expresión en el
derecho fue la Escuela histórica del Derecho de Friedrich Karl von Savigny, quien
propugnaba la necesidad de encontrar el verdadero Derecho Alemán, expurgando el a
su juicio extranjero e intruso Derecho Romano.

Equilibrio europeo
El equilibrio europeo buscado desde el Tratado de Westfalia (1648) hasta el Tratado
de Utrecht (1714) caracterizó las relaciones internacionales del siglo XVIII;
superada la época de las hegemonías española (1521-1648) y francesa (1648-1714).
Mientras Inglaterra consolidaba su supremacía naval (que la permitió adquirir una
red de enclaves estratégicos en islas y puertos seguros en todos los océanos,
además de su gradual penetración territorial en la India), en el continente
europeo, del que prefería orgullosamente desentenderse cuando le era posible,
procuraba mantener el equilibrio entre los posibles bloques de potencias que
amenazaran con imponerse sobre los demás. El más obvio, formado por España, Francia
y los reinos italianos de la casa de Borbón (vinculados por los Pactos de Familia),
no siempre fue efectivo. En Europa Central, la rivalidad entre Austria y Prusia las
neutralizó mutuamente; mientras que el ascenso del Imperio ruso benefició a ambas
en los denominados repartos de Polonia. El Imperio otomano, tras el fracaso del
segundo sitio de Viena (1683), dejó de ser una amenaza para Europa Central y a lo
largo del siglo XVIII pasó a convertirse en una potencia declinante (el hombre
enfermo de Europa), que perdía paulatinamente el control efectivo sobre sus
provincias periféricas.

Los conflictos más destacados que se produjeron en el continente europeo fueron la


Guerra de Sucesión Austriaca, la Guerra de Sucesión Polaca y la Guerra de los Siete
Años (1756-1763). En las colonias de ultramar, las guerras o las paces en Europa
solo representaban un lejano marco para una competencia constante, que solo en
algunos casos encontró cauces diplomáticos restringidos y temporales (acuerdos
entre España y Portugal sobre el territorio de Misiones).
1748, la Europa del equilibrio posterior al Tratado de Utrecht.

1812, la Europa del bloqueo continental, máxima expansión del Imperio napoleónico.

Guerras revolucionarias y guerras napoleónicas


Artículos principales: Guerras revolucionarias francesas y Guerras napoleónicas.
La Revolución francesa fue vista por las monarquías (tanto absolutas como
parlamentarias) como un foco contagioso a extirpar, sobre todo tras el intento de
fuga de Luis XVI (1791) y la llegada de los emigrados que huían del Terror. El
manifiesto de Brunswick (1792) desencadenó las guerras revolucionarias: hasta 1815,
siete coaliciones fueron sucesivamente derrotadas por el ejército revolucionario
francés, que impuso una nueva forma de hacer la guerra: la guerra total, basada en
la movilización nacional de ingentes masas de hombres estimulados por el
patriotismo que se desplazaban velozmente; y en la imposición de bloqueos
comerciales. Inicialmente Francia se limitó a defenderse, pero tras la batalla de
Valmy (1792) pasó decididamente a utilizar la guerra como un instrumento de
expansión ideológica revolucionaria frente a la reacción.

El ascenso de Napoleón Bonaparte desequilibró de forma definitiva el statu quo


continental en beneficio de una clara hegemonía francesa. En una década de guerras,
desde la campaña de Italia (1796-1797, 1799-1800) hasta la formación de la
Confederación del Rhin (1806), conquistó todos los pequeños burgos, señoríos y
reinos sobrevivientes en Alemania e Italia, y derrotó decisivamente a Austria
(batalla de Austerlitz, 1805), que pasa a ser aliada, como lo era ya España desde
el Tratado de San Ildefonso (1796). Simultáneamente, la batalla de Trafalgar
impidió el control hispano-francés de los mares, necesario para la invasión a
Inglaterra, que no pudo producirse ante la derrota contra la flota de Horacio
Nelson. En 1807 se llegó a un acuerdo con Rusia (Tratado de Tilsit) en lo que podía
entenderse como un precedente de reparto de Europa en dos esferas de influencia.
Napoleón intentó destruir económicamente a Inglaterra con el bloqueo continental,
para impedir que los productos de la Revolución industrial accedieran al
continente; pero los puntos débiles del proyecto estaban uno en cada extremo de
Europa: Portugal (opuesta desde el comienzo) y Rusia (que reabrió sus puertos en
1810). La invasión franco-española de Portugal se convirtió en una prolongada
ocupación militar en España (Guerra de Independencia Española o Guerra Peninsular,
1808-1814) con un alto coste. La campaña de Rusia de 1812 fue todavía más
desastrosa pues, aunque se ocupó Moscú en la batalla de Borodinó, las imposibilidad
de mantener las líneas de abastecimiento y el incendio posterior de Moscú obligaron
a una retirada en penosísimas condiciones y jalonada de derrotas (batalla de
Leipzig, 1813) que condujeron a la abdicación del Emperador, que aceptó retirarse a
la Isla de Elba (Tratado de Fontainebleau, 1814) mientras el trono de Francia era
ocupado por Luis XVIII, hermano del rey guillotinado en 1793.

Negociaciones del Congreso de Viena (Jean-Baptiste Isabey, 1819).


Congreso de Viena
Artículos principales: Congreso de Viena y Europa de la Restauración.
El equilibrio europeo se procuró restablecer con criterios legitimistas en el
Congreso de Viena (1815), reponiendo a los monarcas de las casas tradicionales en
sus tronos, aunque el statu quo anterior a 1789 nunca se recuperó. Incluso la
vuelta de los Borbones al trono de París se vio amenazada durante los cien días de
1815 en que Napoleón retomó el mando e intentó desafiar de nuevo a las potencias
coaligadas en la batalla de Waterloo, que supuso su derrota final y su
confinamiento en la isla de Santa Elena. El recelo hacia Francia se pretendió
conjurar con el reforzamiento de estados tapón en su fronteras: el reino de Cerdeña
(germen de la unidad italiana) y el reino de Holanda (de creación napoleónica, al
que se incorpora Bélgica hasta su independencia en 1830).

Espléndido aislamiento, Santa Alianza y Sistema Metternich


Artículos principales: Espléndido aislamiento, Santa Alianza y Concierto europeo.
Inglaterra consolidó su predominio mundial conjugado con su política de aislamiento
en temas europeos, mientras Rusia se convertía en el gendarme de Europa. El sistema
Metternich, diseñado por el canciller austríaco y basado en la coincidencia de
intereses de las potencias de la Santa Alianza (la católica Austria, la luterana
Prusia y la ortodoxa Rusia, que invocaban a la Santísima Trinidad en el inicio de
su documento fundacional), mantuvo el equilibrio continental hasta 1848, mediante
la convocatoria de congresos: Congreso de Aquisgrán (1818), de Troppau (1820), de
Liubliana (1821) y de Verona (1822); basados en el principio de intervención para
sofocar y evitar la extensión de cualquier brote revolucionario. Inglaterra, una
monarquía parlamentaria, no se sumó a la Santa Alianza, sino a una Cuádruple
Alianza a la que posteriormente se adhirió Francia.

Apertura de espacios continentales "vírgenes"


Aunque la era del imperialismo40 no llegó hasta el último cuarto del XIX (repartos
de África y de Asia), desde comienzos de siglo XIX se produjo una presión
expansiva, cuyo origen es la revolución demogáfica, sobre los espacios
continentales vírgenes de la zona boreal (el Canadá británico, el Oeste
estadounidense, el Oriente ruso41) y austral (Colonia del Cabo, neerlandés hasta la
conquista británica en 1806; Australia, parte de la cual se convirtió en una
colonia penitenciaria; Nueva Zelanda, colonia británica desde la firma del Tratado
de Waitangi (1840); la Patagonia argentina y chilena, la Amazonia brasileña,
colombiana y peruana, etc.).

La virginidad atribuida a esos espacios, a pesar de su evidente vacío demográfico


en comparación con las saturadas zonas urbanas europeas, no era en realidad un
vacío humano y cultural. Los aborígenes australianos, maoríes, zulúes, xhosas,
patagones, mapuches, qom, tupíes, sioux, shoshoni, apaches, lapones, buriatos,
inuit y toda una constelación de pueblos indígenas cuya relación con la tierra
respondía a lógicas no solo preindustriales, sino a menudo preneolíticas, fueron
ignorados en cuanto habitantes y sus posibles valores despreciados como primitivos.

En otros contextos, sobre zonas muy pobladas cuya civilización no podía ignorarse,
la presión del Imperio austrohúngaro y de Rusia sobre los Balcanes otomanos y el
inicio de la colonización francesa de Argelia (1830) respondía a la misma lógica.
La penetración británica en la India venía ya del siglo XVIII.

Expansión de los Estados Unidos


Go West, young man, go West.
Ve al Oeste, muchacho, ve al Oeste.

Horace Greeley, 1833.42

Construcción del Canal de Panamá (1907). La Zona del Canal de Panamá, donde se
encontraba el canal homónimo, permaneció bajo control estadounidense desde el
comienzo de su construcción, en 1903, hasta 1977, siendo entregado a Panamá en
1999.
La fortaleza de la independencia estadounidense se apoyó firmemente en su
inmensidad territorial. Debido a las grandes tensiones que hubo por el bloqueo
naval que los británicos emprendieron para evitar que los estadounidenses puedan
comerciar con Francia y a las pretensiones estadounidenses de anexar Canadá condujo
a la guerra de 1812, del que la capital Washington D. C. fue incendiada en 1814, y
del que tras la firma del Tratado de Gante (1814) y la tardía batalla de Nueva
Orleans (1815) condujo a la Era del Good Feeling (1815-1825) que estableció la
unidad nacional. Estados Unidos habían incorporado las colonias francesa de
Luisiana (Compra de Luisiana, 1803) y la española de Florida (Tratado de Adams-
Onís, 1819), adquiriendo una fachada marítima hacia el sur. No obstante, su
principal ampliación territorial, mediante conflictos contra México (siendo la
última la Guerra mexicano-americana), fueron los territorios desde Texas
(independizado en 1836, incorporado en 1845) hasta California (Tratado de Guadalupe
Hidalgo, 1848). Por añadidura quedaba el inmenso interior continental, que habían
explorado Meriwether Lewis y William Clark en una expedición hacia la costa del
Pacífico (1804-1806). La épica del Lejano Oeste fue formando una identidad nacional
basada en el individualismo del colono de la frontera, que tras recorrer la pradera
en carromato, levantaba su cabaña de troncos y se apropiaba de tanta tierra como
pudiera cultivar y defender de los nativos americanos. La relación de estos con la
tierra no tenía nada que ver con el concepto liberal de propiedad que se impuso por
la colonización; privados de ella, se vieron forzados a la reclusión en reservas,
no sin lucha (Guerras Indias). Otra figura mitificada fue la de los mineros que
acudían a las sucesivas fiebre del oro de California (1849 -los fortyniners-) y
Alaska (comprada a Rusia en 1867, y afectada por la fiebre del oro de Klondike en
1897 -descrita por Jack London en Colmillo Blanco-). La anexión de Hawái
(incorporada en 1898) fue la última en el que un territorio organizado incorporado
obtendría la categoría de estado (1959).

El presidente James Monroe enunció en 1823 la denominada Doctrina Monroe (América


para los americanos), que promovía el aislamiento continental: ni Estados Unidos
intervendría en los asuntos políticos de Europa, ni dejaría que Europa hiciera lo
propio en Estados Unidos. Se entendía que el contexto, el momento clave de las
guerras de independencia hispanoamericanas, incluía una suerte de extensión de la
declaración a todo el continente. La doctrina Monroe, inicialmente defensiva, se
acompañó posteriormente de la doctrina complementaria del Destino Manifiesto (es el
destino de los Estados Unidos, decidido por Dios, llevar la libertad y la
democracia al resto de las naciones del globo), en un verdadero "derecho de
intervención" sobre el resto del continente, que de forma más explícita se expresó
como la Big Stick Policy ("Política del Gran Garrote") aplicada decididamente por
Theodore Roosevelt (presidente entre 1901 y 1908, con su política de Corolario
Roosevelt), especialmente en los procesos de independencia cubana y filipina
(Guerra hispano-americana, 1898) y en la Independencia de Panamá, como consecuencia
de la construcción del canal (1903).

El fuerte proceso de industrialización afectó de forma divergente al Norte (liberal


y dinámico, receptor de grandes contingentes de emigrantes) y al Sur (conservador y
elitista, basado en la agricultura esclavista). La tensión llegó a su punto álgido
con la presidencia de Abraham Lincoln, y en 1861 estalló la guerra cívil, en la que
se impuso el Norte.

La cultura estadounidense fue conjugando la tradición occidental con los valores


autóctonos del "país de frontera", entre la construcción de una épica de identidad
nacional (James Fenimore Cooper, El último mohicano; Walt Whitman, Hojas de
hierba), y la influencia europea (Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne).

Formación y expansión de los estados latinoamericanos


La libertad, como medio, el orden como base, y el progreso como fin.
Gabino Barreda, 1867.
Después de su proceso de emancipación, las jóvenes repúblicas de América Latina
debieron afrontar la tarea de darse una organización propia, fracasados los grandes
proyectos panamericanos (la Gran Colombia, la Confederación Perú-Boliviana). En lo
político, el sello común fue la oscilación entre la inestabilidad política y el
autoritarismo. En algunos casos, a imitación del Imperio napoleónico, se dieron una
forma política imperial, caso del Imperio del Brasil (1822-1889) o del Imperio
mexicano (1821-1823). En otros, prolongadas dictaduras, como las de Juan Manuel de
Rosas en Argentina o Antonio López de Santa Anna en México. Hubo densas guerras
civiles en las que se ventilaron intereses políticos locales y que doctrina
política elegir para gobernar (federalismo o centralismo). Numerosas guerras
tuvieron carácter territorial, alterando el trazado fronterizo entre las nuevas
naciones, como la Guerra del Pacífico (Perú y Bolivia contra Chile, 1879-1884) y la
Guerra de la Triple Alianza (Brasil, Argentina y Uruguay contra Paraguay -que acabó
prácticamente desprovisto de su población masculina adulta-, 1864-1870).

A pesar de la enfática declaración de la doctrina Monroe (que Estados Unidos no


estuvieron en condiciones de sostener eficazmente hasta finales del siglo XIX) hubo
intentos de reconstruir la presencia imperialista europea en Latinoamérica. En 1865
España envió una expedición naval contra Chile y Perú (Guerra hispano-sudamericana,
1865-1866), mientras que en 1864, y bajo pretexto de cobrarse la deuda externa de
México, fue Francia la que realizó una intervención militar que impuso la
entronización de un emperador títere (Maximiliano de Austria, 1864-1867). El
expansionismo estadounidense frente a México ya había significado la anexión de
todo sus territorios septentrionales (Texas, Nuevo México y California). Cuando los
Estados Unidos estuvieron en posición de intervenir más al sur con base en su
presencia en Cuba (en plena guerra de independencia, 1895-1898) y Puerto Rico, del
cual derivó en la Guerra hispano-americana (1898), se convirtieron ellos mismos en
la principal potencia imperialista de la región: intervención en la crisis de
Panamá de 1885; ocupación militar de Cuba después de la guerra contra España (1898)
hasta su plena independencia (1902); imposición a Colombia de la separación de
Panamá por Theodore Roosevelt después de la guerra de los mil días, 1903;
intervención en Nicaragua 1909, contra la que se levantó Augusto Sandino; apoyo a
las actividades de la United Fruit Company en las denominadas repúblicas bananeras,
etc.

La poderosa oligarquía de comerciantes y hacendados desarrolló una imagen de sí


misma como élite ilustrada y europeizada. Fue en el siglo XIX, y no en la época
colonial anterior, cuando se produjeron: la más decisiva expansión del idioma
español en Hispanoamérica (Andrés Bello) y del idioma portugués en Brasil (Joaquim
Machado de Assis); y el control sobre los indígenas que habitaban territorios que
el Imperio español apenas nominalmente pretendía poseer (como en la Patagonia,
Ocupación de la Araucanía en Chile y Conquista del Desierto en Argentina
respectivamente). Esa élite, en las grandes naciones sudamericanas, también intentó
llevar a cabo la industrialización, atrayendo para ello las inversiones de
capitales procedentes de Europa, sobre todo de Inglaterra, verdadera potencia
neocolonial durante todo el siglo XIX. El protagonismo exterior perpetuó la
dependencia económica y la inclusión de la región en la división internacional del
trabajo como productora de materias primas y mercado importador de productos
manufacturados. Lo limitado del progreso económico no impidió la importación de los
problemas de la era industrial, creando también en Latinoamérica una cuestión
social que en su caso se agudizaba por la multietnicidad latinoamericana (indígena,
europea y africana).

En la segunda mitad del siglo XIX, la literatura latinoamericana se ciñó a los


experimentos derivados del realismo europeo, y a inicios del XX, a los de las
vanguardias. La reivindicación indigenista llegaría más adelante, asociándose con
la izquierda política. El movimiento intelectual dominante fue el positivismo, la
corriente filosófica con influencia más trascendente en la región tras la
escolástica luso-hispana colonial, y que en términos políticos fue más decisiva que
el propio liberalismo (Melchor Ocampo, Domingo Faustino Sarmiento, Honório Carneiro
Leão, etc.).43

Juan Manuel de Rosas, principal dirigente de la Confederación Argentina (1835-


1852).

Pedro II, último emperador del Imperio del Brasil (1831-1889).


Benito Juárez, presidente de México, de tendencia radical (1867-1872).

Expansión de Rusia
Alejandro I, tras la derrota de Napoleón, procuró evitar toda posible nueva
revolución en Europa, mientras que en su propio territorio tuvo que hacer frente a
la Revuelta Decembrista (1825), fácilmente reprimida. Tanto él como Nicolás I
(apodado el gendarme de Europa) se esforzaron en asentar la autocracia zarista y
evitar que la modernización económica de Rusia trajera consigo cambios sociales o
políticos. Alejandro II, por el contrario, emprendió una serie de reformas
liberalizadoras, como la emancipación de los siervos (1861). Su política
reformista, similar a los planteamientos del despotismo ilustrado del XVIII, no fue
aceptada por los partidarios de transformaciones radicales (nihilismo), que optaron
por la violencia mediante varios intentos de magnicidio, hasta el definitivo en
1881.

El Imperio ruso se convirtió en la potencia territorial dominante de Eurasia,


expandiendo su frontera sur desde el Danubio y el Cáucaso hasta el Asia Central, la
Frontera del Noroeste de la India Británica y los confines del Imperio de China;
mientras que por el Pacífico norte llegaba hasta Alaska. La gran extensión de
Siberia fue objeto de una discontinua colonización. A finales del siglo XIX se
conectaron sus aislados núcleos con el trazado del ferrocarril transiberiano entre
Moscú y Vladivostok (puerto en el Pacífico fundado en 1860).

La búsqueda de salidas a mares libres de hielos (su gran debilidad geoestratégica)


caracterizó la política rusa de toda la época, y lo siguió haciendo tras la
Revolución soviética de 1917. En lo concerniente a los Balcanes, estos intereses
territoriales se expresaron ideológicamente en el paneslavismo, con el que
patrocinó los movimientos independentistas frente al Imperio otomano, un punto de
fricción determinante para la estabilidad europea que se denominó Cuestión de
Oriente.

La "era victoriana" británica


La sociedad británica pasó de la era georgiana, que cubre el siglo XVIII y el
primer tercio del XIX, a la era victoriana (el reinado de excepcional duración de
Victoria I, 1837-1901, seguido sin solución de continuidad por la era eduardiana de
su hijo, el eterno príncipe de Gales, Eduardo VII, 1901-1910). Convertida por su
protagonismo en la revolución industrial en el taller del mundo, la supremacía
naval hacía del Reino Unido el gendarme de los mares. Su dominio imperial era
justificado con una ideología paternalista (abolición de la esclavitud, libertad de
actividades para los misioneros, extensión del progreso y el conocimiento
científico a través de la exploración geográfica y los beneficios del libre
comercio, etc.). La extraordinaria red de correos permitió que durante su viaje en
el Beagle (1831-1836), el joven naturalista Charles Darwin pudiera mantener un
contacto regular bidireccional con sus familiares y profesores.

El parlamentarismo británico demostró la flexibilidad suficiente para acoger


paulatinas ampliaciones del cuerpo electoral al tiempo que mantenía características
tradicionales, como la aristocrática Cámara de los Lores y la desigualdad de
representación territorial (ciudades industriales sin diputado frente a rotten
boroughs -"burgos podridos", circunscripciones de muy pocos votantes-). El sistema
mayoritario implicaba el turno en el poder de primeros ministros tory
(conservadores, como Benjamin Disraeli, que representaban los intereses de la
gentry o clase terrateniente) y whig (liberales, como William Gladstone, que
representaban los intereses comerciales y financieros de la City); aunque lo
verdaderamente característico del sistema político británico fue que en vez de
polarizarse, ambos partidos convergían en lo esencial, correspondiendo muchas veces
a los conservadores realizar las reformas de mayor calado. No obstante, la
recepción de las demandas sociales fue muy desigual: el movimiento cartista
consiguió solo parcialmente y con el tiempo ver atendidas algunas de sus
reivindicaciones laborales y políticas; mientras que el movimiento autonomista
irlandés vio constantemente rechazadas sus pretensiones de autogobierno, e incluso
las desesperadas peticiones de ayuda durante la gran hambruna de Irlanda (1845-
1849) se veían ignoradas en nombre de la libertad económica, lo que condujo a la
convicción de que solo el independentismo radical conseguiría resultados.

La "Era del Capital" y la "Era del Imperio" (1848-1914)

Los imperios coloniales hacia 1898.


Lenin definió al imperialismo como fase superior de desarrollo del capitalismo
(1905); y John A. Hobson (1902) estudió su relación con el crecimiento demográfico
y el descenso de la tasa de beneficio en los países europeos, fenómeno para el que
la emigración y los imperios coloniales servía como válvula de escape para reducir
tensiones sociales, cuyo estallido de otro modo hubiera sido difícilmente evitable
según su estudio.44 La segunda mitad del siglo XIX fue sin duda la Era del
Capital,45 no solo por eso, sino por la aparición de El Capital de Karl Marx (1867,
completado póstumamente en 1885 y 1894). Las tensiones, no obstante, no dejaron de
acumularse por más que las opiniones públicas de finales del siglo XIX, optimistas
y despreocupadas, confiaran en el progreso indefinido (al tiempo que mostraban la
proclividad de la naciente sociedad de masas a la manipulación de sus más bajas
pasiones y su violencia latente -resentimiento social, lucha de clases,
ultranacionalismo, antisemitismo, revanchismo, chauvinismo, jingoísmo, supremacismo
blanco-). Tras el engañoso periodo de paz entre las grandes potencias que se
prolongó entre 1871 y 1914 (denominado Belle Époque), la inviabilidad de la
continuidad de las estructuras quedó violentamente puesta de manifiesto por el
estallido de la Primera Guerra Mundial y sus trascendentales consecuencias.

Cuestión de Oriente, levantamientos nacionalistas y Sistema Bismarck


En la segunda mitad del siglo, la Cuestión de Oriente, las unificaciones italiana y
alemana y la competencia por los repartos coloniales fueron los principales motivos
de conflicto internacional, que encontraron su cauce en una nueva red de alianzas y
congresos conocida como sistema Bismarck.

El complejo problema internacional de los Balcanes se remontaba a la década de 1820


con la independencia griega, que se sustanció gracias al apoyo de las potencias
occidentales. A partir de entonces, la delicada situación en que quedó el Imperio
otomano frente a las multiétnicas poblaciones locales fomentó los expansionismos
rivales ruso y austríaco. En su búsqueda del mantenimiento del statu quo (que
resultaría gravemente alterado sobre todo en el caso de que Rusia consiguiera
abrirse paso hasta el Mediterráneo), Inglaterra se identificó con los intereses
turcos, organizando una coalición internacional en su apoyo en la Guerra de Crimea
(1853-1863). La situación no se estabilizó, y se repitieron periódicamente los
conflictos: Guerra ruso-turca (1877-1878) y Guerras de los Balcanes (1912-1913); y
las mediaciones internacionales (Congreso de Berlín de 1878, que recondujo el
Tratado de San Stefano, muy favorable a Rusia).

Los movimientos nacionalistas se generalizaron por toda Europa Central y Oriental,


en algunos casos a partir de las organizaciones surgidas en la emigración a
América, de donde surgirán sus cuadros dirigentes.46

Tras de la derrota austriaca en la Guerra austro-prusiana (1867), los húngaros, que


previamente se habían sublevado en 1848, se encontraron en situación de exigir al
Emperador el denominado Compromiso Austrohúngaro por el que se constituyó una
dúplice monarquía conocida como Imperio austrohúngaro, encauzado como expresión de
la tradicional visión multinacional de los Habsburgo.
Los Balcanes en 1899. En verde los territorios aún pertenecientes al Imperio turco.

Distribución étnica del territorio europeo del Imperio turco hacia 1876.

Territorios sucesivamente incorporados al Reino de Italia. En rosa, el Reino de


Piamonte-Cerdeña, fue el núcleo a partir del cual se incorporan los territorios
austriacos (en marrón) de Lombardía (1859) y Véneto (1866), el Reino de Nápoles
(1860, en verde), los territorios de Italia central (1860, varios colores) y por
último, los Estados Pontificios en torno a Roma (1870).

El Imperio alemán unificado de 1871. En azul, el Reino de Prusia, ya había


incorporado los ducados daneses de Schleswig-Holstein (1864-66). Los distintos
reinos, especialmente en el sur (Reino de Baviera) mantuvieron su personalidad. Los
departamentos franceses anexionados formaron el Territorio imperial de Alsacia y
Lorena.

Unificaciones de Alemania e Italia


Artículos principales: Unificación alemana y Unificación italiana.
Previamente, en 1864, se había iniciado una serie de guerras, cuidadosamente
diseñadas desde la cancillería prusiana por Otto von Bismarck, que impuso su visión
de una pequeña Alemania frente a la posibilidad alternativa: una gran Alemania que
incluyera a su rival, la monarquía austriaca. La fuerte personalidad del canciller
de hierro era expresión de los intereses sociales de la clase terrateniente
prusiana (junkers), comprometida con el peculiar desarrollo industrializador y la
unidad de mercado que se venían desarrollando desde la Zollverein (unión aduanera
de 1834) y la extensión de los ferrocarriles. Con la victoria de la coalición de
estados alemanes en la Guerra franco-prusiana (1871) se llegó a la proclamación del
Segundo Reich con el rey de Prusia Guillermo I como káiser.

