Está en la página 1de 492

SINOPSIS

Abandoné a mi novia.
Empecemos por ahí́.
Sí, la abandoné en una gasolinera, sin coche, sin equipaje, sin ropa
(aunque, gracias al cielo, sí estaba vestida), sin móvil, sin dinero, sin
ningún otro medio de transporte, sin un mapa y... sin novio.
Ahora pensaras que tal vez soy un idiota que merece una patada en las
pelotas pero, créeme, no. Solo... solo soy una persona más con
problemas, como todas. La única y gran diferencia es que no todas las
personas de este mundo tienen un problema llamado Elba Jones.
Solo hazme un favor, a mí y a ti mismo, si alguna vez ella se monta en tu
coche y te pide que la lleves a alguna parte, sé inteligente y NO LO
HAGAS.
Ah, por cierto, me llamo Derek. Derek Gibson.
Ya me darás las gracias.
CAPÍTULO 1
—Un refresco. Y patatas. Y chocolate. Y... no sé algo con una buena
cantidad de azúcar para no perder la fuerza en media carretera.15

Parpadeo. La miro. ¿Qué?9

—Tú no vas al volante, Hanah.6

Me mira arrugando su pequeña nariz.4

—Da igual, yo también merezco consumir azúcar, ¿o no se me permite


solo porque yo no soy la que está conduciendo?20

—Está bien, está bien, compra lo que quieras. Solo recuerda que si
compras un refresco para tu novio, que está al volante y que lo estará por
unos cuantos kilómetros más, entrarías directamente al concurso de
mejor novia del año.1

Sus ojos marrones me miran de nuevo y luego su nariz, hasta el


momento arrugada, se alisa.

—Yo soy la mejor novia que tú nunca podrás tener en tu vida y lo


sabes.196

Echo la cabeza hacia atrás y pego una carcajada. Su puño se estrella


con mi brazo derecho de manera juguetona y cuando intenta abrir la
puerta, se da cuenta que le he puesto el pestillo.

—Déjame salir, Derek. Veo la fila de la caja desde aquí, no quiero tardar
toda mi vida solo por dos refrescos.

Me inclino y atrapo el lóbulo de su oreja con los dientes. Sé que, aunque


me esté dando manotazos, le encanta que lo haga.19
—Tú te tardas toda la vida hasta para ir al baño a cepillarte los dientes.50

Flexiona sus brazos y me empuja, pero no con toda la fuerza que sabe
que necesita para apartarme.

—Derek, aparta ahora mismo o te muerdo.

Estiro un dedo hasta su boca y lo pego contra sus labios.

—Muérdeme si quieres, luego puedes ir bajando.202

Esta vez me golpea con más fuerza y me aparto un poco mientras río.

—Está bien, saldrás solo si dices la contraseña.26

Sus ojos marrones se van hacia atrás.1

—Te quiero.

—Ah, no, esa no es.

— ¿Te amo?

—Tampoco. Es: mi novio tiene la...322

Me tapa la boca y arruga su nariz antes de sacar la lengua.

— ¡Derek, por favor, no seas pervertido!1

Arrugo la frente y niego con la cabeza quitándome su mano de mi boca.

—Pero si ni siquiera me has dejado acabar. La pervertida eres tú por


pensar que yo me iba a referir a lo que sea que creías que me iba a
referir.1

Mentira; me iba a referir exactamente a lo que ella creyó que yo me iba a


referir. Pero que piense que a veces puede ser más pervertida que yo y
se sienta culpable por ello es divertido.112
—Oh, bueno. ¿Me abres la puerta?

Me señalo los labios.

—Está bien, pero después de esto ya estaré oficialmente dentro del


concurso de la mejor novia del mundo.

Me avisa antes de apartarse el mapa que tenía en las piernas y sentarse


a horcajadas sobre mí. Su pelo rubio me cae en la cara cuando intenta
acomodarse y estiro el cuello hacia atrás para que salga de mi boca. Es
desesperante.64

— ¿De qué sabor quieres el refresco? —me pregunta, previamente a


darme un leve pico en los labios.

—De lo primero que veas, sabes que me da igual mientras no sea a


sabor a pelo.

Resoplo con la lengua para quitarme del todo su pelo de la boca. Ella
bufa y se cruza de brazos apartando de mi vista sus pequeños, firmes y
bonitos pechos.

—Siempre lo mismo, siempre te da igual. ¿Qué película vemos? La que


quieras, me da igual. ¿Qué pizza pido? La que quieras, me da igual. ¿A
dónde vamos estas vacaciones? A donde quieras, me da igual. Derek, no
soy la única en esta relación, se supone que tú también formas parte de
esto. ¿O no? ¿O acaso soy yo la única? Porque realmente parece que yo
fuera la única, no sé. Deberías poner de tu parte, ¿no crees?203

Joder, me he perdido en cuanto ha dicho pizza. ¿Ha dicho que iba a


pedir pizza? ¿En una gasolinera en medio de la maldita nada?38

Bueno, Derek, ya da igual. Tú di que sí a todo.43


— ¿Me oyes?4

—Claro.39

Me mira duramente por varios segundos y luego sacude la cabeza


dándose por vencida. Tiene puesto su culo en mis piernas y ha dicho
pizza, ¿quiere que le preste atención después de eso? Proceso todo
mucho más lento cuando me hablan de cosas que me puedo comer.3

—Iré a comprar esas malditas bebidas.

¿Se supone que acabamos de discutir por eso? ¿Por comprar dos
bebidas de algún sabor? ¿En serio?

— ¿Tienes dinero?3

Le pregunto antes de que abra la manilla de mi puerta para salir del


coche. Saca una pequeña billetera del bolsillo de su pantalón donde tiene
un billete de diez y me lo muestra.

—En esta —me muestra la pequeña billetera—, llevo lo esencial. Tengo


la cartera en la mochila del maletero, no quiero desordenar nada cuando
con esto me basta y me sobra.7

Ella sale del coche y yo me inclino para sacar mi cartera con intención de
pedirle que compre alguna chocolatina para los dos, pero cierra la puerta
de un golpe. Genial, se ha enfadado. Ahora debería salir detrás de ella a
por esos chocolates y patatas que quería, pero si puedo cerrar los ojos
dos minutos antes de volver a conducir estaría bien. Supongo que luego
podré remediarlo.

Reviso la gasolina. Estamos de suerte, está completamente llena. Si no


tendría una excusa perfecta para salir del coche, pero, de verdad, quiero
cerrar los benditos ojos solo dos minutos. Tengo la vista hecha polvo.1
Inclino la cabeza hacia atrás. Los malditos coches de algún lado casi
lejano empiezan a tocar el claxon. Maldita sea, ¿tienen que hacer tanto
ruido?5

Me inclino hacia delante de nuevo buscando a Hanah dentro de la tienda


y la veo sosteniendo dos bebidas de naranja y unas patatas. Repiqueteo
con los dedos sobre la guantera mientras espero que pague y salga de la
tienda pero la dependienta se tarda lo suyo en cobrar a la gente que
tiene delante de ella. Miro mi ventana. Hay montañas y una carretera
infinita. Lo que vamos a tardar en encontrar un hotel y...

— ¡Rápido, sácame de aquí! —me grita alguien abriendo la puerta del


coche y lanzándose dentro como si fuera suyo.

¿Pero qué coño...?5

— ¿Pero qué coño...?151

— ¡Por favor, por favor, te lo suplico, sácame de aquí!41

Me quedo como atontado mirando a esa loca. Lleva el pelo algo húmedo
y alborotado. Parece que la hayan atacado unos cinco cuervos.6

¿Pero qué le pasa a esa niña? ¿Es que ha perdido la cabeza o qué?

— ¿Te crees que soy un puto taxi o qué, niña? Sal de mi coche.80

Junta sus palmas y me mira con ojos desesperados.

—No tenemos mucho tiempo...8

— ¿No tenemos? ¿Perdona? Hola, no te conozco de nada así que no


necesitamos tiempo para nada, ahora sal de mi coche.

— ¡Por favor! ¡Necesito que me saques de aquí! ¡Necesito que me lleves


lo más lejos posible de aquí!
Me quedo a cuadros. ¿Qué acaba de pedirme? ¿Esa niña va colocada o
qué cojones...?

— ¿Qué yo te qué? Pero, ¿tú estás bien de la cabeza, niña? ¡Sal de mi


coche ahora! No te lo repito más.3

Se aferra a mi brazo y se pone a llorar.

— ¡Por favor! Solo sácame de aquí. No quiero dinero, ni nada, solo


quiero que me salves. Me han secuestrado y...

— ¡Pues llama a la policía que para algo está, ¿no te jode?!100

—No lo entiendes, no puedo. Ahora solo dependo de ti, si salgo de tu


coche me matarán.28

Comienzo asustarme, pero mucho. Tengo a una loca esquizofrénica


montada en el puto coche. El que debería llamar a la policía soy yo.71

— ¿Qué pasa? ¿Tus padres no sabían que tenías novio o qué?55

Aprieta más su agarre en mi brazo y lo sacude con fuerza.

— ¡Te lo estoy diciendo muy en serio! ¡Tienes que arrancar ahora mismo
antes de que se den cuenta de que no estoy en el baño y comiencen a
buscarme!

La miro, tanteo con la mano libre la manilla de mi puerta dispuesto a huir


pero ella se lanza encima de mí apartando mi mano de la puerta y
sujetándola.7

— ¡Te juro por Dios que esto va en serio! Solo ayúdame, por favor.
Podrás dejarme en cualquier sitio unos kilómetros más allá, te lo prometo,
pero ahora debes ayudarme.2
Niego con la cabeza y le aparto las manos llevándome algunos arañazos
ya que la jodida tiene las uñas largas.1

—Ni hablar. Mi novia está comprando...30

— ¡Por favor, por favor!

Grita más fuerte sin dejarme hablar. Mira por la ventanilla y veo como el
terror se adueña de las facciones de su cara. ¿Esto realmente va en
serio? ¿Realmente han secuestrado a esta chica? Joder, ¿y qué se
supone que debo hacer ahora? Yo no soy el jodido Batman.136

—Por favor...

Me ruega lloriqueando mientras se intenta esconder debajo del asiento.


Miro por la ventanilla y veo a dos enormes hombres saliendo
desaforados de la gasolinera y corriendo hacia un coche negro con todos
los cristales tintados. Joder, esto realmente va en serio.1

—Lo siento, yo no puedo...

—Por favor, harás que me maten si no me ayudas —me grita llorando.

Hostia puta. ¿Qué hago? Derek, piensa, maldita sea, ¡piensa! ¿Qué
haces?92

—Pero es que... no puedo.

—Oh, Dios mío, oh, Dios mío, me matarán —lloriquea.

—Mierda...

Me restriego la cara con ambas manos. No puedo ayudar a esta


desconocida que no sé si es una ladrona que solo intenta distraerme e
irme dejando a Hanah tirada en una gasolinera. ¡No puedo!27
—Oye, ¿qué tal si llamo a la policía y...?

—Si lo haces te descubrirán, me verán y quién sabe lo que harán contigo


cuando me vuelvan a capturar a mí.3

Hostia puta. Maldita cría, ¿tenía que venir a subirse a este coche
precisamente? ¿Qué pasa? ¿Acaso el maldito coche tiene un cartel de
"súbete sin problemas, yo te llevo a donde quieras"? Tengo que revisar
las malditas pegatinas que le ha pegado Hanah... ¡Derek, ahora no es
momento de pensar en eso!176

— ¡Joder, yo no puedo hacer esto!

— ¡Solo arranca el coche y sácame de aquí, por favor!28

Ella sigue llorando mientras yo cierro los ojos intentando pensar qué
hacer. Por más que aprieto el volante entre mis dedos e intento no
hacerle caso a su llanto, es imposible. Mi puto corazón está sufriendo por
el jodido lloriqueo de esa desconocida. No puedo creer que me lo haya
creído. ¿Y si no es verdad? ¿Y si solo quiere matarme para quedarse
con el coche y todas nuestras cosas? Abro un ojo y la miro de reojo. No
creo que pase de los... ¿diecisiete? ¿Qué me podría hacer una niña tan
pequeña, flaca y debilucha como ella? En cambio, sí parece reunir las
suficientes características para que me crea que alguien ha querido
llevársela a la fuerza. Joder, no sé por qué estoy pensando en que
alguien ha querido llevársela a la fuerza. ¿Qué debería importarme eso a
mí?

—Por favor... por favor... ayúdame —me susurra, casi desde debajo del
asiento, mirándome con ojos aterrados y asustados.

Levanto la vista. Las puertas de la tienda de la gasolinera están cerradas


y parece que nadie puede salir. Me fijo en el retrovisor y veo como otro
hombre, quizá más enorme que los dos anteriores, sale del coche
pegando un portazo y comienza a caminar con los puños cerrados.

—Joder, joder...

—Por favor, solo ayúdame.16

Cierro los ojos y no me doy más tiempo para pensar. Al parecer mi vida y
la de esa chica dependen de la decisión impulsiva que tengo que tomar
en este preciso momento, así que decido arrancar el coche y salir
quemando rueda de ese maldito lugar en medio de la nada. Veo como el
tipo mira en nuestra dirección como si sospechara que estoy
secuestrando a su secuestrada. O a lo que puñetas sea esta tipa para
él.117

La verdad, no estoy seguro al cien por cien de que él estuviera


buscándola a ella, pero supongo que me ha sabido convencer para que
la saque de ahí. Joder, ¿convencer solo? Ha logrado que me cague
encima. Creo que nunca había tenido tanta presión y tanto miedo encima
como justo en este momento.30

Mi pie parece que no quiere desprenderse del acelerador, pero cuando


pasa un buen rato desde que la gasolinera desapareció del retrovisor,
empiezo a relajar.

De reojo miro a esa chica de pelo negro que sigue escondida debajo del
asiento, temblando como una hoja de papel y manteniendo sus manos
con fuerza delante de su cara.

—Ya... —carraspeo porque la voz que me sale es casi inaudible— ya


puedes sentarte.3
No se mueve ni un milímetro, pero solo es cuestión de tiempo que lo
haga. No sé cómo ha logrado meterse ahí, quizá por el miedo, pero sé
que pronto se verá obligada a salir de ese pequeño agujero.5

Miro la primera señal en la que he reparado desde que he salido


disparado y me doy cuenta de algo: no sé dónde mierda estoy. Tampoco
sé dónde mierda ir y menos qué hacer con esta tía. Desde luego la voy a
dejar por ahí, por el primer lugar donde abra la boca y no pinte tan mal
como esa gasolinera llena de esos coches negros de cristales tintados.3

Mis hombros se hunden cuando veo el mapa que dejó Hanah antes de
bajar del coche.

Maldita sea, Derek, ¿qué cojones has hecho?11

¡Coño, tío, has abandonado a tu novia en una gasolinera sin nada más
que lo puesto!
CAPÍTULO 2
La desconocida tiene la cabeza entre las rodillas. Aún no sé su nombre, y
llevo una o dos horas al volante. No sé dónde coño vamos, solo sigo esta
carretera infinita y, sinceramente, tampoco sé por qué lo hago.19

— ¿Al menos puedo saber tu nombre?19

Nada.

—Digo yo que tu nombre y un: gracias por salvarme el culo, no estarían


de más.36

Otra vez: nada.

—Oye, niña, ¿te has muerto?144

Dejo el volante y con una mano la sacudo. Ella levanta la cabeza y me


mira con unos intensos ojos verdes enrojecidos.

—Elba, mi nombre es Elba.305

Que nombre más feo, coño.769

— ¿No tienes un jodido apellido?

Frunce la línea recta de sus labios y vuelve a esconder la cara entre sus
rodillas.

—Jo...nes.63

— ¿Jo-nes? —Levanto una ceja.39

—Jones —me corrige.1

—Vale, ¿te sabes el número de tus padres?14

Mierda, hay un problema con eso. Yo no tengo un jodido teléfono móvil.14


La niña con el nombre más feo del mundo me mira rápidamente,
asustada. ¿Y ahora qué coño le pasa?79

—No, no me lo sé.

Me está mintiendo. Yo mentía a su edad, sea cual sea su puñetera edad,


y sé que ella ahora está mintiendo.28

—No hace falta que me sueltes trolas, no tengo móvil de todas formas —
resoplo y miro hacia delante.59

Ella mira hacia el frente como yo y me vuelve a mirar. Se siente un


enfoque tremendo cuando sus ojos me miran que noto rápidamente que
lo está haciendo.

— ¿Siempre eres así de gruñón con todo el mundo o solo conmigo?

Arrugo la frente. Detengo el coche de golpe y la miro.1

— ¿Qué?

¿Qué acaba de decir? ¿Que si soy así de gruñón con todo el mundo o si
solo lo soy con ella? ¿Se cree que todo el mundo me obliga a dejarle
subir a mi coche sin echarlos siendo completamente desconocidos para
mí y a arrancar dejando en plena nada a mi novia? ¿Ella realmente está
consciente de lo que me acaba de preguntar?

— ¿Tú estás bien, niñita? ¿Tomas algo... raro?44

Niega con la cabeza.

—Me llamo Elba, no niñita.57

Aprieto los puños sobre mis rodillas y volteo la cara para mirar por mi
ventanilla. Al parecer no nos vamos a llevar muy bien.
—¿Cuántos jodidos años tienes?2

Le pregunto sin mirarla, aunque debería. Quizá me mienta.

—Diecisiete.17

Me llevo las manos a la cara y ahogo un grito. Genial. Diecisiete.

—Dios mío, ¿me he llevado a una niña de diecisiete años de una jodida
gasolinera sin que nadie lo supiera?20

La miro.

—Eso, en mi diccionario, se llama secuestrar.

Arruga la frente.

—Yo te pedí por favor que me sacaras de allí, no es secuestrar.

—Oh, claro que lo es. ¿Acaso no eres consciente de que tengo a una
jodida menor de edad en mi puñetero coche?15

Arruga mucho más la frente.

—¿Tienes alguna afición rara por la palabra "jodido"?128

Vuelvo a esconder la cara entre mis manos.1

—Estoy jodidamente nervioso... —me detengo al darme cuenta de que


acabo de volver a usar la maldita palabra y gruño.39

—Lo siento.

La miro, incrédulo o más que eso.

—¿En serio? ¿Lo sientes? Dime qué es lo que sientes. ¿Haberte subido
a mi coche sin permiso? ¿Haberme metido en esta mierda? ¿Haber
hecho que abandonara a mi novia en una maldita gasolinera sin nada?
¿Qué, Elba, qué es lo que sientes?46

Se encoge en el asiento y se pega contra la puerta.

—¿Todo?10

Sacudo la cabeza. ¿Acaba de preguntármelo?

—¿Lo preguntas? Encima, ¿lo preguntas?43

Se encoge más.

—¿Cómo te llamas? —me pregunta en un susurro.

—¿Y eso qué importa ahora?6

—Es que me estás dando un poco de miedo y ni siquiera sé cómo


llamarte.

Resoplo y abro la puerta para salir de mi coche. Cuando la cierro de un


portazo el cielo gris de encima empieza a tronar y a relampaguear.8

—¡Fantástico! —grito y le pego una patada a la rueda. Después de eso


empieza a llover tan fuerte que me empapa entero en menos de un
minuto.49

Siento sus enormes ojos verdes mirándome por el cristal del parabrisas.
La miro y traga fuerte.

—Está lloviendo —le aviso al entrar al coche con mi cara de enano


gruñón.88

Oigo una risilla.

—No me había dado cuenta.76


Resoplo y estiro una mano.

—Derek, mi jodido nombre es Derek.28

Toma la mano y la estrecha con la suya. Tiene una mano tan diminuta y...
suave. Joder, parece tener la piel de un bebé.106

—Hola, Derek.24

La fulmino.1

—No me hace gracia.1

Asiente.

—Gracias y... lo siento por todo. Vas a ir al cielo cuando mueras, ¿lo
sabes, no?104

Suelto una carcajada.

—Si voy a ir alguna parte por haber secuestrado a una tía de diecisiete
años cuando me muera será al infierno, no al cielo. Y, para hacer la cosa
más divertida, mientras siga vivo, adonde iré será a la cárcel.

Las pupilas de sus ojos se dilatan un poco y luego sonríe. Eso ha sido
raro. Lo que ha pasado en sus pupilas antes de sonreír, digo.163

—Bueno, como quieras, igualmente yo te voy a estar agradecida desde


el cielo.33

Le doy una sonrisilla sarcástica y ella se inclina hacia la puerta para salir.

—¿Qué narices haces?10

—¿Irme?

—¿A dónde? Estamos en la quinta mierda de la nada.111


Comienza a calarse y mira hacia al frente, todo ya está gris y hay niebla.

—Bueno, al menos parece que tú sí sabes dónde estamos —sonríe pero


se da cuenta de que no hace gracia y se encoge de hombros—. Da igual.

Pongo los ojos en blanco, me muevo a su asiento y la obligo a entrar de


nuevo. Ahí afuera está diluviando. Aunque no me haga gracia de tener
que encargarme de ella y que se quede en el coche conmigo, tampoco la
voy a echar en plena tormenta.21

—No te vas a ir a ninguna parte.13

Me mira a los ojos como si no se lo creyera.

—¿De verdad quieres que me quede? Pensé que querías que me fuera.

—La verdad, niña del demonio, preferiría que nunca hubieras entrado a
mi coche.87

Resopla.

—Que me llamo Elba.73

—Como sea —sacudo una mano y luego me fijo en una pequeña


mochila que tiene entre sus pies—. ¿Y eso?10

Mira donde señalo y la coge para apretarla entre sus brazos.

—Venía conmigo cuando entré.

Ruedo los ojos.

—Genial, pasajeros y con equipaje.35

Se queja emitiendo un sonidito raro.4


—Ni que fuera tan grande, solo tiene una botella de agua, unas pastillas,
una cartera y poco más.35

—Vale —me encojo de hombros.

Miro las gotas que están rodando por el cristal de mi ventanilla y me


pregunto dónde estará Hanah ahora mismo con esta lluvia. ¿Seguirá en
la gasolinera? ¿Habrá hecho autostop a algún coche? ¿La habrán
ayudado? ¿Me odiará? Pues claro que sí. La he dejado literalmente en la
nada y sin nada.12

Elba estornuda tres veces antes de traerme de nuevo a la realidad.


Cuando la miro está tiritando y los dientes le castañetean. Miro la
calefacción del coche con recelo y la miro a ella haciendo una mueca.

—Necesitamos la batería del coche si queremos llegar alguna parte.4

Sacude su mano.

—Yo estoy bien, tranquilo.1

Estornuda dos veces más. Menudas defensas más débiles tiene.36

—Estás temblando —abro la puerta y suspiro—, voy a por algo de lo que


traía Hanah en la maleta para que te tapes.37

—No hace fa... —no la oigo acabar porque corro hasta el maletero.1

Por suerte la chaqueta es lo último que Hanah ha metido y no tardó


mucho en hacerme con ella pero, antes de cerrar el maletero, veo su
móvil. No sé la contraseña, nunca me interesó saberla y a parte, no tenía
por qué, pero quizá haya alguna forma de desbloquearlo y llamar a
alguien que pueda hacerse cargo de ella.

Yo no puedo.
Para mí, el nombre de Elba Jones solo significa una cosa: problemas. Y
eso que llevamos relativamente nada metidos en el mismo coche.
CAPÍTULO 3
Se ha quedado dormida.20

Nunca creí esto: tengo a una desconocida de diecisiete años dormida en


el asiento del acompañante de mi coche. Hanah me mataría si lo supiera.
O sea, me mataría igual pero con más ahínco al saber que me "fugué"
con otra chica.

—Si fueras una chica... —la miro de reojo—, o sea, quiero decir, como
eres una chica —rectifico— ¿qué contraseña le pondrías a tu móvil?1

Sigue frita. Al parecer el repiqueteo de las gotas de lluvia sobre el coche


la ha hecho dormir. Maldita lluvia, tiene ganas de caer y no parar hasta
ahogarnos por lo que parece.9

—Mmm... ¿Uno de los chicos de tu banda favorita?92

Lo intento. Creo que el nombre de ese tipo comenzaba con A, o con Z o


¿era con H? No sé cómo se llama. Genial. Debería haberla escuchado
cuando me hablaba sobre ellos.152

—Le gustaba el chocolate... pero eso es demasiado fácil. ¿Pintauñas? —


Pruebo pero me vuelve a saltar el jodido mensajito de error—. Sí, eso ha
sido muy estúpido por mi parte. Ni que yo usara "pene" como contraseña
por ser tío.29

Levanto la mirada intentando valorar si esa ha sido una buena idea pero
termino por decidir que no.

Chasqueo la lengua. En el mismo momento un trueno se escucha y


parece que acaba de romper el cielo. Elba salta y se da con la cabeza en
la ventanilla.3
—Dios, ¿qué... qué ha sido eso? —se toca la cabeza, sobre todo la
frente, y se queja.

—Se llama trueno.103

Respondo evitando no reírme. Ella me mira y se limpia el hilo de baba


cuando nota que la estoy mirando con una mueca.1

—¿Cuánto he dormido?

—No lo sé, tú sabrás.5

Señala el móvil.

—Es que al parecer tú tienes la hora.

—Esto no es mío —lanzo el móvil de mala gana al cajón de la guantera.

—Ah —dice doblando las piernas delante de su pecho como si el móvil le


diera miedo.

Verla usando la chaqueta de Hanah me hace sentir mal. Mejor dicho, me


hace sentir como la mismísima mierda. Pero supongo que no quedaba
otra opción.27

—¿Qué te pasa ahora? ¿Te asustan los móviles?

Niega con la cabeza.

—Querías llamar a la policía, ¿verdad?2

La miro con una ceja enarcada. Aunque no sabría a quién más llamar, la
verdad es que no pensaba llamar a la policía. De momento solo quería
saber la contraseña para desbloquear el móvil.16

—Si hubiese querido llamar a la policía lo hubiera hecho. El teléfono


tiene una tecla para llamadas de emergencia.23
—¿Entonces no lo has hecho?

—No.

Coge aire, lo suelta y se relaja.

—Vale. Gracias, de nuevo.9

Nos quedamos callados siendo espectadores de la lluvia que está


cayendo delante del parabrisas.3

—Cuando entré a tu coche y te ofreciste a llamar a la policía, ¿cómo se


supone que lo harías si no tienes móvil?1

La miro. Hasta ahora no había caído en eso. Supongo que los nervios del
momento no me dejaron recordar que yo no podía llamar a la policía a no
ser que usara el móvil de Hanah, que hasta ahora estaba en el maletero,
o de la cabina telefónica de la gasolinera, opción que tampoco era
razonable dada la situación.5

—Pues no lo sé —me encojo de hombros—. ¿Tú no tienes móvil?1

Niega con la cabeza, entonces caigo en algo. Es obvio que una chica
que ha sido secuestrada no tenga móvil, vale, lo entiendo, pero, ¿una
chica que ha sido secuestrada lleva encima una mochila con agua,
pastillas y todo lo demás que dijo que tenía?46

—¿Qué pasa? —Me pregunta después de un buen rato—. ¿Por qué me


miras así?

—¿Te habían secuestrado?

Traga fuerte. Puedo ver cómo sus pupilas tiemblan. Me inclino un poco
sobre su asiento y la miro directamente a los ojos.9

—¿Qué estás...?
—¿De verdad te habían secuestrado, Elba Jones?1

Parpadea varias veces y mira hacia otro lado.

—¿Qué pasa contigo ahora? ¿A qué viene este interrogatorio?

Ladeo el cuello. Ella parece estar nerviosa, parece que está mintiendo.

—Dime, ¿de verdad estabas huyendo de tus secuestradores?

Suelta aire y apoya la cabeza sobre la ventanilla.

—Ya te dije que sí...

—No te creo —la corto.6

—Pues es una pena porque esa es la verdad...

—No, no. Esa no es la verdad. Sé que mientes.

Se muerde el labio y se queda callada sin hacer contacto visual conmigo.


¿Por qué alguien, sobre todas las supuestas razones que pueda haber,
finge que ha sido secuestrada para irse en el coche de un extraño?

—¿Te drogas? —Es lo primero que se me escapa.16

Ella me mira horrorizada y sacude su cabeza en negación.

—¡No!

—¿Te fumas algo? ¿Te lo inyectas? —Insisto. Para hacer algo como eso
hay que estar mal de la cabeza o petado de drogas, ¿cierto?22

—Oh, por Dios, ¡no! —su mirada luce asustada.4

Parece demasiado inocente para hacer eso, pero no me puedo dejar


engañar por las apariencias.
—¿Entonces? ¿Por qué coño te subiste a mi coche fingiendo que te
estabas escapando de gente que supuestamente te había secuestrado?
Incluso lloraste, joder.

Su pecho sube y baja, debe estar realmente nerviosa porque la he pillado.

—Yo...

—¿Qué? Vamos, dilo.

—Realmente estaba secuestrada, Derek.2

—¿Ah, sí? ¿Por qué será que no te creo?

—¡Sí me habían secuestrado, ¿vale?! —Me espeta.15

Por un momento titubeo y me la creo, pero se me pasa rápido y vuelvo a


desconfiar de ella.6

—¿Y tus secuestradores te llevaban con equipaje? ¿Qué pasa, acaso


planeaban irse contigo de excursión, de camping o de vacaciones?60

Se muerde el labio y mira a su mochila.

—Es que...

—¿Qué?6

—Necesito las pastillas que llevo ahí.22

Me echo a reír. Es buena intentando mantener una mentira, pero no lo es


mintiendo. Hay diferencia entre lo uno y lo otro.5

—No te creo.

Me mira duramente.

—Pues es verdad.
—Vamos, Elba, si es que te llamas así realmente, dime qué cojones pasó
por tu mente para subirte a mi coche y ponerte a llorar como una
condenada para que te sacara de esa gasolinera. No encuentro otra
explicación excepto la de si estabas drogada. ¿Lo estabas?

Niega con la cabeza frenéticamente.

—¡Que no!

—¿Entonces?

Juguetea con sus manos.

—Yo... yo... me escapé...

—De tus padres —termino yo por ella.6

Cierro los ojos. Lo sabía. O sea, no lo sabía, ojalá lo hubiese sabido


antes y no le hubiera hecho caso, pero me refiero a que lo sabía desde
que la he comenzado a acusar. Sabía que mentía.23

—¿Por qué, mierda, por qué has hecho esa locura? ¿Tú estás mal de la
cabeza o qué?

Me fulmina.2

—¡No me grites!

—¡No te gritaría si tú no te hubieses montado en mi maldito coche por


una rabieta de niña mimada y me hubieses obligado a dejar a mi novia
en la puñetera nada!

Abre su boca.

—¡¿Perdona?, ¿niña mimada?! ¡Tú no sabes nada, así que mejor cállate!
—¿Qué me calle? ¡¿Qué me calle?! ¡Este es mi coche y no me pienso
callar porque te dé la gana a ti, niña!

—¡Ni siquiera sabes de qué me escapé, tan solo has dado por hecho que
ha sido de mis padres! ¡Que esa sea a la conclusión que has llegado no
significa que sea la verdad, así que no me acuses de niña mimada!3

Me callo de repente apretando los puños. Quiero salir de este coche pero
la lluvia sigue fuerte ahí afuera.

Resoplo al darme cuenta de que me he pasado un poco gritándole, pero


no he podido evitarlo. Ahora espero a que se ponga a llorar. Hanah
siempre lo hacía.85

Espero y espero pero no escucho nada de su parte. Solo respira, respira


agitadamente como si estuviera cabreada a las mil maravillas, pero no
llora. Supongo que estoy muy acostumbrado a solo tratar con Hanah que
creo que todas las chicas del mundo se van a echar a llorar a la primera
de cambio.21

—Vale, quizá me he pasado un poco gritándote pero...

—¡Cállate!73

Me grita y me da más la espalda. Realmente esto sí que no me lo


esperaba. Con Hanah era yo siempre el que pedía perdón primero y ella
se lanzaba a mis brazos al segundo para que la consolara.

Espera, espera, ¿por qué estoy comparando esta discusión con esta tipa
con las que tenía con Hanah? No hay nada de parecido entre ambas.17

—La próxima vez que quieras acusar a alguien de algo fíjate primero en
si de verdad sabes algo de esa persona para hacerlo.55
Me espeta resoplando.

—No sé nada de ti porque invadiste mi coche sin que yo lo quisiera, así


que tampoco me culpes por enfadarme.3

No me mira por unos diez minutos más, luego la lluvia se detiene de


repente y ella se gira.

—Vale, supongo que los dos nos acabamos de comportar como dos
idiotas. Pero no me vuelvas a acusar así por así, por favor. Me sienta
fatal que la gente haga eso.2

La miro incrédulo.1

—¿Entonces ahora yo debo pedirte que no vuelvas a invadir mi coche de


nuevo y añadir el por favor?14

Me fulmina.

—No me mires así, me debes una explicación.

—No, no me he escapado de mis padres como crees. Bueno, en parte,


pero no directamente.

—Mierda —aprieto el puente de mi nariz—, eso es confuso, niña.


Explícate.

—Te dije que mi nombre es Elba.

—Cojones, quiero una explicación.

—Tu agresividad verbal no me intimida, Derek, así que relájate.72

Me quedo un poco colgado. Esa chica me está dando dolor de cabeza y


a la vez está haciendo que me la rompa.2

Arrugo la frente.
—¿Qué?5

—Nada —sonríe.1

—¿Por qué sonríes?

—¿No puedo?36

—Joder —me restriego la cara con ambas manos—. Haz lo que quieras
pero explícame por qué entraste a mi coche.1

Le suelto, poco a poco y respirando más calmadamente para no expresar


mi supuesta "agresividad verbal". Ella se rasca la frente y luego juega
con sus dedos.

—Mis padres... me engañaron sobre algo —se encoge de hombros—, no


me preguntes el qué. Fue algo y con esa información creo que podrás
vivir tranquilo.65

—Sigo sin tener una respuesta.

Suspira.

—Estaba viajando con seguridad.

—¿Seguridad? —arrugo la frente.

—Guardaespaldas —dice con la cabeza gacha.13

¿Guardaespaldas? ¿Perdona? O sea que, ¿la niña es rica? Genial. Lo


que me faltaba. Ahora sí estoy metido en un problema de verdad.9

—Esos hombres que viste..., eran mis guardaespaldas.2

—¿Por qué te escapaste?1


—Me estaban llevando a un lugar que yo no quería ir, engañada.
Simplemente no quise.96

—Ay, Dios.9

Murmuro echando mi cabeza hacia atrás.

Esto pinta muy mal. Ella se metió en mi coche rogando que la sacara de
allí. Inventó todo eso del secuestro y yo me lo creí. Ahora supongo que
sus padres, todos esos guardaespaldas y media policía del país me
estarán buscando.1

No me equivocaba al decir que era un problema para mí. Joder, creo que
nunca he estado más en lo cierto que en esto.

—Tranquilo, no saben que me fui contigo —me dice como si me hubiera


leído el pensamiento.3

—Tu familia se puede permitir ponerte a gorilas adiestrados como


guardaespaldas, supongo que podrán dar conmigo y meterme en la
cárcel solo con chasquear los dedos.6

Ella se ríe.6

—¿Te estás riendo? Porque a mí esto no me hace ni puta gracia.

—Agresividad verbal a la vista de nuevo.32

—A la mierda la agresividad verbal, estoy jodido hasta los huesos y es


por tu culpa.48

Sus ojos verdes me miran ofendidos pero no me arrepiento. Es verdad,


estoy jodido por su culpa y sin haber hecho nada para merecerlo salvo
ayudarla.7
—Puedes estar tranquilo, no van a dar contigo. No darán si no llamas a
la policía claro.2

La fulmino.

—¿Cómo estás tan segura?

—Bueno, para empezar, no me podrán reconocer —agacha la cabeza y


toca las puntas de su pelo que no le llegan más allá del pecho—. Me
corté el pelo y me lo teñí en el lavabo de la gasolinera.132

La miro con la frente arrugada y se me escapa una pequeña sonrisilla al


ver que le hace gracia, pero rápidamente la retiro.3

—Eso no va a ayudar mucho.

—Hice pedazos mi móvil y destrocé mi portátil echándole agua y luego


los até a un camión hace dos gasolineras atrás. Si deciden dar conmigo
sepa Dios dónde acabarán persiguiendo el rastro del camión.

Vale, su ingenio ahora sí me hace gracia así que me permito medio


sonreír.

—¿Pusieron chips a tus cosas?

—A mi móvil y a mi portátil.

—Vaya.

—Lo sé, ambos son maniáticos del control —se encoge de hombros.35

—Bueno, entonces, ¿estás segura de que no te van a encontrar?6

Ella asiente muy segura. Es demasiado ingenua si cree que le va a


funcionar.2
—¿Y qué piensas hacer? ¿Esconderte toda la vida parando a cada
coche que pase por la carretera para que no te encuentren?7

Se ríe.

—No necesito esconderme toda la vida, solo el tiempo necesario.3

No entiendo a lo que se refiere y hago una mueca.2

—El tiempo necesario para no poder entrar de nuevo a donde ellos me


querían llevar —me explica.66

—Vale, todo genial pero... —miro todo el coche— ¿ahora qué se supone
que quieres hacer?1

No es que ahora ya esté mucho más convencido de esto, y mucho


menos me he quedado más tranquilo, pero si me libro rápido de ella mis
problemas habrán acabado.2

Mira a su ventanilla y recorre el camino de una gota que va cayendo por


el cristal.1

—¿Qué te parece si conduces hasta algún lugar donde me puedas dejar?

—Bien, esa era la idea.7

Digo antes de encender el motor de nuevo. La lluvia ahora es mucho


más débil que antes así que no habrá problema en conducir hasta algún
lugar. Bueno, sí hay un problema: no sé si al final de esta infinita
carretera habrá algo. Aunque supongo que al final de cada carretera hay
algo, ¿no? El mundo no se acaba en esta carretera, de eso estoy
seguro.34

—¿Cuál es tu apellido? —me pregunta después de un buen rato callada.

—Gibson.21
—Oh.

—Yo realmente espero que el tuyo sea Jones.

Se ríe.

—Tienes un acento distinto, Derek Gibson.2

—Eso es porque no soy de aquí.

—Oh.11

Siento que mira mis botas, luego mis manos pegadas al volante y luego
su ventanilla.

—¿Cuántos años tienes?

Ojalá la curiosidad no solo matara a los gatos.116

—Veintitrés.233

Asiente sin mirarme. El cristal de su ventanilla está empañado y no me


deja ver si acaba de sonreír o qué.

—¿Tan malo era ese lugar donde te llevaban? —pregunto. Solo intento
ver si no me ha vuelto a mentir.

—Sí. Horrible mejor dicho.33

—Quizá exageres, ahora nunca lo sabrás.

Me mira.

—Créeme, lo sé. Prefiero no ir.24

—Vale.

Mira la chaqueta de Hanah, le quita un hilo invisible y se la quita.


—¿Cómo se llama tu novia?

Suspiro.

—Creo que ahora ya mi ex novia —sonrío pero no de felicidad


precisamente—, Hanah.20

Mira el cajón de la guantera, lo abre y toma el móvil.1

—¿No sabes la contraseña?

—No.

Arruga la frente mirándolo con detenimiento.

—Dime vuestra fecha.28

Levanto una ceja incrédulo sobre que darle esa información vaya a servir
de algo pero igual se la digo, el móvil se desbloquea y ella sonríe
dejándolo en el cajón de nuevo.5

—Cuando lleguemos a alguna parte podrás arreglarlo —asegura, yo le


hago ver que no entiendo a lo que se refiere y ella señala el móvil—.
Quizá puedas contactar con ella y disculparte.5

Sonrío de lado.

¿Arreglarlo? ¿Hanah me va a perdonar haberla abandonado de esa


forma? Empiezo a sospechar más que Elba más ingenua de lo que me
parecía al principio.
CAPÍTULO 4
—Te dije que sonaba raro —me recuerda mientras se cruza de brazos
mirando el humo que sale del coche.

—Y yo te oí en su momento.11

—Pues no lo parece.

—Obviamente no iba a salir del coche a revisar algo que no sé cómo


funciona. Sería un poco estúpido por mi parte ponerme delante del coche
mirando algo por minutos cuando no tengo ni la más remota idea de
cómo arreglarlo, ¿no crees?31

Me aparta la mirada y mira todo nuestro alrededor, quizá preocupada. Ya


no nos rodean tantas montañas pero el cielo sigue gris y no ha pasado
más de cuatro camiones y dos autobuses en todo lo que llevamos de
trayecto. Estamos literalmente perdidos.1

—Bueno, ya no sale tanto humo —dice después de un buen rato


colocándose a mi lado para mirar con la cara arrugada al motor.2

—No sabemos cuánto queda de aquí hasta la ciudad más cercana —


resoplo y me restriego la cara con ambas manos.12

—No creo que quede mucho, ¿no tenías un mapa? Además, has
conducido por un buen par de horas, ya debemos estar cerca de... algo.15

Asiento buscando alguna solución por la arena de la carretera o


intentando recordar si alguna vez arreglé un coche, pero nada. Miro a
Elba que no para de repasar el vehículo de arriba abajo y supongo que
no tengo más opciones que recurrir a la idea que acabo de tener.

—¿Sabes arrancar un coche?


Ella me mira dubitativa por unos segundos como si se lo tuviera que
preguntar a sí misma por dentro para estar segura, pero al final asiente
lentamente.

—¿Dónde vas tú?

—A empujarlo —le digo cerrando el capó.15

Me mira de arriba abajo como si me estudiara y asiente. No sé que


acaba de pasar por su cabeza pero creo que quiero saberlo. La sonrisa
que se está tragando me deja con curiosidad.86

—¿Qué pasa?1

—Nada.

—Vale.50

Te has rendido rápido, Derek.2

Camina hasta el asiento del conductor y se sienta antes de levantarme


un pulgar. Suspiro fuerte, no sé si de verdad puede hacer lo que le acabo
de pedir pero espero que no me haya mentido y de verdad sepa hacerlo
o sino estaré empujando el coche como un idiota. Tampoco es que sea lo
más difícil del mundo, pero supongo por lo joven que es que no sabe
conducir.

—Bien, a la de tres —le aviso.

Para mi sorpresa, ella sabe hacerlo a la perfección. Repito: tampoco es


tan difícil, pero eso ha sumado un punto para ella. Corro al lado del
coche y ella se ríe quitando las manos del volante y gritando:12

—¡Vamos, Derek, tú puedes!

—¡Sostén el volante, Elba!


—¡No vamos a chocar con nadie! —Touché—. ¡Vamos, salta!31

—¿Quieres que salte cuando tu culo sigue en el asiento?12

Creo que acaba de murmurar touché o no sé si ha sido mi imaginación,


pero rápidamente se aparta mientras sostiene el volante con una mano
desde su asiento.7

—Guau, ¿sueles saltar dentro de coches en marcha regularmente? —


pregunta poniéndose el cinturón cuando ya estoy maniobrando el volante
entre mis manos y posiblemente también jadeando.14

—No, solo me he visto obligado hacerlo contigo.89

Y no pienso repetirlo en mi puñetera vida. No soy alguien que hace ni


grandes ni mínimos esfuerzos.

—¿A qué ha sido divertido? En realidad no me había puesto al volante


en mi vida —confiesa.

¿Qué es lo que entiende por diversión esta niña? Creo que... espera,
¿estoy comportándome como si yo fuera el maduro de los dos? Joder,
esto cada vez me gusta menos. Debería haber sido divertido para mí, no
para ella. En cambio estoy gruñendo por dentro como un viejo
cascarrabias.17

—No ha sido divertido. Esto no es divertido, ¿vale?

Se queda callada y asiente antes de murmurar:

—Vale, Gargamel.228

La fulmino pero no me ve porque está sosteniendo el mapa entre sus


manos.
—Según la escala del mapa y el punto en el que yo supongo que
estamos, deberíamos tardar en llegar a la siguiente ciudad en... unos
veinte minutos o por ahí.4

La miro de reojo totalmente incrédulo sobre el cálculo que acaba de


hacer en menos de diez segundos. ¿Cómo es posible que lo haya hecho
tan rápido? Supongo que, como es obvio, se estará equivocando.2

—Claro —murmuro por lo bajo—, veinte minutos, sí.

Siento sus ojos verdes clavándose en mi piel pero no dice nada, solo
deja el mapa.

—Joder... —murmuro cuando han pasado alrededor de unos quince


minutos y comienzo a ver a lo lejos la ciudad.17

Sé que tiene ganas de decir "te lo dije" pero por una extraña razón no es
eso lo que hace.14

—Creo que el coche no puede más —advierte cuando comienza de


nuevo el ruidito raro.

Nada más acercarnos a la ciudad se ve un enorme cartel con "Taller de


Jerry" en grandes letras amarillas sobre un fondo rojo. Ambos nos
miramos asombrados pero agradecidos de la casualidad.91

Esta vez me ayuda arrastrar el maldito coche que nos ha dejado tirados a
treinta metros de la entrada del taller.

—Oh, por la dentadura de mi abuela que en paz descanse, ¿qué le


habéis hecho a este coche, muchachos? —nos pregunta un hombre
barbudo, de unos cincuenta y tantos años, limpiándose las manos con un
trapo lleno de aceite de motor, o al menos eso espero.43
—Hola —miro a todas partes en busca de un reloj que me diga la hora ya
que mi reloj de pulsera debe estar en la guantera. Por suerte, lo hay: son
las seis y media de la tarde—, ¿usted es Jerry?10

—El quinto, creo.48

Arrugo la frente.

¿Qué? ¿Hay cinco Jerrys ahí?15

—¿Todos los hombres de su familia se llamaron Jerry? —escucho


preguntar a Elba, que ha sido más observadora que yo y se ha puesto a
mirar las fotos, casi todas antiguas, de las paredes mohosas y
amarillentas.2

—Solo los primogénitos, los demás llevaban nombres ridículos —le


explica él y ella en nada, con solo sonreír, parece que se gana su
amabilidad.20

—No nos interesa eso —recuerdo, en voz baja, mirando en dirección a


esa niña de ojos verdes demasiado curiosa con la que me he tropezado
por pura mala suerte de la vida—. ¿Tengo que recordarte que el puto
coche está teniendo una crisis adolescente y no quiere arrancar?75

Ella se toma muy a pecho ese comentario sobre la crisis adolescente del
coche y me fulmina, dando por hecho que yo acabo de atacarla a ella. No
voy a negarlo: lo acabo de hacer.2

—Tiene mala pinta —musita el quinto supuesto Jerry mientras lanza el


trapo a alguna parte y se peina la barba.11

—Pero, ¿cree que podría echarle un vistazo para comprobar si tiene


arreglo o no?
Él me mira y luego dirige su mirada sobre mi hombro, hacia Elba. Me
vuelve a mirar y cuando voy a abrir la boca para añadir cualquier cosa, él
asiente.

—Claro.12

—¿Qué pasa si no tiene arreglo?2

Escucho que pregunta ella, no sé si a él o a mí, pero yo soy el que la


mira decidido a responderle con el mejor sarcasmo del mundo.1

—Que, a menos de que te apetezca hacerle un agujero al suelo y


conducirlo como los Picapiedra, tu culo se quedará en esta... donde coño
estemos.92

Elba se cruza de brazos y resopla. Ahora que estamos fuera del coche,
casi frente a frente, puedo notar que la diferencia en la altura que hay
entre nosotros es más o menos de unos cinco centímetros o algo más.
Tiene las piernas largas, la piel clara aunque bronceada y cada facción
de su cara es realmente impresionante. Parece como si hubiera hecho
algo para ser... como una de esas portadas de revistas sobre moda.
Hanah en cambio es todo lo opuesto. Sencilla, bajita, pelo largo, rubia,
piel morena y su cara más que mostrar algún atributo, muestra inocencia,
solo con eso es capaz de volverte loco. O al menos a mí me volvía
loco.17

—¿Qué problema tienes con mi culo?42

Reacciono y sacudo la cabeza.

¿Qué acaba de preguntarme?1

—Tengo más partes en el resto de mi cuerpo. Sin embargo no dejas de


mencionar a mi culo.1
Escucho una risilla y cuando miro de nuevo al coche veo al tal Jerry
negando con su cabeza, divertido por nuestra discusión, si es que eso
llega a ser una discusión.1

—Es una simple expresión —contraataco.

—Es vulgar.

—Soy vulgar —vuelvo a contraatacar.33

—Es de mal gusto ser vulgar.9

—No recuerdo haber pedido tu opinión.83

Siento cuchillas atravesándome desde un lado y cuando vuelvo a mirar al


coche, se trata de Jerry fulminándome.6

¿Pero qué coño pasa? ¿No se supone que debería tener sus pupilas de
viejo cincuentón clavadas en el puñetero coche?1

—Ni yo necesito que me la pidas para dártela, simplemente te la doy


porque puedo, además, la necesitas.47

Me escupe y luego se da la vuelta con los brazos cruzados.6

—Oiga Jerry, ¿hay alguna máquina expendedora por aquí?

—Sí, hay una nevera en la primera puerta del pasillo a mano izquierda.

Ella sonríe asintiendo.

—Muy amable.

Cuando ella se va hacia el pasillo él me mira a mí y emite un sonido de


desagrado.
—Te diría que puedes tomar lo que quieras pero ella me ha caído mejor
antes.

—Podré superarlo —resoplo.47

Mete la cabeza debajo del capó y tararea algo que creo que es mandarín
mientras el ventilador del techo le hace acompañamiento con los rugidos
que emite al girar.

—Si fuera tú intentaría arreglar las cosas con mi chica. Es malo que dos
cosas se rompan el mismo día.52

¿Qué?9

—Para empezar, ella no es mi chica, mejor dicho: no es mi nada. Luego,


¿dos cosas?7

Jerry me mira asomando la cabeza por el capó.

—Tu coche está hecho polvo. Casi literalmente —dice pasando uno de
sus callosos dedos por la carrocería y limpiando una línea de mugre.3

Me froto la frente varias veces antes de comenzar a caminar de allá para


acá. Eso es lo que menos necesito ahora: que se me rompa el jodido
coche.1

—¿No tiene arreglo? ¿Nada de nada?1

—Créeme —dice mirando rápidamente a la estantería llena de fotos y


trofeos en la que no he reparado más de dos segundos antes al entrar—,
he arreglado coches que parecían imposible, pero tu coche está para
hacer chatarra.1

—Mierda —murmuro, sin rechistar porque sé muy bien que es verdad.3


El coche tiene más años que Jerry y yo juntos, bueno, eso tal vez es
exagerar demasiado. A lo que vamos es que el coche ha llegado a su fin,
y no hay nada más que hacer por él. La cosa ahora es cómo voy a salir
de aquí sin un coche.37

—¿También vendes coches? —oigo preguntar a Elba saliendo por un


pasillo antes de darle un sorbo a su refresco.

Al oír su pregunta se me pasa por la cabeza la posibilidad de hacerme


con un coche nuevo, aunque sea de segunda mano, me serviría para un
buen rato, pero, ¿de verdad me voy a gastar tanto dinero en un coche
cuando ni siquiera sé si voy a necesitar ahorrar para volver a casa o
quizá para otro imprevisto que me surja? Como pagarme una habitación
en un hotel o conseguir comida, por ejemplo.4

—Hmm... sí, vendo coches también. Son de segunda mano, pero están
como nuevos.

Miro de reojo a Jerry y pongo mi peor cara. Posiblemente mi coche sí


tenga arreglo y lo único que él quiere es que yo le compre uno. Aunque,
si así fuera, ¿no debería habérmelo propuesto él?2

—Oh, y... ¿más o menos cuánto costaría hacerme con uno?

Levanto la vista en su dirección y la miro tan o más sorprendido que Jerry.


¿Se cree que voy a comprar un coche? O sea, ¿acaba de pedir el precio
y espera que yo pague un coche? ¿De verdad que ha dicho que no se
droga?21

—Pues... el que está en mejor estado unos dos mil...

—Lo compro —suelta, decidida.

—¡¿Qué?! —bramo yo.7


¿Pero esta chica se ha vuelto loca o qué?

—¿Un cajero por aquí cerca? —Sigue sin inmutarse por mi reacción.44

Jerry sin decir palabra señala hacia la puerta, ella y yo miramos y justo
vemos un cajero en la esquina de la otra calle.1

Dios mío, que oportuno está colocado todo aquí. Primero el taller, ahora
el cajero.

—Tú estás mal de la cabeza... —le murmuro caminando hacia ella.

—¿Quién te ha dicho que lo vas a pagar tú?5

—¿Quién lleva dos mil pavos encima y se los gasta para comprar un
coche de segunda mano?7

—Alguien que está realmente en apuros, mira que coincidencia, justo


como tú y yo.6

Ese hipotético «tú y yo» ha hecho que mi cuerpo se estremezca. Sé que


es algo tonto, pero no quiero estar relacionado en ningún sentido con
alguien llamada Elba Problemas Jones.90

Sacudo la cabeza varias veces mientras ella bebe tranquila de su


refresco.

—No hablas en serio. No vas a comprar un coche.

Ella asiente y señala hacia la puerta antes de volverse y caminar hasta el


coche para hacerse con su mochila. Me quedo de piedra cuando cruza la
puerta y camina por la calle con sus largas piernas como si fuera una
turista de vacaciones. Agacha la cabeza al entrar al banco y se coloca
unas gafas oscuras que hasta ahora no sabía que tenía, maniobra el
cajero, guarda algo en su mochila y regresa hacia el taller mientras mi
boca sigue por lo suelos.9

¿Acaba de retirar dos mil pavos de un cajero así, sin más?40

—¿Qué... pero qué...? —balbuceo, ella camina a mi lado mirándome


sobre la montura de sus gafas y le tiende unos cuantos billetes a Jerry.

—¿Cuál es el coche?

Maldita sea. Ni siquiera ha visto el coche y ya lo está comprando. ¿De


verdad que no sufre de problemas mentales o algo así?1

—Es un todoterreno que alguien dejó aquí para que lo arreglase hace
dos años y nunca volvió.17

Pongo mis manos sobre mi cintura como un padre enfadado y camino


hacia Elba en plan "no te metas en líos, niña, te lo estoy advirtiendo".15

—El dueño podría quererlo.

—El dueño era mi hermano y está muerto —se encoge de hombros—.


Sufría cardiopatía terminal, no se lo dijo a nadie. Le echaré los últimos
vistazos al coche.76

Se hace el silencio cuando Jerry desaparece. Elba me mira de reojo y se


cruza de brazos más abrazándose a sí misma que mostrando algo con el
gesto.

—Esto puede ser bueno. Si por algún motivo alguno de mis


guardaespaldas alcanzó a memorizar la matrícula de tu coche, ahora ya
no tenemos de qué preocuparnos. Un posible problema menos, ¿no te
parece?14
No, no me parece. Tengo a la reina de los problemas justo mirándome
ahora mismo.

—He pensado que... quizá podríamos incendiar el coche y dejarlo sin el


freno de manos hasta que ruede colina abajo y acabe en un río, ¿no te
suena divertido?93

La miro realmente horrorizado pero mi instinto alocado hace que pegue


una carcajada.2

—¿Has visto demasiada ciencia ficción a lo largo de tu vida, verdad?

Se encoge de hombros.

—Lo decía por las pruebas...25

—¿Incendiar un coche y lanzarlo a un río? ¿Acaso eso es algo de la lista


de cosas que tienes pensado hacer antes de morir o qué, pirómana?4

Sonríe, y no sé por qué lo hace. Pensé que me iba a mirar mal.

—Tengo muchas cosas en esa lista, e incendiar y lanzar un coche a un


río acaba de ser añadida.60

Camina hasta mi coche para abrir el maletero y me mira sobre su hombro.

—¿Te apuntas? —Señala las maletas con un pulgar—. Creo que esto lo
vas a necesitar.

Miro mi maleta y la maleta de Hanah. Hanah. Dios mío. La echo de


menos. Me siento como un jodido traidor.87

Me acerco para sacarlas y luego entro al coche para recoger las cosas
que tengo en la guantera. Cuando abro el espejo una foto se cae. La
recojo y veo a Hanah colgando de mi cuello con toda su rubia melena
brillando y su cara con morros a lo pato cerca de la mía.
No puedo hacer esto. No puedo recorrer un kilómetro más, ni siquiera un
metro más junto a esta desconocida. Ella no es la chica con la que había
planeado recorrer las carreteras de este maldito país este verano. Ese
era el sueño de Hanah. Viajar hasta aquí para hacer este recorrido en
coche juntos.92

—Bueno, ya está.

Escucho decir a Jerry y cuando miro directo al cristal del parabrisas veo
un todoterreno negro y casi nuevo. Elba coloca sus manos sobre su
cadera y asiente. Yo habría silbado.

—Luce como un buen coche.

—Lo es. Estas son las llaves —le dice pasándoselas.

—Gracias, siento lo de tu hermano.

—Da igual. Es ley de vida, todos vamos a terminar igual —le sonríe y da
un paso más hacia ella—. Si me permites un consejo, déjale que
conduzca él primero. Este coche hace milagros, pone de buen humor a
cualquiera que lo conduzca.44

Si planeaba murmurar eso último, lo ha hecho fatal, porque me he


enterado. Los ojos verdes de Elba se clavan en los míos y me sonríe
como diciendo "si él supiera que yo no sé conducir". Sacudo la cabeza al
darme cuenta de que comprender y entender sus gestos y miradas es
algo que yo no debería estar haciendo así que salgo del coche con la
foto de Hanah entre las manos pero la doblo y la guardo en un bolsillo.28

—¿Ese es el coche? —pregunto mirándolo.6

Mirarlo ya pone de buen humor a cualquiera. Es inevitable no tener


ganas locas por conducirlo, pero no puedo.
Sé que lo voy a conducir, Elba no puede hacerlo ya que no sabe, pero lo
haré solo para regresar de vuelta a la gasolinera.5

—Ajá —dice Elba lanzándome las llaves—, ¿listo para seguir?2

—Claro.

Jerry me mira con detenimiento cuando guardo las maletas en el


maletero del todoterreno y una idea loca me dice que sabe lo que planeo
hacer, y me hace sentir mal, pero eso es lo que tengo que hacer: volver a
la gasolinera y desentenderme de todo este lío. Eso es lo correcto.

—¿No tienes hambre? —me pregunta Elba, yo niego con la cabeza


mientras reajusto el espejo retrovisor para asegurarme de que mi coche
está siendo remolcado sin problemas por el todoterreno.1

—No, ¿tú?

—Sí, me compraré algo cuando quieras parar a descansar un rato.57

La miro y me doy cuenta de que confía plenamente en que voy a llevarla


a alguna parte menos a la gasolinera. Es una pena por ella. Nadie le dijo
que confiara en mí.40

—¿Puedo preguntarte algo personal sin que te suene demasiado


atrevido? —le pregunto con un tono de sarcasmo bastante marcado.

—Dime.

—¿De dónde puñetas sacas el dinero?

—Del cajero, ¿por? —me responde tan tranquila. Arruga la frente al ver
mi expresión de idiota—. Ya sabes, vas al banco, metes una tarjeta,
marcas la cantidad...59
—Ya sé, ya sé cómo funciona, pero me refiero a de dónde proviene ese
dinero. Acabas de sacar dos mil casi sin pestañear y eres muy joven para
tener tanto por ti misma.

Mira por la ventanilla mientras asiente.

—Bueno, lo he estado ahorrando desde que nací.17

—Familia ricachona tenía que ser —murmuro por lo bajo.1

No hablamos por un buen rato. En realidad no estoy conduciendo hacia


ninguna parte, simplemente estoy serpenteando las calles fingiendo que
busco una salida hasta que se quede dormida. Porque confío en que se
quedará dormida. En algún momento tendrá que dormirse de nuevo.4

—Pero, si se supone que ahora mismo estás huyendo de tus padres,


¿por qué usas la tarjeta de crédito tan deliberadamente? ¿No sabes que
pueden encontrarte de esa forma? —Le pregunto cuando caigo en eso.10

Ella traga fuerte y comienza a juguetear con sus dedos.1

Ay, Dios. Esto me huele a que, o me va a mentir, o acabo de decir algo


que la pone nerviosa. Justo como cuando la acusé de haber mentido
sobre que la habían secuestrado.2

—Tomé... tomé las medidas necesarias sobre eso.20

Arrugo la frente.

—¿Qué medidas?

Ella niega con la cabeza negándose a decir más. Paro el coche en media
calle y la fulmino.

—¿Qué clase de medidas?


—Te lo contaría pero...

—¿Pero qué?

—¿Ya que has parado puedo ir a comprarme una bolsa de patatas fritas
y un refresco? ¿Quieres tú un refresco?

Hanah.79

El sabor del refresco era el tema por el cual discutimos la última vez.2

—Mira niña, no sé que tonterías has hecho pero no voy a permitir que tus
locuras me jodan a mí, ¿de acuerdo? Si has hecho algo más aparte de
escaparte, cosa que ya sé, quiero que me lo digas ahora.

—¿Luego podré ir a por el refresco?

—Me importa una mierda tu refresco, quiero que me expliques ahora


mismo lo que sea que hayas hecho esta vez.

Frunce sus labios y pega la frente contra el cristal de la ventanilla.

—En la ciudad de la que vengo parar el coche en media carretera para


esto habría supuesto un gran colapso nivel nacional.

Se ríe como si le hiciera gracia.

—Niña...

—Elba, me llamo Elba.

—Me estás agotando la paciencia.8

—Está bien. Está bien —dice enseñándome las palmas de sus manos—.
La tarjeta de crédito está a un nombre falso, de una cuenta falsa que
creé para guardar dinero para esto.29
—¿Para esto? —repito.

—Para escaparme. No pensaba hacerlo solo con lo puesto.2

Vaya, dale otro punto Derek. La jodida niña es más lista de lo que puede
parecer al principio.7

—¿En serio hiciste algo como eso?