En 1859 se había iniciado un diseño unificador similar para Italia desde el Reino
de Piamonte-Cerdeña, en el que destacaron las iniciativas del Conde de Cavour,
Víctor Manuel II y el decisivo apoyo francés frente a Austria. Las románticas
campañas de Giuseppe Garibaldi plantearon una dimensión popular que fue
neutralizada por las élites dirigentes (la burguesía industrial y financiera del
norte en la Segunda Guerra de la Independencia Italiana, 1859, y la aristocracia
terrateniente del sur en la Expedición de los Mil, 1860). Para 1866, tras la
Tercera Guerra de la Independencia Italiana, solo quedaba la ciudad de Roma, último
reducto de los Estados Pontificios cuya continuidad quedaba garantizada por el
compromiso personal de Napoleón III de Francia. La caída de este en 1870 permitió
la anexión final, convirtiendo al Papa Pío IX en el prisionero del Vaticano. El
papado, que había condenado al liberalismo como pecado,47 mantuvo esa incómoda
situación (Cuestión romana) con el Reino de Italia y la Casa de Saboya (considerada
la más liberal de las casas reinantes en Europa) hasta el Tratado de Letrán,
negociado con la Italia fascista de Benito Mussolini en 1929.

Francisco José I de Austria, heredó el imperio de los Habsburgo en el momento


crítico de la revolución de 1848. Su entidad multinacional le hacía el principal
obstáculo tanto para la unificación alemana como para la italiana. Logradas ambas,
la vocación de la dúplice monarquía (austrohúngara) fue el control de la zona
danubiana y los balcanes, frente a la descomposición del Imperio otomano y el
expansionismo del ruso.
Giuseppe Garibaldi y los camisas rojas simbolizaron el sentimiento popular que
llevó a la unificación italiana o risorgimento, aunque su tendencia política
radical fue reconducida en beneficio de la burguesía industrial del norte y la
monarquía de los Saboya.

Richard Wagner representa estilísticamente el paso del romanticismo al nacionalismo


musical, y un proceso ideológico y vital similar. Su tetralogía de óperas El anillo
del nibelungo (1848-1878) recrea la mitología nórdica en beneficio de la
construcción de la identidad nacional alemana. El mecenazgo del excéntrico rey Luis
II de Baviera construyó para gloria suya el Teatro de la Ópera de Bayreuth. Todas
las ciudades importantes del mundo civilizado construyeron edificios más o menos
costosos, incluso en sitios tan alejados de Europa como Manaos o Iquitos (durante
la fiebre del caucho, como se reflejó en la película Fitzcarraldo).

Giuseppe Verdi cumplió un papel semejante en Italia. Alguna pieza de sus óperas
como el Coro de los esclavos (Va, pensiero de Nabucco, 1842) se extendió
popularmente como himno revolucionario. De hecho, vitorear su propio nombre (¡Viva
V.E.R.D.I.!) se utilizaba clandestinamente como acrónimo de Vittorio Emmanuele Rege
di Italia.

Caricatura de Cecil Rhodes, uno de los principales colonialistas británicos, como


moderno coloso de Rodas, que al tiempo que asienta firmemente sus botas sobre
África, ejerce de portador de la civilización en forma de hilo telegráfico y
ferrocarril entre El Cabo y El Cairo, el sueño del "imperio continuo" (1892).

En una caricatura de finales del siglo XIX, la tarta de China empieza a repartirse
entre la reina Victoria de Inglaterra, el káiser Guillermo II de Alemania y el zar
Nicolás II de Rusia, contemplados por el Emperador Meiji y Marianne
(personificación de la República Francesa).
El reparto colonial
Véase también: Reparto de África
La Revolución industrial permitió a las naciones europeas un salto gigante en el
arte de la guerra. El antiguo barco a vela fue superado por las naves impulsadas
por carbón primero, y por petróleo después. A comienzos del siglo XIX los barcos a
vapor eran una curiosidad; apenas medio siglo después se botaba al mar el primer
acorazado (1856). El barco de hierro e impulsado por carbón se transformó en
símbolo del Nuevo Imperialismo, hasta el punto que la política europea de imponerse
por la vía directa del ultimátum militar pasó a ser motejada como diplomacia de
cañonero. Los progresos de la guerra en tierra no fueron menores (ametralladora,
pólvora sin humo, fusil de retrocarga). El sistema de reclutamiento del Antiguo
Régimen fue sustituido por el servicio militar obligatorio, inspirado por el más
puro sentido democrático de que todos los habitantes de la República deben
contribuir a su defensa, lo que permitió a las naciones europeas poner en pie de
guerra a ejércitos de literalmente millones de hombres, por primera vez.

El sistema internacional impulsaba a la creación de imperios. En los siglos XVI y


XVII, a diferencia de la colonización de América, y la presencia en África y el
Pacífico (limitada a bases costeras), la intervención europea en el continente
asiático se había visto obstaculizada por grandes potencias que les impedían el
paso (Imperio otomano, Gran Mogol de la India, Imperio chino e Imperio del Japón).
En el siglo XVIII, varios de ellos manifestaban una franca declinación, y las
potencias europeas más audaces se aprovecharon para obtener ventaja de ello. La
penetración paulatina en la India sustituyó a los poderes locales con gobernantes
de facto, manteniendo el Raj Mogol una autoridad puramente nominal, hasta su
derrocamiento definitivo en 1857.

A estos vacíos geoestratégicos que las potencias coloniales se apresuraban a llenar


fuera de Europa, se correspondía en el continente la gestión de un delicado
equilibrio de poderes (Nuevo Imperialismo), que después del Congreso de Viena
procuraba evitar la posibilidad de reconstruir la hegemonía de ninguna potencia con
capacidad de abatir a todas sus rivales. Los nuevos territorios de ultramar
significaban el acceso a nuevas fuentes de materias primas demandadas por el
proceso industrializador.

Beneficiados por los resultados de la Guerra de los Siete Años (1756-1763), que
expulsó a Francia de la India y Canadá (Guerra franco-india y Guerras carnáticas),
los británicos pudieron mantener la delantera en la carrera por un imperio mundial.
A finales del siglo XIX, el Imperio británico se extendía por aproximadamente una
cuarta parte de todas las tierras emergidas, incluyendo numerosas zonas de África
(Kenia, Nigeria, Ghana, Egipto, Sudáfrica, Rodesia, etc.), la India, Australia,
Nueva Zelanda, Canadá, Jamaica, Singapur y una fuerte influencia en China. Francia
le había seguido de cerca; tras la colonización de Argelia (1830) comenzó la de
Indochina y la consolidación de sus colonias ya adquiridas (Marruecos francés,
Madagascar, África Occidental Francesa, África Ecuatorial Francesa, etc.). Los
Países Bajos asentaron su dominio sobre Indonesia, el Caribe y Surinam después de
su pérdida de influencia en África. España perdió gran parte de su imperio,
conservando solo Cuba, Puerto Rico, Guam y las Filipinas (perdidas ante los Estados
Unidos en la Guerra hispano-americana, 1898), y solo consiguió acceder a una
pequeña porción del reparto de África (Guinea Ecuatorial, el Sahara español y el
Marruecos español). Portugal logró adquirir Angola y Mozambique, y retener la
Guinea portuguesa, Macao y Timor después de la pérdida de sus colonias en
Sudamérica. Italia y Alemania, unificadas tardíamente, no alcanzaron a generar
grandes imperios coloniales, debiendo conformarse con el dominio de algunas islas
en la Polinesia y algunos territorios africanos (Libia y Somalia los italianos;
Camerún y Tanganika los alemanes).

África era un continente casi inexplorado por las potencias europeas, y la labor de
colonización fue precedida por acuciosas empresas de exploración; a finales del
siglo XIX solo subsistían Liberia, Orange, Transvaal y Abisinia como naciones
independientes, cada una por razones diversas. El gran beneficiado del reparto
africano fue Leopoldo II de Bélgica, que basándose en una reputación filantrópica
(que en la práctica suponía las más atroces técnicas de explotación) consiguió
hacerse con un imperio de grandes dimensiones en el Congo que legó al pueblo belga.
Francia e Inglaterra compitieron por un imperio continuo (de costa a costa) por el
que chocaron en el incidente de Fachoda (Sudán, 1898), correspondiendo a los
británicos la posibilidad de construirlo tras la derrota alemana en la Primera
Guerra Mundial, teniendo éxito después de superar los intentos de los nativos de
pararlo en el sur de África (Guerra anglo-zulú y Guerras de los Bóeres).

En India hubo un masivo levantamiento popular contra la presencia británica


(Rebelión de la India o Rebelión de los cipayos en 1857), que llevó a la disolución
de la Compañía de las Indias Orientales y a su anexión directa a la Corona como Raj
o Imperio de la India. Los intentos de penetración en Afganistán, en medio del gran
juego contra los rusos por el dominio territorial de lo que se definió como área
pivote de Eurasia no fueron efectivos, haciendo de Afganistán un estado tapón. Siam
(actual Tailandia) también logró retener su independencia siendo un estado colchón
entre el Reino Unido y Francia en el Sudeste asiático. La expansión de Birmania
descencadenó las Guerras anglo-birmanas, cuyo resultado fue su anexión por parte
del Imperio británico bajo el nombre de Birmania británica. En China las Guerras
del Opio significó la sumisión colonial efectiva del Celeste Imperio, debilitado
internamente (en buena medida, por el propio consumo del opio cuyo intento de
prohibición causó la guerra, en nombre del libre comercio) así como también la
perdida territorial (Hong Kong en la Primera Guerra del Opio y Kowloon en la
Segunda Guerra del Opio). En 1853 una escuadra estadounidense comandada por el
comodoro Matthew Perry llegó hasta la bahía de Yedo y arrancó al Shogunato Tokugawa
un tratado por el cual los japoneses se vieron forzados a abrirse al comercio
internacional (Tratado de Kanagawa, 1854) que desencadenó la guerra Boshin y la
posterior Restauración Meiji. En su caso, en vez de condenarles al colonialismo,
significó un revulsivo nacionalista que condujo a la Era Meiji y la modernización.

Hacia finales del siglo XIX, el mundo entero era regido desde Europa o Estados
Unidos. En 1885, la Conferencia de Berlín repartía el mundo entre las potencias
europeas sin que los repartidos tuvieran voz ni voto.

El racismo era una postura intelectual ampliamente defendida. Se llegó a afirmar


que la conquista del mundo habitado era la "sagrada misión del hombre blanco",48 de
llevar la civilización a los salvajes. Para el europeo del siglo XIX era natural
pensar que las demás razas, eran por naturaleza inferiores (supremacía blanca).
Irónicamente, el darwinismo vino a proporcionar nuevos argumentos para esta
postura, ya que algunos consideraron muy seriamente que el hombre blanco era la
cumbre de la evolución humana. El epítome de esta ideología fue la creencia en la
superioridad intrínseca de la "raza nórdica", que terminará teniendo crudas
consecuencias en el siglo siguiente.

Positivismo y "eterno progreso"


Artículos principales: Positivismo y Progreso.

Uno de los primeros daguerrotipos (1839).

Charles Darwin caricaturizado como un mono (1871), en una de las muchas burlas a su
teoría de la evolución.
Desde mediados del siglo XIX, la vida intelectual basculó nuevamente, desde la
postura idealista propia del romanticismo, a una objetivista y vinculada al
desarrollo científico. El éxito de las potencias imperialistas europeas al
extenderse sobre el planeta llevó a la convicción de que la cultura europea era el
epítome de la civilización. La ciencia y la tecnología estaban alcanzando un nivel
de desarrollo y retroalimentación que posteriormente se ha definido como la
interdependencia de ciencia, tecnología y sociedad. Se depositaba una inmensa fe en
la ciencia. Se pensaba que el progreso de la humanidad era imparable, y que con
tiempo, la ciencia resolvería todos los problemas económicos y sociales. A este
dogma filosófico se le llamó positivismo (Auguste Comte, Curso de filosofía
positiva, 1830-1842).

La confianza en el paradigma newtoniano se veía respondida con el descubrimiento


del planeta Neptuno (1846) o la elegancia predictiva de la tabla periódica de los
elementos (Dmitri Mendeléyev, 1869). Si la termodinámica debía más a la máquina de
vapor que al revés,49 ya no se podía decir lo mismo para el convertidor Bessemer,
la fotografía, el motor de explosión o las diversas aplicaciones de la
electricidad. Si la vacuna de la viruela fue la afortunada aplicación de una
antigua tradición rural, las vacunas de Louis Pasteur (carbunco, 1881, rabia, 1885)
eran fruto de una microbiología consciente. Georges Cuvier, James Clerk Maxwell o
Lord Kelvin, como muchos otros grandes científicos, fueron tan admirados
públicamente como lo habían sido los artistas del Renacimiento. El testamento de
Alfred Nobel (1896), fruto confesado de su mala conciencia por una vida dedicada a
los explosivos (inventó la dinamita) respondió de un modo preciso a ese espíritu
con la institución de los Premios Nobel, que aún siguen siendo el referente mundial
de la excelencia científica.

En 1859, después de más de dos décadas de reflexión que solo se atrevió a


interrumpir ante el estímulo de ser adelantado por Alfred Russel Wallace, Charles
Darwin publicó El origen de las especies. Aunque las ideas evolucionistas ya
estaban presentes en el debate científico (Linneo, Buffon, Lamarck), la idea de
selección natural como mecanismo fue la clave de su potencia explicativa. La
polémica que generó aún no ha dejado de producir consecuencias (nada tiene sentido
en biología si no es a la luz de la evolución).50 El llamado darwinismo social, que
utilizaba una lectura sesgada del evolucionismo, veía en conceptos tales como la
lucha por la vida y la supervivencia del más fuerte la justificación de prejuicios
disfrazados de teorías científico-sociales (Herbert Spencer).

Las primeras novelas de Julio Verne, utilizando el trasfondo del relato de


aventuras, son una glorificación de la ciencia y la técnica (Viaje al centro de la
Tierra, Veinte mil leguas de viaje submarino, De la Tierra a la Luna, La vuelta al
mundo en ochenta días). El Verne más tardío escribió relatos mucho más sombríos,
poniendo énfasis en los peligros de la ciencia incontrolada (Los quinientos
millones de la Begún, La misión Barsac), al tiempo que su contemporáneo Herbert
George Wells hacía algo similar (La guerra de los mundos, El hombre invisible, La
isla del Doctor Moureau o La máquina del tiempo). También en el reverso del
optimismo, el realismo literario y sobre todo el naturalismo reaccionaron contra
los excesos sentimentales del romanticismo tardío construyendo una literatura
pretendidamente científica y objetiva, que estudiaba los problemas sociales de la
época (Émile Zola y su denuncia de las injusticias de la industrialización: Naná,
Germinal, etc.).

El asentamiento de la revolución liberal

La bolsa del algodón en Nueva Orleans, Edgar Degas, 1873. Ante una muestra de una
de las materias primas clave de la Revolución industrial, comerciantes ataviados
con las levitas, chisteras o bombines propios de la moda burgesa de mediados del
XIX (pocas generaciones antes, solo las clases bajas, los sans-culottes de la
Revolución francesa, vestirían pantalones, se dejarían barba y no llevarían
peluca). Examinan el género, consultan informaciones en prensa y dialogan para
establecer transacciones y fijar los precios según la oferta y la demanda del
mercado libre; funciones propias de una bolsa, la institución económica clave del
capitalismo industrial y financiero.

Laboratorio de Menlo Park, organizado por Thomas Alva Edison con un criterio tanto
científico-tecnológico como capitalista.
Capitalismo industrial y financiero. Segunda revolución industrial
La política de librecambismo reemplazó, al menos en parte, al proteccionismo de la
época mercantilista, aunque los intercambios del comercio internacional estaban
sobre todo presididos por el llamado pacto colonial que reservaba las colonias como
mercado cautivo de sus respectivas metrópolis. Aun así, las barreras para el
comercio y la inversión a escala planetaria eran sustancialmente menores que en
cualquier época anterior. Los empresarios exitosos ya no estaban limitados por el
mercado nacional a la hora de invertir y buscar ganancias.

La industrialización y el desarrollo de nuevas técnicas entró en el último tercio


del siglo XIX en una segunda fase de la revolución industrial que abrió nuevos
mercados para recursos que hasta entonces carecían de toda utilidad, como el
petróleo y el caucho. En determinados casos, la extraordinaria demanda generó
verdaderas fiebres (fiebre del salitre en el norte de Chile, tras la Guerra del
Pacífico, fiebre del caucho en la Amazonia brasileña y peruana). El mundo entero se
convirtió así en un enorme y vasto mercado global, creándose así por primera vez
una red de comercio internacional de escala literalmente mundial, no solo por su
alcance geográfico, sino también por la interconexión entre los distintos productos
que se comerciaban a lo largo y ancho del planeta, sirviendo unos como materias
primas a otros y alargando las cadenas de producción, haciéndolas más intrincadas e
interdependientes.
Las figuras jurídicas de las empresas se sofisticaron, permitiéndose la disolución
de la responsabilidad individual del empresario en responsabilidad limitada a su
aportación de capital (en el Reino Unido desde 1855, en Francia desde 1863),
permitiendo la acumulación de numerosos capitales privados en sociedades anónimas
que se constituyeron en grandes corporaciones industriales, mercantiles,
ferroviarias, navieras, financieras, etc. que superaban la capacidad de cualquier
fortuna familiar, incluso las fabulosas acumuladas por los Baring, los Grosvenor,
los Rotschild, los Pereire, los Vanderbilt, etc. La concentración de empresas
adquirió formas sofisticadas (cártel, trust, holding) que alejaba cada vez más la
propiedad de la gestión (confiada a ejecutivos responsables ante los miembros de
los consejos de administración) y de la producción directa.

Las potencias industriales de Europa Occidental empezaron a experimentar la


competencia de un espacio de industrialización más tardía, pero mucho más
acelerada: Alemania (unificada económicamente desde el Zollverein de 1834 y
políticamente desde 1870). Un comportamiento similar tuvieron Japón (desde la
restauración Meiji, 1866) y los Estados Unidos (desde la victoria del norte en la
guerra civil estadounidense, 1865). Europa Meridional y Oriental tuvieron una
industrialización más lenta y localizada en focos aislados (Lombardía en Italia,
País Vasco y Cataluña en España, Bohemia en el Imperio austrohúngaro y varios
núcleos en la inmensa Rusia).

La ideología individualista y los límites al poder político configuraron a los


Estados Unidos, en continua expansión territorial y demográfica, como el lugar más
idóneo para el desarrollo del capitalismo industrial y financiero, a pesar de su
mayor recelo a la constitución de las figuras jurídicas desarrolladas en Europa. A
pesar de ello, las grandes fortunas surgidas en la industria petrolífera y el acero
(David Rockefeller y Andrew Carnegie) lograron constituir verdaderos monopolios.
Otros poderosos grupos empresariales surgieron en el sector terciario: el imperio
periodístico de William Randolph Hearst o los primeros estudios de cine (siendo los
más destacados los ubicados en Hollywood). La necesidad de innovación científico
tecnológica demandaba la superación de los inventos como una inspiración o
genialidad individualista: Thomas Alva Edison fue pionero en la idea de reunir a un
grupo de científicos, ingenieros y trabajadores especializados en un verdadero
taller de invenciones en el que importaba el proyecto de investigación común, no la
figura del inventor. El temor a que los monopolios destruyeran el ideal de libre
empresa (empresarios privados de iniciativa individual en el marco de un mercado
libre) era ampliamente compartido. La idea de concentración de poder económico era
tan amenazadora como la de concentración de poder político, y el monopolio se
asociaba a la tiranía. Se dictaron leyes antimonopolios, e incluso Rockefeller fue
llevado a juicio. Su firma, la Standard Oil Company (Esso), fue condenada a
disgregarse en 1911. Sin embargo, estas acciones no impidieron que en el paso de
los siglos XIX al XX se concentrara el capital en manos de un selecto club de
multimillonarios, y que se crearan las modernas transnacionales.

La mano de obra de los sectores punteros ya no podía ser el indiferenciado


proletariado desprovisto de cualificación profesional de los sectores maduros (que
siguieron siendo mayoritarios hasta mucho más adelante). Henry Ford tenía que pagar
a los obreros de su cadena de montaje unos salarios muy superiores a los del resto
de la industria; argumentaba que era la mejor manera de convertirlos en clientes
que pudieran comprar un automóvil, el bien de consumo típico de la segunda
revolución industrial (el prototipo de Benz apareció en 1886 y el Ford T comenzó a
producirse en 1908 -hasta 1927, más de 15 millones de unidades-).

La aplicación de la electricidad a todos los aspectos de la vida cotidiana, desde


el teléfono a la iluminación, cambió incluso la forma y tamaño de las ciudades. Dos
nuevas formas de desplazamiento: el ascensor en vertical y el tranvía eléctrico en
horizontal (ambas debidas en parte a Frank Julian Sprague, 1887 y 1892),
permitieron a las viviendas alejarse de los lugares de trabajo, a los edificios
elevarse en alturas insospechadas (los negocios y las viviendas de los ricos ya no
se limitaban al primer piso y los áticos, antes reservados a los pobres, pasaron a
ser los más cotizados) y a los barrios diversificarse socialmente. Chicago fue la
primera ciudad en experimentar el nuevo modelo, gracias a su reconstrucción tras el
incendio de 1871. El Metro de Londres (inaugurado en 1863) se electrificó desde
1890, y a partir de entonces se extendió ese modelo de movilidad urbana por las
mayores ciudades del mundo. La construcción del Canal de Suez supuso un hito en la
ingeniería al ser la primera vía artificial moderna en unir dos mares (el mar
Mediterráneo y el mar Rojo), acortando el viaje entre Europa y Asia. La forma del
suministro del fluido eléctrico desató una guerra de las corrientes entre
Westinghouse (Nikola Tesla) y General Electric (Thomas Edison), uno de cuyos
episodios más morbosos fue el patrocinio de la silla eléctrica (1890) por Edison
para demostrar los peligros de la corriente alterna generada por su competidor.

La cuestión social y el movimiento obrero


Artículo principal: Movimiento obrero

El cuarto estado (Giuseppe Pellizza da Volpedo, 1901). La percepción del papel de


las masas populares como agente histórico se hizo evidente para los observadores
contemporáneos y para la historiografía desde la Revolución francesa (Jules
Michelet), pero quien le dio máxima importancia fue la definición del concepto
marxista de clase obrera. En la actualidad se suele considerar que el paradigma del
materialismo histórico ha dejado de ser el dominante (como lo fue en el ambiente
universitario en las décadas centrales del siglo XX, hasta años después del mayo
francés de 1968); habiendo recibido críticas desde posturas de derecha, así como su
revisión desde la propia izquierda. Autores británicos como E. P. Thompson
reivindican un menor mecanicismo para el estudio de la formación de la clase obrera
y el concepto de conciencia de clase, utilizando las mismas sofisticaciones
teóricas que tiene la antropología cultural con las sociedades primitivas.51
Socialismo y anarquismo
La grave crisis social encontró respuesta a nivel doctrinal en ideologías
alternativas al liberalismo.

Un grupo de estas respuestas fueron las identificables con el término anarquismo


(del griego, "sin jefes"). Los anarquistas predicaron que las reglas coactivas en
sí eran nefastas, y que debían ser abolidas por completo, en particular el Estado,
que se sostendría por la coacción y así logra imponer una economía monopólica
burguesa, para derivar a una sociedad en donde los seres humanos se regularan a sí
mismos por la vía de contratos enteramente privados. Se dividió en varias
vertientes, básicamente las evolucionarias y las revolucionarias. Una de ellas, de
índole pacifista, encarnada entre otros por León Tolstói, sostenía que debía
llegarse a esa sociedad anarquista por medios no violentos (anarquismo pacifista),
e intentaba crear comunidades ejemplares de este modelo de sociedad. Otra
vertiente, preconizada por Mijaíl Bakunin o Piotr Kropotkin (anarcocomunismo),
sostuvo que los gobiernos debían ser derribados por la fuerza, haciendo de los
métodos insurreccionales un método de lucha contra la opresión de los gobiernos,
teniendo mayor implantación en la Europa Meridional y Oriental (destacadamente en
España, Francia y Rusia) en la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del XX.
La utilización de la violencia por individuos o pequeños grupos terroristas que se
justificaban en la retórica de la acción directa y la propaganda por el hecho dio
lugar a numerosos magnicidios y atentados contra patronos, y sirvió a su vez para
justificar la durísima respuesta represiva contra todo tipo de organizaciones
obreras (violentas o no) por parte de los estados. La corriente mayoritaria del
movimiento anarquista se centró en la estrategia sindical (anarcosindicalismo).

Otras fueron las distintas modalidades del socialismo. A comienzos del siglo XIX,
una serie de pensadores o activistas políticos imaginaron utopías sociales para la
redistribución de los bienes o diferentes prácticas de producción comunitaria para
evitar la diferenciación social (Henri de Saint-Simon, Robert Owen, Charles
Fourier, Louis Blanc, Louis Auguste Blanqui, Pierre-Joseph Proudhon, etc.). Karl
Marx los calificó despectivamente de socialistas utópicos, por sostener que sus
modelos no eran sostenibles en la realidad, en contraposición a sus propias ideas,
a las que calificó de socialismo científico. Marx también despreciaba la función
intelectual del filósofo (los filósofos han interpretado el mundo de diferentes
maneras, pero de lo que se trata es de transformarlo),52 y buscó el compromiso
social con las organizaciones del movimiento obrero, con el que se identificó. Su
famoso lema ¡Trabajadores del mundo, uníos!, dentro del Manifiesto comunista que
redactó junto a Friedrich Engels, se publicó en Londres el mismo día que estallaba
la Revolución de 1848 en París.

A pesar del fracaso inicial del movimiento, continuó con las actividades de
formación de la Primera Internacional (1864) en colaboración con Bakunin, del cual
finalmente terminaría por separarse por sus profundas discrepancias ideológicas y
políticas. Intelectualmente trabajó de forma continuada en su obra clave, El
capital, de la que publicó una primera parte y dejó la segunda inacabada. El
marxismo, desde un análisis intelectual crítico de la economía política del
liberalismo clásico e inspirado filosóficamente en el idealismo alemán (dialéctica
de Friedrich Hegel), y socialmente en la crítica social de los utópicos y en la
práctica de lucha del movimiento obrero; llegaba a una concepción de la historia
(materialismo histórico) que incluía un diseño estratégico de acción y un ambicioso
plan de futuro (simplificado en las vulgarizaciones difundidas por propagandistas
como Paul Lafargue y sistematizado posteriormente en el materialismo dialéctico
soviético): Comenzaría con la toma de conciencia por parte del proletariado
(conciencia de clase) de que únicamente él mismo podía ser el protagonista de su
propia emancipación, y que esta solo podía provenir de la lucha de clases contra
los propietarios de los medios de producción (los dueños del capital o
capitalistas: la burguesía). Un determinismo histórico conduciría inevitablemente a
la intensificación de las contradicciones inherentes al capitalismo, de modo que
los trabajadores se impondrían mediante una revolución proletaria que les daría el
poder. Ese poder político, junto con el poder económico que les daría la
expropiación de los medios de producción, serían usados para transformar la
sociedad mediante la dictadura del proletariado, fase previa a la abolición
completa del Estado y la construcción de una sociedad comunista, sin clases
sociales, en la que surgiría un hombre nuevo.

Tras la renovación de la Internacional en 1889 (Segunda Internacional), las ideas


marxistas fueron adaptadas por numerosos actores políticos desde dos planteamientos
opuestos: los revolucionarios (Rosa Luxemburgo en Alemania, Lenin y los
bolcheviques en Rusia, posteriormente denominados comunistas soviéticos), que
planteaban la necesidad de ir hacia la revolución proletaria mediante una
estrategia insurreccional diseñada por una minoría dirigente (el partido) que
actuaría como vanguardia revolucionaria; y los revisionistas (Eduard Bernstein) que
entendían que la participación política, sin una perspectiva inmediata de
revolución proletaria, podía conducir a la mejora de las condiciones sociales en
beneficio de la clase trabajadora. En Alemania, como respuesta al régimen de Otto
von Bismarck, surgió la socialdemocracia alemana que se encauzó dentro de las vías
parlamentarias. En Francia, con la alternancia entre los movimientos monárquicos y
republicanos hizo que estos últimos se formara los llamados republicanos moderados,
de los cuales serían la base de la izquierda francesa. En Inglaterra, desde
similares planteamientos moderados, la Sociedad Fabiana y los sindicatos (Trade
Unions) conformarían el laborismo.

Proudhon y sus hijos, por Gustave Courbet (1865). Era de los considerados
socialistas utópicos por los posteriores, autodenominados científicos. Sin embargo
la observación científica frente a las ensoñaciones románticas fue uno de los
postulados de Proudhon.
Karl Marx, quien por sus planteamientos sobre la política y la economía del cual
fue la base ideológica de los movimientos socialistas en el mundo, se convirtió en
el máximo referente del comunismo.

Mijaíl Bakunin, una de las persona más destacadas entre aquellas que plantearon la
aplicación del anarquismo.

William Morris, artista e intelectual, sin vincularse ideológica ni orgánicamente


al marxismo ni al anarquismo, se aproxima al movimiento obrero como muchos otros
reformistas sociales.

Cuestión social y leyes sociales

Dibujo satírico de Punch (1891) contra la jornada de ocho horas, reivindicación


clásica del movimiento obrero que dio origen a la celebración reivindicativa del
Día internacional de los trabajadores en el primero de mayo en honor a los muertos
en la revuelta de Haymarket. El personaje enmascarado y con hacha es el nuevo
sindicalismo, que presenta una versión socialmente igualitarista del antiguo lecho
de Procusto: todos los trabajadores deberán ajustarse a él, alargándose o
acortándose aunque no les convenga.
La cuestión social, es decir, la conciencia de la grave situación de las clases
bajas, y su percepción como amenaza por parte de las clases medias y altas, se
había convertido en un tópico. Los escasos medios paliativos de la caridad
tradicional, del paternalismo de muchos empresarios y de las llamadas a la justicia
social por parte de instituciones religiosas o de otro tipo de asociaciones
humanitarias, no parecían suficientes dada la magnitud de las masas degradadas a la
condición del lumpemproletariado. Incluso desde las posiciones políticas burguesas
(conservadoras, reformistas o liberales) se planteaba la necesidad de leyes (el
derecho laboral) que protegieran a los trabajadores de las consecuencias más graves
del pauperismo y la degradación social, a pesar de que tal cosa fuera incompatible
con el concepto de estado mínimo liberal o con el respeto a la literalidad de las
propuestas de la economía clásica. Desde fechas tan tempranas como 1830, aunque de
forma esporádica e inorgánica, se fue prohibiendo o limitando el trabajo infantil;
y mucho más adelante se fueron estableciendo diferentes tipos de controles
sanitarios o de seguridad laboral e inspección de trabajo. Con la misma lógica, se
establecieron descansos en domingos y festivos, jornadas máximas,53 salarios
mínimos y todo tipo de seguros sociales: de invalidez, de enfermedad, de vejez y de
desempleo; así como políticas de contenido social como la escolarización
obligatoria. En muchos países se fue permitiendo que la actividad sindical, cuya
prohibición era un requisito de la libre contratación necesaria para el mercado
libre, fuera convirtiéndose en legal (derecho de asociación, derecho de huelga),
del mismo modo que se levantaron las prohibiciones a las asociaciones
empresariales. En cualquier caso, tanto unas como otras habían tenido acogida en
otras instituciones (montepíos, clubes de todo tipo, cámaras de comercio, etc.).

El primer cuerpo orgánico de leyes protectoras de los trabajadores se implantó en


Alemania entre 1870 y 1880 por iniciativa de Otto von Bismarck, quien a pesar de su
origen social en la aristocracia prusiana y sus apoyos entre la burguesía
capitalista, entendió la necesidad de combatir políticamente a los socialistas
privándoles de sus principales causas de queja y conseguir la estabilidad social y
la cohesión nacional del nuevo estado unificado, que como todos los europeos y
americanos, fue implantando el sufragio universal. Un estado que reconoce al más
pobre la misma capacidad de decisión política que al más rico, por su propia
seguridad se ve obligado a procurar que también pueda ejercer su libertad en
mínimas condiciones de dignidad humana. Es el denominado estado social, precedente
del estado de bienestar y pieza necesaria de la sociedad de consumo de masas.

La sociedad de masas

Un grupo de trabajadores en una fotografía rotulada: Mediodía ante la cantina,


leyendo The Hog Island News (Filadelfia, Estados Unidos, 1918).
El siglo XIX, como producto de la industrialización, vio el surgimiento de la
moderna sociedad de masas, como oposición a la vieja división entre una reducida
élite aristocrática y la gran masa del bajo pueblo. Esto ocurrió porque los costos
de producción de las mercancías bajaron, quedando la producción a disposición de
nuevos actores sociales, la clase media, con nuevos medios económicos provenientes
de las profesiones liberales, y que por ende pudieron ascender socialmente. Los
nuevos inventos tendrían un impacto en la sociedad sin presedenctes, como el
envasado de comida en latas (desarrollado inicialmente por Nicolás Appert para el
ejército napoleónico), que permitió que las nuevas clases sociales accedieran a
nuevas fuentes de alimentación, o el cinematógrafo de Auguste y Louis Lumière, que
marcó un antes y un después en la industria del entretenimiento.

A esto contribuyó la implantación, a lo largo del siglo XIX, del sistema de


educación primaria obligatoria, que tendió a reducir drásticamente las tasas de
analfabetismo en Europa (si bien no a erradicarlo). La mayor cantidad de público
lector incentivó el desarrollo de la prensa escrita, incluyendo fenómenos tales
como la prensa amarilla. Los modernos métodos de impresión, por su parte,
permitieron aumentar la producción de libros. A inicios del siglo XIX, el libro de
poemas El corsario de Lord Byron se transformó en el primer libro en la historia
con un tiraje inicial superior a los 10.000 ejemplares. También se desarrolló una
nueva forma de literatura popular, el folletín, híbrido entre la prensa escrita y
la antigua novela, que se publicaba por entregas en los diarios. A través del
folletín fueron dadas a conocer obras como Los misterios de París de Eugène Sue,
Los tres mosqueteros y El Conde de Montecristo de Alejandro Dumas, Los miserables
de Víctor Hugo o David Copperfield y Oliver Twist de Charles Dickens. A finales del
siglo, por iniciativa del mencionado Víctor Hugo, surgieron los primeros convenios
internacionales sobre derecho de autor.

Todos estos nuevos sucesos, por supuesto, abarcaban tan solo a la sociedad europea,
y en medida más reducida a la de América. En el resto del mundo, sometido al
dominio colonial europeo, las nuevas condiciones de vida alcanzaban tan solo a la
clase social europea, mientras que los nativos proseguían viviendo el magro estilo
de vida que habían heredado desde antaño.

Véase también: Sociedad preindustrial


Moral victoriana, tradiciones inventadas y comunidades imaginadas

La reina Victoria en su Jubileo (1887).


La característica más notoria de las costumbres sociales de la época fue el
puritanismo moral, cuyo símbolo máximo se encarnó en la Reina Victoria (según
Lytton Strachey, ese rasgo solamente se acentuó después del fallecimiento de su
esposo, el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo, en 1861),54 caracterizado por una
exacerbación de los principios morales, y en la represión sistemática de las
pasiones, en particular las de orden sexual.

Cualquier desviación de conducta se calificaba como libertinaje, cuya presencia


social era también notoria: es el caso de Oscar Wilde, que pagó su desafío
literario y personal a las convenciones sociales con una condena a presidio. La
pureza moral como ideal social ocultaba una evidente hipocresía o doble moral,
denunciada por el propio Strachey (Victorianos eminentes) y por el fundador del
psicoanálisis, el austríaco Sigmund Freud, que interpretó las enfermedades mentales
y neurosis como derivadas de la represión sexual. La figura real de Jack el
destripador muestra hasta qué punto la sordidez del mundo de la prostitución en
callejuelas portuarias no era ajena a los personajes de la alta sociedad
londinense. En el mundo de la ficción, la misma realidad dual es genialmente
representada con El retrato de Dorian Gray (Oscar Wilde, 1890), El extraño caso del
Dr. Jekyll y Mr. Hyde (R. L. Stevenson, 1886) o Drácula (Bram Stoker, 1897).

En Francia, teóricamente de costumbres mucho más relajadas, Gustave Flaubert y


Charles Baudelaire tuvieron que enfrentarse a procesos judiciales contra Madame
Bovary y Las flores del mal (ambas de 1857). La aparente alegría de vivir y el
ambiente de vodevil en el París libertino de Naná (Émile Zola, 1889) no dejaba de
presentar también un lado oscuro que empujaba a la búsqueda de Los paraísos
artificiales (Charles Baudelaire, 1860) por parte de Los poetas malditos (Paul
Verlaine, 1888).

Paradójicamente, las tradiciones en nombre de cuyos valores se ejercía la censura


moral o política, y se construían las identidades nacionales de todos los países,
eran en buena medida inventadas, y las mismas comunidades, imaginadas. Tal
condición no les restaba eficacia, sino todo lo contrario, exigía una gran energía
social y la aplicación de mecanismos ideológicos de todo tipo, como los grandes
programas monumentales que inmortalizaban en piedra y bronce las glorias nacionales
y los ejemplos de vida virtuosa.55

Véase también: Moral victoriana


Abolición de la esclavitud
Artículo principal: Abolicionismo
A inicios del siglo XIX, la esclavitud era una institución en retroceso en el mundo
occidental, como corolario lógico del principio ilustrado y revolucionario de la
igualdad ante la ley de todos los seres humanos sin excepción. Siguiendo la
iniciativa del Reino Unido (1807-1834), motivada por su interés de convertirse en
guardián de los océanos, muchas naciones se incorporaron a la campaña para abolir
la esclavitud, a través de la prohibición del tráfico de esclavos, el paso
intermedio denominado libertad de vientre (los hijos de esclava nacerían ya libres,
con lo que la esclavitud se extinguiría con el paso de los años), o la abolición
total.

Firma de la ley de emancipación de los esclavos por Abraham Lincoln durante la


Guerra civil estadounidense (cuadro de Francis Bicknell Carpenter, 1864).

A pesar de la abolición, la situación de los negros, sobre todo en los estados del
Sur, no fue de igualdad, tanto por las prácticas sociales como por la promulgación
de leyes segregacionistas. Fotograma de la película El nacimiento de una nación (D.
W. Griffith, 1915), donde los antagonistas son los negros y los abolicionistas, y
protagonistas son las damas y los caballeros del sur, que para defenderse de una
infame opresión yanqui forman el Ku Klux Klan.
Guerra civil de los Estados Unidos
Artículo principal: Guerra civil de los Estados Unidos
La mayor resistencia contra el movimiento abolicionista se produjo en los Estados
Unidos, cuyos estados sureños estaban dominados por una clase dirigente sustentada
en la agricultura esclavista de plantación orientada a la exportación del algodón;
mientras que los estados del norte habían iniciado la industrialización. Aunque
puede discutirse si el abolicionismo fue la causa fundamental de la guerra o un
pretexto, lo cierto es que la bandera abolicionista fue enarbolada por el Norte
durante la Guerra civil de los Estados Unidos (1861-1865), y rechazada por los
estados del Sur, quienes buscaban crear la unión de Estados Confederados de
América. Después de esta guerra, la esclavitud fue abolida (Proclamación de
Emancipación, promulgada en 1863 y que entró en vigor en 1865), aunque la
discriminación racial persistió, mediante una segregación en la práctica
institucional (principalmente en los estados derrotados) y la vida cotidiana que no
comenzó a superarse decisivamente hasta el Movimiento por los Derechos Civiles de
los años cincuenta y sesenta. Como situación de desigualdad social, sigue presente
incluso con el primer presidente negro Barack Obama, elegido en 2008.

La abolición en otros países


España fue el último de los países avanzados en abolir la esclavitud, parte
fundamental de la estructura económica y social de sus colonias de Cuba, Puerto
Rico y las Filipinas, sometidas a un proceso independentista en el último tercio
del siglo XIX. La ley Moret o de vientres libres es de 1870, y la supresión
definitiva de la esclavitud se produjo en 1886.

En Rusia, donde no había esclavos, existía la institución de la servidumbre, que


fue abolida por la Reforma Emancipadora de 1861 (zar Alejandro II), no sin
problemas y resistencias.

En Brasil al ser abolida la esclavitud mediante la Ley Áurea (1888), presentada por
la hija de Pedro II, Isabel I de Bragança, tuvo una fuerte oposición que contribuyó
a que grupos republicanos al mando de Deodoro da Fonseca decidieran derrocar a la
monarquía, terminando con la Proclamación de la República de Brasil (1889).

La emancipación de la mujer

Una mujer fabricando munición durante la Primera Guerra Mundial.


Artículo principal: Emancipación femenina
Los cambios demográficos y las necesidades productivas reservaban a la mujer de la
sociedad industrial un papel social mucho más activo que en la sociedad
preindustrial. No obstante, durante el siglo XIX, persistió su función tradicional
relegada al mundo de la casa y la intimidad de la familia, y limitándose su
visibilidad pública a ser moneda de cambio en alianzas matrimoniales o vehículo del
lujo de los maridos ricos; mientras que las mujeres de clase baja solo accedían a
trabajos de menor consideración que los de los varones, y su sumisión conyugal era
aún más degradante. La posibilidad de una vida adulta femenina fuera del matrimonio
seguía reservándose casi exclusivamente a monjas y prostitutas.

Ya a finales del siglo XVIII hubo mujeres que propugnaban la emancipación femenina,
como la escritora inglesa Mary Wollstonecraft, o la revolucionaria francesa Olimpia
de Gougues (propuso una Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana
como complemento a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano). Pero
fueron casos aislados y marginales, incluso intensamente combatidos: la hija de la
Mary Wollstonecraft, Mary Shelley (autora de Frankenstein) tuvo que escapar de
Reino Unido para poder vivir su romance con Percy Shelley. Las mujeres que
quisieron publicar (George Sand, Emily Brontë, Fernán Caballero) tuvieron que
esconder su condición femenina bajo pseudónimos masculinos; al igual que las
primeras universitarias, que tuvieron que travestirse.

A finales del siglo XIX, surgió un intenso movimiento social a favor de la


equiparación de derechos entre hombres y mujeres, que encontró su bandera en la
conquista del derecho a voto (sufragismo). A partir de 1902 se admitió el derecho a
voto femenino en Nueva Zelanda, y luego en otras naciones, sobre todo tras la
Primera Guerra Mundial, cuando el movimiento de emancipación femenina cobró
verdadera fuerza, al haberse evidenciado su papel clave en el mantenimiento del
esfuerzo bélico sustituyendo la mano de obra masculina. No obstante, la defensa de
los derechos de la mujer, o su planteamiento literario, por intelectuales
progresistas como Bertrand Russell, Bernard Shaw o August Strindberg seguía siendo
ácidamente criticada desde la postura social mayoritaria (incluso entre la mayoría
de las mujeres). La época en que hombres y mujeres pudieran relacionarse en pie de
igualdad comenzaba a vislumbrarse solo entre muy reducidas minorías intelectuales
(Virginia Woolf y el Círculo de Bloomsbury).

Véase también: Feminismo


Descristianización y renovación del cristianismo
Gott ist tot
Dios ha muerto.

Frase original de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, fue popularizada por Friedrich
Nietzsche en Así hablaba Zaratustra, 1883.

Notas de Dovstoievski para el capítulo 5 de Los hermanos Karamazov, donde aparece


su famosa frase: Si Dios no existe, todo está permitido.
En el siglo XVIII, la Iglesia católica había combatido fuertemente a la
Ilustración, censurando la Enciclopedia, la totalidad de la obra de Voltaire y
otras que se incluyeron en el Index Librorum Prohibitorum (índice de libros
prohibidos). La relación con la Revolución francesa fue aún más violenta. En el
siglo XIX, el catolicismo se significó como fuerza conservadora (ultramontana),
condenando el liberalismo, el racionalismo y otras doctrinas y usos del mundo
contemporáneo, del que mostraba distante, proponiéndose como su alternativa
mediante el mantenimiento de la tradición. Se definieron como dogma de fe las
doctrinas de la infalibilidad del Papa (Concilio Vaticano I, 1869) y la Inmaculada
Concepción (1854). La opción por la fe y los milagros quedó manifiesta con el apoyo
vaticano a las apariciones de la Virgen de Lourdes (1858, aprobadas en 1862).

Los nuevos descubrimientos científicos que parecían contradecir a las Sagradas


Escrituras, como la teoría darwinista (El origen de las especies, 1859; El origen
del hombre, 1871), tuvieron gran repercusión, y en este caso fueron mucho más
combatidos en el ámbito religioso anglicano y protestante que en el católico; donde
no hubo pronunciamiento oficial alguno, e incluso en algunos casos permitió
explorar las perspectivas que abrían, aunque no sin problemas (caso del jesuita
Teilhard de Chardin). Otro caso de ambigua relación entre ciencia y fe fue la
polémica sobre la generación espontánea, paradigma biológico de lo que científicos
católicos como Pasteur consideraban como ciencia orientada a la justificación del
agnosticismo y cuestionaron con éxito.56

En los países católicos del sur de Europa, la desamortización (1836, en España)


privó del poder económico a la Iglesia. El movimiento nacionalista italiano
finalmente consiguió que los Estados Pontificios desaparecieran para formar parte
de una Italia unificada (1870). En Alemania, el Papa estimuló el duro
enfrentamiento de los católicos del sur (organizados políticamente en el Zentrum)
contra la Kulturkampf dirigida por el prusiano Otto von Bismarck. En Francia, la
polarización de la opinión pública en los temas de la separación Iglesia-Estado
(ley de 1905) y el antisemitismo del Caso Dreyfus (1894-1906) llevó a una parte
considerable de grupos católicos a convertirse en fuerzas de extrema derecha
(Action française).

Movimientos religiosos disidentes, muchos de ellos vehículos del activismo social o


de la identificación grupal, (metodismo, cuáqueros, mormones, etc.) se extendieron
por la cristiandad protestante, cuya unidad nunca había sido monolítica, pero cuyas
confesiones mayoritarias se habían institucionalizado como iglesias nacionales
identificadas con el poder político y las clases dominantes (episcopalianismo).

En la cristiandad ortodoxa, especialmente en Rusia, también sometida a las dudas de


fe de los intelectuales (Fiódor Dostoyevski) y a la difusión entre el pueblo del
anticlericalismo del movimiento obrero, los movimientos místicos y milenaristas de
antiguo origen (viejos creyentes, jlystý) mantenían su capacidad de movilización
popular frente a la mayoritaria Iglesia oficial controlada por el zar, y en alguna
ocasión produjeron fenómenos de gran repercusión (Grigori Rasputín).
Aunque el siglo XIX marcó uno de los momentos más débiles del papado, la causa de
la religión católica estaba muy lejos de haber sido derrotada, y lo mismo puede
decirse de las distintas confesiones protestantes, que también se enfrentaban a los
desafíos del materialismo dominante en la sociedad industrial. Más allá de una
minoría intelectual de entre los profesionales liberales o de los obreros con
conciencia de clase, la gran mayoría de la sociedad, desde las clases dirigentes
hasta las clases bajas, pasando por las clases medias, estaban muy lejos de
considerarse ateas. Un ingrediente clave de la moral victoriana fue su sustrato
religioso, imprescindible para la cohesión social, extremo del que era consciente
el propio Marx, autor de la expresión opio del pueblo con la que motejaba a la
religión. Incluso se ha argumentado que la religión, como fuerza conservadora,
cumplía un papel que vital en la resistencia a la gran transformación que supuso la
embestida del mercado contra las instituciones tradicionales.15 No solo las
tradicionales instituciones de caridad, sino la organización del sindicalismo
católico y la doctrina social de la Iglesia (Rerum novarum, 1891) se presentaron
como una alternativa tanto al capitalismo liberal como al movimiento obrero
revolucionario.

Incluso la expansión imperialista europea se justificaba como una manera de llevar


la civilización a los salvajes, prolongación de la empresa evangelizadora y similar
al utilizado por los justos títulos del dominio español en Hispanoamérica. Tal
argumento se empleaba en sentido contrario desde la resistencia al envío de
reclutas a Marruecos en la Guerra de Melilla durante la Semana Trágica de
Barcelona, que degeneró en quema de iglesias por el fuerte carácter anticlerical
del movimiento (1909):
Contra el envío a la guerra de ciudadanos útiles a la producción y, en general,
indiferentes al triunfo de la cruz sobre la media luna, cuando se podrían formar
regimientos de curas y de frailes que, además de estar interesados en el éxito de
la religión católica, no tienen familia, ni hogar, ni son de utilidad alguna al
país.57
La paz armada y la Belle Époque
Artículos principales: Paz armada y Belle Époque.

Napoleón III, derrotado tras la batalla de Sedán, se entrevista con Otto von
Bismarck (1870).
El fin de la Guerra franco-prusiana en 1871, inició una realineación de las fuerzas
políticas en Europa. Inglaterra y Francia, enemigos desde la época napoleónica y
rivales en la carrera colonial, habían unido fuerzas, en particular desde el final
de la Guerra de Crimea en 1856, para sostener al Imperio otomano e impedir la
salida de Rusia al mar Mediterráneo. Para contrarrestar esto y evitar el
revanchismo francés, Otto von Bismarck, el Canciller de Alemania, tendió lazos con
el Imperio austrohúngaro, al que había derrotado en 1866. Cuando Italia se incluyó
en el sistema en 1881, nació la llamada Triple Alianza. Bismarck consiguió que el
juego de alianzas basadas en la diplomacia secreta, junto con la frecuente
convocatoria de congresos internacionales y todo tipo de contactos, imposibilitara
un acercamiento de las potencias occidentales a Rusia, con el riesgo para Alemania
de una guerra en dos frentes. Este denominado sistema Bismark se rompió a finales
de siglo, tras perder el canciller la confianza del nuevo káiser, Guillermo II,
partidario de acciones más enérgicas en política exterior, incluso a riesgo de
provocar el recelo del Reino Unido, cuya superioridad naval comenzó a desafiar. La
Triple Entente entre Francia, Reino Unido y Rusia se estableció desde 1904 (Entente
Cordiale) y 1907 (Entente Anglo-Ruso, tras llegar a un acuerdo de áreas de
influencia en Asia Central). Así se habían configurado en lo esencial los dos
bloques que en pocos años se enfrentarían en la Primera Guerra Mundial.

Los imperios coloniales habían alcanzado su máxima expansión a falta de nuevas


tierras por conquistar. Cualquier intento por imponerse a las potencias rivales
pasaba por aplastarlas en una guerra total. Entre 1871 y 1914, con la excepción de
las guerras de los Balcanes (1912-1913), Europa vivió en una paz conocida como la
paz armada. Una veloz carrera armamentista no solo incrementó los efectivos humanos
movilizados y en la reserva, el número y tonelaje de los barcos de guerra o los
arsenales de armas y equipamientos tradicionales, sino que desarrolló nuevas
aplicaciones tecnológicas (ametralladora, alambre de espino, gases tóxicos), que
hicieron a la próxima guerra bien diferente, y mucho más demoledora, que las
guerras de tipo napoleónico a las que los generales europeos estaban acostumbrados
a jugar en sus cuartos de estrategia. La Gran Guerra de 1914 a 1918 acabó
definitivamente, no solo con el sistema Bismarck, sino con el equilibrio europeo
proveniente del Congreso de Viena y con todas las demás pervivencias parciales del
Antiguo Régimen.