Me mira de soslayo y asiente encogiéndose de hombros.2

—¿Y tus padres nunca se dieron cuenta?

—No. No es que yo sacara grandes cantidades de dinero a la vez. Lo


hice por partes, sutilmente, hasta que logré ahorrar bastante en la cuenta
falsa.1

Tengo ganas de aplaudirla. Es un poco genio, la verdad. Me mintió, logró


hacer que me tragara sus lágrimas y la sacara de esa gasolinera, hizo
esa cosa tan genial de calcular la distancia a escala en menos de diez
segundos y ahora me sale con esto. No es tonta, eso me queda claro.30

—Hay un Burger King al otro lado de la calle, ¿quieres algo?9

Dice soltándose el cinturón y abriendo la puerta. Espera una respuesta


mirándome sobre un hombro cuando me encojo sin importancia. A
Hanah no le gustaba que respondiera así.35

—Tomaré eso como que quieres que te sorprenda.68

Me dice sonriendo. La sigo con la mirada a través del parabrisas y me


sorprendo a mí mismo mirando sus piernas con más detenimiento del
que debería. Sonrío cuando mete sus manos en los bolsillos traseros de
su pantalón y sigo subiendo y subiendo. Ahora mira a ambos lados de la
calle para cruzar la carretera. Corre hacia el puesto de comida rápida y
su pelo negro se agita con el viento. Dijo que se había teñido, me
pregunto de qué color era su pelo antes de que lo hiciera. Vuelvo a bajar
la vista hacia su estrecha cintura y trago saliva al ver que se dobla para
recoger algo del suelo y eso hace que la visión de su culo se amplíe para
mí. Recoge unas gafas oscuras. Ni me había fijado que se las había
llevado.90

«¡Derek, vamos, se te va a levantar la polla, macho!»256

—Mierda, no —gruño como si fuera el comentario de alguien más y no el


de mi propia conciencia.1

«Sí, sí. Estabas mirando su culo.»1

—¿Y? No es nada malo.8

«Claro. Excepto si es de esa forma.»

—Calla —refunfuño abriendo la puerta, después de hacerme con las


llaves, y azotándola con fuerza al salir.35

Me apoyo al coche y meto ambas manos en los bolsillos de mi pantalón.


Miro en dirección al local y la veo a través de los cristales. Está
esperando apoyada con los codos en el mostrador mientras menea una
pierna y se muerde el labio. Esa imagen me está provocando
pensamientos demasiado sucios.16

Tengo que deshacerme de ella. Tengo que hacerlo.

No puedo permitirme querer follarme a un problema teniendo una novia


que dejé desamparada unos kilómetros atrás.14
CAPÍTULO 5
El coche es suyo. En parte estaría mal montarme en él ahora mismo, dar
la vuelta y conducir de nuevo hacia la gasolinera sin mirar atrás. No voy a
negarlo, me siento tentado hacerlo, pero hay una odiosa parte de mí que
no me deja. En ocasiones el remordimiento es letal, y eso que no he
hecho nada, pero ya lo siento como una voz recriminatoria en mi cabeza
repitiéndose como un disco rayado. Lo que resulta irónico, ya que
también estoy siendo bombardeado por la culpabilidad que siento al
haber abandonado a Hanah.29

Estoy jodido.8

Por eso mismo debo hacer las cosas bien. Esperaré a que se duerma,
volveremos a esa gasolinera, haré algo para arreglar el enorme error que
cometí dejando a Hanah allí tirada y dejaré a la tal Elba con su
todoterreno fuera de mi vida.36

El cielo truena, se enciende y luego vuelve a oscurecerse, todo en menos


de cinco segundos, lo que avisa de que de nuevo va a caer otro diluvio.
Estoy un poco hasta las pelotas de este jodido tiempo.31

La lluvia comienza a caer con fuerza y refunfuñando abro la puerta del


coche para esperar allí adentro. Al cabo de cinco minutos veo a Elba
corriendo por la calle, abre la puerta y lanza dos bolsas de papel marrón
al interior junto con sus gafas oscuras. Luego me estira los brazos
pasándome dos vasos desechables y se mete en el coche, chorreando
como si acabara de salir de la ducha.2

—Por Dios, esto no es normal. Que mal tiempo hace —se queja.1

Yo tengo muchas más quejas y no todas son del tiempo.18


—Espero que no seas vegetariano —añade, usando lo primero que ha
encontrado para secarse el pelo, lo que resulta ser la chaqueta de
Hanah— es de ternera.22

—Lo que me sorprende es que tú no lo seas.6

Me mira con la boca entreabierta y estudia mi cara antes de dejar salir un


poco de aire de entre sus labios.

—¿Qué ocurre? ¿El tiempo te pone de mal humor?

Tú me pones de mal humor.3

Qué cojones, ¿por qué solo lo digo por dentro?

—Tú me pones de mal humor.106

Se muerde el labio y cierra los ojos.

—Vale, quizá tengas hambre.1

—No. Quizá no. Mi humor se debe a que nunca debiste subirte en mi


coche y arruinarme las jodidas vacaciones de este modo.11

—Ya estamos con tu amado jodido.23

Resopla como si la indignada fuera ella o tuviera derecho a estarlo.1

Recoge una bolsa y me la tiende.

—Ten, come, se te calmarán los diablos.28

Empujo la bolsa levemente.

—Los diablos se me calmarán cuando te tenga lejos —murmuro.9

—Hay dos cosas que ponen de mal humor a un tío: que su equipo
favorito pierda y el hambre. Puedes remediar lo segundo.40
Me vuelve a tender la bolsa.

—No sabes nada de tíos —me burlo, empujando la bolsa de nuevo.1

No va mal encaminada pero, pff, somos algo más que deportes y comida.
También están... está... ¡ese no es el tema, ¿vale?!123

—Sé lo que me hace falta saber.

Vuelve a mover la bolsa en mi dirección y yo la vuelvo a apartar. Así dos


veces más.

—Espera, ¿esto se debe a que estás a dieta? —Sus ojos verdes bajan
por mi mandíbula y siguen bajando por mi cuello hasta el final de mi
camiseta.21

Observo cómo mira mi cuerpo porque al parecer se pone nerviosa


haciéndolo, pero rápidamente lo disimula.13

—¿Se trata de eso? ¿Estás a régimen?

—¿Tú me ves con cara de idiota?1

Sacude su cabeza, perdida de repente.5

—¿Qué tienen de relación lo uno con lo otro?2

—Que solo la gente idiota hace régimen o como mierda se diga la


estupidez esa.

Su entrecejo se arruga poco a poco hasta que le quedan marcadas tres


líneas severas.4

—Yo he hecho dieta varias veces en mi vida.20

—Entonces déjame decirte que has actuado como una idiota varias
veces en tu vida.3
Sin quererlo, lo juro, mis ojos se separan de los suyos y se desplazan
hacia su pecho, luego hacia su vientre y ahí es cuando la voz de mi
conciencia me grita para que arrastre mis jodidas pupilas de nuevo hacia
arriba.19

—Estás... bien —sacudo una mano en su dirección— así.4

—No es de idiotas, Derek. Para algunas personas resulta saludable.

—No hay nada más saludable como comer —replico.4

Sus cejas suben y sonríe, luego sus pupilas se agrandan. Es como un


poco fascinante ver lo genial que se ven sus ojos haciendo eso cuando
sonríe.27

—Oh, tú mismo lo has dicho —vuelve a tenderme la bolsa—, ahora come.

Mierda. He cavado mi propio hoyo esta vez.20

—No quiero comer, come tú.

—Está bien —se encoge de hombros.6

Recoge la otra bolsa y saca de ella una hamburguesa envuelta con papel.
Al principio me centro en contar las miles de gotas que caen a toda
mecha por mi ventanilla, pero luego, cuando empieza a ronronear lo
deliciosa que está la maldita hamburguesa, comienzo a sentirme
tremendamente hambriento.13

—¿Te gusta joderme, verdad? —Le gruño.25

Ella cierra los ojos saboreando la hamburguesa como solo lo hace la


gente que aparece en el anuncio de comida rápida y luego se relame los
labios.2
—¿Joderte de qué forma? ¿Así? —vuelve a darle otro mordisco y repite
todo el patético proceso.3

—Parece como si la hamburguesa te provocara orgasmos —me burlo.136

Tengo que apretar los labios con fuerza para no reírme cuando abre los
ojos y se atraganta.2

—Yo solo quería darte hambre —dice, riendo y tosiendo a la vez.31

—Pues casi como si estuviera viendo porno.59

Su cara se pone como un tomate.

—¡Jesús, que cochino eres!24

—¿Quién te mandó a subirte en mi coche, niña?19

Pone sus ojos en blanco, resoplando.

—No me llames niña.

—Te llamaré niña si me da la gana, justo como ahora me voy a comer


esa hamburguesa porque me da la gana. Hago cosas porque me da la
gana, ¿de acuerdo?131

Hay una sonrisa de diversión en su cara cuando recojo la bolsa y agarro


la hamburguesa como si estuviera furioso con ella.3

—Bien —se encoge de hombros—. ¿Te da la gana beberte tu refresco o


debemos esperar para eso?

La fulmino. Ella se ríe. No sé qué le hace tanta gracia.1

—¿Has tenido novio alguna vez, niña?8

Asiente tragando el sorbo que acaba de darle a su bebida.


—¿En serio? ¿En qué cementerio enterraron al desafortunado?130

Los ojos se le salen de las órbitas y me mira indignada. Yo me relamo los


labios ahogando una carcajada.

—¡No ha muerto!

—Oh, entonces debe ser cierto lo que dicen por ahí.

—¿El qué dicen por ahí?

—Que los milagros existen.188

Me fulmina y estruja un poco el vaso de su bebida entre sus manos.2

—Punto número uno: he tenido tres novios...12

—Que en paz descansen los otros dos —murmuro, ella gruñe entre
dientes.124

—Punto número dos: ninguno ha muerto. Punto número tres: eres cruel,
tus bromas son crueles.69

Me encojo de hombros masticando el bocado que acabo de darle a mi


hamburguesa.2

—Punto número cuatro: escupí en tu hamburguesa por las veces que me


llamaste niña antes. Ahora me siento muy bien.8

Rápidamente miro la hamburguesa asqueado. Bajo la ventanilla y sin


importarme que esté lloviendo a cantaros, saco la cabeza y escupo el
bocado.4

—¡Que zo...!22
Su risa impide que yo termine lo que planeaba llamarla. Se sostiene el
vientre y su pecho se agita casi compulsivamente. Acaba de tomarme el
pelo la jodida.14

—¡Eres de lo peor!

—Tú no puedes decir algo muy distinto de ti —me dice, aún entre risas.

Me muerdo el labio algo quemado por haber caído como un tonto. Tomo
su hamburguesa y le paso la que hasta ahora era mía.

—Por si acaso.

—No había escupido en ella.

—Igualmente.2

Le da dos mordiscos para mostrarme que la hamburguesa está deliciosa


y totalmente limpia pero yo igualmente no pienso volver a tocarla. Elba
recoge el mapa que estaba guardado en la guantera y lo ojea mientras
sorbe por la pajilla de su bebida.

—¿Sabes? —Dice mientras mastica—. Siempre quise hacer esta ruta en


caravana con mis padres.

Me llevo mi bebida a los labios y le soy un sorbo, mostrándome


desinteresado.

—¿Y lo has hecho?

—No. Ellos siempre están ocupados.

No digo nada. No quiero tener ningún tipo de confianza o amistad con


ella, así que me limito a emitir un "oh" sordo.
—Es jodido hacer como si no tuvieras padres cuando más de medio país
los conoce —murmura, más para ella misma que para mí.11

¿Más de medio país? ¿Acaso su padre es el presidente y su madre la


primera dama? Esto es raro. Si sus padres son tan públicos como ha
querido insinuar, ¿por qué cree que ocultarse le va a resultar fácil? Hay
algo que no entiendo aquí, hay algo que no me cuadra. Solamente aún
no sé del todo lo que es.1

—Olvida eso —dice sacudiendo la cabeza cuando se da cuenta y luego


murmura—: creo que ya me has pegado tu dichoso jodido.

—La ruta estará ahí siempre —comento, sin mucha emoción en mi voz.

—Lo sé. Los que no estaremos siempre seremos nosotros.8

Aparta la mirada hacia el cristal empapado de su ventanilla y sigue


tomando su bebida. El sonido de las gotas cayendo y los truenos son lo
único que se escucha por un buen rato.

—¿Cuál era ese lugar al que te llevaban? Siento curiosidad.

No dice nada por al menos cinco minutos.

—La curiosidad mató al gato —dice simplemente.28

—Por suerte no soy un gato, vamos, cuéntamelo.41

—Hoy no.3

¿Y quién te ha dicho a ti que habrá un mañana entre nosotros?, me


pregunto para mí mismo sin poder evitar arrugar la frente.6

—Tengo sueño y esta lluvia no parece acabar nunca —dice, ladeando el


cuerpo en el asiento y abrochándose la chaqueta de Hanah—. Dormiré
tan solo —bosteza— un ratito.13
—Por mí te puedes dormir por diez horas seguidas —murmuro
demasiado bajo—, me harías un favor.5

Me quedo en absoluto silencio excepto por el ruido que forma la tormenta


de allí afuera. Tomo el móvil de Hanah y lo desbloqueo. Lo primero que
hago es revisar la cobertura, hay poca. Luego la galería, tiene un montón
de fotos, la mayoría de ella y sus amigas, aunque yo también salgo. Su
música está llena de voces de chicos fuera de mis gustos, ni siquiera sé
cómo se llaman y ya ni hablar de que alguna vez escucharé alguna de
sus canciones. Cuando miro la hora son las diez pasadas de la noche y
tengo la vista cansada. Lo mejor será que me duerma un rato antes de
levantarme para conducir sobre el camino que hemos dejado atrás.24

No sé lo que ha sido un rato, pero hay algo que me está vibrando en la


mano y me despierta. Es el móvil de Hanah, está recibiendo una llamada
de un número desconocido.6

—¿Sí?

El latido de mi corazón se detiene cuando oigo el sollozo de alguien por


la otra línea.

—Pensé que era una broma —absorbe fuerte por la nariz—, pensé que
era una maldita broma.10

Me enderezo del asiento reclinado y me restriego un ojo con la mano


libre. No tardo en notar que es de día y que el sol está brillando con
fuerza. No sé cómo no me he despertado con toda esa luz. Joder, ¿qué
hora es?

—Hanah yo...

—Ni te atrevas hablarme —llora—, no quiero escucharte.24


—Hanah, deja que te explique...

—¡No! Olvídalo. Me llega un poco tarde que quieras hablar conmigo.

—Oye, tan solo déjame...

—Pasaron 24 horas, Derek. No una, ni tres, ni diez, ¡fueron 24 horas


enteras completamente sola en un país que no conozco! ¿En qué
demonios estabas pensando?

—Hanah, escúchame, yo no...

—Ya he logrado llamar a mis padres —me interrumpe—, esta tarde


tengo mi vuelo de vuelta a casa. Por mí como si no vuelvo verte nunca
más, Derek.

—Hostia puta, Hanah no, por el amor de Dios.5

—¿Por el amor de qué? —Se ríe— ¡Eres patético! ¡Eres un inmaduro!


¿Qué clase de persona con tu edad le hace eso a su novia? Olvídate de
mí, imbécil. Pensé que podría seguir tragándome tu actitud infantil y
pasota como todo lo que me he estado tragando siempre por ti, pero con
esto has colmado mi paciencia.1

Empiezo a desesperarme. Ella está histérica.16

Sabía que se pondría así, me lo imaginaba. Era de esperar. Pero


confiaba en ser capaz de arreglarlo, de tener algo que decirle, de poder
explicárselo, pero no me deja. Me acabo de despertar de solo Dios sabe
cuántas horas de sueño y no tengo nada claro. Mi lengua está enredada
y no sé cómo justificarme. Todo esto simplemente está pasando
demasiado rápido.

—Hanah...
—Volveré a mi casa. Las vacaciones aquí se han acabado para mí.
Adiós.

—Dios no, ¡tienes que escucharme antes!4

El pi-pi-pi de la línea colgada comienza a sonar y me aparto el móvil


cuatro veces para poder creer que de verdad acaba de cortar la llamada.
Lo ha hecho.5

—Esto no puede haber pasado —digo, buscando la llamada para


devolverla, pero no puedo ya que ha llamado desde un número
desconocido— ¡esto no puede haber pasado así, joder!17

Salgo del coche corriendo hacia el maletero, lo abro y rebusco en su


maleta. No puedo creer que por una vez haya sacado de sus cosas algo
que no fuera su móvil, pero esta vez lo ha hecho. Había sacado sus
papeles y de seguro los llevaba encima cuando salió del coche.
Guardaba un poco de esperanza en que sus documentos siguieran aquí
y no pudiese salir del país. Sé que suena muy egoísta, pero no quiero
que se vaya. No porque me deja solo, con dos billetes de vuelta
reservados para dentro de un par de meses, sino porque se va creyendo
algo que no es. Está bien, sí la dejé tirada pero no exactamente por lo
que ella cree.9

Esperaba que se enfadara mucho, pero también esperaba que me dejara


explicárselo, no que llamara a sus padres y cogiera un avión de regreso
el mismo día. Ahora sí, ahora sí que puedo olvidarme de ella. Jamás en
la vida me van a dejar estar a dos metros de ella después de esto.11

—Joder —vocifero mientras regreso hacia delante— ¡todo esto es su


maldita culpa!
No entro en el coche porque ahora mismo lo menos que quiero es tenerla
cerca. Sigo puteando al condenado mundo entero mientras estampo una
de mis botas en la rueda del jodido todoterreno. La rabia no se calma y
necesito gritarle a alguien, necesito culpar a alguien a los cuatro vientos
e instintivamente miro en su dirección. Sus ojos verdes están abiertos
como platos y me miran asustados. La señalo con un dedo y luego
vuelvo a pegarle otra patada a la rueda.1

—¡Esto es tu puta culpa!13

Se tapa la boca con una mano cuando rodeo el coche acercándome a la


puerta de su asiento.

—Derek, respira, por favor —balbucea cuando abro la puerta.

—¡Sal!60

—No pienso salir.

—¡Maldita sea, sal!11

Saca un pie recelosa y yo la agarro del brazo para sacarla de una vez.
Su cuerpo se pone rígido, como si se preparara para recibir un golpe.

—¡Me haces daño!

—¡Y tú me has jodido por completo!

—Oye, Derek, suéltame.

—No niña, ahora me vas a escuchar.40

La arrastro hacia el capó para apoyarla ahí pero en milésimas de


segundos en las que intento hacerlo, su rodilla roza mi entrepierna.
Bueno, decir rozar es quedarse corto.1
—Puta madre, mis pelotas —gimo antes de caer sobre mis rodillas y
luego retorcerme de dolor en el suelo.5

—Ay, Dios... ¡yo lo siento mucho! ¡Fue un completo reflejo!45

Esa niñata es la jodida hija del mismísimo demonio. Y, Dios, ¡que dolor!
Juro por mi madre que estoy viendo estrellas. La cabrona me ha hecho
ver la constelación entera.94

—¿Qué... diablos... tienes... tú en la cabeza, eh niña?3

Puedo ver cómo se tapa la boca, no sé si para evitar la risa o por otra
cosa. Se arrodilla a mi lado y me toca un brazo con un solo dedo como si
fuera a tocar a un muerto.3

—Lo siento, pensé que te ibas a poner violento conmigo —me toca un
hombro—. ¿Estás bien?

¿Qué coño le hace pensar que estoy bien?

—¡No! ¡Claro que no! ¡Acabas de dejarme estéril, idiota!81

Al segundo de terminar la frase siento su palma abierta girándome la


cara.17

—¡¿Pero qué coño te pasa ahora?! ¡¿Estás loca?! —bramo, más


desorientado aún.2

—No me vuelvas a insultar nunca más.94

Se levanta, se sacude el pantalón y me rodea dejándome ahí tirado.


CAPÍTULO 6
Moraleja: una patada en las pelotas duele más que cualquier otra cosa
en tu puñetera vida.73

Es una moraleja de mierda.3

En realidad no creo que esa sea la moraleja real. Quizá sea: cuando te
vuelves gilipollas con la chica equivocada te vas a llevar una patada en
los huevos. Sí, quizá es esa.

Ahora, ¿se supone que debo pedirle perdón? ¿Yo? O sea, vamos a ver,
ella me da una patada y se encierra en el coche, de morros, de brazos
cruzados y echando humo. ¿Esta tipa es normal?81

Lo que no es normal es el clima que hace en esta condenada ciudad.


Treinta minutos sentado en el asfalto apoyado en el jodido coche me ha
servido para dar fe de ello.1

—Hace frío, quiero entrar —le digo desde afuera.6

Ella me tuerce la mirada y se cruza más de brazos.

No va abrirme.

—¡Eres una infantil!3

Se señala con un dedo y la veo vocalizar: ¿Yo?5

—¡Sí, tú! —Exclamo—. ¡Todo esto es culpa tuya y encima tienes la cara
de enfadarte!28

Furiosa abre la puerta del coche y sale dando grandes zancadas.


—Primero: no me grites. Segundo: todo no es culpa mía, acepta que tus
errores también son culpa tuya. No puedes vivir echándole la culpa de
todo lo que haces mal a los demás.81

¿Cómo?

Se me escapa una carcajada de indignación.

—¿De todo lo que hago mal? ¡¿Perdona?! Si te ayudé fue porque tú me


engañaste. ¡Si dejé allí tirada a mi novia fue por tu puñetera culpa!27

—¡No, qué va!

—¿Encima te atreves a negarlo? ¿Niña, tu cerebro funciona bien? Claro


que es tu culpa.

—No toda. Yo no te puse una pistola en el pecho...54

—¿Cómo qué no? Literalmente no, pero me enredaste con toda esa
actuación de mierda de niña secuestrada. ¡Hiciste que me lo tragara y
que abandonara a la chica que más he querido en medio de la puta
nada!31

—¡Si la hubieses querido de verdad alguna vez jamás la hubieses


abandonado, jamás te hubieses ido dejándola tirada! ¡Tú no la querías!201

Me callo de golpe y me echo atrás como si sus palabras me hubieran


empujado físicamente.

¿Acaba de atreverse a decir lo que acaba de decir? ¿Ha dicho que


nunca he querido a Hanah? ¿De verdad lo ha hecho?27

Realmente no me esperaba que me soltara tremenda estupidez.

—Mira niña, me estás tocando lo que no suena —le gruño, entre dientes,
apretando los puños y controlándome para no comérmela a gritos. Eso la
última vez terminó conmigo en el suelo retorciéndome de dolor y con las
manos en la entrepierna.16

—Lo admito, te engañé e hice un poco mal en pedirte tremendo favor,


pero no me culpes de que tu novia te haya dejado. No la querías.59

Aprieto más los puños. La sangre me está hirviendo cada vez más y más.

—¡Cállate! ¡No sabes nada sobre nosotros!

—Claro que sí. Si la hubieses querido, hubieses dado la vuelta hace


muchos kilómetros atrás. Yo te hubiese importado una soberana mierda
en comparación con ella, pero no lo hiciste, no giraste el volante y
volviste a esa gasolinera, ¡no lo hiciste!19

—¡¿Quieres callarte?!

—¡Lo haré cuando dejes de culparme de todo!

—Agg, cállate de una vez. Solo haz eso, maldita sea, cierra la boca.2

Por muy improbable que me parecía, acaba haciéndolo: se calla. La miro


de reojo mientras apoyo las dos manos en mi cintura. Se muerde el labio
inferior como si supiera que acaba de pasarse de la raya.

—No quería decir...27

—He dicho que te calles, joder —gruño.1

Elba retrocede sin darme la espalda, asiente y vuelve al coche. Escucho


como la puerta se abre y se cierra y entonces comienzo a maldecir a
todo lo que se me pasa por la mente.

¿Cómo puede creer que no quiero a Hanah? ¿Cómo ha podido soltarme


esa mierda? No es mi culpa. Fue culpa suya. Todo lo que va mal en mi
vida en este momento se lo debo a ella, nada tiene que ver conmigo. ¿O
sí?

«Sabes perfectamente que no estaba del todo equivocada cuando ha


dicho todo eso, Derek.»

—Cállate —murmuro solo para mí.12

Camino hasta la esquina de esa calle y pateo una farola


aproximadamente unas cincuenta veces antes de sentarme en el bordillo
con la cabeza gacha. No me doy cuenta cuando comienza a llover de
nuevo.6

Esta lluvia definitivamente se está partiendo el culo a mi costa.3

—Derek yo...

—No me llames... —comienzo a decir, entrando al coche que ya no está


con el seguro, pero no termino de hablar.

—¿Qué?8

—Eh... nada. Quiero decir, no me hables.2

Veo de reojo como sus labios se fruncen.

No sé por qué, pero no me da la puñetera gana de que pronuncie mi


jodido nombre. Lo hace sonar raro incluso para mí, ¡y es mi nombre, el
de toda mi vida!2

—Solo quiero decirte que lo siento.

—Me vale.1

—¿Te vale?6

—Me vale una mierda que lo sientas.64


—Oh Dios —murmura entre dientes y esconde su cara entre sus manos.3

—Y te he dicho que no me hablaras.

Pasan los minutos así. De nuevo estoy contando las gotas de lluvia que
se resbalan por el cristal y a la vez pensando en lo que Elba ha dicho.6

¿Cómo ha podido decir que nunca he querido a Hanah de verdad? Ella


no tiene ni la más remota idea de nosotros, no puede ni debe opinar.
Aunque tampoco soy capaz de enfrentar sus palabras. Más que nada
porque eso es lo que parece; que nunca he querido a Hanah. Debí dar la
vuelta cuando pude. Mejor dicho, nunca debí irme de allí.9

Esta situación es jodida.

Nadie habla por lo menos durante una hora, todo el tiempo que dura la
lluvia hasta que para un poco.

—Deberíamos buscar un hotel —dice.60

Eso me toma totalmente por sorpresa y mi primera reacción es arrugar el


entrecejo.4

¿Qué acaba de proponer?

—Antes de que puedas interpretarlo de otra forma, solo lo digo porque la


calefacción del coche en algún momento no nos servirá para protegernos
de tanto frío. Llueve cada vez que respiramos y el coche se va acabar
congelando.6

La miro vacilante.

—Que haya aceptado estar en el mismo coche que estás tú por culpa de
la lluvia no significa que vaya a irme contigo a buscar un hotel.1
Su mandíbula se tensa como si estuviera dispuesta a contraatacar e
iniciar otra guerra, pero llena sus pulmones de aire y se relaja.1

—Derek...

—No me hables —la corto.

Sí, definitivamente suena raro cuando lo dice ella.11

—Te hablaré si me da la gana.

—No quiero escucharte.1

—Vamos a morir congelados.

—Eso promete más que dormir contigo.22

Su cara entera se arruga ante mis últimas palabras.

—Espera, espera, espera. Espera un momento.2

Sacude su cabeza, luego abre la boca y vuelve a sacudirse.

—¿Quién te ha dicho a ti que yo quiero dormir contigo? Ni hablar. ¡No,


por Dios, no!36

La miro suspicaz levantando una ceja.

—Jamás.

—Ya, claro.

—En la vida.

—Sí, por supuesto.

—¡Que no! —comienza a reír nerviosamente.3

—¿Y ahora por qué te ríes?


—Porque me hace gracia que puedas llegar a creer semejante...
semejante disparate.3

—Cuando invitas a alguien a buscar un hotel no suele ser para montar


una fiesta de pijamas precisamente.7

—Obviamente no. Se supone que si buscas un hotel en medio de un


viaje es porque estás cansado y quieres descansar.21

Esta vez el que arruga la cara soy yo.

¿En qué mundo plagado de inocencia y retraso vive esta niña?59

—¿Nunca te han llevado a un hotel?

Su entrecejo se arruga con esas tres líneas.

—Vuelvo a preguntarlo de otra forma: ¿ninguno de tus tres ex novios te


llevó nunca a un hotel?

—¿Qué te hace creer que...? —De repente se calla, abre los ojos y se
muerde el labio.

—¿Alguien te conectó el cerebro por fin?37

Abre la boca para responder pero no lo hace, simplemente me aparta la


mirada.

—Pensé que había dejado claro que mi propuesta quedaba fuera de


cualquier mala interpretación. Si fuéramos a un hotel los dos juntos, me
aseguraría de que mi habitación se encontrara en el lado opuesto a la
tuya.

—Para empezar, yo jamás iría a un hotel donde estuvieras tú.


—Genial, pues búscate uno porque el de ese cartel del fondo me lo pido
yo.53

Levanto la vista y a los lejos, como a cuatro o cinco manzanas, veo una
enorme flecha parpadeante de color verde que señala a un cartel donde
se lee Hotel en grandes letras fluorescentes. Creo que el cartel se puede
ver desde dos pueblos más allá.

—Y te deseo suerte, porque no parece que hayan muchos hoteles por


aquí.

—Como si tengo que dormir en una caja de cartón llena de pis de perro.8

Su mirada fulminante me enfoca. Con esos enormes ojos puede hacer


que cualquiera note sus expresiones, sobre todo las directas, como
cuando te mira directamente o te fulmina.

—Tanto orgullo acabará envenenándote.

—Pues que empiece ya, lo estoy deseando.10

Pone los ojos en blanco.

Al parecer sus ojos son la fuente principal de todas las emociones que
quiere expresar.5

—Eres imposible —Murmura. Se baja del coche pero no cierra la


puerta—. ¿Crees que podría...? O sea, pregunto... ¿me prestarías algo
de su ropa? —Levanta un brazo y lleva su nariz hasta su axila—. Puede
que esta ya huela un poco mal.39

Cierro los ojos pesadamente por no hacer otra cosa más desagradable
todavía.
Que use la ropa de Hanah es lo último que quiero. Que le prestara su
chaqueta fue algo muy distinto, entonces creía que estaba en problemas
y estaba tiritando, fue solo amabilidad. Ahora... ahora sería estupidez
severa por mi parte.

—¿No puedes lavar tu ropa?

—¿Y estar en toalla mientras se seca?

Dios, mátame ahora o haz algo pero quítamela de encima.4

—Está bien. Coge lo que quieras de su maleta.55

De todas formas no creo que la vaya a necesitar ahora. Ahora que se ha


ido.

Eso es algo que también tengo que pensar. ¿Qué voy a hacer? ¿Volver a
casa? Ella fue la que consiguió los billetes, que yo intentara adelantar el
vuelo sería en vano. La única que podría hacerlo es ella.

Mierda. Al parecer tengo que quedarme en este jodido país.18

Un trueno me devuelve al presente y veo a Elba cerrando el maletero.

—Esto me servirá. Gracias.

Ruedo los ojos y me encojo de hombros.

—Bien por ti.

—Vamos, va a llover otra vez.

Niego con la cabeza y enciendo la radio para hacer más evidente que
prefiero congelarme en el coche que ir con ella.

—Solo una pregunta —añade—, ¿serías capaz de irte con mi coche?9


La miro a través del cristal, totalmente neutro ya que ni se me había
ocurrido la posibilidad de hacerlo, aunque tampoco sabría adónde ir. Ella
se piensa su misma pregunta y abre la boca antes de que yo lo haga.

—Olvídalo.

Se da la vuelta y comienza a alejarse. Es de día pero está tan nublado


que parece media tarde.

Efectivamente, después de los primeros veinte minutos otra tormenta


comienza a caer. Salgo del coche, como un perro con el rabo entre las
piernas, recojo mi mochila del maletero y camino cabizbajo hasta el hotel.
Al entrar la veo a ella sentada en la escalera apoyando los codos en las
rodillas y la cara entre las manos.

—¿Es él? —le pregunta una señora menuda que está detrás de un viejo
mostrador de madera.

—Es él —confirma ella.

—Pues no os parecéis en nada para ser hermanos.

—Es complicado, somos de diferentes madres —miente.

La miro con el ceño fruncido pero ella no hace nada, simplemente se


limita a sonreír de lado.

—Estáis de suerte, tengo dos habitaciones. Una en cada punta.24

—Genial. No nos soportamos. Nuestro padre nos pagó este viaje para
llevarnos mejor, pero puedo asegurarle que nos acabaremos matando
como sigamos juntos un solo segundo más.

—Entiendo —finaliza la señora con un asentimiento de cabeza.

Elba se levanta para recoger una tarjeta y la otra me la pasa a mí.


—¿Es mudo?19

Elba le niega con la cabeza.

—No, solo asocial.3

—Tú pareces la favorita de tu padre.40

Ante ese comentario su cara cambia repentinamente, pero de inmediato


finge que no ha pasado nada y le dedica otra sonrisa.

Acabo de pillar algo más: la mención de algún sentimiento sobre su


padre al parecer le afecta. Solo que sabe disimular.

Y hablando de disimular, de nuevo lleva las gafas de sol puestas. ¿Por


qué se las pone cada vez que sale del bendito coche? Necesito hacerle
unas cuantas preguntas. Hay algo que me sigue sin cuadrar con ella.32

—Que descanséis.

—Gracias —respondo yo esta vez.

La señora abre los ojos, creo que notando que obviamente mi acento es
diferente al suyo. Cuando le doy la espalda pongo los ojos en blanco y
sigo a Elba.6

—Tu habitación es por ahí —señala a las escaleras opuestas.

—Necesito hablar contigo —tomo su codo y la arrastro escaleras arriba.6

Cojo la tarjeta de su habitación con el número 32 y busco la puerta con el


mismo número. No la suelto mientras cruzamos el pasillo y ella tampoco
se intenta zafar. Me esperaba que pusiera resistencia.

—Bien, quiero saber ahora mismos por qué demonios utilizas gafas cada
vez que sales del coche —le pregunto, entrando a la habitación y
encendiendo la luz al cerrar la puerta—. Te las pusiste para ir al banco a
retirar dinero, para comprar las hamburguesas y ahora para alquilar un
par de habitaciones. ¿Por qué te ocultas, Elba? Y quiero una respuesta
real.4
CAPÍTULO 7
—Espera... ¿qué?

La carcajada de fingida despreocupación que deja escapar es más falsa


que decir que tres más dos dan ochenta y cuatro.28

—¿Qué te pasa, Derek? ¿Estás aburrido y te inventas cosas o qué?

—A ver, niña...1

Levanta una mano justo delante de mi boca.1

—Por favor.

—Está bien. Te llamaré Elba, pero quiero que respondas.2

—¿Responder a qué?1

—A la pregunta que te acabo de hacer, me estás evadiendo y no eres


muy sutil en ello.

Arruga la frente como si no supiera de lo que estoy hablando y comienza


a retroceder.

—Son imaginaciones tuyas.

—No, no lo son. Te he visto usando gafas de sol cada vez que has tenido
que mostrar la cara.

Sus hombros parecen volverse de acero, rígidos.

—¿Qué ocultas? —doy un paso hacia ella pero ella da dos más hacia
atrás.2

—Derek, estoy cansada, deberías irte a tu habitación.

—Y lo haré.
—Gracias.

—Cuando me digas qué demonios está pasando ahora. Solo la gente


que tiene algo que ocultar se oculta.8

—Mira que filosófico nos has salido, Derek —se burla, luego comienza a
reírse—. Por favor, realmente estoy muy cansada para aguantar esto.1

—No me voy a ir hasta tener una respuesta.

Tapa su frente como si estuviera perdiendo la paciencia y resopla.

—Uso gafas de sol oscuras porque no me gusta el color de mis ojos,


¿estás satisfecho ahora? Bien, buenas noches.

¿Se cree que soy tonto o qué?

—Mientes.15

—No, no miento. Es verdad, no me gustan mis ojos.

Aparto la mirada de ella y busco la puerta del baño, ahí debe haber un
espejo. Creo que la localizo, la conduzco hacia ella y luego enciendo la
luz.

—Mírate —le ordeno.

—¿Por qué?

—Porque quizás no has notado de qué color son tus ojos.

Arrastra dichos ojos hacia arriba y los entrecierra.

—Son verdes, los odio.26

—Mientes.

—No, ¿por qué crees que miento?


—Porque nadie que tenga los ojos verdes puede decir que odia sus
ojos.115

—¿Y tú qué sabes? Por cierto, ¿de qué color son los tuyos? —Agudiza la
mirada, observándome fijamente, pero regreso al salón antes de que
pueda notarlo.16

—No me cambies el tema.

—Ya te he dicho lo que querías saber.

—No me lo creo.

—Ese es tu problema.

Me vuelvo hacia ella, está apoyada en el marco de la puerta.

—Dime, ¿tienes algún fetiche con la gente de ojos verdes? Me ha


parecido que te gustan los míos.2

—No.

—¿De verdad?

—A todo el mundo le gustan los ojos de color verde, no es algo raro.

—Claro... —sonríe de una manera extraña que... definitivamente no me


gusta.1

—Para tu información, yo soy más de rubias.45

Le doy la espalda de nuevo y camino hacia la puerta.

«Es lista. Quería echarte de su habitación y es lo que ha hecho. Bravo


por ti, Derek, que ni siquiera te has enterado de que has acabado
cediendo.»2
Mierda, la pregunta que le hice.

Me vuelvo a girar y la apunto con un dedo.5

—Responde.2

—Creía que te ibas.2

—No te dejaré dormir si no me das una respuesta real.

—Antes era rubia. Ahí tienes tu confesión real.22

—¿Qué?59

Arrugo la frente tanto como puedo. Esa no era la respuesta que le estaba
pidiendo.

—Debiste haber especificado, ahora largo.

—Sabías perfectamente que me refería a la pregunta que te hice antes


y... cómo... ¿cómo que antes eras rubia? ¿Qué mierda significa eso?11

Levanta una ceja y se muerde el labio como si ahogara la risa.

—Pues significa que, antes de que esto fuera negro —dice, tomando un
mechón de su pelo—, era rubio. Ya sabes, amarillo, el color ese de los
pollitos.35

Se está burlando de mí, lo sé. Vamos, no hace falta ser un lumbreras


para darse cuenta.

—¿Por qué usas gafas de sol siempre que sales? —vuelvo a insistir.

—Buenas noches, Derek —me da la espalda volviendo a entrar al cuarto


de baño.

—No quieres que te reconozcan, ¿es eso, verdad?16


Mi pregunta la hace detenerse. Se vuelve a girar y se cruza de brazos.

—Si lo has olvidado, estoy huyendo. Querer que no me reconozcan es


una idea lógica, ¿no crees?16

—Pero dudo mucho que por aquí alguien pueda reconocerte.

Su vista viaja por diferentes puntos del salón, no quiere mirarme.

—Es complicado.3

—¿Quiénes son tus padres?

—Derek, basta ya, ¿de acuerdo?

—No. Quiero saber de quién eres hija.

—Podrás vivir sin saberlo, créeme.

—Mis padres son Cecile y Gary Gibson, tu turno.41

Suelta una risilla y menea su mano en el aire.

—Esto no funciona así.

—¿Por qué no quieres decirme quiénes son tus padres? Pareciera que
los quisieras ocultar de tu vida.

—No quiero ocultarlos, simplemente quiero olvidarlos. No les perdono lo


que me hicieron.4

—Ellos son tus padres, podrán estar jodidos y ser los más plastas de
todo el país, pero no creo que hayan querido hacerte daño.

—Tú definitivamente no sabes de lo que hablo —resopla.14

—¿Cómo quieres que lo sepa si ni siquiera me dices sus nombres? ¿Me


has visto la cara de un jodido vidente o qué?21
Aprieta los puños y me mira con indignación.

Siendo sarcástico, no sé quién debería estar más indignado ahí.

—¡Has pasado el trayecto entero haciéndome tragar tu mierda de


carácter, ahora no vengas dándotelas de preocupado por saber lo que
pasó, pasa o pasará en mi vida!

De un paso brusco entra al baño y da un portazo.

—¡Y desaparece de aquí!

No me gusta nada que me griten y ella acaba de hacerlo. Eso solo


provoca que mi sangre se caliente hasta el grado que comienza a
hervirme por dentro.1

Aprieto los puños.

Sí, tengo que salir de esta asquerosa habitación.

Tengo que hacer algo para no pegarle una patada a lo primero que se
cruce en mi camino y más tarde tener que pagarle daños al hotel.

Cuando me asomo por la ventana de la habitación que me ha indicado la


insoportable de la recepcionista, me quedo mirando mi viejo coche aún
atado al todoterreno negro.

Por suerte ha parado de llover y aunque el día sigue tan oscuro como la
noche, se puede caminar por la calle.

Con la cantidad suficiente de combustible (que he comprado en una


tienda rara de cojones y que llevo guardada en los asientos traseros) y
unas cuantas cerillas este día puede molar un poco.

Me subo en el coche de la niñata esa y conduzco hasta encontrar una


parte bien alejada (o al menos eso me parece a mí) del pueblucho ese
con complejo de ciudad. Creo que me he perdido, pero eso no me
supone un problema ahora mismo. Mi atención está puesta en incendiar
un coche y verlo arde. Nada más. No me interesa saber si podré o no
volver a la habitación de ese hotel.23

La verdad, nunca me había planteado en mi jodida vida montarme


literalmente en un coche para llenarlo de combustible, pero me sorprende
el hecho de que me haya quitado el enfado. Digamos que ha sido un 2x1:
he borrado –quemado– una prueba que me relaciona con la huida –casi
secuestro por mi parte– de esa niña y me ha quitado el enfado.1

Tal vez el pirómano sea yo.2

Cuando ya no tengo nada más que echar, enciendo varias cerillas y las
voy lanzando. Al tirar la última me aparto, me siento en el capó del todo
terreno (situado inteligentemente y con anterioridad 20 metros más lejos)
y me cruzo de brazos esperando que se obre la magia.

Ese coche era lo más cercano a Hanah que me quedaba. Quizá


sentarme allí, aunque ya estuviera hecho mierda, me habría ayudado a
recordarla, pero, ¿para qué quiero recordarla? La cagué de la manera
más imbécil que puede haber en el mundo. Es obvio que no volverá
conmigo.1

¿Con qué clase de excusa le pides a alguien que te perdone después de


haberle hecho lo que yo le hice a Hanah? Y, más difícil aún, ¿qué grado
de bondad o estupidez tienes que tener para perdonar algo así?5

Estoy jodido porque la quiero. Por eso y porque tengo una excelente y
puñetera conciencia recriminatoria, pero es extraño que no me sienta
demasiado mal. No sé si sirve explicármelo a mí mismo, pero no siento
mucho más aparte de culpa. Y me resulta extraño porque era mi novia,
esto debería tener una consecuencia más perjudicial de lo que está
siendo. Sin embargo está siendo... raro. Es un poco de cabrones decirlo,
pero creo que la primera reacción brusca que tuve con Elba cuando
Hanah me llamó fue solo por saber que nunca más podría tener a la
chica por la que todo el mundo babeaba y se arrastraba. No quiero creer
que sea por eso, porque me dejaría como un gilipollas sin remedio, pero
sospecho que es cierto.

Sí, quizá sea un gilipollas y lo único que me duele de verdad es que no


me voy a volver a follar nunca más a Hanah.241

Estoy seguro de haberla querido, ¡de quererla joder! No puede ser que
eso sea lo que más me preocupe: no volver a acostarme con ella.

Bah, ¿para qué me estoy jodiendo con esto? Total, ya no hay caso. Ella
está en otro país, de seguro llorando en los brazos de sus padres y
maldiciendo mi nombre y hasta el último ser humano de mi
descendencia.22

Creo que ha pasado una hora, o quizá algo más de tiempo, cuando noto
que hay nubes en el cielo amenazando con volver a la mierda de antes:
llover como si fuera un puto diluvio.5

Ver a ese viejo y roñoso coche arder me ha gustado. Debería


arrepentirme, pero no. En realidad nunca debimos pagar para que lo
metieran a un avión y lo trajeran aquí, total ya estaba viejo para eso. Lo
que debimos hacer era haber alquilado uno nuevo aquí, no haber traído
esta vieja carroza. Pero claro, los recuerdos nos pudieron y nos
convencimos de que tener un recuerdo más con este coche lo haría
todavía más especial para nosotros. Y ahí está, quemándose.
Fíjate, podría usarse como analogía para describir lo nuestro. Ahí está, lo
nuestro y el coche, ambos me los he cargado. Al menos el quemar el
coche lo he hecho voluntariamente y ha resultado divertido.1

Ahora solo tengo que montarme en el todoterreno, dejar el coche en


llamas ahí y que la lluvia se entienda con ese desastre, conducir por
alguna parte y si acaso llegar al hotel. Si no llego, un bonito todoterreno
negro será completamente mío.13

Sin remordimientos. Mío. Sería como... cobrármelas, ¿no?7

Por mala suerte, y pese a la loca lluvia, acabo llegando al maldito hotel.
No sé cómo, tampoco tengo ganas de averiguarlo, pero cuando entro por
la puerta y veo que a la misma vieja antipática está sentada ahí confirmo
que no me he perdido, o que si me he perdido, he acabado volviendo
sobre mis pasos.5

Enciendo la tele y me dejo caer en la cama. No quiero saber qué hora es,
pero al parecer han pasado por lo menos cuatro horas. Con beber un
refresco me basta ya que no tengo hambre.1

Sin querer acabo leyendo la cantidad de grasas saturadas y toda la lista


de mierda que le ponen a esa cosa cuando la voz del señor del telediario
me llama la atención. No su voz, si no lo que acaba de decir.5

Chica. Diecisiete. Y desaparecida. 2


CAPÍTULO 8
—¿Qué coño estoy...?12

De un brinco me pongo de pie, me hago con el mando del televisor y le


subo el volumen.

El señor del telediario deja paso al espacio del periodista que lleva la
noticia y este comienza a hablar a toda prisa. Hay imágenes de una chica
pasando una y otra vez en un cuadrito en la parte superior izquierda de la
pantalla.

Me río, más por mi reacción tan tonta que por otra cosa.

—Esta no es ella —digo mirando cada imagen que pasa.1

Esa chica es rubia, tiene el pelo largo, viste como si... un momento.45

Un momento.1

¡Que alguien me dé un jodido momento para que mi cerebro procese


esto!13

—¿Más de 24 horas, Carl? ¿Me confirmas eso?14

—Exacto, como lo oyes, Jim. La hija de Bill James, Emma James, de


diecisiete, a punto de cumplir los dieciocho años, se encuentra
actualmente en paradero desconocido. No se ha confirmado nada
todavía, pero muy probablemente se trate de un secuestro, aunque no
descartan la idea de que ella huyera por su propio pie. En tal caso, la
policía está trabajando para dar con ella lo más pronto posible.58

Parad esto.

¿Bill James? ¿Ese hombre no es una clase de... senador en este país?
—Los adolescentes de hoy en día se mantienen conectados todo el
tiempo, Carl, ¿no han dado con ningún rastro en sus redes sociales,
teléfono móvil, tarjeta de crédito, algo? —Continúa preguntando el
noticiero.

—No. Emma James, por lo que se ve, ha desaparecido completamente


de la faz de la tierra. La policía está estudiando muy bien este caso ya
que les resulta extraño. Si fuera un secuestro, los secuestradores no
tardarían en pedir un rescate, sin embargo...

Le bajo el volumen hasta que queda completamente en silencio. Siguen


pasando las mismas fotos, creo que son seis en total.

La rubia que sale en esa pantalla es diferente a la Elba que se montó en


mi coche. No obstante, cuando te detienes delante de esa pantalla y
observas bien... ¡son suyos! ¡Son los mismos ojos grandes y verdes que
tiene ella!

Sin maquillaje, sin ese pelo tan largo y rubio, sin esa ropa tan cara, sin
nada de eso, solo con ropa arrugada, pelo corto y negro, queda
únicamente la chica que supuestamente me dijo que se llamaba Elba
Jones.

—Me ha mentido. —Doy un paso atrás enterrando mis dedos en mi pelo


y estirando—. ¡Me ha vuelto a mentir!57

Por puro impulso golpeo el pie de la cama de una patada y gruño


apretando los dientes.1

—¿Cómo puedo ser tan tonto? ¿Cómo?17

Andando de allá para acá el espacio de la habitación comienza a


reducirse, más y más cada vez.
Tengo que salir de aquí. Tengo que ir a buscarla y entregarla a la policía.

Bajo los escalones de tres en tres y abordo a la recepcionista apenas


puedo.

—¿Sigue ahí?

—Mierda, chico, ¿te han dicho que eres muy raro? ¿De dónde has salido?
—dice colocándose una mano en el pecho.14

¿A esto llaman hotel en este pueblucho? Yo ni siquiera lo llamaría motel.

—¿Sigue ahí o no?

—¿Quién? ¿Esa chica que supuestamente es tu hermana?

—Sí, esa.

Mira el reloj de la pared y chasquea la lengua.

—Me parece que no. Salió como hace un par de horas, según ella quería
estirar las piernas.

En pocas palabras me bajo del mostrador ya que casi me he subido allí y


me restriego la cara frustrado.

¿Se ha ido? ¿Acaso ha oído las noticias?

—¿Sabe adónde ha ido?

La mujer mira sus uñas mientras mastica para nada educadamente un


chicle al que acaba de arrancarle el envoltorio.

—Le dije que sería mala idea meterse en ese lugar, le ofrecí el bar de
aquí, pero ella se fue de todas formas.
Creo que su reputación de cabezota está quedando muy clara.

—¿A qué lugar se refiere?

Cabecea hacia la puerta.

—A una taberna de mala muerte. Tiene un enorme cartel con la sonrisa


de Cheshire.25

Creo haber pasado por la calle de enfrente a ese bar. Tenía un cartel
enorme, con la sonrisa endiablada de ese gato y con grandes letras
negras y verdes que decían "Joker".41

—No sé qué tiene el dueño por las sonrisas diabólicas, pero no me gusta.
Ni eso ni que mis clientes entren en su choza y luego vengan a dormir
aquí.

Le doy la espalda y me acerco a la puerta. Tres manzanas nos separan.


Esta señora debe estar realmente aburrida durante su jornada para que
sea capaz de no dejar pasar ningún movimiento desde su asiento hasta
tal distancia.

—Sí, yo la vi —responde a la pregunta que no le he hecho—. La vi entrar.

—¿Sola?

—Sí. Primero desapareció por una calle y luego la vi caminando de


nuevo en esa dirección. Supongo que a tu hermanita le gusta divertirse
idiotamente, o quizá lo que le gusta es buscarse problemas.4

Créeme, si fuera mi hermana ya me habría suicidado, porque es


completamente lo segundo al parecer.7

Abro la puerta pero ella me detiene.

—¿Tú también vas a ir?6


—¿Suele meter tanto las narices en las vidas de sus clientes?4

Oigo como explota una burbuja de chicle y sigue masticando. Me alejo de


allí caminando directo hacia el bar.2

Nada más llegar me quedo mirando al grupito de hombres que están


riendo con sus bebidas en mano en la entrada del establecimiento, para
llamarlo de una manera digna aunque solo por la fachada parece que no
se merece nada que lleve la palabra digno.

Al entrar, la oscuridad me ciega hasta que la vista se me adapta a tan


poca luz. Luego, a medida que me voy adentrando y tragando humo, las
bombillas van apareciendo y se puede ver más allá de dos centímetros.

El agujero este parece ser infinito. Mejor dicho, parece un túnel donde te
sirven bebidas en una barra.

Me sitúo entre dos mesas y como un radar comienzo a escanear cada


metro de ese sitio. Doy con varias chicas de pelo negro, pero si no es por
la melena larga, es por la ropa que utilizan.

No, Elba (o Emma, como jodidamente se llame) desde luego no llevaba


una minifalda.

«No, minifalda no, pero la ropa de Hanah sí.»

Mis ojos se cierran y se vuelven a abrir cuando no me creo lo que acabo


de ver. Ella está abrazando a un chico. Espera, no. Él la tiene acorralada
a ella. ¿Están hablando? No. Creo que él le está gritando.3

—¡He dicho que no, suéltame!

La oigo gritar desde donde estoy.

En efecto, ella no está con él por gusto propio.


Exhalo. Miro el techo y me pregunto por qué me tiene que estar pasando
esto a mí. Por lo visto se ha metido en problemas, en más aún, y, por lo
visto también, tengo que sacarla de ese.11

—¿Elba? ¿Puedes venir aquí, por favor? —Le digo a unos metros más
cerca de ellos.

Ambos me miran, ella con especial sorpresa.

Que no se atreva a mirarme como si yo fuera su héroe porque


definitivamente no lo soy. Quizá, en unas horas, si todo sale bien, seré su
Judas.39

—Lo siento, ella está conmigo, hermano.1

Oh, por Dios, odio este tipo de atrevimiento. ¿Acaso mi madre lo parió a
él también?90

—No soy tu hermano. Elba, ¿podrías hacer el favor de venir?

Ella intenta zafarse pero él no la deja.

Genial.

Me da la espalda como queriéndome dar a entender que me retire.


Realmente debería hacer eso y dejar toda esta mierda en la que estoy
metido. Sin embargo no sé por qué no lo hago, quizá porque me voy a
machacar a mí mismo si la dejo ahí sola, con un tío intentando pasarse
con ella.

—Oye, ¿podrías dejarla un minuto? Necesito hablar con ella.

—Lárgate, ¿vale?

—Suéltame —le dice ella apartando sus manos de sus muñecas, pero no
puede.6
—Oh, por favor, no quiere estar contigo. No seas un grano en el culo,
¿quieres?7

—Piérdete, hermano. No lo vuelvo a repetir.

Joder. ¿Cómo le digo a ese que él y yo no tenemos nada de hermanos


para que lo entienda?4

—¿Acaso no ves que le das asco? Pierdes el tiempo si intentas


conseguir algo.1

—He dicho que te largues.1

—Y yo que la sueltes pero ambos parecemos dos idiotas sordos. Si tú la


dejas, yo me largo.38

—Me estás cansando —dice empujándola contra la barra y acercándose


a mí con los puños cerrados—. Solo desaparece.

—Elba, vámonos de aquí.

De la nada, tan solo por haberlo desafiado diciendo aquello, él me clava


un puñetazo en el estómago.

—Dios mío, ¿pero qué haces?

Oh, puta madre. Respira, Derek, respira.8

—¿Quieres que siga?

—¡Apártate de él! —grita Elba o como coño se llame esa tipa


interponiéndose entre él y yo, que sigo aún encorvado sin gota de aire en
los pulmones.

¿Quién demonios me manda a mí a arriesgar el culo por ella?

—Quita —le dice él.


Veo los pies de ella moverse esquivando lo que creo que sería un
empujón por parte de ese imbécil, luego da un giro sobre sí misma y
escucho un alarido proveniente de la garganta de ese tipo. Cuando
levanto la vista la veo retorciendo el brazo de él.

—No vuelvas a intentarlo.

¿Qué mierda...?

—¿Has podido hacer eso todo el maldito rato y lo haces ahora, ahora
que tengo una costilla perforándome un pulmón?87

Ella (porque ya no estoy muy seguro de cómo llamarla a ciencia cierta)


traga fuerte y le retuerce más el brazo.2

—No iba hacerlo porque estaba borracho, solo esperaba que diera un
paso más en falso y lo noqueaba.

—Ya, claro... lo que dicen todas las personas fideo como tú —le digo
enderezando la espalda.1

Joder, el jodido es un animal pegando puñetazos.

—¡Suéltame, mierda! —grita él.

—Eh, peleas en mi bar no. Id fuera si queréis derramar sangre, este es


un lugar pacífico —grita un señor con un enorme bigote negro desde la
barra.22

Tomo su codo y la arrastro hacia la salida, haciendo que suelte a ese


cavernícola.

—¿Cómo supiste que estaba aquí?


—No es muy difícil adivinar qué lugares son los que frecuenta la gente
problemática como tú —le grito sobre el ruido de la música mientras
salimos.

Cuando ya estamos fuera ella da dos pasos alejándose de mí.

—¿Estás bien?

—Sí, pero tú no. Tú definitivamente no.

Su frente se hace con esas tres arrugas que ya me parecen casi típicas.4

—¿Yo?

—Sí, tú. Eres una especie de... niña psicópata que se escapa de todo el
mundo todo el tiempo.

Resopla como si fuera un caballo dando coces.

—¿Y ahora qué te pasa?

—¿Que qué me pasa? Eso mismo quisiera saber yo de ti. En realidad


tengo un montón de cosas que quiero preguntarte, empezando por tu
nombre.

Sus arrugas se profundizan más y se cruza de brazos haciendo ver que


no me ha entendido.

—¿Qué? Ya sabes que me llamo Elba.

—Ese es tu nombre falso, ¿o me equivoco?

Se pone inquieta y de los nervios comienza a menearse alarmada.1

—¿Qué? ¿De dónde te has sacado eso?

—¿Cómo te llamas de verdad?6


Vamos, Elba-Emma-Jones-James (astuto juego de nombres, por cierto),
miénteme una vez más para querer venderte todavía más.11

—¿De qué estás hablando, Derek?

—Dime, ¿tu nombre realmente es Elba Jones?

Se queda callada por un largo tiempo, un muy, muy, muy largo tiempo.

Mientras espero una respuesta, casi seguro de que me va a mentir de


nuevo, se oyen sirenas y aparecen las luces de los coches patrulla por la
calle. A toda velocidad se dirigen por la calle hasta el final de esta.

La miro, ella hace lo mismo y mira la otra calle, la que lleva al hotel.

—No pienso ayudarte más.1

—¿Los has llamado tú?

—¿A quiénes, a la policía? No —niego con la cabeza con toda la


tranquilidad del mundo—. Pero estoy feliz de que hayan aparecido justo
ahora.1

Sus ojos se abren como platos y se pone aún más nerviosa.

—No, no, no, no. No puedes hacerme esto.

—¿Hacerte qué?

—¡No, no, no! ¡No puedes traicionarme! —sus ojos, hasta ahora solo
desesperados, comienzan a brillar por el agua que se acumula en ellos—.
No puedes hacerme esto de esta forma, Derek. Yo te necesito, no
puedes dejarme tirada aquí ahora mismo.12

Se aferra a mi brazo como si intentara arrancármelo.

—Ah, no, esta vez no, bonita.5


—¡Derek, por Dios! No puedes entregarme a ellos.

—¿Ah, no? ¿Por qué no? —Aparto mi brazo y cruzo ambos—.


Explícame por qué no.

—Yo... yo...

Se calla.

—Lo siento, pero yo no tengo por qué cumplirle o hacerle promesas a


alguien que me ha mentido más veces de las que puedo contar. Ahora te
vas a ir tú solita y vas a entregarte a esos policías, ¿de acuerdo?2

Una lágrima se resbala por su mejilla y ella la seca rápida y


furiosamente.3

—¡Y una mierda! —Me extiende su mano—. Dame la copia que tienes de
las llaves de mi coche.

Me encojo de hombros.

—Ups, que pena, me las dejé en el hotel.22

Sus ojos se quedan fijos en los míos por un buen rato.

—Está bien, sí, mi nombre real no es Elba Jones. Pero tampoco lo era el
anterior.20

¿Qué cojones significa eso?

—No intentes joderme aún más el cerebro, ya lo has hecho bastante.

—No intento nada, solo decirte la verdad.

—¿La verdad como por ejemplo que eres la hija de un senador?


Echa su cara hacia atrás y luego sacude la cabeza espantando las
lágrimas.

—No, no es cierto.1

—Bill James, ¿te suena? Oh, espera, él es tu padre.5

—Derek, no sabes nada —mira en dirección al hotel—. Ayúdame.25

—¿Crees que soy tan gilipollas? Lo siento pero ni hablar.6

—No puedes dejarme a mi suerte cuando lo que intento es escapar. No


te has ido cuando podías al ver a ese chico borracho sobre mí —me mira
aún más intensamente y da un paso hacia mí—, por favor. Te daré todo
el dinero que quieras, solo ayúdame a seguir a salvo.

Retrocedo negando con la cabeza.

No, Derek, no vuelvas a caer. Ahora es tu oportunidad de librarte de todo


esto, ¡hazlo!

—No, lo siento. Tendrás que buscarte la vida.

—¡No tengo vida, Derek! —me grita y comienza a llorar—. Tú sabes


cómo te llamas y qué apellido te dieron, ¿pero qué pasaría si te
despertaras un día y descubrieras que nada de lo que creías real en tu
vida lo es? ¿Qué pasaría si descubrieras que no tienes mucho tiempo?
¿Eh? Dímelo, ¿qué harías?62

Retrocedo aún más.

Estoy jodida y brillantemente confuso como nunca antes.9

—¿Qué tonterías estás diciendo ahora?

—Por favor, solo ayúdame.


Niego con la cabeza y le doy la espalda. Ahora o nunca. Tengo que
desentenderme de esto.

—¿Qué más tienes que perder, Derek? Al igual que yo, ya no tienes
nada.9

Me giro para mirarla.

—De hecho eso es por tu culpa.

No me creo el control que estoy teniendo con esto. Ya debería haber


explotado como una granada.17

—Nunca tuviste nada, te hubieses quedado con ella si en realidad la


hubieses querido. En verdad solo te faltaba la excusa perfecta para decir
adiós. Y ni siquiera te duele, lo sé.

—Olvídame —meto mis manos en mis bolsillos y le vuelvo a dar la


espalda.5

—Te daré todo mi dinero, solo ayúdame.

—Tentador pero no, gracias —le digo alejándome.2

—Prometo desaparecer de tu vida para siempre después.

—Más tentador aún, pero ahora estás desapareciendo de mi vida.10

Ni siquiera sé por qué le sigo respondiendo o por qué estoy caminando


hacia el hotel.

—Vas en la dirección equivocada entonces.

Pongo los ojos en blanco y me giro a mirarla. Ya se ha secado las


lágrimas, pero no deja de dar pena.

Joder...
—Cuéntame toda tu mierda —le digo acercándome—. Al menos si vas a
desaparecer para siempre quiero ganar algo publicando el Best-Seller del
siglo.2

Me mira de arriba abajo antes de añadir:

—No pareces del tipo de chicos que escribe historias sobre una chica.

—Y tú no pareces del tipo de hijas que roban sumas millonarias a sus


padres senadores, sin embargo lo eres.

Ladea su cara y aprieta la mandíbula.

—¿Por qué no llevas tus gafas ahora?

Se lleva las manos a un bolsillo y las saca.

—Ahí dentro estaba lo suficientemente oscuro como para estar cómoda


un rato, por eso me quedé.1

—Pues úsalas si no quieres que te descubran —la miro de reojo—,


aunque es un poco difícil ya que antes eras distinta.

Me mira interrogante antes de colocarse las gafas.

—Tu desaparición está saliendo en las noticias.1

—Mierda —murmura y comienza a caminar hacia el hotel—, debo irme.

—No te reconocerán.

—No quiero arriesgarme —se gira para mirarme—. Solo ayúdame a


escapar y te dejaré en paz.

—¿Dónde?

—¿Dónde qué?
—Dónde hay un río para lanzarte cuando te asesine. —Digo con
sarcasmo—. ¿Qué va a ser; dónde quieres que te lleve?1

Pese a la oscuridad su cara se ilumina.

—No te hagas ilusiones, no he aceptado nada —le aviso.

—Gracias.1

—Te repito que no he aceptado nada.

—Solo salgamos de este pueblo, ¿de acuerdo? Tengo que conseguir


lentillas de otro color, las gafas cansan.

Comienza a andar retomando el camino por el que iba.

«Perfecto, Derek. Ni tú mismo sabes cómo o por qué acabas de volver a


caer en lo que no debías volver a caer.»42

Me quedo en media acera viendo como camina hacia el hotel y


esperando a que no aparezcan los coches patrulla de nuevo.

Quiero entender quién es esa chica. No sé por qué quiero, pero tampoco
es que mi vida tenga algo más interesante en estos momentos.

Estoy tirado en un país que no es el mío, sin la que era mi novia, sin
poder volver a mi casa por un tiempo, sin demasiado dinero excepto por
una tarjeta de crédito con un nombre falso y un todoterreno que nos
puede llevar a dónde sea.1

Espera, ¿acabo de decir "nos"?9

Ay, joder, ¿la locura es contagiosa como la gripe o qué puñetas me está
sucediendo?27
—Quiero que comiences a contarme lo que pasa y no pares hasta que lo
hayas dicho todo —le digo cuando entro en el coche.

Las maletas vuelven a estar en el maletero y ella vuelve a estar


abrochándose el cinturón de seguridad. Posa sus ojos en los míos y
toma aire.

—Bien, empezaré por el principio: no me llamo Elba Jones.

—Eso yo ya lo sabía.

—Ni tampoco Emma James —añade.

La miro confuso.

—¿Qué?5

—Verás... hace unos años... —hace un paro un tanto largo, yo aprovecho


para arrancar el coche. En todo ese tiempo ella no dice nada—. Una vez,
hace un tiempo, Bill James entró a una juguetería a comprar una muñeca
rota —de reojo veo como agacha la cabeza—, defectuosa y enferma.25

Otro gran silencio.

—La verdad no me duele tanto que no me dijera que me había


adoptado..., si no que... se me hace más cruel saber el motivo.8

¿Adoptada? Nunca he sabido de alguien que fuera adoptado, así que no


puedo imaginarme demasiado bien lo que se siente estar en sus
zapatos.5

Nos detenemos en un semáforo en rojo y me doy cuenta de algo.1

He caído. Al final estoy haciendo lo que dije que no haría: ayudarla. Pero
de repente quiero hacerlo, de repente me interesa conocer a esta niña
tonta de enormes ojos verdes.8
—¿Cuál fue el motivo? —le pregunto volviendo a arrancar el coche.
CAPÍTULO 9
Lleva callada un buen rato. No me ha respondido la pregunta pese a que
se la he repetido varias veces. No sé qué estará pasando por su cabeza,
nunca he sido capaz y creo que nunca seré capaz de saber qué es lo
que pasa por su cabeza, pero no sé si está bien seguir presionando en
un tema tan... pues eso, en un tema tan jodido y personal como lo es ser
adoptado.14

—¿Te has quedado dormida? Lo siento, pero me debes esto, ¿lo sabes,
no? Prometiste que si te ayudaba me contarías todo.

No ha apartado la vista de la ventanilla desde hace largo rato y sigue


igual.

—¿Elba? Uhm... ¿te llamo así o Emma?3

—Elba.11

Responde por fin pero sin mirarme aún.

—¿Ya te he dicho que es un nombre horrible?49

Ni provocándola me mira, ni siquiera para fulminarme.15

—No hace falta que sea bonito —murmura—, simplemente que no sea
Emma me vale.3

—Pues perdona que te lo diga pero el nombre de Elba Jones se parece


cantidad al de Emma James.1

—Se parecen pero no son iguales, fin.3

Menudo carácter tiene ahora la condenada.18


—Deja de comportarte como una jodida cría o pararé el coche y te haré
tragar polvo.9

—Es mi coche —contraataca.6

—¿Me quieres poner a prueba?

Sonríe de lado. Eso es... ¿bueno?

Está bien. Me rindo. Me he dado cuenta de que, después de veintitrés


años intentándolo, aún no logro entender a las mujeres.17

—¿No te apetece tomar una ducha, Derek? A mí sí. Una ducha y dormir
en una cama con un colchón de verdad.24

La miro de reojo, esta vez me está mirando.

—No me cambies el tema. Aún no me has dicho el... —ahora hasta se


me hace incómodo sacar el tema, mierda—, ya sabes..., el motivo.1

Se encoge en el asiento haciendo un ovillo con su cuerpo.

—¿Qué quieres saber?

—Todo. Me dijiste que me lo contarías todo. Ese fue el trato —le


recuerdo.

Se vuelve a callar.

—Oh, no, ni se te ocurra. No aguantaré otra hora más tragándome tu


silencio.

—No ha pasado una hora. Como mucho veinte o veinticinco minutos.

—Como sea. Cuéntamelo de una vez.


Se quita el cinturón de seguridad y ladea su cuerpo mirándome fijamente,
luego vuelve a subir las piernas al asiento y vuelve hacer un ovillo.

—Bueno, allá va —dice exhalando—. Derek, tengo que informarte de que


llevas a una enferma a bordo —dice en voz muy baja esto último.6

Abro los ojos y la miro, luego recuerdo que tengo el volante aún entre
manos y vuelvo a mirar hacia delante.

—¿Qué significa eso? —le pregunto tomando turnos para mirar a la


carretera y a ella.

—Estoy enferma.5

¿Enferma? ¿Cómo que enferma?4

—Okey, esto es demasiado para hacer dos cosas al mismo tiempo.2

Digo, miro por el retrovisor y giro el volante para apartarme un poco del
carril.

—¿Qué haces? —pregunta cuando ve que nos detenemos.

Apago el motor porque no tengo intención de movernos hasta que no me


explique bien eso.

—¿Enferma? ¿Enferma tipo con gripe o enferma tipo... jodida?22

Se ríe.

—Todo tipo de enfermedad es jodida, Derek, incluso la gripe.7

—Me refiero a... algo jodido —en su frente se dibujan esas tres líneas al
instante—, ya sabes, algo serio.2

Traga saliva y baja las piernas del asiento tomando aire.


—¿Preguntas si me voy a morir?

Nos miramos por varios segundos directamente a los ojos.

—Sí, ¿lo vas hacer?9

Otra vez nos miramos. Ella es la primera en romper la conexión visual.

—Todos lo vamos hacer en algún momento, esa es la pregunta más


tonta que me han hecho jamás.30

Estiro un brazo para tirar de la manga de la chaqueta de Hanah.

—No, Elba, me refiero a si esa enfermedad te va a matar.1

Baja la mirada hasta mi mano en la tela de la chaqueta. Solo lo hace


para no responder y desviar las cosas.

¿Acaso... acaso se va a morir?4

Levanta la vista y sonríe de lado.

—Te has puesto muy serio de repente —comenta.

—Esto es serio —gruño.

—Incluso pareces maduro —se ríe.7

—¿Me estás tomando el pelo? ¿En verdad estás enferma o solo es otra
de tus bonitas mentiras?

Me fulmina.4

—Nunca mentiría sobre esto.

—Entonces dime lo que tienes.

Suspira y se lleva una mano al pelo.


—No, Derek, no me voy a morir. Estoy bien, simplemente tengo una
enfermedad... un tanto dura. Por eso llevo esas pastillas conmigo —dice
señalando la mochila que lleva con ella.44

Estoy tentado a no creerla y no se me puede reprochar. El ochenta o el


noventa por ciento de las cosas que me ha dicho han terminado siendo
mentiras. Pero realmente no creo que pueda inventar eso. No sobre su
salud, o al menos espero que no.

—¿Tienes que tomarlas siempre?

—Solo cuando las necesito. Por suerte, puedo encontrarlas donde quiera.
Son algo así como de primera necesidad.3

—Oh.

Me sonríe.

—¿Estás asustado? ¿Te sientes amenazado por la idea de llevar una


enferma contigo o de que pueda contagiarte?

Extrañado me echo hacia atrás.

—Ni siquiera había pensado en la posibilidad de que me puedas


contagiar —le digo—, aunque te agradecería que no lo hicieras.

—Lástima, ya lo he hecho.9

Arrugo la frente y la miro mal.2

En mi mente comienzan a correr las probabilidades que existen de que


me haya tosido en la cara, o manoseado la hamburguesa que me dio, o
algo así.8

—No te preocupes —se ríe—, no puede contagiarse por ningún lado.2


—Eso dile a tu novio el del cementerio.124

Me mira mal y se cruza de brazos.

—Que no ha muerto te he dicho.

Esta vez me río yo.

—Claro.

A lo lejos se oye el sonido de una sirena. Ambos nos giramos de


inmediato sobre los asientos y visualizamos unas cuantas luces
acercándose. Por suerte hay más coches en la carretera, en esta sí.
Vuelvo a encender el motor y me doy prisa para volver al carril. Las
patrullas pasan volando a lado nuestro y ambos nos miramos sin decir
palabra.

—¿Crees que...?

—Claro, eres tú la prioridad del país entero en estos momentos —le


respondo sin dejarla terminar su pregunta.3

Agacha la cabeza y suspira.

—Tendremos que sabernos esconder. Necesito utilizar esas lentillas tan


rápido como pueda hacerme con ellas.

Hago una mueca. ¿Realmente quiere camuflar el maravilloso tono verde


de sus ojos?47

—¿De qué color serán?

—Quizá marrones —murmura mirando por la ventanilla—. Se verán


diferentes.19

—Te vi en una foto —le comento—, cuando eras rubia.


—Que mal, ahora corro el riesgo de que te enamores de mí —dice y
pega una carcajada.35

—Dije que me iban más las rubias, no que solo por ese hecho ya me
enamoraba de ellas.

—Un alivio saberlo.

—Eres una tonta.5

No sé en qué momento colocó su pierna ahí pero lo que sí siento es la


patada que me propina.

—¡Bestia!8

Me quejo. Vuelve a darme.9

—No voy a permitir que me insultes, Derek. Realmente no me gusta.4

—¿Te crees que soy un burro que aprende con golpes o qué?60

Me dedica una mueca que percibo de reojo.

—No, pero si quieres demostrar lo contrario no tomes el hábito de


insultarme cada vez que te dé la condenada gana.1

Pongo los ojos en blanco.

—Ni siquiera te he dicho algo fuerte, solo ha sido tonta.

—No voy a permitir que lo hagas, fin.

—Eres demasiado rígida para algunas cosas, ¿no crees?

—No me gusta.

Vuelvo a poner los ojos en blanco.


—¿Acaso algún niño te causó un trauma con eso? ¿Te
hacían bullying de pequeña en el cole o algo así?

La miro y me fulmina.

—¿Qué? —suelto1

—Solo mantén la boca cerrada —gruñe.

—Ay, mierda, ¿he dado en el clavo? —Pego una carcajada—. ¿Eras la


rarita de tu clase? ¿La niña experimento?1

—Por lo visto era la adoptada, aunque yo no lo sabía, rechazada por


todos por tener el apellido de alguien que en realidad no era mi padre.

—Uy.

—Sí, podrás reírte todo lo que quieras, pero eso solo te haría un gran
idiota.1

Suspiro. No es que normalmente me sentiría así por esto, pero ahora me


siento un poco culpable.

—Está bien, no me río más —le digo levantando las manos del volante.

Ella me mira mal entornando sus ojos.

—Oye, ¿cuándo es tu cumpleaños?25

—No lo sé.2

Auch. Cierto. ¿Cómo he sido tan imbécil para olvidarlo en tres


segundos?5

—Bueno pero, ¿normalmente era en...?1

—Falta poco.2
Asiento porque con el humo que veo salir por sus orejas me basta para
saber que no está, de nuevo, de muy buen humor. Bueno, al fin y al cabo
parece que sí puedo entenderlas un poco.

Rodamos por la carretera de la ciudad en la que hemos entrado


buscando la señal de un hotel, pero no hay muchas, por no decir ninguna.
Esa ciudad, por lo que se ve, también es pequeña, así que damos con un
motel en cuestión de poco tiempo.4

Los coches patrullas pasan por delante de nosotros un par de veces.


Parece como si estuvieran registrando la ciudad entera.

—¿Me dejas bajar aquí? Necesito hacer una compra —me dice
desabrochándose el cinturón de seguridad que al parecer se había vuelto
a colocar.

—Está bien.

Me quedo ahí sentado esperándola y siguiendo los pasos de dos policías


que acaban de entrar a una cafetería cercana a la tienda en la que ha
entrado Elba.17

Podría decirse que sufro un ataque de nervios cuando los veo entrar en
dicha tienda, pero cuando la puerta del coche se abre y veo que se trata
de ella vuelvo a respirar.

—¿Qué ocurre?

—Nada, pensé que te ibas a chocar con esos dos polis de ahí —digo
señalándolos con un rápido movimiento de ojos.

—Los vi a tiempo —me asegura cerrando su mochila—. ¿Ahora qué tal si


vamos a ese bendito motel? Me duele un poco el trasero de ir tanto rato
sentada.
Arrugo la frente y comienzo a contar ardillas mentalmente para no volver
a caer en esos pensamientos de antes cuando se agachó en la
hamburguesería.3

Tiene diecisiete, Derek. Diecisiete. Diecisiete. Diecisiete.162

—La habitación diecisiete es la única que tengo libre, chicos —nos dice
una señora con un niño de un par de años en sus brazos.79

Ambos nos miramos y damos un paso al lado para alejarnos.

—No podemos estar la misma habitación —le ruega Elba—. ¿No puede
arreglarnos a cada uno en una habitación diferente? Por favor.

La señora hace una mueca de estarse esforzando demasiado al repasar


la lista de la pantalla de su ordenador y de la libreta que tiene a mano,
chasquea la lengua y niega con la cabeza dejando al niño en el suelo.

—Lo siento, esta es la única que tengo desocupada a esta hora.

Se encoge de hombros pidiendo perdón.

Reparo en Elba decidido a indicarle que podemos seguir buscando otro


sitio, pero cuando miro hacia la entrada veo a tres policías acercarse muy
dispuestos.

—Nos la quedamos —le digo a la señora agarrando las llaves de la


habitación 17 del mostrador—. Tome —le paso la tarjeta de Elba que
hasta hacía poco ella sostenía en su mano—, cobre a nombre de Elba.

Elba me mira con la boca abierta y la señora asintiendo lo hace.

—Sigue subiendo —le susurro al oído.

—¿Pero qué te pasa? ¿Por qué me susurras? —me pregunta


apartándose de mí.
—Elba, tú sigue —tomo la maleta de Hanah, la llave de la habitación y se
las paso—, intenta parecer una turista como otra cualquiera.1

Ante mi advertencia abre los ojos de par a par y va girando el cuello


lentamente hacia la entrada, justo en el mismo momento en el que entran
los tres polis.

Se pone blanca, pero intenta disimularlo. Agacha la cabeza y rueda la


maleta hasta el ascensor.

—Muy bien, espero que...

—Sí, sí, muchas gracias —corto a la señora recogiendo la tarjeta y


camino a grandes pasos hacia el ascensor en el que ha subido Elba.

Cuando me abre la puerta de la habitación ella luce realmente asustada.

—¿Quieres tranquilizarte? No es como si fueran a registrar habitación


por habitación. Relájate.

Elba comienza a caminar de aquí para allá, casi en círculos. Se tapa la


cara con las manos y gruñe.

—Está bien, ya estoy bien. Todo está bien. Solo tengo que pensar con
claridad y mantenerme tranquila.

Se dobla hacia delante y con los dedos toca las puntas de sus zapatos.7

—¿Qué coño haces?

—Necesito un poco de sangre en la cabeza.14

—¿Qué? ¿Y dónde se supone que se ha ido el resto de tu sangre?

Levanta la cara como puede y me mira mal.

—Podrías aprovechar para darte una ducha. Luego quiero tomar una yo.
Miro toda la habitación en busca del baño. El sitio no es ni tan grande ni
tan pequeño, está bien supongo. Aunque tampoco creo que nos
quedemos mucho. No sé dónde vamos, pero no podemos quedarnos en
una ciudad que está siendo invadida por el cuerpo policial, ¿no? No es
que yo frecuentemente me dedique a esto, o sea, a ayudar a chicas a
huir y a esconderse, pero estoy seguro que no es lo más recomendable
tentar a la suerte y pasearse delante de la policía a pierna suelta.

—No creo que haga falta decirte que no te metas en más problemas,
¿verdad?2

Se incorpora exhalando por la boca y sosteniendo su estómago con


ambas manos.

—Me quedaré aquí.

—Bien.1

Asiento y me adentro en el baño azulejado. Por suerte recuerdo a tiempo


que no he entrado ropa y regreso a por mi maleta. Elba está echada
boca arriba en el sofá. Cuando regreso al baño agradezco la presencia
de esa vieja radio de color marrón, la enciendo e inundo el baño con la
voz ronca de un vejestorio que habla sobre deportes.

Con ese ambiente es imposible que mi mente haga de las suyas.7

—¿Ya te has duchado? —me pregunta ella apenas me ve salir.

—No, el pelo me chorrea y llevo una toalla en los hombros porque me


parece que luzco atractivo así.70

Rueda sus ojos y tomando la toalla que tenía al lado, camina hacia el
baño rodeándome y cerrando la puerta apenas entra.
Pasan quince minutos en los que intento poner algo de atención a la
película que están retransmitiendo en el canal diez pero no puedo. Estoy
cansado, ha sido un día realmente agotador y parece que no quiere
terminar nunca. Los párpados me pesan pero antes de dormirme del todo
alguien llama a la puerta.4

—¿Sí? —respondo abriendo la puerta, cuando veo a dos de los tres


policías de antes siento como mis músculos se retuercen bajo mi piel.5

Mierda.

Justo lo que necesitaba ahora mismo.

—Buenas, joven ¿cuál es su nombre? —me lanza uno de ellos así de


directo.6

—Eh, perdonen, ¿puedo saber qué ocurre?

Los dos se miran. Uno mastica un chicle y el otro parece el típico poli con
pinta de hablar hasta por debajo del agua.

—Estamos buscando a Emma James, ¿ha oído hablar de ella en las


noticias?

Trago un poco de saliva.

—Sí, la rubia esa ricachona —la menciono con un tono despreciativo en


mi voz—. Era guapa. ¿Ha aparecido ya? ¿Alguien sabe su número?4

Intento parecer cualquier otro chico desagradable para no delatarme a mí


mismo. Ellos se miran entre sí y hacen muecas.

—Necesitamos la colaboración de todo el que sepa algo. Estamos


siguiendo sus posibles pasos, dígame, ¿la ha visto? —y al decirme eso
levanta una foto de la misma chica rubia del telediario.
Elba ha logrado camuflar bien esa apariencia de hija de la realeza que
tenía.

Tuerzo los labios y niego con la cabeza.

—No, pero ojalá nos crucemos pronto. Les mantendré informados,


descuiden.5

Uno de ellos me fulmina.

—Esto es serio, joven. Cualquier información es vital.

—¿Derek? ¿Con quién hablas? —pregunta la voz de Elba desde


dentro.11

Mierda.

Los policías fruncen el ceño a la vez y yo maldigo entre dientes.

—¿Hay alguien más con usted?

—Esto es un motel, señor, no me está preguntando de verdad eso,


¿no?97

Él resopla poniendo sus ojos en blanco. Lo tengo casi todo controlado


hasta que Elba vuelve a insistir y aparece en nuestro campo de visión.

—¿Pero qué...? —deja la pregunta en el aire.

Los tres la miramos. Su cuerpo está cubierto únicamente con una toalla.
Su pelo negro le cae chorreante sobre los hombros y su boca está
abierta. Cuando la miro a los ojos veo la decepción reflejada en ellos.

No sé qué se estará creyendo dentro de esa cabeza suya, pero me está


mirando muy indignada.

Un momento, ¿se cree que yo he llamado a la policía?


—¿Señorita?

—Se llama Elba, es mi novia —les salto yo. Sinceramente no sé por qué.

Ambos se miran y luego miran a Elba.

—Elba, nos permitirías hacerte una pregunta.

Ella los mira recelosa, pero más a mí. El policía levanta la imagen de
nuevo.

—¿La has visto? Es Emma James, lleva desaparecida más de


veinticuatro horas.2

Elba se aferra a la toalla y se acerca a nosotros. La lejanía no me había


dejado percatarme muy bien en sus ojos, pero cuando la tengo cerca
noto que ya no son verdes. Ahora son de un falso marrón.

Toma la foto y niega con la cabeza.

—Lo siento, no puedo ayudarles.

—Bien, eso es todo. Gracias por su colaboración —dice exhalando


decepcionado y retirando la foto—. Si saben de ella contacten con
nosotros rápidamente, por favor. Hasta luego.3

El que hablaba todo el rato se despide y ambos retroceden para


continuar hacia más allá del pasillo.5

Cierro la puerta y dejo salir el aire retenido. Elba me mira duramente y


luego se destensa.

—Gracias —dice.

—De nada —mascullo.


—Iré a vestirme —dice girándose pero no lo hace del todo—, gracias
Derek —dice y se vuelve para abrazarme solo con un brazo—. Por un
momento pensé que me habías vendido.32

Se aparta y camina hasta el único cuarto de allí. Cierra la puerta, pasan


los minutos y yo sigo sin creerme que haya hecho eso.

El gracias está bien, pero el abrazo no.

O sea, ella puede tener la mente más sana del mundo pero, joder, que
estaba con una puta toalla.98

No, que no se atreva a abrazarme otra vez.32

Está bien. Estoy siendo un melodramático de diez. Lo estoy exagerando


demasiado. Solo ha sido una mierda de abrazo. Es la forma tan tonta que
tienen algunas chicas de agradecer.

Aunque... está bien. Entendido; necesito dormir.2

Oh, espera un rato Derek. ¿Has dicho que ella era tu novia?

¡¿En qué cojones pensabas, imbécil?! ¿No podías decir que era una
amiga y ya?10
CAPÍTULO 10
Esa chica, la que está sentada a unos cinco metros más allá, se parece
muchísimo a Hanah.18

Lo juro.1

—¿No te sientes extraño? —pregunta Elba. No sé qué coño lleva en la


cabeza, tampoco sé por qué lleva gafas si se supone que tiene las
jodidas lentillas puestas—. Esta ciudad es diferente a la anterior, y la
anterior lo era a la anterior y así, y todas son del mismo país.

Mira hacia el cielo, dejando que el reflejo del sol se clave directo en el
cristal de sus gafas solares.

—Todo es diferente y al mismo tiempo todo es igual.27

¿Qué se ha fumado ahora?1

Con dos dedos inclino hacia delante la montura de mis gafas de sol y la
miro con el entrecejo arrugado.

—¿Qué?

Pega una carcajada, quizá por mi expresión.

—Nada. El batido está demasiado bueno para mí —dice sacudiendo la


cabeza.

Claro, ahora que le eche las culpas al batido.11

Vuelvo a cruzarme de brazos y vuelvo a perder la vista por ahí bajo la


protección de mis gafas.

—Oh, tiene una bonita melena rubia —masculla con una vocecilla idiota.1
—Elba, llevo rato sin entender nada de la mierda que dices, pero te he
entendido ahora y, si no es mucha molestia, cállate.16

La oigo resoplar bastante fuerte.

—Eso es ser muy desagradable, Derek, ¿dónde te educaron?

—En un lugar llamado qué te importa.34

—He oído cosas horribles de ese colegio —bromea, o creo que lo hace,
pero no tiene nada de sentido del humor.6

—¿Cómo te digo que tus chistes no son chistes?16

—¡Oh, vamos, claro que lo son! Eres tú el amargado que no sabe


entenderlos.4

—Si yo...

—¡Shh! —suelta de repente—, te está mirando. Ahora.

—¿Qué? ¿De qué hablas? —Me pongo rígido. ¿No será un poli, no?—.
¿Y por qué estás susurrando?

—Ella.

—¿Ella? ¿Es mujer?

—Pff, no, travesti, no te digo —hago una mueca al no entender de qué


está hablando ahora.15

¿La poli es travesti? ¿A qué clase de personas eligen en este país para
formar el cuerpo policial?168

—¿De qué demonios hablas?

—Ella.
—¿Quién es ella, joder?

—La rubia a la que estabas mirando.

La sangre se me enfría.

¿La rubia?

Mierda, pensé que era una puta poli.12

Ladeo de nuevo la cara y la miro. Oh, sí, me está mirando.

—¿Quieres que vaya a hablar con ella del tiempo, los precios de los
bikinis y de paso te abra el camino? Auch, no, cierto. Lo siento.

¿De qué mierda habla? Joder, cada vez la entiendo menos.13

—¿Qué?

—Lo sé, yo te entiendo y te admiro. Aún ha pasado muy poco tiempo


desde lo de... ya sabes... tu novia.

Espera...

—¿Qué insinúas?

—Creo que nunca podré dejar de sentirme culpable. Fui muy estúpida, lo
sé.15

—Me vuelves loco a menudo, pero hoy estás que te sales Elba, ¡no
entiendo de qué puñetas hablas!12

—Sé que vives enfadado conmigo porque dejaste a tu novia por mi culpa
y luego te solté esa bestialidad, de eso te hablo.

Hanah.
Tuerzo la cara incómodo y miro a otra parte lejos de nadie, justamente la
zona vacía de todo ese lugar.

—Hey, Derek...

—No me toques —mascullo bajando el hombro izquierdo cuando pone


su mano encima de él.8

—Vale, mejor voy a pedirme otro batido.1

La escucho levantarse, pasa delante de mí y duda pero al final vuelve a


abrir la boca.

—¿Quieres uno?

—Vete a por tu maldito batido ya, niña.3

No es que la siga con la mirada ni mucho menos, pero acabo dándome


cuenta de la queja que hace cuando ve toda la fila de gente que hay para
comprar.

—Hola —escucho después de dos minutos desde el sitio donde antes


estaba sentada Elba. Asombrado miro.

—Eh... hola.

Las cejas de la rubia se alzan.

—¿Puedo sentarme aquí?

—¿No estás sentada ya? —Debe ser muy despistada si no se ha dado


cuenta de que ya había puesto su culo en la silla.

—Lo sé, pero de todas formas podía irme si decías que no.

—La silla no es mía.24


Sonríe.

—Tienes demasiado carácter para ese acento tan bonito.21

Empujo las gafas por el puente de mi nariz.5

—¿Cómo sabes qué tengo demasiado carácter? No recuerdo tan


siquiera haberme presentado en algún momento.

Sonríe aún más.

¿A la gente de aquí le gusta que la traten mal?47

Extiende una mano y me dice:

—Soy Sussane, 22, ¿tú?32

Acepto el saludo.

—¿Tú apellido es 22?110

Se ríe.

—No, esa es mi edad. No doy mi apellido a desconocidos.5

—Oh, vale. Entonces tampoco deberías dar tu mano.49

Se muerde el labio y aparta su mano.

—¿Cómo es tu nombre?1

—Derek Gibson.9

—Bonito nombre, pero me sigue gustando más tu acento, Derek.

—¿Gracias?

—De nada, ¿estás de vacaciones? ¿Con amigos, familia quizá?


Por un momento se me cruza la posibilidad de que tantas preguntas solo
la puede hacer alguien que pertenece a la policía secreta. Pero,
reparando bien en ella..., no, definitivamente no podría estar en la policía
secreta, parece una turista como otra cualquiera, con ganas de relajarse
y divertirse. La única razón que hay es que parece ser de esas personas
que no se callan ni con la boca llena.

Cuatro minutos me son suficientes para comprobarlo.

—Sí, definitivamente este lugar es hermoso para pasar un fin de semana


tranquilo... —y ahora no sé de qué estamos (o está, mejor dicho)
hablando. Llevo un pequeño rato desconectado.5

—Sí —murmuro.

—¿Y la chica?

Vuelvo a conectar.

—¿Qué chica?

—Esa que iba con el vestido de playa hasta los tobillos, la que estaba
sentada a tu lado.

Ese vestido era de Hanah. En serio, no me gusta recordarla al ver a Elba


usando su ropa.2

—¿Yo? —se escucha en el otro extremo.

Elba está sorbiendo de su batido y lleva sus gafas en su cabeza.

—Hola —se acerca con el batido en una mano y extendiendo la otra—,


soy Elba, la hermana de Derek.12

La tía... Sussane, eso, nos mira a ambos cuando acepta la mano de


Elba.1
—¿Hermana? —Se ríe— Ni siquiera tenéis el mismo acento.1

—Somos hermanos de padres distintos —¿Y esta vez somos de padres


distintos? ¿No era de madres distintas?21

—Oh —emite la tal Sussane.

—¿Cómo te llamas tú?

—Sussane.

—No da su apellido a desconocidos —añado, y ella se lo toma a broma


porque comienza a reír.2

Elba me mira colocando la pajilla de su batido en su boca y se encoge de


hombros.7

—¿Queréis que os deje solos?

Me quito las gafas para mirarla pero mi nueva compañera se adelanta.

—Gracias.

—Oh —Elba comienza a reír—. Qué rápida, digo... os veo luego.40

Se inclina hacia mí.

—Buena suerte, Derek —dice haciendo un énfasis exagerado—, estaré


en mi habitación por si quieres tener una noche de chicas para hablar de
ella.30

Comienza a reír y yo le enseño mi dedo corazón derecho a la altura de


sus ojos para que lo vea. Palmea mi hombro y se aleja hacia la calle que
conduce al hotel.14

—Es muy agradable tu hermana.


Ajá, mi hermana.

—Quizá lo sea —murmuro y apoyo los codos en la mesa.

Bueno, ella no luce tan mal. Habrá que aprovechar el hecho de que se
parece a Hanah, ¿no?10

No, quizá sea mala idea.

Quizá deba mandarla al cuerno.1

¿En serio, Derek, en serio?9

—¿Qué dices, te apuntas, tan solo falta una hora?

—¿Para qué?

—¿Para la fiesta de la playa? De seis a siete las bebidas son totalmente


gratis para mayores de edad. Claro, después de esa hora, cuando la
gente ya está medio borracha y quiere beber más, es cuando empiezan a
cobrar.2

Doblo las patillas de las gafas de sol sin establecer contacto visual con
ella.

—¿Te lo estás pensando? ¿Es por tu hermana?

—No, iré.

—Oh, genial, ¿quieres acompañarme? Tan solo tengo que cambiarme de


ropa y podemos ir juntos.

La miro. Es ella la que lo está proponiendo, Derek. Tú no has insinuado


nada en ningún momento. Puedes aceptar sin recriminártelo.

—Claro.
Sonríe. Nos levantamos pero antes de dar un paso, me detiene.

—Adivino: ¿veintitrés?4

Asiento.

—En el clavo.

—En serio, me pareces adorable con ese acentito —saca su labio inferior
hacia afuera y parpadea.27

Sonrío.

—El acento no es lo único bueno.151

—Lo supongo —sonríe—, ven, es por aquí.4

Enterarme de que Sussane comparte su habitación de hotel con otras


cinco chicas ha compensado la media hora que he tenido que esperar
para que se cambiara de ropa.

«En serio, Derek, a veces sabes ser un gran cabrón. ¿Qué hay de eso de
que Sussane te recordaba a Hanah?»7

¿No que podía aceptar sin recriminármelo? Ahora no estoy para


remordimientos, querida conciencia, me digo yo mismo por dentro.

«Claro que no, lo único que quieres es follarte a esa rubia. Pero, ¿sería
una lástima que pensaras en Hanah mientras lo haces, no?»17

Que Hanah se vaya al mismísimo cuerno, ¿sabes? Casi me grapa la


puta boca por teléfono cuando intenté explicarle lo que había pasado. No
me dejó hacerlo, pues que se joda. De todas formas ella debe estar
mucho mejor que yo ahora mismo.55
—Lo siento por hacerte esperar tanto, pero al parecer mis amigas habían
cogido la ropa que pensaba ponerme y tuve que improvisar —dice
sonriendo y escondiendo un rizo rubio detrás de su oreja.

Bien, al menos ahora no tiene el pelo liso. Algo menos que me recuerda
a Hanah. Me levanto del sofá y meto las manos en los bolsillos de mi
pantalón.

—Al parecer sabes improvisar muy bien.

Sussane sonríe.3

—¿Nos vamos?

—Claro.

Se abre paso y camina un poco por delante de mí. Oh, santa mierda.
Está muy, muy, muy buena.

«Derek...,»

Cállate, mierda.63

El que hasta ahora creía un mito, acaba siendo verdad. Hay un


chiringuito que da bebidas gratis durante toda una hora. Claro, luego
quieres más y entonces, casi borracho, comienzas a soltar la pasta.3

—Y esa de allí —señala a la morena que está bailando con dos chicos
más allá— se llama Autumn.11

—¿Autumn? ¿Cómo la estación?29

Sussane se echa hacia atrás y comienza a asentir mientras ríe.

—Sí, exactamente.

—Dios, y yo creía que el nombre de Elba era feo.24


—Oh, lo es, no hay duda.52

Paro de reír por un momento, nos miramos a los ojos y volvemos a


carcajearnos.2

—Sabía que no era el único que debía pensarlo.

—No me gustan los niños, pero si algún día por lo que sea llego a tener
uno definitivamente no le pondría esos horribles nombres.

Entorno los ojos por eso último que ha dicho. Ya está algo borrachilla. O
es eso o es que suele tomar decisiones importantes como esa muy a la
ligera con frecuencia. Se lleva la pajilla de su bebida a la boca y sorbe.

—Oye, Derek, ¿tienes novia?17

Yo también me había llevado mi bebida a la boca, pero me la aparto.

—¿Tú crees que estaría casi metiéndote mano ahora mismo si la


tuviera?66

Se echa a reír.

—No sé, hay de todo. Aunque sería más divertido si tuvieras —bromea
(o eso creo).4

Sonrío. Puede y solo puede que esté como una cuba.

—Entonces tengo —le sigo la broma.

Se ríe.

—No, sería ser demasiado perra.61

—Entonces olvídalo, no tengo. Solo diré lo que quieras oír.14

Me mira.
—En otras palabras, quieres follarme.

—No —sonrío de lado—. Es mentira.7

Se ríe.

—Yo sí que no quiero —me dice seria. Yo la miro totalmente serio,


queriendo dejarle claro que si no quiere yo no voy a insistir pero antes de
abrir la boca se carcajea—. Te lo has creído, claro que quiero.4

Quiero decirle que no ha tenido gracia pero en realidad sí que la ha


tenido, así que no digo nada.

—¡Más, más, más, más! —comienzan a corear algunas personas dando


palmas.66

Miro en dirección al pequeño círculo que hay en media playa. Hay una
chica tragándose un globo alargado, de los mismos con que se hacen
figuras para los niños, entero y con líquido dentro. Si por alguna razón
explota, todo ese líquido irá directamente a su garganta de sopetón.25

—Dios santo, ¿cuánto espacio tiene esa tipa en la garganta? —murmura


Sussane y yo solo me río admirando el tonto pero a la vez divertido
juego.5

Aparto un momento la mirada y miro las olas tragándose la orilla.

Elba tiene razón. Esta ciudad es más diferente que en la que estábamos
hace casi dos semanas. ¿Cuántos días han pasado ya desde entonces?
¿Diez? Ahora mismo no sabría decirlo con exactitud.

Allí parecía que en cualquier momento nos ahogaríamos de tanta lluvia,


aquí ya se acerca la noche y sigue brillando el sol.

Que rápido han pasado los días y qué diferente es dónde estamos ahora.
—¿Sabes? —Dice y la miro—. No me creo mucho que sea tu hermana, y
si sois algo más lo siento por ella, pero haberlo dejado claro desde antes
—dice, toma mis hombros y me acerca a su cara. Pasa su lengua por
mis labios de manera juguetona y luego por los suyos—. Eres demasiado
guapo para solo darte un simple buenas noches. ¿No opinas lo mismo?

Carraspeo.

—Ella... realmente es mi hermana.6

Sussane me mantiene la mirada por un buen rato.

—Haré como que me lo creo.

—Genial.

Sonríe.

—¿Te gustan los baños de media tarde? —Dice, se aparta, se pone de


pie y comienza a quitarse la parte de arriba del bikini por debajo de su
vestido.

—Me encantan.8

Realmente me importa una mierda quedar como un gran hijo de puta


para mi propia conciencia, puedo lidiar con ello. La verdad es que, para
un tío como Derek Gibson, que alguien con las tetas de Sussane te
monte merece la pena aguantar un ratito de remordimiento.

Está bien, no es bueno generalizar, seguro que no a todos los Derek


Gibson del mundo les parece una buena idea. De hecho a mí no me lo
parecía del todo pero... hay un gran porcentaje de mi yo interior que,
infundido y apoyado por el alcohol, dice que lo haga. Llego al hotel a las
dos de la madrugada. No sé dónde está mi habitación y ya ni pregunto
por la bendita tarjeta para acceder a ella. Lo que sí sé y estoy seguro es
que mejor no podría estar.

—¿Elba? —pico su puerta, o creo que lo hago—. ¿Estás despierta?


Creo... creo que he perdido mi puñetera tarjeta.

Nada.

—¿Eeeeeeelba? —vuelvo a intentar y empujo un poco la puerta, la cual


se abre de la nada.

Doy solo un paso porque está todo oscuro y no veo nada, pero sí
escucho algo: una voz ronca.

—Derek —oigo muy flojo.53

—¿Qué... coño...?

Tanteo la pared y cuando doy con el interruptor, la luz se enciende. Elba


está encogida en el suelo, exhalando y abrazándose con mucha fuerza.

Me tambaleo pero mi mente parece aclararse.

—¿Qué demonios haces... ahí?

Me arrodillo. Ella luce mal. Aún estando borracho puedo verlo.

—Intenté... salir. Me... duele... —exhala fuerte— el pecho.16

—¿Qué? ¿Y eso por qué?

—Me duele... —se encoge más— mucho.6

—Mierda.
CAPÍTULO 11
—Solo ocurre a veces. Muy extraña vez en realidad.

La miro de reojo.

—Casi te mueres, maldita sea, no es como si eso le pase al resto de la


gente "a veces".

—¿Cómo qué no? Le puede pasar a cualquiera, además, estás


exagerando, tan solo me habría desmayado, pero no muerto. Por mala
suerte para ti, no habría muerto.

Está mirando al techo tamborileando con sus dedos sobre su estómago.


Parece que está mejor.

—No digas eso, me haces quedar como un desalmado.3

Levanta levemente el cuello y arquea ambas cejas.

—Que gracioso eres a veces Derek.

Vuelve a tumbarse y exhala fuerte.

Sé que suena extraño que yo vaya a decir esto, pero estamos tranquilos
en la misma cama. Obviamente uno en cada punta. Ella está tumbada
desde el lado de la cabecera y yo estoy apoyado en el trozo de madera
del final de la cama.

Me da vueltas todo un poco, pero se podría decir que estoy mucho


menos borracho que antes. En realidad no estaba tan borracho, un poco
tal vez, pero no excesivamente.

—¿Me vas a decir ya de una jodida vez qué es lo que te pasa? ¿Por qué
necesitas tomar esas pastillas?
—¿Sabes?, un día de estos acabarás tatuándote "jodido".25

Frunzo los labios.

—¿Por qué?

Se ríe.

—Porque es como tu segundo nombre.3

De inmediato se apoya sobre sus codos y me mira con la cara pintada


por el interés.

Ay esa cara.9

—¿Tienes segundo nombre, Derek?

—No, ¿y tú?14

Baja la vista y niega lentamente con la cabeza hasta volverse a tumbar.

—Bien, ¿vas a dejar de cambiarme el tema ya y me vas a decir


finalmente qué es lo que tienes?

Niega con la cabeza sin dejar de mirar al techo fijamente. La luz es


escasa, la lámpara no alumbra demasiado, pero lo hace lo suficiente
para que sus ojos verdes se noten en la oscuridad.

—¿Por qué?

—Porque ya te lo he dicho. No es nada grave, simplemente es algo raro


que sería muy difícil que lo entendieras.

—Inténtalo. Prometo poner de mi parte para entender tu inteligencia


supuestamente superior a la mía.6

Me mira de reojo como respuesta.


—No se trata de inteligencia, se trata... simplemente de entenderlo. No
podrías.

—Te estoy pidiendo que lo intentes.

—No tengo fuerzas.

—Ya, ni ahora, ni ayer, ni antes de ayer, ni mañana tampoco tendrás,


¿verdad? A veces me canso de que seas así. ¿Sabes?, si mi segundo
nombre es "jodido", el tuyo es "mentirosa". Y "problemática", y también
"cansina", y tal vez "misteriosa" pero sobre todo sería "ton..." —levanta el
cuello para mirarme mal como advertencia y muevo mis manos
cubriéndome de cualquier ataque—, y "patética". A veces lo eres un
poco.6

—¿Por qué? —resopla.

—Porque no te sirve de nada andar con tanto secretito, eso resulta


patético.

—Bueno, lo de ser algo siempre es subjetivo. No voy a creer que soy


algo porque tú determines que lo soy.7

Se me escapa una risa que ni yo mismo esperaba.

—¿Qué mierda significa eso?3

Se vuelve a apoyar en sus codos y se empuja para quedar sentada como


yo.

—Pues que, que yo sea patética, es tu opinión, así que eso lo convierte
en algo subjetivo. Las personas pueden creer que somos mil cosas, pero
eso no significa que lo seamos de verdad. No me voy a creer que soy
algo porque tú me lo digas.49
Levanto una ceja fingiendo asombro.2

—¿Sabes que eso te contradice a ti misma, no? Si piensas eso, ¿por qué
te afecta tanto que yo te llame tonta?

Agacha la cabeza.

—Es que ahí no solo dices tu opinión, o lo que piensas que soy, sino que
también me ofendes y de alguna manera me hundes. Algunas personas
tenemos la autoestima de cristal.41

—¿Y no hago lo mismo llamándote patética?

Se ríe.

—Digamos que estoy más marcada por las palabras que definen la
inteligencia.1

—¿Idiota, tonta, boba, estúpida?1

Menea la cabeza de un lado a otro, casi riendo y a la vez no.

—Sí, esas.

—¿Por qué?

Me mira fijamente reprochándome que le pregunte tanto, pero no


verbaliza ninguna queja.

—Porque esas fueron las que más escuché mientras crecía.2

Trago saliva y luego exhalo. Ella hace lo mismo y comienza a jugar con
sus dedos.

—¿Y eso debido a qué?

Se vuelve a reír.
—A que en mis genes no estaba el gen de la inteligencia —dice con un
marcado tono de sarcasmo.

—Pues hasta donde me has dejado ver ese gen, lo tienes muy
desarrollado.4

Levanta la cabeza de pronto como si acabara de golpearla con algo.


Abre enormemente sus ojos y luego su boca.

—No me lo creo.

—¿Qué pasa? —pregunto extrañado, no sé qué he dicho.

—¿Me acabas de halagar?8

Oh, mierda, eso.1

La verdad... coño, la verdad se me ha escapado, ¿para qué mentirme a


mí mismo?

Meneo la cabeza como ella lo ha hecho antes.

—Podría decirse que sí, y también que no. Sería complicado que lo
entendieras.4

Se echa a reír.

—No malinterpretes lo que te dije, no te estoy llamando tonto, solo


créeme cuando te digo que es difícil. Lo sería para ti y para cualquiera.

—Eso, querida Emma, Elba, o Mariana, es algo subjetivo.72

Me mira con recelo porque acabo de darle justo ahí con sus propias
palabras.

—No, eso no lo es —mira hacia otra aparte y se remueve sobre su sitio—.


Pero dejemos esto ya.
—Lo dejaremos si me respondes a una pregunta —le propongo.

Ella me enfoca con una mirada cansada, pero asiente aceptando.

—¿Quién te decía todas esas cosas? Ya sabes, tonta y demás.

—Algunos compañeros de clase —se rasca la nuca—. Me costó mucho


esfuerzo aprender algunas cosas al principio, pero bueno, fui mejorando
con el tiempo y la dedicación. Bien —dice aparcando el tema restándole
importancia—, ahora quiero saber cómo te fue con esa chica —chasquea
sus dedos y yo comienzo hacerlo con ella—, ¿por qué chasqueas tú
también los dedos? La que no recuerda su nombre soy yo.

Hago una mueca.

—Lo que pasa es que tampoco recuerdo su nombre. Era algo como
Sonia.

—Oh, Dios —se ríe—, pobre de ella. No quiero imaginar que la llamaras
con otro nombre mientras... —sacude la cabeza—, hicierais lo que
hicierais.2

Me río.

—Bebimos un zumo de mora, bajo el reflejo de la luna, tomados de la


mano y sentados en una roca junto al mar donde chocaban las olas al ir y
al venir.44

Pega su cabeza en la cabecera riendo.

—¿De dónde has plagiado eso? ¿Un libro, Internet?1

—Me lo acabo de inventar —confieso sonriendo un poco.6

La verdad me deja más tranquilo verla riendo que estando pálida y


ahogándose.7
O sea, cualquiera estaría más tranquilo viendo a alguien sano que a
punto de morir. No es que sienta ningún tipo de afecto o preocupación
hacia ella. Quizá un poco sí, pero no es por nada más que humanidad.49

—Entonces podrías ser poeta. Un poeta horrible, y demasiado cursi para


mi gusto, pero poeta al fin y al cabo.8

Niego con la cabeza.

—Eso no es un trabajo de verdad.34

Me mira mal pero no comenta nada, aunque igualmente entiendo que las
cosas relacionadas con poemas y eso le deben agradar bastante.

—Oye Elba, ¿cuándo es tu cumpleaños?2

Sus ojos me dicen que la acabo de tomar desprevenida.

—Pues —levanta los dedos y cuenta— en dos días.

—Vaya, que fácil ha sido sacarte información esta vez.3

—No seas tonto —dice poniendo los ojos en blanco.

—Que yo sea tonto es algo subjetivo —me burlo y se ríe.11

—No vayas a coger la costumbre de robar mis frases, ni de burlarte de


ellas, ¿de acuerdo?

—O si no, ¿qué?3

Pone mala cara.

—Si no... no lo sé, pero estoy segura de que te pasará algo muy malo, no
tengo idea de qué, pero será horrible.26

Dice, bosteza y se acurruca.


—Uy sí, que miedo. Estoy temblando.3

Me mira casi con los párpados cerrados.

—¿Puedes cerrar bien cuando te vayas?

—¿A dónde se supone que me debo ir?

Cierra los ojos y se ríe bajo.

—¿A tu habitación? No me digas... —bosteza— que sigues borracho. Me


había ilusionado con que podías llegar a ser... —otro jodido bostezo—
agradable.8

No respondo, se está durmiendo.

—Lo que tú no sabes, tonta —enfatizo. ¿Cómo no hacerlo?, tengo que


aprovechar la ocasión de que no escucha nada—, es que esa jodida
enfermera ha dicho que no puedes quedarte sola.23

Miro todo el sitio.

—Así que mueve tu culo porque necesito dormir también y no me estás


dejando espacio —le digo moviéndola un poco con un dedo.6

—No tengo... ganas de cenar.

—Ni yo pienso darte de cenar —me río—, ¡solo mueve tu culo gordo!2

—¡Patán! —me grita y se acomoda dándome la espalda.

—Así está mejor.

En realidad no tengo sueño, pero debía asegurar un sitio donde dormir


sin romperme la espalda cuando quisiese hacerlo.1

Con un dedo toco una de sus pantorrillas.


—¿Elba?

Nada.

Creo que ya ha muerto.80

—¿Elba?

La remuevo un poco bruscamente.

—Ay, ¿qué, qué, ¡qué!?22

—Tendremos que irnos pronto de aquí —le susurro.

—¿Por? —pregunta también en susurros.

—La enfermera del hotel se quedó mirando por un largo rato tu


identificación.2

Nos quedamos en silencio.

—De acuerdo. Nos iremos mañana... —se voltea un poco para


mirarme—, ¿no?

Asiento.

—Ahora cierra tu jodido pico y duérmete.

—Sí, eso mismo Derek, que tú también tengas una buena noche y
descanses bien —dice, con sarcasmo.

Cuando se duerme, recuerdo la cara de la enfermera al ver la foto y leer


la información de su carné para apuntarla en el formulario.

—Ya sabías que usarías lentillas marrones, las usaste al hacerte la foto
para el carné —digo, a una Elba dormida y muy astuta.
CAPÍTULO 12
—¿Es que acaso parecemos pareja? —le pregunta Elba, bastante
indignada a la recepcionista, señalándonos a ambos con un pulgar.6

—Perdo...

—Ni perdone ni moscas, hemos esperado más de media hora en la


jodida cola para que ahora nos diga que solo tienen una sola habitación
disponible.18

Resopla y se cruza de brazos sobre la mesa de recepción.

No me creo que me vaya a tocar a mí ser el que calme las aguas. ¿Yo?
¿En serio? ¿Yo?2

—Lo sentimos, pero estamos llenos.

—Elba —la llamo tocando uno de sus hombros.

—Shh —me detiene y retrocede para susurrarme algo—, hemos


esperado muchísimo, si presionamos un poco más esto nos sale gratis.40

Mi boca se abre y ella vuelve a dar un paso al frente para seguir


reclamando a la pobre recepcionista por hacernos esperar tanto.

No le digo nada mientras subimos a la habitación –que resulta ser casi la


más grande y la del penúltimo piso–, pero ella no para de reírse sola.

—¿De qué te ríes? —le pregunto algo interesado.

—¿Viste su cara? Anda, choca esos cinco —dice levantando una


mano—, oh, espera, todo lo hice yo. Yo me chocaré los cinco a mí misma.

Y después de esto hace chocar sus palmas en el aire.


Me río.

—A veces pareces un poco loca.8

—No debo ser la única de este ascensor —replica.

—¿Sabes que dijiste "jodida cola"?17

—¿Qué?

—Antes, cuando estabas chillándole como una posesa a la recepcionista,


te referiste a la cola de espera como "jodida cola".

Abre su boca y me mira.

—¡No! ¿En serio?

Asiento.

—Ajá.

—Madre mía, ¡me lo has pegado! Ahora estoy condenada a no parar de


repetirlo ni durmiendo.2

—Serás... —murmuro mientras ella le sonríe a la pared del ascensor.3

Las puertas se abren y ambos salimos. La verdad la habitación es


enorme, si yo fuera Elba me carcomería un poco la conciencia por haber
freído a la pobre chica de esa forma.

Espera, yo soy el violento de los dos. Debería haber sido yo el que


montara tremendo lío ahí abajo, no ella.3

—Derek... una pregunta —me dice desde alguna parte, cuando la


encuentro está con el mando a distancia de la enorme tele que tiene en
frente pegada a la pared—, ¿ese no era tu coche?3
Miro la pantalla. No me creo que esa gamberrada sea digna de salir en
las noticias, pero ahí está.1

—Eh... sí.

Me mira con la boca abierta.

—¿Lo quemaste?

—Me temo que eso es lo que parece, ¿no? —bromeo, ella abre aún más
la boca.

—¿Por qué?

—¿Por qué el qué?

—¿Por qué lo hiciste sin mí? ¿Acaso no te dije que esa era una de las
cosas que quería hacer antes de morir?25

Me encojo de hombros.

—Si te lo hubiese dicho y hubieses venido conmigo, te hubiese dejado


ahí dentro y te habría incendiado a ti también.54

Hace una mueca de fastidio y vuelve a centrar su atención en la tele.

—¿Dónde lo dejaste?1

Miro la retransmisión en directo que están pasando, allí está lloviendo y


todo el mundo está usando chubasqueros y paraguas. Cómo no.

—No sé. En realidad no sé dónde estaba cuando lo hice. Solo me


aseguré de que estaba lo bastante lejos para no llamar la atención.

—Pues buen trabajo —dice sin dejar de mirar—, al parecer lo acaban de


encontrar.14
Me siento en el sofá y apoyo mis codos en mis rodillas sin dejar de mirar
también.

En la parte baja de la pantalla sale un pequeño resumen de la noticia y sí,


Elba está en lo cierto, lo acaban de encontrar.

—Pues eso dice mucho de cómo se están movilizando para encontrarte.

Elba me mira.

—¿A qué te refieres?

—Sospechan que ese coche puede estar relacionado contigo, pero lo


han encontrado después de semanas. Parece que llevas bastante más
ventaja que ellos.

Camina hasta el sofá y se sienta en el reposabrazos abrazándose a sí


misma.

—Es un equipo de búsqueda nefasto si una chica de diecisiete años los


puede engañar de esa forma —añado.

—¿Tú también esperabas que me encontraran a la semana, verdad? —


me pregunta.2

—¿Quieres la verdad o te miento?

Se ríe.

—Siempre dices la verdad, aunque nadie te la pida, así que adelante.2

—Pensaba que te iban a encontrar al par de horas apenas me enteré de


que te estaban buscando, sin embargo has demostrado ser muy lista.

—¿Lista?

—Bueno, astuta quizá.


—Derek, tu fama de chico malo y agresivo se está derrumbando.

Me río.

—¿Por qué?

—Porque no paras de halagarme. Creo que con estas ya son tres


veces.30

Pongo cara de asco y le levanto el dedo medio.

—Deja de contarlas, parece como si te gustara.1

—No, pero sé que te jode así que las cuento —dice y se echa a reír.13

—Bueno, tú misma has dicho que digo siempre la verdad aunque nadie
me la pida, así que no te emociones porque no te halago, simplemente
digo lo que veo.

—Claro —entona sarcásticamente.

—Cállate —le digo tirándole un cojín.1

—Ay pobre, ¿estás intentando parecer rebelde conmigo? Tranquilo, para


mí siempre serás mi jodido chico malo.18

—¿Tu qué? —me río, más por burlarme que por otra cosa.

—Solo bromeo, no te asustes, ten —me pasa el mando de la tele—, voy


a darme una ducha. No sé si has visto el baño que hay aquí, pero es
alucinante.3

—¿Tiene ducha?

—Claro, y agua, y paredes, y todo lo que tiene un baño Derek, por eso se
llama baño.45
—¿Entonces qué cojones es lo que lo hace alucinante?

—Tiene paredes de cristal.2

Arrugo la cara.

—¿Qué? ¿En serio?

—Sí.

—¿Te gusta que un baño tenga paredes de cristal?3

—No seas tonto, por favor —me dice poniendo los ojos en blanco—. Me
refiero a que tiene vistas geniales. O sea, una de las paredes es un
enorme ventanal, puedo ver a todos los de allí abajo.2

—¿Y no has pensado que, como tú puedes verlos a ellos, ellos también
podrán verte a ti?27

Se ríe.

—¿O sea que eso es lo que te preocupa? —Se levanta y se encamina a


alguna parte—. No se puede ver nada desde afuera, solo desde dentro, y
si se pudiera, estamos demasiado altos como para que pudieran apreciar
algo.

—Tengo que ver eso —le digo y me levanto siguiéndola.6

Ella tiene razón, hay vistas grandiosas, incluso se ve el camino del río
que desemboca en la playa.

—Y las paredes tienen música —dice medio saltando de la emoción.34

La veo apretando unos botones y de pronto una canción se empieza a oír,


pero rápidamente la cambia y pasa a otra, así hasta que encuentra una.4

—No me digas que te gusta eso.


—Claro que sí, ahora sal para poder ducharme en completa paz y
tranquilidad.

Cierro los ojos y tanteo todo hasta llegar a la puerta e irme. No hacía falta
hacerlo, no es que estuviera desnuda, pero se ha reído. Tiene una risa
demasiado fácil. Algunas veces desespera, pero otras contagian y resulta
divertido.

—¿Sabes? Me voy a poner a buscar el regulador del agua. Si de repente


deja de salir o comienza a salir fría, mantén la calma, en unas horas ya
se te habrá secado el jabón del pelo.

—¡Derek, ni se te ocurra! —me chilla.

Me río.

—Demasiado tarde, ya se me ha ocurrido.6

—¡Me refiero a que no te atrevas a hacerlo!2

No respondo y me voy al sofá riendo. No voy a perder el tiempo


buscando el regulador del agua, ni siquiera debe estar en la habitación,
pero es divertido aprovecharme de las situaciones. Aunque hay algo que
sí puedo hacer...

—¡Derek, te odio! ¡Para ya!1

—¿Qué? No te escucho.

—Cierra el grifo del otro baño, me está saliendo congelada.

—Oh, lo siento —cierro el grifo y espero un par de segundos, luego la


vuelvo a abrir.

—¡Derek!
—No soy yo, yo estoy en el sofá.4

—Claro, y yo nací ayer.

Apenas la oigo decir eso cierro el grifo. Acabo de recordar que mañana
supuestamente es su cumpleaños. Cumplirá dieciocho.2

Que vieja por Dios.118

Abro el grifo de nuevo y regreso al sofá. ¿Por qué lo hago? La verdad no


lo sé, es divertido meterme con ella supongo.

—¡Derek, está helada!

—¿El qué?6

—Por favor, cierra ya el grifo, me voy a congelar.

—Usa esa pistolita para el pelo que saca aire caliente, seguro que entras
en calor rápidamente.48

A lo lejos comienzo a oír su risa. Ya está de nuevo.

—Pistolita para el pelo que saca aire caliente —repite casi sin voz—, me
estoy muriendo de la risa.22

Al oírla me la imagino ahí adentro riéndose.13

Uy, Derek, uy Derek, mejor no vayas por ahí.18

—¿Ya has acabado? Necesito el baño también.1

—¿Bromeas? Me va a llevar el día entero aquí.

—Pues no pienso cerrar el grifo.

—¡Jodido!1

—Oh, segunda vez hoy.


—Mierda —se queja y esta vez es mi turno para reír—. Oye, ¿hagamos
un trato, de acuerdo?

—Te escucho.

—Si cierras el grifo, te deberé algo. No sé, dinero, un favor, lo que


quieras. Solo tienes que cerrarlo.3

Me estiro en el sofá pensándome la propuesta. Después de un minuto la


vuelvo a oír.1

—¿Derek?

—Está bien, acepto.

—De acuerdo, ahora cierra el bendito grifo.

Regreso al otro baño –que es mucho, mucho más pequeño que el otro– y
cierro el grifo.3

—Listo. Iré a pensarme lo que quiero que me debas.32

No responde, pero puedo imaginar que habrá murmurado algo de mala


gana.

Cuando llego a recepción me fijo en que la recepcionista ya no es la


misma. Un señor pasa con una carretilla llena de cajas pequeñas y al
intentar entrar al ascensor se le cae una. Lo llamo y se la paso, él
balbucea dos cosas y acaba de entrar al ascensor casi de mala gana.

—Menudo idiota —murmuro.

No me doy cuenta de por dónde camino hasta que atropello a una chica
con una maleta. La maleta se abre en el acto y ella maldice a alguien, no
sé si a mí.
—Lo siento, iba despistado.

Mierda, por no mirar me toca pedir perdón y pasar un mal rato.

—No pasa nada, ya me ha pasado tres veces en el aeropuerto.

—Joder, menuda suerte —comento y me agacho para pasarle un


pantalón corto, pero al cogerlo dos camisetas y un sujetador se caen.

Bien, estas cosas son las que pasan cada vez que intento ser amable.

—Sí, menuda suerte y también menuda vergüenza —dice ella tomando


las prendas—. Muchas gracias —estira una mano—, soy Kim, ¿tú?

—Derek.

Sonríe y sigue guardando cosas en su maleta. Seguramente tiene un par


de años más que yo.

—¿Qué, vacaciones o trabajo? —pregunta rápidamente metiendo todo al


azar.

Me sorprende que quiera ser mi amiga cuando acabo de arrollar a su


maleta.6

—Vacaciones podría decirse —digo mientras la ayudo a levantar la


maleta, es jodidamente guapa—, ¿y tú?33

—Trabajo, pero espero poder aprovechar un poco.9

—Estaría bien, no creo que este sea el sitio ideal para venir a trabajar.

Se ríe.

—Desgraciadamente esa es mi suerte.

Levanta una tarjeta y la mira.


—¿Podrías decirme dónde tengo que ir?3

Tomo la tarjeta. Es la cuarta planta, habitación B3. Se lo indico y ella lo


agradece. De verdad, está muy buena.34

Derek, autocontrol por favor.13

—Oye, no sé si te sonará un poco aprovechado pero..., tengo la noche


libre, ¿crees que podrías ayudarme a conocer un poco de por aquí? ¿Un
paseo quizá?59

Doy un paso atrás como previniendo algo que debería, pero simplemente
miro hacia las escaleras y luego la vuelvo a mirar a ella sin saber cómo
debo responder.