(...) sucedió que al cúmulo de guerras de la séptima década del siglo XIX siguió,
como a la guerra general de 1792-1815, media centuria de paz también general solo
interrumpida por algunas guerras locales de carácter semicolonial: la Guerra ruso-
turca de 1877-1878, la hispano-americana de 1898; la sudafricana de 1899-1902; la
ruso-japonesa de 1904-1905. Estas últimas guerras de fines del XIX y comienzos del
XX no permitieron discernir mayormente la tendencia general de la guerra en el
mundo occidental de la época, porque cada una de ellas se libró entre solo dos
beligerantes y ninguna en regiones próximas al centro del mundo occidental. De ahí
que la terrible transformación del carácter de la guerra llevada a cabo por la
introducción de la nueva fuerza propulsora del industrialismo y la democracia,
tomase por sorpresa a nuestra generación en 1914. Arnold J. Toynbee, Estudio de la
historia58
La "crisis de los treinta años" (1914-1945)
Tal denominación, debida al historiador Arno Mayer59 (parafraseando el título de un
estudio de E. H. Carr prácticamente contemporáneo a los hechos),60 se refiere a las
tres críticas décadas que incluyen las dos guerras mundiales y el convulso período
de entreguerras, con la descomposición de los Imperios austrohúngaro, turco y ruso;
la agudización de las tensiones sociales que llevaron a conflictos armados como las
revoluciones mexicana, la rusa y la llamada Revolución española simultánea a la
Guerra civil, y guerras internas como la Guerra anglo-irlandesa, cuyo cese al fuego
desencadenó una guerra civil en Irlanda después de haber obtenido la independencia;
la crisis del sistema capitalista manifiesta desde el Jueves Negro de 1929; y el
surgimiento de los fascismos y sistemas políticos autoritarios; al tiempo que se
desarrollan los primeros Estados Sociales de Derecho, como la República de Weimar,
prácticas de pacto social como los Acuerdos Matignon, y se aplican las teorías
económicas de John Maynard Keynes (divergentes del liberalismo clásico) en los
programas intervencionistas del New Deal de Franklin Delano Roosevelt. La
correspondiente crisis intelectual se hizo manifiesta en los cambios
revolucionarios de paradigmas científicos y en la revolución estética de las
vanguardias. Se extendió la conciencia de haber entrado en un mundo radicalmente
nuevo, en que el orden social tradicional se había subvertido para siempre, y
caracterizado por el protagonismo de las masas ante el que las élites buscaban
nuevas formas de control (concepto de Manufacturing consent del periodista Walter
Lippmann y Edward Bernays, sobrino de Freud, que aplicó las técnicas del
psicoanálisis a la publicidad y las relaciones públicas en la dinámica sociedad
estadounidense; obras de gran altura intelectual, como La decadencia de Occidente
de Oswald Spengler o La rebelión de las masas de José Ortega y Gasset).61

La Primera Guerra Mundial y sus consecuencias


Artículo principal: Primera Guerra Mundial

Puesto de ametralladora británico, con los soldados protegidos por máscaras de gas,
durante la batalla del Somme (julio de 1916). Las innovaciones técnicas y la
llamada guerra de trincheras fueron características del frente occidental europeo
durante este devastador conflicto.
El 28 de junio de 1914, un incidente internacional menor, el atentado de Sarajevo
(el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria), provocó una crisis que
dio pretexto al Imperio austrohúngaro para presionar a Serbia mediante un ultimátum
que desencadenó la activación de una compleja red de pactos defensivos: Serbia lo
tenía con Rusia para el caso de una guerra contra Austria-Hungría, esta con
Alemania para el caso de una guerra contra Rusia, y esta a su vez con el Reino
Unido y Francia para el caso de una guerra con Alemania. En pocos días, las
principales potencias estaban inmersas en una guerra general que no se limitó a
Europa, involucrando a todos los continentes habitados y que se prolongó hasta
1918.

A pesar de lo autodestructivo que el episodio resultó para todos los agentes


implicados, la guerra, largamente preparada y en algunos casos deseada, fue
ampliamente popular en su inicio, no resultando difícil la movilización de enormes
contingentes de soldados, que acudían al frente en medio de un ambiente festivo.
Incluso buena parte del movimiento obrero, doctrinalmente pacifista e
internacionalista, se fragmentó siguiendo las fronteras nacionales, apoyando cada
partido socialista local a su correspondiente gobierno en el esfuerzo de guerra, y
en muchos casos participando activamente en las tareas que les fueron encomendadas
bajo gobiernos de concentración. Solo avanzado el conflicto, ante la magnitud de la
destrucción física y moral de generaciones enteras de jóvenes (16 millones de
muertos, a los que se añadieron los de la llamada gripe española) y un
impresionante número de mutilados, además de la desorientación vital, social e
intelectual a la que se enfrentaron los supervivientes marcados por tan penosa
experiencia, pasó a considerarse la Gran Guerra como la mayor catástrofe sufrida
hasta entonces por la humanidad.

El Imperio alemán se jugó la baza del Plan Schlieffen, que implicaba una maniobra
de tenazas que acorralara en el frente occidental a los franceses (como había
ocurrido en la batalla de Sedán de 1870), después de lo cual podrían volverse para
repeler a los rusos en el frente oriental. La invasión de la neutral Bélgica se
cumplió con rapidez, pero la penetración en territorio francés quedó frenada por la
eficaz resistencia franco-británica (el llamado milagro del Marne, septiembre de
1914). A pesar de que la artillería alemana llegó a bombardear París (los Pariser
Kanonen o Gran Berta) el frente quedó estacionario en una desgastante guerra de
trincheras cuya puntual intensificación careció siempre de resultados decisivos
(batalla de Verdún, diciembre de 1916).

Italia no se consideró obligada a responder a su vinculación a la Triple Alianza, y


de hecho un año más tarde declaró la guerra a los Imperios Centrales (denominación
del bando formado por Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y el Imperio otomano) en
la confianza de obtener algún tipo de incorporación territorial en el frente
italiano.

En el frente oriental, el inicial avance ruso fue espectacularmente replicado, en


medio de gravísimas dificultades internas que llevaron al estallido de la
Revolución rusa de 1917. A pesar de que inicialmente no supusieron la salida de
Rusia de la guerra (periodo de Kérenski), se impuso como inevitable en el periodo
siguiente (la petición de pan, paz y todo el poder a los soviets era el lema
bolchevique, y el propio Lenin había conseguido entrar en Rusia gracias al apoyo
alemán, que le permitió cruzar su territorio en un vagón sellado).

La ventaja obtenida con la supresión del frente oriental no llegó a ser decisiva,
porque desde el mismo año 1917 Estados Unidos había entrado en el conflicto en
apoyo de sus aliados comerciales (Francia y sobre todo Reino Unido), con el
argumento de responder a la guerra submarina.62 Alemania no podía seguir con el
esfuerzo bélico y, una vez roto el frente occidental en Bélgica, decidió rendirse
(11 de noviembre de 1918) antes de que la guerra afectase a su propio territorio o
triunfase una revolución similar a la soviética (el fallido levantamiento
espartaquista que finalizó la Revolución de Noviembre). Austria-Hungría, cuya
capacidad de resistencia era aún menor, quedó disuelta en entidades nacionales
independientes.
En otro escenario clave, la Gran Guerra supuso el hundimiento del Imperio otomano
en Próximo Oriente, consiguiendo los británicos la movilización del nacionalismo
árabe (Lawrence de Arabia), postura contradictoria con el apoyo simultáneo que se
ofrecía a los sionistas (Declaración Balfour) y con los intereses que tenían con
los franceses de repartirse la zona (Acuerdo Sykes-Picot), lo que planteará para un
futuro uno de los puntos de tensión internacional más importantes, sobre todo por
su riqueza en petróleo.

Europa en 1914.

Europa en 1929.

Tratado de Versalles y fracaso de la Sociedad de Naciones


Artículo principal: Período de entreguerras
El Tratado de Versalles (1919) y los demás negociados en la Conferencia de Paz de
París tras el armisticio, no lo fueron en pie de igualdad, sino desde la evidente
derrota de los Imperios Centrales (Segundo Reich Alemán, Imperio austrohúngaro e
Imperio otomano), que de hecho habían desaparecido como tales entidades políticas.
La reducción al mínimo territorial de las nuevas repúblicas de Austria y Turquía
imposibilitaba que hicieran frente a la exigencia de responsabilidades (incluyendo
fuertes indemnizaciones) que caracterizaba la postura de los vencedores
(especialmente la de Francia), con lo que la atribución de la culpa y por tanto de
las indemnizaciones recayó principalmente en Alemania, que había sobrevivido como
estado, a pesar de la pérdida de las colonias, el recorte territorial (pérdidas de
Alsacia y Lorena y Polonia, incluyendo el corredor de Danzig, que dejaba aislada
Prusia oriental) y el estricto desarme que se la exigía. La imposición fue
percibida como un diktat (dictado), y sus durísimas condiciones contribuyeron al
caos económico y político de la recientemente creada República de Weimar.

Se pretendía haber hecho la guerra que acabaría con las guerras, creando un nuevo
orden internacional basado en el principio de nacionalidad (identificación de
nación y estado), cuestión que debería resolverse con plebiscitos allí donde esa
identidad fuera cuestionable (lo que ocurría en la práctica totalidad de Europa,
aunque solo se aplicó en pequeño número de casos fronterizos). Se pretendía que las
nuevas naciones, al carecer de ambiciones territoriales, renuncian a la guerra como
método de resolución de conflictos (propósito explícito que se reflejó incluso en
constituciones nacionales como la Constitución de la República Española de 1931).
La paz se garantizaría por el principio de seguridad colectiva, administrado por un
organismo internacional: la Sociedad de Naciones, cuya sede se fijó en Ginebra. La
exclusión de Alemania y la Unión Soviética, más el rechazo del Congreso de los
Estados Unidos a su inclusión, limitó de forma grave su eficacia. Incluso entre sus
propios miembros, la nula capacidad de hacer cumplir sus decisiones a los estados
que no lo hicieran voluntariamente (casos del Japón en Manchuria o de Italia en
Abisinia) demostró su práctica inoperancia en cuestiones graves, aunque en otros
campos sí desarrolló funciones más o menos importantes (Organización Internacional
del Trabajo y otras agencias).

La diplomacia bilateral y multilateral continuó siendo el principal ámbito de las


relaciones internacionales, aunque ciertamente se vio influenciada, sobre todo
inicialmente, por el nuevo clima de confianza. La proscripción de la diplomacia
secreta no tuvo en realidad cumplimento. El Tratado de Rapallo (1922), los Tratados
de Locarno (1925) y el Pacto Briand-Kellogg (1928) marcaron distintas
conformaciones de alianzas o declaraciones de buenas intenciones que no
consiguieron disipar la desconfianza entre las potencias, incrementada
dramáticamente a partir de la crisis de 1929 que proyectó las tensiones internas de
cada país al terreno internacional. Su manifestación más grave fue el expansionismo
y rearme alemán (Anschluss -anexión de Austria, 1934-, crisis de Renania -1936-,
crisis de los Sudetes -1938-). El fracaso de la política de apaciguamiento
(acuerdos de Múnich, 1938), más temerosa del peligro comunista que del fascista
(Eje Roma-Berlín, octubre de 1936) se repitió en el fracaso de la política de no
intervención con que se pretendía paliar los efectos de la Guerra civil española
(1936-1939). Los definitivos virajes hacia la guerra se hicieron inevitables
cuando, a los pocos meses de terminar aquella, Hitler y Stalin sellaron el Pacto
Ribbentrop-Mólotov (23 de agosto de 1939) o Pacto de no agresión Germano-
Soviético.63

Caricatura del primer ministro francés Georges Clemenceau (el Tigre) en las
trincheras. Fue el estadista aliado más partidario de un trato duro a Alemania en
el Tratado de Versalles.

Tres de los principales estadistas europeos de la fase más pacifista del periodo de
entreguerras: el alemán Gustav Stresemann, el británico Austen Chamberlain y el
francés Aristide Briand, reunidos en Locarno en octubre de 1925.

Haile Selassie, el negus de Etiopía, fue destronado por la invasión de la Italia


fascista (1936), en lo que fue la última anexión colonialista europea en África y
el primer gran fracaso de la Sociedad de Naciones.

Surgimiento de los totalitarismos


Свобода для чего?
Libertad ¿para qué?

Vladímir Ilich Uliánov, Lenin.64


La única garantía posible de democracia es un fusil en el hombro de cada obrero,
¡Eso debemos decirle a Kérenski cuando nos hable de "democracia"!
Vladímir Ilich Uliánov, Lenin.65
Revolución rusa
Artículo principal: Revolución rusa de 1917

Discurso de Lenin, líder de la revolución bolchevique, soviética o comunista, la


primera experiencia en el mundo de dictadura del proletariado en aplicación de su
interpretación del marxismo (denominada marxismo-leninismo). Se convirtió en una
figura cuasi-divinizada (en un estado oficialmente ateo), su imagen convertida en
icono, su nombre dado a la ciudad de San Petersburgo (Leningrado) y su cadáver
embalsamado expuesto en un mausoleo en la Plaza Roja de Moscú, donde era objeto de
una veneración ritual permanente a cargo de multitudes que esperaban en una larga
cola.
La Revolución de Febrero de 1917 derrocó al gobierno zarista de Nicolás II, cuya
gestión de la guerra era catastrófica, y que había perdido el prestigio místico con
que el zar se presentaba como padrecito del pueblo. Un conjunto de partidos
conservadores, liberales y socialdemócratas (mencheviques, eseritas, etc.)
liderados por Aleksandr Kérenski pretendieron construir un estado democrático que
mantuviera el esfuerzo bélico junto a los aliados occidentales (Gobierno
Provisional Ruso). La situación bélica, económica y social no hizo más que empeorar
en los siguientes meses. La rocambolesca llegada de Lenin inició la estrategia
insurreccional bolchevique que llegó al poder con la Revolución de Octubre (Asalto
al Palacio de Invierno, 25 de octubre según el calendario ortodoxo). Pocos meses
después, en enero de 1918, el nuevo gobierno bolchevique disolvió la Asamblea
Constituyente Rusa, elegida democráticamente en noviembre de 1917. El poder
soviético ignoraba la representación electoral y las libertades, despreciadas por
burguesas en beneficio de las asambleas de soldados y obreros que tomaban las
fábricas y las unidades militares.

El Tratado de Brest-Litovsk (3 de marzo de 1918) supuso el final de la guerra con


las potencias centrales y la renuncia a una gran extensión de territorio (Polonia,
Ucrania, el Báltico, Finlandia), pero no trajo la paz, puesto que continuaron las
hostilidades, ahora como Guerra civil rusa (1917-1923) entre el ejército rojo,
liderado por Trotski y el ejército blanco, controlado por oficiales zaristas y tras
el final de la Gran Guerra financiado por las potencias vencedoras; el asesinato de
la familia Romanov impidió un posible regreso del zar Nicolás II o cualquier
familiar suyo al poder. Al mismo tiempo se fue implementando el programa social y
económico del comunismo de guerra, que suponía la colectivización de tierras y
fábricas, que pasaron a ser controladas por instituciones del nuevo gobierno (cuyos
nombres pasaron a convertirse en míticos para el imaginario obrero de todo el
mundo: soviet, koljós, sovjós, etc.) teóricamente asamblearias pero fuertemente
controladas desde la cúspide por el Partido (que pasará a llamarse comunista, y el
estado República Socialista Federativa Soviética de Rusia en 1917 y Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1922). Al igual que había ocurrido durante la
fase más exaltada de la Revolución francesa, se produjeron matanzas masivas (por
ejecuciones o como consecuencia de las deportaciones según lo estipulado en el Art.
58 del Código Penal) y la salida al extranjero de un gran número de exiliados.

La victoria del ejército rojo consiguió incluso la recuperación de buena parte del
territorio cedido en Brest-Litovsk (Guerra polaco-soviética, 1919-1921). Con el
asentamiento de las fronteras se inició una fase de moderación del proceso
revolucionario dirigida por el propio Lenin (Nueva Política Económica, NEP) en la
que se consintió la reconstrucción de empresas privadas y la recuperación de la
figura del campesino enriquecido (kulak).

Tras la firma del Tratado de Creación de la URSS (1922), las luchas de poder entre
León Trotski e Iósif Stalin, partidario el primero de la extensión del proceso
revolucionario a otros países (revolución permanente) y el segundo de la
construcción y consolidación de un estado proletario (socialismo en un solo país),
comenzaron durante la agonía de Lenin (1924) y terminaron cinco años después con la
victoria de Stalin, que inició una época de purgas (Gran Purga) con la eliminación
de los trotskistas (XV Congreso, 1927), en una intensificación de la represión
política que acabó con toda oposición o crítica a su poder personal (Nikolái
Bujarin, oposición de derecha), originando un verdadero culto a la personalidad
dentro de un sistema totalitario: el estalinismo. La colectivización recibió un
impulso definitivo, sustituyendo la liberalización de la NEP por los planes
quinquenales a cargo de un Gosplán que centralizaba la totalidad del proceso
productivo sin intervención del mercado, decidiendo burocráticamente qué debía
producirse, dónde y por quién, y dónde y quién debía consumirlo. Se estimuló el
trabajo voluntario a través de la emulación (estajanovismo), aplazando cualquier
reivindicación de mejora de condiciones de vida o trabajo para los obreros en cuyo
nombre se decía estar construyendo la sociedad comunista, y relegando la producción
de bienes de consumo en beneficio de la industria pesada. La Tercera Internacional
(Komintern o internacional comunista, que se había creado en 1919) utilizó la
disciplinada labor de los partidos comunistas de todos los países del mundo en
función de los intereses del régimen soviético. Cualquier desviacionismo detectado,
incluso el más inverosímil e imaginario (desde el aburguesamiento a la traición),
era advertido al propio afectado, que se veía obligado a ejercer sobre sí mismo la
autocrítica y a aceptar la sanción de la justicia revolucionaria.

Fascismo
Artículo principal: Fascismo

Encuentro de Hitler y Mussolini, führer y duce (guías) de las dictaduras nazi y


fascista, que planteaban como una tercera vía contraria tanto al comunismo (la
amenaza más visible a las estructuras capitalistas) como a la democracia liberal,
tildada de decadente. Establecieron una alianza denominada Eje Roma-Berlín, en cuya
órbita figuraron Japón, España, Hungría, Rumanía y los países ocupados durante la
Segunda Guerra Mundial. El carisma peculiar de ambos líderes, llevado hasta el
histrionismo, fascinaba a las masas que les seguían; pero también fue objeto de
parodias contemporáneas, entre las que destacan, por su genialidad y lucidez, El
gran dictador de Charles Chaplin (1940) y To be or not to be de Ernst Lubitsch
(1942).
En la mayor parte de los países, el desprestigio de la política liberal tradicional
y el miedo al comunismo hizo surgir movimientos políticos interclasistas y
ultranacionalistas, caracterizados por un liderazgo carismático y algún tipo de
parafernalia simbólica agresiva o paramilitar (entre los que destacaba el uso de
camisas de ciertos colores). Su evidente similitud y la profundidad de los rasgos
comunes con el fascismo italiano ha permitido a la historiografía calificarlos de
fascistas, a pesar de la diversidad de nombres y características locales.
Únicamente en Alemania, Europa Meridional (Italia, España, Portugal, Grecia) y
Oriental (Rumanía, Hungría, Polonia) se establecieron endógenamente en los años
veinte y treinta dictaduras que reciben comúnmente la denominación de regímenes
fascistas, o bien el calificativo de totalitarios (si consiguieron acabar con todo
tipo de discrepancia) o autoritarios (si permitieron un mínimo grado de pluralismo
en su propio seno). Durante los años de la Segunda Guerra Mundial se establecieron
incluso en Europa occidental gobiernos colaboracionistas en los que la presencia de
los fascistas locales o la implantación de medidas políticas de tipo fascista era
menos decisivo que el control militar alemán.

Surgimiento del fascismo en Italia


Artículo principal: Italia fascista
En Italia, frustrada en sus ambiciones irredentistas por el Tratado de Versalles,
el descontento fue encauzado por los Fasci italiani di combattimento de Benito
Mussolini (un antiguo socialista, que había evolucionado hacia un discurso
antiliberal, anticomunista, ultranacionalista, irracionalista y exaltador de la
violencia) contra cualquier movimiento prerrevolucionario o simplemente
huelguístico o reivindicativo de los partidos y sindicatos de izquierda
(especialmente a través de grupos paramilitares, squadrismo), aprovechando el miedo
de gran parte de la población de que estalle una revolución socialista similar a la
rusa en el país (biennio rosso, 1919-1920). Con la Marcha sobre Roma (1922),
encabezada por el movimiento de los camisas negras, consiguió que el rey Víctor
Manuel III le diera el gobierno fuera de las vías parlamentarias, e inició una
dictadura de facto. Planteaba la superación de las divisiones políticas con un
partido único y la lucha de clases mediante una política económica corporativista.
Consiguió el reconocimiento mutuo con el Papa en los Pactos de Letrán. La necesidad
de expansión exterior le llevó a campañas militares en Etiopía y Albania, que le
pusieron en dificultades en la Sociedad de Naciones.

Alemania y el nazismo
Artículos principales: Nazismo y Alemania nazi.
Alemania, tras la Revolución de Noviembre (1918-1919), había experimentado la
construcción de un estado social de derecho con la República de Weimar (1918-1933),
pero la inestabilidad económica y social no permitió su consolidación en sus
primeros años. La radicalización de las posturas más extremistas, enfrentadas
violentamente, condujo a la temerosa y empobrecida clase media a optar por la
solución más opuesta a la revolución comunista.

Tras un frustrado golpe de estado (Putsch de Múnich, 1923) y su paso por la cárcel,
donde desarrolló su programa en Mein Kampf, Adolf Hitler consiguió llegar al poder
por vía electoral tras el decreto del incendio del Reichstag (1933), al tiempo que
el partido nazi o nacionalsocialista, inicialmente un partido minoritario
caracterizado por sus enfrentamientos en la lucha callejera contra grupos
izquierdistas, iba ocupando cada vez más espacios públicos y privados,
restringiendo las libertades y aniquilando toda oposición o manifestación de
individualismo (Gleichschaltung) y pluralismo (incluido el de sus propias filas
-noche de los cuchillos largos, 1934-). El objetivo de la propaganda nazi,
eficazmente utilizada por Joseph Goebbels (repite mil veces una mentira y acabará
convirtiéndose en verdad),66 se centró obsesivamente en responsabilizar a los
judíos de todos los males de la gente común (llegando a su máximo punto con
sangrientos pogromos -noche de los cristales rotos, 1938-), que acabó
convenciéndose de pertenecer al grupo de verdaderos alemanes, los de raza aria,
cuyos intereses particulares debían supeditarse a la grandeza de Alemania. Tal
grandeza debía recuperarse con la expansión a través de un espacio vital que
incluía no solo las dispersas zonas habitadas por gentes de habla alemana, sino la
Europa Oriental habitada por los eslavos, presentados como otra raza inferior.

La política de apaciguamiento que Francia y el Reino Unido mantuvieron hasta los


acuerdos de Múnich permitieron a Hitler cumplir la parte inicial de su programa
expansivo y rearmar una Gran Alemania, convertida en el Tercer Reich.

De la Segunda República Española al franquismo


Artículos principales: Guerra civil española y Franquismo.
Después de la fallida sublevación de Jaca (1930) contra la dictablanda de Dámaso
Berenguer, se puso en duda la legitimidad del rey Alfonso XIII, que para evitar un
posible conflicto armado entre monárquicos y republicanos, convocó unas elecciones
que no hizo más que aumentar las tensiones, y tras la dimisión del rey, se
determinó la proclamación de la Segunda República Española (1931-1939). La Segunda
República fue un breve experimento de modernización a cargo de una minoría de
intelectuales que pretendían apoyarse entre la base del movimiento obrero y el
movimiento liberal-conservador, y que debido a la gran inestabilidad política
terminó trágicamente en una guerra civil tras el intento de golpe de estado de
1936, durante la que se produjo una revolución social en la retaguardia
republicana. En la intervención extranjera en la Guerra civil española, el apoyo de
la Unión Soviética al gobierno republicano del Frente Popular y el de las potencias
fascistas a los militares sublevados contrastó con el mantenimiento de una política
de no intervención por las democracias occidentales (Comité de No Intervención). La
victoria del bando sublevado estableció el régimen franquista (que incorporaba,
además de los elementos similares al fascismo de Falange Española -el
nacionalsindicalismo-, otros tradicionalistas, conservadores, militaristas y
católicos -el nacionalcatolicismo-). De cara al inmediato futuro de Europa, esta
primera batalla de la Segunda Guerra Mundial (demostrado en el bombardeo de
Guernica, 1937) estimuló los planes de Hitler, en un contexto ya claramente
prebélico para todas las naciones.

Józef Piłsudski, uno de los generales que participó en la batalla de Varsovia


contra los soviéticos en la Guerra polaco-soviética, ejerció un poder dictatorial
en la Polonia del periodo de entreguerras, entre las amenazas soviética y alemana.

El general Francisco Franco mantuvo en España una de las más duraderas dictaduras
europeas, fascista en su origen (Guerra civil española, 1936-1939), que evolucionó
hacia el nacionalcatolicismo, el pacto con los Estados Unidos (en esta foto de 1959
aparece con el presidente Dwight D. Eisenhower, también general) y la tecnocracia
desarrollista, hasta su muerte en 1975.

El emperador japonés Hiro Hito empequeñecido físicamente por el general Douglas


MacArthur, ya despojado de su divinidad protocolaria tras la derrota de 1945. El
expansionismo militarista japonés no había tenido una identificación ideológica con
los fascismos europeos, sino más bien una relación estratégica por la convergencia
de intereses.

Crisis de 1929 y Estado del bienestar

Una multitud se aglomera ante la Bolsa de Nueva York el jueves negro, 23 de octubre
de 1929.
Artículo principal: Gran Depresión
Como una reacción a los cambios económicos y políticos en torno a la Primera Guerra
Mundial, se sentaron las bases del estado del bienestar. Durante el siglo XIX, el
liberalismo económico había concebido al Estado como un mero garante del orden
público, sin legitimidad para intervenir en la actividad económica de la nación
(estado mínimo). Sin embargo, de manera progresiva, el Estado había tenido que
intervenir en la regulación de las condiciones de trabajo, a través de las leyes
sociales, creando el moderno Derecho del Trabajo, como una manera de responder a
los apremiantes problemas derivados del industrialismo y desactivar la bomba de
tiempo que representaban las aspiraciones del movimiento obrero.

Sin embargo, fue después de la Primera Guerra Mundial cuando se produjo el cambio
teórico fundamental. El economista John Maynard Keynes observó que la oferta
económica es reflejo de la demanda (no al revés, como planteaba clásicamente la ley
de Say), y por ende, la manera de levantar una economía deprimida (fase baja del
ciclo económico cuya misma existencia era discutida por los teóricos del libre
mercado) era subsidiando la demanda a través de una fuerte intervención estatal.
Consciente de las consecuencias negativas de las cláusulas económicas del Tratado
de Versalles, había predicho que los pagos a que se obligaba a Alemania, junto con
el endeudamiento (tanto de esta como de las potencias vencedoras) con Estados
Unidos, provocaría un desorden financiero internacional con consecuencias funestas.
No obstante, los años veinte fueron los felices años veinte, propicios a la
especulación, la compra a crédito y el consumismo, al menos en Estados Unidos (un
pollo en cada cazuela y dos coches en cada garaje, era el slogan electoral de
Herbert Hoover), que solo parecía deslucirse por la ley seca y el gansterismo. La
crisis de posguerra, fruto de la desmovilización, no tuvo consecuencias muy graves
en las economías, a excepción de la alemana, sometida a una terrible
hiperinflación. Los consejos de Keynes fueron desoidos, y no se acogieron por parte
de los gobiernos hasta después de que la Gran Depresión posterior al crack de 1929
(momento en que estalló la burbuja de especulación financiera) literalmente arrasó
el mercado de valores, y tras él el sistema productivo y el mercado laboral
generando un pavoroso paro masivo. El recurso generalizado al proteccionismo
deprimió aún más el comercio internacional y acentuó la depresión económica.