—Oh, lo siento, ¿estás aquí con tu pareja?

—Eh... no, no es eso —sonrío, no me conviene que piense eso—. Lo que


pasa es que yo tampoco llevo mucho aquí.

—Oh, genial, podríamos hacer un poco de turismo por los alrededores —


propone con bastante ilusión—, claro, solo si quieres.26

—Sí, eso estaría bien.

Sonríe y vuelve a estirarme una mano.

—Perfecto, entonces, ¿qué te parece que nos veamos aquí mismo a las
ocho y media?10

—Genial.1

El ascensor se abre y ella pasa. Me saluda con una mano, hago lo


mismo pero antes de que las puertas se cierren vuelve a salir haciendo
que se vuelvan a abrir.
—Oh, no te lo he preguntado, ¿aquí suele haber mosquitos por la noche?

Me encojo de hombros.

—No lo sé, lo descubriremos esta noche supongo.

Se ríe y vuelve a entrar.

—Hasta las ocho, Derek, y gracias por ayudarme con mi maleta.

—De nada.

¿Acabo de conseguir una cita en menos de diez minutos?44

¿De verdad?

Vale, a ver, piensa Derek. Es, seguramente, mayor que tú, está buena,
sonríe bastante y después de hoy estará ocupada en su trabajo. ¿Qué
puede salir mal esta noche?6

Me giro mirando sonriente a la recepcionista, ella está atendiendo el


teléfono y arruga la frente al ver mi expresión. De dos en dos vuelvo a
subir las escaleras. Cuando abro la puerta estoy jadeando, Elba me mira
extrañada apenas me ve.

—¿Qué haces? —le pregunto.1

—Secándome el pelo, ¿y tú? ¿Te perseguía un perro o algo así?

—No, nada de eso, solo venía a decirte que posiblemente no aparezca


hasta muy tarde hoy.

Ella me mira sorprendida pero no añade nada, solo asiente.

—Genial, diviértete.
Me doy la vuelta pero no salgo. Siento que tengo que mostrar algo de
empatía, no sé por qué, pero siento eso.5

—¿Qué harás tú? —le pregunto mirándola de nuevo.

—Uhm, me parece que buscar un centro de belleza de esos y arreglarme


el mal corte que me hice. También volverme a teñir el pelo y si me animo,
depilar todo lo que me apetezca que depilar.

Levanto una mano diciendo que pare.3

—No me digas más, suena divertido, espero que lo pases bien.3

Ella me mira de mala gana.

—Pareces emocionado —comenta—, deberías darte una ducha para


controlar las mariposas de tu estómago —se burla.

—Buena idea.

Cierro la puerta y me encamino hacia mi maleta para buscar ropa.

Después de todo eso acabo comiendo con Elba, quisiera preguntarme


cómo pero no lo recuerdo, luego desaparece supongo que buscando ese
centro de belleza. Yo por mi parte me quedo viendo aquel partido de
voleibol femenino en la playa.8

—Créeme, fue demasiado bruta. Le dio en toda la cara, incluso hizo que
la nariz le sangrara. Fue muy bestia.

—¿Bruta? ¿No se supone que estaban jugando chicos?

—Bueno... —me rasco la nuca—, habían algunas chicas.

Kim se echa a reír.

—Vaya, vaya, eres un mentiroso, Derek.


—Sí, bueno, dime, ¿de dónde eres? —pregunto cambiando de tema
adrede, ella se ríe.2

—Soy de la capital. ¿Tú?

—Yo no soy de aquí.

—Ah, ¿entonces el acento es real?

—¿Qué clase de pregunta es esa? Claro que es real.28

—Pensé que lo usabas para impresionar a las chicas.

—¿En serio? ¿A cuento de qué llegaste a esa conclusión? —Le pregunto,


¿de verdad todo el mundo cree eso?

—Bueno —cruza sus piernas—, admito que a mí me impresionaste.


Luego cogiste mi sujetador y fue muy vergonzoso pero... da igual.
Aceptaste mi propuesta así que todo salió bien.3

—Uhm, ya veo. Vas dejando caer tu maleta para que chicos como yo te
recojan los sujetadores y luego acepten salir contigo, ¿no?1

—¿Qué? ¡No, por Dios no! —se echa a reír—. Eso no es lo que quería
decir. Ni siquiera me interesaba conocer a ningún chico, suelo estar muy
ocupada con mi trabajo, así que tropezarme contigo no fue planeado ni
mucho menos. Jamás dejaría caer mi maleta para que un chico recogiera
mi ropa interior adrede.19

Me alegra que diga eso, pero su camiseta de tirantes muestra un poco de


lo que hay debajo de ella así que no me concentro mucho en lo que me
está diciendo y es posible que haya olvidado lo último que ha dicho. Soy
consciente de que es una noche calurosa, y no me quejo, pero voy a
abstenerme de acabar borracho a base de cervezas frías.
Solo me abstendré de terminar borracho, puedo hacer muchas cosas
más sin estarlo.

—¿Quieres parar un rato a tomar algo? Siento como si hubiéramos


caminado por horas, aunque quizá solo llevamos unos cuarenta minutos
—propone.

¿En serio? Digo que no quiero acabar borracho y lo primero que propone
ella es ir a tomar algo.

—Claro, siempre que no sea alcohol.

Kim me mira sorprendida.

—No me lo creo, ¿no eres mayor de edad?

—Sí, lo que pasa es que no pienso emborracharme hoy.

—Oh —dice y sonríe—, que responsable.

Ajá. Responsable, eso. Había olvidado cómo se pronunciaba esa


palabra.2

La sigo hasta un concurrido bar de la playa. Me sorprende cuando dice


que no quiere quedarse fuera, en una mesa con vistas a la playa, sino
que quiere entrar.

Tengo un pequeño y raro palpito, como diría mi madre, pero no sé sobre


qué podría ser.

Pido un refresco y ella una cerveza, lo cual está bien para cambiar los
clichés.

—¿Sabes? Mejor tiraré esto y me pediré un refresco como tú —dice


tomando su cerveza medio vacía—, ¿quieres que te traiga otro de paso?
—Claro, gracias.

Cuando me quedo solo miro todo el bar y me pregunto quién pudo elegir
la iluminación de color verde fosforescente. Está todo oscuro y gracias al
color de las luces no se puede ver nada claro.

Kim vuelve con las bebidas y propone que el último que se las beba, le
deberá pagar al otro todo lo que quiera. Acabamos al mismo tiempo, así
que la apuesta queda en nada.26

—Joder, me comienza a arder la vista —comento, varios minutos de


charla después.

—¿En serio? ¿Y eso por qué?

—No tengo ni idea.

Voy a buscar una botella de agua y cuando vuelvo a sentarme el bar está
girando a mi alrededor.

Esto es loco, hace unos minutos todo estaba bien, ahora me siento
mareado.

—¿Qué coño... pasa?15

—No lo sé, dímelo tú —le escucho decir a Kim.59

Sé que dice algo más, puedo ver que mueve sus labios pero, o no la
escucho, o ya directamente estoy sufriendo alucinaciones.

—Kim, todo está girando.

—Derek... —sus labios se siguen moviendo, pero por más que intento oír
algo no lo logro—, preguntas... sabes...25

—¿Qué dices?
—Colaborar...

—No sé de qué coño hablas.

—¿... conoces?

Realmente no sé qué dice. Solo me llegan frases a la mitad. No entiendo


nada, joder, nada.3

—¿Podrías llevarme al hotel? No me siento nada bien.

Le digo, pero ella no reacciona como espero, no hace nada solo sigue
hablando.

—¿Kim? ¿Me oyes?

Sigue hablando.

—Estoy mareado, no estoy escuchando nada de lo que dices...

—Ella —oigo, todo queda en silencio a la vez que se oye mucho ruido de
fondo, es tan loco todo esto— sí.8

Espera un momento, esa voz... ¿soy yo el que está hablando?3

¿Qué mierda está pasando? No sé qué cojones estoy diciendo. Ni


siquiera he bebido una gota de alcohol, ¿cómo es posible que esté tan
borracho?

—Ella, sí —oigo decir a la voz de Kim.42

Ahora quiero moverme, pero parece que no lo consigo. Mi ángulo de


visión sigue siendo el mismo, no me levanto ni ando como se supone que
quiero hacer, no hago nada. Sigo ahí sentado, frente a Kim. ¿Cómo
puede no darse cuenta de que estoy así?

—¿Kim? ¿Me oyes?


Quiero preguntarle eso, pero no es lo que finalmente digo. Sigo diciendo
cosas que no controlo.1

Joder, ¿qué me pasa?

—Ayudarás...

¿Qué? ¡Joder, ¿qué es lo que pasa?!1

Aprieto mis párpados, y sé que logro hacerlo porque todo queda negro
por un rato, pero luego vuelvo abrirlos.

—Derek —ella toca mi hombro, eso sí que lo puedo sentir.

—Joder, Kim, ¿no lo ves? Estoy medio... drogado, necesito volver al


hotel.2

Ella no escucha nada.

—Bebe agua —escucho alto y claro, posiblemente esté hablando en mi


oreja—, así podrás hablar mejor.1

Ella acerca la botella a mis labios y bebo.

—Vamos, Derek, ahora habla —oigo todavía más claro.

¿Qué coño pasa? Esta mierda me está desesperando mucho, joder.

—Sí, la he visto, es...25

Hay una foto en la mesa. Quiero que mi mano la coja, pero solo logro
hacer que mi mano arrastre la fotografía por la mesa. Al parecer ya estoy
recuperando la puta conexión entre mi cerebro y mis extremidades.

La foto. Tengo que ver la foto.


Pasa una eternidad, o al menos me lo parece, cuando de repente
reconozco todo de esa imagen.

Es la rubia de la tele. Es... Elba.

—Tengo ganas de vomitar... ¿puedo...? —Le ordeno a mis manos que


tomen la botella de agua y esta vez obedecen—. ¿Puedo ir... baño...
momento?

Las palabras dentro de mi cabeza estaban entrelazadas entre sí y tenían


sentido, pero las he dicho como si no supiera hablar.1

Alguien me empuja hasta algún sitio y cuando escucho un portazo me


doy cuenta de que estoy en un baño. Me apoyo en mis rodillas durante
un par de minutos, luego recupero el equilibrio y camino hacia los
lavamanos. Meto literalmente la cabeza bajo el chorro de agua.2

Estoy seguro de que Kim ha metido algo en mi bebida. Ese pensamiento


ahora es el único que reina en mi cabeza. Estoy demasiado seguro de
ello. Solo tengo que lograr recuperar mi normalidad.2

Me acerco a la puerta y le pongo el pestillo. Luego vuelvo al lavamanos


para repetir una y otra vez la misma acción, meter la cabeza bajo el
agua.1

Pierdo la cuenta haciéndolo. La última vez casi me ahogo, pero gracias a


eso puedo sentir que mi cerebro reacciona.

Esa loca realmente me ha petado el cerebro a drogas.

—Jodida... —murmuro en voz baja, mirándome al espejo.

Cuando lo hago me doy cuenta de que acabo de decir justo lo que quería.
—Bien, bien Derek —digo palmeándome fuerte la cara—, reacciona
vamos.

Miro la ventana de la pared, está medio abierta. Yo termino de abrirla,


retrocedo y echo a correr para saltar y poder colarme por la ventana,
pero no lo logro y lo que hago es comerme la pared.44

Quedo idiota en el suelo, pero, y aunque suene muy irónico, lo idiota me


hace despabilar un poco más.

Lo intento cuatro veces más y a la quinta consigo agarrarme con las dos
manos al borde de la ventana, me impulso y meto los brazos, luego la
cabeza y poco a poco voy saliendo. Por suerte la altura del otro lado es
la misma, pero, por mala suerte, como tenía que pasar, lo que me espera
al otro lado es un contenedor de basura abierto.3

—Oiga, ¿puede llevarme al hotel... que tiene... este logo? —le digo
jadeando y enseñándole la tarjeta de mi habitación al hombre que está
apoyado en un taxi.12

Veo como me mira de arriba abajo casi de mala gana, escupe el palillo
que tenía en la boca y cabecea en dirección al taxi.

—Sube, anda.

No sé cuánto le pago, pero le doy todo lo que había en mi bolsillo, que


tampoco recuerdo cuánto era. Corro por el vestíbulo hasta el ascensor,
oyendo que la recepcionista se queja, pero no hago caso ya que las
puertas se abren al primer segundo.

Me cuesta hacer que la tarjeta entre en la hendidura pero al final lo


consigo. Enciendo todas las luces a mi paso, sin dejar de jadear. Cuando
llego a la habitación sin pensármelo dos veces me lanzo encima de Elba
hasta quedar a ahorcajadas sobre ella.11

—¿Pero qué...?

—Elba —la llamo sacudiéndola por los hombros—, despierta, tenemos...


que irnos. ¡Ahora!

—¿Derek? ¿Por el amor de Dios, qué te pasa?

—Tenemos que irnos, tenemos que irnos —le digo tan rápido que creo
que no se me entiende muy bien.

—¿Qué? Ay, no, ¿estás borracho otra vez?

¿Qué? ¡No, yo no estoy borracho!3

—No, no lo estoy.

—Claro que sí, mírate, ni siquiera hablas bien... solo balbuceas —se
rasca los ojos y luego me mira—, ¡y apártate de encima!

Se queja y me empuja hacia el otro lado de la cama.

—Elba, tenemos que irnos —le digo más lento para que se me entienda.

—¿Y eso por qué? —pregunta acurrucándose de lado.

—Metí la pata —suelto.

Aún tengo que reorganizar todos mis recuerdos para poder saber lo que
ha pasado en las últimas horas, pero estoy seguro de que he metido la
pata.

No era consciente, pero lo he hecho.

Elba se sienta de golpe como si tuviera un muelle detrás.


—¿Qué? ¿Qué has hecho?

Respiro por la boca.

—No lo sé, solo bebí un refresco y... no recuerdo qué dije o qué hice
después, así que debemos irnos.

—¿Qué? No estoy entendiendo nada, Derek. Necesito que me lo


expliques.

—No hay tiempo para explicártelo ahora. Solo recoge tus cosas, tenemos
que irnos.13

Tomo la sábana y la aparto para que Elba se levante. Ella me mira


confusa.

—Te estoy hablando en serio, debemos irnos... —toco mi cabeza porque


me late—, debemos hacerlo.2

—Está bien —dice saliendo de la cama de un salto.


CAPÍTULO 13
—¿No que no sabías conducir? ¿Qué acaba de ser eso?

Elba echa la cabeza hacia atrás y exhala pesadamente.

—Nunca me saqué el carné, en realidad esto acaba de ser ilegal.

—Se llama supervivencia.2

Me mira, confusa.

—He arrancado un coche, lo he conducido hasta un aparcamiento lleno


de coches sin rayar la carrocería de ninguno y sin haber ido nunca a
ninguna clase oficial para aprender a conducir. Eso no es supervivencia,
esto es un milagro.

Le quiero asentir pero el simple hecho de pensarlo ya me marea. Aún


sigo con la cabeza llena de la mierda esa.2

—¿Qué tienes? Me has jurado durante todo el camino que no estás


borracho, ¿entonces qué te pasa?

—Estoy drogado hasta el ano —le suelto pellizcando con fuerza el


puente de mi nariz.101

—Mira que bien. Quisiste dar el paso, ¿eh? ¿Qué se siente ser más
idiota que de costumbre?1

—No me drogué yo —protesto.

—¿Entonces?

—Conocí a una chica...


—Uhm, sí, tu cita. Me dijiste que era muy guapa mientras comíamos... —
comienza a parlotear— ¿tenía novio? ¿Te dio una paliza que te dejó
tonto? Ay, Derek, ¿metiste la pata?

Sacudo una mano siseando fuerte para que cierre el pico. Su parloteo
me pone nervioso.

—No, no, no es eso. Ella me drogó.3

—¡¿Qué?! —Grita antes de pegar una pequeña carcajada de


incredulidad—. ¿Eso no suele pasar al revés? ¿No sois los chicos los
que, para acostaros con alguien a la fuerza, le ponéis algo en la bebida?

Dirijo mi vista en su dirección, dejando claro con el gesto que no estoy


bromeando.

—Ella no se quería acostar conmigo, ella quería saber sobre ti.1

A Elba se le cambia la cara por completo.

—¿Qué? Repite eso. ¿Por qué quería saber sobre mí?8

—No tengo ni idea —digo dejando caer mi cabeza hacia atrás—. Lo que
recuerdo es que me enseñó una foto tuya, ya sabes —muevo un dedo en
el aire, como si con eso quisiera recordarle cómo lucía ella antes—,
como eras antes, cuando tenías el pelo largo, rubio y eso.

—¿Qué hacía con una foto mía?

Me encojo de hombros.

—¿Puede que fuera policía? —me pregunta.

—Yo diría que nada mejor que eso justificaría todo lo que hizo.6

—Oh, Dios mío —murmura ella, en bajo.


Cierro mis ojos y me dejo llevar por mi cabeza, a ver si puedo relacionar
algo para sacar mis propias conclusiones con un poco más de sentido.

Chocamos, esa fue una buena oportunidad para comenzar una


conversación. En realidad pensé que estaba ligando. Nadie en mi lugar
se iba a imaginar que me drogaría horas después solo para
interrogarme.11

Ella misma propuso lo de salir a hacer turismo. Luego la elección del bar
tan oscuro. Creo que si yo no hubiera pensado tanto en cómo terminaría
esa noche posiblemente me hubiera dado cuenta de que un poco
evidente era.

Imbécil.

«Jodido imbécil.»25

—¿Recuerdas algo de lo que le dijiste?

—No —respondo, sintiendo bastante culpabilidad.

—Mierda, quizá solo es cuestión de horas que me encuentren.

Se cubre la boca y la nariz con sus manos y solloza, pero no lo hace


notar. Yo vuelvo a cerrar los ojos para que la vista me deje de temblar.

—¿Qué tal si pasamos la noche en el coche, esperamos a que se me


vaya la mierda esta y luego conducimos lo más lejos posible de este
lugar? —le prepongo, en un susurro, intentando así resolver un poco esto.

Exhala con fuerza.

—Está bien.

—Eh —la llamo, ella dirige sus ojos verdes hacia mí. No le ha dado
tiempo de ponerse las lentillas, las gafas de sol cuelgan del cuello de su
camiseta—, metí la pata, te empujé directamente hacia fango, pero te
volveré a sacar, ¿está bien?9

Me aparta la mirada de inmediato y asiente, como quien no quiere


establecer contacto directo con nadie para no echarse a llorar.

—Tranquilo. Tú intenta descansar —dice y se apoya contra la ventanilla.

Alargo un brazo y lo dejo en su hombro derecho antes de cerrar los ojos.7

Cuando escucho el ruido de un motor a mi lado, me despierto, casi


asustado.

Tan solo es un coche que está dejando el aparcamiento. Ha sido buena


idea camuflarnos entre tantos coches, dudo que la jodida loca de ayer
supiera qué coche era el nuestro, pero dudo aún más que pudiera
encontrarnos en medio de otros trescientos más.

Elba es bastante inteligente.

Cuando su nombre resuena en mis pensamientos miro hacia la izquierda


para comprobar que sigue ahí. Su cabeza está aplastando mi mano
sobre su hombro derecho y encima me está babeando.10

No es para nada agradable porque gracias a eso ahora no sentiré el


brazo y tendré que aguantarme ese jodido hormigueo del demonio.

Le aparto la mano y ella se remueve.

Está bien, tengo la culpa de que hayamos dormido en un coche, así que
doy por hecho que no se me permite quejarme por ahora.

Un momento.
Miro a todas partes, sacudo mi cabeza con fuerza y luego cierro los ojos
y los vuelvo a abrir. Ya no tengo los síntomas de antes. El efecto de la
porquería esa ya se ha ido.2

—¡Oh, sí! —grito, Elba al instante se remueve—. Lo siento.13

Con cuidado abro la puerta del coche y pego un brinco hacia fuera, pero
antes regreso apoyándome sobre mi asiento y estirando un brazo para
recoger las gafas de sol de Elba de su camiseta.

—Bueno, esto te lo tomaré prestado por unos minutos —tomo las gafas
de sol sacándolas del cuello de su camiseta—. Iré... ¿pero por qué te
hablo? Si se ve que estás más frita que otra cosa.3

Refunfuño, claramente hablando yo solo, antes de salir y cerrar la puerta.


Necesito ir a por café, algo para desayunar y que me ayude a
mantenerme despierto y activo. Pienso conducir bastante, hasta donde
más lejos estemos.13

No sé bien cómo esto de huir se ha vuelto tan personal, pero mi


conciencia me dice que ahora que la he cagado se ha vuelto un poco
más mi responsabilidad. Me siento culpable y creo que con toda la razón,
¿no?

El aparcamiento le pertenece a un gran centro comercial, así que


encontrar una cafetería se vuelve la cosa más fácil que he hecho
últimamente. Mientras espero en la larga fila de clientes, cojo el móvil de
Hanah, que no recuerdo bien cuándo guardé en mi pantalón, y abro
Google aprovechando que el cartel de ahí afuera grita que hay WI-FI
gratis y escribo dos simples palabras:11

Emma James.2
Lo primero que aparece es la sección de noticias: "Emma James, hija del
senador Bill James, desaparece misteriosamente." "Emma James,
¿desaparición falsa, secuestro planeado por motivos publicitarios? ¿Bill
James pagó para que secuestraran a su hija en busca de beneficiar
publicitariamente a su partido?" "Los James, una familia desolada tras el
secuestro de su hija." "¿Secuestro o fuga? ¿Qué pasó verdaderamente
con la hija del senador James?" "Emma James, ¿encontrada muerta en
un coche incendiado?"

Sacudo la cabeza evitando una sonrisa burlona por esto último.


Realmente aún no tienen ni idea de lo que está pasando.

Dejo de leer tanta mierda y le doy a la opción de imágenes. La chica de


melena dorada, larga y ondulada aparece en fotos con el sello de
revistas, al lado de modelos, actores y, cómo no, de sus padres. Mientras
voy bajando la pestaña me doy cuenta de que le gusta posar y de que
varias revistas la mencionan.

¿Cómo debe ser, para una chica como ella sobre todo, dejar todo ese
glamour a un lado? –¿Glamour, se dice así, no?– Cortarse drásticamente
el pelo –que ya nada se parece al que lucía antes–, teñirse de un color
opuesto al suyo, usar un color de ojos que no le da el mismo efecto a su
mirada y llevar ropa prestada, para nada de las marcas tan caras como
se ve en Google que usaba. Debe ser un motivo con un peso realmente
fuerte para querer huir de todo, para querer mantenerse escondida
teniendo que recurrir a ese cambio de... ¿look?... tan drástico –Joder,
estoy seguro de que esa mierda se llama look. No es que ahora me vaya
a mortificar por cómo exactamente se dice.

Vuelvo al inicio y mis ojos leen un título que hasta ahora no había leído.
Ha sido publicado hace dos horas: "Hoy Emma James estaría
cumpliendo 18 años, sus padres y familiares están devastados por no
tenerla a su lado."37

Guardo el móvil a toda velocidad cuando la chica de detrás de la barra


me da los buenos días.

Uso mi llave del coche para abrir la puerta del conductor, atrapo todo con
un brazo y con la mano libre aprieto el claxon con maldad. Elba salta del
asiento como un gato, pegando un chillido al mismo tiempo que la bocina.
Comienzo a reír al ver su cara asustada.1

—¿Te has cagado encima, eh, gallina?2

Lo primero que hace es fulminarme, luego se suelta del techo del coche,
se arregla la camiseta y después lleva su mano a sus labios para limpiar
la baba de ellos.

—No soy una gallina, no soy una cobarde, tan solo me has asustado.

—No te llamé gallina por cobarde, sino por asustadiza, boba.2

Resopla mirándome entre sus largas pestañas.

—Está bien, está bien —digo inclinando la cabeza un poco—, no te


llamaré boba. Pero ahora mueve tu culo hacia el otro asiento, quiero
entrar y sentarme.

—El por favor nunca dejará de sobrar —murmura entre dientes.

—¿Qué mal humor para levantarte con 18, no?13

Me mira de reojo por un momento y las muecas de fastidio desaparecen


de su cara. Incluso llega a sonreír un poco.1

—Que bien, soy oficialmente un año más vieja —dice, con sarcasmo,
aunque en realidad parece que sí le emociona.
—Ten, vejestorio, he traído esto para que no me devores en caso de que
llegues a sentir que te mueres de hambre —le digo pasándole la bolsa de
papel con el logo de la cafetería, ella lo toma y lo revisa sorprendida—, y
también te traje un café, un chocolate y un batido. Tenemos que dejar
claras nuestras preferencias o sino me va a tocar comprar la tienda
entera cada vez que vaya a por el desayuno.1

No sé lo que he dicho, pero cuando la vuelvo a mirar, recogiendo de mis


manos los tres vasos desechables de la cafetería, me está mirando algo
horrorizada.

—¿Qué te pasa ahora?

—Has... —carraspea—, ¿has compr... comprado todo esto... para mí?11

Miro a todos los lados. ¿Me lo pregunta a mí?

Pues claro que es para ella, ¿se cree que yo me voy a comer todo eso?
Bueno, en realidad ya me he comido lo mismo y algo más.24

—Claro, sino, ¿por qué crees que te lo estaría dando?

Su expresión no cambia, sigue petrificada mirándome como si yo tuviera


un demonio detrás.2

—¿Por qué coño me miras así?

—Porque... sencillamente no me lo creo —deja el café y el chocolate


encima de la guantera y me estira un brazo—. Pellízcame, por favor.

Me pide. Miro su brazo y luego a sus ojos, receloso, pero me lo ha


pedido así que...

—¡Ayy! Vale, vale, estoy despierta.

—Obvio que estás despierta.


—Creí que seguía dormida y que estaba soñando.2

—¿Y por qué creíste eso?

—Porque me acabas de comprar el desayuno y no has escogido lo que


te ha dado la gana, me lo has comprado todo.

Arrugo mi frente, realmente perdido. Sigo sin entender lo que pasa aquí.

—Sí, ¿y?

—¡Pues que eso es todo un detalle, Derek! Justo los mismos detalles
que nunca imaginé que tú le harías a alguien y mucho menos a mí.

Esto... ¿me ofendo o no me ofendo? ¿Tan siquiera se supone que debo


ofenderme? ¿O es un halago?92

Mierda, no entiendo esta encrucijada.11

—¿Y qué tal un gracias? —suelto, poco convencido de estar entendiendo


esta conversación.

—Gracias, o sea, ¡muchas gracias, Derek! —estira los brazos, ¿Se ha


puesto contenta o está enfadada? ¡Jesús, ayuda, mierda!—. ¡Gracias!85

Bien. Tan solo creí que estaría bien comprarle algo de comer, no me
esperé que se... enfadara, o que se pusiera de esta manera.2

Ni estoy seguro de cómo se lo ha tomado.10

—Podría darte un abrazo por esto, pero tengo demasiada hambre —dice,
rebuscando en la bolsa—. ¿Sabes? Es el primer cumpleaños en el que
no me levanto con un montón de gente tocando instrumentos alrededor
de mi cama y con una tarta de chocolate llena de velas, pero, ¿a quién le
gusta eso? Total, nunca comía mucho de esa tarta por culpa de las
calorías —se ríe, sacando una pasta—. Esto es mejor —me mira—,
mucho mejor, gracias. ¡Tengo 18 y voy a engordar!1

Esta tipa está loca.63

Ya lo sabía. Lo dije desde el primer momento en que entró despavorida


en mi coche, sin el permiso de nadie. Hoy solo lo estoy reafirmando.

Se me escapa una corta carcajada.

—¿Felicidades?

—Oh, gracias —se detiene antes de darle un mordisco a la pasta y me


mira—, ¿lo dices por mi cumpleaños o por el hecho de que voy a
engordar?1

Cuidado Derek, esas preguntas viniendo de algunas mujeres a veces son


preguntas trampa.4

—Pues... por lo que sea que estés celebrando tan contenta.

Buena esa, amigo.91

—Oh, gracias, gracias. ¿Quieres? —pregunta, extendiéndome el dulce al


que acaba de pegarle un tremendo mordisco.

—No gracias, es tuyo.

—¡Voy a morir! —Grita—, está buenísimo. O sea, quiero decir, me


pondré como una foca pero al menos estaré llena de felicidad.54

No puedo más y me echo a reír.

—Estás loca, Elba.6


—Cállate, no arruines el mágico momento que estoy teniendo con... —se
calla de golpe, mirando en el interior de la bolsa—. Oh, no has sido
capaz...1

—¿Qué?

—No-creo-que-hayas-sido-capaz.9

—¿Capaz de qué?

—Hay un cupcake que pone "felices 18, Elba".186

Miro hacia otro lado.27

—No sé cómo ha llegado eso ahí, yo no le dije nada a la camarera.55

Se ríe.

—Oh, que mentiroso más malo eres, Derek —saca el cupcake y lo


mira—, gracias, es tan tierno... pero me lo voy a comer.36

Me río encogiéndome de hombros.

—Cómetelo, se supone que lo han hecho para eso.

Con cuidado lo deja al lado del vaso lleno de café.

—Lo haré, pero al último. Antes me comeré el resto —me mira,


sonriente—, estoy encantada con mi cumpleaños, gracias.

—Cierra la boca.10

Pega una carcajada.

—Vamos, tienes que saber aceptar las gracias cuando haces algo bonito.

—Cállate, no era mi intención.18

—¿Ah, no?2
—Te voy a sacar del coche a rastras y te voy a tirar al primer cubo de
basura que encuentre, ahí te comerás tu "bonito" cupcake más callada,
estoy seguro.2

Arruga la frente, cómo no, marcando esas tres líneas severas de su


entrecejo.1

—Vale, Gargamel. Que gruñón.17

—Ah, sí, tengo otra cosa —le digo, sacándome sus gafas del cuello de
mi camiseta y tendiéndoselas—, feliz cumpleaños.

Pone los ojos en blanco cuando yo empiezo a reír.

—Que bonito, me robas las gafas y me las regalas por mi cumpleaños.6

—Lo que cuenta es la intención, ¿no?8

—Ay, deja comerme mis dulces, me doy por satisfecha.

Asiento mientras ella comienza a devorar otro de los dulces.

—¿Crees que podrías comer mientras conduzco?

—Oh, estás terriblemente considerado hoy. El Derek que yo conozco


hubiese arrancado estampándome la cara contra el cristal del
parabrisas.37

Sonrío de lado, pongo las llaves y hago amago de querer arrancar, pero
no lo hago.

—Deja de insinuar que me estoy volviendo un blando, me jode.10

—Está bien —murmura.

—¿No vas a añadir nada más? —le pregunto con una ceja enarcada,
sorprendido.
—No —dice con la boca llena—, estoy bien así, gracias.3

—Bien. Una cosa más.

Me mira.

—¿Mhhm?

—Ahora que tienes 18, intenta no meterte en problemas.

Comienzo a arrancar el coche pero aún así la escucho tragar fuerte.

—¿Por qué?23

Pregunta, ingenua. Creí que lo había entendido, pero no.

—Porque podrías ir a la cárcel.2

De reojo veo como se encoge de hombros y sigue comiendo, como si


eso no le importara lo más mínimo. Yo ya la he prevenido. Ya será culpa
suya si acaba entre rejas.

Cuando acaba de comer, casi una hora después, enciende la radio y


canta mientras hace ruido con los envases vacíos del chocolate y el café.
El batido lo está reservando aún.

No digo nada, me trago todo ese espectáculo de niña pequeña solo


porque está de cumpleaños.2

Me pide que pare una sola vez porque no soporta las piernas, luego,
cuando volvemos a reanudar el viaje, se queda dormida.2

Salir de esa mierda me cuesta tener que pagar varias veces el peaje. En
una de esas veces Elba se despierta, mira a todo su alrededor asustada
y rápidamente se pone las gafas. Al parecer creyó que nos había parado
la policía o algo así.
No puedo dejar de preguntarme por qué vive tan asustada, me gustaría
saberlo, pero puede que se ponga como una posesa si se lo pregunto de
nuevo.

De todas formas, en algún momento adecuado, en la situación adecuada,


lo dejaré caer.

—Mi habitación parece muy cómoda, ¿y la tuya? —me dice reuniéndose


conmigo en el ascensor del hotel en el que acabamos de hospedarnos.

—Igual.

Coge su bolsa del suelo y me la enseña.

—Ya era hora de que hiciéramos esto. No pongas esa cara, Derek.

—No pongo ninguna cara.

Me encojo de hombros. Ella resopla.

Me voy a aburrir como una mierda en esa jodida lavandería.9

Elba se pone a hablar con la dueña del negocio mientras yo lleno una de
esas máquinas con toda mi ropa sucia. Es alucinante como parece que
en vacaciones te libras de la ropa sucia, pero tan solo es una ilusión. En
las vacaciones también hay ropa que lavar, tal vez incluso más.2

—¿Ya has puesto tu ropa a lavar?

Asiento.

—Bien, ahora pondré yo la mía —me dice, mirándome algo recelosa—.


¿Te pasa algo?3

—No, ¿por?

—Tu cara es la viva imagen de la felicidad —bromea.1


—Tan solo estoy aburrido.3

Ella camina hasta una lavadora, vacía toda la bolsa prenda por prenda
en la máquina, la llena con las cosas que acabamos de comprar y la
pone en marcha.

—No seguirás pensando en aquella chica y en lo que le dijiste sobre mí,


¿verdad?

Sin quererlo, la miro como si me acabara de pillar en rojo.

—¿Por qué sigues pensando en eso? Ya estamos bastante lejos de ese


lugar, no hay de qué preocuparse.

Coloca sus manos en una lavadora y salta escalándola para sentarse


sobre ella.17

—Yo no estoy preocupada por eso, tú tampoco deberías.

—No lo estoy —medio miento.

—Bueno, entonces háblame de alguna chica que hayas visto por el hotel
y te haya gustado.1

Agacho la cabeza, intentando desviar su atención.

—No me creo que no hayas visto ninguna, ¡vamos! —dice, palmeando


levemente uno de mis hombros.

—No lo sé, no estuve muy al pendiente. —Eso la hace pegar una


carcajada—. Háblame tú de cualquier chico.8

Abre los ojos sorprendida, pero luego se pone a pensar y comienza a


parlotear.

—Vi a un botones muy atractivo cuando subía a mi habitación.2


—¿En serio, Elba, en serio? ¿Un trabajador del hotel? ¿Por qué no te
has podido fijar en un turista?18

Arruga la nariz.

—No sé, el único que me pareció guapo era él, y resultó ser el botones
—se ríe.

—Bueno, al menos sabemos que no te va a costar mucho si quieres


hacer que vaya a tu habitación. Tan solo tienes que sacudir una mano en
su dirección.5

—¡Oye! —grita, ofendida, no sé por qué.1

—Solo bromeo.

—Tu cara de pato estreñido dice lo contrario —suelta.26

—¿Qué me has llamado?

—Pato estreñido —repite, vacilándome. Yo me hago el ofendido. No sé


por qué, nunca he visto a un pato estreñido.5

—¿A que no tienes agallas para decírmelo aquí, en toda mi cara?14

Sonríe, pega un salto bajando de la lavadora y se acerca a mí.

—Pareces un pato estreñido —dice, conteniendo la risa— y ahora que te


tengo más de cerca he de añadir que también pareces un búho.

Arruga toda la cara, imitando supongo que a un búho de manera que


resulte despectivo.3

La arrastro hasta la lavadora que tengo detrás de mi espalda y le clavo


los dedos debajo de sus hombros, en sus axilas, provocándole
cosquillas.35
—¡Para!, ¡quita! —comienza a chillar entre risas.

—Retira lo que has dicho.

—Nunca en un millón de años.72

—Entonces seguiré —advierto, comenzando a bajar las manos hasta su


estómago.15

Ella no para de reír y de defenderse como puede, pero no logra quitarse


mis manos de encima.1

—Derek, para, me... —jadea—, me falta... el aire.23

Me aparto cuando reúne fuerzas para empujarme y se inclina sobre su


estómago apoyándose en sus rodillas.

—¿Elba?

Me acerco y toco su brazo.

—Tran... —tose—, tranquilo.

—¿Lo dices en serio? Te estás ahogando.

—No —dice en voz baja, negando con la cabeza—. No es eso.

Intenta incorporarse y se apoya contra la lavadora, dándome la espalda.

—¿Qué te pasa?

—Nada.9

Cierra los ojos y comienza a coger aire por la nariz y a lanzarlo por la
boca.

—Estoy bien —susurra.

—No, no estás bien. ¿Qué ha sido eso?1


Se queda un rato callada, sin responder, solo respirando.

—El sobrepeso es mi kryptonita —bromea, mirándome—. Tranquilo, tan


solo ha sido una tontería de las que me dan a mí cuando me paso
comiendo y luego tengo estás... sesiones de risa.27

Arrugo la frente.

—¿Qué?

—Que estoy en mala forma, eso es lo que quiero decirte.

—¿Me estás diciendo que lo que te acaba de dar es por culpa de no


hacer ejercicio?3

Ella asiente tan tranquila, como si no hubiese estado a punto de


ahogarse hace unos segundos.

—Ajá.

—No te creo.

—Oh, claro que me crees. Es más, gracias a ti me voy a apuntar a un


gimnasio en cada ciudad que pisemos. No puedo quedarme sin aire cada
vez que me esfuerce un poco más de la cuenta, ¿no crees?17

Dice, se aparta y se vuelve a sentar en su lavadora. Yo camino hasta ella


y me apoyo a su lado.

—¿Estás segura de que es por eso?

—Totalmente —se ríe—. Nunca he sido la mejor en clase de educación


física, créeme.3

Me va a costar hacerlo, Elba, me va a costar. Me digo a mí mismo


mientras la miro poco crédulo a ella. 1
CAPÍTULO 14
—¿De verdad te dijeron que te apuntaras a esta mierda o solo intentas
cobrarte que me fuera de la lengua con esa tipa?

Le pregunto, encorvado, apoyado sobre mis rodillas, intentando


recuperar el aire que acabo de perder.

Ella se gira, guarda esa cámara desechable que compró ayer y baja su
vista hasta mi altura colocando sus brazos en jarra.

—Deja de refunfuñar que a ti nadie te dijo que te apuntaras.

—No, pero me animé porque tú dijiste que era una especie de guía
turística... —exhalo, inhalo, necesito que mis jodidos pulmones se llenen
de aire, joder—, pero nunca mencionaste que esa guía turística sería por
una montaña más empinada que...69

—Ni se te ocurra hacer mención de nada fuera de lugar, por favor, Derek.

—No soy un jodido mal pensado todo el tiempo, por Dios —me quejo.33

—Oh, claro que lo eres. Vamos, deja de quejarte como un niño pequeño,
recoge tu mochila y sigue, que vamos a aprovechar el descanso para
hacer fotos por ahí.

Dice, volviendo a tomar su mochila y a colocársela sobre la espalda. Así


pasan los diez minutos que nos habían dado. Esos diez minutos para
descansar, beber agua y hacer fotografías ya se han acabado. Elba los
ha aprovechado mucho, pero yo no y encima me estoy meando.

—Hay un matorral ahí detrás —dice, caminando para unirse de nuevo al


grupo.

—¿Qué?
Se voltea un poco.

—Ese bailecito que estás haciendo no creo que sea para invocar a la
lluvia. Llevo poco tiempo contigo pero me ha bastado para comprender
que esos pasos se deben a que tu vejiga está a punto de explotar.13

Se gira de nuevo y sigue caminando.

—¡Aprovecha! ¡Quizá ese mal humor sea culpa de tu vejiga!

—¡Vete al... —cállate, Derek, ella puede que tenga razón—, olvídalo!2

Esta situación me recuerda algunos años atrás, al mocoso de seis años


que era. Mi madre siempre me decía que fuera al baño antes de salir de
casa, pero siempre terminaba regando algún árbol por el camino, como
justo ahora.29

—¿Mejor? —me pregunta cuando corro hasta su lado, medio sonriendo.8

—Cállate, no es algo que te interese.

—Uy, uy, al final va a ser que ese humor se debe a algo con tus
hormonas.

La miro raro.

—A mí no me baja la regla si eso es a lo que te refieres.2

Ella me regala una mirada de aburrimiento, como si el comentario le


sonara tremendamente trillado.

—No solo nosotras sufrimos cambios de humor durante nuestras reglas,


como se suele pensar. Vosotros también. No os baja la regla pero, al fin
y al cabo, sois tan seres humanos como nosotras y vuestra testosterona,
lejos de ser perfecta e inmejorable, también os provoca montañas rusas
emocionales de vez en cuando. ¿Quién te ha dicho a ti que por no ser
mujer y por no tener ovarios te has librado de los cambios de humor?15

El tono con el que me sermonea me hace soltar una sonrisa. Ella me


pregunta que por qué sonrío de repente y le respondo que por nada.

—Oye... hablando de hormonas y de la regla, puedo preguntarte si no es


raro que a ti no te haya venido aún —suelto, realmente interesado.4

Me mira de soslayo.

—¿La tienes? —le pregunto.

—¿Recuerdas ese par de días que pasé muy llorona?11

—¿Qué dices? ¡Pero si me hiciste creer que era por la alergia!

—No había suficiente polen, Derek —se ríe—. ¿Ves como no siempre se
nos nota que tenemos la regla?

—Ah —digo, cayendo en que de verdad era bastante evidente que lo de


la alergia era mentira. Pero mejor así, haber tenido presente que ella
estaba en sus días quizá me hubiese hecho ser un poco más gilipollas.
Sí, con chistes sobre la regla y manchas de Ketchup por todos lados para
meterme un poco con ella—. ¿Por eso lloraste cuando viste a ese
vagabundo tocar un ukelele sentado en el suelo?2

—¡No! ¿Acaso no oíste la letra? Era tremendamente conmovedora.

—Ajá, la letra. Lo que tú digas.

—¡Lo digo en serio! —Se defiende, cruzándose de brazos—. Era una


letra muy... sentimental. Hablaba de perderlo todo y de ir rodando sin
techo fijo.
Pongo los ojos en blanco, inafectado.

—No puedes cantar algo sentimental con un ukelele y que te provoque


llorar.55

—¿Por qué no?

—¡Buenas noticias, gente! —Dice el monitor— ¡estamos a punto de


llegar a la cima! Prometo que las vistas serán insuperables.

Elba se lo queda mirando por un rato, él se da cuenta y le da un guiño


supongo que simpático.5

—¿Te parece atractivo?

—Es muy amable —responde al instante—. Pero demasiado guapo,


tiene que tener algo de malo.7

—Impotencia —murmuro, ella me da un leve codazo.60

—¿Lo ves? Eres un mal pensado 24/7.33

—Me lo has puesto en bandeja de plata, por no usar otra expresión


"fuera de lugar" —me burlo, entrecomillando lo último con los dedos.

Me lanza una mirada de reojo y se adelanta dos pasos de mí. Corre un


poco, se gira y de repente me enfoca con su cámara desechable.

—¿Qué coño haces?

—¡Voy a mostrarte las buenas vistas que no estás disfrutando por tanto
refunfuñar y burlarte a costa de otros!1

En un gesto me quito las gafas del cuello de mi camiseta y me las pongo.


Cuando vuelve sobre sus pasos me saca la lengua.
—¿Cómo se supone que me la vas a enseñar si es una cámara
desechable?

—Mira —me dice, poniéndome la cámara delante para que mire por el
visor—, ¿ves todo ese paisaje? ¿Ves lo bonito que es? Bueno, pues ahí,
a un lado, imagínate a ti, estropeando las vistas.7

Comienza a reír.

—Ja, ja, me muero, eres tronchante —gruño.16

—Lo digo de broma —guarda su cámara—, tan solo quita esa cara de
decepción y disfruta.

—Me están apaleando, ¿cómo disfruto de eso?

Abre sus brazos.

—Nadie se está quejando, todo el mundo está viviendo el momento tan


genial de subir una montaña y tener vistas como estas. Tú deberías
intentar hacer lo mismo.

Resoplando desato la gorra del asa de mi mochila y como ella me la


pongo.

Debo admitir que llevo un humor de perros desde que vi en lo que me


había metido. Y también debo admitir que no me he fijado de todo lo
asombroso que luce el paisaje desde aquí arriba.

Elba hace que su coleta no pare de mecerse mirando todo, sacando


fotos y admirando con detalle cada metro que avanza. Somos la
representación de la diversión y el aburrimiento personificados.23

—Dame —le digo, quitándole la cámara al verla con ganas de sacarse


una foto justo en ese punto—, y colócate.20
Sonríe, lanza su mochila rápidamente y corre al lado de la valla que limita
el borde del camino.

Estaría bien que se quitara la gorra, las gafas y que se soltara el pelo,
pero en pocas palabras es una fugitiva. Las fugitivas no pueden hacer
ese tipo de cosas en público, ¿no?

—Gracias, espero que haya salido bien.

—Todas las fotos que yo hago salen bien —le aviso.

—Entonces será un fotón.

Sonrío de lado, agradeciendo el cumplido casi indirecto sin palabras.

—Te acaba de mirar, dos veces y de reojo —le aviso.

—¿Quién?

—El cachas del monitor.

Ella se vuelve y sus miradas chocan. Ambos se sonríen. No pueden ser


más tontos por Dios.3

—¿Por qué no vas con él?

—¿Qué? ¿Por qué haría eso?

—Porque se nota que te gusta.

—No..., solo creo que es guapo y simpático, no me gusta.

—Quizá te gustaría si le hablaras.

Se muerde el labio, admirando la posibilidad, pero acaba negando con la


cabeza gacha.

Rectifico: no se puede ser más tonta.10


—Llegarás a la cima, volverás a bajar y no le habrás dicho nada y luego
te arrepentirás.

—Puede que lo encuentre por ahí —se encoge de hombros—, ¿quién


sabe?

Veinte minutos después llegamos a la cima de esa montaña.

Las vistas son grandiosas, espectaculares. Y más aún el hecho de que


haya chiringuitos allí.69

Primero me pregunto cómo puede ser, luego veo que al otro lado hay
una carretera y medio los maldigo a todos por haberme hecho subir eso
a pie. Pero, fuera de reproches, muy al fondo, en un lugar remoto de mí
donde no soy tan puñetero, agradezco haberlo hecho y reconozco que la
experiencia sí ha valido la pena.6

Elba sonríe a la cámara que sostiene su bonito monitor, yo solo levanto


dos dedos detrás de su cabeza.2

—Quédate aquí —le digo caminando hacia el tipo.

—¿Por? —la oigo curiosear quedándose atrás.

—Oye, ¿te importaría hacerte una foto con mi hermana?4

El monitor se asombra, su cara lo delata.

—¿Es tu hermana?

Me encojo de hombros.

—Mi padre. Una noche loca. Ya sabes, infidelidad, papeles de divorcio y


dos hijos de mujeres diferentes.124

Él se queda un poco extrañado.


—Vaya, habría apostado que no lo erais.

—Y habrías perdido —le digo antes de cabecear en dirección a Elba


indicándole que está tardando en ir a su lado.

Elba se queda de piedra cuando lo ve acercarse y segundos después


preguntarle si puede pasar un brazo por sus hombros. Al final la dichosa
foto sale genial, con ambos sonriendo. Al menos así la he capturado,
luego hay que verla al imprimirla.

—Par de idiotas mamones —bromeo, en voz baja guardando la


cámara.77

—¿Con quién hablas? —me pregunta un renacuajo que lame un helado


a un metro de mí.11

—Con nadie, estaba hablando solo.

Sus ojos se iluminan en mi dirección.

—¿Tienes amigos imaginarios? ¿Cómo se llaman? El mío Leonardo.208

Me quedo un poco colgado, levanto la vista buscando la madre de ese


niño pero no veo a nadie buscándolo.

—¿Con quién has venido hasta aquí?

—Con mi padre y mi madre, pero yo quiero saber cómo se llama tu


amigo.

—Se llama Nadie, porque no existe.34

Arruga la cara.

—Es un mal nombre. A ellos no les gusta nada ese tipo de nombres.1

Doy un paso atrás, este niño es muy rarito.22


—¿Cómo te llamas tú?

—Liam.116

—Liam, deberías volver con tus padres.1

Recojo mi mochila, coloco un asa sobre uno de mis hombros y comienzo


a alejarme.

—Ellos se han ido un rato a alguna parte, ya volverán —me dice,


caminando a mi lado.38

—¿Quién te invitó a venir conmigo, eh, Liam?

—No me has dicho tu nombre.

—Me llamo Derek, ahora ve a buscar a tus padres.3

—Me gusta tu forma de hablar Derek, ¿por qué hablas así?21

Resoplo, me detengo delante de una mesa y arrastro una silla hacia


atrás.1

—Porque ese es mi acento.

—¿Acento?

—Sí, el tono y la forma de hablar con la que crecí en el lugar que nací.
¿No te habían enseñado eso?

Él asiente, arrastra la silla de enfrente y se sienta delante de mí.

—Sí. Lo había olvidado.

—¿Por qué te has sentado? Tus padres quizá te estén buscando.

—No, tranquilo, en un rato iré con ellos.

—¿Sabes dónde están?


—No pero me han dicho que juegue un rato hasta que ellos vuelvan. Y
quiero ser tu amigo.69

Genial.

—Genial —resoplo.4

—¿Cuántos años tienes?

—Veintitrés, ¿y tú?

—Ocho. Eres muy viejo, pero mi madre más. Ella tiene dos 3 juntos.35

—¿Treinta y tres?

—Ajá —asiente—, pero a ella no le gusta que lo digan así.

—Oh, ya veo, problemas con aceptar que se está haciendo vieja —


murmuro.4

—¿Qué?

—Nada, ¿quieres un batido mientras esperas a tus padres?3

Liam mira su helado, pero asiente igualmente.

No sé cuándo decidí ser niñero, ni siquiera sé en qué hora le di la


impresión de ser alguien simpático a este niño, pero ya que estoy aquí
arriba, esperando a que el monitor indique que ya es hora de bajar (y
mientras Elba se entretiene con él), haré un amigo.20

Aunque ese amigo tenga ocho años, crea en algo que no puede ver a lo
que él llama amigos imaginarios y sea más curioso que nadie.12

—¿Cómo conociste a Nadie? Yo conocí a Leonardo debajo de mi


cama.205
Abro los ojos un poco asustado. Luego se me escapa la risa. Al parecer
esto se ha vuelto una cita doble entre personas reales y amigos
imaginarios. Solo falta que se nos unan Elba y el monitor, sería una cita
triple fantástica.21

—Pues... me lo presentó una amiga.

—Oh, ¿y cuántos años tiene? ¿También habla como tú?

—Creo que tiene 10 y sí, también.

—El mío tiene 8 al igual que yo, aunque yo los cumplo antes que él, y
nació aquí, así que habla igual que yo.

Me apoyo en la mesa con los codos.

—¿Tus padres conocen a Leonardo?1

Asiente efusivo.

—Sí. A ellos les parece un niño muy simpático.3

Devuelvo mi espalda al respaldo de la silla. Esa es una familia rara no, lo


siguiente. O quizá sean una pareja de psicólogos, lo que sería decir lo
mismo en otras palabras.32

El camarero llega a tomarnos nota y después de cinco minutos ya está


de regreso. Liam ya se ha terminado su helado y ahora se entretiene
haciendo burbujas en su batido al soplar por la pajilla.

Encuentro a Elba en otra mesa, sentada con su nuevo amigote, riendo


tan feliz.2

—Antes te vi con ella, ¿es tu amiga?

Le regreso la mirada a Liam y asiento.


—Sí, es una amiga, ella es la que me presentó a Nadie. Está loca.4

Su reacción expresa todo lo ofendido que se siente con eso último.1

—Mis padres dicen que las personas que tenemos amigos imaginarios
no estamos locos, dicen que somos personas felices.30

—Claro —le suelto, para no ofender más sus... sentimientos, creo.

Es un niño. Está mal meterme con sus creencias. Aún vive en un mundo
que no es el mismo que el mío.3

—Mira, acabo de ver a mi madre —levanta un brazo y saluda efusivo—,


espera, no me ve. Tengo que irme con ella.

Se levanta del asiento, dejando el batido por la mitad.

—Muchas gracias, Derek —mira hacia algún lado y añade—: y también a


ti, Nadie. Normalmente los niños no quieren ser amigos míos cuando se
lo pido, vosotros habéis sido los primeros. Vamos, Leo —indica a su
peculiar amigo que le siga y luego levanta una mano en mi dirección—.
¡Adiós!6

Se va corriendo en dirección contraria, me vuelvo sobre la silla y veo a


una señora acuclillada con los brazos abiertos esperándolo. Él la abraza
fuerte.16

Me queda mal sabor de boca con lo que me ha dicho al final. Pero al


menos me tranquiliza no haber sido mi habitual yo y haberme burlado de
él.6

Joder, quizá Elba esté en lo cierto y yo esté atravesando una montaña


rusa emocional producto de los niveles de mi testosterona porque estoy
jodidamente blandengue.
—¡¿Pero qué mierda acabo de decir?! —gruño en voz alta,
preguntándomelo a mí mismo.

—¿Hablando solo, Derek? —pregunta Elba apareciendo a mi lado de


repente. Toma asiento donde antes estaba Liam y mira extrañada el
batido a medias—. ¿Y esto para quién es? Em, ¿estás con alguien? ¿Me
voy?1

—Estaba.

—¿Qué pasó?

—Su madre vino.5

—¿Su madre? No me digas, ¿ella era menor?8

Arrugo mi frente y abro la boca para contestarle, pero antes comprendo


que me ha mal entendido.

—No era una chica, era un niño de ocho años al que le he comprado un
batido —me encojo de hombros—. Quería ser mi amigo.5

Me mira atónita.

—Cada vez me sorprendes más.

Hago oídos sordos a sus burlas y comienzo a buscar al monitor con la


vista.

—¿Y tú? ¿Qué pasó con tu atractivo y simpático monitor?

—Tan solo tomamos algo juntos, nada más.

—¿Ahora puedes decir que te gusta o sigues negada?

Se ríe.
—Vale, me gusta un poquito.3

Levanto una ceja, esperando que siga pero no dice nada más.

—Me dijo que ahora vendría un autobús a recogernos.

—¿Ya está? ¿No vas a contar nada más? ¿Eso fue todo?

—Sí, ¿esperabas algo más?

Me tapo la cara con ambas manos, seriamente decepcionado.6

—Déjalo.16

Volvemos al hotel mientras ella no para de hablar de la caminata que


piensa dar mañana y de que va a ir al estudio donde compró la cámara
desechable para revelar las fotos. Me cuenta que ese proceso es el más
emocionante de hacer fotos con cámaras desechables, el revelarlas.

No sé qué es peor; que se comenzara a quedar sin respiración aquel día


en esa lavandería o que después de eso no haya dejado de practicar
todo tipo de actividades "saludables" o como mierda se llamen.

—¿Crees que el ascensor esté roto? Me pesa un poco la mochila para


subir con este peso hasta mi habitación y por más que lo llamo no baja...
—escucho decir a Elba a lo lejos, aunque creo que está a mi lado.

No lo sé, sinceramente no le estoy prestando atención. La parte de abajo


del bikini de esa chica se mira más interesante. No estoy seguro de
haberla visto a la cara tan siquiera, pero su culo es impresionante.

—¿¡Me estás mirando el culo, desgraciado?!27

Chillan de repente sacándome de mi hipnotismo. No sé a quién se lo


dicen así que comienzo a buscarlo con la vista.9
—No te hagas el idiota. ¡Tú me estabas mirando el culo!49

—Lo siento, lo siento —se mete de repente Elba dirigiéndose a una chica
que se encuentra en la misma dirección en la que yo... oh, mierda—, él
no te estaba mirando el culo.1

¿Qué hace? ¿Por qué dice eso?

—¡Claro que lo estaba haciendo, es un guarro y voy a dejarle la cara roja!

—No, él no te estaba viendo el trasero. Te lo puedo asegurar, él —de


repente me da un codazo— es ciego.135

—¿Qué? —me vuelve a dar un codazo, entonces lo capto.

Sigo llevando las gafas de sol, puedo fingir perfectamente que soy ciego
y escaquearme de esa. Buena recepción esa, Elba.

—¿Cómo? ¿Es en serio? —pregunta la chica, cayendo en la mentira.4

Entonces es mi turno para respaldar la palabra de Elba.

Busco con mis manos los hombros de Elba y finjo no mirar en ninguna
dirección concreta.12

—¿Elba? ¿Qué pasa?81

—Nada, hermano —enfatiza, quizá lo quiere dejar claro—, sin querer una
chica ha creído que tú le estabas mirando el trasero.27

Finjo que eso me preocupa y entonces le pido que me indique dónde


está la chica y cuando Elba me lo dice, me dirijo a ella:

—Lo siento de veras, no quería incomodarte.66


Escucho un pequeño carraspeo por parte de Elba, tal vez tragándose
una carcajada.1

—Oh, Dios, que metedura de pata. Tranquilo, no te disculpes. El error ha


sido mío por creer eso sin saber que tú... yo, eh, lo siento.20

Nos da la espalda y se va, pero yo antes disfruto de las vistas ya que al


caminar una parte de su braga se arruga y deja ver más.29

Ciento un golpe en el brazo y entonces Elba me gruñe entre dientes que


sea menos asqueroso y más respetuoso.

—Lo siento —le digo riendo una vez ya estamos en el ascensor—, y


gracias.

—De nada. Aunque hubiese querido que aprendieras la lección con una
bofetada por pasarte de mirón, tenía que dejar saldada mi deuda contigo.
Pero eso sí, si vuelves a hacer el idiota de esa forma dejaré que te
abofeteen todo lo que quieran.

Arrugo el entrecejo.

—¿Qué deuda?

—Ese favor tonto que terminé prometiéndote a cambio de que me


dejaras tomar una ducha con agua caliente. Fuiste un poco desgraciado
ese día, reconócelo, yo sin embargo te acabo de ahorrar una bofetada
que te merecías.

Asiento.

—En eso estamos de acuerdo, fui un poco desgraciado.1


Se ríe, las puertas se abren y ambos caminamos hasta la suite que
compartimos. Suena extremadamente estirado llamarlo "suite", por eso
yo lo llamo apartamento de hotel.

Lanza su mochila, se quita la gorra y se estira boca arriba en el sofá.

—Di un número —le digo.

—No, obviamente perderé.

—Tengo una idea para que sea justo —le insisto—, vamos di un número
ya.

—Nueve.

—Trece —digo al mismo tiempo.

Enciendo la televisión y el canal 13 aparece en la pantalla, pero eso yo


ya lo sabía. Elba me mira de reojo, sospechando que antes de irnos yo
había dejado puesto ese canal expresamente.

—Eres un tramposo.

—Y tú una tardona, no pienso esperar dos horas para darme un baño.

—Hay una ducha en el otro cuarto de baño.

—Lo mismo te digo, pero yo me quedo con el baño grande.

Resopla tan fuerte que los mechones que se han escurrido de su coleta
revolotean con su aliento.

—Está bien. ¿Al final te has divertido o no?

—Hice un amigo de ocho años que tenía un amigo imaginario llamado


Leonardo, ¿aún lo dudas?9
Se echa a reír fuerte. Está bien oírla reír.

Voy a ser honesto; está muy buena. Es atractiva, no voy a negarlo, pero
puedo controlar mis instintos de querer tirármela. Creo que no suelo estar
muy seguro sobre muchas cosas, pero sobre eso lo estoy.10

Elba, en todo este tiempo que está pasando, se está volviendo una
buena amiga. E intentaré respetar una amistad. Digamos que me nace
respetar esa amistad.4

—Por Cristo, ¿qué haces? —le pregunto cuando me doy cuenta de que
la tengo poniéndome el culo en pompa.4

Es muy fácil decir que respetarás una amistad, pero es difícil demostrarlo
cuando tu amigo se despierta con hambre. Y más si tienes a eso que te
estás prohibiendo delante de ti, como si fuera una prueba de resistencia.6

—Busco el colirio, me arden un poco los ojos y voy a descansar la vista


mientras tú te duchas. Solo que... no lo encuentro por ninguna parte.

Dice, removiendo el interior de su mochila.

Control, Derek, control. Antes casi te ganas una bofetada por esto,
¡aprende la lección!1

No mires su culo, no lo hagas, puedes con esto. ¡Solo aparta la vista, oh,
vamos, hombre!

Desistiendo en mi intento por no pensar en ello, empiezo a


preguntármelo: ¿Cómo... cómo sería agarrar sus caderas ahora? Justo
de la forma en la que está colocada. Primero que nada, ¿se acostaría
conmigo? ¿Le gustaría? ¿Chillaría palabrotas y todas esas cosas que me
ponen tanto?4
—¡Dios bendito —grito dándole la espalda abruptamente y llevando mis
manos a mi cabeza—, voy a arder en el fuego del infierno!156

—¿Tú? ¿Por qué? —pregunta.

Ella a lo suyo.

La verdad lo prefiero así.

—Nada, voy a darme ese jodido baño de una vez.5

—Está bien.

«¿De verdad estuviste apunto de tener una erección por eso, Derek?
¡Joder, debes controlarte más! ¡Eres un salido!» Me recrimina mi pepito
grillo interno como si no nos conociéramos ya.5

—Lo que debo hacer es llegar a ese baño —murmuro de mala gana,
cuando me vuelvo a cerrar la puerta ella está sentada en el suelo
mientras sigue rebuscando.

Lo dicho; son más fáciles las palabras que los hechos. Las promesas no
implican ningún esfuerzo hasta que no toca demostrarlas.1

Mientras me quito la ropa sucia vuelvo a pensar en el tema. Puede que


mi conciencia tenga razón y yo sea un salido de campeonato pero, ¿ella
lo será? No tiene pinta alguna de serlo. ¿Tan si quiera alguien le habrá
hablado de la sexualidad o yo qué sé, de algo? Parece que vivimos en
mundos diferentes, pero no me creo que no sepa lo que es el sexo. Es
joven, alguien le ha de haber hablado del tema.

Cuando salgo del cuarto de baño la encuentro en el sofá estirada, con la


gorra tapándole la cara y con las manos sobre el vientre.
Me encantaría quedarme para dibujarle un pene en la frente con
permanente, pero prefiero hacerle otro tipo de regalo por... supongo que
cumpleaños atrasado.9

Antes me fijé en que se quedó mirando por algún rato la vitrina de esa
librería que está en la otra esquina delante del hotel, así que con eso y
con lo del otro día sobre la poesía (esa mueca de disgusto cuando dije
que ser poeta no era un trabajo real), me ha dado ha entender que le van
los libros. O al menos eso espero.22

Tardo muy poco, me esperaba que me tomara más tiempo, pero no.
Cuando entro de nuevo a ese departamento de hotel escucho el grifo de
la bañera abierto.

Antes de hacer nada recojo la botella de agua que está sobre la mesa.

—Elba —la llamo picando con los nudillos en la puerta—, estoy apunto
de mearme encima y la puerta del otro baño está trancada.

—¿Qué? —la oigo decir entre el ruido de la ducha. El ruido del agua
cesa y lo vuelve a preguntar—: ¿qué?

—Que quiero mear.

—Ve al otro baño.

—Muy graciosa, sabes que no puedo porque has trancado la puerta —


miento.

—¿Cómo? Yo no he hecho tal cosa.

—Vamos, déjame pasar que mi vejiga está agonizando.

—Derek, estoy desnuda.


—Lo sé, es obvio. Tan solo tápate y cierra los ojos. Ni yo tengo ganas de
verte a ti ni tú de verme a mí meando.

Se queda callada.

—¿Elba?

No responde.

—Vamos, me acabaré meando en el suelo.

La oigo resoplar.

—¿De verdad que no puedes esperar? Me daré prisa.

—Cuenta regresiva activada... 10, 9, 8...7

—¡Está bien, entra! ¡Pero no intentes nada, eh!1

—No lo haré, te lo juro, tan solo quiero mear.

—Dame 3 segundos.

Cuento mentalmente hasta 2.

—Tres, voy a entrar —aviso cuando ya tengo abierta la puerta.

Ella está sumergida en el agua de la bañera, con toda la espuma flotando.


Sus rodillas sobresalen un poco.1

—Bien, no mires —le digo—, seré rápido.

Me acerco al retrete, levanto la tapa, bajo la cremallera de mi pantalón y


destapando la botella vierto el agua de forma que haga ruido. Subo la
cremallera y camino hasta la puerta para cerrarla, pero en vez de salir
me quedo apoyado en ella.47

Elba saca la cabeza del agua en busca de aire.


—Pero qué... —se sumerge de nuevo, pero vuelve a sacar la cabeza—,
¡¿qué haces todavía aquí?!

Levanto un libro y lo sacudo.7

—Te traje algo.4

Se queda atónita mirando el libro.

—¡¿Y no podías simplemente esperar a que yo terminara?!

Niego con la cabeza.

—No. Me he tomado el atrevimiento de mentirte para entrar así que, a


parte de deberte la posibilidad de darme una bofetada, aprovecharé para
dártelo. Tómalo como un regalo de cumpleaños atrasado pero útil.

Ella frunce la frente y se esconde más en el agua.

—Derek vete, cuando salga me lo enseñas.13

—Es que quizá te guste más leerlo en la ducha.35

—Lo dudo.

—Yo no —doy un paso.

—¡Derek vete! ¡No te lo vuelvo a repetir!

Pongo los ojos en blanco, haciendo caso omiso a sus palabras y


acercándome más.

—No voy a ver nada, la espuma no deja. Confía en mí, solo miro
directamente a tus ojos.

—Igualmente prefiero que salgas de aquí. Es mi intimidad y la estás


violando.36
—Puedes confiar en mí, no haré nada que se pase de la raya, tan solo te
traigo el libro y me voy.

Me aparta la mirada, resopla y vuelve a mirar el libro.

—Está bien. Hazlo y vete.

Bajo la tapa del váter y me siento, extendiéndole el libro. Ella estira un


brazo algo recelosa.

—¿De qué va? Imagino que debe ser demasiado interesante para que
entraras aquí mientras me duchaba solo para entregármelo.

Hago una mueca.

—No me lo he leído, al menos no entero. Leí la parte de atrás y creo que


es perfecto para ti.

Arruga la frente.

—¿Y eso por qué?

—Elba, ¿sabes lo que es la sexualidad?

Por poco el libro se le cae de las manos directo al agua, pero lo logra
sostener.5

—¿Qué... a qué viene esa pregunta?

—Tan solo responde, ¿lo sabes o no?

—Pues... yo... ¡obvio! ¡Claro que lo sé! ¡Pero ahora sal del baño y
déjame bañarme en paz!

Se pone algo colorada. Yo pego una carcajada.

—¿Por qué te pones así?5


—¡Porque eso es un tema que precisamente no quiero hablar contigo
mientras me baño! ¡Fuera! ¡Ahora, vamos!

Me levanto pero no me voy, solo me apoyo en la pared de brazos


cruzados.

—No seas tan infantil. La sexualidad es un tema tan normal como


cualquier otro.

—Oh, Dios —agacha la cabeza cerrando los ojos—, deja de hablar sobre
esto y vete, por favor.1

—¿Acaso tienes vergüenza?

—Un poco, sí, te agradecería que te fueras. Pareces una madre dando la
charla. Es incómodo.

Me río.

—Léete el libro, ¿de acuerdo?

—Sí, sí, lo que tú digas —murmura.

—Y relájate —me río—, y, claro, disfrútalo.

Cierro la puerta detrás de mí y vuelvo a gritarle:

—¡Léelo!4

—¡Lo estoy haciendo, ¿contento?! Ahora aléjate de la puerta que eso es


igual de molesto.

—Claro.13

—Es el tío más raro del mundo, lo juro —dice para ella misma pero yo
logro oírla antes de alejarme. 2
CAPÍTULO 15

Se acerca a mí y me estampa el libro contra el pecho.10

—¿Qué es esto?5

Con el pulgar me limpio las comisuras y trago el mordisco que acababa


de darle a la manzana.12

—Uhm, creo que es un libro. Podría jurar que lo es, incluso apostar
dinero a que...4

—¡Derek!

Me encojo por el tremendo grito que acaba de pegar en mi oído.

—¿Por qué demonios gritas?

—¡Esto es lo más salido que he leído nunca!11

Le pego otro mordisco a la manzana para no carcajearme en su cara.1

—Estás actuando como si fueras un poco santurrona, ¿eres consciente,


no? —me burlo, con la boca llena.

Sin querer, lo juro, un trozo de manzana sale disparado de mi boca a su


mejilla.47

Pone los ojos hacia atrás como si la estuvieran poseyendo cien o mil
demonios, no lo sé, y se limpia la cara asqueada.10

—Y tú eres un poco demasiado atrevido, ¿eres consciente, no?

Trago rápido, dejando la manzana en la mesa.


—Lo siento por eso, pero es tu culpa por hacerme hablar con la boca
llena.1

Cojo el libro que sigue presionando contra mí y lo miro.

—¿Qué tiene de malo?

Su boca se abre, casi rozando el suelo.1

—Primero: la protagonista se llama Emma, como yo.27

—No, tú te llamas Elba, ¿cierto?2

Me fulmina.

—Segundo: es una salida.5

—¿Salida de dónde?1

—¡Me has entendido perfectamente, no te hagas el tonto! Tercero: tiene


un blog llamado "las mil y una cosas que no sabes sobre el sexo" donde
ella se hace llamar por otro nombre y donde publica cosas... bueno, el
título ya dice mucho. Cuarto: le pone los cuernos a su novio y lo justifica
diciendo que estaba experimentando, ¡o sea, ¿qué?! Y quinto: ¿por qué
demonios en ese libro las chicas son tan... abiertas con el sexo?2

—Guau.

Abro el libro por el final. Tiene 161 páginas.

—¿Te lo has leído entero?

—No.

—¿Entonces cómo sabes todo eso?

—Me leí solo unas 70 páginas, imagínate.


Estoy un poco asustado con su velocidad para leer, pero divertido por su
reacción con el libro.10

—¿Sabes? En mi opinión suena bastante interesante, me lo voy a leer.

Abre los brazos.

—¿Pero qué te pasa? Te estoy diciendo que ese libro es malísimo.

Me alejo un poco de ella y me siento en el sofá, abro una página


cualquiera y comienzo a leer:

"Posibilidad número tres: la ducha. Mejor si es una bañera porque..."

De pronto Elba se acerca, me arrebata el libro de las manos y lo lanza


hacia un extremo del sofá.

—¡Ey!

—¿Te estás riendo de mí acaso?

—¿Cuál es tu problema con el libro? Solo he leído unas diez palabras y


me ha encantado.5

Tuerce el gesto.

—Dime que es una broma.

Me da la espalda, caminando hacia una silla donde está doblada una


toalla. La sacude y comienza a secarse el pelo que aún gotea sobre sus
hombros.

—No, no bromeo.

—La protagonista está loca, le pone los cuernos a su novio, ¿qué es lo


que puede gustarte de eso?
—No se oye como la típica historia donde hay una Rapunzel que rescatar
de una torre, empecemos por eso. Sigamos por el hecho de que toca un
tema que casi todo el mundo ha ignorado durante toda la vida: vuestra
sexualidad, vuestro placer, lo que pensáis, opináis y sentís. A mí me
parece que no es una novela típica donde encontráis a vuestro príncipe
azul, os casáis y tenéis hijos, como si eso fuera lo único para lo que
servís: tener hijos.19

Me mira anonadada como si la acabara de sorprender con ese


comentario, luego lo disimula y resopla.

—Para empezar, ¿qué sabrás tú sobre historias típicas?

—Sé —me encojo de hombros—. ¿Acaso no siempre la chica es virgen,


perfecta, pura y casta, o bien es una desahuciada del amor que no confía
en ningún hombre que viva sobre la faz de la tierra y bla, bla, bla? Los
chicos están esculpidos por el mismísimo Zeus y ni te cuento cómo de
buenos son en la cama —se le escapa una pequeña risilla pero
rápidamente agacha la cabeza para encubrirla—. En cambio ahí —
señalo el libro—, la protagonista refleja más a una chica real de hoy en
día, humana, imperfecta y de armas tomar. Sí, no voy a negarlo, los tipos,
sobre todo los que se parecen a mí, solemos ser unos salidos, como lo
llamas tú. Pero las chicas también lo sois y a veces incluso mucho más,
esa es la verdad y eso no está mal. Solo que muchas os creéis que eso
está mal, os escondéis detrás de una faceta angelical y os hacéis las que
no habéis roto nunca un plato, cuando no tenéis por qué. Porque dime tú,
¿por qué tiene que ser siempre el tío el que le ponga los cuernos a ella y
le rompa el corazón? Puede ser al revés. ¿Por qué siempre tiene que ser
él el mujeriego? ¿Por qué son ellas las que se enamoran primero? ¿Por
qué tiene que ser él el que más sabe de sexo? Eso es una gran sarta de
mierda, ¿sabes? Porque algo sea diferente a lo que suele ser un súper-
ventas en romance no lo hace malo.43

Su boca está levemente abierta.1

—Vaya.1

Se acerca al sofá dejando la toalla tendida en el respaldo de la silla y


cuando ya está cerca se sienta, recelosa.

—No me habías dicho que te gustara leer, Derek.

—¿Y por qué piensas que me gusta?

—Acabas de darme una buena crítica sobre historias cliché. No creo que
pudieras hacerlo sin haber leído nunca un libro.14

Pongo los ojos en blanco, me levanto y recojo el libro del extremo del
sofá donde lo había lanzado.

—Acaba de leerlo y me cuentas —le digo, lanzándoselo.1

—Me voy a saltar todas las partes de sexo —avisa.32

—¿Por qué? Tan solo existen dos motivos para que yo te regalara ese
libro —le digo, acercándome de nuevo, ella me mira mal y se echa hacia
atrás—. Uno: no me lo tomes a mal, pero tienes toda la pinta de ser aún
muy inexperta y este libro te podría enseñar algunas cosas que tal vez
quieras saber o que te crean dudas, o yo qué sé, cualquier cosa. Todas
esas cosas están contadas por chicas reales en situaciones reales de
sus vidas, lo pone ahí atrás. Y dos: quizá te ayude con tu cita.1

—Un momento, un momento —dice, poniéndose de pie para


encararme—, ¿quién te ha dicho a ti que yo soy una inexperta? Y
disculpa, ¿qué cita?
—Nadie, por eso he dicho que tienes pinta —enfatizo— de ser aún muy
inexperta. Solo era una hipótesis.

—Pues te equivocas, sé cosas... aunque eso no es asunto tuyo. Y te


vuelvo a repetir: ¿cita? ¿Qué cita?

—Con el monitor ese que sufre de impotencia que tanto te gustó antes —
la provoco.1

Sus mejillas se ponen rojas y se aprovecha de la cercanía para


propinarme un manotazo juguetón que no llega a darme.

—¡Oye!

Me río.

—Vamos, termina el libro, vístete y ve a buscarlo. Aunque sea impotente


seguro encontráis la forma de divertiros.

—¡Derek, basta! —dice, riendo—. Y no pienso buscarlo, quedaría como


toda una necesitada.

Repito el gesto de antes: vuelvo a poner los ojos en blanco y le añado un


largo y pesado suspiro.

—¿Y qué esperas? ¿Qué él venga? No sabe tu número de habitación, en


cambio tú sí sabes dónde puedes encontrarlo.2

Se cruza de brazos, negada a admitir que yo tengo razón.

—Igualmente yo quedaría mal.

—¿Quién ha dicho eso? Nadie te va a juzgar por pedirle una cita a un tío.
Y quien lo haga, que le den.4

Va a rechistar pero se queda congelada, mirándome.


—Ese es uno de los consejos que Emma da en su blog.2

—¿En serio?

—¿Te lo has leído ya, no?

—No —me encojo de hombros y meto las manos en mis bolsillos—. Fue
casualidad.1

—Claro.

—En fin, ¿saldrás con él o no?

—Me lo pensaré.

—Está bien, pero luego no quiero oír que te arrepientes de no haberlo


hecho.

Hace un par de horas atrás los pensamientos sobre ella y su culo se me


fueron un poco de las manos y ahora la estoy empujando a que salga y
disfrute con el monitor. Es confuso, lo admito, pero ya dije que esto era
una amistad y que iba a respetarla. Me parece que los amigos suelen dar
consejos, ¿no? Ya sean buenos o malos consejos, es lo único que puedo
dar y a la vez recibir de Elba. Siempre podré encontrar a otra chica que
quiera pasar una buena noche conmigo, pero lo que no podré hacer tan
fácilmente es lograr caerle bien a otra persona. Porque parece que a ella
le caigo bien.6

Recojo el mando a distancia de la televisión y me lanzo boca arriba en el


otro sofá. Elba se queda de pie mirando el libro.

—Vamos, mueve el culo, que seguro que lo pasas bien.

—No seas grosero —murmura.


No solo su forma de pensar está a años luz de la mía, también lo está
todo lo demás. En cambio con Hanah yo tenía una especie de conexión
invisible, ella podía saber lo que yo estaba pensando porque pensaba de
la misma forma.4

Hanah.53

Mierda, pensé que había silenciado mis pensamientos sobre ella.

Mi consciencia debe estar jodida con ella porque yo nunca había


recordado a alguien que no me interesara por tanto tiempo. La cosa está
clara, ella nunca ha sido alguien que no me interesara.

Me remuevo, desconectando de mi propio cerebro. Enciendo la tele.


Están retransmitiendo las noticias en el canal que habíamos dejado.

—Elba, mira esto —le digo, sentándome para ponerle más atención.

Ella mira hacia la pantalla y frunce el ceño.

—Sube el volumen por favor.

Lo hago.

En el título de la noticia, al pie de la pantalla, aparece el nombre de


"Emma James", así que cuenta con toda nuestra atención.

—Por lo que parece, también habían estado al tanto de la información


que había recabado la policía sobre el caso, tendrían algún contacto
dentro del cuerpo. Aún no sabemos mucho sobre este grupo, pero la
policía está investigando muy a fondo.

Imágenes del hotel donde conocí a la tal Kim comienzan a aparecer en la


pantalla, luego una habitación cubierta por cinta policial y seguidamente
se ve como la policía está arrestando a un grupo de personas.
—Se sospecha que son miembros de alguna mafia o gente contratada
por ellos para encontrar a la hija del senador y más tarde pedir un
rescate por ella o extorsionar al senador de alguna forma. Al parecer, y
por suerte, nunca dieron con Emma antes que la propia policía.

Ocho fotos aparecen en la pantalla, con la identificación de cada uno de


ellos debajo.

—Es ella —le digo a Elba, pegando un brinco—. Es Kim.4

—¿Kim?

La descripción dice que se llama Georgia Clark, que tiene 27 años y que
era reconocida con un nombre falso: Kimberly Jason, el mismo nombre
que me había dado a mí.11

—Es la tipa que...

—¿Que te drogó? —me interrumpe—. ¿Es ella?

—Sí.3

Ambos quedamos en silencio oyendo la noticia. La condenada no


pertenecía a la policía como yo pensaba, ni siquiera era detective, sino
todo lo contrario. Como especula la reportera, ella debería estar
buscando a Elba para pedir un rescate a cambio.

—¿La mafia también me está buscando?3

Dice, mirando al suelo y dejándose caer en el sofá.

—Esto se acaba de volver más peligroso todavía —dice.

Apago la tele y me siento a su lado.3


—¿Por qué no vuelves con tus padres, Elba? Vas a estar mucho más
segura —le propongo. No lo he pensado mucho, lo he sugerido porque
ha sido lo primero que se me ha ocurrido.

Cierra los ojos y suspirando dice que no con la cabeza.

—No Derek, no puedo. Ahora ya no. Pero tampoco puedo pedirte que
sigas conmigo, puedo darte el suficiente dinero para...

—Oye, para el carro —la callo—. ¿Me estás llamando rajado?12

—No, no es eso. Tómate un minuto para pensarlo. Esto es más peligroso


ahora. Antes quizá nos parecía fácil seguir sin ser reconocidos, pero todo
el mundo me busca y puedes meterte en grandes problemas por mi culpa.
Si te fijas aún nadie sabe que estoy en alguna parte acompañada de
alguien, no saben de ti, puedes irte.

Mi boca se abre.2

Después de tanto tiempo, el considerable para no hacerme un cero a la


izquierda, va y me pide que me vaya.

—¿Y a dónde quieres que me vaya? ¿Te recuerdo que para mi viaje de
regreso aún falta?

—Puedes adelantarlo...

—Oye, si querías deshacerte de esta forma de mí lo podrías haber hecho


un poco más antes.

Se tapa la cara, frustrada.

—La verdad es que no quiero quedarme sola, pero tampoco puedo


mantenerte conmigo. Esta es mi mierda, como dirías tú, no hace falta
que pagues platos rotos de otros. Aún estás a tiempo.1
Me levanto y la dejo sola, recojo la manzana que había dejado en la
mesa (que ahora está toda marrón) y la tiro a la basura.

—Viajé a este país por petición de la que era mi novia, ¿ahora se supone
que debo irme de él porque la chica de ojos verdes con la que estoy
huyendo de sus padres me lo pide? Lo siento, me metí en tu mierda y
puedo jurarte que mi vida no había sido nunca tan emocionante hasta
que lo hice. Entiendo que quieras ser justa y no involucrarme, pero puedo
tomar mis propias decisiones, Elba. Soy bastante adulto.1

Sin esperármelo se ríe, aunque no precisamente de alegría.

—No te metiste en mi mierda tú solo, yo te metí en ella al subirme de esa


forma en tu coche y pedirte lo que te pedí, por eso es mejor que te vayas,
Derek.

—Tienes razón, pero pude haberme librado de ti desde hace mucho


tiempo. Estuve en tu coche yo solo algunas veces, pude haberme ido,
pero aún sigo aquí, ¿no lo ves? ¿Eres tan lenta para no entender que
eso significa algo?58

Se queda muda, mirándome fijamente desde el sofá.

—Además, no te pareces en nada a Emma James. Has cambiado. La tal


Kim esa estuvo en el mismo hotel que tú, ¿no crees que si te hubiese
reconocido te hubiese secuestrado? Todo el mundo sigue buscándote
como eras antes, tienes mucho aún a tu favor.

El silencio que hay después de eso se siente un poco incómodo, así que
me apoyo en la pared con las manos en los bolsillos de mi pantalón para
hacerme ver relajado.
He decepcionado a muchas personas. He dejado muchas cosas a
medias. Estaría bien apoyar a alguien y llevar algo hasta el final. No sé,
solo por variar y convencerme de que puedo ser alguien que se siente
orgulloso de sí mismo como persona y no ser un completo fracaso.1

—Eres un chico fácil de querer, Derek, ¿te lo habían dicho alguna vez?
—suelta, de repente.61

Trago fuerte.

—No.

Elba sonríe. Se pone de pie y camina hasta mí.

—¿Por qué no te has terminado la manzana? —pregunta, mirando la


basura.

—La dejé podrirse, así que tuve que tirarla.5

Mis palabras se convierten automáticamente en una analogía de lo que


justamente estaba pensando antes, así que carraspeo y me acerco a la
basura para bajarle la tapa que había quedado levantada.

—¿No prefieres tomar lo seguro e irte, Derek? —insiste.

La miro sobre mi hombro.

—No, estoy bien así.

—¿De verdad?

—Sí, pero como me lo vuelvas a preguntar sacaré la manzana de la


basura y te la tiraré.1

Se ríe, da dos pasos y me da un abrazo por la espalda.1

—Nunca imaginé que encontraría un amigo como tú al final.111


El abrazo me deja idiota, porque no me lo esperaba pero, ¿qué quiere
decir con "al final"?1

—¿Al final?2

—Es una forma de hablar, tranquilo —se ríe.13

—No lo parece.36

—Deja de creer esa tontería de que mi enfermedad me va a matar. Ya te


dije que no. No puedes seguir relacionando todo lo que digo con eso.
Llega a ser molesto.

Suspiro. Tendré que hacerle caso.

—¿Alguna vez te han dicho que cuando alguien te abraza estaría bien
que correspondieras?2

Sonrío de lado. No me muevo.2

Sienta bien el abrazo, pero no voy a devolvérselo. Las cosas no son tan
fáciles conmigo.11

—Agg, que arruina momentos eres —dice, apartándose.

—Nadie dijo que yo quería abrazarte —le digo girándome para mirarla.13

—No te vayas a creer que me interesas de alguna forma —me deja


claro—, sería algo muy típico de ti llegar a creer eso. El abrazo tan solo
ha sido una muestra de afecto por lo buen amigo que estás siendo
conmigo.5

—Ya —murmuro—. ¿Te refieres al buen amigo que estoy siendo al


regalarte un libro que te enseña a descubrir y explorar tu sexualidad,
verdad?
—Ya empiezas —pone los ojos en blanco—. Mejor me voy. Eres
peligroso cuando eres tú mismo y no pienso caer.

—¿Adónde vas?

—A buscar al monitor, pero primero me cambiaré.

Miro el libro que ha quedado en el sofá.

—Lo siento, te mentí, me lo leí entero en el baño.2

—¡¿En serio?! Tus baños de dos horas sí que te cunden mucho.

Asiente, riendo.

—¿Por qué me sorprende? Casi siempre me has mentido.1

—Eso es cierto —dice, caminando hacia su habitación—. Ah, sí, ahora


puedo decirte esto: me encantó que ella se esforzara para recuperarlo a
él, fue bonito el final, aunque no me lo esperaba.

—Él no vuelve con ella.15

—Lo sé —dice—, pero es bonito que Emma reconociera que cometió un


error al engañarlo y que acabara aceptando que él se enamoró de otra
persona que lo hacía feliz. Es bonito como al final ella se siente feliz
porque él es feliz.3

—Eres patética —bromeo, sonriendo.17

—Y tú eres un mentiroso —sonríe—, como yo.3

—No.

—¿Ah no? ¿Cómo te sabes tanto del libro si supuestamente no te lo has


leído?1
—¡Cierra la boca y ve a arreglarte de una vez!24

Cierra la puerta riendo, pero después de unos segundos se vuelve a


asomar.

—Gracias, Derek.

Levanto la vista.

—¿Por el libro?

—No, por eso no. Por quedarte a mi lado.

Me encojo de hombros, no se me da muy bien decir "de nada".12

—Igualmente voy a estar esperando el momento en que quieras irte. Te


pagaré el viaje cuando quieras, solo recuérdalo, ¿vale?

Ella cierra la puerta y yo cierro los ojos.

Estoy seguro de que en algún jodido rincón de mí hay madera de buen


amigo, solo tengo que encontrarlo.14
CAPÍTULO 16
—No, por supuesto que no me enamoré de él. Estás loco, Derek —dice,
riendo—. Tú no te enamoras de todas las chicas con las que te acuestas,
¿por qué se supone que yo sí lo he hecho?21

Me río mientras alcanzo una lata de refresco.

—Porque tú eres más débil para esas cosas que yo —la pincho—. No
nos parecemos en nada así que no puedes compararnos.

—Quizá, pero eso no significa que yo me enamorara solo por una cita.

—Claro —me río entre dientes—. De todas formas sería un amor


imposible ya que tú ya te vas de aquí.

Agarro dos bolsas de patatas y Elba unas pastas rellenas de chocolate.


No sé quién nos convenció de apuntarnos a un curso de remo el último
día, pero estamos hambrientos y cansados, pero no lo suficiente para no
conducir dos horas hasta la próxima ciudad. No está tan lejos.

—Lo sé, podría escribir una historia sobre eso y publicarla —se ríe.15

—Yo no leería esa mierda.30

Golpea levemente mi brazo y me río. Nos acercamos a caja para pagar y


cuando terminamos, me quedo frío al ver a Hanah de espaldas al otro
lado de las puertas de cristal. Inmediatamente dejo las bolsas y salgo
corriendo hacia fuera.

—¡Hanah!9

Ella no se gira, quizá no me escucha.


Corro un poco, la alcanzo y la tomo de los hombros con ambas manos
para girarla hacia mí.

—¿Qué haces...?

Chilla la chica, sorprendida y asustada, y se aparta de mí mirándome


como si fuera un loco de atar.

—Lo siento, lo siento. Creí que eras... otra persona.84

—Vale, pues no.2

Y con eso me da la espalda y se aleja caminando rápido.1

Jodida imaginación. Por un momento me ha hecho creer que Hanah


había regresado aquí. No por mí, pero quizá no quería renunciar a sus
vacaciones en este país por mi culpa. Pero eso, ahora que lo pienso bien,
es totalmente imposible. Ella está muy enfadada. Me lo dejó claro cuando
me llamó a su móvil.

Incómodo y molesto por mi reacción pateo el pie de la farola que tengo al


lado y suelto un gruñido.

—¿Todo bien, amigote? —pregunta ella a mis espaldas.19

—Sí, sí.

—¿Por qué saliste de la tienda de esa forma?

—Por nada.1

Cabizbajo camino hasta el coche y ocupo mi asiento delante del volante,


Elba entra un minuto después cargada con lo que hemos comprado.

—Eres todo un caballero —bromea.

No le respondo.
—Vi a la chica a la que paraste. Una señora, supongo que su madre, la
llamó Lucy.

Me encojo de hombros. Toco mis bolsillos buscando las llaves pero no


las encuentro, dos segundos después Elba las hace sonar en mis narices.

—Oye, ¿estás bien?

—Sí.

—¿Creíste que era Hanah, verdad? ¿Quieres hablar de eso?

—No, ¿vale? Déjalo estar.

—Venga, Derek. Estábamos bien, tú estabas de muy buen humor.

—Pues ahora ya no, ¿algún problema?3

Coloco las llaves en el contacto pero antes de hacer cualquier otro


movimiento, Elba atrapa mi muñeca derecha.

—¿La sigues queriendo mucho, verdad?

Pongo los ojos en blanco y libero mi muñeca de su agarre para comenzar


a conducir.

—¿Cuándo te he dicho yo que la quería mucho?

Escucho como resopla.

—Aún recuerdo tu cara de enfado cuando te solté eso tan feo. Esa vez
cuando te dije que no la querías de verdad, ¿te acuerdas?

—Sí —gruño.

—Bueno, pues a mi parecer tú sí que la querías de verdad.

Pongo mi peor cara y la miro, enfadado.


—¿Y aun así me soltaste esa mierda?

Se encoge de hombros.

—No te conocía y me lo reprochabas todo constantemente, fue lo único


que se me ocurrió soltarte en medio de la discusión. Pero, siéndote
sincera, yo creo que aún la quieres. ¿La echas de menos, verdad?

—Era mi novia, Elba, ¿cómo esperas que responda?12

—Ya...

Gira la cara y clava la vista allí afuera, detrás de la ventanilla.

—¿Cómo la conociste? —pregunta, después de un buen rato.

Arrugo la frente y hago ver que no la he oído, pero vuelve a insistir


moviendo un poco mi brazo.

—¿Qué?

—¿Cómo os conocisteis?1

—¿Quién?7

—Hanah y tú.

—No te interesa —añado, con un tono burlón.2

—Vamos, claro que me interesa. No seas tan gruñón.

—No pienso decirte nada sobre eso.

Chasquea la lengua rendida y abre una de las bolsas de patatas que


habíamos comprado.4

—Nos conocimos en un intercambio de estudiantes.

De reojo veo como gira el cuello rápidamente y me mira.


—¿Un intercambio?

—Sí, mi curso era un año mayor que el suyo, no sé si habían tenido un


fallo con eso. Me quedé toda una semana en su casa.

La miro brevemente, Elba está sonriendo.

—¿Te asignaron su casa?

—Mmm... no.

—¿Entonces?

—Cambié los papeles —me encojo de hombros.

—¿Los papeles?

—Sí. A mí me tocaba ir a casa de un compañero suyo, pero cogí la lista y


lo cambié.

Se ríe.

—¿Sabías quién era ella?

Sonrío sin darme cuenta, recordando cuando el director de su instituto


nos presentó a todos delante de ellos. Ella estaba en la primera fila. No
recuerdo la cara de ninguna otra persona que estuvo allí, ni siquiera la de
los profesores, solo la de ella.36

—Tenían una especie de identificación que les colgaba del cuello, solo la
leí y robé los papeles para cambiarlos.

—Ay, pero mira que tierno y delictivo él —corea bromista de manera


infantil—, ¿ella te gustó? ¿Fue una especie de amor a primera vista?2
—Un chico llamado Derek Gibson no hace eso con alguien que sabe que
no volverá a ver nunca más después de una semana por amor, Elba. Tan
solo me gustó. Me pareció atractiva y ya.

—Que poco romántico eres.

—No soy romántico, ¿quién te ha dicho eso?

—Bueno, fuiste a su casa, ¿y después?

Le suelto una mirada agria pero le sigo contando la historia de todas


formas.

—Ella me dijo que esperaba a una chica.9

Pega una carcajada, se desabrocha el cinturón y se sienta de lado con


las piernas cruzadas.

—¿Y tú que hiciste?

Me río entre dientes al recordar mi respuesta.

—Le dije que podía hacer de chica si ella quería.34

Vuelve a reír.

—Vaya. Yo me hubiese reído en tu cara.

—Lo hizo. Ella es muy sociable la verdad, no tardé mucho en caerle bien
y ya sabes que eso es un poco difícil. Hanah siempre ha sido muy
sociable, muy inteligente, guapa y rubia.

—Ajá, claro, a ti te van las rubias —se burla.1

—Exacto.

—¿Tenía novio?
—Sí.

—Oh Dios, no —se cubre la boca con una mano.

—¿Qué?

—Nada, sigue contando.

—Solo es eso. Después de una semana nunca más nos volvimos a ver.

—¡¿En serio?! ¿No pasó nada? ¿Ella no rompió con su novio por ti?
¡¿Qué me estás contando?!15

La miro con la frente arrugada y una mueca en la boca. Ella está con una
sonrisa burlona en los labios.

—La verdad, ¿qué esperabas? Ya te dije que solo fue un intercambio. La


mayoría de intercambios solo duran una semana o menos.6

—Pero... pero... ¿Entonces? ¿Cómo acabasteis juntos?

—Terminamos estudiando en la misma universidad.1

—¿Ella no era un año menor que tú?

Ruedo los ojos.

—Obviamente entró un año después que yo y sin novio.

—Ooooh, ahora entiendo todo.

—Me alegro —ironizo.

Se queda callada por fin, comiendo patatas.5

Hablar de cómo conocí a Hanah me ha llevado a recordar muchas más


cosas de ella. Nunca fui el mejor novio del mundo, mejor dicho, nunca fui
un novio promedio. Ni siquiera pude intuir su contraseña basándome en
sus gustos cuando me encontré su móvil. O sea, no es que por ser el
mejor novio del mundo la hubiese llegado a saber, porque para eso están
hechas las contraseñas, pero el mejor novio del mundo sí hubiese sabido
cuales eran sus cosas favoritas. La verdad puede ser que nunca me
diera cuenta de que me agradaba estar con ella y que me gustaba algo
más que su físico. Me atraían muchas más cosas, pero nunca puse la
suficiente atención.1

—¿Crees que, si yo le explicara a ella lo que pasó, podría perdonarte?14

Gracias al cielo estamos detenidos en un semáforo en rojo, porque de la


manera que he reaccionado podría haber perdido el control del volante.

—¿Qué?

—Podría llamarla —propone.

Hanah le colgaría en cuanto escuchara mi nombre, estoy seguro.

—No te haría caso cuando le dijeras que es sobre mí.2

—Entonces un correo. Se lo explicaría todo, le diría que no fue tu culpa.


Ya sabes, los malentendidos se resuelven hablando.

Involuntariamente, en cuanto la oído decir eso, he creado esperanzas,


pero tengo que ahogarlas con la realidad. Suena tan difícil que Hanah me
perdone. No solo fue lo que pasó en la gasolinera, según ella la he
estado cagando todo el tiempo pero mi falta de atención no me dejaba
darme cuenta ni de eso.

—Lo veo muy difícil, Elba.

—Bueno, al menos dame su correo para intentarlo.

Niego con la cabeza.


—No tiene caso.

—Agg, eres un pesimista. ¿Dónde está su móvil? Recuerdo haberlo visto


cargando en el hotel.

No le digo nada pero ella intuye que está en la guantera. Tengo que
destrozar y deshacerme de ese móvil.3

—Bien, en algún momento lo intentaré.

—Ten cuidado, un correo puede delatarte.

Siento su mirada. Ella es consciente de eso.

—Crearé otro por supuesto.

—¿Por qué lo vas a intentar tan siquiera?

Desdobla las piernas, se sienta bien de nuevo, se coloca el cinturón y


vuelve a dejar el móvil en su sitio.

—Porque tu vida no termina en este viaje, Derek. Volverás a casa y


querrás volver con ella porque la quieres, porque la echas de menos. Fue
mi culpa que esto pasara, ¿qué mejor manera de intentar arreglarlo que
explicándoselo yo misma?57

No digo nada, me quedo callado por un largo rato.

Fantaseo con la posibilidad.

Hanah abrazándome de nuevo. Quejándose de mis bromas pesadas y


divirtiéndose al devolvérmelas. No solo perdí a mi novia, sino también a
una amiga. ¿Y qué es lo peor? Que después de todo este jodido tiempo
me acabe de dar cuenta justo ahora.
Detengo el coche y coloco la frente en el volante. Cuando vuelvo a
levantar la vista pillo a Elba mirándome apoyada sobre el puño que tiene
reposando en el borde de la ventanilla.1

—¿Qué?1

—Como tú dirías: estás jodido. Yo a eso lo llamo estar enamorado.2

Sonríe.54

—Cállate, tan solo estoy frustrado.

—Lo siento.

—¿Por qué? —salto.

—Porque fue mi culpa.

—Lo fue, claro que lo fue.

—Por eso te vuelvo a pedir perdón —se encoge de hombros—. Aunque


no me arrepiento de haberte conocido, me hubiese gustado mucho
haberlo hecho con Hanah a tu lado.32

Cojo aire y lo suelto pesadamente. Me pregunto cómo estará Hanah.


¿Seguirá echándome mil maldiciones a mí y al resto de mi descendencia?
Por supuesto que sí.

—Bebe un poco anda —dice pasándome una bebida.

Tomo el refresco y la miro.

—¿Sabes? También la perdí por culpa de un refresco.

Elba arruga la frente.

—¿Cómo?
Abro la lata y le doy un sorbo.

—Te lo contaré, pero a cambio quiero que me cuentes tú algo que quiero
saber desde hace tiempo.1

Mira la lata entre mis manos y luego me mira a los ojos.

—Yo te conté cómo la conocí cuando me lo pediste, es lo justo —le


recuerdo.

Ella asiente.

—Está bien.
CAPÍTULO 17
Sus calcetines tienen topos de colores. La verdad no son suyos, son de
Hanah. Pero mi padre solía decir que las cosas son de quien las utiliza,
así que... da igual.6

Coloca los talones en el cristal, dejando las piernas en alto mientras


coloca las manos sobre su estómago con la espalda descansando en el
colchón.

—Me gusta cuando los hoteles son tan altos como este. Hay buenas
vistas —murmura—. Te asomas por una ventana y ves a los de allí abajo
tan pequeños. Supongo que es algo parecido a lo que debe sentir Dios...
claro, si es que de verdad existe, ¿no crees, Derek?65

Las gotas de lluvia que están empapando los enormes ventanales de la


habitación me han distraído, no estoy seguro de lo último que ha dicho.

—¿Derek?

—Sí —respondo sin mirarla.

Sigue hablando, pero yo sigo en el camino que hemos hecho hasta aquí,
el mismo donde no hemos parado de hablar de Hanah.

Me pregunto qué estaríamos haciendo ahora si al creador de las vidas le


hubiese placido darme un rumbo alternativo a este, uno alternativo al de
haberme chocado con Elba.

¿Hanah se estaría bronceando en alguna playa de aquí? ¿Estaríamos en


esta misma ciudad, con chubasqueros, paseando debajo de la lluvia?
¿Qué tomaríamos para cenar hoy?21

Vuelvo a mirar a Elba tumbada boca arriba en la cama, parloteando.


—Oye tú, ¿nosotros no teníamos un trato? —le salto.1

Sus ojos verdes me enfocan. Me gusta cuando está sin las lentillas de
color marrón.5

—¿Qué?3

—¿No se suponía que yo te contaba lo que tú me preguntaras de Hanah


a cambio de que tú hicieras lo mismo conmigo?

Toma aire, su vientre se infla debajo de sus manos y luego lo suelta.

—Sí.

—¿Entonces?

—¿Entonces qué? Hasta ahora no me has preguntado nada.

Me quedo callado. Ella tiene razón. Echo la cabeza hacia atrás en el


cómodo sillón de la habitación. El sonido de la lluvia es relajante y Elba
ha puesto la radio un poco baja, la música no es de mi estilo pero es
buena. Todo eso junto crea el ambiente más relajado que he tenido en
mucho tiempo.

—¿Por qué te fuiste? ¿Por qué dejaste todo ese mundo ricachón para...
para volverte alguien que viste ropa prestada y que va de aquí para allá
sin el más mínimo derroche de lujos? —Le pregunto, mirando el techo—.
No lo entiendo por más que intento. ¿Y sabes?, me encantaría saber la
verdad a la primera por una vez.

Le echo una mirada de advertencia pero sus ojos están atentos al cristal
chorreante de allí afuera.

—Directo al grano —murmura.

—¿Significa mucho para ti responder a esa pregunta?


No dice nada.

Cuando la vuelvo a mirar de reojo está jugueteando con sus dedos.

Así pasamos por lo menos cinco minutos. Entre la música baja de la


radio, el repiqueteo de la lluvia en el cristal, nuestras respiraciones y
ambas miradas enfocadas en un punto diferente de la habitación.

—Una vez te dije que hacía mucho tiempo Bill James entró a una
juguetería a por una muñeca defectuosa, rota y enfermiza —se queda
unos segundos callada—, te mentí.105

Me muerdo el labio inferior para no soltar ni una sola de mis tonterías y


decido no mirarla para no ponerla más nerviosa. Quiero que siga en esta
línea, quiero que siga hablando. Si me ha mentido más veces, quiero que
me lo diga ahora.

—No soy adoptada, Derek. Realmente llevo la sangre de Bill James en


mis venas.53

Escucho que se remueve pero cuando la miro no se ha movido de la


postura en la que estaba. Sigue con las piernas en alto apoyadas en el
cristal.

—Se supone que a día de hoy yo ya debería tener un corazón nuevo —


su voz se escucha hueca, ronca, se escucha como la misma voz de
alguien incómodo y a la vez apunto de romper a llorar—, pero yo me
escapé de camino a ese hospital.88

Trago saliva fuerte y se me ocurre enderezarme en el sillón, pero algo


me dice que mejor no la encare o la cosa se podría poner mucho más
difícil para ella.

—¿Por qué hiciste eso? —me atrevo a preguntar.


—Tengo mis razones, créeme.

—Y las quiero saber —salto—, o si no seré yo mismo el que te arrastre


hasta ese hospital hoy mismo.

No la miro pero lo que acabo de decir lo he dicho lo suficientemente


convincente como para que me crea. Y la verdad es que sí estoy
dispuesto a hacerlo.

Si su vida corre peligro por un berrinche adolescente de que su padre no


le dejaba estar con su novio, ya se puede ir despidiendo de su plan para
seguir huyendo. Yo mismo la llevo a ese jodido hospital y llamo a su
padre para explicarle todo lo que su tan ocurrente hija planeó a sus
espaldas.

—Derek es que...

—Elba a la una.7

—Pero es que es muy...

—Elba a las dos. Te dije que quería la verdad. Y lo decía en serio,


señorita.54

—Está bien —se rinde—, te lo diré todo.

—Bien, ya estás tardando.

Se sienta en la cama mirando hacia el ventanal, cruza sus piernas y se


hace con una almohada para abrazarla.

—No sé si alguna vez habrás sabido de alguien que haya necesitado un


transplante, si no, ya te digo yo que es bastante difícil para algunos. Y
para mí lo fue —me mira un breve segundo para comprobar algo que no
sé y luego vuelve a mirar al ventanal—. En eso no pudieron intervenir los
contactos o el gran poder que ejerce mi padre, es como te toca, y a mí
me tocó esperar detrás de una larga lista de personas. En un principio
me habían ocultado mi enfermedad, no querían decirme nada, pero
cuando crecí un poco más me enteré de mala forma.11

Se queda callada, cogiendo un par de veces aire por la boca. Yo no digo


ni mu.9

—He amado a mi padre durante diecisiete largos años, Derek —se


muerde el labio, su voz se ha quebrado un poco en la última parte de la
frase—, pero... pero ahora es algo difícil de hacer.

Se rasca la nuca cabizbaja y guarda silencio por un par de minutos. Yo


tomo aire, que creo que no lo he estado haciendo desde hace un rato, y
abro la boca.

—¿Por qué dices eso?

Se seca una lágrima de su mejilla.

—Porque pasó de ser una persona honorable, alguien inteligente, fuerte


y valiente para mí, a ser un egoísta desalmado —absorbe fuerte por la
nariz, echando la cabeza hacia atrás—. Porque sé que me ama, pero
jamás le podré perdonar lo que hizo.

—Me estoy perdiendo, Elba —murmuro, recordándoselo.2

Estrecha la almohada tan fuerte entre sus brazos que si la pobre tuviera
vida, a Elba la acusarían de asesinato por asfixia.9

—Mi padre, Derek... Bill James... —su voz se está viniendo abajo cada
vez más—, el hombre que me enseñó a montar en bici, más tarde a
cabalgar y luego incluso a pilotar, el hombre al que más he admirado en
mi vida, ese mismo... —hipa por culpa del llanto—, ese mismo fue capaz
de... qui... —sus sollozos me impiden entenderla con claridad—, de
quitarle... de quitarle la vida a un inocente para dármela a mí.175

Se pone en pie de golpe y arroja la almohada con fuerza en la cama.

—¡¿Con qué derecho, a ver, con qué derecho él se atrevió a decidir


quién merece vivir y quién merece morir?! —sus mejillas están igual o
más empapadas que los ventanales.1

No sé qué cara estoy poniendo ahora mismo, pero no culparía a mis ojos
si se encontraran rodando por el suelo. Todo lo que acaba de soltarme
Elba me ha dejado... tieso.

Llorando, continúa diciendo:

—¿Quién se cree; Dios acaso? ¿Por qué demonios hizo algo tan vil y
rastrero como eso? Sé que me ama, lo sé perfectamente, pero él no
puede elegir si debo vivir o no, nadie puede. No tenía... —se echa a llorar
aún más—, no tenía el derecho de quitarle la vida a ese niño. Él también
tenía una vida por delante. Él también merecía seguir aprendiendo, hacer
sus sueños realidad, enamorarse... él también merecía vivir tanto como
yo, pero es a mí a quien le toca no hacerlo.60

Cubre su boca con sus manos. Está temblando.5

Mis piernas ya se están encaminando hacia ella cuando me doy cuenta.


Todo sucede tan rápido que cuando me quiero hacer cargo de la
situación, ya la tengo entre mis brazos intentando calmarla.23

—Elba, respira por favor —es lo único que se me ocurre pedirle.1

Si su corazón está tan débil como para necesitar un transplante, será


mejor que no se siga exponiendo a este tipo de situaciones.
—¿Tú... tú lo entiendes? —solloza—. Yo sigo aquí, respirando y viendo
al sol salir cada día, en cambio él ya no. Lo secuestraron, su familia llegó
a salir por las noticias... estaban rotos de dolor. —Sus ojos verdes llenos
de lágrimas están alineados con los míos justo ahora. No sé cómo
expresarlo, pero se siente terrible ver el dolor encerrado en alguien sin
poder hacer demasiado por esa persona—. Ellos lo buscaron hasta la
desesperación. Al igual que a mí, lo amaban con su vida. Ellos no le
hicieron nada a nadie para merecer esta clase de sufrimiento. No es tan
solo el horrible hecho de matar a alguien, también es todas las vidas que
destrozas con eso.2

Siento mis mejillas húmedas. No sé si es porque estoy llorando o porque


la he besado.342

No, no puedo haberla besado. Pero quiero hacerlo justo ahora. Quiero
que deje de llorar. Quiero que el mundo se detenga un minuto para poder
procesar toda esta nueva información.15

No puedo aceptar así, tan de repente, que entre mis brazos esté una
chica maravillosa que está apunto de morir, que me cuente que su padre
es un asesino por su culpa y al mismo tiempo lidiar con un ataque de
ansiedad de ella.

—Elba, respira, te estás ahogando —le digo, sacudiéndola levemente.

—Alguien demasiado joven está muerto por mi culpa, Derek, ¿tú


comprendes eso?

—Elba...5

—Es tan injusto. Soy yo la que debe estar muerta ahora mismo, pero
sigo aquí, haciendo todas las cosas que él nunca más podrá hacer.13
—Para ya —le digo, con sus mejillas entre las manos. Sin pensarlo un
segundo más, la beso.31

Sus labios saben salados gracias a sus lágrimas. Ella se queda


paralizada con mi brusca reacción. Para de sollozar y me mira atónita
cuando me aparto.31

—Que me jodan... —susurro. Se me escapa. No lo controlo.2

Toca sus labios.

—¿Por qué has hecho eso?

—Porque llevaba rato queriéndolo hacer —carraspeo—, porque quería


que dejaras de llorar. Te estabas ahogando.87

—¿Es el nuevo boca a boca de en seco, acaso?2

La broma tal vez en otro contexto nos habría hecho gracia, pero ahora
estamos con los cinco sentidos en otro tema.

—No, en mi tierra lo llaman robar un beso.88

Coloca sus manos en mi pecho y nos aparta.

—Una bofetada valía.3

—No digas tonterías. Nunca en mi vida tocaría a una mujer de esa forma
y menos si está pasándolo mal —respondo.4

Me aparto más llevando mis manos a mi nuca con los dedos cruzados y
haciendo que mis brazos cuelguen. Por su lado, Elba se seca las
lágrimas que habían llegado hasta su nariz.

—Siento mucho esta escena. Tan solo se trataba de contarte la verdad,


no de querer entrar en Hollywood.10
Agarro una de sus muñecas cuando la veo con intenciones de alejarse
aún más. La llevo de nuevo a la cama y me siento a su lado. Justo como
las amigas hacen con sus amigas en las pelis de Hanah.2

—Oye, no te sientas mal por esto. Nadie en esta tierra creo que pudiera
contar eso sin sentir la más mínima emoción. No ha sido tu culpa haber
reaccionado así.

Me desvía la mirada todo el rato. Ahora no sé qué le pasa.

—Gracias, Derek... —gesticula con una mano—, ya sabes, por no salir


corriendo.

—¿Por qué iba a hacerlo?

—Porque es una situación peliaguda. Mi padre es un senador, también


un asesino, y esto no es una película de ciencia ficción con un final
espectacular.27

—No creo que tu padre le hubiese quitado la vida a alguien sino fuera por
la presión que sentía —Elba me mira horrorizada—. No creas que lo
estoy justificando, siento algo parecido a lo que tú sientes por él, pero tan
solo intento decirte que al menos él lo hizo por amor, no por el simple
hecho de sentir placer al quitarle la vida a otro, como los asesinos
hacen.6

—No quiero escuchar nada de eso ahora mismo, Derek —sus ojos se
vuelven a llenar de lágrimas—. Nada de lo que haga o diga podrá borrar
eso de mi memoria. Mató a alguien, decidió sobre su vida y a la vez
sobre la mía, a nadie le toca hacer eso. A cada uno le corresponde la
vida que le corresponde, no hay forma de cambiar ese hecho.7
Agacha la cabeza y entrelaza sus dedos. Se queda mirando sus pies sin
decir palabra y yo la imito. Así pasan los minutos. Con los pensamientos
desbordando mi cabeza como un río inundado y las mil y una frases que
le quiero decir, pero que ninguna sirve para nada.16

No creo que nadie esté preparado para una situación como esta. Lidiar
con todos los sentimientos encontrados que crea esta situación no es
fácil. Mucho menos lo ha de ser para Elba.3

—Se suponía que tú nunca debías aparecer en mi vida, Derek —me dice
de repente.9

Me quedo de piedra.

Sé que no ha pasado el tiempo suficiente para caerle tan bien como un


mejor amigo, pero al menos para cogerme estima sí. No sé por qué me
dice esto ahora.6

—¿Por qué?

—No sabía que al huir en el coche de cualquiera acabaría en el tuyo.

No sé qué me está queriendo decir. ¿Se arrepiente de haber entrado en


mi coche, es eso?1

—¿Por? —murmuro.2

—Porque me has terminado gustando.645

Abro los ojos como dos platos, pero noto que ella los cierra a presión
como si acabara de lanzar una bomba.4

Bueno, en parte lo ha hecho.

—¿Qué? —solo soy capaz de soltar.23


—No te pongas hecho un loco —comienza a decir, aún con los ojos
cerrados. No los quiere abrir—, sé que quieres muchísimo a Hanah y que
yo no soy... bueno, en definitiva, que no tienes porque sentirte
comprometido. Solo es una confesión como otra cualquiera, ¿vale?49

Me mira.

—Disfruto de tu amistad, eso es mucho para mí.

Me levanto de golpe y camino en dirección contraria.

—Joder, la acabo de besar... —pienso.

—Sí, lo acabas de hacer. ¿Estás pensando en voz alta?59

Cierro la boca y me doy golpes en la frente. Entonces caigo en algo. En


algo muy importante.

—¿Y cuál es tu plan? —Me vuelvo para mirarla—. Okey, estás huyendo
de tu padre porque no quieres estar al lado de una persona como él,
¿pero te tengo que recodar que no asististe a ese transplante? Tu
corazón aún sigue enfermo. ¿Qué piensas hacer?20

Su mirada me lo deja muy claro. No dice palabras, pero la postura de su


cuerpo y sus ojos lo dicen todo.

—¿Morir? ¡No puedes hacer eso!13

Le digo, desaforado por su reacción pasota.

—Derek, no pienses en eso, no tienes por qué cargar con toda la presión
que supone. Tú solo intenta divertirte, ¿vale? —me dice, intentando
arreglar algo.2

—¿Cómo me puedes pedir eso? Sería... no sé, mezquino de mi parte. Es


lo más tonto que podrías pedirle a alguien.
—No —sonríe—, tú solo disfruta de la vida. Yo lo estoy haciendo con la
mía. Pasará lo que tenga que pasar. He estado sobreviviendo todo este
tiempo a base de medicamentos, y yo no me veo tan mal. Que pase lo
que tenga que pasar conmigo, ¿no te parece?

Me vuelvo a acercar a ella, entonces se pone nerviosa.

—¿Te culpas por la muerte de ese niño?

—Me culpo por su asesinato, no es lo mismo.

Me acuclillo delante de sus rodillas, para mirarla ya que está con la


cabeza gacha.

—No fue tu culpa.

—No directamente querrás decir.

—Tú no decidiste que pasara, fue tu padre.

—Lo hizo por mí.

—Igualmente esa excusa no sirve para echarte toda la culpa.

Resopla, moviendo su cuello para esquivar mi mirada.

—Es algo con lo que yo estoy lidiando a mi manera, Derek, te


agradecería que me dejaras seguir haciéndolo.

—Oye Elba —sacudo levemente una de sus rodillas, ella se remueve—,


las situaciones de la vida me han arrastrado hasta aquí, hasta justo esta
habitación donde me has confesado un montón de cosas, me puedes
considerar un amigo, ¿de acuerdo?34

—Lo sé —dice sin mirarme.

—¿Por qué ahora no me miras?


Me mira a regañadientes.

—¿Bien así?

Sonrío de lado.

—¿Cómo se llama lo que tienes?

—No me gusta decirlo, sobre todo porque no es seguro que sea eso.
Simplemente mi corazón falla.

En ese momento se me ocurre el comentario perfecto para destentar un


poco toda la situación.

—Lo sé, nadie en su sano juicio se enamoraría de mí cuando la he


tratado tan mal —medio me río.6

—¡No me he enamorado de ti, tonto! —Chilla—. Tan solo me gustas


porque eres atractivo, eso es todo. Que no se eleve tu ego de muy señor
mío.

—Está bien.

Palmeo una de sus piernas y me levanto.2

—Entonces, ¿no me vas a decir lo que tienes?

Niega con la cabeza.

—No y por favor a partir de ahora no te excedas tratándome como una


enferma o como alguien débil. He comprendido que eso no me ayuda
nada.

Asiento lentamente.

—¿Qué pasará ahora con la vida de ese chico? Habrá muerto por
nada.18
—Considero peor vivir toda mi vida con un corazón robado. No pienso
ser participe de ese asesinato ahora que sé que lo fue, Derek.20

—Pero tú estás segura de eso, ¿cómo te enteraste?

Se rasca la nuca. Parece que es un mal trago para ella recordarlo.

—Claro que estoy segura. Mi padre se puso muy extraño en este último
tiempo. Pensé que era porque le habían dado peores noticias sobre mi
estado, pero un día lo pillé hablando muy secretamente por teléfono.
Sudaba. Me hizo desconfiar tanto que me puse a rebuscar millones de
veces entre sus papeles para encontrar los nuevos resultados sobre mi
enfermedad que pensé que me ocultaba, pero tan solo encontré el pago
por un servicio criminal.

—Lo que hizo se suele llamar tráfico de órganos, Elba.5

Su pierna izquierda comienza a saltar nerviosamente y se tapa la cara


con las manos.

—Lo sé. Me siento tan pero tan decepcionada de él que no lo puedo


expresar con palabras. Todo el amor que le tenía, ahora es menor que el
que le tengo a una mísera mota de polvo.25

Me siento mal por verla así. Su padre la ama, por eso lo hizo, por la
desesperación de ver a su hija morir un poco más cada día. Pero a veces
las personas por amor, o creyendo que es por amor, llegamos a actuar
de manera incorrecta que incluso terminamos alejando a quien queremos.
Mi caso con Hanah es un ejemplo, solo que uno muy, muy simplificado al
de Elba y su padre.

Me siento a su lado de nuevo. No hay ni rastro del Derek que suelo ser,
no lo veo ni lo escucho por ningún rincón dentro de mí.3
Estoy en modo de emergencia supongo.35

—¿Qué quieres hacer ahora? ¿No quieres volver a casa?2

Levanta la cabeza para decirme que no con ella.

—¿Y tú? —Me pregunta de repente—. Me haría muy feliz saber que
vuelves con Hanah y que las cosas os van bien. Tal vez si regresas
ahora...1

—Elba, no voy a volver. Aún no. Hanah es una chica fantástica, la quiero,
tienes razón, y no sé por qué te lo estoy confesando ahora mismo, pero
no creo que se merezca a alguien tan descuidado como yo. Siempre
puede conseguir algo mejor.7

Desvía la mirada y chasquea la lengua.

—No eres como te tenía en mi cabeza. Tienes un lado muy tierno y gentil,
Derek.

Frunzo el ceño.

—¿Necesitas que haga uso de mi agresividad verbal para tratarme con


respeto? ¿Qué es eso de "tienes un lado muy tierno y gentil, Derek"?
¿Quién te has creído que soy, eh, niña? —bromeo, ella suelta una corta
risita.

—Eres lo peor —bromea ella también.

Mira hacia los ventanales. Allí afuera sigue lloviendo.

—Estoy cansada. Tuvimos un curso de remo bastante intensivo y luego


condujiste hasta aquí por dos horas, creo que tú también. Deberíamos ir
a dormir.6

Se levanta y rodea la cama.


—Sí, tienes razón.

—Descansa, Derek —dice, quitando las sábanas del colchón.

Me levanto para acercarme a ella. La atraigo un poco hacia mí e intento


besarla, pero cuando intercepta mis intenciones establece distancia entre
nosotros.83

—No hagas esto ahora. Por favor, no hagas esto por mi enfermedad. Me
sienta igual que si me estuvieras ofreciendo un vaso de compasión.

—Elba, yo no...18

—Claro que sí, lo estás haciendo porque acabas de enterarte de que


estoy enferma y de que me gustas. Si lo primero no lo hubieras sabido y
te hubieses enterado de lo segundo, habrías llegado a ser bastante cruel
conmigo. Así que ahora ahórrate esto.1

Dice, tajante. Me deja las cosas demasiado claras.

—Vete a descansar, Derek. Es tarde.3

Se abre espacio y se encierra en el baño. No la veo con intenciones de


salir hasta que no me oiga irme, así que me voy.

Tan solo iba a ser un beso, pero entiendo que le siente como una
muestra de compasión. A mí también me sentaría así si yo estuviera en
sus zapatos.

+
CAPÍTULO 18

El canal de televisión que está sonando de fondo tiene un periodista con


un acento muy marcado. Me reiría si hubiera ganas para hacerlo, pero no
hay.16

«Así que se trata de su corazón...»1

Sí. Se trata de su corazón.

«Que situación tan jodida.»7

Lo es. Es una situación de mierda.11

—¿Quieres otro café? No podrás dormir después...

Levanto la vista, aparto las manos que tenía entrelazadas delante de mi


boca y empujo la taza hacia el lado de la barra donde está la camarera.
Es una chica de tal vez unos treinta y pocos. Antes he visto un niño
pequeño en su fondo de pantalla cuando ha sacado el móvil para revisar
la hora.

—Tienes un niño muy... bonito —le dije, en su momento. Más bien, tengo
que reconocerlo, se me escapó de los labios prácticamente.

Esa noche no quería hablar con nadie. Y menos ser simpático o amable.

Como no me contradijo quedó por hecho que sí se trataba de su hijo. Ella


me miró con ojos orgullosos.

—Gracias. Se llama Elliot, tiene veintiocho meses, o sea, quiero decir,


dos años y cuatro meses —agacha la cabeza y sonríe—. Es un trasto.18
Me dio un asentimiento cordial al guardar el móvil y se fue.

Ahora, al volver a verla rellenando el café de mi taza, me pregunto cómo


de destrozada quedaría al enfrentarse ante la situación de que su hijo ha
desaparecido y, después de un tiempo, aceptar el terrible hecho de que
no puede seguir vivo.3

—¿No tienes sueño?

—No, no puedo dormir.

—¿No preferirías tomar un té relajante?

Lleno mis pulmones de aire recostándome sobre el espaldar de la silla y


niego con la cabeza.

—No, gracias.

—Bien. Avísame si cambias de opinión.

Asiento y ella se aleja para cobrar a otro señor en el lado opuesto.

Por más que pruebo a meterme en la piel de Elba, no puedo. Es una


encrucijada tan asfixiante que por más que intento encontrar un punto
intermedio, donde lo malo esté bien y lo bien no se vuelva malo, no
puedo dar con él.1

Quiero decir..., aceptar el corazón es lo que debería hacer, pero, ¿eso


sería lo correcto? Según ella no y a mí me cuesta aceptar que pueda
llegar a ser un acto moralmente correcto. Sin embargo, si no lo acepta,
morirá, y eso, de todos los puntos que quieras mirarlo, es una elección
todavía peor. O tal vez eso solo lo crea yo.

Entiendo un poco sus razones pero no puedo aceptarlas. No acaba de


entrar en mí que su opción sea morir.
¿Qué pasará con el corazón de ese niño? ¿Con los corazones rotos de
su familia? ¿Acaso no considera mejor vivir por él? Aunque..., claro, él no
hubiese muerto si su padre no lo hubiese mandado a matar. Ahora
mismo él seguiría vivo y... ¡Joder! ¡Esto me supera!7

—¿Qué haría yo? —susurro.5

Cierro los ojos y clavo la frente en el borde de la barra.