En la década de 1930, regímenes políticos muy diferentes entre sí emprendieron,


como salida a la Gran Depresión, políticas keynesianas, es decir,
intervencionistas, de estímulo de la demanda a través de las obras públicas,
subsidios sociales y aumento extraordinario del gasto público, con abundante
recurso a la deuda pública. La llegada a la presidencia estadounidense del
demócrata Franklin Delano Roosevelt emprendió esas medidas con la denominación de
New Deal (Nuevo acuerdo o Nuevo reparto de cartas). La economía dirigida del
corporativismo fascista podía considerarse hasta cierto punto similar, y
concretamente el rearme alemán proporcionaba una solución tanto al ejército de
parados como a la industria pesada. La Unión Soviética de Stalin ya era una
economía planificada desde el Estado, y su sistema económico no capitalista,
aislado del circuito financiero, la hacía inmune a los efectos del Crack de 1929.

Empequeñecimiento de Europa y protagonismo de nuevos continentes


La adopción por parte del mundo extraeuropeo de ideas, tecnologías, sistemas
políticos y socioeconómicos originados en Europa, llevó a la paradoja de que la
misma Europa se vio reducida en tamaño e importancia en el concierto mundial. En
adelante debió conformarse con ser un actor más en un escenario geopolítico que se
había hecho mucho más vasto.

Atatürk, el 20 de septiembre de 1928, explica el nuevo alfabeto en una pizarra,


bajo la bandera turca.
Kemalismo en Turquía
El periodo final del Imperio otomano ya estaba gobernado por una élite
occidentalizadora (los Jóvenes Turcos, quienes obtuvieron el poder en la Revolución
de los Jóvenes Turcos en 1908). La disolución del Imperio otomano se fue diseñando
en las conversaciones diplomáticas de la Conferencia de París (1919) que culminaron
en el tratado de Sèvres, en medio de un escenario estratégico que amenazaba incluso
con hacer inviable la continuidad de ninguna nación turca, o reconocer otros
estados que finalmente no se consolidaron, como la Armenia Wilsoniana, intento de
definición de una nación armenia tras los traumáticos hechos que diezmaron a su
pueblo durante la Primera Guerra Mundial, de denominación controvertida en la
propia Turquía -genocidio armenio-.

La reacción nacionalista liderada por Mustafá Kemal (denominado Atatürk o padre de


los turcos) expandió militarmente las fronteras del estado residual en que se había
convertido la nueva República de Turquía (Guerra de Independencia Turca, 1919-
1923). El programa occidentalizador que impulsó desde ese momento incluyó la
sustitución del alfabeto árabe por el latino y la del traje tradicional por una
moda homologable a la que se veía en las calles de París o Londres. Su sistema
político (el kemalismo), que nunca dejó de ser autoritario, se construyó
explícitamente a imitación de los europeos en un eclecticismo que pretendía reunir
elementos de tan distintas y opuestas procedencias como la democracia liberal, el
estado social y los totalitarismos fascista y soviético.

Ceremonia de creación del Taisei Yokusankai (1940), movimiento de encuadramiento


político y social de tipo totalitario y militarista, organizado desde el gobierno,
que presidió la vida japonesa hasta 1945.
De la restauración Meiji al militarismo japonés
La posibilidad de que una civilización ajena al cristianismo y étnicamente no
europea se desarrollara había sido demostrada por la historia contemporánea de
Japón desde la llamada Restauración Meiji. El Shogunato Tokugawa había sido
derrocado en 1869 en la Guerra Boshin, y a partir de la Era Meiji los sucesivos
emperadores impulsaron una profunda occidentalización (Constitución Meiji), que
para 1905 había conseguido sobrepasar en eficacia al Imperio ruso (Guerra ruso-
japonesa, 1904-1905). En la Primera Guerra Mundial rentabilizaron su postura a
favor de la Triple Entente apoderándose de varias colonias alemanas en el Pacífico
que retuvieron después del conflicto. A pesar de la experimentación de mecanismos
propios del liberalismo democrático (durante la Era Taishō, 1912-1926), la vida
política, social y económica estaba dominada por el denominado militarismo japonés,
con unas fuerzas armadas construidas desde finales del siglo XIX bajo el modelo
prusiano. El expansionismo japonés se proyectó en China, no limitándose a las
concesiones puntuales que habían caracterizado la presencia occidental, sino
mediante una presencia militar masiva y conquistas territoriales, que desde
Manchuria (invasión japonesa de Manchuria, 1931) se extendieron al sur por China
oriental (guerras chino-japonesas, la primera en 1894-95 y la segunda en 1937-45,
ya en la Era Shōwa). La pretensión de desplazar a los blancos (británicos,
franceses, neerlandeses y estadounidenses) como colonizadores de Asia se llegó a
desarrollar ideológicamente (Asia para los asiáticos), en una pretensión que
parecía sólidamente cimentada en un crecimiento económico solo limitado por la
escasez de materias primas que caracterizaba al suelo japonés. La necesidad de ese
espacio vital (en terminología nazi) empujó a Japón a la alianza con Alemania y le
conduciría a la Segunda Guerra Mundial en un escenario inédito en la historia
bélica: la Guerra del Pacífico (1937-1945). La responsabilidad en la política
japonesa de un complejo entramado de intereses políticos, industriales y militares,
encabezado por el general Hideki Tōjō, diluyó la del propio emperador Hiro Hito lo
que permitió la continuidad de este en el trono tras la ocupación estadounidense
(que le consideraba clave para el mantenimiento de la cohesión social japonesa)
hasta su muerte en 1989.

Campesinos chinos acarreando material para el ejército comunista en una fecha


indeterminada de los años treinta. La prolongada Larga Marcha forjó una peculiar
vinculación entre las masas campesinas y los cuadros del Partido Comunista Chino de
Mao Zedong.
Revolución china
Artículos principales: Revolución de Xinhai, Levantamiento de Wuchang y República
de China (1912-1949).
La dinastía Qing dirigida por el emperador Puyi fue derrocada en 1911 después de un
largo período de guerras civiles que significaron el fin de un Imperio milenario.
Sun Yat-Sen emprendió un proceso de modernización occidentalizadora de la República
de China, que se vio imposibilitado tanto por la intervención externa
(principalmente la japonesa) como por fuertes divisiones internas, con zonas
enteras independizadas en la práctica y gobernadas por señores de la guerra
locales, y la cada vez mayor presencia comunista entre las masas urbanas y
campesinas. La matanza de Shanghái contra opositores del gobierno dio comienzo a la
guerra civil china, que duró de 1927 hasta 1950. El conflicto bélico incluyó el
periodo de la Segunda Guerra Mundial y la mítica Larga Marcha protagonizada por el
líder comunista Mao Zedong, que terminó proclamando la República Popular China en
1949, mientras que el nacionalista Chiang Kai-shek resistía en Taiwán protegido por
la flota estadounidense.

Mahatma Gandhi, líder inspirador de la independencia de la India, fue víctima a su


vez de la terrible violencia que la caracterizó.
Violencia y no-violencia en India
El movimiento de independencia indio tenía precedentes anteriores, como la
declaración de Bal Gangadhar Tilak del swaraj (autogobierno) como derecho, pero no
fue hasta después de la Primera Guerra Mundial, y bajo el liderazgo de Mohandas
Gandhi (apodado Mahatma o "alma grande" en sánscrito) y su propuesta de resistencia
no violenta (ahimsa), que los nacionalistas se hicieron cada vez más fuertes. Tras
la Masacre de Amritsar (1919) los británicos se vieron obligados a iniciar un lento
proceso de negociaciones (Reformas de Montagu-Chelmsford), que pese a que la
represión se siguió manteniendo (cuya resistencia india se vio fortalecida en
protestas como la Marcha de la sal), culminó en su independencia tras el nuevo
paréntesis de la Segunda Guerra Mundial.

El mundo anglosajón no europeo


Los dominios británicos de Canadá, Australia y Nueva Zelanda, cada vez más
independientes de hecho, incrementaron espectacularmente su economía y población.

Estados Unidos emergió como gran potencia mundial después de la Primera Guerra
Mundial. Sin embargo, cuando Woodrow Wilson remitió al Congreso la aprobación del
ingreso en la Sociedad de Naciones (una de sus propias ideas para la paz -catorce
puntos de Wilson-), fue ampliamente rechazada, prefiriendo la clase política
estadounidense la tradicional política de aislacionismo. No obstante, la íntima
conexión del capitalismo industrial, comercial y financiero estadounidense con el
resto del mundo hizo imposible el mantenimiento de esa postura en los años
cuarenta.

América Latina en el mundo


Algunas naciones de América Latina, sobre todo las zonas con gran emigración
europea (Argentina y Brasil, y en menor medida Chile, Colombia, Cuba, Perú, Uruguay
y Venezuela), también se convirtieron en agentes internacionales activos a pesar de
no intervenir en la Primera Guerra Mundial, neutralidad que incluso las benefició,
por el aumento de la demanda de materias primas y todo tipo de productos durante el
periodo bélico. México, en cambio, experimentó una especial coyuntura histórica.

Revolución mexicana
Artículo principal: Revolución mexicana
En México, las fuertes tensiones entre una oligarquía positivista (Porfirio Díaz) y
una amplia base campesina desprotegida llevaron finalmente a la revolución mexicana
(1910-1920), en la que líderes campesinos como Emiliano Zapata y Pancho Villa y
políticos opositores como Francisco I. Madero se rebelaron y pusieron en jaque al
viejo orden. En medio de este proceso se promulgó la Constitución de 1917, que fue
pionera entre los documentos de su tipo en el mundo, por incorporar en su
articulado diversas garantías sociales para la población. De todos modos, el
restablecimiento de la paz social fue dificultoso, y la nueva institucionalidad
solo puede considerarse establecida y consolidada bajo la Presidencia de Lázaro
Cárdenas (1934-1940).

Cartel propagandístico. Tanto la aviación como la propaganda fueron masivamente


utilizadas en la Segunda Guerra Mundial, a una escala no igualada en ninguna otra
contienda anterior, y difícilmente comparable a las posteriores. La orientación de
todas las fuerzas productivas de cada nación hacia la denominada economía de guerra
significó de hecho el final de las consecuencias de la Gran Depresión y la
consolidación del papel keynesiano de los estados como agentes económicos
decisivos. Estados Unidos reconvirtieron temporalmente su gigantesca industria
automovilística para la fabricación de 300 000 aviones. El resto de los países
fabricaron 480 000 más. Las extraordinarias dimensiones relativas del esfuerzo
productivo japonés, alemán o soviético fueron comparativamente mayores incluso.67
La capacidad de llevar la guerra a la retaguardia enemiga, junto con otras penosas
condiciones, hicieron que la mayor parte de las víctimas fueran civiles, y que la
destrucción de equipamiento (estratégico o no) fuera muy superior a la del material
de uso propiamente militar. La escala de las operaciones logísticas llegó a ser tan
extraordinaria (desembarco de Normandía) que necesitó la aplicación de las primeras
computadoras (como la Máquina Enimga alemana de Arthur Scherbius o la Máquina de
Turing británica de Alan Turing), que también se destinaron a la criptografía.
Algunas innovaciones tecnológicas aplicadas durante el conflicto demostraron ser
decisivas, como el RADAR británico y el arma atómica estadounidense; aunque otras
no tuvieron oportunidad de desarrollarse en toda su capacidad, como el programa
alemán de misiles (V-1 y V-2).
Segunda Guerra Mundial
Artículo principal: Segunda Guerra Mundial
Garantizada la colaboración de Stalin por el Pacto Germano-Soviético, Hitler se
decidió (1 de septiembre de 1939) a la incorporación de una de sus reivindicaciones
expansionistas más delicadas: el pasillo de Danzig, que implicaba la invasión de la
mitad occidental de Polonia; la mitad oriental, junto con Estonia, Letonia y
Lituania fue ocupada por la Unión Soviética, mientras que Finlandia logró mantener
su independencia de los soviéticos (Guerra de Invierno). El Reino Unido y Francia
le declararon la guerra a Alemania, que esperaban como una repetición de la guerra
de trincheras (Guerra de broma) para la que habían tomado toda clase de
precauciones (Línea Maginot) que demostraron ser del todo inútiles. Las maniobras
espectaculares de la blitzkrieg (guerra relámpago) proporcionaron en pocos meses a
Alemania el control de Noruega, Dinamarca, los Países Bajos, Bélgica y la propia
Francia, mientras el ejército británico escapaba in extremis desde las playas de
Dunkerque durante la batalla de Francia. La mayor parte del continente europeo
estaba ocupado por el ejército alemán o por sus aliados, entre los que destacaba la
Italia fascista, cuya aportación militar no fue muy significativa (batalla de los
Alpes, guerra greco-italiana).
La batalla de Inglaterra, la primera completamente aérea de la historia, mantuvo
durante el periodo siguiente la presión sobre el nuevo gobierno de Winston
Churchill, decidido a la resistencia (sangre, sudor y lágrimas) y que finalmente
venció, entre otras cosas gracias a una innovación tecnológica (el RADAR) y al
decisivo apoyo estadounidense, que negoció en varias entrevistas con Franklin D.
Roosevelt (Carta del Atlántico, 14 de agosto de 1941).

En 1941 la necesidad estratégica de ocupar los campos petrolíferos del Cáucaso


llevaron a la invasión alemana de la Unión Soviética (operación Barbarroja),
inicialmente exitosa, pero que se estancó en la batalla de Moscú y los sitios de
Leningrado y Stalingrado. Al mismo tiempo, Japón en su campaña por expandirse por
Asia (comenzado con las hostilidades con China que los llevó a la Segunda Guerra
chino-japonesa, iniciado en 1937 y considerado como preludio de la Segunda Guerra
Mundial en Asia, y que siguió con la invasión de Indochina, en 1940) y en venganza
por el embargo económico que el gobierno estadounidense les impuso atacaron Pearl
Harbor (7 de diciembre de 1941), provocando la entrada de Estados Unidos en la
guerra. Pocos meses después, la batalla de Midway (en julio de 1942) marcó un punto
de inflexión en la Guerra del Pacífico ante el debilitamiento de la capacidad de
combate japonesa frente a los estadounidenses. En el norte de África, los
británicos frenaron el avance de los Afrika Korps alemanes desde Libia hacia Egipto
en la batalla de El Alamein (1942), después de la invasión italiana al Canal de
Suez (1940).

El periodo final de la guerra se caracterizó por las complejas operaciones


necesarias para los desembarcos aliados en Europa (Sicilia; en julio de 1943,
Anzio; en enero de 1944, Normandía, en junio de 1944) y el hundimiento del frente
oriental en el que se dieron las más masivas operaciones de tanques de la historia
(Kursk, especialmente en Projorovka, julio de 1943), mientras en el frente
occidental los alemanes experimentaban armas tecnológicamente muy desarrolladas (V-
1, V-2), y soportaban bombardeos destructivos sobre sus ciudades a una escala nunca
antes vista (bombardeo de Dresde, en febrero de 1945) y la destrucción total de su
capital (batalla de Berlín, entre abril y mayo de 1945).

En el Frente del Pacífico los estadounidenses tuvieron que desalojar isla a isla a
los japoneses, tanto en el sur del Pacífico (Guadalcanal, en agosto de 1942) como
en Filipinas (Manila, en febrero de 1945), dándose las mayores batallas navales de
la historia (batalla del Mar del Coral, en mayo de 1942; batalla del Golfo de
Leyte, en octubre de 1944), hasta llegar a tierras niponas (Iwo Jima, en febrero de
1945 y Okinawa, en abril de 1945), culminando con los bombardeos atómicos sobre
Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945.

A diferencia de la Primera Guerra Mundial, la rendición (tanto la japonesa como la


alemana) se produjo por derrota total, sin que fuera posible ningún tipo de
negociación. Las conversaciones decisivas fueron las que plantearon la división de
Europa en zonas de influencia entre los aliados, y que se negociaron en sucesivas
cumbres (conferencia de Teherán, el 1 de diciembre de 1943, conferencia de Yalta,
en febrero de 1945, conferencia de Potsdam, en julio de 1945).

Revoluciones científicas y estéticas


La primera mitad del siglo XX vio también una serie de revoluciones científicas sin
precedentes, que marcaron un cambio de paradigma fundamental en el pensamiento
científico.

A principios de siglo se redescubrió el trabajo de Gregor Mendel sobre la herencia


genética, que en el tiempo de su publicación había pasado desapercibido; las
investigaciones bioquímicas posteriores llevaron al descubrimiento de la estructura
y función del ADN para el código genético en los años cincuenta. El descubrimiento
de los grupos sanguíneos posibilitó la generalización de la transfusión sanguínea y
los avances en cirugía que llevaron a la era de los trasplantes. Las
investigaciones de Santiago Ramón y Cajal abrieron el camino de las neurociencias;
mientras que el descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming (1928) y su
dificultosa elaboración posterior (no fue posible hasta los años cuarenta) llevaron
al desarrollo de los primeros antibióticos.

La historia de la electricidad entró en un periodo decisivo para su implicación en


todo tipo de procesos productivos. Por su parte, la química orgánica y la
producción de plásticos significaron una revolución en los materiales disponibles.

Una serie de hallazgos, inicialmente controvertidos y expuestos a todo tipo de


fraudes (aceptación de la veracidad de las pinturas de Altamira, 1879-1902,
comprobación de la falsedad del Hombre de Piltdown, 1912-1953), permitió a los
paleontólogos empezar a vislumbrar a grandes rasgos el complejo árbol de la
evolución humana (Hombre de Spy, 1886, Hombre de Java, 1891, mandíbula de Mauer,
1907, Hombre de La Chapelle-aux-Saints, 1908, Hombre de Pekín, 1921,
Australopithecus, 1924). Mientras un importante grupo de cultivadores de la
antropología física se implicó en una deriva hacia el racismo, la antropología
cultural sofisticó su metodología con las aportaciones de James Frazer (La rama
dorada, 1890-1922) o Bronisław Malinowski (Los argonautas del Pacífico Occidental,
1922).

Revolución relativista

Niels Bohr y Albert Einstein (1925).


La mayor de las revoluciones de dicho período se produjo en el campo de la Física.
Durante el siglo XIX se habían acumulado desafíos a la continuidad del paradigma
científico de la mecánica newtoniana, que se veía forzada a adaptarse a los datos
observados con recursos cada vez más artificiosos, como la teoría del éter.

En 1900, el físico Max Planck estableció que la luz no podía desplazarse en


cualquier cantidad, sino solo en "paquetes" de un tamaño pequeño, pero determinado
e indivisible: los quanta. Se inició el espectacular desarrollo posterior de la
física cuántica, exigiendo conceptos de imposible encaje en la forma tradicional de
percibir y entender la naturaleza (por ejemplo, la identidad dual del fotón, como
onda y como partícula a la vez). La concepción de la estructura íntima de la
materia cambió con rapidez, con la proposición de diversos modelos atómicos (Niels
Bohr, Ernest Rutherford, etc.) que reproducían una estructura íntima cada vez más
compleja que se podía estudiar experimentalmente (desde la producción del electrón
en los rayos catódicos hasta el estudio de la radiactividad -esposos Curie (Marie y
Pierre Curie)- y los reactores atómicos -Enrico Fermi-). La enunciación del
principio de incertidumbre (Werner Heisenberg, 1927), junto con otras formulaciones
de indeterminación, indecidibilidad o indiferencia en campos científicos (teoremas
de la incompletitud de Gödel, 1930, paradoja de Schrödinger, 1935), que implicaban
la renuncia a entender la realidad de forma determinista, trascendieron de lo
meramente científico, y se convirtieron en una característica extensible a la
producción intelectual, la visión del mundo y la experiencia vital en el convulso
siglo XX: la revolución relativista, que se había iniciado con los cinco artículos
que el joven físico Albert Einstein publicó en 1905. La física mecanicista de Isaac
Newton, con sus conceptos absolutos de espacio y tiempo, quedaba restringida a un
caso particular (si bien el más aplicable en la experiencia humana cotidiana) de la
física relativista que identificaba tiempo y espacio (relativos en función del
observador), materia y energía (con la popularizada fórmula E=mc²). La posición del
hombre en un universo en expansión (Ley de Hubble, 1929), poblado de innumerables
galaxias, se empequeñecía y relativizaba; al tiempo que se ponía en su mano la
posibilidad de utilizar una capacidad de destrucción cuyas consecuencias éticas
quizá no estuviera en condiciones de valorar.

Véanse también: Historia de la física y Revolución científica.


Vanguardias artísticas y literarias
Un automobile ruggente, che sembra correre sulla mitraglia, è più bello della
Vittoria di Samotracia.
Un automóvil rugiente, que parece correr sobre la metralla, es más hermoso que la
Victoria de Samotracia.

Filippo Tommaso Marinetti, 1908


La rebelión del arte independiente de la segunda mitad del XIX, que llevó a la
revolución pictórica del impresionismo, exaltaba la libertad individual del artista
frente a las convenciones academicistas. La voluntad constante de buscar la
originalidad y la provocación frente a un mundo también cambiante se plasmó en la
rápida sucesión de las vanguardias.68 Incluso la arquitectura, el arte más
conservador por su propia naturaleza estable y su dimensión económica y funcional,
sufrió una transformación radical en el primer tercio del siglo XX.

Encontrando un valor en la incomprensión social, el malditismo de los artistas


tendía hacia formas cada vez más rebuscadas y elitistas (decadentismo, simbolismo,
etc.). Marinetti (Manifiesto futurista, 1908) vio las innovaciones técnicas y
sociales tan dignas para material artístico y literario como los temas antiguos o
clásicos. Marcel Proust (En busca del tiempo perdido, 1908-1923), pretendía captar
la realidad en sus más mínimos detalles, no con el compromiso político o el
contacto con la realidad social del realismo literario y el naturalismo del siglo
XIX, vías agotadas prosaicas para los escritores vanguardistas. George Orwell
(Rebelión en la granja, 1945), denunciaba de manera muy satírica el autoritarismo
aplicado después de como un grupo obtenía el poder y de qué forma eso afectaba a la
población por la que se decía luchar. James Joyce, inspirándose en la Odisea de
Homero, compendió las técnicas literarias experimentales (corriente de la
conciencia o monólogo interior) en su Ulysses (1922), novela que llegó a ser
prohibida por pornográfica.

La literatura popular continuó con la fascinación por el folletín, de tradición


romántica. Se sentaron las bases, entre otros géneros, de las modernas novela
policiaca y novela negra. A pesar de reflejar en su temática rocambolesca y morbosa
las tensiones propias del período y de no carecer de innovaciones formales, era
mucho más conservadora; sobre todo por la imposición del gusto kitsch del público
al que se dirigía, las masas, mientras que la literatura experimental se dirigía a
una élite selecta e ilustrada.

Véanse también: Arte moderno, Arte contemporáneo, Vanguardismo, Arquitectura


moderna y Literatura moderna.
La "historia inmediata" del "mundo actual": hacia la globalización

Diferentes presentaciones farmacéuticas de la píldora anticonceptiva. El código de


barras y el blíster, con sus ligeras láminas de plástico transparente y de
aluminio, son también innovaciones tecnológicas de la segunda mitad del siglo XX.
Las diferentes etiquetas metodológicas para designar la historia del mundo actual,
del tiempo presente o inmediata, no han llegado a un consenso académico sobre su
hito de origen, aunque el final de la Segunda Guerra Mundial, con el espectacular
inicio de la era atómica y la política de bloques de la Guerra Fría, fue
considerado, al menos hasta finales de siglo XX, como matriz del tiempo presente.69

También son de uso denominaciones que se refieren a las transformaciones


tecnológicas, energéticas y de los materiales propias de la tercera revolución
industrial; y que bautizan como era nuclear a la que sigue a la era de la
electricidad o era del petróleo (propias de la segunda revolución industrial, como
la era del vapor lo fue de la primera), a pesar de que los combustibles fósiles
siguieron siendo los dominantes, incluso tras la crisis energética de 1973. La era
del plástico,70 que había comenzado con las innovaciones de la química orgánica de
comienzos de siglo, se materializó efectivamente en sus décadas centrales (celofán,
plexiglás, nailon, etc.). La píldora anticonceptiva (1960) revolucionó la
demografía y la sociedad; al mismo tiempo que la revolución verde parecía haber
encontrado la solución al dilema malthusiano de la disparidad de crecimiento entre
población y recursos.

Los límites al desarrollo y al consumismo aparecieron en forma de crisis


energéticas y ambientales (contaminación de suelos, aguas y atmósfera,
adelgazamiento de la capa de ozono, calentamiento global), mientras la gestión de
los residuos se convertía en un problema grave y a los problemas sanitarios
tradicionales, ligados al hambre y al bajo nivel de vida se sumaban los derivados
de la obesidad y otros trastornos alimentarios, el estrés, el tráfico derivado de
la intensa motorización y la cada vez mayor presencia de tóxicos y carcinógenos de
todo tipo en los alimentos y el medio ambiente. Los mismos antibióticos, de uso
generalizado desde los años cincuenta, que parecían haber dotado a la medicina del
arma definitiva contra las infecciones, demostraron ser solo un remedio temporal
cuyo abuso degeneró en resistencia bacteriana.

La era de la información, con su correlato embrutecedor (sociedad del espectáculo y


otros conceptos vinculados a la televisión y su gigantesco impacto cultural y
social)71 y su correlato enriquecedor (la evolución hacia las denominadas economía
del conocimiento y era digital72 surgidos de la Revolución digital) marcan un plano
de innovaciones socioeconómicas aún más decisivas de un mundo cada vez más
terciarizado e integrado tras las sucesivas fases del proceso de la
globalización,73 especialmente las producidas con la institucionalización de la
economía internacional por los acuerdos de Bretton Woods (1944-1946), con la
apertura de las amplias zonas antes restringidas al comercio colonial
(descolonización hacia 1960), y por último con la transición al capitalismo del
bloque socialista (hacia 1990).