Sinceramente, no lo sé.

Me vuelvo a enderezar, sin dejar de resoplar, atraigo la taza y le doy un


sorbo.

—El senador está como loco por no saber nada de su hija —comenta
ella—, pobre hombre.15

Me mira con lástima buscando en mí una respuesta parecida. Supongo.


Pero no puedo darla sabiendo la verdad.

—Dicen por ahí que si existe un Dios, a cada uno le hará pagar por sus
pecados —comento, insensible, bebiendo mi café.

—¿Cómo puedes decir eso? —Pregunta ella, verdaderamente


alarmada—. Un hijo es lo más sagrado para un padre. Tocan a tu hijo y
tú te mueres. Nadie merece pasar por eso.

—Pues alguien debería decírselo a él —susurro, solo para mí.3

En parte, Elba le está haciendo sufrir lo que él le hizo sufrir a la familia


del niño al que asesinaron. No estoy muy seguro de que exista un Dios,
pero Elba al parecer está tomando su lugar.
Cinco minutos después estoy llamando a la puerta de su habitación. Ella
tarda en abrirme.

—¿Intentas hacerle pagar?2

Cierra los ojos con fuerza y los restriega con sus manos.

—¿Derek? ¿A qué viene esto?

—A tu padre. ¿Intentas hacer justicia, verdad?

Me mira entrecerrando los ojos.

—No me creo Dios, si eso es lo que me estás preguntando.

—Lo parece.

—No es mi culpa estarle devolviendo todo lo que él le hizo a aquella


familia. Tan solo estoy haciendo lo que me pide mi corazón, ser justa
todo el tiempo que me quede de vida, ¿vale? Ahora déjame dormir.8

Detengo la puerta antes de que la cierre en mi cara.

—¿Estás satisfecha con lo que estás haciendo? ¿Estás orgullosa?17

Abre la boca pero no dice nada. Tan solo deja escapar aire.

—Me siento muy bien conmigo misma, sí, Derek.

—¿Y qué me dices de elegir morir?

Da un paso atrás. En sus ojos brotan las gotas de agua pero no caen.

—No es la elección más fácil que he tomado en mi vida, pero es mía y no


me estoy fallando al elegirla.

Me muerdo el labio inferior, tragando así el nudo de mi garganta. No soy


bueno con estas situaciones. Lo estoy descubriendo.
—¿De verdad?

Asiente lentamente, también atrapando su labio inferior para que no le


tiemble.

—¿Tan siquiera le has preguntado a la familia de él? Ni siquiera sabes si


ellos mismos quieren darte el corazón de su hijo.

Seca rápidamente una lágrima traicionera y se rasca la nariz, incómoda.

—¿Le darías el corazón de tu hijo a la hija de su asesino? No quiero


poner a su familia en una elección tan amarga. Lo siento, no puedo
seguir respondiendo tus preguntas ahora. No tengo más fuerzas, Derek.

Vuelve a hacer amago de cerrar la puerta, pero de nuevo la detengo.

—¿Y si hubiera un motivo para seguir viviendo, Emma?90

Sus ojos verdes enrojecidos me enfocan directamente. Escuchar su


nombre verdadero la ha tomado por sorpresa.

—Ese no es el caso, Derek.

Se aparta pero la detengo.

—No, no, piénsalo. ¿Y si te enamoraras? ¿Y si quedaras embarazada?


—lo suelto todo a lo loco.14

Se le escapa una carcajada, pero no hay gracia ni alegría en ella.

—Te lo repito: no es el caso y tampoco quiero hacer esto más duro. Si


eso llegara a pasar, todo se volvería todavía más difícil.

Se da media vuelta pero se detiene y me vuelve a mirar.

—Y tienes terminantemente prohibido acercarte a mí.36


Mi frente se arruga.

—¿Por qué?

—Acabas de sugerir la tontería de que yo pudiera quedar embarazada,


definitivamente no me fío de ti cerca.78

Cierro los ojos y no puedo controlar la corta carcajada que se me escapa.


Lo he sugerido a lo tonto, tampoco es que estuviera pensando mucho en
ese momento.

—No voy a embarazarte, puedes estar segura.36

—Me alegro. En biología de pequeña me explicaron cómo se hacían


bebés y no me apetece estar en ese plan contigo.28

—¿Por qué no? Creí que te gustaba hace dos horas.

—Sí, pero sería... —me mira, como si fuera obvio—, incómodo. Solo me
gustas como a cualquiera que tenga ojos en la cara, nada más. Y ahora
sal de mi habitación.2

Resoplo.

—Está bien. ¿Mañana...?

—Lloverá. Había pensado en jugar a una partida de cartas contigo.

Pese a que está enterrando el tema, evadiéndolo de nuevo a la vez, me


hace gracia verla... animada –creo que la palabra es esa–, aunque no sé
si creérmela del todo.

—¿No querías ir a un museo?

Gira su cuello en mi dirección, sorprendida.

—Pensé que habías dicho que no querías ir.


—Bueno, se vale cambiar de opinión, ¿no?5

Me queda observando recelosa por varios segundos. Ha entendido


perfectamente las segundas intenciones de mi comentario, pero no dice
nada al respecto. De verdad que quiere dejar el tema atrás.7

—Bien, mañana conseguimos unos chubasqueros y vamos.

—Perfecto —me retiro de nuevo hacia el pasillo—. Uhm, una cosa.

—Dime.

—¿Me dejarías hacer algo?8

—Depende de lo que sea.1

—No es nada... malo.

—Ah, bueno, entonces sí supongo.1

Vuelvo a entrar a su habitación, justo hasta donde ella está apunto de


entrar a la cama, tomo sus hombros y le doy un beso en la frente.159

Elba se queda tan congelada como el hielo y no dice nada cuando vuelvo
a irme. Cierro la puerta y exhalo.5

—Bien, demasiada cafeína por hoy. Pase lo que pase, ahora no me


sentiré tan mal por haberla tratado tan mal todo este tiempo.
CAPÍTULO 19
No tengo ni jodida idea de qué es eso que tengo delante de las narices.20

Tengo la boca medio abierta, el ceño arrugado y los ojos entornados,


pero no, no funciona. Entonces, imito a Elba. Tal vez ladear el cuello
sirva.9

—¿Cómo dices que se llama esto? —le pregunto.

—Arte moderno —balbucea ella.7

—¿Y ya le has encontrado la forma?18

Tuerce el gesto un poco frustrada. Obliga a su cuello a adoptar otra


posición y lo sigue mirando.

—No. Pero es... algo original.

—¿Lanzar ropa vieja y rota encima de ruedas sucias donde, por alguna
razón, sobresalen barras de hierro lo llamáis algo original aquí? Donde
yo vivo se lo conoce por desorden.73

Elba se endereza y me lanza una mirada fastidiada por encima de la


montura de sus gafas de sol.

—¿Qué?3

—Nada —gruñe—. No sabes apreciar el arte sin meterte con él. No


sabes disfrutar de nada sin meterte con ello.36

Me encojo de hombros.

—¿Tengo que disculparme por eso?6

Menea una mano en el aire, restándole importancia y caminando hacia al


cuadro que le sigue. Este tiene más sentido. Tiene un montón de color,
como si le hubiesen apaleado con la brocha, pero al contemplarlo te das
cuenta de que las diferentes tonalidades de verde forman la figura de una
mujer recostada en un árbol, con un libro en la cara.2

—¿Te has dado cuenta de que el guardia te observó fijamente cuando


entraste?

—Sí —asiente—, pero era porque llevaba las gafas de sol puestas.
Cuando me las quité lo dejó estar.

—¿Estás segura de que no te reconoció?

—Llevo el pelo mucho más corto que antes, de color negro y los ojos
marrones. Aparte, si te diste cuenta, utilicé un poco tu acento. No creo
que me reconociera en absoluto, Derek.18

—Noté lo del acento —sonrío de lado—. Tan solo te pediré que no me


hagas avergonzarme de él.1

Toma las gafas de sol por la esquina de la montura y las baja hasta que
sus ojos me miran, desafiantes.1

—¿Cómo dices? Soy muy buena imitando acentos.

—De acuerdo, no he dicho nada.

Rueda los ojos antes de arrastrar las gafas hasta el puente de su nariz.
Se cruza de brazos sosteniendo el chubasquero con ellos y contempla el
cuadro.

—¿Tienes favorito hasta ahora? —le suelto, dejando caer la pregunta.1

Se muerde el labio superior y señala el cuadro con un movimiento de


cabeza.

—Tal vez la chica del árbol.


—¿Quién pinta un árbol de color lila? —me burlo, mirando la obra al igual
que ella.7

—Pues la gente que mira el mundo de otro color.1

—¿Los daltónicos?256

Deja escapar una cortísima carcajada de entre sus labios y luego niega
con la cabeza.

—No, supongo que los inconformistas con el mundo. No les gusta lo que
ven, así que pintan otras cosas.12

La miro. Lanzo mi chubasquero a mi hombro izquierdo y meto ambas


manos en los bolsillos de mis vaqueros.14

—Que ellos pinten las cosas de otro color no hará que nada cambie.

—Tal vez, pero nos regalan una visión diferente, algo así como una
ventana por la que mirar cuando no puedes más en tu mundo. Ya sabes,
como con los libros o la música. Esas pequeñas maravillas que saben a
gloria.48

Dejo salir un murmullo que parece una risa burlona.

—Eres una cursi.4

—¿Algún problema con eso? —contraataca, continuando el camino que


guía a otra exposición.

Esta es un maniquí cubierto de pintura por todas partes, excepto en el


lado izquierdo del pecho, donde hay un agujero en forma de corazón.

A mí me hace sentir incómodo así que evito a toda costa mirar


directamente a Elba. Ella, en cambio, lo observa con detenimiento, como
si le fascinara.7
—Puedes interpretar esto de mil formas, me encanta —suelta, de
repente.

—¿Ah, sí?

—Sí —me mira, gracias al cielo ambos llevamos gafas de sol, sin motivo,
ya que ahí fuera llueve—, a mí me parece alguien que acaba de romper
con alguien que amaba pero que está lleno de recuerdos bonitos.

Me muerdo una esquina del labio mientras ella vuelve a reparar en el


maniquí. Es curioso que ella haya interpretado algo que más se acerca a
mi situación, y que yo haya interpretado una diferente que más la define
a ella.6

Yo, en ese maniquí, veo a alguien sin corazón, pero que está lleno de
vida.98

—O tal vez sea alguien que ama con su corazón el paintball.88

Recibo un manotazo juguetón por su parte y me regaña por no tomarme


en serio esa visita al museo.

—Dime qué ves ahí —le pregunto un poco burlón.

—Un chorro rojo... tal vez simbolice la sangre.1

—No, para nada. Lo que yo veo ahí es un manchurrón de ketchup que


alguien no se ha molestado en limpiar.7

—Bueno, esas es tu interpretación, vaga, pero una interpretación igual.1

—¿Y qué me dices de la ropa a pedazos pegada a ese armario de allí?


—lo señalo desde unos metro de distancia.

—No sé, me hace pensar en el apego.


—¿Apego?

—Sí, ¿a ti?

—En casa.6

Muevo la vista hacia otro extremo de la sala para que ni intente mirarme
fijamente. No quiero rollos blandengues que tengan que ver conmigo.

—¿En tu casa?

—Sí —respondo vagamente—. El único lugar donde tú tienes un armario


con ropa que quizá no te pones nunca porque está hecha mierda es en
tu casa.3

—Oh, buen punto. ¿Qué me dices de ese pino hecho con clavos de allí?1

—Mmm... fuerza.

—Resistencia —suelta y me mira de reojo—. ¿Ves? Cuando te


concentras resulta divertido. Incluso casi llegamos a tener una misma
interpretación del pino de clavos.

Le propino un leve codazo y ella se ríe.

Todas las obras son curiosas y rebuscadas, pero también interesantes,


he de decirlo. Incluso llego a nombrar a una como mi favorita. Una
estantería colgante que deja caer los libros atados con cuerdas finas y
que, al final, se mira como si fueran pájaros volando. Pájaros muy raros,
claro.15

—Me tomaré un batido de fresa, gracias.7

—Yo un café —añado, y el camarero asintiendo se retira.3


—Bien, sobreviviste a la horrible y espantosa visita al museo, ¿cómo te
sientes sobre ello? Cuéntame.

Ladeo la cara y hago ver que la ignoro para no llamarla algo que se me
estaba pasando por la cabeza. No quiero tentar a la suerte y verme de
nuevo en el suelo con las manos en las pelotas.3

—No fue tan malo, ¿eh?

La miro y niego con la cabeza.

—Estuvo bien.

Se apoya con los codos en la mesa y se me queda observando por unos


largos segundos hasta que le suelto:

—¿Qué?3

—¿Dónde está el Derek al que asalté en pocas palabras en esa


gasolinera del demonio y qué has hecho con él? Tú no eres él.29

La pregunta me toma por sorpresa. No entiendo bien a lo que se quiere


referir.

—¿Qué te da? Soy el de siempre.

Niega rápidamente con la cabeza.

—No, eres otro. Otro que no acompaña palabras con su "jodido" cada
treinta segundos y que admite que algo que hemos hecho por iniciativa
mía "estuvo bien".10

Echo la cabeza hacia atrás y pego una carcajada colosal.1

—¿De qué te ríes?


—De ti.

—¿De mí? ¿Por qué? Estoy diciéndolo en serio, estás diferente desde
ayer.

—¿Diferente cómo?

—Pues más amable, menos gruñón. Ya me entiendes, más normal y


menos Derek.17

Agacho la cabeza y me sigo riendo en voz baja.1

—¿Ves? Por ese último comentario seguro que habría recibido una
patada bajo la mesa.1

La miro sorprendido.

—¿Quieres que te dé una patada por debajo de la mesa?3

—También estás más bromista...

—¿De qué hablas? Yo siempre he sido así.

—¿Es por lo que te conté, verdad? —Resopla, tapándose la cara—.


Sabía que cambiarías después de que te lo contara. Lo supe desde que
te dije que me gustabas e intentaste besarme. Entiende esto Derek, no
quiero tu compasión ni la de nadie. No quiero una versión mejor de ti,
simplemente que sigas siendo el de siempre.

—Elba...

—¿Ahora entiendes por qué te inventaba cada mentira? Sabía que


contándote la verdad me verías como "oh, la pobre niña sin corazón
apunto de morir". Quería evitar esto.

—Elba, para. No me gusta lo que estás diciendo.3


—Es que esa es la verdad. —Mira todo el lugar, evadiéndome—. Creo
que esta amistad se ha arruinado.1

—No, que va. Tú eres la que está exagerando.

—¿En serio? ¿Dime dónde dejaste a ese Derek pervertido, a ese Derek
malhablado y pasota? Ese eras tú, ahora eres un chico que se
compadece de una enferma desahuciada de la vida.

—¿Quieres parar? No estás diciendo más que idioteces.

Me lanza una mirada cabreada y se cruza de brazos para lanzarse contra


el respaldo de su silla.

—No he cambiado.

—Sí lo has hecho.

Resopla.

—Ponte en mis zapatos. De repente sé que tú estás apunto de morir casi


porque quieres, ¿cómo actúo?13

Abre la boca, lanza una mano a la mesa y me mira furiosa.

—¿Morir casi porque quiero? No entiendes nada, Derek. No voy a


rechazar ese corazón solo para hacer enfadar a mis padres, ¡no! Son mis
principios, son mis creencias, es la lealtad que me tengo a mí misma. No
quiero ser una persona que sienta asco, odio y vergüenza al mirarse al
espejo. Sé que este mundo es injusto, lo sé, pero no quiero ser culpable
de eso. Si mi enfermedad empeora y muero, es porque así tenía que
pasar.25

—Sí, pero ahora tienes a un corazón esperando por ti. Es de cabezotas


no aceptarlo.2
—No entiendes nada... —susurra, apartándome la vista otra vez.

—No tengo que entender nada. Se ve desde lejos que lo más sensato es
aceptar ese corazón. Tú tienes que vivir, Elba.

—¿Yo sí pero ese niño inocente no? ¿Quién nos ha dado el derecho de
elegir eso? Yo al menos estoy enferma, él no lo estaba, él no tenía
motivos para morir.45

Tiro la toalla y derrotado cierro los ojos. Elba tiene sus motivos. Para ella
son justos, para los demás, por ejemplo para mí, son crueles.

—No tienes por qué morir... —susurro.

—Eso lo decide mi corazón —responde, también en voz baja, jugando


con una servilleta de papel.19

—Volveré a hacerte la misma pregunta de una manera diferente: ¿no hay


nada en este mundo que te haga cambiar de opinión? ¿No hay nada que
valga tanto la pena para que te quedes aquí?4

—¿Aquí, en el mundo? —se asegura.

—Sí.

Las comisuras de sus labios se alargan, mostrando una débil sonrisa.


Sus ojos de color marrón falso miran por encima de mi hombro.

—Claro que lo hay. Hay muchas cosas que quizá no lograré nunca hacer
y que quiero, pero haré la más importante para mí en la vida.6

—¿Cuál?

—No fallarme nunca a mí misma.33


Entorno los ojos y estudio las emociones que van surgiendo en su rostro.
Está triste, pero no es una tristeza de esas horribles y agonizantes, es
otra, una que la hace sentir orgullosa. Su decisión también tiene
consecuencias dolorosas para ella, pero la hace feliz. Y eso parece ser lo
único importante.

—¿Te has enamorado alguna vez, Derek?10

Me relamo los labios ahogando la risilla nerviosa que me acaba de


provocar su repentina pregunta.

—Sí.

—¿Qué se siente?1

Miro una esquina de la mesa mientras me lo pienso.

—Emm... —me remuevo—, ¿recuerdas las obras de arte del museo,


verdad?

Asiente.

—Pues igual, cada uno tiene una interpretación diferente de cómo se


siente al enamorarse.4

—Es una buena respuesta —sonríe— Evasiva, pero buena igual.

—¿Por qué me preguntas eso ahora?

—Porque me gusta cuando hablas de Hanah.21

Hanah.

Sacudo la cabeza.

—¿Perdona?
—Es que no pareces ser alguien muy sensible a simple vista, pero las
veces que has hablado de ella te has abierto como un libro. Es bonito.10

El camarero llega por fin con nuestros pedidos y después de preguntar si


queríamos algo más, se retira.

—¿Te gusta que hable de Hanah?

—Sí —dice, meneando su batido con la pajita.

Yo me distraigo cuando empieza a hacer burbujas en su batido con la


pajita.1

—Y... ¿y eso por qué? —pregunto.

—Ya te lo he dicho, porque te pones cursi.

Es verdad, creo que ya me lo había dicho. Espera, ¿cursi?

—¿Cursi? —pregunto, no esperaba que me llamara precisamente eso.1

—Ajá —levanta el vaso para beber un sorbo y después sigue hablando—.


Es mundialmente sabido que los tíos queréis con lo que lleváis debajo de
los pantalones. Es interesante cada vez que os mostráis como algo más
que una estatua de hielo y demostráis que tenéis sentimientos.1

Su respuesta me deja a cuadros. No me esperaba para nada esa


colonoscopia sexista y generalizada que nos hacen a los tíos por ser
poco sensibles.

De acuerdo, está bien, la mayoría somos menos sensibles que las chicas,
es posible que pensemos más veces al día que ellas en follar y no
añadimos un corazoncito al final de cada mensaje que enviamos, pero,
joder, tampoco somos estatuas de hielo. Y no, no solo queremos con lo
que llevamos colgando debajo de los pantalones.2
Yo me enfurruño por ese comentario tan sexista que ha hecho y lo hago
notar en mis facciones. Elba sigue bebiendo tan tranquila, sin inmutarse
por cómo me ha sentado su comentario.

—Escúchame —digo, rompiendo el silencio y encorvándome más sobre


la mesa—, tal vez los hombres de vez en cuando pensemos con la polla,
pero siempre queremos con el corazón. Ser hombres no nos quita el ser
humanos, ¿de acuerdo?66

Elba se queda mirándome a los ojos fijamente con el vaso apunto de


colocarlo en sus labios para beber. No se esperaba que yo reaccionara
así.

—Guau, lo siento. No quería ofenderte.

Atrapo mi taza entre las manos y me encojo de hombros.

—Solo quería dejar ese punto claro. Enamorarse no es cosa solo de


chicas.60

—Ya... —después de un momento se echa a reír—, ¿ves? Eres un cursi.

—¿Acaso no se les permite ser cursis a los chicos?

—No es eso —niega con la cabeza—, sois vosotros mismos los que os
dais ese aire a machos rudos. A nosotras nos encanta veros así. Claro,
solo a las chicas que nos gustan los chicos —se ríe.7

Niego con la cabeza.

—Oye, también hay chicas que les cuesta demostrar afecto.93

—Sí, supongo, pero hay menos.

—Pero las hay. Un hombre no es más insensible por ser hombre y una
chica no es más afectiva por ser chica. Cada persona es como es y
quiere de una manera diferente, pero eso sí, todos sabemos querer de
verdad.1

Toma el vaso sin dejar de mirarme y me saca la lengua.

—A veces te pones muy poeta, Derek —suelta, antes de beber.

Sacudo la cabeza.

—Dame tres segundos, estoy sintiendo mi agresividad verbal a la vuelta


de la esquina.31

Gracias a ese comentario ella emite una fuerte carcajada que la hace
atragantarse.

—¿No sabes beber batidos o qué pasa contigo, Elba?

—Es tu culpa —dice, limpiando algunas gotas en la mesa.

Va a decir algo más pero sus ojos se cierran fuertemente y ella coloca
sus manos en la mesa.

—¿Elba?

—Derek... la...

—¿Qué? —Me levanto de un salto—, ¿Qué te ocurre?

—La... pastilla —susurra.

—Bien, la busco —rápidamente tomo su mochila y comienzo a revolver


todo por dentro en busca de la pastilla.

Cuando la encuentro se la paso, ella la toma pero su cara tarda varios


minutos en dejar de verse pálida. Tomo su muñeca para comprobar su
pulso. Es rápido.
—¿Te encuentras bien o quieres que vayamos a algún hospital?3

—Ya estoy bien —intenta tranquilizarme—, tal vez deberíamos acabar y


salir a tomar el aire. Me sentará mejor.

Le doy un asentimiento pero procuro no quitarle ojo de encima.3

No me ha dicho el nombre de su enfermedad, pero no hace falta. Su


corazón está enfermo y eso es lo único que necesito saber para darme
cuenta de que ella es lo más delicado que he tenido nunca a mi
cuidado. 3
CAPÍTULO 20
La chica está buscando un rollo de papel para ponerle a la máquina de
los tickets. No podemos salir del aparcamiento si no nos lo da. A menos,
claro, que queramos dejar el coche de Emma abandonado aquí.10

—Listo, tengan buena compra.

—Gracias —le responde Elba, tomando el comprobante de que tenemos


el coche en el aparcamiento de ese centro comercial—. A ver —se dirige
a mí—, ¿sabes lo que quieres comprar?

Asiento, poniéndome las gafas de sol sobre la cabeza. Lleva un moño


hecho con un palo que ha encontrado en el suelo y que ha lavado en una
fuente. No entiendo qué diferencia hay entre ese palo y un boli, pero ella
asegura que ese palito sirve exclusivamente para hacer esa clase de
nudos en el pelo. A mí no me deja de parecer un recurso primitivo.49

—Necesito volver a parecer un niño de 20 años.9

—Los niños no tienen 20 años, Derek —dice, mirándome con una ceja
enarcada.4

Con un dedo frota rápidamente mi barbilla.

—Además ni siquiera pinchas, no exageres.2

—Es cosa de hombres, tú no te metas.7

—¿Hombres? Tan solo tienes 23 años, creo que tu cerebro está en


proceso de fabricación todavía.37

Me muerdo la lengua para no responderle y alargo una pierna en


dirección a sus pies, esto provoca que ella tropiece y pierda el equilibrio.
Por suerte para ella, no se cae.
—¿Ves? Necesitas madurar —gruñe.14

—No voy a discutir eso contigo.5

Las puertas corredoras se abren automáticamente cuando nos


acercamos. Elba se pone sus gafas –no las de sol, no. Son otras que la
ayudan a fingir que necesita gafas para ver bien–, y desdobla una lista
que ha ido haciendo mientras yo conducía hasta aquí.2

Es otra ciudad, otro hotel, otra habitación, otra gente, otros lugares que
visitaremos, otras actividades que haremos como si con todo eso
pudiésemos evadir lo importante: que Emma está enferma y que el
asunto es serio.12

Alcanzo unas maquinillas de afeitar desechables y las arrojo al carro. Ella


va leyendo su lista.2

—He pensado que podríamos hacer unos sándwiches nosotros mismos


—sugiere.18

—Está bien.

Se acerca a una estantería con el carrito y toma una caja de cereales –


que parecen estar asquerosos– en la que pone en grandes letras
amarillas: PROMOCION 2X1.

Al verla me recuerda a mi madre. Siempre apuntaba lo que le hacía falta


y acababa comprando más de lo que necesitaba.2

—No creo que necesitemos esos cereales.

—No.

Los deja de nuevo en su sitio y sigue de largo, no antes de echar una


última mirada hacia atrás.
—¿Qué pasa?

—Uhm, nada... —cabizbaja confiesa—: eran los cereales que mi padre


me servía todos los sábados por la mañana cuando era pequeña. Luego
alcanzó sus metas y se olvidó de los rituales que había establecido
conmigo —se encoge de hombros—. No es algo que le pueda reprochar,
el haber logrado sus sueños, pero sí que haya abandonado al hombre
que solía ser. Él era alguien honesto y fiel consigo mismo y con las
promesas que hacía.

Continúa empujando el carro hacia delante. He sido yo el que lo ha


sacado de la fila de carros, pero ella me lo ha arrebatado de las manos.
Ahora entiendo que posiblemente lo ha hecho para ir distraída con algo y
con su lista.

—¿Mayonesa?27

—No puedes hacer un sándwich sin mayonesa.

Echa una pequeña risilla.

—Hay quienes la detestan, eh —se burla.74

—No es mi caso. ¿Es el tuyo?

Niega con la cabeza.

—¿Papel de aluminio?

—Tenemos que hacer los sándwiches sobre algún sitio, ¿no crees?3

Levanto las manos al aire y con el gesto me disculpo por haber abierto la
boca cuestionando la grandeza de doña Elba barra Emma. O Emma
barra Elba, da igual.29
Llenamos poco a poco el carro con comestibles y con algunas
chocolatinas que no se sabe quién ha arrojado ahí dentro. Elba tararea la
canción que suena de fondo mientras la única caja que está atendiendo
acaba de cobrar al señor que iba delante de nosotros.

—Buenas —saluda el cajero, sin mirar a nadie en concreto.

Hay un nanosegundo en el que la pelonegro y el castaño quedan


mirándose mutuamente como si un hilo se hubiera enredado entre sus
miradas.

Se apartan la mirada, sonriendo.

Oh, Dios, ¿en serio?53

Como todo el mundo incómodo haría en mi lugar, aparto la mirada


metiendo mis manos en mis bolsillos. Luego me doy cuenta de que la
comida sigue en el carro y comienzo a sacarla para dejarla en la cinta de
la caja.

Los "¡pip!" de la pistolita que escanea los códigos de barras se empiezan


a oír muy fuerte. El tipo mira furtivamente a Elba mientras yo termino de
colocar todo encima de caja. Ella, mientras busca su tarjeta de crédito,
también le lanza miraditas. De pronto, la luz iluminadora de nuestro señor
se apiada de mí y caigo en cuenta de lo que está pasando ahí.

—No es mi novia, por si es eso lo que te impide hablarle.86

El tipo parpadea en mi dirección.

—Eh...

—Derek, por favor —suelta Elba y después chasquea la lengua.1


—Lo decía porque os estáis sonriendo como dos idiotas como si decir un
"hola" produjera cáncer.77

Él controla una risa y Elba me fulmina con la mirada.

—¿Qué? ¿Me voy? —Pregunto, señalando la puerta— ¿Necesitas que


salga para que puedas ligar con tranquilidad? No pasa nada, si necesitas
tu intimidad yo te la doy.48

Se oye una risa que no es de ninguno de nosotros dos y al segundo:

—Hola, me llamo Tyler.74

—Elba —responde, sonrojada, como si yo acabara de dejarla en


ridículo.16

Yo, obviamente pintado en la pared, dejo caer lo último que había en el


carro sobre la cinta. Me cruzo de brazos expectante. Me hace gracia
cómo va a continuar esto.3

—Ey, tu cara me suena.32

Oh, oh.

Elba lo mira y frunce el ceño.

—Imposible, es la primera vez que vengo por aquí.

—Entonces no puede ser que te haya visto, pero a lo mejor... ¿sales por
la tele?39

Él sigue cobrando nuestra compra. Miro a Elba. Ella parece controlar la


situación.

—No.

—¿De verdad? —Insiste él.3


—Sí, nunca he salido en la tele que yo sepa.

—Creo que has cobrado eso último dos veces —lo distraigo.1

El chico llamado Tyler revisa la pantalla buscando algún fallo. Pero estoy
mintiendo, él no ha cobrado nada dos veces.

—Uhm, no, todo está en orden. Veintiocho con noventa y cinco, por
favor.13

Elba le extiende un brazo con la tarjeta y él la toma.

—Ya sé —dice, de pronto, mirando fijamente a Elba—, te pareces a la


chica a la que están buscando. Espera... ¡sí, eso! Emma James, la hija
del senador que está desaparecida.1

Ambos nos miramos.

Sorprendentemente, Emma sonríe muy relajada como si eso ya le


hubiera pasado más veces.1

—¿Qué le pasa a todo el mundo con confundirme con esa chica? Yo no


me veo el parecido en ninguna parte.

Tyler se la queda mirando una vez más y muy detenidamente antes de


devolverle la tarjeta con el ticket de la compra.

—Tienes rasgos parecidos a los suyos. La he visto por las noticias y en


algunos carteles, es muy guapa. Solo que es rubia, tiene el pelo por la
cintura y los ojos verdes.

—Pues... los míos son marrones —se encoge de hombros—. Es


frustrante tener a alguien que se parezca a ti pero que sea todavía más
guapa.
Tyler niega con la cabeza. Yo sin dejar de mirarlos, empiezo a recoger
nuestras compras.

—No he dicho que ella fuera más guapa que tú.52

—Bueno, has dicho que ella era rubia, con los ojos verdes... y de seguro
no es una cuatro ojos como yo.

—Tal vez —se encoge de hombros—, pero nunca sabré si ella habría
aceptado tomar algo conmigo.28

Elba sonríe tanto que parece que acabaran de coserle las mejillas en las
orejas.

Un momento. Que alguien me diga qué pinto yo aquí. ¿Qué es lo que se


supone que debo hacer ahora? ¿Grabarlo? ¿Aplaudir? ¿Llorar y darles
mi bendición? Me pregunto si tan siquiera recuerdan que sigo aquí
presente escuchando todo.3

—Quiero decir —carraspea y mira su reloj de muñeca—, mi turno termina


en una hora, ¿podríamos tomar algo entonces?

Vamos a ver cuál es el tipo de chico que le atrae a mi adoradísima Elba


barra Emma.61

El tipo es alto, no luce como alguien que yo me esperaba que le gustara


a Elba pero nunca he dicho que fuera un espanto. Es mucho peor.49

Está bien, no lo es. Su pelo está en su sitio, el uniforme deja que desear
pero él lo luce con dignidad. Ah, sí, tiene un piercing en su oreja derecha
tan negro como sus ojos. Sé perfectamente que es imposible que tenga
los ojos de color negro, pero, de verdad, desde mi posición se miran muy
oscuros. Castaño, de espalda ancha y de brazos delgados. Nada del otro
mundo.3
Elba golpetea sus uñas contra la tarjeta y, después de hacer ver que se
lo estaba pensando, acepta con un "vale, genial" y una sonrisa.

—Estaré justo en la entrada en una hora —se adelanta Elba antes que
Tyler pueda añadir algo más.20

—Perfecto, nos vemos en una hora entonces.

Me he adelantado unos pasos para no tener que pasar por otro incómodo
momento. Elba me alcanza y salimos de la tienda juntos.

—¿Aplazamos lo de los sándwiches?1

—No —replica—, tengo hambre.

—Ya vas a comer —bromeo, pero ella no lo entiende mucho o quizá lo


deja estar, nunca lo sabré.40

Camina hacia el aparcamiento y yo voy detrás, pisándole la sombra. Ya


en el coche, preparamos los sándwiches sobre el papel de aluminio y los
devoramos.

—Creo que voy a buscar otra tienda donde comprar un cepillo de dientes.

—¿Qué ha pasado con el tuyo? —Le pregunto.

—Está en el hotel y necesito tener la boca limpia antes de salir con Tyler.

—Ya lo creo —murmuro.13

—¿Eso ha sido un comentario con doble sentido? —pregunta,


entrecerrando sus ojos al mirarme.29

A buenas horas preguntas, amiga mía.11


—Para nada, vayamos a buscar una tienda donde comprarte un cepillo
de dientes —digo, haciendo amago de abrir la puerta—, por cierto, ¿qué
te llamó la atención de ese chico?

De reojo veo como se encoge de hombros.

—Es... bastante guapo y me ha propuesto tomar algo, puede ser


divertido.

—Ah.13

—No espero que lo entiendas, no compartimos gustos sobre esto, ya


sabes.

Me río.

Localizamos otra tienda en el mismo centro comercial –una con la que no


tuviéramos que pasar por delante de la puerta de la tienda donde trabaja
Tyler, claro. No me pregunto por qué, esto es lógica femenina– y
conseguimos un kit de higiene dental. Elba se planta en el baño de una
hamburguesería y se lava los dientes, yo la espero apoyado en el marco
de la puerta del baño.

—¿No te preocupa en absoluto que Tyler te haya relacionado con Emma


James?

—No —dice enjuagándose la boca.

—Bien, tú misma —pateo una servilleta que había en el suelo y añado—:


¿y si Tyler te llega a gustar más?

Elba escupe el agua y se incorpora para mirarme.

—No tengo tiempo para esas cosas, Derek. Solo va a ser un paseo y
tomar un refresco.
—Pero ponte en la situación de que se diera el caso.

—Vale, ¿y ahora qué?

—¿Qué harías? Ya sabes a lo que me refiero.

Me da la espalda y se vuelve a agachar para continuar con la limpieza de


sus dientes. De nuevo se enjuaga la boca y responde, pero sin mirarme.

—Nada, supongo. ¿Qué esperas que haga?

—¿No querrías vivir una vida sin la preocupación de que en cualquier


momento puedes sufrir un ataque por causa de tu corazón enfermo? ¿No
querrías enamorarte y quedarte aquí, en el mundo, a ver qué pasa?14

Agacha más la cabeza para coger agua del grifo con la boca y pasa por
completo de mí.

—Aún te quedan muchas experiencias por vivir, Elba. Te queda tanto por
conocer, ¡Dios mío te queda toda una vida!2

—¡Cállate, Derek! —Me grita, esta vez mirándome—. ¿No entiendes que
eso no es así? El azar ha querido que yo no viviera más que unos pocos
años, no puedo hacer nada contra eso.1

—No te puedes tan solo resignar y ya, Elba, joder.14

—A veces lo único que hay que hacer es resignarse. Entiende que eso
de "lucha por todo lo que quieres en la vida" no es más que un dicho
bonito. Algunas cosas son imposibles, Derek, como que haya el mismo
nivel de gravedad en la luna que en la tierra o ser inmortal, no se puede,
¿vale? El ser humano no es un ser todopoderoso. Somos de carne y
hueso, somos frágiles y contra algunas cosas no podemos luchar. Contra
la muerte, por ejemplo.4
Suelto aire de mi boca mientras ella se aleja después de haber terminado
de lavarse los dientes. Eso ha sido una reacción impulsiva, esporádica y
demasiado cortante por su parte.

No quiero entender nada. Yo en su lugar me aferraría a la vida con todas


mis fuerzas.

«¿De verdad, Derek? ¿Te seguirías aferrando a la vida, incluso si fuera a


costa de la de un inocente?»6

Agg, mierda.

Arrastro mis pies hasta un banco de madera de allí cerca fuera de la


hamburguesería y me siento con la cabeza gacha.

¿Cómo o qué puedes hacer en este caso? ¿Cómo quitas una carta de la
parte inferior del castillo sin que se derrumben todas las demás? ¿Un
milagro? No, los milagros no existen. La vida se afronta a base de
decisiones, los milagros o las desgracias son invenciones nuestras para
justificar nuestros aciertos y nuestros errores.18

Esperar un milagro es lo mismo que sentarme a esperar que mi vida se


viva ella sola. Esperar un milagro para Elba es lo mismo que no querer
afrontar la realidad, no querer lidiar con ella y el como ha tocado vivirla.

En otras palabras, no puedo hacer nada. O eso es lo que parece.

Vuelvo al coche, Elba se está haciendo una coleta mirándose en el


espejo del parasol de su asiento. Tiene una pinza atrapada entre los
dientes. Se ata el pelo y luego se pasa esa pinza –que ella la suele
llamar con otro nombre, lo único que recuerdo es que siempre las
pierde– para atrapar los pequeños pelitos que se le escapan por el lado
derecho.90
¿Ya ha pasado una hora?

—¿Ya...?

—Me voy, sí —me corta antes de terminar la pregunta—. Como puedes


intuir, volveré yo sola al hotel.

Meto las manos en los bolsillos de mi pantalón mientras veo como ella
sale del coche por el otro lado.3

Una simple coleta la hace lucir más diferente, pero también está guapa.9

En la rápida mirada que me lanza capto un: «Entiéndelo de una vez, por
favor.»

Se escucha el golpe de la puerta al cerrarse y ella se aleja hacia el centro


comercial de nuevo.

Me quedo inmerso en mis pensamientos mientras miro el coche.

Nunca pensé que haría esta clase de vida nómada en un país que no
fuera el mío, con un coche que no fuese el mío y con alguien que no
fuera Hanah, hasta hace poco mi novia.

¿Poco? ¿Cuánto es poco?

Se empiezan a oír grillos dentro de mi cabeza. Ochenta y ocho. Sí, esos


eran los números del final de su teléfono. Recuerda, Derek, recuerda el
resto. De repente, la cancioncilla que aprendí cuando la conocí –en la
que canturreaba su número de un tirón– es desempolvada dentro de mi
cabeza.

Ya lo tengo.

Tengo que buscar una cabina telefónica.


Tengo que llamar a Hanah. 17
CAPÍTULO 21

«El número que ha marcado no existe.»37

Tengo un poco de miedo a que eso se oiga en cuanto marque el número.


Pero aún ni siquiera lo he marcado.61

Quiero pensar en que Hanah ha tenido tiempo de recuperar la línea pero,


¿y si ha cambiado de número? No me extrañaría nada.

Empiezo a presionar las teclas. Luego solo espero. Se está


estableciendo la conexión y solo con escuchar el "pi, pi" el corazón se me
acelera.

Se corta. La jodida línea se corta y por poco me deja sordo. Lo vuelvo a


intentar.

—¿Hola?

Joder, creo que mi corazón ya no corre, ahora sencillamente se ha


parado.3

—Ha... ¿Hanah?18

—S... ¿sí? —me imita, luego se ríe—. ¿Quién es?20

Debo dejar de susurrar y hablar normal. Sé que estoy muy cagado por a
esta llamada, pero debo echarle un par de huevos.

Carraspeo.

—Eh...

Un segundo. Vale, quería llamarla pero, ¿y ahora? ¿Qué le digo?11

¡Que imbécil! Ni siquiera me lo había planteado.


—¿Cómo estás?12

Después de que dejo caer la pregunta, un largo silencio se abre paso


entre líneas.

—¿De... Derek?2

—S... ¿sí? —la imito, intentando también hacer la gracia, pero ya no sale
igual.

Otro largo silencio.

—¿Hola?

—Sigo aquí —suelta.

—Vale —tomo aire—, ¿cómo has estado?

—¿A ti qué te parece? —me responde a la defensiva, como era de


esperar.

—Al menos no has perdido esa risa fácil tan tuya —el comentario
provoca que ella trague con fuerza, la he oído.

—¿Qué quieres?

Me rasco la cabeza nerviosamente. Me asombra cantidad que no me


haya cortado ya la llamada.

—Hablar contigo.

—A buenas horas se te ocurre esa brillante idea.14

—Joder... —mascullo—, lo siento.

—No sé qué sientes, pero me lo he estado preguntando desde entonces.

—Si solo supieras... —susurro.


—Mi primera hipótesis fue que no sentías nada, que todo el tiempo que
estuvimos juntos solo fui un pasatiempo para ti. Luego se me ocurrió que
me querías, pero que te cansaste. Al final, y después de comerme tantas
veces el coco, nada me sirvió para justificarte.3

—Hanah... —la interrumpo.

—No tengo fuerzas para gritarte todo lo que había ensayado en la ducha,
cuando me echaba a llorar y luego me enfadaba conmigo misma por
echarte de menos. Pero tranquilo, ahora ya lo logro controlar.

Cierro los ojos a presión. Me la imagino llorando y luego escucho a mi


madre dentro de mi cabeza diciendo que, el antídoto para no hacerle
daño a nadie, es ponerse en sus zapatos primero y ver cuanto daño
causaríamos.

Aunque ya sea tarde, me pongo en los suyos y siento todo lo que su


corazón decepcionado la habrá hecho sufrir por mí. Lo que pasa es que
aquí, en este caso, el daño ya está hecho y eso no se puede cambiar.

—Puedes hacerlo, desahógate.

—No, no era nada bonito lo que te tenía que decir.

—Da igual. ¿Por qué no lo haces? Me lo merezco.

—Primero quiero que me des un motivo, una explicación. Luego ya veré


si alguna vez mereciste todo el amor que te tuve.18

Eso último me deja mudo.

Siempre, cada vez que la cogía de la mano, la besaba, jugueteaba con


ella o la hacía reír, pensaba que estaba a la altura de recibir el amor que
veía en sus ojos. Incluso cuando discutíamos, siempre me sentí a su
altura. Me parecía una relación igualitaria, donde ninguno daba más que
el otro. Pero yo debía estar ciego porque al parecer nunca me enamoré
de ella tanto como ella de mí.

—No me creerás, pero yo no te dejé allí porque dejé de quererte.

—¿Entonces, Derek?

Cojo aire y lo expulso.

—Una chica se montó en nuestro coche, gritando que la sacara de aquel


sitio y yo...

—Genial, otra chica —se echa una risa.9

—No saques conclusiones precipitadas.

—Entonces explícate.10

—Ella me parecía una loca, no creas que yo... no, joder. No te dejé por
ella. —Suspiro—. Ella me puso contra la espada y la pared, haciéndome
creer que estaba en apuros y que tenía problemas. Tan solo pisé el
acelerador, no recuerdo haber pensado en las consecuencias
premeditadamente.

Hay, de nuevo, otro silencio que es cortado con un suspiro por su parte.

—Es una excusa muy original para explicarle a tu ex novia por qué la
dejaste tirada en una gasolinera de un país que no era el suyo.2

Agacho la cabeza.

—No me crees, era de esperar.

—¿De verdad? —Se ríe.


—Era muy difícil que lo hicieras, sobre todo porque no puedo contarte la
historia completa.

Puedo imaginarla ofendida ahora mismo.

—¿Sigues con ella, no?

—Está enferma.

—Bonita historia, un rompe corazones y una pobre chica enferma.30

—Hanah... va en serio.

—No, si yo te creo —suspira—, te creía cuando me decías te quiero,


¿por qué no ahora?49

Mi garganta está seca. Necesito agua.

En realidad necesito saber qué buscaba yo con esta llamada.


Disculparme, creo recordar.

—He marcado tu número para confirmar que seguías siendo la chica que
conocí.

—¿Querías confirmar si te había superado, quieres decir?

Asiento, está a la defensiva y era de esperar. Me lo merezco en gran


parte.

—Sí.

—¿Y quieres que te responda?

—Sí.

—No, aún te quiero —exhala—. Al parecer el corazón va más lento que


la cabeza en estas cosas.29
Me quedo callado. Levanto la vista al techo de esta cabina telefónica
para quedarme mirándolo fijamente.

—Es cierto. El corazón siempre va más lento que la razón cuando se


trata de dejar atrás algo que quieres.6

Silencio.

—¿Tú acaso sabes de eso? —pregunta.

Otro silencio.

—Sí. Yo no diré que aún te quiero, porque en ningún momento intenté


dejar de hacerlo.58

Mi conciencia me traiciona por aquellas veces que la mandé al diablo en


mi cabeza, aquella vez que me acosté con esa rubia y por otras veces
más que me dejo en el tintero.

Comienza a suspirar con fuerza igual que las veces que no quería oírme
decir nada más.

—Vale, lo que tú digas.

—Te decía que marqué tu número para saber de ti y... para pedirte
perdón.

La oigo absorber por la nariz con fuerza.

—También llegué a pensar que podrías haberte enamorado de alguien


más y apenas has mencionado a otra chica yo...

—Elba. Se llama Elba.2


—Me da igual como se llame, Derek. Antes creí que podrías haberte
enamorado de alguien más después de tanto tiempo y ahora que sé que
me dejaste tirada por alguien que se subió en tu coche, así sin más, la
pregunta es: ¿qué clase de amor sentías por mí?

—Te quería y te quiero, Hanah. A mi manera y eso nunca ha sido


mentira.

—A lo mejor se trata de que el amor a tu manera no es amor.41

—Lo es. No juzgues eso de mí ahora. Te quise y puede que mi manera


de quererte no fuera la que tú te merecías pero no digas ahora que no
fue amor.

—¿Qué no juzgue dices? No estoy juzgando, estoy intentando saber si lo


que decías que era, alguna vez fue.

Cojo aire.

—Si lo que te preocupa es saber si te quise —suelto aire—, no lo dudes.


Ya te he dicho que sí.

—¿Tanto como para dejar a alguien que amas tirado?17

De nuevo, cierro los ojos. Sus palabras hacen que la culpa cave mi
tumba a la velocidad de la luz.

—No lo hice por amor, Hanah. Yo no la quería. Ni siquiera la conocía.

—¿Y ahora?2

—Ese no es el punto.156

Se ríe.

—¡Fantástico!
—Hanah...

—No, Derek, no pasa nada. Todo está bien.

—¿Me dejarás disculparme? Sé que ya no puedo cambiar nada, que no


puedo deshacer ninguna de las decisiones que tomé, pero te hice daño y
eso puedo reconocerlo e intentar conseguir tu perdón.

—Da igual. Aún es muy pronto para decir que lo he olvidado, pero poco a
poco te estoy perdonando. De nada me sirve compadecerme por lo que
pasó —Vuelve a reír—. Ese verano allí fue, para nosotros, ese momento
en la vida donde todo cambia de golpe y porrazo.

Con eso caigo en otra pregunta que me gustaría hacerle y obtener una
respuesta.

—¿Cambiarías algo?

Sé que ese silencio es que está pensando en ello.

—Sí, haber estado en tus botas.93

Sonrío involuntariamente.

—¿Y eso?

—Quisiera... —suspira— saber lo que es que un chico se suba a mi


coche y arrancar sin más, como si nunca hubiese estado atada a nadie y
haberme dejado atrás años de relación como quien se olvida de unas
gafas de sol en la playa.

Inevitablemente eso me hace reír. Aunque muy posiblemente no debería


hacerlo. Agacho la cabeza y miro mis botas.7
—Eso habría supuesto que te mintieran hasta dejarte con cara de idiota,
haber aprendido como huir de la policía y, tal vez lo peor, enterarte de
que tu compañera de viaje está apunto de perder la vida.

Después de eso solo oigo su respiración.

—No sé si de verdad hubieses querido estar en mis botas, pero yo no te


lo desearía. Te quiero demasiado para eso.17

—Ay, Derek... —susurra.

—Lo sé, tal vez debí decirte ese tipo de cosas más veces antes.

—Tal vez. Ajá, brillante idea la que tienes ahora.

—No sé si haberlo hecho habría cambiado algo, pero al menos ahora lo


sabrías.

—Bueno... ¿quieres saber algo? No imaginé nunca esta conversación.


Imaginaba algo lleno de gritos, reproches e insultos, pero nunca esto. Me
aterroriza pensar que hayas madurado —suelta una risilla cómplice.

—No ha pasado tanto tiempo para eso.

—Pues pareces más maduro —suelta aire—, esto... tengo que irme.7

—Claro.

—Gracias por... llamar. Supongo.

—Te debía esto y lo sabes.5

—Lo sé, solo era por ser cordial. Que te vaya bien, Derek.

—Gracias, Hanah. Igualmente para ti.12

—Ya...
Ambos callamos de golpe, esperando que el otro cierre la línea.6

Voy a confesarlo: esto es una de las cosas más duras que me ha


obligado a hacer la madurez. Ahora mismo quiero gritar un poco, como lo
haría un adolescente de quince o dieciséis años; quisiera culpar a
alguien y desentenderme. Quisiera que me perdonara y no sentir el peso
de la culpabilidad sobre los hombros, pero eso ya no funciona así. Al
parecer debemos crecer, aprender a tomar decisiones y aprender a
hacernos responsables de ellas, lo que no siempre resulta tan fácil como
lo es decirlo.

—Presiento que encontrarás a alguien mejor que yo —me río.

—Suerte con eso —suelta ella.

—Gracias.

—Adiós, Derek.

—Que te vaya bien, Hanah.

Y luego hace acto de presencia el "pi, pi, pi" de cada final de llamada.30

Mis hombros están caídos como si acabara de ser molido a palos.


Emocionalmente, eso es lo que ha sido. Pero no he salido tan mal como
esperaba.3

Al menos ahora sé que Hanah me ha comenzado a perdonar. Va a


encontrar a alguien mejor, estoy seguro.

Ya en la calle, y de vuelta al coche, vuelvo a reproducir cada una de las


palabras que he dicho y ha dicho.

Es tan triste pensar en que una vez fuimos de esas personas que se
miraban y se sonreían cómplices, y que ahora, dentro de unos años, si
nos volvemos a encontrar, al pronunciar nuestros nombres sonará igual
que dos desconocidos hablando por primera vez.2

He de dar por hecho que en la vida pasan estas cosas. Que, con el
tiempo, los caminos de la gente se van torciendo, otros uniendo y otros
sencillamente alejándose para siempre.5

Conduzco hasta el hotel y aparco el coche en el parking. Luego me


siento en la cafetería con un refresco viendo un partido que están
retransmitiendo.

Aunque el juego llama bastante mi atención, tengo un cuarto de mi


cerebro pensando en la conversación con Hanah, que más ha sido una
despedida, y en la cita de Elba. Se fue un poco molesta conmigo, así que
no me hago ilusiones de que llegue y me cuente cómo le ha ido. Quizás
siga molesta.

No hice nada malo, tan solo la agobié un poco con el tema de su corazón.

Ella parece muy decidida, y espera que yo lo acepte sin poner ni un pero,
pero no puedo. Si ella... eso mismo, si se pusiera en mis botas,
comprendería que no es fácil vivir los hechos desde mi bando. Saber que
alguien morirá, sin más, teniendo toda una vida por delante y no poder
hacer nada te hace sentir un inútil sin remedio. Y ella por lo visto no
entiende eso.

—Buen partido —comenta un tío que no había visto hasta ahora.

—No aburre —dejo caer.

—¿De cuál eres, eh?

—De ninguno.
—Lo sabía, el acento te delata. ¿Vacaciones?

—Sí.

—¿Tú solo?

—Con la familia, es el único momento en que me he librado de mis tías


—miento, con una sonrisa. Lo que menos quiero ahora es acabar mal por
ir largando información de más.

De eso ya me quedó experiencia.

La camarera le trae dos batidos y dos cafés en un pack de cuatro y le


cobra.

—Por desgracia, sé de lo que me hablas —dice, recogiendo su pedido—.


Buena suerte con tu familia, ¡disfruta!

—Gracias, igualmente —asiento.

La gente por aquí, aunque muy confianzuda, es muy amable. No me


extrañaría nada que Elba esté pasándolo bien ahora, sin mal pensar. Si
mal pienso, supongo que también acabaría en la conclusión de que ella
debe estar pasándolo bien. Al menos mejor que yo.15

El hotel tiene una piscina. Varias, mejor dicho. Me siento en la terraza


con un periódico para intentar acabar el sudoku de detrás mientras oigo
como algunos niños pasan correteando para terminar chapoteando con
sus flotadores en el agua. Desde allí se pueden ver como los ascensores
suben y bajan por los cristales.17

Después de un rato, las madres de esos niños traviesos e incansables,


gritan sus nombres y ellos por fuerza y a regañadientes salen de la
piscina. Yo he acabado hace rato con el sudoku así que estoy atento a
los ascensores.

Elba no ha subido en ninguno.

Lo dejo estar y me encamino para mi habitación. Ella ha de estar


disfrutando, de la manera que sea, con el cajero ese llamado Tyler.
Supongo que tengo que alegrarme por eso.24

Paso cerca del bar del hotel y la voz del noticiero dice algo sobre un niño
desaparecido, pero estoy cansado y no le presto atención en absoluto. Si
es importante, seguro que repiten la noticia al día siguiente. Ya me
enteraré entonces.25

El teléfono de la habitación suena apenas salgo de la ducha. Con una


toalla secándome el pelo contesto.

—¿Señor Gibson?

—¿Sí?

—Su amiga Elba está aquí en recepción. Se encuentra mareada, dice si


le puede hacer el favor de bajarle las pastillas.1

Localizo el pantalón que tenía en la cama y ya me veo buscando en la


maleta una camiseta limpia a toda prisa.1

—Ahora voy.55
CAPÍTULO 22
Mantiene una botella de agua atrapada entre sus manos mientras tiene la
cabeza hacia atrás apoyada en el respaldo del banco. Ya no estamos en
recepción, estamos en el porche de la entrada del hotel.

—¿Adivino? Contaba chistes horribles, ¿no?18

La veo fruncir el ceño pero no responde.

—Entonces te viste obligada a distraerlo y salir corriendo, de ahí que casi


te murieras de un paro cardíaco.6

—Por favor —se echa unas risas.

—¿Me he equivocado acaso?

—Rotundamente.

—¿Entonces, contaba chistes buenos?

—Mmm... era agradable.

Levanta la cabeza para mirarme. Honestamente no parece como si


hubiéramos discutido horas antes sobre nuestro tan amado tema: su
corazón.17

—¿Hizo algo de lo que me pueda sentir orgulloso? Hombre-


heterosexualmente hablando.

Vuelve a reír.

—Acabas de inventar una palabra y, cómo no, tiene que ver con sexo.2

—Lo dices como si pasara todo el día hablando de sexo. Yo no paso 24


horas hablando sobre sexo.
—No, pero sí pensando. Tú eres un pervertido crónico, Derek.54

Me cruzo de brazos y coloco un tobillo sobre el otro separando las


rodillas.

—¿No decías antes que extrañabas eso de mí?

Eleva una ceja y me mira incrédulamente.

—No he dicho eso en ningún momento. Dije que habías cambiado tu


forma de ser conmigo, y puse ejemplos, entre ellos tu mente pervertida,
pero no he afirmado que la echara en falta.

Carraspeo y asiento dándole la razón.

Gran parte de mí está deseando escucharla hablar sobre cómo le ha ido


la tarde con el cajero llamado Tyler, pero otra mucho más grande parte
de mí sabe que me voy a aburrir como una ostra si lo hace, así que no
verbalizo en ningún momento mi deseo de saberlo. Aunque tengo
atascadas en la garganta algunas preguntas.19

—¿Volvió a mencionar el tema de tu parecido con Emma James?

Lleva la cabeza de lado a lado negando y suspira mirando a la familia


que está entrando al hotel.

—¿Siguió intentando ligar contigo?1

—Tal vez.

—¿Eso es una respuesta real?

—Sí, porque no estoy segura.

—¿Tan mal lo hacía?


—No, simplemente mi cerebro estaba desconectado. Me llevó a dar
paseos por el centro, ¿qué quería que hiciera? ¿Escucharlo en vez de
admirar el pedazo de lugar que es este?

—Entonces, ¿el haberte comprado un kit de higiene dental y haberlo


utilizado no sirvió para nada?

Vuelve a dirigirme la mirada con un poco de diversión.

—Hice eso para que no me oliera el aliento al hablar con él, no porque
precisamente me estuviera muriendo por besarlo.15

—Tu cara no decía lo mismo cuando estábamos en el súpermercado.7

Se echa a reír con toda la soltura del mundo. Solo le falta una gorra y
tener una camisa con las mangas arrancadas para parecer un
camionero.14

—Tyler me pareció guapo, y aún lo creo así, ya está. Accedí a verlo


después de su turno solo porque no interactúo últimamente con nadie
más aparte de ti, Derek, necesitaba tener cualquier conversación
intrascendental con cualquier otra persona.15

Arrugo la frente.

—Gracias por la parte que me toca.1

—¿Qué quieres decir?1

—Acabas de soltarme en la cara que te aburro.24

Se ríe pero solo un poco.


—No, pero tú no haces más que obligarme a hablar de un tema que yo
ya no quiero hablar.1

Y antes de que pueda añadir nada, se pone de pie.

—He caminado durante un buen rato, agradecería tomar una ducha


ahora mismo.

Una de las esquinas de mis labios salta mostrándole una media sonrisa
burlona.10

—¿Qué? ¿Quieres que volvamos a aquel baño de esa hamburguesería


para que también puedas ducharte en el lavamanos?

Levanta un pie y lo hace chocar juguetonamente contra la corva de mi


pierna derecha. Me quedo sentado mientras ella se aleja hacia la puerta
del hotel.

—Por cierto, ¿qué has estado haciendo tú?

Me grita mientras sigue caminando, debo suponer que piensa que la sigo.
Me levanto y camino hacia ella colocando mis manos en los bolsillos
delanteros de mis pantalones como quien no está muy seguro de dejar
caer algo de sopetón.

—Llamé a Hanah.4

Gira el cuello como un búho y me mira con las cejas llegándole al


nacimiento de su pelo.26

—Vaaaaaaya —suelta sorprendidísima—, ¿cómo está?

—Respirando.91

—Oh, pero cuanta información, Derek —pone los ojos en blanco—, me


refiero a su estado emocional.
—¿Tú estarías bien si tu novio te hubiese hecho lo que le hice yo?4

—Sé que he hecho una pregunta estúpida pero el 50% de las


conversaciones se comienzan con preguntas estúpidas. Ahora bien, si no
quieres hablar de ello solo házmelo saber.

Me detengo y miro al techo, ella continúa.

Está bien, estaba siendo más agrio que un limón y más cerrado que un
mejillón.46

—Lo siento —susurro—. Ella no está del todo bien, pero tampoco mal.

—¿Discutisteis?14

—Sorprendentemente no.

Me mira asombrada, tanto como yo lo sigo estando por ese hecho.

—¿Estás... bien?

Me río entre dientes.

—No quiero hablar de cómo me siento respecto a esa llamada.2

Eleva una ceja y luego le sigue ese gesto de poner los ojos en blanco.4

—Bien, cuando quieras hacerlo solo hazlo.

Le enseño un pulgar y ella presiona el botón para llamar a uno de los


ascensores. Se aleja por el pasillo mientras yo me piso una bota con la
otra, por aburrimiento.

No tengo ganas de encender el televisor que hay en la pared de enfrente.


Estoy bien tumbado en la cama, mirando al techo y en silencio.
Mi madre debe estar ahora mismo pasando unos días en la casa de
campo de mis abuelos, y mi padre... ¿dónde estará ese viejo barrigón,
barbudo y gruñón? ¿Con el inseparable de Clark, bebiendo mientras ven
partidos viejos? ¿Habrá ido a la casa de campo con mi madre? Él
detesta el campo. Él detesta todo lo que mamá adora, ¿cómo es posible
que lleven 36 años juntos?

Se me escapa una carcajada.1

No estoy muy seguro de que él quisiera llamarme Derek tanto como mi


madre quería. Ni siquiera estoy seguro de que aceptara tener un hijo en
vez de una hija. Seguramente, si hubiese podido y fuera legal, me habría
cortado el rabo solo para salirse con la suya.38

Pongo los ojos en blanco imitando a Elba y niego con la cabeza.18

No hay que buscar tan lejos la razón de por qué soy como soy. Se la
puede encontrar en casa de mis padres, sentada en el sofá leyendo el
periódico y quejándose de todo, o durmiendo.1

Y la razón de porque no soy la copia exacta de Gary Gibson, se llama


Cecile Gibson, la mujer capaz de reciclar tus viejas botas de agua como
macetas para sus flores.21

Sé, sé que soy un mal hijo por no llamar durante todo este tiempo, pero
ellos están acostumbrados a que yo desaparezca sin decir nada desde
los once meses, cuando me compraron un andador para bebés.4

Resoplo sonoramente, me pongo en pie para quitarme la ropa hasta


quedarme en calzoncillos. Es una noche calurosa y yo tengo sueño.12

Aún no hay luz, pero hay algo que me está molestando.


Debe ser... ese "¡pum-pum!" molesto e insistente que viene de... la puerta,
ajá, parece que viene de allí.

Uhm, espera, las puertas no hacen "¡pum-pum!" solas. Eso es que


alguien está llamando.1

Joooooooooodeeeer.4

Me siento de mala gana en la cama y alargo un brazo para buscar los


pantalones. No veo ni mis dedos al alejar la mano, así que cuando me
pongo de pie voy tanteando el aire para no estamparme con cualquier
cosa de la habitación o directamente la pared.

—Hey, Derek —se escucha al otro lado de la puerta, es Elba


susurrando—, soy yo, Elba, es muy urgente.

Y sigue con los repiqueteos.

¿Quién me mandaría a mí a recoger a este incordio de niña en una


gasolinera?27

Abro la puerta de golpe.

—¿Qué, qué, ¡qué, a ver!?8

Se abre paso hacia la habitación chocando con mi hombro. Dejo caer la


cabeza pesadamente y cierro la puerta.

—Esto es muy, muy pero muy inesperado, Derek.

Me restriego la cara con las manos. Ella ha logrado encontrar el


interruptor por lo que parece.

—A ver, dime qué pasa. ¿No encuentras el baño?

—No, ¡Jeremyah está vivo!148


Se me queda una cara de idiota recién levantado y de borracho perdido,
claro que esto segundo no lo estoy. Sacudo la cabeza y la miro fijamente.

—Vamos a ver —digo muy bajito— ¡¿Me has despertado por eso?! ¿Te
has enganchado a una mierda de serie y vienes a levantarme... a la
jodida hora que sea ahora mismo solo para decirme que uno de los
personajes está vivo? —Reculo y le abro la puerta— ¡Buenas noches!61

Elba da dos pasos hacia la puerta y la cierra.

—No lo entiendes, Jeremyah no es un personaje de una serie.

—Ah, mira, ¿es de un libro? Mucho peor me lo pones, porque voy a


enterrar ese libro bajo tierra apenas lo...

—¡Tampoco es un libro, Derek! Jeremyah se suponía que era mi


corazón.43

Arrugo mucho el entrecejo.

—¿Tu qué?7

Ella se tapa la boca, puedo notar entonces que sus hombros están
temblando.

—Jeremyah era el niño... —susurra, al borde del colapso y de quedarse


muda—, el niño al que supuestamente le habían quitado el corazón para
transplantármelo a mí. Está vivo, Derek, vi-vo.

No puede ser...

—No puede ser, tú me habías dicho que tu padre...


—Sí, sí, yo tampoco sé qué está pasando. Pensé que él... —ahora se
tapa la frente con ambas manos, está en shock—, pensé que él estaba
muerto.6

—Joder... —susurro rogándole a mi cerebro que corra un poquito más


rápido, porque me estoy perdiendo con la secuencia de los hechos—.
Pero vamos a ver, ¿tú no te estabas escapando de ir a un hospital por
esa operación? ¿No se suponía que tenían ya el corazón?10

—Así fue como me lo dijeron a mí. Que los doctores ya tenían mi


corazón y que yo tenía que ir corriendo a quirófano. Me escapé porque
yo sabía de quien era ese corazón y no quería convertirme en una
asesina al formar parte de eso, pero... ahora no entiendo nada, Derek.
No sé qué está pasando.33

Pega la espalda contra la pared y se va arrastrando hasta que su trasero


toca el suelo. Yo me quedo mirando los dedos de mi pie, esto no se
entiende. ¿Cómo que está vivo?

—¿Cómo te has enterado? —le pregunto.

—Encendí la tele de mi habitación porque no podía dormir. La noticia ha


estado siendo retransmitida toda la noche, yo estaba viendo el canal 24
horas y... y...18

—¿Estás segura de que Jeremyah es el mismo niño?

—Llegué a pensar que estaba soñando —me estira sus brazos—,


pellízcame. Yo ya lo he hecho, pero no me fío.

Me siento delante de ella y empujo sus brazos rechazando la oferta.2

—A ver, Emma, cálmate y explícame todo con lujo de detalles. ¿Cómo


estás tan segura de que se trata del mismo niño?13
—Su apellido..., la familia está saliendo en todos los canales llorando y
agradeciendo porque han encontrado a su niño... son ellos, son la misma
familia de Jeremyah. Él es Jeremyah.6

—¿Sabes dónde lo encontraron?

—Encerrado en una casa abandonada. El niño asegura que no le


hicieron nada, que no vio a nadie... ¡Derek no sé qué pensar!10

Me cubro la cara con las manos y vuelvo a restregar.

—O sea que..., tu padre no llegó a pedir que lo...

Su cara es un mar, no, un mar no, un océano de emociones. Se le


escapan las lágrimas irremediablemente.

—No —susurra y niega con la cabeza—, mi padre no llegó a convertirse


en un asesino. No estoy segura de si fue por decisión propia, o porque
algo le salió mal, no lo sé.

Nos quedamos en silencio un rato. Yo también me comienzo a preguntar


por qué al final no lo hizo.

—Dime algo, ¿el corazón hubiese aguantado por ti todo este tiempo que
has desaparecido?4

Niega con la cabeza.

—No, por eso tenía que ingresar rápidamente, para que me operaran lo
más pronto posible.

—Entonces... todas esas veces que te pedí que aceptaras el corazón


que creí que estaba esperando por ti en un hospital, tú te negabas
sabiendo que ya habías perdido cualquier oportunidad de salvarte, ¿no?
Me mira fijamente a los ojos. Su iris verde está envuelto por el rastro
rojizo que han dejado las lágrimas.

Asiente.

—¿No crees que tu padre estaba esperando a que tú ingresaras para...


tomar el corazón?22

Dejo caer la pregunta tragando fuerte. No es fácil hacer ese tipo de


preguntas a alguien que, por lo que he visto, ha adorado a su padre toda
la vida.

—También lo he pensado, pero a la única conclusión que he querido


llegar es a la de que mi padre realmente no se atrevía. Lo conozco.
Antes creía que me había mentido todo este tiempo sobre quién era y
cómo era, pero parece que no. El hombre que yo conocí toda mi vida
nunca lo hubiese hecho, te lo he dicho otras veces.

—Entonces...

Me quedo callado sin finalizar la frase.

Que el niño esté vivo, sano y salvo con su familia significa algunas cosas.
Primera, ningún inocente ha muerto por culpa del padre de Emma, por lo
tanto eso significa que él no es un asesino. Por otro lado, todo eso ha
pasado gracias a que Emma escapó. Ella, al fin y al cabo, no le ha
quitado la vida a nadie, se la ha salvado.1

—¿Eres consciente de que le acabas de salvar la vida a ese niño?7

Mira hacia otro lado y se relame los labios.

—Fue culpa mía que lo metieran en esto.


—No seas tonta, por favor, tú no hiciste nada. Estar enferma no es algo
que tú decidieras, así que no fue culpa tuya. En cambio sí ha sido gracias
a ti que ese niño ahora mismo siga vivo.

Se estrecha fuerte entre sus brazos y suelta aire con fuerza, parece que
no ha estado respirando en estos últimos minutos.

—Quiero irme de aquí, Derek —susurra.

—Ahora es buen momento para comenzar a pensar en qué es lo que


quieres hacer. Todo ya no es como creías que era.

Mira al suelo asintiendo.

—Lo sé, todo ha cambiado...3

—¿Ahora querrás...?7

—Lo único que quiero hacer ahora mismo es irme de aquí —me
interrumpe—, por favor.

Se levanta agarrándose de la pared, se da aire con las manos y toma


respiraciones.

—¿Estás acalorada?15

—Estoy conmocionada —me corrige—. ¿Te parece bien irnos a las 7 de


la mañana?

Me pregunta, sin rodeos. Parece que no quiere seguir hablando del tema
conmigo. Asiento.

—¿Qué hora es ahora?

—Las 2 —camina hacia la puerta—, descansa.


—¿Crees que vas a estar bien? —le pregunto levantándome también—.
No sé, son muchas emociones y si estás sola tal vez...28

—Voy a estar bien —me asegura sonriendo a medias forzadamente—.


Además necesito estar sola, aclarar mis ideas y procesar todo.

—Vale.

No voy a insistir más. Está en shock y se le nota que no quiere compañía.

Algunas personas necesitan estar solas en depende qué situaciones, por


mucho que parezca que necesitan que todo el mundo se vuelque a
consolarlas. Aunque claro, nunca viene mal recordarles a esas personas
que no están solas del todo, que nada más con hacer un gesto, nos
tendrán a su lado.

—Voy a estar aquí, tumbado en esa cama que está por ahí —señalo
hacia alguna parte—, no es ninguna oferta de doble sentido, solo lo dejo
caer porque también tengo dos oídos funcionales que puedes coger
prestados cuando necesites.3

Me mira sonriente y me enseña un pulgar.

—Muchas gracias, Derek. Lo recordaré.

Estiro de su pulgar y la empujo contra mi pecho.88

No voy a pensar en que ese pulso desenfrenado que está percibiendo mi


pecho pronto va dejar de sentirse, solo voy a pensar que ella ahora
mismo está apunto de comenzar a vivir una de las mayores alegrías de
su vida. Su padre, esa persona que tanto ama, no la ha defraudado.1

—Intenta descansar, ¿de acuerdo? Viajaremos a cualquier parte que


decidas.
Se aparta y asiente en señal de estar de acuerdo. Levanta una palma y
yo estampo una de las mías contra ella.20

—Descansa tú también, Derek. Gracias por no matarme por despertarte.

Me río.

—No te he prometido eso en ningún momento.

Sonríe antes de cerrar la puerta e irse.

Creo que los conflictos emocionales se contagian, porque ahora mismo


estoy sintiendo uno.

¿Cómo podía, tan solo semanas atrás, pensar en las diferentes maneras
de poner a Elba cuando me la follara y ahora estar más interesado en lo
mejor para ella?143

No, nada que ver. No estoy enamorado de ella, esta clase de amor no es
esa forma tan romántica y estricta. Lo que siento por ella no tiene forma,
no sigue las clásicas reglas del cortejo, ni tan si quiera es lo que sentí al
ver a Hanah.4

Quizá debe ser que podemos querer de mil formas diferentes a las
personas, no necesariamente de la manera que todos lo hacen o de la
manera que se espera que hagas. Tal vez te topes con personas en la
vida a las que querrás de manera incomprensible y única. Estoy seguro
de que eso es lo que pasa con nosotros. Elba es una de esas personas
para mí.54

Termino sentado en la cama con la maleta al lado, ya está lista para


volverla a montar en el coche rumbo a cualquier parte.2
Me acuesto sobre la almohada y suspiro. Aunque nunca se lo dije, yo sí
me veía con Hanah yendo a dejar a un pequeño a la guardería, en
cambio ella terminó pensando que nunca la quise. Yo con Elba no me he
visto en ningún momento de esa manera, pero supongo que eso no
significa que no la quiera de alguna forma y que le desee todo lo mejor,
entre eso que logre recuperarse.19
CAPÍTULO 23
Habremos hecho unas seis paradas en estas cuatro horas que llevamos
en el coche. El movimiento es bueno para ambos, las carreteras parecen
ser nuestra terapia. No lo digo únicamente por el torbellino de emociones
encontradas que estamos viviendo desde que supimos que Jeremyah
estaba vivo, sino por todo, por todo lo que hemos vivido desde el
momento cero.186

Pese a que Emma está muy ensimismada y no habla casi nada, puedo
notar como su cuerpo ya no está tan tenso y nervioso como al empezar
el viaje.1

Finalmente, llegamos a la ciudad más grande y poblada del país, y


podría atreverme a decir a mi preferida. Emma la señaló en el mapa y
ahora aquí estamos.4

—¿Te puedo confesar algo? —le pregunto mientras conduzco por las
calles hasta llegar a la zona hostelera del centro.2

—Claro —dice muy bajito.1

—Hace ya algunas semanas que en mi cabeza te llamo Emma también.


Digo también porque nunca te he dejado de llamar Elba.2

Le doy un repaso rápido y me asiente con una sonrisa disimulada.1

—Lo sé, alguna vez me has llamado Emma.3

—¿Te molesta?

Niega con la cabeza y luego susurra un no.

—Oye... ¿puedo...?1
—No, no puedes hacer nada. Pero gracias.1

Aprovechando que está el semáforo en rojo, la miro.

—Me encantaría hacerte sentir mejor, decirte que todo va a ir bien a


partir de ahora. Me encantaría llevarte de nuevo con tus padres...3

—Derek —me detiene tocando mi rodilla derecha—, no quiero. No hace


falta. Tengo la cabeza hecha un lío ahora mismo y no sé cómo sentirme,
qué pensar o qué hacer. Pero tengo claro que aún no estoy preparada
para reaparecer en mi antigua vida así de sopetón.

Asiento y le dejo saber que lo que decida, estará bien.

—Es jodido —suelta.

—Mucho, Elba barra Emma, mucho.12

Se le escucha el inicio de una risilla pero no termina de serlo.

—Y pensar que... un niño inocente llamado Jeremyah hubiera muerto si


yo no me hubiera escapado y me hubiera montado en tu coche.

Se tapa la cara y luego suspira pesadamente.

—Pero... voy a morir.29

Se escucha un sollozo ahogado.2

El semáforo se ha puesto en verde y yo tengo que conducir porque hay


coches detrás. Pero eso no evita que sienta como mi corazón se acaba
de desgarrar. Ella tiene la cara entre sus manos y llora, está llorando
porque es consciente de que se va a morir por culpa de una enfermedad
que le ha robado la vida.
Trago saliva varias veces hasta que no puedo controlar el ardor que me
producen las lágrimas retenidas en mis ojos. Pero no lloro. Me controlo,
respiro y me repongo. Ahora mismo tengo que ser un hombro en el cual
ella encuentre apoyo, no lo contrario.1

—Lo repito: no sé qué pensar, no sé qué hacer.

Veo de soslayo como se seca la cara con las manos y la escucho


aclararse la voz.

—Tómate un descanso de pensar —le sugiero—. Esto es muy duro para


que puedas con todo ahora mismo.

—Derek —dice después de varios minutos—, estoy feliz porque


Jeremyah esté vivo.

—Lo sé, yo también.

—Nunca había sentido tanto alivio como ahora, sin embargo... es duro.
Es muy duro. Ahora no siento que tenga justificada mi muerte, no siento
que merezca morir.

—Oh por Dios, Emma —detengo el coche para decirle esto mirándola a
los ojos—, nunca has merecido morir.1

Reanudo el camino y ella de nuevo vuelve a romper a llorar.1

—Creía que me lo merecía, por haber tenido la culpa de que ese niño
fuera asesinado. Creía que era una manera justa de hacérselo pagar al
asesino de mi padre. Sentía el dolor de esa familia como mío, no quería
sentirme... asqueada de mí misma por el resto de mi vida. Sabía que me
iba a morir pronto sin ese transplante, pero me tranquilizaba el hecho de
que lo haría siendo una buena persona. Una persona ejemplar para mí
misma, que no le había fallado a mis principios. Pero ahora... ¿ahora qué?
Me ha tocado morir casi al azar teniendo toda una vida por delante.

Dejo que se desahogue sin interrumpirla, tampoco sabría qué decirle


para hacerla sentir mejor.5

De repente se ha levantado una mañana teniendo que afrontar que su


padre no era el asesino que creía y que había llegado a odiar, que el niño
que habían supuestamente asesinado y por cuya vida se sentía culpable,
va a poder crecer y vivir, que ella sigue enferma del corazón y que, ahora,
va a morir sin más. No por serse fiel a sí misma y no mancharse las
manos de sangre, no. Va a hacerlo sin más. Porque, injustamente, le ha
tocado.2

¿Qué digo, qué hago? ¿Cómo poder parar el sufrimiento de las personas
que te importan?17

Ella hace su mayor esfuerzo por mantener la compostura al reservar una


habitación para los dos, con camas separadas. Se lo he sugerido y ella
no ha puesto más que una cara de "está bien, no quiero estar sola ahora".

Comemos la comida china que hemos pedido en completo silencio y


después de recoger, se tumba en su cama boca arriba, con ambos
brazos debajo de su cabeza. Me siento en mi cama, que estará a un
metro y medio de distancia, a observarla. Tal vez pasamos diez o veinte
minutos así, hasta que se me ocurre hablar de algo.2

—Nunca hemos hablado del todo del día en que te escapaste —Elba
abre los ojos que tenía cerrados hasta el momento—. ¿Cómo lo hiciste?
Me crea cierta curiosidad.

Me mira con cierto recelo, vuelve a cerrar los ojos y pregunta:


—¿Qué es lo que te crea curiosidad?

—Tu ingenio, ¿cómo y cuándo lo planeaste?

Se toma su tiempo para seguir mi conversación.

—Apenas me enteré de todo. La operación tenía que ser inmediata, pero


aún así me negué en rotundo a subirme en el jet de mi padre. Les dije
que, sino íbamos en coche, me tiraría por un puente.

Frunzo muy severamente el ceño. Parece que desde siempre ha estado


como una cabra.24

—¿Lo pensabas hacer?

—Ellos sabían que sí.

—Así que, contrató a esos gorilas con los que estabas aquel día para
que te llevaran, ¿no?

—Sí —dice asintiendo mientras mira el techo, luego cierra los ojos—.
Aún lo recuerdo, destrocé mi portátil y mi móvil. Cuando paramos en una
gasolinera corrí hacia el camión de comida que había aparcado allí y
como había fabricado una cuerda con dos sudaderas que llevaba a mano,
los até ambos al camión. Corrí de vuelta a la gasolinera haciendo ver que
había salido del lavabo. Ellos no notaron la falta del portátil ni del móvil,
les dije que los llevaba en el maletín del maletero.2

—Vaya, estás hecha toda una genio.

—Gracias —sonríe sin mirarme—, también recuerdo lo que hice dos


gasolineras después. Robé unas tijeras de la tienda, un tinte de pelo que
decía que en veinte minutos tendría los resultados y cogí el spray que se
usa para teñirse el pelo en carnaval, eso me lo había llevado de la
primera tienda donde pedí que pararan para comprar tampones
supuestamente —deja de hablar y abre los ojos, mirándome por fin—. Si
cierro los ojos, aún puedo regresar a ese baño. Lo había cerrado a
calicanto, estaba frente al espejo, sujetándome la coleta que me había
hecho, cortándome entre lágrimas mi melena rubia. Recuerdo haberme
puesto los guantes del paquete, haber mezclado todo en el mismo
lavamanos y habérmelo aplicado llorando. Mientras esperaba, mojé el
suelo, cogí unos tres metros de papel higiénico y lo sequé, recogiendo a
su vez cualquier pelo que hubiera podido caer o cualquier mancha de
tinte, supuse que eso serían demasiadas pruebas. Me las arreglé para
que todo desapareciera por el váter, incluida mi melena. Me enjuagué el
pelo y pinté algunas partes con el spray porque no me había dado tiempo
para esperar más. Me esmeré para limpiarlo todo muy rápido, guardé lo
que llevaba en mi mochila, me puse el gorro que había guardado
expresamente, sobre todo para que nadie viera a una chica con el pelo
negro y mojado correr por ahí, salí por la ventana y me escabullí entre los
coches. Encontré el tuyo y no lo pensé, me quité el gorro, lo guardé y
solo salté dentro.1

Mi cara es un poema después de todo su relato.

No me cabe en la cabeza cómo pudo ingeniar todo eso al milímetro y


ejecutarlo a tal precisión y perfección que, después de todo el tiempo que
ha pasado, aún no han dado con ella.

¡Que tenía 17 años por dios!5

—Explícame algo, ¿cómo te las arreglabas para conseguir todo el tiempo


que necesitabas para hacer todo eso?
Se encoge de hombros.

—Sabía que tenía que ser rápida y..., bueno, mantenía a raya a mis
guardaespaldas. Les tenía amenazados de manera indirecta. Yo era una
bomba de relojería que mi padre apreciaba hasta lo sumo, ellos eran
conscientes de ello. Si yo abría la boca para decir cualquier cosa en
contra de ellos, aún siendo mentira, sabían que les iría muy mal. Por eso,
y con la excusa de tener la regla, me las arreglé para ser libre de
vigilancia excesiva cada vez que iba a un baño.1

Tengo ganas de aplaudirle. Creo que mentalmente lo estoy haciendo.


Nunca me imaginé que, el berrinche adolescente que me pareció en su
momento, había sido un plan juiciosamente planeado.

—Lo reafirmo: eres una genio. Yo nunca hubiera podido... hacer tanto y
tan bien.

—Me vi obligada —se encoge de hombros.

Nos quedamos callados por algunos minutos.

—¿Qué te parece si descansamos un poco?

Emma asiente y se acurruca en su cama dándome la espalda. Corro las


cortinas de la habitación para que no entre demasiada luz y me acuesto
en la mía. Durante quince minutos me rompo la cabeza pensando en qué
puedo hacer para que Elba barra Emma o como quiera que sea el orden,
pueda despejarse un poco de tanta mierda. Porque eso es por todo lo
que ha tenido que pasar y está pasando, una jodida mierda.

Me despierto dos horas después. Emma sigue durmiendo profundamente,


pienso que es mejor así. Yo aprovecho para darme una ducha, vestirme
con unos pantalones negros, una camiseta gris y cómo no, mis botas
oscuras.13

—Elba, despierta... —la sacudo levemente—, tenemos una tarde por


delante.

—¿No puedo quedarme aquí?

—No.

—No me apetece salir...

—Pues es una pena, porque lo vas a hacer. He salido a buscar un centro


comercial o algo parecido y he encontrado uno con muchas tiendas.
Buscaremos algo que puedas ponerte, prometo no quejarme en el
proceso, y saldremos esta noche por ahí.1

Abre un ojo y me mira desganada.

—¿Se supone que todo eso lo vamos a hacer juntos?

—Sí —asiento.

—¿Y si me niego?

Alzo una ceja y le pregunto:

—¿Quieres averiguarlo?

Ella hunde la cara en la almohada y dice entre gruñidos que no se


entienden muy bien, que no quiere ir.

Tomo sus pies y los arrastro fuera de la cama, paro justo antes de que
ella se golpee contra el suelo.1

—¡Derek! ¿Estás loco? —chilla.


—Vamos, levanta tu culo y ve a ducharte.

—¡No quiero!

La recojo como puedo y la llevo hasta el baño. Enciendo la luz y la siento


en el váter.1

—En ese armario hay toallas limpias, ahí hay jabón y... ahí está tu
neceser, lávate los dientes, muchacha.5

Sentada donde la he dejado se queda mirándome como si me odiara.


Cojo un botecito de champú del hotel, me acerco y lo vierto sobre su pelo.
Luego, antes de que reaccione, abro el grifo y le echo agua en la cara.3

—¡¿Pero qué haces?!

—Vamos, te doy quince minutos. Pasado ese plazo, entraré aunque


estés en pelotas y te llevaré así a la calle.30

Me mira con cara horrorizada y me echa del baño. Me cercioro de que


abre el grifo de la ducha, luego mato el tiempo arreglando la habitación.
En quince minutos está saliendo en toalla para recoger algo de ropa de la
antigua maleta de Hanah. En todo este tiempo ella ya se ha comprado
algunas cosas, pero nada para salir por ahí de noche. Sale con una toalla
sobre los hombros, una camiseta blanca, unos vaqueros y unos zapatos
de esos que se mete el pie y listo.13

—¿Así está bien? Yo podría ir a cualquier lugar así, incluso a una boda.1

—¿Segura? He visto como eras antes, y creo que eras de las que hacían
que Gucci diseñara y confeccionara un vestido solo para ti.22

Se queda mirándome perpleja, incluso pestañea algunas veces.


—Vaaaya. Hace algún tiempo no sabías ni pronunciar pintauñas, ahora
hasta sabes de marcas caras —me hace burla.15

Cierro el pico y no replico porque veo que está aparcando el tema de


antes a un lado y se está relajando. Esa es mi meta esta tarde-noche,
que olvide un poco lo que le amarga y disfrute como lo hacía antes, en
cada uno de los lugares que visitamos.3

—Bueno... digamos que me ha pasado lo mismo que a ti con mi "jodido".

Nos reímos pero ella de manera sarcástica. Salimos del hotel y


charlamos de cosas banales hasta que llegamos al centro comercial,
cualquiera podría jurar que antes no hemos hablado de nada delicado ni
que ella hubiera roto a llorar.

Me asegura que la falda negra que danza cuando ella camina le ha


gustado, y después de tres tiendas, la combina con algo que llama top de
tirantes, que es de un gris que mola. Le queda bien. Dice que se lo
pondrá con los zapatos que lleva, que no le apetece tirar la casa por la
ventana.2

Soy consciente de que eso es un síntoma de lo desanimada que está en


realidad. Se ha distraído yendo de compras y centrando su atención en
buscar algo para salir esta noche, pero en el fondo sigue desolada y está
haciendo un enorme esfuerzo por omitir el asunto todo lo que puede.

Por un instante me pregunto si he hecho bien en obligarla a salir, con


todo lo delicado que está el tema, pero me digo a mí mismo que nos
encontramos viviendo el momento. Tenemos la seguridad de que ahora
está bien (todo lo bien que puede estar mientras no le falla el corazón,
claro), pero no sabemos qué le podrá pasar o cómo estará dentro de una
hora.4
De vuelta en el hotel, logro que se pinte los labios y se pase el pincelito
de las pestañas. Ha sido duro, pero lo he logrado. Digo que ha sido duro
porque he tenido que acceder a un trato con ella: ella me maquillaba a mí
primero y entonces, ella se animaría a hacerlo. Cuando se viste, me doy
cuenta de que vamos vestidos con los mismos colores.16

—¿Por qué te lo has quitado? Te quedaba genial —se burla desde fuera
del baño—. Por cierto, tienes unas pestañas de infarto.3

—Lo sé, me lo has dicho unas treinta veces mientras te partías el culo
maquillándome —me restriego un extremo de la toalla empapado de
agua por los labios—. Y me lo he quitado porque aún me queda algo de
amor propio y créeme, sé cuando algo no me queda bien.1

Se encoge de hombros y va a mirarse en el espejo grande de la


habitación donde hay un sofá, una neverita, un pequeño balcón y la
puerta de entrada. Podríamos llamarlo el recibidor.

—Vas muy bien.

Le digo mientras me apoyo de brazos cruzados en el marco de la puerta


de la habitación donde están nuestras camas, ella está haciéndose algo
en el pelo.

—¿Y ahora? —dice dejando caer su pelo recogido sobre un hombro—.


¿Te gusta mi trenza?

—Se te escapan algunos mechones de pelo por la cara —le aviso y se


ríe.

—Esa es la idea.

—Ah.8
Me encojo de hombros, sin entender la lógica, pero le queda muy bien.
Primero vamos a cenar a un puesto de comida mexicana, yo me pido dos
tacos de carne picada y ella solo uno, pero también se pide un pequeño
plato de nachos con queso y jalapeños. El chico que está detrás de la
barra, atendiéndonos, me guiña un ojo, a lo que yo respondo con el dedo
corazón.34

—Me pone nervioso la gente como ese tío idiota.

—Era una chica —me corrige Elba.

—¿Perdón? No me digas que te has tragado que ese de ahí era una
chica —le digo sentándome delante de ella.

—Bueno, saltaba a la vista que era una chica.

—Era un travesti, Elba.13

—Derek, yo no he visto a un chico vestido de chica y actuando como


chica, yo he visto a una chica, refiriéndose a ella como chica y
coqueteando con un chico porque le había gustado. Por cierto, me ha
parecido desmedida tu reacción. Con que le hubieras hecho saber que
no te interesaba de otra forma más educada, valía.36

Come un par de nachos haciéndolos pasar por el queso derretido que


tiene a un lado del plato. Yo aún no le respondo, no es que quiera discutir.

—No debería trabajar de cara al público si no quiere que se metan con


él... o ella —digo muy bajito.18

—Te he oído —me dice mirándome duramente—. Déjame decirte que no


es menos persona que tú por ser trans y que merece un trabajo como
ese igual que tú.4
Levanto las manos, inculpándome.

—Lo siento, ya te lo he dicho, me pone nervioso la gente como él... ella.40

—¿La gente como ella? Dios mío, Derek, no seas tan idiota. Es
exactamente igual que tú. Es una persona.11

Me quedo mirándola a los ojos, está muy indignada conmigo, me lo deja


saber. Recojo mi bebida, le doy un sorbo y miro hacia un cuadro que hay
en la pared de enfrente.

Me cuesta trabajo admitir que lleva razón. Que Hanah también llevaba
razón con respecto al mismo tema. Siempre me ha costado este tema.
¿Por qué sencillamente si naces siendo tío, te la suda y quieres ser una
tía?89

Le hago la misma pregunta a Elba.

—Puedes ir a preguntárselo a ella —me dice Elba—. Con educación


claro.

—No, gracias —me niego.

—Está bien, como quieras, muérete con la duda. Pero que no sepas el
motivo y no lo comprendas, no justifica que seas un idiota de mente
cerrada. Así que ahora mismo vas a mover el culo y vas a disculparte
con ella por haber sido un grosero.38

Me aparto la bebida de los labios y trago fuerte. No dejo de mirar a Elba,


por más que ella ha seguido comiendo.

Tal vez sí sea verdad que tengo la mente muy cerrada con este tema.
Tanto que roce la estupidez. Y el no querer discutir con ella, por lo
delicado que puede resultar, me ha hecho reflexionar más sobre eso.1
Me acabo de dar cuenta de que las discusiones tontas suelen empezar
porque no se piensa dos veces lo siguiente que se va a responder, si
merece o no la pena decirlo o si en realidad la otra persona lleva razón.

—No lo entiendo —añade—, respecto a la represión de la mujer en


temas como las relaciones, la sexualidad, etcétera, eres muy abierto de
mente. Recuerdo haber hablado contigo de la imagen típica de las chicas,
débiles y frágiles, y los chicos, rompecorazones e idiotas, en los libros,
entonces... ¿por qué no puedes ser abierto para otras cosas? Si no
quieres ser un idiota, debes abrir tu mente para todo. Al menos no
cuestionarlo antes de saber algo sobre ello.3

No lo dejo notar a la primera, pero empiezo a admitir que lleva razón.


Recuerdo una vez cuando estábamos sentados en una cafetería,
mientras Elba tomaba un batido y ella me dijo algo que yo malinterpreté,
algo que yo entendí sobre que había un poli travesti. Recuerdo haber
reaccionado un poco idiota en mi cabeza, aunque nunca llegué a soltarlo
en voz alta.9

La miro una vez más y me pregunto si puede tener algo malo. Es


inteligente, es guapa y me acaba de dar una lección con dieciocho años.
A mis veintitrés, he aceptado reconocer que estaba equivocado respecto
a algo conmovido por la chica que tengo delante, porque me he dado
cuenta de que lleva razón, porque no quiero discutir con ella, porque no
quiero que se enfade, porque quiero que sea feliz.3

—Lo admito —me levanto de repente y le digo mirándola—, he sido un


capullo con ella. Voy a disculparme.7
Elba me mira incrédula pero me sonríe de todas formas. Cuando me ve
regresar de la barra, donde me he disculpado con Chloe, se levanta para
darme un beso en la mejilla nada más sentarme de nuevo delante de ella.
Me sonríe y me dice:4

—Estoy muy orgullosa de ti, Derek.

El corazón se me estremece pero le aparto la vista antes de sonreír


patéticamente.44

—Hay que admitir cuando se es idiota —me encojo de hombros,


restándole importancia.

Ella me dice que he arreglado la noche, que pensaba que discutiríamos.


Me repite que se siente orgullosa de mí y que le encanta el nombre de
Chloe. Luego, seguimos hablando de otras cosas hasta que terminamos
y dice:1

—Lanzo una moneda, si sale cara nos vamos al hotel a cepillarnos los
dientes.

La miro, lanza la moneda y cae sobre su palma.

—Ha salido cruz, vamos a cepillarnos los dientes.14

Arrugo la frente con una sonrisa burlona en los dientes. El asunto nos
toma diez minutos porque se ha tenido que pintar los labios de nuevo.

—¿Piensas besar a alguien esta noche?11

Le pregunto de su afán anterior por irse a lavar los dientes mientras


caminamos por ahí, ella va leyendo un tríptico que le ha ofrecido un chico
en medio de la calle.
—Mmm... no, pero si se presenta la oportunidad de mostrar mis artes de
reanimación boca a boca, espero que el afortunado o la afortunada note
mi buen aliento.11

Admirado con su ingenio para responderme, me río.

—No creo que eso sería lo que más le importara a esa persona en ese
momento.1

—Bueno, hablemos de a dónde ir —me sacude el tríptico delante—. Me


gusta este sitio.

—Bien, ¿dónde es?

—En el mapa dice que está frente a un club llamado Palm & Sparks y
que en la esquina hay una hamburguesería. Me gusta la noche que hay...
estaría bien tomar algo en la segunda planta, con el cielo ahí, música,
cotilleando sobre las chicas a las que le mires el culo, ¿no?1

Le regalo una mirada hostil por un segundo, luego le cojo el tríptico de


las manos. Busco el nombre de la calle en la que estamos, miro el mapa
y veo que estamos a unas tres calles. Al llegar, vemos la
hamburguesería al finalizar la calle, luego vemos el letrero en forma de
tabla de surf de Palm & Sparks y seguidamente el de nuestro
destino, Paradise.7

—Oye, pues aquí abajo no se está tan mal, eh —me comenta admirando
el local de esquina a esquina.

Como dice ella, no está tan mal. Todo lo contrario, hay buen ambiente y
la música te anima a bailar.

—¿Vamos a la barra y pedimos algo? —le pregunto.1


Me da un asentimiento mientras se sacude la falda una y otra vez.

—Una piña colada con un poquito de alcohol —le indica Elba al camarero
que le guiña un ojo.3

Él me mira a mí.1

—¿Eh? No, no vamos juntos, tranquilo. Atiéndela a ella.2

Elba no dice nada y ve como el camarero se aleja. Luego, me mira con la


boca entreabierta y con el ceño fruncido.

—¿Por qué has hecho eso?

Me encojo de hombros.

—Él te ha dado un guiño... tú te has cepillado muy bien los dientes...


puede que conectéis —le doy un guiño exagerado.33

Ella palmea mi brazo izquierdo. Ha entendido el doble sentido.6

—No seas tonto.

—¿Tonto? Venga ya, seguro que alguien te saca a bailar ahora que he
dejado saber que no vienes conmigo.

—Derek, estamos hablando.

—Ya —doy un asentimiento y le tiendo la mano—, y sí, me llamo Derek,


un placer conocerte.

Mira mi mano como si viera una absurdez. Me da la suya dubitativa y


sacude la cabeza como diciendo "estás majareta".

—Eres tan raro.

—Ya me lo agradecerás.
—Claro, claro.

Le ofrezco el primer billete que saco de mi bolsillo y le señalo la pista.


Levanto un dedo y ella dice que no.

—Bueno, un minuto o casi un minuto. Vamos, no pierdas la oportunidad


de ser la dueña de este billete —se lo muestro tomándolo por cada
extremo—, es una ganga.

Pone los ojos en blanco, me quita el billete y se va a la pista


contoneándose ligeramente. Primero exagera algunos pasos de los 80,
luego añade algo de la Macarena y finalmente se limita a mover los
hombros y las caderas al mismo ritmo. Me río a su costa, lo admito.

—Nunca habría imaginado esa destreza tuya —la alabo cuando se


vuelve a acercar a la barra.

—Lo sé, te he impresionado.1

No pasan dos minutos cuando el camarero ya está volviendo con la piña


colada de Elba.1

—Oh mira, tiene una mini sombrilla —dice ella sacándola de la copa y
riéndose.

—Oh mira, y te va a salir gratis —añade el camarero.45

Elba lo mira con los ojos muy abiertos y se vuelve a reír.

—¿Es en serio?

—Totalmente.

—Bien... gracias. Eh... ¿vas a pedirme bailar después de media hora o


algo así?4
Mentalmente, me doy una palmada en la frente y niego con la cabeza.1

Eso pasaría si no te hubiese visto bailar hace dos minutos, Elba.2

—Bueno... creo que sí —le responde él.2

Espera, ¿qué?16

—Me llamo Oliver —le tiende una mano—, ¿y tú?

—Elba. No sé si... sé bailar, Oliver.

Ya te digo yo que lo de la Macarena triunfó en su momento, no ahora,


Elba.8

—Te he visto... y me ha encantado.20

Los dos se ríen a la vez.1

—Estaba... estaba haciéndolo de broma.

—Pues me ha encantado.

—Bien, ¿por qué no? —dice ella.

—De hecho, he terminado mi turno hace media hora, pero solo estaba
echando una mano. ¿Te apetece que... tome algo contigo?

—Claro que sí.

—Bien, me cambio y salgo —otro guiño.4

Cuando vuelve a desaparecer, le doy un leve codazo a Elba mientras


meto mis manos en los bolsillos de mi pantalón.

—De nada.
La oigo reírse y, aunque no la mire, sonrío por oírla. Supongo que esa
era mi intención, que ella se distrajera. Seguro que con ayuda de su piña
colada y Oliver, pasa una buena noche.

—Yo voy a intentar enseñarle algo de escote a esa camarera de allí —la
señalo—, a ver si consigo una bebida gratis. Ya sabes, no todos tenemos
la misma suerte que tú solo con sonreír.21

Abre la boca cuando me alejo y dice un poco por encima del ruido de la
música: ¡me has vuelto a halagar!

Pido un mojito y con eso espero pasar toda la noche. No me apetece


beber, no me apetece bailar, ni siquiera me apetece ligar, me apetece
únicamente estar en otro lugar que no sea una habitación de hotel viendo
como Emma y yo nos comemos el coco.14

Cuando vuelvo a mirar en dirección a la zona de la barra donde estaba


antes, veo que Elba no para de reírse con Oliver, que explica algo muy
entusiasmado.

Le echo un pequeño repaso de nuevo, ya que se ha cambiado la


camiseta negra que llevaba. Ahora viste camiseta blanca, pantalones
negros y deportivas blancas. Tiene el pelo corto y ondulado, y me ha
parecido ver unos ojos azules antes. Supongo que eran los suyos.7

Como el Paradise fue elección de Elba interesada por la segunda planta,


me encamino a ver qué tal es. Hay una carpa que abarca la mitad de la
terraza, luego está la parte donde el cielo es el techo. La música sigue
siendo buena, la gente aquí está más animada, de hecho hay una
especie de tren humano que va dando botes al ritmo de la música
mientras mantienen sus manos en los hombros de la persona que tienen
delante. Sí, la conga.
Me divierto viendo a tanta gente pasarlo bien y me pido un refresco para
acompañar la segunda hora que pasaré ahí hasta irme. Cuando me
dispongo a dar el último repaso al sitio para ponerme en pie, encuentro a
Emma entre la multitud, con los brazos rodeando el cuello de Oliver y
bailando muy animadamente. Aplazo la marcha para un rato después y
me quedo observándolos bailar y reír. Un buen rato después, Oliver se
acerca a la barra que estoy yo y le pide un cóctel de frutas sin alcohol a
una chica que luce ambos brazos tatuados. Él da la espalda a la barra y
busca a Elba entre la multitud, ella le enseña los pulgares desde lejos, él
le devuelve el gesto. Se la ve muy feliz en ese momento. La chica le
entrega el coctel en una gran copa y con dos pajitas, chocan el puño y él
se sumerge en la multitud sin tan siquiera notar que yo estaba sentado a
un par de metros. De pie y manteniendo un ritmo suave, ambos beben de
la misma copa hasta que se lo terminan. Lo dejan en una mesa, se
arriman en ella por un rato pero no tardan en regresar a la pista. No se
despegan, no paran de reírse y no paran de bailar. Llegada la tercera
hora, veo a Oliver colocar uno de los mechones rebeldes de Elba detrás
de su oreja, ella sabe lo que viene después y no se aparta. Le
corresponde el beso.3

Aparto la mirada y le sonrío a mi vaso vacío.39

—No Derek, hoy no voy a besar a nadie, Derek —digo para mí y me


río—. Menuda mentirosa.56

Pago mi bebida y me pongo de pie. Los miro a ambos por última vez, en
el momento que cambia la canción se separan riendo y comienzan a
bailar la Macarena, sin que sea la canción de la Macarena.1

—Ahora lo entiendo todo.21


Salgo de Paradise dispuesto a dar un gran paseo que me tome por lo
menos un par de horas, compraré algún recuerdo de este lugar y luego
me apetece lanzarme a la playa con ropa y todo.

Finalmente, el paseo lo doy pero no el baño, en la caminata lo he


pensado dos veces. Prefiero volver seco al hotel, porque lo de ir calado
hasta arriba lo dejo para los críos.

Han pasado más horas de las que planeé inicialmente cuando entro al
vestíbulo del hotel. Me quedo en la cafetería tomando un café solo. Me
gustaría digerir lo poco que quede del también poco alcohol que bebí
hace unas horas. No sé por qué, pero tardo una media hora en subir de
nuevo a nuestra habitación. Cuando meto la tarjeta en la hendidura y
abro la puerta, veo una camiseta blanca lanzada torpemente en el suelo.
Seguidamente escucho unas risas de la habitación y un "Oh Dios" muy
graciosamente masculino.54

—Eh... creo que alguien ha notado el buen aliento de Emma —me suelto
el chiste a mí mismo, aunque no dudaré en usarlo mañana.5

Recojo alguna lata de refresco de la neverita y una bolsa de patatas que


habíamos comprado antes, reviso si las llaves del coche siguen en mi
bolsillo y antes de cerrar la puerta, me doy una palmada en la espalda a
mí mismo por haber conseguido con creces que Elba olvidara sus penas
y lo pasara realmente bien esta noche. 4
CAPÍTULO 24
Cuando abro la puerta sobre las diez de la mañana, Elba está sentada en
el sofá con las piernas flexionadas delante del pecho. Me mira y yo con
un gesto de cejas, le pregunto por qué no sigue en la cama.54

—¿Ha pasado algo?

Me niega con la cabeza.

—¿Estás bien? ¿El tal Oliver sigue aquí?

—Sí estoy bien y no, se fue en la madrugada.

Asiento lentamente y me acerco para pasarle el café que le he comprado


y la bolsita de papel donde hay un par de magdalenas.

—Y... ¿qué tal la noche? ¿Muy activa? —le pregunto cuando ya me he


quitado las botas con la ayuda de los talones y me he lanzado en el sofá.

Ella sonríe con la boca llena, ya le ha dado un sorbo al café.

—No seas tonto —me dice después de tragar— Y gracias.

Me dice alzando el café.

—¿Disfrutó mucho de tu buen aliento el camarero?15

Suelta una carcajada rápida y luego le da un mordisco a una magdalena.

—Oliver fue muy agradable, me lo pasé muy bien —dice y vuelve a beber
un sorbo de café—. Hoy quiero ir al cine contigo, ¿te apetece?

Levanto una ceja dejando ver mi sorpresa.

—¿No me vas a contar nada, pillina?6


Niega con la cabeza y me mira. Nos mantenemos la mirada durante un
minuto entero.

—Ayer entré... y a alguien se le había caído la camiseta de los hombros.


Creo que era la suya.

Le digo mientras le enseño las palmas y me encojo de hombros, dejando


claro que yo nada sé de esa camiseta. Asiente.

—Se la manché sin querer.

—¿Y la dejó en el suelo para que se lavara sola?4

—¡No! Le di una camiseta mía —se ríe.4

Arrugo muchísimo la frente antes de carcajearme.

—Venga ya, ¿cómo que le diste una camiseta tuya?

—Sí, una de las que me compré para dormir, de esas anchas. Se cambió
en la habitación. Fue divertido.

—Ya —le sonrío con intención de que capte mi doble sentido—, sobre
todo lo de quitarse la ropa.

Con un codo intenta darme pero no me alcanza. Nos reímos y me pide


que me calle.

—Deja de comportarte así.

—¿Así cómo?

—Como si yo hubiera hecho algo de lo que te imaginas.

—¿Y qué es lo que me imagino?

—Siendo tú, de todo menos lo que pasó en realidad.


—¿Y qué pasó en realidad?

—¡Derek, para! Nada, no pasó nada. Lo pasamos muy bien y subimos


aquí porque le manché la camiseta, nada más.

—Uhm, claro —le digo poniéndome en pie—, y yo nací ayer.1

Sigue comiendo para no responderme, pero cuando me sigo metiendo


con ella, se acaba la magdalena y me lanza el envoltorio.

—Cállate ya, no seas pesado. No pasó nada.

—Lo que tú digas. Si llegó a pasar algo, nunca lo sabremos —le digo
caminando hacia la habitación enseñando las palmas en son de paz.2

Me esperaba ver las camas puestas una junto a la otra, pero no, siguen
en su lugar.

—¿Puedo tumbarme en la que hasta ayer era mi cama o no? Digo, por si
acaso eso que dices que no pasó, pasó en mi cama.14

La oigo reírse.

—Tienes carta blanca, Derek. Tu cama sigue impoluta porque no pasó


nada en ninguna de las camas.

Después de un rato, aparece en la habitación para sentarse en su cama


como una adolescente con ganas de contarle algo a su mejor amiga. Se
lanza al colchón sobre sus rodillas y me cuenta el paseo que dieron por
la playa y que el tal Oliver la besó más veces de las que ella se esperaba.
Usa unos términos que me hacen reír: "lanzado" y "besador de infarto".
Me cuenta el momento donde un helado terminó en la camiseta del
camarero y lo divertido que fue hacerle probarse todas sus camisetas a
propósito, las cuales no le quedaban bien por la talla, hasta que le ofreció
la que sabía que podría valerle. En ningún momento me cuenta que las
cosas entre ellos dos fueran más allá.

No sé si eso me exime de pensar que sí pasó, de hecho, dudo de si llegó


a pasar. Minutos después, decido que mejor lo dejo estar como algo que
puede que nunca llegue a saber.

—¿Me estás diciendo que ridiculizaste y te divertiste a costa del chico


que te ligaste y del mismo que te pagó las copas?

Asiente con la cara roja por las risas de antes.

—Eres un caso de manual, Emma barra Elba —le digo negando con la
cabeza.

Ella me imita y se tumba en su cama panza arriba y con los brazos


debajo la cabeza. Me pregunta que por qué no subí a dormir, le respondo
que pensé que tenía compañía y preferí dormir en el coche. Se disculpa,
dice que cayó como una piedra después de que Oliver se fuera y no
pensó en irme a buscar. Me vuelve a sugerir lo del cine y le digo que sí,
que vayamos a ver una de terror, a lo que ella acepta, dice que le
apetece asustarse. De inmediato retiro la propuesta, porque acabo de
caer en lo malo que puede resultar para ella asustarse mucho y ese tipo
de situaciones fuertes para su corazón. Le digo que vayamos a ver una
comedia y ella me dice que lo elegiremos a suertes. Desde ya, sé que
voy a hacer trampas. Me pregunta dónde me apetece ir a comer, yo le
digo que podemos prepararnos algo en la habitación, que podemos ir a
comprar algo para preparar una ensalada y algo de fruta, que luego
antes de ir al cine cenaremos por ahí. Ella se queda adormilada, yo más
de lo mismo.

—Oliver tenía diecinueve casi veinte —me susurra desde su cama.


—Ay los amores de verano... —dejo caer de manera graciosa, también
en voz baja.10

—Era muy guapo, pero confieso que a ti ese acento tuyo te da muchos
más puntos.105

Me quedo callado por un par de minutos, la miro, parece frita. Le tiro uno
de mis calcetines y ni se inmuta. Pues eso, que se ha quedado frita
después de decirme por segunda vez que le gusto.20

Recuerdo que la primera vez que me lo confesó intenté besarla y ella me


rechazó. O sea, la cosa tiene mucho sentido. Si hubiese sido al revés y
ella hubiese intentado besarme, ya estaríamos teniendo nuestro tercer
hijo.157

Bueno, eso ha sido muy bestia. O sea, solo tiene dieciocho años y no es
que la cosa vaya por ahí con ella, de hecho me he dicho a mí mismo en
otras ocasiones que no la quiero de esa forma. Pero sigo siendo Derek,
con sangre en las venas y con ojos que son testigos de lo atractiva que
es Emma. Negar que es una chica preciosa y que, en otra situación y si
me lo hubiese permitido, me hubiese acostado con ella, es de tontos.

Después de descansar un rato en mi cama, voy a hacer solo esa compra


que le había propuesto a Elba hacer. Consigo unos platos de plástico,
tenedores y un cuchillo en la cafetería. Preparo una ensalada y me la
llevo a la habitación. Despierto a Emma, ya que ya estamos pasado el
mediodía y comemos juntos mirando la tele. Me ofrezco para pelarle la
manzana y luego le pelo una naranja. Al terminar de comer, me dice:9

—¿Qué tal si conducimos un poco y nos vamos a otro lugar?

No la miro porque estoy recogiendo pero al terminar me siento en la


cama frente a ella.
—¿Conducimos?2

—Bueno, conduces tú como siempre. Pero, ¿qué tal si mañana nos


vamos a cualquier otra parte?1

La observo detenidamente por algún rato.

—¿Pasa algo?

—Bueno... —agacha la cabeza casi diciendo esto para sí misma.

Pasa algún rato jugando con los cordones de la pretina de su pantalón


para dormir.10

—¿Emma?

—Tal vez sea el último destino y luego... vuelva a casa...20

Mi mandíbula se abre levemente y frunzo el ceño, me ha pillado


desprevenido. Quiero decir, el tema estaba pendiente, pero no me
esperaba que lo sacara justo ahora. Parecía que su cabeza estaba en
otras cosas por una vez y no pensando en esto.

—¿Quieres volver a tu casa? ¿Con tus padres?

Se pasa los dedos por el pelo y mira a varios puntos de la habitación


antes de mirarme a los ojos.

—Tal vez... la semana que viene... podría volver con ellos y... —habla a
trompicones.

—¿Y qué?

—Pues bueno... librarte de la carga que supongo, ya sabes, tanto legal


como personalmente.

Cierro los ojos y niego con la cabeza.


—No eres una carga para mí. Sé que te lo dije alguna vez, pero ya sabes,
soy Derek, digo cosas estúpidas.3

La hago reír.

—No es porque lo dijeras. O sea, yo sé que tú antes eras muy...


explosivo e impulsivo conmigo y te irritaba a la mínima. No me tomaba en
serio nada de lo que me decías a malas. Lo que pasa es que mi padre
me ha estado buscando todo este tiempo y si yo aparezco y te relaciono
podría traerte muchos problemas. Quiero decir, no estás en tu país, yo
no sé si podré vivir lo suficiente como para poder arreglar cualquier
malentendido que surja y que te involucre. Derek —me toma de las
manos y me mira fijamente— me has ayudado tanto que no quiero
perjudicarte de ninguna de las maneras. No lo pienso permitir así que lo
mejor es que pongamos una fecha para...36

Traga fuerte. Se muerde brevemente la esquina de su labio y carraspea.

—Pues eso, separarnos. Yo regreso a casa y tú... a donde quieras.

Se le llenan de lágrimas los ojos pero se echa a reír y se aparta


quitándose cualquier rastro de lágrima.

—Lo siento, hay veces en las que me pongo muy sensible por todo.

Me levanto detrás de ella y la obligo a sentarse de nuevo frente a mí. Hay


algo que quiero decirle, que va muy en serio y quiero que lo note.

—Yo no quiero tener que despedirme de ti dentro de unos días, Emma.


Me da igual si tu padre se entera de que has estado conmigo, podemos
inventarnos cualquier cosa. Decimos que me pediste ayuda hace un par
de días y lo que hice fue llevarte a casa. No tiene por qué saber que tú y
yo llevamos siendo fugitivos semanas.1
Se echa a reír de nuevo, haciéndose ver despreocupada pero no engaña
a nadie.

—No lo sé, Derek, no quiero meterte en ningún problema legal por el que
no puedas volver a casa o peor, por el que te vayan a meter a la cárcel o
algo así. Es algo muy serio teniendo en cuenta la hija de quién soy.2

—A ver —me río—, llevamos mucho tiempo burlándonos del país entero,
por inverosímil que resulte decirlo, lo hemos hecho. Me veo capacitado
para hacerlo un poco más, dejarte sana y salva y luego... lo que suceda.

Elba mira directo a sus pies antes de seguir hablando.

—Lo que pasa es que si decimos que nos acabamos de conocer, sería
raro pedirte que te quedaras conmigo algún tiempo más. Todos
sospecharían de que tú y yo nos conocemos desde hace más tiempo y
puede que te culpen por no haber avisado a las autoridades cuando me
encontraste.

Al igual que ella, me quedo en silencio pensando en las miles de


probabilidades que hay de que salga mal.

—Bueno, lo haremos lo mejor que podamos. Mentiremos y si llega el


momento en el que nos toque fingir que somos dos desconocidos que se
despiden con un gracias y adiós, lo haremos. Luego podemos... vernos
en otra parte, sin nadie, todas las veces que quieras, nos veremos. Lo
importante es que, si quieres volver a casa, nada te impida hacerlo. Has
pasado mucho tiempo dando tumbos con... alguien como yo.

Me mira frunciendo el ceño.

—¿Alguien como tú? Lo has dicho con un tono inapropiado —me coloca
una de sus manos en una mejilla—. Alguien como tú es quien me ha
protegido, el que me ha mantenido viva todo este tiempo, el que se ha
encargado de hacerme disfrutar la vida al máximo y a lo loco, el que se
ha encargado de alejarme la muerte para que sienta lo que es vivir.
Derek eres la mejor persona que podría haberme topado en esa
gasolinera, ¡¿qué digo?! ¡En la vida!5

Me estampa sus labios en la otra mejilla y cierra los ojos. Yo la imito. Un


segundo después la encierro entre mis brazos.21

—Eres una gran persona, nunca podré decirte cuan agradecida te estoy
—me dice al oído.

—No tienes que agradecer nada. En realidad no he hecho nada. Eres tú


la que me quiere dar el mérito.

Voy a seguir hablando pero ella me calla.

—Shh. Solo abrázame, que puede que no podamos despedirnos


después de que regrese a casa.

Puede que pasemos dos minutos o dos horas abrazados, no se sabe, el


tiempo que paso sintiendo el latido de su corazón se ha vuelto
incalculable. Cuando nos separamos Elba me confiesa:

—Te has convertido en mi mejor amigo, Derek.125

A lo que le sonrío irremediablemente. Me tiene pendiendo de un hilo.13

—Y tú en la mía.22

Me vuelve a abrazar, lo que espera ser un abrazo fugaz antes de


separarnos del todo, pero yo la aprieto fuerte con mis brazos y me pongo
en pie con ella. La oigo reírse.
—¡Para de dar vueltas, Derek! —me pide— ¡Voy a devolver la comida
tan saludable que hemos tomado hoy —dice riendo—, para!2

Tres horas después está rodando encima de un carrito de compra de


esos que hay en los supermercados. Hemos decidido que queremos
llevar las palomitas al cine y no comprarlas allí, lo que está bien. Lo que
ya no tanto, es la tontería de coger un carro y montarse encima de él
como un niño de dos años. Pero para Elba barra Emma barra Jones
barra James lo que está bien es hacerlo.1

—Cuidado, que para conducir uno de estos también tienes que sacarte el
carnet —le aviso.

—Los llevo conduciendo desde los dos años —dice, muy chula ella,
como si fuera algo digno de alabanza.

Mis cejas le dejan saber lo sarcásticamente asombrado que estoy.

—¿Tus padres alguna vez fueron al supermercado contigo?

Asiente.

—Cuando era pequeña sobre todo.

—¿Y luego?

—Lo hacía la señora que trabajaba de asistenta en casa. ¿Tú haces la


compra habitualmente?

—Pues sí. De hecho, después de estas vacaciones empezaría a mirar un


piso para vivir yo solo. Viví durante un tiempo con un compañero de la
facultad. Y... bueno, también suelo poner la lavadora y planchar, sé hacer
ese tipo de tareas.
—Yo sé hacer lo primero —me dice, para no ser menos—. Lo segundo...
bueno, hubo una vez que quemé una camisa.1

Me río porque me lo he imaginado, pero ella me mira mal pidiendo que


pare.1

—¿Sabes cocinar? —cambio el tema—. Yo no soy un experto pero no


me muero de hambre.

—Mmm... bueno. A mí me gusta mirar páginas webs de recetas. Me sé


algunas de memoria. Me gusta prepararlas pero en casa no me dan
muchas oportunidades de hacer de las mías en la cocina.

—Ya veo —cojo unas latas de refresco y se las enseño. Ella acepta—.
¿Qué querías ser cuando fueras mayor?

—¿De pequeña? —Me pregunta. Asiento—. Paleontóloga. A los cinco


me encantaban los dinosaurios. Mi favorito era el Velociraptor.2

Me detengo y ella, al no ser empujada, me mira.

—¿Te gustaban los dinosaurios?

—Ajá.

—Vaya... —suelto antes de seguir empujando el carro con ella dentro—.


Mira por donde, no querías ser cantante a los cinco. No eras de gustos
comunes.

Me sonríe con malicia y me niega con la cabeza.

—Que va. De hecho, solía decir que eran mis dinosaurios los que
decapitaban a mis muñecas —se ríe—. Siempre me pareció muy
aburrido el tener que vestirlas. Aunque no te creas que mi
comportamiento era del todo parecido al que se le suele adjudicar a los
niños, yo odiaba los deportes.

—Lo siento —le digo—, me he perdido en lo de decapitar a tus


muñecas.3

Se ríe.

—¿Y tú qué querías ser de mayor?

—Yo sí tenía sueños comunes; astronauta.

—Oh, ¿y lo conseguiste? —me pregunta limpiándose con el pulgar la


punta de su zapatilla izquierda.

—Sí, de vez en cuando me ganaba tal hostia que veía las estrellas.
Nunca le digas a mi madre que las zanahorias de su sopa están
asquerosas.8

Elba empieza a reírse tan fuerte que cuando hablan por megafonía no se
escucha. Le aviso de que no la conozco a la gente que nos mira pero no
me creen.1

—A mí me decían que si me las comía los ojos se me pondrían de color


azul turquesa.7

—Muy creíble, sí.2

—Y tan efectivo como las hostias de tu madre, porque me las comía


todas.

Acabamos la compra con dos bolsas de palomitas ya hechas, dos


refrescos, una botella de agua, una chocolatina, un paquete de chicles y
unos llaveros de esos que se complementan el uno al otro y cuando los
unes, el imán los hace atraerse. Pone: soulmate. Y ese fue el elegido
porque el que ponía patéticos estaba agotado y el que tenía forma de
corazón partido no nos gustó.22

Cuando ya se ha puesto el sol y los dos hemos sido testigos de ello


mientras comíamos un helado, nos dirigimos al cine. Emma lleva su
mochila en la espalda, donde están nuestros aperitivos y las entradas
que compramos antes de ir a tomar el helado.

Pasamos, por segunda vez, por delante de un local acristalado.


Podríamos decir que se trata de un restaurante pero no del todo, es más
como un sitio para celebrar eventos como graduaciones. Los dos lo
sabemos por el cartel que está a las afueras sobre una especie de
trípode: Aquí se celebra la graduación de los amigos de Vanessa y Kris
Williams.

Ambos nos miramos con ciertas ganas de cometer la segunda locura del
día.1

—¿Entramos? —me pregunta—. Llevo un vestido.

Dice y se coge la falda del vestido veraniego que lleva, rojo con flores
muy pequeñas de color blanco, para hacerlo danzar. Le ofrezco uno de
mis brazos y el otro me lo coloco detrás de la espalda.

—Vayamos a hacer el ridículo.7

Ambos nos reímos antes de adentrarnos en la graduación donde nadie


nos ha invitado. Sin importarnos mucho no conocer a nadie, le tomo de la
mano y la llevo al medio de la pista.

—Dos canciones y nos vamos, ¿está bien?

—Sí —levanta los brazos y los bate como si estuviera en un concierto.


—Ha sido mala idea —me arrepiento de inmediato.

Ella se ríe.

—Que no —me dice—, sígueme.

Me coge los brazos y los bate a su ritmo. Suelta uno y el otro lo usa de
puente para pasar por debajo, después se aleja, manteniendo nuestras
manos juntas y rueda hasta acabar de espaldas a mí, enrollada con su
brazo y el mío. De pronto la voz de un chico anuncia que "la cosa va a
ralentizarse un poco".

—Vaya, canté está en un concurso de pequeña.

—¿Whitney Houston?

—Ajá. Es muy típica en bodas pero... —se encoge de hombros.

—Esto se baila lento así que... —estiro de sus brazos ya que se había
apartado y la acerco a mi cuerpo—. Debes cantar muy bien para haberte
atrevido a cantar esta canción.

Sin responderme, se pone a cantar la canción en mi oído.26

Bailamos uno contra el otro, abrazados para decirlo de alguna forma,


dando pasos lentos, pues eso, de los que se dan cuando la canción es
lenta. En todo ese tiempo Emma canta en mi oído, mostrándome sus
maravillosas cuerdas vocales sobre todo cuando canta la estrofa estrella
de la canción:

"And I will always love you


I will always love you"6

—Tienes razón, es más para bodas —le digo antes de apartarla para
darle una vuelta y volver a acercarla a mí.
Ella sigue cantando con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Ganaste el concurso?

—Lo gané —me dice riendo.

Cuando la canción va acabando hay cierto momento en el que el abrazo


empieza a disgregarse, lo que provoca que nuestras caras queden
contemplándose una a un palmo de la otra. Uno puede sentir la
respiración del otro en los labios. Mis ojos se mueven veloces entre sus
ojos y sus labios, casi de manera nerviosa, esperando cualquier reacción
que nos sacuda y nos separe. Pero no es así, no nos separamos, sino
que todo lo contrario, nos acabamos besando, acto que para mi propio
cerebro resulta extraño, inesperado y... podría llegar a decir que, en
cierto grado, inaceptable.97

Nos separamos y empezamos a descuajaringarnos, expresión que usaría


mi madre.7

—Eso ha sido raro.

—Totalmente —le doy la razón apartándonos del todo para dejar que el
aire corra.

—Besas bien pero... perdona, me he imaginado besando al hermano que


no tengo, ¡y eso que se supone que me gustas, Dios santo!121

—¿Te ha pasado también? Nunca había besado a una chica y que me


resultara tan raro de cojones. O sea, no te ofendas.53

Levanta las palmas.