La rivalidad ideológica entre los bloques no fue tan irreconciliable como se


desprendía de las declaraciones retóricas, incluso durante la distensión (Nikita
Jrushchov planteaba que la misión del comunismo era esperar a ser el enterrador del
capitalismo). Algunos teóricos, como Maurice Duverger, detectaron incluso la
convergencia de ambos en torno distintos grados de desarrollo de un estado
planificador y de la ampliación de los derechos individuales; puntos que también
eran los que marcaban el campo de discrepancia de los paradigmas económicos en que
se movían los socialdemócratas y los liberal-conservadores dentro de Occidente,
especialmente en los países integrados en la Unión Europea.74 La pragmática
evolución de China hacia la economía de mercado se suele interpretar en un sentido
similar, aunque sus gigantescas dimensiones y el mantenimiento de su sistema
político plantean incógnitas no resueltas. La interpretación más optimista es la
que ve esta evolución como un fin de la historia (Francis Fukuyama). La
interpretación más pesimista prevé un inevitable choque de civilizaciones (Samuel
Huntington), sobre todo entre la occidental y la islámica. El panorama mundial se
completa con el ascenso de otros espacios antes subdesarrollados: los tigres
asiáticos y otros NIC (nuevos países industrializados) entre los que destacan
Brasil e India, además de la nueva Rusia postcomunista (los denominados BRICS). La
resistencia a la globalización (altermundialismo) denuncia el ahondamiento de la
brecha del desarrollo entre países ricos y pobres, especialmente evidente en la
tragedia continuada del África negra, y en el cuarto mundo de la pobreza en el
primer mundo, enquistada en la marginación y la inmigración (ya sea ilegal o no).

El mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial (1945-1973)


Las superpotencias y el equilibrio del terror: la Guerra Fría
Artículo principal: Guerra Fría

Conferencia de Yalta (febrero de 1945): Iósif Stalin, Franklin D. Roosevelt y


Winston Churchill, en vísperas de la derrota de Alemania, diseñaron las líneas
maestras que regirían el mundo posterior a la guerra incluyendo la división de
Europa en zonas de influencia.
Sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, se definió un nuevo orden mundial en
que las viejas potencias europeas, muy dañadas, incluso las victoriosas, tuvieron
que renunciar al mantenimiento de sus vastos imperios en los que se impuso la
descolonización, lo que aumentó el número de actores políticos mundiales desde una
cincuentena hasta aproximadamente doscientos, en menos de medio siglo.

Sin embargo, este proceso no significó que los nuevos países adquirieran una
independencia real, pudiéndose hablar de un neocolonialismo; y una alineación
general en dos bloques liderados cada uno por una superpotencia. Tanto los Estados
Unidos como la Unión Soviética habían superado la guerra en condiciones de
disputarse la supremacía mundial; carrera en la que los Estados Unidos partía con
una clara ventaja.7576

Su enfrentamiento no solo se debía a cuestiones de equilibrio internacional, sino a


sus opuestas estructuras económicas, sociales y políticas, y a su divergente
ideología y propaganda: Estados Unidos identificado con el liberalismo político y
económico, que se autodefinía como líder del mundo libre y campeón de la
democracia; mientras que la Unión Soviética era presentada como la alternativa
totalitaria comunista (estalinismo, Pacto de Varsovia, Kominform, KGB), agresiva y
expansionista, que imponía regímenes de partido único sometidos al centralismo
democrático mediante la represión política y con un rígido sistema económico
negador de la libertad económica. La Unión Soviética, por su parte, se exhibía como
el socialismo realmente existente caracterizado por la colectivización y la
planificación estatal, propiciadora de la extensión revolucionaria de las
democracias populares que superarían a través de la colaboración y el
internacionalismo proletario la sumisión a las viejas potencias o a la nueva
encarnación del imperialismo: los Estados Unidos, presentado como una entidad
militarista, racista y opresora (macarthismo, discriminación racial), y proyectada
al exterior por oscuras instituciones (la OTAN, la CIA, la trilateral).

El mundo dividido por la Guerra Fría en torno a 1959. En rojo la Unión Soviética y
sus aliados, en azul los Estados Unidos y los suyos. En verde los territorios
coloniales, en vísperas de la descolonización.
Telón de acero, macarthismo y espionaje
Un Telón de Acero (metáfora debida a Winston Churchill) dividió Europa, y por
extensión el mundo, separándolo en dos bloques, entre los que se situaban de varias
zonas de influencia disputada y que se transformaron en puntos de fricción
internacional. Ante el temor de suscitar crisis que amenazaran con desencadenar un
enfrentamiento directo, como podría haber ocurrido durante el bloqueo de Berlín
(1949) o la crisis de los misiles en Cuba (1962); la lógica de la Guerra Fría
planteaba conflictos en zonas periféricas, de gran violencia, pero que no
significaban un choque directo entre las dos superpotencias, como la Guerra de
Corea (1950-1953) y la Guerra de Vietnam (1958-1975). No obstante, las sucesivas
ampliaciones de la zona de influencia soviética (victoria del bando comunista en la
Guerra civil china, 1949, Revolución cubana, 1959, descolonización africana) fue
vista con preocupación desde el bloque occidental (teoría del dominó), que
justificó la necesidad de intervenir en todo tipo de conflictos donde se
identificase la posibilidad de avance soviético (doctrina Truman). De hecho, la
obsesión por la infiltración comunista se aplicaba al interior de los Estados
Unidos, donde entre 1950 y 1956 se desató una caza de brujas (macarthismo) entre
políticos, científicos, artistas e intelectuales. La propaganda y contrapropaganda,
la intoxicación o desinformación, el espionaje y contraespionaje (tanto de
inteligencia militar como político o industrial), las figuras del agente encubierto
y del agente doble, fue parte esencial de la diplomacia de la época (KGB, CIA,
UKUSA, Echelon, NSA etc.). Las novelas y películas de espías se convirtieron en un
género popular (El tercer hombre, Carol Reed, 1949; Ian Fleming y su personaje
James Bond, etc.).
Carrera espacial y carrera de armamentos
Artículos principales: Historia de las armas nucleares y Carrera espacial.

Prueba nuclear en el Polígono de Pruebas y de Entrenamiento de Nevada, 1951.


La rivalidad entre las superpotencias desató una carrera de armamentos centrada en
la posesión del arma nuclear, que los Estados Unidos desarrollaron en el último año
de la Segunda Guerra Mundial a través del Proyecto Manhattan (1945) y
posteriormente compartieron con los británicos (1952). El proyecto soviético de la
bomba atómica culminó en 1949 (en parte gracias al espionaje). Francia desarrolló
su propia arma atómica en 1960 y China en 1964. La firma del tratado de no
proliferación nuclear en 1968 limitó la incorporación de nuevos miembros al selecto
club nuclear, al que solo se añadieron, con un esfuerzo del que se resintió su
desarrollo económico, India en 1974 y Pakistán en 1998 (a la tradicional cañones o
mantequilla, atribuida a Woodrow Wilson, se añadió en la época el comeremos hierba,
atribuida a Benazir Bhutto). Mientras que todos estos países declararon
abiertamente su condición de potencia nuclear, como parte esencial del efecto
disuasivo estratégico que tal arma tiene; otros países, en cambio, han optado por
la ambigüedad en ese terreno, como Israel y la República Sudafricana, que
posiblemente obtuvieron armas nucleares en los años setenta (Centro de
Investigación Nuclear del Néguev, Incidente Vela).

La posesión de capacidad nuclear en ambos bloques así como de vectores eficaces


para alcanzar casi instantáneamente el corazón del territorio del enemigo (misil
balístico, superbombardero y submarino nuclear) hacían imposible que ni siquiera el
agresor pudiera sobrevivir al primer ataque, supuesta la represalia automática.
Esta Destrucción mutua asegurada recibió un acrónimo de humor negro: MAD (loco, por
sus siglas en inglés), originando un "equilibrio del terror" que suscitó el interés
de los matemáticos que estaban creando la teoría de juegos (John Forbes Nash, que
planteaba las ventajas de la colaboración incluso con el rival -dilema del
prisionero-, y John von Neumann, partidario de una estrategia radicalmente
agresiva, representado como Dr. Strangelove en la película Dr. Strangelove or: How
I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, de Stanley Kubrick, 1964).77

Simultáneamente, se desarrolló una frenética competición de aspecto no menos


amenazador, aunque su manifestación ante la opinión pública mundial fue casi
deportiva: la carrera espacial; en la que los iniciales éxitos soviéticos fueron
contestados por un gigantesco esfuerzo presupuestario estadounidense, cuya
superioridad económica permitió ganar la apuesta de Kennedy: llevar un hombre a la
Luna antes de 1970. El retorno tecnológico de la aventura espacial permitió avances
espectaculares en múltiples campos productivos.

Para ambas carreras (la militar y la espacial), fue imprescindible la inicial


contribución de los ingenieros alemanes responsables de la principal innovación
balística de la época (la V2) que fueron capturados al final de la Segunda Guerra
Mundial: Wernher von Braun en Estados Unidos (NASA) y Helmut Gröttrup en la Unión
Soviética, aunque el programa espacial soviético estuvo fundamentalmente a cargo de
Serguéi Koroliov.

Laika, el primer ser vivo lanzado al espacio, en el Sputnik 2, 1957. El Sputnik 1


había sido el primer satélite artificial, puesto en órbita un mes antes.

Cápsula y traje con los que Yuri Gagarin realizó el primer vuelo espacial tripulado
por un humano (Vostok 1, 12 de abril de 1961).
Edward Higgins White II, dando un paseo espacial, en el Gemini 4, en 1965; Alekséi
Leónov había sido el primer hombre en hacerlo, en el Vosjod 2, dos meses antes.

Archivo:Apollo 11 Landing - first steps on the moon.ogv


Neil Armstrong, el primer hombre en llegar a la superficie lunar, en el Apolo XI,
1969.

Socialismo realmente existente, Plan Marshall y "milagro" europeo


Europa, dividida por el Telón de Acero en zonas de influencia mutuamente
reconocidas de las dos superpotencias, cumplió el papel de escaparate donde
competían sus dos sistemas, antagónicos en todos los aspectos (ideológico,
político, social y económico). La reconstrucción de posguerra fue muy diferente en
cada caso.

Los Estados Unidos lanzaron el Plan Marshall (1947-1951), un paquete económico de


ayuda a la reconstrucción europea que los países de la órbita soviética rechazaron,
con el argumento de que supondría caer en la dependencia. Como alternativa,
fundaron el COMECON (Consejo de Ayuda Mutua Económica), que reguló los intercambios
bajo criterios de economía planificada y el liderazgo soviético; de un modo similar
a cómo políticamente los partidos comunistas locales establecían regímenes
denominados democracias populares (repúblicas populares o repúblicas democráticas)
que, aunque nominalmente autorizaran algún partido no obrero (como los partidos
campesinos) eran de hecho regímenes de partido único. La resistencia popular a la
dominación soviética, ejercida directamente o a través de gobiernos títere, llegó a
estallar en revueltas duramente reprimidas (sublevación de 1953 en Alemania del
Este, revolución húngara de 1956, protestas de Poznań de 1956, Primavera de Praga
de 1968, Ley Marcial en Polonia de 1981); o alternativamente, encauzadas en
periodos de mayor tolerancia (octubre polaco, revolución de terciopelo,
legalización del sindicato Solidarność) coincidentes con ciertas señales emitidas
por el propio Kremlin (desestalinización, distensión, y finalmente la perestroika).

La rapidez del desarrollo de Alemania Occidental e Italia justificó el uso de las


expresiones milagro alemán y milagro italiano, solo comparables al milagro japonés.
De hecho, las potencias derrotadas experimentaron menos dificultades que Francia o
Reino Unido, vencedoras, pero sometidas a traumáticos y prolongados procesos de
independencia en sus colonias de ultramar. El enorme diferencial acumulado (en
niveles de producción y sobre todo de consumo) con los países comunistas del este
europeo fue decisivo para la caída de esos regímenes a partir de 1989.

Mercado Común y Unión Europea


Artículo principal: Unión Europea

Las sucesivas incorporaciones a las Comunidades Europeas han caracterizado su medio


siglo de historia, entre 1957 y 2013.
La Unión Europea había tenido ya en 1949 el exitoso precedente del Benelux (unión
comercial de Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo), modelo que se aplicó a la
Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), el Euratom y la Comunidad
Económica Europea del tratado de Roma de 1957 (esos tres pequeños países más tres
grandes: Francia, Alemania e Italia), ampliada sucesivamente a nueve (Reino Unido,
Irlanda y Dinamarca, 1973), doce (Grecia, 1980, España y Portugal, 1982) y quince
países (Suecia, Austria y Finlandia, 1995). El espacio económico europeo se planteó
como librecambista e integrador hacia el interior, como la mejor manera de
garantizar la convergencia de niveles de vida y la comunidad de intereses que
impidiera nuevas guerras (especialmente entre Francia y Alemania, protagonistas de
repetidos enfrentamientos desde 1870), mientras que hacia el exterior era
fuertemente proteccionista, especialmente en una agricultura generadora de
excedentes que garantizaba la estabilidad de la población rural.
La primitiva comunidad económica gestó un germen de unidad política, con la
elección de un Parlamento Europeo desde 1979, de competencias ampliadas
paulatinamente desde el Acta Única Europea de 1986 y el Tratado de Maastrich de
1992 hasta el Tratado de Lisboa de 2007. La incorporación de los países de
transición al capitalismo se hizo en dos fases: primero los más desarrollados y
estables (en 2004: Polonia, República Checa, República Eslovaca -anteriormente
unidas en Checoslovaquia-, Hungría, la ex-yugoslava Eslovenia y las antiguas
repúblicas soviéticas de Estonia, Letonia y Lituania, -junto a las islas
mediterráneas de Chipre y Malta-), y después Rumanía y Bulgaria, siendo su última
incorporación la de Croacia (2013). La integración de Noruega, negociada en varias
ocasiones, se ha pospuesto en cada una de ellas por oposición interna en ese país,
que dispone de recursos naturales cuya explotación autónoma podría verse
comprometida. La de Islandia, por razones similares (las llamadas Guerras del
Bacalao de los años 1950 y 1970) no se había planteado seriamente hasta la
gravísima crisis que afectó a ese país entre 2008 y 2009. La candidatura de
Turquía, planteada desde 1963 y repetidamente postergada, es objeto de fuertes
discrepancias sobre la posibilidad de que su condición de país musulmán, su gran
población y su diferencial de desarrollo afecten a la misma personalidad de la
Unión.

El principal reto económico del siglo XXI ha sido intensificar la integración, que
incluyó la adopción del euro como moneda común; a la que no todos los países se han
sumado. Destacadamente, entre los más reticentes se encuentra el Reino Unido, desde
donde se ha popularizado y extendido la expresión euroescéptico. El fracaso en la
aprobación de la Constitución Europea ha obligado a reformular en varias ocasiones
los proyectos más ambiciosos de aumentar la dimensión política de la Unión.

Otras instituciones de integración europea, como la Asociación Europea de Libre


Comercio y el Consejo de Europa, han perdido significación como consecuencia del
éxito de las instituciones comunitarias, que son un ejemplo de organización
supranacional imitado por otros proyectos de integración económica en el mundo.

Las nuevas organizaciones internacionales


Artículo principal: ONU

Sala del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el foro decisivo en las


relaciones internacionales desde su fundación, donde las cinco potencias mantienen
su derecho de veto: Estados Unidos, Unión Soviética (luego Federación Rusa), China
(inicialmente la China Nacionalista de Chang Kai Chek, luego la República Popular
China de Mao Zedong), Reino Unido y Francia.
Ante el fracaso de la Sociedad de Naciones para evitar la Segunda Guerra Mundial,
la Conferencia de San Francisco (1945) reemplazó a este organismo por la
Organización de las Naciones Unidas (ONU), que en 1948 proclamó la Declaración
Universal de los Derechos Humanos. El derecho internacional, fuertemente soberano,
evolucionó para recoger estas nuevas tendencias, que incluyen nociones como el
principio de justicia universal y el respeto a los derechos humanos sobre las
jurisdicciones nacionales.

Además de mantener una destacada actuación política como foro mundial de las
naciones, la ONU desarrolló una serie de organismos paralelos que tendieron a
mejorar las condiciones de vida en todo el mundo. A la ya fundada Organización
Internacional del Trabajo (OIT), absorbida ahora por la ONU, se sumaron la Unesco,
la FAO, la Organización Mundial de la Salud (OMS), etcétera.

Descolonización
Artículo principal: Descolonización
El nacionalismo, surgido en la Europa del siglo XIX e impuesto como principio de
nacionalidad, una de las principales inspiraciones de las relaciones
internacionales a partir de los catorce puntos de Wilson, se contagió al resto del
mundo: a lo largo de los vastos imperios coloniales, más de un centenar de
comunidades étnicas tradicionales o meros agregados coyunturales resultado del
trazado artificial de fronteras coloniales fueron identificadas como naciones por
concienciadas élites autóctonas que empezaron a buscar activamente la
independencia.

En 1947, el Imperio británico abandonó la India en medio de un sangriento conflicto


interno, que originó la creación de tres estados: uno de mayoría hindú (India),
otro de mayoría budista (Sri Lanka) y otro de mayoría musulmana (Pakistán), del que
posteriormente se independizó el enclave oriental (Bangla Desh, 1971). En 1948, el
sionismo vio llegado el momento de imponer la fundación del Estado de Israel en
parte del Mandato Británico de Palestina después de la guerra civil, iniciando un
conflicto de larga duración con la población árabe local (pueblo palestino) y los
estados árabes vecinos. Indonesia se independizó de los Países Bajos debido a la
presión internacional generada por el intento neerlandés de reocupación después de
la invasión japonesa (1945-1949). Filipinas, que se había independizado de España
en 1898, no obtuvo la plena soberanía hasta 1946 con la firma del Tratado de Manila
que puso fin a casi medio siglo de dominio estadounidense. La Indochina francesa
inició una guerra de independencia que, mediante la Conferencia de Ginebra (1954),
originó el dividido estado de Vietnam (Vietnam del Norte, 1955-1976; y Vietnam del
Sur, 1955-1975), que continuó en guerra civil y con intervención extranjera, en la
que los estadounidenses sustituyeron a los franceses (Guerra de Vietnam). Las
únicas colonias europeas supervivientes en Asia fueron los pequeños enclaves de
Hong Kong y Macao (entregados a China a finales del siglo XX).

En África, los imperios coloniales se fueron abandonando, a veces con


independencias pactadas, como la de Ghana (1957), Nigeria (1960), Malí y Senegal
(independizadas como un solo país y separadas en 1960), y otras en medio de
sangrientas guerras, como la Guerra de Argelia contra Francia (1954-1962), la
Rebelión del Mau Mau en Kenia (Jomo Kenyatta y los Mau Mau) contra el Reino Unido
(1952-1960, independiente en 1963), o las guerras de independencia de Angola y
Mozambique contra Portugal (guerra colonial portuguesa, 1961-1974). En Sudáfrica se
pactó que los colonos europeos votaran en un referéndum (1960), tras la victoria de
la independencia se intensificó la política segregacionista del apartheid (que se
había aprobado tras las elecciones generales de 1948) que provocó un conflicto
armado entre el gobierno minoritario blanco y manifestantes pacíficos y grupos
paramilitares de las mayorías negras y otros grupos étnicos que duraría hasta 1994
con las elecciones de aquel año del que salió elegido el pacifista Nelson Mandela.
La descolonización del Sahara español originó un nuevo conflicto entre el nuevo
ocupante (desde 1975 el reino de Marruecos, que se había independizado previamente
de España y Francia en 1956) y el Frente Polisario. El último territorio abandonado
por una potencia europea fue la Somalia francesa (Yibuti, 1977), aunque las últimas
variaciones fronterizas se dieron entre la secesión de las mismas naciones
africanas con las independencias de Eritrea frente a Etiopía (1993) y Sudán del Sur
frente a Sudán (2011) respectivamente.

Se generaron enormes problemas políticos. el principio del uti possidetis para


delinear a los nuevos estados no podía ocultar que las fronteras de los dominios
coloniales habían sido trazadas para conveniencia de los imperios europeos,
separando o juntando etnias y naciones de manera completamente arbitraria. Los
nuevos estados cayeron pronto en la inestabilidad política o en férreas dictaduras,
lo que originó catástrofes sociales, el genocidio de etnias minoritarias y
desplazamientos masivos de refugiados. La pobreza empeoró sobre el ya precario
nivel del pasado colonial, y se desencadenaron hambrunas y epidemias.

Sukarno lideró la independencia de Indonesia y acogió la conferencia de Bandung,


inicio del Movimiento de Países No Alineados o tercermundismo.
Otro líder tercermundista, el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, uno de los
militares que encabezó la revolución egipcia de 1952 que puso fin a la monarquía
pro-británica de Faruq I, junto con el líder soviético Nikita Jrushchov, que apoyó
financiera y técnicamente a la construcción de la presa de Asuán. Previamente la
Unión Soviética también había apoyado la nacionalización del Canal de Suez durante
la llamada crisis de Suez.

Patrice Lumumba, líder de la independencia de la República Democrática del Congo,


cuyos intentos de mantener una política no alineada o acercarse a la Unión
Soviética fueron frustrados entre golpes de estado e intentos secesionistas (Crisis
del Congo). La responsabilidad de su asesinato aún no está aclarada.

Tres generaciones de líderes indios: Mohandas Gandhi marcha apoyándose en Sri


Pandit Jawaharlal Nehru e Indira Gandhi. Esta última no fue la única mujer que
llegó a liderar uno de los nuevos países independizados en Asia (Golda Meir en
Israel), antes que los países desarrollados donde la liberación de la mujer estaba
más avanzada.

Tercermundismo
Artículo principal: Tercermundismo
Las nuevas naciones, aunque económica y socialmente subdesarrolladas, representaban
a la mayor parte de la población de la Tierra, y su gran número las permitía
controlar la Asamblea General de las Naciones Unidas (órgano en realidad poco
decisivo). La conferencia de Bandung (1955) intentó articular al margen de la
voluntad de las superpotencias a los países no alineados o tercer mundo, expresión
con la que se les quería comparar con el papel revolucionario del Tercer Estado en
1789 y que terminó siendo equivalente a la de países pobres o subdesarrollados. A
los países asiáticos y africanos que originalmente formaron parte del movimiento se
les vinieron a sumar los países de América Latina e incluso algunos europeos: la
comunista Yugoslavia (cuyo líder Josip Broz Tito se había desvinculado del bloque
soviético en la experimentación del denominado socialismo autogestionario después
de la Ruptura Tito-Stalin) y la capitalista Suecia (tradicionalmente neutral y muy
desarrollada económicamente).

Con fines de integración regional, se fundaron la Organización para la Unidad


Africana (1963) y el Pacto Andino (1967).

Populismo latinoamericano y revolución cubana


Artículos principales: Populismo latinoamericano y Revolución cubana.
Con la controvertida etiqueta de populismo se suelen designar diversos regímenes y
partidos políticos latinoamericanos de mediados del siglo XX (Juan Domingo Perón en
Argentina, Getúlio Vargas en Brasil, el denominado Gobierno Revolucionario de las
Fuerzas Armadas en Perú -pero también una de sus fuerzas opositoras: el APRA-,
etc.) incluyendo destacadamente el prolongado ejercicio del poder por el PRI
mexicano y la alternancia de poder entre liberales y conservadores en Colombia. Más
allá de ciertas similitudes con rasgos de las ideologías más opuestas (fascismo y
comunismo), difiere radicalmente de ellas por su pragmatismo y su opción clara por
el reformismo. Se han señalado como características propias su carácter de
movimiento nacionalista y de resistencia contra el neocolonialismo, un
anticapitalismo más retórico que efectivo, la movilización popular, la desconfianza
al sistema tradicional de partidos políticos, la constitución de liderazgos
carismáticos y el intervencionismo estatal, que intentaba superar la dependencia
económica mediante una industrialización acelerada. El populismo latinoamericano
sería la respuesta a la decadencia de los grupos oligárquicos como factor de poder,
que llevó a la ampliación institucional de las bases sociales del estado, del que
demanda su conversión en un "estado regulador".78

Tras una guerra de guerrillas contra la dictadura de Fulgencio Batista, en 1959


llegó al poder en Cuba un grupo de revolucionarios de confusa ideología, liderados
por Fidel Castro y el internacionalista Che Guevara. La política hostil de Estados
Unidos, vinculado económica y políticamente al anterior régimen y refugio de un
cada vez mayor número de exiliados cubanos, así como la propia dinámica interna del
nuevo régimen, llevó a este a un acercamiento cada vez mayor a la Unión Soviética y
a la definición de la revolución como marxista leninista, dirigida por el Partido
Comunista de Cuba.

Véase también: Embargo de Estados Unidos contra Cuba

Getúlio Vargas, presidente populista de Brasil, con el presidente norteamericano


Franklin D. Roosevelt (1936)

El líder de la revolución cubana Fidel Castro, inicialmente populista que


evolucionó al comunismo, en la tribuna de un acto en Berlín Oriental en 1972, con
dirigentes de la República Democrática Alemana.

Medio Oriente y el petróleo


Artículo principal: Conflicto árabe-israelí
La zona de conflicto más activa en todo el periodo fue el Medio Oriente. Las
inmensas reservas petrolíferas del Golfo Pérsico la hacían estratégicamente
decisiva en la geopolítica petrolera. La desintegración del Imperio otomano en la
Primera Guerra Mundial la sometió a una atomización en zonas de colonización
francesa (Siria y Líbano) y británica (Jordania e Irak) que se independizaron tras
la Segunda Guerra Mundial. Tanto las nuevas naciones como Egipto, Arabia Saudí e
Irán, eran presionados para su alineación política y el mantenimiento de la
presencia económica de las multinacionales petroleras, en el que incluso se llegó
al punto de que se organizaron operaciones encubiertas contra los gobiernos de esos
países, como en el golpe de estado en Irán de 1953.

El nacionalismo árabe se encontró con su principal enemigo en el sionismo, que


desde la Declaración Balfour había iniciado la emigración judía al protectorado
británico de Palestina con la clara pretensión de obtener un Estado Nacional judío,
y pese a la revuelta árabe de 1936-1939 que demostró el descontento local, se
proclamó unilateralmente en 1948. Israel y el mundo árabe libraron hasta 1973
cuatro guerras abiertas (la consecuente a la descolonización en 1948, la suscitada
por la invasión anglofrancesa del Canal de Suez en 1956, la Guerra de los Seis Días
en 1967 y la Guerra de Yom Kipur en 1973) que incrementaron sustancialmente el
territorio controlado por el estado judío y provocó la salida de un gran
contingente de refugiados palestinos (Nakba). La Organización para la Liberación de
Palestina (OLP) se organizó como movimiento de resistencia, en cuyo seno surgieron
varios grupos armados calificados de terroristas, rivales entre sí.

El dominio de los países árabes en la Organización de Países Exportadores de


Petróleo (OPEP) convirtió a esta en un instrumento de presión política
internacional en su beneficio, coordinando su producción para controlar los precios
en el mercado, e incluso retirando el suministro a los aliados de Israel, lo que
estuvo en el origen de la crisis de 1973. El enriquecimiento de las minorías
dirigentes de las monarquías del Golfo no conllevó un desarrollo interno de la
zona, sino la exportación de capitales (petrodólares) a los países desarrollados.
David Ben-Gurión declara formalmente la constitución del Estado de Israel (1948).

Civiles palestinos siendo expulsados de Ramla tras la toma de la ciudad por parte
de los soldados israelíes (1948).

El rey jordano Abdalá I detrás de la Iglesia del Santo Sepulcro durante la batalla
de Jerusalén (1948).

Moshé Dayán, principal estratega israelí en la Guerra de los Seis Días y la de Yom
Kipur, junto a otros militares israelíes en 1955.

Contracultura y contestación juvenil. Nuevos movimientos sociales. Las protestas de


1968
Artículos principales: Movimientos sociales de 1968, Contracultura en la década de
los 60 y Soixante-huitard.

En el festival de Woodstock, más allá del fenómeno musical, se visualizó un nuevo


tipo de comportamiento social atractivo para muchos jóvenes, que rompía las
convencionalismos tradicionales: liberación sexual, convivencia interracial,
utilización de drogas, desprecio de la ética del trabajo.
Simultáneamente a la escalada de la tensión política mundial, los años cincuenta se
caracterizaron en la vida cotidiana de Occidente por la bonanza material y una
cierta actualización de los valores tradicionales, identificados con la familia
nuclear (lo equívoco de ese término, identificable con la amenaza atómica, fue
objeto de alguna reflexión) protagonista del fenómeno del baby boom. El final de
las penurias de la Segunda Guerra Mundial y la posguerra incluyó la incorporación
masiva de los electrodomésticos y la televisión.

Las imágenes idealizadas que transmitían los seriales televisivos y las comedias
cinematográficas de Hollywood no supusieron en realidad que la confianza en el
futuro fuera generalizada. Esa década tuvo su lado pesimista en la popularización
del existencialismo y del movimiento beatnik, críticas más estética que socialmente
de izquierdas al capitalismo, el imperialismo y el american way of life. Los miedos
presentes en ese tiempo (la Era del Miedo, según Albert Camus)79 se expresaban en
el cine de serie B (con productos que iban desde Godzilla -1954- hasta La noche de
los muertos vivientes -1968-). Una selecta minoría, cada vez más amplia, de jóvenes
en busca de autoconocimiento (en muchas ocasiones claramente autodestructivo) se
lanzó al camino de los viajes que les proporcionaban la vida en la carretera
(moteros, mochileros, autostop), el amor libre y las drogas, imitando a Jack
Kerouac (On the Road, 1957) o inspirados por las obras de Aldous Huxley (Un mundo
feliz, 1932; Las puertas de la percepción, 1954). La brecha generacional que se
abrió entre ellos y sus padres provocó de hecho una mayor represión y puritanismo
frente a los años cuarenta, como puso de manifiesto la cruzada emprendida contra el
cómic desde la publicación de La seducción de los inocentes de Fredric Wertham
(1954). La rebeldía juvenil pretendía rechazar el mundo conservador y
tradicionalista de los adultos, y se identificaba en productos que,
paradójicamente, le ofrecía la propia industria del cine, como James Dean (Rebelde
sin causa, 1955). Los jóvenes de los cincuenta y los sesenta percibían como un
desafío generacional la lectura de libros como El guardián entre el centeno y
acudir a proyecciones de películas de arte y ensayo (Nouvelle vague francesa); o
provocativo el escribir literatura experimental o realizar happenings y otras
manifestaciones de arte contemporáneo; transgresiones que estaban al alcance de
todos, independientemente de su sofisticación intelectual, solo con leer los cómics
de Marvel y DC o escuchar formas cada vez más sofisticadas de rock and roll (de
Bill Haley a Elvis Presley, Jimi Hendrix, The Beatles, The Rolling Stones, The
Doors o The Who).

La acumulación de presión social desde las nuevas generaciones estalló en


verdaderas revueltas en la década de los sesenta, marcada por la contracultura del
movimiento hippie, basado en ideales tales como el regreso a la naturaleza, la
simplificación vital, el pacifismo y el rechazo al materialismo y el consumismo en
nombre de un espiritualismo de base oriental (Maharishi Mahesh Yogi), indígena
americana (Carlos Castaneda) o africana (Marcus Garvey y los rastafaris) más o
menos genuino; que no obstante terminaron siendo asimilados como pseudovalores
integrables por el mismo sistema que pretendían subvertir. La llamada revolución de
las flores o flower power dejó su impronta en movimientos tales como el
megaconcierto de Woodstock (1969), la psicodelia y muy diversas sectas, comunas y
otros experimentos de mayor o menor proyección.

El activismo político, el otro lado de la moneda de la desmovilización hippie o


psicodélica, también caracterizó a gran parte de la juventud de la época. La
movilización contra la Guerra de Vietnam, extendida por los países occidentales,
fue especialmente fuerte entre la juventud estadounidense, simultáneamente al
movimiento por los derechos civiles, protagonizado por los afroamericanos, pero de
carácter interracial (Martin Luther King, Malcolm X, John y Robert Kennedy, todos
ellos asesinados entre 1963 y 1968). Las movilizaciones estudiantiles de 1968,
iniciadas en el mayo francés y extendidas por Europa Occidental (Alemania
Occidental, Gran Bretaña, España, Italia, Suecia, etc.) y América (Estados Unidos,
México, Jamaica, Brasil, etc.), tuvieron tan confuso carácter ideológico que podían
emparentarse tanto con la Primavera de Praga en Checoslovaquia como con la
Revolución Cultural de la China maoísta, y popularizaron a pensadores tan opuestos
como Martin Heidegger y Herbert Marcuse.

La contestación juvenil y los nuevos agentes sociales generaron nuevos movimientos


sociales superadores de los movimientos sociales tradicionales, como el movimiento
obrero. Entre ellos estaban el ecologismo y la conciencia de los límites del
crecimiento (Primavera silenciosa, Rachel Carson -1962-, informe del Club de Roma
que propugnaba el crecimiento cero -1970-, Greenpeace -1971-), el movimiento
antinuclear, el movimiento por los derechos del consumidor (Inseguro a cualquier
velocidad, 1965, Ralph Nader), el feminismo y otros movimientos relacionados con la
revolución sexual (movimiento LGTB), la revolución o renovación educativa (Libro
rojo del cole, 1969),80 la antipsiquiatría, los derechos de los discapacitados y a
la vida independiente (Ed Roberts),81 y muchos otros a menudo opuestos entre sí,
que iban desde el movimiento pacifista hasta el terrorismo y otras formas de
violencia (Charles Manson, Patricia Hearst).

Aggiornamento de la Iglesia católica


Artículos principales: Concilio Vaticano II y Teología de la liberación.
Ni siquiera la Iglesia católica permaneció ajena a la fiebre juvenil. La necesidad
del aggiornamento (puesta al día) que demandaban las denominadas comunidades
cristianas de base quedaba evidenciada por la crisis de vocaciones que vaciaba los
seminarios, mientras una minoría creciente de sacerdotes se acercaba a distintos
movimientos de contestación de la autoridad, como los curas casados o los curas
obreros. El breve pontificado de Juan XXIII abrió la oportunidad de que la parte
más aperturista de la jerarquía eclesiástica, entre la que se contaba la Compañía
de Jesús, impusiera sus tesis en el Concilio Vaticano II. Cuestiones doctrinales de
difícil plasmación práctica, como el ecumenismo, se acompañaron de otras mucho más
visuales y cercanas a la sensibilidad juvenil, como la misa en lengua vernácula o
el estímulo a la utilización de música moderna en el culto. Las relaciones entre
ciencia y fe, que habían alejado al catolicismo de la modernidad desde tiempos de
Galileo, recibieron un impulso notable, que de hecho sobrepasó la posición más
recelosa de la mayor parte de las confesiones protestantes en un punto clave como
el evolucionismo.

La sucesión de Pablo VI continuó con los mismos parámetros, pero limitó las
expectativas de los grupos más radicales al condenar el uso de los métodos
anticonceptivos y no suavizar la moral sexual católica ante el desafío que suponía
la generalización social de las relaciones prematrimoniales y el divorcio. Mientras
una minoría de los clérigos más tradicionalistas llegaba a amenazar con el cisma
(Marcel Lefebvre), los teólogos progresistas como Hans Küng, Hélder Câmara o
Leonardo Boff profundizaron la implicación del pensamiento cristiano en la realidad
social desde un compromiso muy distinto al que representaba la Democracia
Cristiana, situada en el centro-derecha político. En América Latina la denominada
opción preferencial por los pobres de la Teología de la Liberación acercó a muchos
clérigos a los movimientos de izquierda, llegando a verse el caso de curas
guerrilleros.

El fin de la Guerra Fría (1973-1989)

La entrevista entre Mao Zedong y Richard Nixon (29 de febrero de 1972) marcó el
comienzo de un acercamiento estratégico entre Estados Unidos y China, uno de los
elementos decisivos para entender la evolución mundial hasta la actualidad.
不管白猫黑猫,捉住老鼠就是好猫
No importa si es gato blanco o gato negro, mientras cace ratones, es un buen gato.

Deng Xiaoping82
Después de conflictos como la Crisis de Berlín de 1961 o la Crisis de los Misiles
de 1962 en Cuba, que habían puesto a la humanidad al borde de la Tercera Guerra
Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética buscaron formas más conciliadoras de
manejar la política mundial, incluyendo el famoso teléfono rojo. El resultado fue
la llamada distensión. Henry Kissinger, secretario de estado del Presidente Richard
Nixon inició diversas maniobras de intervención sin utilización directa del
ejército estadounidense para contrarrestar la influencia soviética con una
reorientación de su política internacional en un sentido pragmático; destacadamente
el patrocinio de las dictaduras militares en América Latina y el acercamiento a la
China comunista de Mao Zedong (diplomacia del ping-pong). Se puso fin a la Guerra
de Vietnam (la guerra odiada por su propia juventud) en lo que supuso la aceptación
de una verdadera derrota militar (firma de los Acuerdos de paz de París de 1973).
La distensión hacia la Unión Soviética, cuya vertiente bilateral consistió en
lentas negociaciones de desarme nuclear, de colaboración en el espacio y de
incentivación de los intercambios comerciales (la alimentación soviética pasó a
depender en buena medida de los excedentes cerealistas estadounidenses); incluyó
una iniciativa multirateral: la conferencia de Helsinki (1973-1975), que por un
lado confirmaba las fronteras y esferas de influencia surgidas de Yalta, pero que
con el tiempo demostró ser un eficaz disolvente interno del bloque soviético, pues
otro de sus pilares era el respeto a los derechos humanos, lo que significó la
visibilización internacional de los disidentes (el más conocido, Aleksandr
Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura en 1970, había sido deportado en 1974 y
publicó entre 1973 y 1978 las tres partes de su obra de denuncia Archipiélago
Gulag). Por la misma época, los partidos comunistas de Europa Occidental se fueron
distanciaron de la anterior dependencia de la Unión Soviética, en lo que se
denominó eurocomunismo.

Frente al alejamiento de la religión que caracterizó hasta entonces a la Edad


Contemporánea, y que habían alcanzado su punto álgido con la contracultura y los
movimientos surgidos de las protestas de 1968, comenzaban a observarse síntomas
contrarios. André Malraux había pronosticado el siglo XXI será religioso o no
será.83 Además de la extensión del fundamentalismo religioso en muy distintos
ámbitos y religiones; se produjo una reacción conservadora o un auge de movimientos
conservadores en todo el mundo, que de una u otra forma pretenden un retorno o una
actualización de los valores tradicionales que deberían imponerse socialmente, por
voluntad de una mayoría moral, existente o por construir, que lo habría de
propiciar. Su modelo político, económico, social e ideológico para los países
occidentales se desarrolló en el Reino Unido entre 1979 y 1990: el thatcherismo.
Margaret Thatcher (líder tory, la primera mujer en el cargo de primer ministro,
conocida como la dama de hierro) emprendió una política claramente liberal en lo
económico y contraria a lo que consideraba excesos del estado de bienestar y a la
fuerte influencia de los sindicatos (que respondieron con movilizaciones
huelguísticas que fracasaron), construyéndose una nueva realidad social bautizada
como sociedad de mercado, basada intelectualmente en las formulaciones de filósofos
y economistas como Karl Popper, Friedrich Hayek y Milton Friedman.84 Para designar
a ese movimiento político se utilizaron las etiquetas aparentemente contradictorias
de neoliberalismo y neoconservadurismo. El nuevo ideal vital de amplias capas
sociales pasó a ser no el joven hippie melenudo del 68, sino el joven yuppie
encorbatado de los ochenta.85 Se habla de una era postmoderna que Gilles Lipovetsky
define como Era del Vacío ligada a la crisis, caracterizada por un individualismo
(existencia a la carta, narcisismo, estallido de lo social, disolución de lo
político) que elude la rebelión y el disentimiento característicos de los años de
expansión transformando las manifestaciones de la violencia.86

Crisis de 1973 y tercera revolución industrial


La crisis de 1973, desencadenada por la utilización del petróleo como arma política
por la OPEP en el conflicto árabe-israelí, significó el comienzo de un ciclo de
dificultades económicas para los países occidentales (la denominada stagflación:
inflación simultánea a un estancamiento de la producción, con altas cifras de
desempleo), que se agravaron en los primeros años ochenta. El keynesianismo,
paradigma económico dominante desde la Gran Depresión, pasó a ser cuestionado por
alternativas denominadas neoliberales (Milton Friedman y la Escuela de Chicago),
que planteaban como solución la reducción del papel del estado en la economía y la
recuperación del papel prioritario de la iniciativa privada y del mercado libre sin
interferencias ni planificación.

La central nuclear soviética de Chernóbil sufrió en 1986 el accidente más grave de


la llamada era nuclear.
La revolución industrial había entrado en una tercera fase o revolución científico-
técnica. Aunque el petróleo siguió siendo la fuente de energía dominante, la crisis
(una crisis energética recurrente que se manifestaba según la coyuntura política,
como demostró en 1980 la Guerra Irán-Irak y en 1990 la Guerra del Golfo) evidenció
la necesidad de sustituirla por fuentes de energía alternativas, unas renovables y
otras no renovables, como la energía nuclear (muy rechazada por el movimiento
ecologista, que algunos países desarrollaron intensivamente para conseguir el
autoabastecimiento energético -Francia-). Para otros, el encarecimiento del
petróleo tuvo como efecto la posibilidad de explotación de reservas hasta entonces
antieconómicas (plataformas marinas del Mar del Norte para Reino Unido y Noruega).

Las estructuras industriales más obsoletas, especialmente las más intensivas en


mano de obra, sufrían un proceso de deslocalización hacia lo que por entonces se
llamaba países en vías de desarrollo y a finales de siglo se llamarán nuevos países
industriales, mientras que los antiguos países industrializados avanzan en un
proceso de terciarización, en el que cada vez tenían más peso la aplicación de
nuevas tecnologías basadas en las telecomunicaciones, la informática, la robótica y
la denominada economía del conocimiento.

Caída de las dictaduras mediterráneas europeas y golpes de estado en el Cono Sur


El golpe de los coroneles griegos (1967) había sumado ese país a las dos dictaduras
del sur europeo que se prolongaban desde la época fascista: el Portugal de Oliveira
Salazar y la España de Francisco Franco. Durante los denominados años de plomo,
parecía que incluso la democracia italiana estaba en peligro de involución.
La tendencia se revirtió con la Revolución de los Claveles portuguesa (1974), en la
que el ejército colonial, enfrentado a la inutilidad de su sacrificio en las
guerras de independencia de Angola y Mozambique, dio paso a un régimen
multipartidista que, tras unos primeros años de agitación social, se encauzó como
una democracia equiparable a las europeas. La transición española a partir de la
muerte de Franco, sucedido por Juan Carlos I (1975), tuvo un recorrido más estable
pilotado por el centrismo de Adolfo Suárez (1976-1981). También en Grecia se
produjo la restauración democrática después de violentas revueltas (1974). En los
tres casos, la incorporación al Mercado Común Europeo sancionó la consolidación de
la democracia.

En cuanto a Turquía, involucrada bélicamente en la guerra civil de Chipre que


estalló tras el golpe militar contra el Gobierno de Makarios III (1974), el
predominio de los militares en la vida pública siguió siendo decisivo; teniendo un
revés después de sufrir su tercer golpe de estado (1980-1983). Los regímenes del
Mediterráneo árabe (de Siria a Marruecos) tampoco se vieron afectados por
transformaciones políticas decisivas, variando su grado de alineación o enemistad
con Occidente o la retórica panarabista o árabe socialista, pero desde sistemas
esencialmente autoritarios.

En el Cono Sur sudamericano se produjo un recurso generalizado al autoritarismo


para evitar la posibilidad del establecimiento de gobiernos izquierdistas como el
chileno de Salvador Allende, contrarios a los intereses de las clases dominantes y
de los Estados Unidos (que apoyó los golpes de estado e incluso formaba
teóricamente a sus protagonistas en la Escuela de las Américas). A las dictaduras
militares ya existentes (el paraguayo, 1954-1989, el brasileño, 1964-1985, y el
boliviano, 1964-1982) se sumaron la uruguaya (1973-1985), la chilena de Augusto
Pinochet (1973-1990) y la argentina (1976-1983).

Pintada alusiva al 25 de abril de 1974, la Revolución de los Claveles en Portugal.

Una manifestación de las Madres de Plaza de Mayo por la aparición de sus hijos y
nietos durante la dictadura argentina, 1982.

Monumento a los Mártires de Atocha, un episodio violento de la transición española.

Estados Unidos tras el Watergate


En Estados Unidos, tras el escándalo Watergate que retiró a Richard Nixon de la
presidencia (1974), el mandato del demócrata Jimmy Carter (1977-1981) se
caracterizó por sufrir los efectos más penosos de la crisis iniciada en 1973, por
un retroceso de la influencia en América Latina (revolución sandinista en
Nicaragua) y otras zonas del Tercer Mundo (Camboya, Yemen del Sur, Etiopía, Angola,
Mozambique, Somalia, Congo, etc.) y por significativas humillaciones
internacionales (crisis de los rehenes en Irán, 1979-1981). Frente a lo que
consideraban pérdida de valores tradicionales, excesos de permisividad y anomia
social, se organizó un poderoso grupo de presión visibilizado por los
telepredicadores religiosos y la denominada mayoría moral, que consiguió dos
presidencias republicanas consecutivas (tres mandatos: los de Ronald Reagan, 1981-
1988, y Bush padre, 1989-1992). Con una política abiertamente agresiva hacia la
Unión Soviética, a la que denominó "Imperio del mal", Reagan proponía un final
victorioso a la Guerra Fría mediante un enfriamiento de las relaciones bilaterales
y el inicio de investigaciones para un posible futuro establecimiento en el espacio
exterior de un sistema de intercepción de misiles balísticos, la llamada Iniciativa
de Defensa Estratégica (bautizada por la prensa como "Star Wars" en alusión a la
contemporánea serie de películas de George Lucas) y un más concreto despliegue de
misiles nucleares de alcance intermedio en Europa (euromisiles, respuesta a una
iniciativa soviética similar -SS-20-), en una reactivación de la carrera nuclear
que los soviéticos no estuvieron en condiciones de seguir. En América Latina, tras
el ciclo de golpes de estado militares de los años setenta (Chile y Uruguay, 1973;
Argentina 1976), desde la época de Carter se pretendía oficialmente el
sostenimiento de los regímenes nominalmente democráticos, lo que en la época de
Reagan se concretó en la intensificación del sostenimiento de los gobiernos aliados
frente a las guerrillas izquierdistas y el apoyo velado a los movimientos hostiles
a los gobiernos no propicios (como la contra nicaragüense), llegando a la
intervención directa (invasión de Granada -1983-, invasión de Panamá -1989-).

Margaret Thatcher y Ronald Reagan encabezaron la reacción neoconservadora de los


años ochenta, neoliberal en economía y agresiva tanto en el interior (recortes al
estado del bienestar) como en política exterior (Guerra de las Malvinas, despliegue
de los euromisiles, etc).

Mijaíl Gorbachov (último líder de la Unión Soviética y consciente de la


imposibilidad de esta para mantener la carrera de armamentos) y el presidente
norteamericano Reagan llegaron a puntos de acuerdo que significaron el fin de la
Guerra Fría. En la foto, la firma del tratado INF (1 de junio de 1988)

El presidente norteamericano Jimmy Carter, el egipcio Anwar el Sadat y el israelí


Menájem Beguín en los acuerdos de Camp David (1978), que trajo la paz entre Israel
y Egipto.

Juan Pablo II, primer papa polaco y el más viajero de la historia, durante uno de
sus viajes a Polonia (1987). Tuvo un importante papel en el estímulo al movimiento
opositor (sindicato Solidarność de Lech Wałęsa) que contribuyó a la crisis del
sistema comunista en el este de Europa.
Reacción conservadora católica
En la Iglesia católica se produjo un fortalecimiento de la tendencia conservadora a
partir de Juan Pablo II, que revisó los planteamientos más progresistas del
Concilio Vaticano II y los pontificados anteriores (Juan XXIII, Pablo VI, y el
efímero de Juan Pablo I), reprimió la teología de la liberación, muy activa en
Latinoamérica (fue muy evidente su malestar por la entrada del sacerdote Ernesto
Cardenal en el gobierno sandinista de Nicaragua) y se apoyó en movimientos
conservadores como el Opus Dei (a cuyo fundador, Josemaría Escrivá de Balaguer
beatificó y canonizó con gran rapidez) frente a la anterior preferencia por la
Compañía de Jesús (entre cuyas filas estaban Ignacio Ellacuría y los demás
asesinados en El Salvador en 1989).

Ruhollah Jomeini desciende del avión que le traía a Teherán desde el exilio (1 de
febrero de 1979).
Revolución islámica
Véanse también: Islamismo, Fundamentalismo islámico, Sharia, Yihadismo y Wahabismo.
A partir de la Revolución iraní (derrocamiento del pro-estadounidense sah Reza
Pahlaví, por un movimiento integrista liderado por el ayatolá Ruhollah Jomeini,
1979) se produjo en todo el mundo islámico (tanto entre los chiítas como entre los
mayoritarios sunnitas), y entre las numerosas colonias de inmigrantes islámicos en
Europa, el llamado despertar islámico o revolución islámica, cerrando el ciclo que
desde la descolonización identificaba la causa árabe con el nacionalismo de
izquierdas o tercermundista. Los gobiernos y las clases dominantes de los países
musulmanes hubieron de optar por tres posibles estrategias: frenar el movimiento
(como en Argelia, que anuló las elecciones que iban a ganar los islamistas,
desencadenando una violentísima reacción armada en 1991); coexistir en un precario
equilibrio (los países denominados moderados, los más firmes aliados de Estados
Unidos, como las monarquías del Golfo -encabezadas por Arabia Saudí, que logró
contener un levantamiento armado en el Incidente de la Gran Mezquita-, Egipto,
Marruecos o Turquía -cuyo laicismo oficial convive desde 2003 con la presencia en
el poder de Recep Tayyip Erdoğan, un islamista moderado-, y los países más poblados
y lejanos del ámbito árabe: Pakistán, Malasia e Indonesia); o unirse a él (Sudán,
1983).

El apoyo estadounidense a los talibanes afganos para la expulsión de los soviéticos


de Afganistán (1979-1989) tras la Revolución de Saur (1978) terminó convirtiendo a
este país en el más claro refugio del denominado terrorismo islámico, y originando
los conflictos del inicio del siglo XXI. Otra de las maniobras occidentales para
intentar contener el extremismo islámico, la utilización del régimen iraquí de
Saddam Hussein contra Irán (Guerra Irán-Irak, 1980-1988) también tuvo resultados
totalmente contraproducentes para esa estrategia: intensificó el integrismo iraní y
propició la deriva antioccidental del dictador iraquí, lo que originó también
nuevas guerras en el periodo siguiente. La clave del enfrentamiento islamista
contra occidente continuó siendo la persistencia del conflicto árabe-israelí, y la
identificación de Estados Unidos como el principal apoyo del Estado judío.

Glasnost y Perestroika
En 1985 Mijaíl Gorbachov fue nombrado Secretario General del Partido Comunista de
la Unión Soviética, en una renovación generacional de la cúpula dirigente que llevó
a la liquidación de la Guerra Fría y a reformas liberalizadoras en el interior del
régimen soviético, que recibieron los nombres de perestroika (reestructuración) y
glásnost (apertura o transparencia). El tratado de desarme de 1987 significó el
final de la carrera armamentista. Entre tanto, aumentaba la agitación interna,
desatada tanto por las resistencias de los partidarios del mantenimiento intacto de
las prácticas estalinistas (nostálgicos o conservadores) como por la impaciencia de
los antiguos disidentes y los oportunistas que vieron llegado el momento de optar
por cambios radicales (que para algunos se limitarían al establecimiento de un
socialismo democrático y para otros deberían significar la transición a un sistema
liberal-capitalista homologable con Occidente). Las tímidas reformas económicas no
solucionaron los tradicionales problemas de abastecimiento y aumentaron el
descontento de la población, que ya no se ocultaba como en épocas anteriores de
mayor penuria. En los países de la órbita comunista, la pérdida de confianza entre
los regímenes locales y los nuevos dirigentes soviéticos estimuló los movimientos
cada vez más atrevidos de la oposición clandestina.

Paso libre a través del Muro de Berlín, frente a la Puerta de Brandemburgo (1 de


diciembre de 1989). La presión popular consiguió precipitar el final del régimen
prosoviético de Alemania Oriental, abandonado a su suerte por Gorbachov.
Revoluciones de 1989
Artículo principal: Revoluciones de 1989
En 1989, la acumulación de energías llegó al punto necesario para el estallido
revolucionario. En Alemania Oriental, la evidente pérdida de apoyo soviético a los
dirigentes comunistas locales, les enfrentó a una movilización popular que, a
diferencia de ocasiones anteriores, no fue reprimida, y cuya fuerza mediática,
simbolizada en los martillazos de la multitud festiva derribando el Muro de Berlín
llegó a los receptores de televisión de todo el mundo (Die Wende). Los hechos más
violentes tuvieron lugar en Rumania (Revolución rumana de 1989), donde la represión
fue más dura por la resistencia a abandonar el poder por parte de Nicolae Ceaușescu
(el dirigente más autónomo del bloque del este, que hasta entonces gozaba de una
especial consideración de mediador ante los occidentales) que fue fusilado
sumariamente en lo que igualmente fueron otras imágenes mundialmente difundidas.

Las relaciones entre los dos bloques evidenciaron el final de la Guerra Fría por la
victoria del occidental, con hitos como la Cumbre de Malta (2 y 3 de diciembre de
1989) y la Carta de París (19-21 de noviembre de 1990).87

Tanques de los golpistas en la Plaza Roja durante el golpe de estado en la Unión


Soviética.
Disolución de la Unión Soviética
Artículo principal: Disolución de la Unión Soviética
La propia Unión Soviética se encaminaba hacia su disolución, quedando cada vez más
claro que los nuevos espacios de visualización de la disidencia soviética
(simbolizada en Andréi Sájarov) no funcionaban como un apoyo de la reforma del
sistema, sino como una fuerza disolvente, sobre todo los de las repúblicas
soviéticas no rusas; mientras que los partidarios de una vuelta a las prácticas
estalinistas. Después del referéndum de la Unión Soviética de 1991, y durante un
intento de golpe de estado promovido contra Gorbachov para evitar la firma del
Nuevo Tratado de la Unión, un reformista radical, Borís Yeltsin, consiguió hacerse
con el poder y promovió un hondo proceso de reformas liberales, incluyendo la
disolución del Partido Comunista de la Unión Soviética. Las repúblicas bálticas ya
habían conseguido la independencia de hecho; las demás se apresuraron a declararse
independientes, pasando varias de ellas a constituirse en precarias superpotencias
nucleares. El régimen comunista terminó así de desplomarse en medio de un caos
económico en que la gran mayoría de la población caía en la pobreza y las
propiedades y empresas socializadas o construidas desde la Revolución se
privatizaban (cada ciudadano recibió una especie de bono que podía vender en el
mercado libre), mientras los antiguos dirigentes de la nomenklatura y el KGB
formaban grupos económicos formales o informales (algunos incluso delictivos, la
denominada mafia rusa) que se afianzaron con el control económico y político de la
nueva Rusia, cuyo nombre institucional pasó a ser Federación de Rusia después de la
firma del Tratado de Belavezha. Muchos otros rasgos del pasado zarista que el
comunismo se había jactado de eliminar, como el nacionalismo y la religión
ortodoxa, volvieron a desarrollarse.

Véase también: Colapso económico de la URSS


¿"Fin de la Historia" o "Choque de civilizaciones"? (1989-actualidad)
Véanse también: El fin de la Historia y el último hombre y Choque de
civilizaciones.
Nuevo orden posterior a la caída del muro de Berlín
La caída del bloque comunista o del Este provocó un reorganización del sistema
internacional. El más espectacular de los cambios ocurrió en Europa, donde se
produjo el estallido del statu quo mantenido desde Yalta, y que a muchos
observadores, incluyendo a la buena parte de los estadistas (destacadamente,
Margaret Thatcher y François Mitterrand), parecía inamovible o al menos de no
conveniente vulneración. Dentro de su propio ámbito, la rigidez del sistema
político comunista y la interiorización de la represión había disimulado la
persistencia de problemas étnicos y religiosos, que a partir entonces se expresaron
en toda su dimensión.

Celebración de la reunificación alemana junto al Reichstag, 3 de octubre de 1990.


Reunificación alemana
Artículo principal: Reunificación alemana
La caída del Muro de Berlín fue el punto de inflexión que debilitó al gobierno de
Alemania Oriental al mando de Egon Krenz (quien entró al poder tras la dimisión de
Erich Honecker). El Die Wende (también llamado Revolución Pacífica) provocó una
crisis política en Alemania Oriental que ante la presión popular condujo a que se
celebraran las primeras elecciones libres en 1990. En dichas elecciones la derrota
del partido socialista incentivó a que el canciller de Alemania Occidental Helmut
Kohl comenzara a entablar las negociaciones con los dirigentes de la Alemania
Oriental para empezar el proceso de adhesión de Alemania Oriental a Alemania
Occidental, terminando con la firma del Tratado de Unificación de Alemania el 9 de
agosto de 1990. Para garantizar la plena soberanía de la Alemania reunificada Kohl
negoció con los gobiernos de las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial,
y pese al recelo de Margaret Thatcher y François Mitterrand, se firmó el Tratado
Dos más Cuatro (9 de septiembre de 1990) en el que los Estados Unidos, la Unión
Soviética, el Reino Unido y Francia renunciaron a sus derechos sobre la soberanía
en territorio alemán. Con la entrada en vigor del Tratado de Unificación de
Alemania el 3 de octubre del mismo año, se formalizó la reunificación de las dos
Alemanias.

Firma de los Acuerdos de Dayton, 1995, por los presidentes de Serbia (Slobodan
Milošević), Bosnia-Herzegovina (Alija Izetbegović) y Croacia (Franjo Tuđman).
Guerras yugoslavas
Artículos principales: Guerras yugoslavas y Disolución de Yugoslavia.
Paradójicamente, fueron los estados europeos menos vinculados a la Unión Soviética
los que más violentamente sufrieron la caída del muro. El sistema comunista más
aislado del mundo, Albania, se desintegró en medio de la anarquía, mientras que
Yugoslavia, ignorando las poco decididas peticiones de mantenimiento de la unidad
por parte de la comunidad internacional, se fragmentó en las repúblicas que
componían su confederación (el derecho a la secesión estaba reconocido en su
constitución). Las más decididamente separatistas fueron Eslovenia y Croacia,
católicas y declaradamente pro-occidentales (explícitamente buscando el decisivo
apoyo alemán), mientras que Serbia (ortodoxa y pro-rusa) pretendía la continuidad
de una República Federal de Yugoslavia (desde 1992) bajo el liderazgo del comunista
Slobodan Milošević, con una postura cada vez más nacionalista serbia. Los
conflictos más graves surgieron en Bosnia-Herzegovina (de composición étnica muy
mezclada entre serbio-bosnios, bosnio-croatas y bosnio-musulmanes) y la provincia
serbia de Kosovo (mayoritariamente poblada por albaneses). La intervención
internacional, liderada por los Estados Unidos, sancionó la derrota serbia en ambos
conflictos (Guerra de Bosnia y Guerra de Kosovo).

Las antiguas repúblicas soviéticas


La separación de las repúblicas bálticas fue radical, y llevó a su integración en
Occidente (OTAN y Unión Europea), mientras que la de las repúblicas del Asia
Central no lo fue tanto, permaneciendo fuertes vínculos con la reorganizada
Federación Rusa. Lo mismo ocurrió en Bielorrusia, donde se estableció un régimen
autoritario. Ucrania, sobre todo tras la revolución naranja (2004-2005), se ha
mantenido en un difícil equilibrio, no sin conflictos de naturaleza económica, como
las denominadas guerras del gas. En la zona del Cáucaso se produjo la independencia
de las repúblicas del sur (Georgia, Azerbaiyán y Armenia), mientras que el norte
permaneció dentro de la Federación Rusa. En ese entorno se han producido los
enfrentamientos más violentos, como el de Chechenia (Primera y Segunda Guerra
Chechena, 1994-1996 y 1999-2009 respectivamente), duramente reprimido por los
nacionalistas rusos. Rusia pasó sus primeros años como país democrático con
inestabilidad política, llegando a su punto crítico con la crisis constitucional de
1993 y la crisis financiera de 1998, en el que tras esta última y con la renuncia
de Borís Yeltsin (1999) dio comienzo al período del gobierno de Vladímir Putin
(2000). Ciertos vínculos institucionales entre las antiguas repúblicas soviéticas
se han mantenido en una Comunidad de Estados Independientes (CEI), de entidad poco
más que simbólica.

Una réplica de la diosa de la democracia, la escultura utilizada durante las


protestas de 1989, empleada en la manifestación que tuvo lugar en Hong Kong para
conmemorar el vigésimo aniversario (2009).
El despertar de China
Se atribuye a Napoleón la frase dejad que China duerma, cuando China despierte...
el mundo temblará.88 Si el "despertar" de China se ha venido produciendo desde la
Revolución, su impacto en el mundo no se produjo decisivamente hasta finales del
siglo XX, y bajo criterios muy distintos a los del maoísmo. La República Popular
venía transformándose desde el proceso a la denominada banda de los cuatro que
siguió a la muerte de Mao Zedong (1976). Se produjo una apertura en el régimen
comunista chino, que bajo el liderazgo de Deng Xiaoping y su política de un país,
dos sistemas, intentó generar una economía de mercado sin sacrificar el régimen
político comunista de partido único, cuyo carácter totalitario quedó evidenciado
con la represión de las protestas de la Plaza de Tian'anmen de 1989. El continuado
crecimiento económico ha convertido a China en una potencia de cada vez mayor
importancia. Los productos chinos cada vez tienen mayor presencia en el comercio
internacional, así como sus inversiones, orientadas sobre todo a la búsqueda de
materias primas y recursos energéticos por todo el mundo; aunque su papel en el
sistema financiero y monetario internacional es mucho menor. La tecnología china ha
permitido colocar en órbita a su propio taikonauta (Yang Liwei en la misión
Shenzhou 5, 2003). El alcance de su creciente capacidad militar es una incógnita
que aún no ha sido puesta a prueba, pero su presencia en el concierto internacional
quedó evidenciada de forma clara desde la recuperación de Hong Kong (1997) y Macao
(1999).

Dmitri Medvédev y Herman Van Rompuy en una cumbre UE-Rusia en Bruselas.


Expansión y "decadencia" de Europa
La reunificación de las dos Alemanias, la transformación de las Comunidades
Europeas en la Unión Europea y su expansión hacia los países del este en transición
al capitalismo, convirtieron a Europa, ya sin el adjetivo de occidental, en un
"gigante económico", cuya divisa, el euro, equilibró eficazmente el anterior
monopolio del dólar en los mercados monetarios internacionales. No obstante, la
incapacidad demostrada por los países miembros para profundizar las partes no
económicas de la unión, y la falta de coordinación exterior la dejaron como un
"enano político", a pesar de su crecimiento burocrático e institucional (Tratado de
Lisboa, 2007). La iniciativa en los foros internacionales y en las intervenciones
militares siguieron dejándose en manos de los Estados Unidos, como mucho
coordinados a través de la OTAN, incluso para conflictos en el mismo corazón del
continente, como las guerras yugoslavas. El Reino Unido mantuvo recelos
euroescépticos a la mayor parte de las políticas integradoras, así como su relación
preferencial "transatlántica" con la superpotencia americana. En ausencia de una
única autoridad común, el denominado eje franco-alemán, mantenido por los líderes
de ambas naciones más allá de las personas o partidos que fueron sucediéndose en el
poder, funcionó como el más evidente núcleo de poder decisorio en Europa.89

Un helicóptero norteamericano sobrevolando Mogadiscio en 1993. Su derribo por una


fuerza irregular, reflejado en Black Hawk Down de Ridley Scott, ocasionó un
escándalo y el replanteamiento de la estrategia de Estados Unidos.
El "poder blando" de Estados Unidos
La victoria en la Guerra Fría dejó a Estados Unidos como única superpotencia, no
solo en lo militar, sino en el denominado poder blando que se concreta en la
difusión de sus productos culturales y tecnológicos (destacadamente los ligados a
la informática e internet) y la universalización de la particular ideología,
identificada con el American way of life que considera indivisibles la libertad
política y económica (capitalismo democrático). La presidencia pasó de los
republicanos (Ronald Reagan, 1981-89 y Bush padre, 1989-93) a los demócratas
durante los mandatos de Bill Clinton (1993-2001), para volver a los republicanos
con Bush hijo (2001-2009).
El líder palestino Yasir Arafat, el israelí Isaac Rabin y el presidente
norteamericano Bill Clinton, en rondas de paz que fracasaron por la oposición de
los grupos radicales.
A pesar de su continuidad indiscutida en la cúspide de la riqueza económica, el
poder militar y el predominio ideológico, o bien precisamente por la frustración de
las expectativas suscitadas por ello; las interpretación más común del sistema
internacional suele hablar de un declive de Estados Unidos,90 incluso de un fracaso
en cuanto a la gestión de su liderazgo frente los problemas mundiales:
calentamiento global (negativa a firmar el protocolo de Kioto), proliferación
nuclear91 (problemática respuesta a los desafíos nucleares de Corea del Norte e
Irán, tras la utilización del argumento de las armas de destrucción masiva para
justificar la Guerra de Irak), terrorismo, incapacidad para responder a las
crecientes demandas de resolución de conflictos en estados fallidos o crisis
humanitarias (especialmente en África, donde la fracasada intervención en Somalia
-1993- llevó a la no intervención en el Genocidio de Ruanda -1994- o en el
Conflicto de Darfur -2003-); y un empeoramiento de su imagen internacional
(antiamericanismo). Su propia opinión pública interna se caracterizaba (al menos
hasta el 11-S) por una doble y contradictoria exigencia: la de intervenir en el
exterior para solucionar todo tipo de problemas mundiales, y la intolerancia a
asumir el riesgo de pérdida de vidas no solo propias, sino también del enemigo.
Tales exigencias llevaron a una extremada tecnologización de la guerra y a todo
tipo de cautelas mediáticas (la Guerra del Golfo -1991- fue retransmitida en
directo por la CNN prácticamente sin imágenes de heridos o cadáveres).

Los conflictos internos dentro de Estados Unidos, superada la fase más combativa de
la lucha por los derechos civiles, se expresaron en un aumento de la actividad de
grupos ultraconservadores y una preocupante difusión de la violencia grupal o
individual (disturbios de Los Ángeles en 1992, masacre de los davidianos de Waco y
atentado del World Trade Center -1993-, atentado de Oklahoma City -1995-, atentados
antitecnológicos de Unabomber -hasta 1996-, masacre del instituto Columbine -1999-)
denunciada por un famoso documental de Michael Moore.

Democratización de América Latina

Cumbre Iberoamericana de 2008.


La desaparición de la Unión Soviética rompía toda posible vinculación entre los
movimientos izquierdistas locales de América Latina (las FARC en Colombia, Sendero
Luminoso en Perú, etc.) y cualquier superpotencia hostil a Estados Unidos; lo que
había sido la principal causa para su apoyo a las dictaduras militares de los años
setenta y ochenta. Las últimas intervenciones estadounidenses, con utilización
abierta de fuerza armada, fueron la invasión de Granada, 1983 y la de Panamá de
1989. Cuba estaba sometida a un riguroso aislamiento internacional y una crisis
económica (Período especial), acentuado por un embargo comercial por parte de
Estados Unidos que no consiguió debilitar en el interior al régimen de Fidel Castro
pese a las grandes manisfestaciones que se desataron contra el gobierno en 1994. En
el Cono Sur (Brasil, Argentina, Chile, Bolivia, Uruguay y Paraguay), se produjo la
reconstrucción de los regímenes democráticos a finales de los años ochenta, no sin
dificultades, fundamentalmente por sucesivas crisis financieras que tensionaron las
denominadas transiciones a la democracia (por ejemplo, el corralito durante la
crisis argentina de 2001).

Globalización y antiglobalización
Artículos principales: Globalización y Movimiento antiglobalización.

Cibercafé en Seúl.
Los medios de comunicación, especialmente los medios de comunicación de masas
(prensa, cine, radio, televisión) habían permitido desde el inicio del siglo XX la
difusión mundial del poder blando de la cultura estadounidense (americanización) en
todos sus contenidos, tanto la ideología subyacente todo tipo de información,
cultural, anecdótica o embrutecedora, o la misma publicidad, teniendo impacto
directo en la cultura popular. La revolución informática, la telefonía móvil e
internet han llevado el proceso a su extremo en la década final del siglo XX y la
primera del siglo XXI (blogosfera, web 2.0, etc.).

La intensificación de los movimientos migratorios (cuya necesidad, represión o


control es objeto de intensos debates), la mejora tecnológica en el transporte de
mercancías (logística, normalización de contenedores), la cada vez más libre
circulación de capitales y la caída o liberalización de las barreras comerciales
por el fin de los bloques y las sucesivas rondas del GATT y la Organización Mundial
de Comercio; han llevado la antigua economía-mundo del siglo XVI a un grado de
integración nunca antes conocido.

La homogeneización de estilos de vida parece haber confirmado la hipótesis de


Marshall MacLuhan, que hablaba de la aldea global en los años sesenta. La
descentralización que implica el concepto de red hace que sean cada vez más
habituales los contenidos alternativos al dominante (la televisión árabe Al Yazira
y la rusa RT como competencia de la estadounidense CNN, los documentales de la BBC,
las películas de Bollywood o el manga japonés). La aceleración en el ritmo de
cambio de las modas, las tendencias y los referentes culturales los hace efímeros y
de difícil seguimiento fuera de cada tribu urbana identificada con alguno de ellos.
En múltiples campos se generan efectos insospechados de la aplicación del concepto
de la simultaneidad posibilitada por el intercambio masivo de información en tiempo
real. Los movimientos sociales tradicionales se están transformando de un modo
decisivo, incluso las convocatorias para las manifestaciones y protestas han dejado
de hacerse por los medios tradicionales para realizarse de forma autónoma y
espontánea por las propia dinámica generada en las redes sociales. La comunidad
científica (en cuyo seno surgió la World Wide Web como un mecanismo de colaboración
entre grupos de investigación) ha llevado a cabo programas de potencia
insospechada, como el Proyecto Genoma Humano (1984-2000) y los avances en
ingeniería genética, que podrían cuestionar el mismo concepto de ser humano
(transhumanismo).

Los partidarios de la globalización argumentan que facilita el libre intercambio de


ideas, la expresión individual y el respeto por los derechos de las personas,
además de ser inevitable, como lo es el progreso tecnológico. Sus detractores
denuncian que la globalización es unilateral y promueve el predominio de una
cultura particular (la estadounidense) que acabaría imponiéndose a todo el planeta
acabando con las minorías culturales, lingüísticas y religiosas, y que los
defensores de la globalización en realidad defienden sus propios intereses
económicos, como la sumisión de los estados a una competencia suicida por la
deslocalización el dumping social y el dumping ecológico.

No existe una unidad de intereses ni de expresión en estos movimientos, que


incluyen desde la defensa del proteccionismo agrario (José Bové) hasta las más
clásicas protestas sociales antes expresadas en el movimiento obrero, el ecologismo
y el pacifismo. Paradójicamente, la respuesta a la globalización se ha organizado
en torno a redes sociales dinámicas permitidas por el propio proceso de
globalización, con el denominado movimiento antiglobalización o altermundialismo,
iniciado de forma más o menos espontánea en las manifestaciones de Seattle (1999)
como respuesta a la reunión del FMI y en la Contracumbre del G8 en Génova (2001) e
institucionalizado en torno al Foro Social Mundial de Porto Alegre (organizado de
forma alternativa a los mismos y a los elitistas encuentros del denominado Hombre
de Davos). Han generado el lema otro mundo es posible.92

Véanse también: Multinacional, Migraciones, G-8, G-5 y G-20.


Véanse también: País recientemente industrializado, BRICS y Nueva cuestión social.
El mundo posterior al 11-S
Perspectiva desde la Estatua de la Libertad hacia las Torres Gemelas del World
Trade Center de Nueva York, en el momento del atentado.
Los atentados que llevó a cabo Al Qaeda (una red de terrorismo islamista fundada y
organizada por Osama bin Laden) contra las Torres Gemelas de Nueva York y El
Pentágono en Washington D. C. el 11 de septiembre de 2001, y la reacción
estadounidense posterior (guerra contra el terrorismo), liderada por el presidente
George W. Bush (Guerra de Afganistán y Guerra de Irak), evidenciaron la existencia
de un nuevo tipo de conflicto global que Samuel Huntington había previamente
denominado con el término choque de civilizaciones (teoría construida en polémica
con Francis Fukuyama, quien había proclamado, en los tiempos de la caída de la
Unión Soviética, que la historia tendía ineludiblemente hacia sistemas liberales, y
que cuando estos se conseguían, estábamos ante el Fin de la Historia). Los
atentados evidenciaron la vulnerabilidad del sistema occidental ante los grupos con
voluntad de utilizar en su contra las posibilidades que una sociedad abierta les
permitía, y lo contradictorio de reaccionar con la restricción de las libertades
(Acta Patriótica) o la criminalización social de las minorías islámicas, prácticas
que de haberse llevado a un extremo habrían constituido el éxito más claro de los
agresores.93 La reacción exterior, más allá de su éxito o fracaso relativo,
demostró la gigantesca capacidad de respuesta de Estados Unidos y la solidez de su
alianza con un gran número de países (OTAN, Japón, Corea del Sur, Australia,
México, Israel, gobiernos de los países islámicos denominados moderados -monarquías
del Golfo Pérsico, Marruecos, Jordania, Pakistán-), al tiempo que Rusia y China
evitan comprometerse y algunos países del denominado eje del mal efectuaban
acercamientos a Occidente (Libia, Siria).94

No obstante, las divisiones existentes en la vasta coalición pro-occidental se


expresaron en la diferente actitud de cada uno de los países aliados de Estados
Unidos: divergencia entre la opinión pública y los gobiernos, sobre todo en los
países musulmanes (que al cabo de los años -a comienzos de 2011- llevó al estallido
de revueltas simultáneas en los países árabes cuestionando la estabilidad de un
gran número de regímenes autoritarios que los países occidentales consideraban
valiosos contra el islamismo radical);95 resistencia de Francia y Alemania
(denominados vieja Europa frente a la nueva Europa de los aliados más firmes de
Estados Unidos -los antiguos países comunistas del Este de Europa, la España de
José María Aznar y la Italia de Silvio Berlusconi-) a implicarse en la Guerra de
Irak, o la salida de las tropas españolas (tras el atentado del 11 de marzo de 2004
y la inmediata victoria electoral de José Luis Rodríguez Zapatero). Tampoco dentro
de los mismos Estados Unidos las posiciones eran unánimes, sobre todo tras no
encontrarse las armas de destrucción masiva que se había afirmado que poseía Saddam
Husein (hecho que se había aducido como casus belli para el ataque preventivo, algo
característico de la Doctrina Bush) y otros escándalos (torturas en la prisión de
Abu Ghraib y detención sin plazo ni juicio de los denominados combatientes ilegales
en el centro de detención de Guantánamo, que Barack Obama -primer presidente negro
de los Estados Unidos, 2009- se había comprometido a cerrar).

El predominio de Estados Unidos, única superpotencia de la escena internacional


tras la desaparición de la Unión Soviética, se ve contestado, al menos
nominalmente, por las declaraciones en favor de un mundo multipolar en vez de
unipolar.96 En eso suelen coincidir, aunque en muy distintos términos, desde la
postura común de la política exterior de la Unión Europea hasta la más agresiva del
Irán de Mahmud Ahmadineyad (expresión del islamismo radical) y la Venezuela de Hugo
Chávez (y otros líderes latinoamericanos que en algunos casos reciben la
denominación de indigenistas -Evo Morales en Bolivia-), o la cautelosa de la Rusia
de Vladímir Putin y la China de Xi Jinping.

La crisis económica de 2008 (denominada como Gran Recesión), que surgió como
consecuencia del estallido de una burbuja financiera-inmobiliaria, ha puesto en
cuestión las bases del sistema financiero internacional y desatado el temor a una
profunda recesión que cuestione la continuidad del sistema capitalista y el propio
sistema democrático, identificados ambos en lo que se ha llegado a denominar
capitalismo democrático;97 y no solo del concepto de Estado nacional, cuestionado
desde hacía tiempo, sino del de integración supranacional, evidenciada la grave
vulnerabilidad de la Eurozona a la crisis monetaria de 2010,98 agravada en los
meses siguientes con las sucesivas crisis de la deuda soberana de los países
periféricos, siendo los más países afectados Grecia, España, Portugal e Irlanda.
Durante el año 2011, a raíz de la revolución tunecina, se produjeron revueltas
populares con características innovadoras en los países árabes (Primavera Árabe),
simultáneamente al surgimiento de nuevos movimientos sociales en los países más
desarrollados (indignados en España, occupy Wall Street en Estados Unidos, etc.);
todos ellos caracterizados por su impacto viral en las redes sociales y medios de
comunicación junto a la ocupación física de espacios públicos emblemáticos.99

El estallido de la guerra contra el Estado Islámico empeoró la inestabilidad


política en gran parte del mundo árabe (Invierno Árabe), siendo su epicentro en las
zonas donde el Estado Islámico comenzó el conflicto por los enfrentamientos bélicos
que esos países sufrían (Siria e Irak). La guerra civil siria alteró el equilibrio
internacional en beneficio de Turquía (pese a que sufrió un intento de golpe de
estado que no logró debilitar el poder de Erdoğan y desencadenó matanzas contra
opositores) y Rusia (que por otro lado se expande a costa de Ucrania -anexión de
Crimea, 2014 y apoyo a los secesionistas durante la Guerra del Donbass- mientras
afrontaba un severo conflicto político -crisis ucraniana-); y conllevó a una crisis
de refugiados que alteró la propia estabilidad de la Unión Europea. Simultáneamente
David Cameron, primer ministro del Reino Unido, se comprometió en dos referendos
sucesivos (el primero sobre la independencia de Escocia -2014- y el segundo sobre
la salida de la Unión Europea -Brexit, 2016-) que, como otros celebrados en otros
lugares de Europa y del mundo (acuerdos de paz en Colombia y la reforma
constitucional de Italia) independientemente de su resultado, evidenciaron una
extraña situación de alejamiento entre los cuerpos electorales y lo que se venía
considerando como "corrección política" en los medios tradicionales, y que se ha
designado con el neologismo "posverdad", también aplicado al deshielo cubano (2014-
2016) y a la llegada del extravagante Donald Trump a la presidencia de los Estados
Unidos (2017).100

El paso del tiempo demostrará si la historiografía futura entiende la evolución


histórica de los últimos o próximos años (caída de la Unión Soviética, atentado
contra las Torres Gemelas, u otros hechos que estén por producirse) como el
desarrollo de las mismas características propias de toda la Edad Contemporánea, o
como una nueva época completamente distinta que justifique una nueva periodización
de la historia o una renovación metodológica; aunque mientras los hechos y procesos
están en curso, tales tareas no corresponden a la historiografía, sino a la
prospectiva.101

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