—No, por supuesto que no. Tú tampoco te ofendas, ya sabes, por


haberte llamado hermano. ¿Sabes? —dice atolondrada por la vergüenza
fusionada con diversión, lo digo porque sé cómo se siente—, Mejor
olvidemos el tema.15

—Sí, no lo volveremos a mencionar.

Asiente efusivamente.

—Ajá, me parece perfecto.

Nos quedamos cortados un rato hasta que yo suelto:

—Bueno, ¿vamos al cine?

—¡El cine! Es verdad, tenemos que ir ya.

Diez minutos después, en la cola para entregar las entradas y pasar a la


sala, nos estamos carcajeando de lo patético que ha sido el momento. Lo
flipante es la facilidad que hay entre ella y yo para no perder el buen rollo
que tenemos.

—Te juro que ninguna chica me había intentado halagar diciéndome que
besaba como el hermano que no tenía.

Elba no para de soltar carcajadas.

—¡Lo siento! Besas bien, y ya. Olvida lo del hermano.

—Gracias —me río—. Tú también, aunque lo de ese hermano que nunca


tuviste no lo podré olvidar.2

—Mejor abramos las palomitas y llenémonos la boca para no hablar —


dice una vez ya hemos pasado a la sala, pasándome mi bolsa de
palomitas que ha sacado de su mochila.3

Lo último que digo sobre el tema, es justo antes de que empiece la


película:
—Esto será una de esas anécdotas que cuente cuando esté borracho.11

Después de salir del cine entramos en un restaurante donde al parecer la


especialidad son las sopas. Emma y yo nos pedimos la misma y luego
decidimos dar un paseo hasta el hotel.

Ha habido un momento en el restaurante en el que he notado a Elba un


poco cautelosa y recelosa, pero como no me ha dicho nada, no he
querido preguntarle.

—Ahora que las calles empiezan a estar más oscuras y solitarias déjame
decirte que creo que nos siguen —me susurra Emma de repente.15

—¿Qué? —la miro extrañado—. ¿Desde hace cuánto rato sientes eso?

—No mires atrás, solo caminemos.

—Está bien, seguro que llegamos al hotel en menos de diez minutos.1

Su repentina confesión me deja alerta, por lo que voy inspeccionando de


soslayo cada metro que avanzamos.

—Ey, vosotros dos, un momento —nos dice una voz masculina desde
atrás.2

Emma y yo nos miramos de reojo. Cierro los ojos y niego ligeramente


con la cabeza.

—Sigue caminando —le digo.

—¿Acaso no habéis oído? —dice esta vez una voz femenina, tomando
del brazo a Elba y haciéndola girar bruscamente.

—Eh, eh, ¿qué te pasa? —Intervengo.


Quiero quitarle la mano de encima del brazo de Emma cuando me doy
cuenta de donde ha salido la voz masculina de antes, también hay un
chico.

—Suéltame —se zafa Emma.

—Ven, vámonos —le digo pasándole un brazo por los hombros y


volviendo a caminar con ella.

—Vamos a ser claros: no os movais si no quereis que os hagamos


daño.2

—Corre —le digo a ella sin mirar atrás.7

No nos dan mucho tiempo, porque apenas ella intenta empezar a correr,
la chica la vuelve a atrapar. Me vuelvo a interponer, empujándola para
que no se acerque a Emma. El chico aprovecha ese momento para
propinarme un puñetazo en toda la mandíbula.

—¡Derek! —grita Emma.

—Vete —le digo mientras intento volver a sentir la cara, pero la tipa esa
no la suelta.

Cuando hago amago de incorporarme, el imbécil de antes me da otro


golpe.

—¡Qué haces, bestia! ¡Déjalo!

—Lo repito una vez más —dice la chica que sostiene a Elba—, quedaos
quietos y callados, y no os pasará nada más.2

—¿Qué queréis? —le pregunta Emma.

De repente, la veo soltar una patada que hace impactar su rodilla contra
la cadera de la chica, lo que provoca que se doble por el dolor. Ella se
intenta escapar pero el imbécil de antes la coge del pelo y Emma grita
adolorida.

—¿Qué haces, animal, suéltala! —Lo empujo, desestabilizándolo.

Se tambalea soltando a Emma, pero de ella se encarga la tipa. El salvaje


ese se abalanza sobre mí para propinarme otro puñetazo que esquivo,
pero no esquivo el segundo. Me acaba retorciendo los brazos detrás de
mi espalda. Por la parte que me toca, no logro graduar qué dolor es peor,
el que ejerce ese tipo retorciéndome los brazos detrás de la espalda o el
de la mandíbula. Mientras intento averiguarlo, lo que acabo descubriendo
es el sabor de mi sangre dentro de mi boca, la cual acabo escupiendo.7

—¿Qué cojones queréis? —les grito.

—De momento, que os calléis.4

Emma no para de retorcerse intentando zafarse por segunda vez. Se


detiene cuando la zarandea. Ambas son igual de altas pero la otra chica
es más fuerte que Emma.

—Eso te pasa por querer hacerte el héroe —me susurra con sorna el
imbécil que tengo atrás.

—Sabemos quien eres, niñita. Sabemos lo que vales... y nos vamos a


aprovechar —dice la chica al lado del oído de Elba pero yo también lo
puedo oír—. No te haré nada a ti, porque bajarías de precio, pero con
ese puedo hacer confeti.4

—No sé de qué me hablas. Te has confundido de persona —suelta Elba


mirándome con cierto miedo, pero no con todo el que yo tengo.

La chica mete los dedos en su pelo y estira, para acercar el oído


izquierdo de Emma a su boca y haciéndole daño con esto.
—No creas que soy tonta. Sé quién eres. Tienes el pelo corto, negro y no
vistes con ropa cara, pero hueles a niña rica a kilómetros.

La huele de manera asquerosa, recorriendo con su punteada nariz el


cuello de Emma.1

—Sí, hueles a dinero. Mucho dinero, Emma James.

Después de este acto repulsivo, se carcajea recordándome a los villanos


de las películas.42

CAPÍTULO 25
—Gracias a ti pronto voy a estar podrida en dinero.60

Mientras ella habla yo miro hacia todas partes, buscando alguna ayuda.
No sabría definir bien lo que busco exactamente; tal vez una cámara de
seguridad, o a alguien. Como último recurso, algún bate que
milagrosamente estuviera por ahí tirado pero nada. Lo que sí hay son
contenedores de basura y al lado de uno, hay cartones rotos y algunos
trozos de madera. Si tan solo pudiera hacerme con alguno de esos
trozos, los golpearía tantas veces hasta que salieran corriendo como las
ratas que son.10

Pero a quién voy a engañar, no estamos en una de esas películas donde


el protagonista por milagro divino ha sido dotado desde su nacimiento
con unos bíceps asombrosos con los que podría reventar sandías si
quisiera. Y, mucho menos, soy cinturón negro.5

Cuando vuelvo a cruzar la mirada con Elba, a la que están llenando de


babas, veo un rápido destello de complicidad.3
La miro duramente, diciéndole que no con la mirada a lo que sea que se
esté proponiendo hacer.2

La tipa le sigue hablando a dos centímetros de la cara, no suelta más


que tonterías, no creo que nadie la escuche ya, ni siquiera su compinche.
Lo de villana se le ha subido a la cabeza, se cree que ha llegado el
momento de soltar su espectacular monólogo.2

—¿Y ahora qué hacemos con ellos? —le pregunta el lumbreras que me
sostiene.1

—¿A ti qué te parece? —le responde ella.

Emma acaba de poner los ojos en blanco.1

—Te lo pregunto por algo. Es decir, no tenemos ningún plan ni nada.29

—¡Cierra el pico, idiota! ¿No ves que los tienes delante? —Brama ella,
cosa que provoca que Emma ponga cara de haberse quedado sorda.

—¿Y, qué pasa? No hemos comprobado aún que sea ella.

Por un momento de despiste, ella suelta con una mano a Emma y


estampa su palma abierta en su propia frente, reaccionando a lo idiota
que le resulta el tipo que la acompaña. Ahora que me doy cuenta,
ninguno de los dos lleva nada cubriendo su cara. Siendo sincero, tienen
pinta de ser bastante imbéciles.10

Al segundo, sacándome de mis divagaciones, veo a Elba librarse del otro


brazo de la chica solo con un movimiento brusco, seguido de un giro de
esos que te hacen quedar boquiabierto y una patada digna de Jean
Claude Van Damme y Rambo.26
Quedo estupefacto, como todos allí. La que más, la tipa, que ha caído de
culo al suelo.

El tipo, sorprendido y sin saber qué hacer, me suelta para ir torpemente


detrás de Elba.1

Cuando me veo libre pienso dos cosas: menudo imbécil y, la segunda,


corre a por uno de esos trozos de madera.4

Cuando me hago con uno vuelvo corriendo, sin pararme a pensar cómo
puede terminar eso. Lo único que sé es que tengo que hacer algo porque
ese tipo acaba de echarse encima de Emma. La madera se parte en más
trozos cuando estalla en su cabeza, lo que le hace apartarse adolorido.
Ayudo a Emma Rambo Van Damme James a ponerse de pie y esta me
aparta de un empujón que, que quede claro, no es para nada amable.
Seguidamente patea la mano de la chica, haciendo volar una navaja
hacia la mierda y propinándole un puñetazo que la hace girar.2

—¡Acabas de romperle la nariz!

—Ella quería abrirte en canal, esto se llama defensa personal —me


responde, venida arriba por la adrenalina.7

—Ah, entonces está bien —me encojo de hombros—, yo voy a darle con
otro trozo de madera a ese —digo, volviendo a buscar otro trozo de
madera.5

Cuando hace amago de levantarse, se la vuelvo a estampar de nuevo en


toda esa gran cabeza hueca y, tengo que admitirlo, me cobro el par de
golpes de antes con una patada.3
—Creo que ya hemos hecho suficiente de la liga de la justicia, Elba,
debemos irnos —le digo, tomando su brazo y empezando a correr con
ella.

—Espera, mi mochila —dice, la recoge y se vuelve a unir a mí.3

Quince minutos corriendo después, ambos apoyamos la espalda contra


la pared del recibidor del hotel, jadeando.

Tengo que decirlo, aunque no sea en voz alta: desde que conocí a Elba,
cada día de mi vida es más inverosímil que el anterior.

—¿Estás bien? —le pregunto.

—Sí, ¿y tú? —Me pregunta ella.

—Bien —intento respirar—. En serio. He hecho recuento mientras corría,


no me falta nada.1

Ella se hecha a reír como puede. Yo le sonrío, la adrenalina no nos


abandona. Finalmente, la abrazo. Ella está temblando.15

—He tenido miedo, Derek, los nervios me hicieron creer que eran
peligrosos —me dice, cerca del oído.

—Bueno, al parecer, tú lo eras más.

Nos apartamos, la miro a la cara e inspecciono que no tenga nada.

—Pensé que nos iban a hacer daño. Pensé que nos iban a matar.

—Créeme, yo también. Pero... ya está, no volverán a pensar en ti en la


vida. O bueno, puede que sí, pero será por los dientes que le has roto.

Se ríe rápidamente y me vuelve a abrazar. Yo froto su espalda. El susto


tarda en irse.
—Has estado estelar, Rambo —le digo al oído.23

Se aparta, se coloca el pelo detrás de las orejas y frota sus palmas una
contra otra, tragando fuerte.

—Gracias, la adrenalina no me ha hecho sentir los golpes.

Tomo sus manos y observo sus nudillos, están rojos.

—Será mejor que subamos a la habitación, tomes una ducha, te vende


eso y descansemos. Apenas amanezca, nos vamos de aquí, ¿está
bien?10

Elba se limita a asentir con la cabeza.

Cuando salgo de la ducha secándome el pelo con una toalla, veo a Elba
doblando una camiseta sobre la cama.

—¿Por qué no descansas y guardas eso mañana?

Niega con la cabeza sin mirarme.

—No puedo dormir. Quiero estar distraída con algo.

Me coloco la toalla sobre los hombros y camino hasta llegar al borde de


mi cama para sentarme.6

—Bien, entonces hablemos.

Ella toma una profunda bocanada de aire.

—¿De qué quieres hablar?

—Bueno... —comienzo a decir.

—¿De lo estúpido que fue por mi parte haber montado todo esto?
¿Crees que fue estúpida mi decisión, verdad?
—Yo no...

—Créeme, lo he pensado muchas veces. Tan solo tenía diecisiete años.


Tal vez fue un berrinche sin sentido infundido por el miedo a la muerte.1

—No digas esas cosas. Personas que te triplican la edad no habrían sido
capaces de tener lo que tú tuviste para tomar una decisión que implica
tanta fuerza y moralidad como la que tú tomaste.

—Pero, ¿quién, aparte de ti, pensará así? Tú lo has vivido conmigo. Tú lo


sabes todo. Pero, ¿qué haré? Mis padres buscarán explicaciones, tendré
que vivir el tiempo que me quede ahogada entre periodistas y cámaras,
por no hablar de la presión de mis padres para, o bien operarme, o bien
conectarme a un respirador de por vida. No sé ni siquiera si eso serviría
de algo, tan solo estoy diciendo tonterías.

Se atreve a levantar la cabeza para mirarme.

—Me da miedo —confiesa.

Sus ojos se llenan de lágrimas. Lanza la camiseta sobre la maleta y se


apoya con una rodilla sobre la cama, dejando caer el peso de su cuerpo
sobre esta y a la vez, dejando caer sus hombros.

—Nunca me paré a pensar en las consecuencias, tan solo quería hacer


lo correcto. Lo que yo creía que era lo correcto, vamos.1

—No te preocupes por esto ahora.

—¡Claro que me preocupo, Derek! Acabamos de ser atacados por dos


idiotas que iban más fumados que nadie. ¡Me reconocieron dos
atontados de la vida, y casi te hacen daño por mi culpa!
—Bueno... —pienso algo para intentar consolarla—, puede que el hecho
de que iban fumados les ayudara a imaginar que tú eras Emma James.
Ya ves..., nadie antes...

—¡No! No vayas por ahí, no ha sido la primera vez que nos libramos de
milagro de que me pillaran y lo sabes. Lo único que he hecho en todo
este tiempo ha sido hacer la tonta temerariamente. He puesto tu vida en
peligro por ir conmigo. —Se coloca las manos en la cara, frustrada—. Ay
Dios, que idiota he sido.3

—No pienses eso de ti. Tú sabes bien por qué hiciste todo esto, no
querías aceptar ese corazón y te negaste hasta el último momento. Si
hubiera sido cualquier otra persona, el niño ya estaría muerto hace
tiempo. Aún siendo consciente de dónde provenía el corazón y de qué
manera, cualquier otra persona en este asqueroso mundo lo habría
aceptado con tal de no morir. Tú... con la asombrosa edad de diecisiete
años, fuiste más honrada y valiente y le diste cien vueltas a cualquier otra
persona adulta y madura de este planeta.

Aparta la maleta y se sienta en la cama.

—Ay, Derek...

—No, no es lo que yo pienso. Es lo que pensaría cualquiera si supiera


todo lo que yo sé.3

La veo tragar fuerte. Me asiente y se vuelve a poner de pie.

—Gracias por tus palabras.

Coge la camiseta de nuevo, la dobla y la guarda.

—Yo te admiro, Emma James.20


Le confieso.

—No seas tan dura contigo misma. Ya es duro todo lo que


desgraciadamente te ha tocado, no pierdas ese entusiasmo por vivir tan
tuyo, no te apagues ahora.

Me sonríe de lado y se le escapa una lágrima.

—Eso ha sido lo que he intentado siempre, no apagarme. Pero esta vez


es una tarea más difícil porque tengo más miedo que antes. Como te dije
hace unos días, antes creía que me merecía morir, que lo tenía
justificado por haber matado a Jeremyah.

—Tú no lo mataste.1

—Yo directamente no, pero iba a ser por mi culpa. Entonces, ese era mi
motivo. Secretamente, esperaba que el día llegara pronto porque me iría
estando en paz. Pero no, él no está muerto. Jeremyah podrá disfrutar de
la vida y nunca me he sentido más aliviada por algo, pero a la vez que
esté vivo me abre los ojos frente a la realidad, la cual me dice que yo no
he hecho nada malo a nadie para merecerlo. La realidad es que me voy
a morir con apenas dieciocho o con el tiempo que me aguante este
corazón sin tener por qué. Antes no me daba miedo la muerte porque
significaba el perdón de mis pecados, el de haber matado a Jeremyah.
Pero ahora me da miedo porque lo único que significa es que voy a
perder toda la vida que me queda por delante sin más.11

Mientras habla, ha empezado a temblar ligeramente y a tartamudear. Me


pongo de pie y la abrazo, depositando un beso en su coronilla. Emma
rompe a llorar.
—Me tienes aquí para llorar hasta que olvides como se hace. Sé que es
un consuelo muy jodido, pero es verdad. Voy a estar a tu lado hasta que
no quieras nada más que no sea reír y reír.29

Se aparta para cogerme una mano y apretarla con fuerza.

—Adoro tu acento diciendo "jodido" —sonríe levemente—. Dios santo,


que patético es esto. Debería estar haciendo la maleta, pensando en
como volveré a casa y en qué diremos los dos... y estoy aquí, montando
un numerito de sentimentalismos...4

—Shh.

La callo colocando su cara contra mi pecho, como quien quiere asfixiar a


alguien para decirlo de una manera bestia.5

—No estás haciendo la patética, los sentimientos hay que sacarlos.


Tenemos toda la noche para pensar en como mentirle a la cara a tu
padre.

Una hora después, estoy sentado al lado de mi maleta mientras saco


todo para doblarlo de nuevo. Elba barra Emma me observa desde su
cama.

—Echo de menos a mi madre —me dice y luego sonríe.

—¿Qué crees que harás nada más verla? —le pregunto.

—Aguantar las lágrimas porque ella llorará lo suficiente como para hundir
los polos tres veces.

La miro diciéndole que no sea tan mala.

—¿Qué? Esa es la verdad. Mi madre es muy llorona.

Se queda callada, reflexiva, mirando hacia otra esquina de la habitación.


¡Ay lo que yo daría por poder mirar esos ojos verdes durante el resto de
mi vida! Son tan conversadores que incluso cuando ella no dice nada,
ellos siguen contándote mil historias. Y ahora ni siquiera la estoy mirando
de frente, tan solo de reojo.36

Me la imagino en miles de situaciones a lo largo de su vida; su


graduación, yendo a la universidad, o dedicándose a cualquier cosa,
enamorándose, casándose tal vez. Yo siendo partícipe de cada una de
las cosas buenas que le ocurren, celebrando sus logros con ella. Viendo
la felicidad reflejada en dos pupilas de un tono verde un poco azulado a
veces, y un poco más amarillento en otras.27

—Mi madre tiene el mismo color de ojos que yo. Dice que eso es lo que
más le gusta de ella.

—Es un color muy bonito —le digo mientras doblo una camisa de
mangas cortas.2

Se queda callada un buen rato sonriéndole a la nada.

—Mi abuelo le enseñó a ella ser la persona que ella me enseñó ser a mí
—me dice de repente—, mi abuela murió cuando ella tenía trece años.
También por su corazón.5

Ya no me atrevo a añadir nada más, solo la voy a escuchar.

—Ser honesta, ser honrada, luchar por lo que quieres, por lo que piensas
con todo tu corazón que es lo correcto. Mi abuelo fue un hombre con
mucha perspectiva feminista, podríamos decirlo así. Pese a haber vivido
en los tiempos que vivió, él nunca la educó para que llegara a ser un ser
humano subordinado como era el modelo de la mujer ideal y perfecta que
se conocía, y estas son palabras textuales de mi madre. La educó muy
bien y la ayudó en todo siempre, le enseñó a luchar para lograr sus
metas. Mi madre llegó a convertirse en una de esas mujeres tan
admiradas, super inteligente, lo tenía todo. Ella se encargaba de la casa
y trabajaba, tenía mucho más éxito que mi padre antes de que yo naciera.
Luego llegué yo y sospecho que el motivo de que lo dejara todo y se
dedicara exclusivamente a ser madre es que vine con problemas de
corazón. Ella nunca me dijo el porqué, pero hoy en día esa es mi
hipótesis.

—¿Te estás culpando por algo acaso? —le pregunto, mientras acomodo
algunos calcetines doblados por los costados de la maleta.

—No pero me da pena haber tenido tan mala suerte.

—Mujer, la vida es injusta. Tu enfermedad no la eligió nadie, pero tu


madre eligió cuidarte porque eras su hija y te quiere. Esa es una de las
decisiones que forman parte de la vida.

—Parece que la vida entera se trata de decisiones, ¿no?6

—Todo el rato —le digo, moviendo una mano como si repasara un


recorrido lineal invisible en el aire.

Apoya la cabeza en la pared y cierra los ojos.

—Que chollo de vida —dice, burlesca.2

Antes de que vuelva a caer en el agujero de tristeza que cae cuando se


desanima, carraspeo para soltar alguna tontería que la distraiga.

—Doblar calcetines sí que es un chollo. ¿Me ayudas? —le pregunto


lanzándole uno antes de que me responda.

—Claro.
—En tu vida de niña rica, ¿alguna vez doblaste tu ropa?

Pone los ojos en blanco.

—No seas tonto, no me malcriaban como crees.

—Bueno, los ricos suelen ser engreídos.

—En mi casa no. Acabo de contarte cómo educaron a mi madre,


conmigo hicieron lo mismo. Claro que después de un tiempo, cuando mi
padre se hizo con el cargo, contrataron a alguien que nos ayudaba con la
limpieza, a lavar y planchar la ropa, pero cuando yo desorganizaba algo,
lo volvía a ordenar.

—Mmm... eso está bien —termino de decir y ella me pasa otros


calcetines. Yo le doy otro par para doblar—. ¿Y cómo es Emma James
en lo académico?

Se ríe.

—Muy competitiva, siempre quise ser la mejor de clase.4

—Oh vaya, tu lado oscuro.

—Ese lado oscuro era mi atributo favorito.

Me río.

—¿Y tú? ¿Eras buen estudiante? —se interesa.

—Estudiante promedio. No muy competitivo, pero tampoco dejado.14

—¿Y en los deportes?

—Estuve mucho tiempo jugando al tenis.2

—Vaya, cosa de caballeros.1


—Que va, lo hacía por mi primo. Yo habría jugado al fútbol o al
baloncesto, pero sinceramente me daba igual.1

—A mí no se me daban muy bien, pero es que tampoco me interesaban


demasiado.2

Arrugo el entrecejo.

—¿Me estás diciendo que eres competitiva pero que los deportes no te
atraen?

—Bueno, es que los deportes siempre me supusieron un esfuerzo físico


el cual me hacía pasar malos ratos, así que perdí cualquier interés que
pudiera haberme surgido por ellos.3

Me devuelve los calcetines ya doblados.

—Una vez dije que me gustaría ser animadora —me comenta—. Fui a
una prueba pero... —sacude la mano con displicencia—, en una de las
vueltas que tenía que hacer, se me soltó la zapatilla y la lancé contra una
ventana. No se rompió pero sí quedó sucia, un amigo me llamó "atleta de
alto riesgo".1

Me río.

—¿Eso es lo más lejos que has llegado en tu carrera deportiva?

—Uhm, no. Una vez sustituí a ese amigo siendo la mascota del equipo.
¡Fue una pasada! Pero al parecer, lo que yo considero bailar no todo el
mundo lo ve igual.

—Ya, la mayoría de las personas alaban la coordinación —le digo.

—Ese fue el error, imagino. Porque nunca me lo volvieron a pedir.


—Bueno, tienes cara de la animadora guapa del equipo.5

—¿Quién, yo? —dice señalándose—. Oh, sí, lo sé. Pero en mi colegio


todas teníamos esta pinta —se carcajea.

—¿Rubias, ojos claros, piernas largas?3

—No, la pinta que tiene alguien que tiene padres con los bolsillos
hinchados de dinero.

Enarco una ceja, no me lo esperaba.

—Mi colegio era muy caro —continúa—, todas parecíamos nietas de la


reina. Pero que no te engañe lo que te cuento, había gente fantástica.

—Lo siento, Hollywood me ha vendido la imagen de las niñas como tú


como repelentes y huecas.2

Me dedica el gesto más frío del día, o de la semana, o del mes. Levanta
su ceja derecha y me mira con desdén.

—Huecas tus muelas, para no decir otra parte de tu cuerpo. Terminé con
una media de 9,6, señorito muelas huecas.5

Le muestro mis palmas abiertas en son de paz. Me ha dejado muy mal.1

—Vaya, que cerebrito —comento por lo bajini—. Ya hemos descubierto


tus habilidades: escapar de tus padres, de la policía de tu país, de
secuestradores y bordar el boletín de notas.

Alabada, se echa la melena hacia atrás por encima de su hombro, como


toda una diva.

—Porque lo de bailar...

—Shh... no puedo ser buena en todo.12


Ambos nos reímos, luego de eso, Emma suelta un gran resoplido.

—¿Sabes? Una de mis habilidades era ser el ojito derecho de mi padre


—me dice, alargando y frunciendo los labios como si fuera algo que ya
no es.

—Eres hija única, aún siendo ladrona de bancos seguirías siendo el ojito
derecho de tu padre.

Hace un chasquido con la boca.

—No, creo que ya no —carraspea moviendo el cuello de su camiseta—.


A parte, yo me esmeraba por serlo porque mi padre era mi persona
favorita en el mundo. Lo tenía en un pedestal. Ahora...

No termina la frase, pese a que le doy tiempo.

—¿Ahora? ¿Sigues enfadada con él?

—Le reprocho lo que estuvo a punto de hacer.

Aunque mi yo interior me previene de estar metiéndome en la boca del


lobo, igual me animo a decir lo que pienso.6

—No creo que debas. Quiero decir, no lo hizo. Eso tiene que mostrarte
alguna señal del tipo de persona que es en realidad. No creo que nunca
llegues a comprender sus motivos..., al menos nunca tan bien como que,
nadie lo quiera, seas madre y te veas en la misma situación desesperada
que él.

Está cabizbaja y sus hombros caídos.

—Pero él siempre representó para mí el significado de persona íntegra,


era mi ejemplo. Me defraudó bastante.
—Ya. Solemos tener a los padres como a un ejemplo. Ellos son las
personas que nos corrigen cuando hacemos algo mal, ¿cómo podríamos
llegar a imaginar que ellos también hacen cosas mal? Pero Emma, son
personas también.3

Se queda callada un largo rato.

—Lo idealicé toda mi vida, por eso ha sido más duro. Es por eso el
porqué de todo esto.2

Me acerco a ella para frotarle un hombro de manera que resulte


reconfortante. Estamos así un par de minutos.

—¿Y con tu madre también estás enfadada?

Niega con la cabeza nada más preguntarlo.

—Desde que me enteré, supe que ella no estaba enterada. Número uno,
mi padre la quiere demasiado como para hacerla partícipe de algo así y
número dos, es muy consciente de que ella sería capaz de arrancarse su
propio corazón antes de dejar que se lo quiten a otra persona. Aunque se
trate de mí, ella no lo hubiera permitido.

Después de otra bocanada de aire por mi parte, me atrevo a hacerle otra


pregunta.

—¿Lo perdonarás algún día?

Elba dobla sus piernas hasta dejarlas delante de su pecho, las abraza y
coloca su barbilla sobre una rodilla. Se encoge de hombros.

—Puede que ya haya empezado a hacerlo. Sino, creo que no querría


volver a su lado.
Ella suspira con fuerza.

—¿Estás totalmente segura de querer volver?

Me mira. Se toma un segundo para crear la expectación suficiente y me


asiente.

—Sí. Supongo que mañana acabaré de organizar todas las ideas que
hay en mi cabeza, construiremos una buena coartada y, cuando llegue el
momento..., volveré a casa. Ahora deberíamos descansar.

Le doy la razón. Cierro y aparto la maleta de mi cama y me acerco de


nuevo a ella para darle un beso de buenas noches en la frente. Las luces
se apagan y cada uno está en su cama. Los huesos nunca me habían
pesado tanto. Por más que el silencio reina en la habitación, soy capaz
de escuchar los engranajes de la cabeza de Emma desde mi cama. Sé
que le está dando mil vueltas al asunto, no es para menos.

Ella ya me ha confesado parte de sus sentimientos respecto a su regreso


a casa, pero yo no estoy seguro de cómo me siento.

Sé que estará segura y tal vez más a salvo, si eso es posible. Puede que
la convenzan de ingresar en un hospital y de que ahí reciba cualquier
tratamiento médico milagroso que la haga vivir ochenta años más, pero
esa posibilidad significaría mi salida de su vida. En realidad, el simple
hecho de que vuelva a casa, acceda a ingresar en un hospital o no, me
saca de su vida. Por muchas y muy buenas coartadas que podamos
inventar, delante del mundo seremos dos desconocidos que no han
compartido nada y que no tienen ningún motivo por el que permanecer
juntos. Porque admitir que no somos dos desconocidos, sino que hemos
sido compañeros de huída por tanto tiempo sería de todo menos bueno.
Y lo último que me gustaría presenciar es ver como ella sufre por verme
a mí metido en aprietos. Está débil, sus ojos lo dicen, no puedo hacer
tonterías.

Hay una voz débil en alguna esquina de mi cabeza que me llama egoísta
por estar triste porque se vaya, por más que el resto de mí intenta
convencerme de que después de tanto tiempo y tantas cosas vividas, es
normal.

Por eso digo que no sé bien como me siento. ¿Feliz por ella? Claro.
¿Triste por que se vaya? También. ¿Negado a aceptar que se irá? En
buena parte. Entonces, ¿cómo es que me siento? Porque no está nada
claro.1

Son todos sentimientos agridulces.2

En un momento de silencio absoluto, leo en mi cabeza dos de las líneas


del poema de Shel Silverstein: "No hay finales felices, los finales siempre
son la parte más triste."24

Así que ha de ser eso. Sí esto es el final, no es feliz, es triste.4

Me despierto cuando escucho el ruido del secador de pelo en el baño. La


cama de Emma está vacía y hecha. La maleta que usa está sobre el
colchón. Después de quince minutos según el reloj de la habitación, me
levanto de un sobresalto al darme cuenta de que son las nueves.

—Elba, ¿por qué no me has despertado? Pensé que saldríamos pronto...,


sobre las siete o así...

Le digo cerca de la puerta. El ruido del secador ya ha cesado hace


algunos minutos.

—¿Estás lista para irnos?


Me rasco la nuca mientras bostezo a la espera de alguna respuesta.

—Por cierto, ¿cómo tienes los nudillos? ¿Mejor?1

—Sí, ya están bien —me responde desde el otro lado de la puerta.

Cuando la puerta se abre me quedo helado. Cierro los ojos cuatro veces
y las mismas los vuelvo a abrir.

No me creo lo que estoy viendo. Mi boca sigue abierta, no puedo


reaccionar.

—¿Elba? Digo... ¿Emma? Dios... ¿qué?

No sé cómo hablar.

—Pero, ¿qué...? ¿Qué has hecho?

La que he conocido siempre como Elba barra Emma sale enrollando un


cable alrededor de un aparato alargado.

Me mira directamente. Se encoge de hombros y da una vuelta entera.

—¿Qué te parece?

—¿Por qué has hecho eso?

—¿El qué? ¿Esto? —pregunta cogiendo un mechón—. Lo estuve


pensando toda la noche, voy a volver a casa como Emma James.

Su pelo ya no es negro. Es rubio. Creo que el mismo rubio que tenía


antes de teñirse el pelo de negro. Sigue siendo corto porque creo que es
imposible que le crezca en una noche, pero ella ha creado unas ondas
que provocan que su pelo no caiga recto hacia un poco más abajo de sus
hombros, sino que caigan como muelles sobre un poco más arriba de
sus hombros.
Escucho sus carcajadas.

—¿Qué pasa Derek? ¿Sorprendido?

—Más de lo que te pueda contar con esta boca —le digo, sin dejar de
mirarla.9

Se ríe más fuerte y me tiende el aparato al que acaba de enrollarle el


cable alrededor.

—Hice una amiga en el ascensor esta mañana cuando salí a tomar el


aire. Me dejó su plancha —vuelve a coger un mechón de su pelo—,
gracias a eso pude hacerme estas ondas. Pero lastimosamente no se lo
podré agradecer, tendrás que devolvérsela tú. Nadie me puede ver a
partir de ahora.

Sigo muy dormido como para entender por qué nadie la puede ver.
Aunque un par de minutos después, lo comprendo. Me da el número de
la habitación de su nueva amiga, yo después de lavarme los dientes, pico
a su puerta y le devuelvo su plancha de pelo dándole las gracias en
nombre de Elba.1

—Ayer soñé algo.4

Me cuenta desde el baño. He vuelto a la habitación y ella seguía en el


baño, con la puerta entreabierta como la dejé.

—¿El qué?

—Era hace dos años atrás. Estaba tomando clases de defensa personal
y te conocía tomando clases conmigo.

—¿Ah sí?
—Sí, creo que más que un sueño, ha sido un viaje a un universo paralelo
donde tú y yo nos hemos conocido en otro momento y en otras
circunstancias.19

Me río.

—Cada día te da por ser alguien diferente, ¿hoy quién eres? ¿Stephen
Hawking?18

La oigo reírse con ganas.

—Hubiera sido interesante estar en ese universo paralelo, ¿no crees?

—Claro que sí, siempre es un placer conocerte, sin importar en que


universo suceda.35

Hay dos largos minutos de silencio en los cuales me doy cuenta de que
ha sido una declaración muy curiosa. No sé si está bien llamarla
declaración, ya que es más como una... confesión. Sí, una confesión
sacada directamente de mi subconsciente. Sin darle vueltas, sin
premeditarla, salió sin más.4

—Gracias —me dice después de ese breve hiato de tiempo.1

Sale del baño con un pantalón negro y acampanado que le cubre hasta
los talones, de esos que son ligeros, para el verano. Lleva una camiseta
blanca que le llega hasta los codos y se ciñe bien a su cuerpo. Se cruje
los nudillos mirando su maleta y me mira.

—Bien, vamos a hablar de nuestra tapadera —me dice, decidida.

Dos horas después, estamos en el coche.

Dos horas antes, estaba sentado en frente de ella, escuchándola hablar


de todos esos detalles en los que había caído y para los que había
construido una historia perfecta. En ese momento, estaba disfrutando de
su genialidad para inventar historias. Podría llegar a ser una muy buena
escritora, me dije.4

Una hora después de aquello, entregué las tarjetas de nuestra habitación


en recepción y salí con dos maletas del hotel. La mía y la de Hanah, que
ahora usaba Elba barra Emma, la cual me esperaba en el coche. Había
salido antes, mientras yo esperaba en la fila de recepción para entregar
las tarjetas, enfundada en uno de mis pantalones deportivos y con una
de sus camisetas anchas para dormir, debajo de una gorra que recogía
todo su ahora rubio pelo y unas gafas que impedían que alguien viera el
color de sus ojos. Salió del hotel, como si nunca hubiera estado alojada
allí. Manos en los bolsillos y hombros relajados. Cualquiera diría que solo
había entrado a mirar.

Ahora, ya en el coche, estamos en silencio, escuchando por tercera vez


Beautiful World de The Chevin, ambos con gafas de sol y ella sin esa
ropa que llevaba encima para camuflar la suya que llevaba debajo. Mis
manos están a las diez y diez sobre el volante mientras espero que el
semáforo se ponga en verde. Y ahí va, el dedo de Emma directo a darle
a repetir a la canción por cuarta vez. Encontramos ese pendrive –donde
hay una larga lista de canciones guardadas– hace tiempo en un rincón
del maletero, pero no lo habíamos escuchado hasta ahora.1

—Sino nos volvemos a ver, deberías escucharla en mi nombre.32

Me comenta con una sonrisilla.

La miro y le sonrío de lado antes de dejarle saber que, con las veces que
la ha repetido, ahora será imposible sacarla de mi cabeza.
CAPÍTULO 26
Levanto una pielecilla que se asoma al rededor de mi uña y la arranco.
No tengo nada más qué hacer mientras estoy aquí sentado esperando.23

Mi cabeza me lleva hacia atrás con la ayuda de la letra de Beautiful


World. Es esa canción la que me devuelve al pasado, al mismísimo
instante en el que la estábamos escuchando en el coche por enésima
vez.

—No me serviría toda una semana hablándote sin cesar para


agradecerte tan solo un ápice de la ayuda que me has dado, Derek —me
dice de repente mirando fijamente al frente.4

Me río por dentro. Me tomo un rato para decir lo que he pensado.

—Nunca creí que lo llegaría a pasar tan bien gracias a la niña loca que
en pocas palabras me secuestró aquel día en esa gasolinera.

La miro. Ella también. Pese a estar ambos detrás de las gafas de sol,
sabemos que esas miradas quieren decir lo que quieren decir.

—¿Es hora de despedirse? —pregunto.15

—Puede. Tal vez lo terminemos haciendo veinte veces más creyendo


que cada una será la última.

—No me he considerado nunca un gran fan de las despedidas.4

Se ríe y mira por la ventanilla.

—¿A alguien le gustan las despedidas?

—A mí no, desde luego.

—¿Prefieres no hacerlo? —me pregunta.1


Me lo pienso.

—Es de esas cosas en la vida que hay que vivir, supongo —me encojo
de hombros.

—Venga, hombre, ya habíamos acordado que lo haríamos —se ríe un


poco—. No te rajes ahora.

—Bien, pues... —detengo el coche en un semáforo en rojo, bajo un poco


las gafas hasta que queden encima de la punta de mi nariz y miro a
Emma—. Ha sido un placer haber sido tu Sancho Panza.44

Me sonríe.

—Eres un amor —me dice, arrugando la nariz.3

—Sería mala idea hacernos llorar el uno al otro ahora —le digo, antes de
colocarme las gafas de nuevo.3

Reanudo el viaje y ella no añade nada más hasta después de cinco


minutos, cuando me pide que pare el coche para darme un gran abrazo.

—Eres enormemente especial para mí. Me alegro muchísimo de


haberme topado contigo.11

Le devuelvo el abrazo y después de tomar una profunda bocanada de


aire, la dejo salir antes de decirle que para mí ella también significa
mucho y que no cambiaría nada de lo vivido, nada excepto ese final que
nos obliga a despedirnos.15

Ella toma una de mis manos con las suyas y la aprieta, luego se la lleva a
una mejilla y cierra los ojos. Me susurra un gracias por todo, Derek y
luego deja que le dé un beso en la frente.4

—Deberíamos continuar.
Dice. Asiento. Lo hago.

El cierre de la puerta me trae de nuevo al presente. Más exactamente, a


esa sala donde imagino que alguien ocupará la silla que tengo en frente
al otro lado de la mesa donde ahora reposan mis manos.24

—Derek Gibson. Buenas tardes.

Le miro. Camisa con las mangas remangadas, pantalones oscuros y una


botella de agua entre manos. Me esperaba un fichero, nada más para
hacer la escena más peliculera.1

—¿Sí?

—¿Qué tal?

—Bueno, no estoy disfrutando mucho de mis vacaciones.

—Lo siento, es el protocolo. Soy Jacob Wilson.7

Deja la botella de agua en frente de mí y continúa a sentarse en la silla


antes mencionada. Cuando lo hace me mira como diciendo "voy a ir
directo al grano".

—¿Sabes quién es Emma James?

Y lo hace.

—Gracias —le digo, levantando la botella y abriéndola—. Bueno, no soy


de aquí. Sinceramente, no sabía quién era. Ahora me temo que sí.

—La hija desaparecida del senador Bill James.

—Ajá —bebo un sorbo.

—Dime, ¿cómo pasó? ¿Tú estabas conduciendo por ahí y la viste?


—Sí. Me limité a ayudarla.

—¿Sabiendo quién era?

—No. Me enteré después. Fue entonces cuando le dije que lo mejor


sería que la llevara a una comisaría.

El hombre treintañero rozando los cuarenta me mira detenidamente.

—¿Durante cuánto tiempo estuvo contigo?

—Uhm... exactamente cuatro días.9

Alguien llama a la puerta y la abre, ambos miramos en su dirección. Con


dos simples gestos, se comunica la chica con Jacob. Él asiente.

—Espera un momento, ahora vuelvo. Me gustaría que me hablaras de


más detalles.

—Está bien. Solo una pregunta.

—Claro —me dice, dispuesto a contestarla.

—¿Voy a necesitar a mi abogado? Lo digo porque eso supondría traerlo


hasta aquí.

Se lo piensa.

—Puedes solicitar uno. Ya te lo han dicho.

—En principio, espero no pasar mucho rato aquí. De lo contrario, puede


que lo haga. Gracias.

Asiente y abandona la sala cerrando la puerta.

Miro cada rincón de la sala y luego apoyo mi espalda contra el respaldo


de la silla, cruzándome de brazos.
Recuerdo cada cosa que me dijo Elba barra Emma esta mañana. Todo
está muy claro en mi cabeza. Aparte, soy bueno sabiendo estar calmado
cuando tengo que fingir que lo estoy.

Miro la botella y regreso al momento en mis recuerdos donde yo salía del


coche y seguía a cierta distancia a Emma, viendo cómo se dirigía a la
comisaría desde tres calles antes. Dio los primeros pasos dubitativos,
pero los que le siguieron fueron llenos de decisión. Cuando ella entró, yo
lo hice cinco segundos después.1

"Hola, me gustaría poder hablar con un agente. Soy Emma James, hija
del senador Bill James."

Aún siguen resonando esas palabras en mi cabeza. Esas pocas palabras


que hizo que toda la comisaría se quedara en silencio y acto seguido,
hubiera movimiento. El agente que estaba atendiéndola se puso de pie y
dos más se le acercaron. Todo lo que le siguió fueron preguntas y más
preguntas. Ella ya me lo había advertido.1

La puerta se vuelve a abrir y de nuevo entra Jacob. Mi mirada le muestra


cuanto deseo estar fuera de esta sala ahora mismo.

—Bien, podemos seguir hablando. ¿Sigues queriendo responderme?

—Claro, ayudaré en todo lo que pueda.

—Perfecto. Solo tienes que decirme la verdad.

—Es lo que he estado haciendo hasta ahora —le digo, sosteniéndole la


mirada directamente a sus ojos de color gris.

Da un asentimiento complacido y continúa haciéndome preguntas:


¿Conducía yo un coche alquilado? ¿Qué vestía Emma cuando la
encontré? ¿Qué me dijo exactamente? ¿Estaba nerviosa? ¿Me pidió
dinero? ¿Cuál fue mi motivación para ayudarla y mantenerla conmigo
durante cuatro días?

A todas esas preguntas, Emma se ha encargado de crear una respuesta.


Mi boca solo las reproduce.2

Esa chica es realmente una genialidad.4

Una hora y poco más después, después de un paro en el último cuarto


de nuevo por la chica de antes, termina todo. Esperaba que mínimo
durara el doble, pero en esta última interrupción Jacob me ha dejado
saber que Emma ha respaldado todas mis respuestas. No ha querido
decírmelo tal cual, pero sé que en las medias y rebuscadas palabras que
ha usado para explicarme por qué me iban a dejar ir, quiere decir que
Emma ha movido los hilos para lograr que me dejen en paz. Me imagino
que con mover los hilos significa que ha debido pedirle a sus padres que
así lo hicieran. Mi manera de razonar se basa en que ahora sus padres
deben estar dispuestos a concederle todo Marte en agradecimiento a que
haya vuelto a casa.

—Una patrulla te acompañará hasta tu hotel.

—¿Mi hotel? —pregunto juntando ambas cejas.1

—El senador Bill James ha dispuesto de una habitación para ti todo el


tiempo que la vayas a necesitar. Además, quieren hablar contigo antes
de que decidas volver a tu país, si eso es lo que decides hacer después
de esto.13

—Ah.
Doy un asentimiento. Había olvidado que Emma me dijo que se las
arreglaría para hacer que pudiéramos vernos al menos una vez más.
Imagino que se refería a esto.10

—Pues muchas gracias. Es muy amable.

—Es lo menos que podría ofrecer por haber ayudado a su hija. Está
agradecido contigo.2

Vuelvo a asentir.

—Es un alivio saber eso. Es mejor que, que crean que soy un
secuestrador.

Jacob se permite una risa despreocupada delante de mí, cosa que no


había hecho en ningún momento, me da una palmada en la espalda y me
guía por dónde ir.2

Al salir de comisaría, me doy cuenta de que el coche ya no está cuando


paso con la patrulla por donde estaba aparcado. Provocar que la grúa se
lo llevara por estar obstaculizando el paso de los coches a la salida de un
garaje a tres calles, fue buena idea. Bueno, ¿cómo no iba a serlo? Si era
de Emma.

La patrulla me deja en el hotel. El botones me da una nota donde pone


que ya han enviado a alguien a buscar mis maletas al motel donde me
estaba alojando con Emma (un motel donde habíamos pedido
alojamiento esa misma mañana para tener donde dejar las maletas y
hacer ver que íbamos a la comisaría a pie).

—Tan solo quiero despistar a la policía, darle una versión falsa hasta que
yo logre explicarle todo a mi padre. Hay datos que ellos pueden recabar y
acabar dándose cuenta de que en realidad tú y yo llevamos huyendo
juntos desde el primer momento en que desaparecí. Pero eso dará igual
una vez yo le haya contado todo a mi padre. Él se encargará del resto. Y
tú de seguro ya habrás vuelto a tu país. Nadie te culpará de nada,
quedarás al margen. Yo me encargaré de hacer saber que me fui por mi
propia voluntad. Ocultaré esa parte agridulce del porqué, porque le
traería muchos problemas a mi familia, pero el resto se sabrá por la
prensa y por donde sea. Tú serás intocable en esto, te lo prometo.5

Me explicaba mientras sostenía una hoja de papel que había usado para
hacer un mapa conceptual a lápiz. Ese mismo papel se convirtió en el
confeti que lanzó por la ventanilla en el último viaje que hicimos en coche.

Emma era consciente de que había una investigación abierta por su


desaparición y que todo el cuerpo policial que trabajaba para encontrarla,
acabaría por saber que yo la ayudé desde el primer momento en aquella
gasolinera. Por eso quiere ganar tiempo contando esa versión poco real
de los hechos. Cuando haya conseguido contarle todo a su padre, él se
encargará de arreglar el asunto por su propio bien. Porque ningún
senador querría que todo el globo terráqueo se enterara de que su hija
huyó de casa para no recibir un corazón robado a un niño inocente.

—¿Y qué se dirá cuando pregunten por qué mentimos en la primera


interrogación que nos hicieron?

Emma sonríe y se encoge de hombros.

—Para entonces habré podido sentarme con los abogados de mi padre y


ellos me guiarán para saber qué decir. Confía en mí, todo saldrá bien.
CAPÍTULO 27
Visto una camisa blanca con las mangas remangadas, unos pantalones
negros y mis botas. Siempre fieles. Podría ponerme las zapatillas que
traje en la maleta, porque la otra opción serían las chanclas de playa,
pero no. Me siento muy cómodo con las botas.18

No exteriorizo lo nervioso que estoy por dentro y por eso dentro de mi


cabeza hablo de cualquier tema para mantenerme a flote. De mis botas y
de lo cómodas que son, por ejemplo.

Mirando ventanal abajo, puedo admirar la altura a la que se encuentra mi


habitación.

Las ansias provocan que meta mis manos en los bolsillos de mi pantalón
para no despellejarme las manos tirando de pielecillas. Esta espera se
está haciendo enormemente angustiante.

Pasan casi dos cuartos más hasta que pican a la puerta de mi habitación.
Contesto un "adelante" y el chico que me había avisado de que hoy
tendría visita me avisa de que ya puedo acompañarle. Salgo de la
habitación apretando los puños sin ejercer fuerza y le sigo.

—Estamos yendo al despacho del director del hotel —me explica—. El


director del hotel se lo ha ofrecido al senador para que se pudiera reunir
allí con usted.2

Cuando llegamos me abre la puerta y cuando ya he entrado, la cierra


detrás de mí. En el plano aparecen dos personas. La madre y el padre de
Emma.

Me quedo asombrado por el parecido que comparten ella y su madre.


Son idénticas, salvo por el corte de pelo y lo cansada y angustiada que
es la mirada de esta señora. Nada más verme suelta un gran suspiro,
como si no hubiera estado respirando todo el rato que ha esperado a que
llegara. Podría decir que lo mismo me ha pasado a mí.

Hace amago de tomarme de las manos pero se echa hacia atrás, sin
atreverse.

—Hola —me dice con el último aliento. Sí, como si acabara de correr una
maratón.

—Hola, soy Derek Gibson.

Ella sonríe con los labios cerrados y se le enjuagan los ojos por las
lágrimas.

—Un placer, Derek.

Dice el hombre que ha quedado en un segundo plano. Tiene una mano


metida en el bolsillo de su pantalón y la otra en puño contra la madera
del escritorio. Su cuerpo no está relajado del todo como intenta hacer ver.
Él también guarda mucho parecido con Emma.

Antes de que los dos podamos decir nada más, la señora habla.

—Muchísimas gracias, de verdad. Muchísimas gracias —es después de


eso cuando se atreve a cogerme las manos para apretarlas y sonreírme
con lágrimas en los ojos.

Yo doy un asentimiento.

—No tendré suficiente con esta vida para estarte agradecida, hijo —
continúa.

Antes de que yo pueda responder, su marido se acerca a ella para


tomarla de los hombros y apartarla de mí.
—Margaret, tranquila.

Margaret James, como la región de Margaret River, pienso.

¿Quién me diría a mí que esa señora en tejanos y camisa blanca con los
ojos más tristes del mundo sería la misma que se veía posando al lado
de su hija en las fotos de Google, prestigiosa, tan imponente como bella?

Ella entiende que debe mantener la compostura, como si a mí eso me


importara, como si no fuera normal verla devastada habiendo pasado lo
que ha pasado. Respira hondo y se aparta para establecer un cauteloso
metro de distancia.1

—Soy Bill James, padre de Emma —me este dice ofreciéndome su mano.

De repente, en nanosegundos, veo la película de él que su hija se


encargó de construir en mi subconsciente, recuerdo cada cosa que me
ha dicho y la notoria adoración por él que desprendían todos sus poros.

—Encantado —le digo, estrechándole la mano.

—Yo me llamo Margaret —me dice ella—, perdona por mis modales.

—No hay nada que perdonar.

Los tres nos miramos en este punto.

—¿Ella está bien? —pregunto.

Su madre cabecea diciendo que sí.

—Bueno, está débil pero ha aceptado pasar unos días en el hospital para
ver qué pueden hacer los especialistas.3
—Gracias por traerla de nuevo con nosotros —dice él, en su turno para
agradecer.

—Yo no hice nada, ojalá pudiera haberla devuelto a casa desde el


principio y haberles evitado el mal trago. Bueno, comprendo que es poco
decir mal trago.

—Casi dos meses... —dice su padre.

—Cuarenta días enteros. Pero se han sentido como años —dice ella en
voz baja—. Aún no asimilo que haya vuelto. Que está en esa camilla del
hospital. Desde el jueves que volvió y hoy viernes no he dejado de
admirarla, parece como si no fuera mi Emma.2

Su marido le pasa un brazo por los hombros y la consuela.

—Queríamos verte en persona y agradecerte que la convencieras de que


volviera.

—Repito, no hice nada que no hubiera hecho cualquier persona.

—Pero fuiste tú y te estamos agradecidos —dice su madre—. No quiero


lanzarme a hacerte preguntas porque sé que solo estuviste con ella
cuatro de estos últimos días pero... ¿te contó algo? ¿Te dijo si había
estado con alguien antes que contigo? ¿Alguien la ayudó? ¿O estuvo
todo ese tiempo sola dando tumbos por ahí?6

—Margaret, la policía ya...

—No importa —lo interrumpo—. Emma no me dijo nada —le digo a su


madre—, pero sé que estuvo bien. Un día me hubiese sido suficiente
para descubrir lo inteligente que es y no dudo que en todo este tiempo
ella ha sabido cuidarse.
Margaret asiente como intentando creer en mis palabras y convencerse
de que en ese tiempo su hija estuvo bien.

—Sí, siempre ha sido muy, muy inteligente —se ríe.

Su padre carraspea inquieto, como si no se atreviera del todo a seguir la


conversación.

—En el tiempo que estuvo contigo, ¿no te dijo si había sufrido algún...
momento de miedo, algún susto que su corazón...? —Al fin se anima a
preguntar pero no termina de formular la pregunta dado a que nota como
su mujer se preocupa ante mi respuesta.

¿Qué hago?

—Eh... no. —Carraspeo—. Ella no me contó nada de eso. Lo siento.

Mentir.

—Bueno, por suerte ahora está siendo atendida —dice él, más que nada
para consolar a su mujer.

—¿Ya hay un donante?4

Me atrevo por fin a formular la pregunta deseando con todas mis fuerzas
recibir una respuesta afirmativa.

Ambos alzan la vista en mi dirección con desilusión.

—No —me comunica él.29

—Pero... pero... según me he enterado, ella nació con problemas de


corazón, ¿no?

—Así es —responde Margaret.


—Han pasado dieciocho años, ¿aún no han encontrado un donante para
ella?3

—Verás —comienza a explicarme ella—, cuando nació le pronosticaron


una enfermedad, a los meses otra, a los dos años otra y han estado sin
saber lo que tenía exactamente unos quince años, cuando estaba a
punto de cumplir los dieciséis, dijeron que había que operar. Que era la
única opción viable ya para ella. Desde ese momento estuvo en lista de
espera para encontrar un donante pero el milagro se hizo de esperar y,
cuando por fin llegó.... ella se fue. No pudieron operarla. Así que,
volvemos a empezar de cero.

Su marido no dice nada, solo mira hacia otra dirección sin separar su
brazo de sus hombros.

—Lo siento tanto...

—Ya —me dice ella y entramos en un silencio desesperante.

Después de un par de minutos de pie y sin decirnos nada, me atrevo a


formular la segunda pregunta que más he estado esperando para hacer:

—¿Puedo ir a visitarla?

—Claro, cuando quieras —responde inmediatamente su madre.

—Le has caído muy bien —me comenta Bill, como si se alegrara de que
su hija haya hecho un amigo durante este tiempo.4

—Gracias, la iré a visitar hoy mismo.

—Bueno, mañana le abrirán las visitas de nuevo —me comunica


Margaret—, por eso no habíamos venido hasta ahora. Queríamos pasar
todo el tiempo que nos dejaran a su lado. Hoy tiene que descansar todo
lo que resta de día.

—Bien —asiento—. Entonces iré mañana a verla.

—De nuevo, gracias muchacho. Todo lo que necesites durante tu


estancia aquí, no dudes en pedírnoslo.

Le agradezco al senador sus palabras pero le digo que no me gustaría


abusar, que esperaré hasta que Emma salga del hospital y saber que
está bien para volver a casa. Él me mira deseando creer al igual que yo
en que Emma saldrá del hospital algún día.

—Puede que el proceso se alargue mucho tiempo —dice su madre,


dándonos un golpe de realidad a todos.

—Bueno, puedo permitirme algún par de semanas más aquí. No me


gustaría abusar así que, buscaré un hotel que pueda costearme para ese
tiempo e iré esperando buenas noticias. Yo seguiré confiando en que
antes de ese tiempo Emma saldrá de ese hospital y podrá volver a hacer
su vida normal.3

Su madre me sonríe con dulzura.

—No te preocupes por el hotel, si quieres quedarte ese par de semanas


esperando la recuperación de Emma, correrá por mi cuenta. Sé que
tienes vida en tu país, así que hasta cuando decidas regresar, tu estancia
aquí correrá por mi cuenta —reitera su padre.12

Esta vez no me permite rechazar la oferta así que me limito a


agradecérselo.

—Disculpad si soy indiscreto con el tema pero... me gustaría saber si ella


sabía que su corazón estaba mal.1
Su madre niega con tristeza y arrepentimiento reflejado en sus ojos.

—Se lo ocultamos porque primero queríamos saber qué tenía y cómo


curarla, pero así se fue alargando el tiempo y ella se enteró cuando entró
en lista de espera para un donante. Se lo tuvimos que contar porque no
sabíamos cuándo se podría operar y había que prepararla. Tal vez
hicimos mal.

—Bueno, entiendo que fue por ahorrarle esa mala noticia a una niña que
todavía era muy pequeña.

—Pero a lo mejor si se lo hubiéramos contado antes ella no nos habría


abandonado. Tal vez no confió en nosotros e infundida por el miedo se
fugó de casa. Sé que así no es mi hija, pero aún intento comprenderlo.
Aún intento buscar una explicación...

Me dice como rogándome con los ojos, pidiendo que yo le dé el motivo


que ha estado buscando sin éxito.

—Si yo lo supiera... —me permito mirar rápidamente a Bill—, se lo dijera,


pero ella nunca me dijo el porqué.

—Entiendo... ni siquiera a nosotros nos lo ha dicho aún y no queremos


presionarla, solo hacerle sentir todo el amor que no hemos podido darle
en todo este tiempo.

—Creo que es hora de dejar descansar a Derek, Margaret. Ya le hemos


molestado bastante —finaliza Bill.

—Para mí no ha sido ninguna molestia. Es más, agradezco todo esto,


pensé que no se me permitiría ir a visitarla al hospital y me sabría mal
enterarme por las noticias de cualquier cosa que pasara...
—Tranquilo, te mantendremos informado. Y ya nos veremos, es lo más
seguro, tal vez en el hospital —me dice Bill.

—Gracias por aceptar hablar con nosotros —me dice su madre tomando
mis manos de nuevo—. Gracias por todo, Derek.

Sus palabras me hacen recordar con fidelidad a su hija. Emma me dijo


exactamente lo mismo. Es como verla dentro de... treinta años. Sin una
gota de maquillaje y con la aflicción reflejándose en su rostro, ella sigue
deslumbrando.4

Me da un último apretón en la mano y su marido se despide con la


cordialidad esperada, luego de eso salen por la puerta y hablan con
alguien, es el hombre trajeado que me acompañó hasta allí. Las puertas
se cierran y dos minutos después, habiéndome tomado mi tiempo para
soltar todo el aire contenido, cuando las abro para dejar el despacho, lo
veo ahí.

—Mi nombre es Aiden, durante su estancia en el país estaré a su


disposición para cualquier cosa señor Gibson.15

Por primera vez, me permito reparar en él. Tendrá como mucho unos
cuatro o cinco años más que yo y ambos somos igual de altos. Es de
esos tíos que sí son cinturón negro, se lo notas en la cara.

—¿Vas a ser mi guardaespaldas?

—No, señor. A menos que lo considere necesario, puedo hablarlo con el


sena...1

—No, no, solo era una pregunta, tranquilo. Gracias.

Da un asentimiento dejándolo estar y procede a enseñarme algo que


lleva en la mano.
—Aquí está un teléfono y mi número está guardado —me dice,
pasándome un teléfono con toda la pantalla de vidrio excepto el botón de
abajo en el centro—, cuando quiera contactar con la familia James, o ir al
hospital a visitar a la señorita Emma, o cualquier cosa..., llámeme. Un
placer.9

Da un asentimiento y se retira.

Me quedo un poco anonadado, viendo como se va y yo aguantando el


teléfono en mano. Miro de nuevo el aparato y lo enciendo.

—Vale, me están tratando como a un rey... —susurro para que solo yo


pueda oírme—. Ahora sí que no quiero imaginar qué pasaría si supieran
la verdad.13

Regreso a la habitación, lanzo el móvil a la cama y antes de lanzarme yo,


la puerta suena.1

—Señor Gibson, esto es para usted —me dice un trabajador del hotel,
enseñándome una caja.

—¿Ah sí?

Le pregunto, enarcando mucho una ceja.

—¿Quién lo envía?

—Solo me han dicho que se lo dé y que le diga que lo abra.7

—Ah, vale, pues muchas gracias.

Tomo la caja y cierro la puerta. También la dejo la cama, pero esta me


crea tanta curiosidad que no espero nada para abrirla. Dentro hay una
caja más pequeña con la foto del móvil que me ha entregado Aiden
minutos atrás y con eso ya entiendo que debe proceder de la familia
James, como los ha llamado antes. Lo otro que hay dentro de la caja es
un CD. El fondo de este es negro y en el centro hay el dibujo de una
mujer rubia sentada, sosteniendo un pájaro blanco, según mi parecer,
una paloma. Vuelvo a mirar la caja, aún queda algo por sacar. Me río al
verlo, yo tengo uno, pienso. Es un reproductor de CD portátil. Debajo de
él, hay una nota doblada que pone:2

"Sé que eres de los que tuvo uno, solo he tenido que restar tu edad al
año en el que estamos. Escucha el CD. Todas me encantan. La #7 es la
del coche, preciosa, ¿a qué sí? La #10 es muy... te dejaré que saques
tus propias conclusiones al oírla.4

Muchos, muchos besos. FDDSV.31

Emma."3

Sonrío cual crío con juguete nuevo y aparto la caja de la cama para
poder sentarme en ella con las piernas estiradas a escuchar el disco. Lo
pongo en el reproductor de CD y me coloco los auriculares. Parece que
fuera casi veinte años atrás, cuando era un niño y escuchaba los CD de
mi madre en el asiento de atrás del coche en uno de estos las veces que
quería que me terminara durmiendo. Ahora no pasa como esas veces, no
me duermo, sino que escucho todas las canciones hasta que llega la
número 10.

Llego a la misma conclusión que me imagino que llegó Emma al


escucharla, pero mañana, cuando vaya a visitarla, tendré tiempo de
preguntárselo.7

Después de escuchar el disco por segunda vez, decido que tengo que ir
a despejarme un poco las ideas. Después de la visita de los padres de
Emma, la cual fue fugaz pero intensa para mis emociones, y de este
regalo inesperado de Emma, lo único que me ronda la cabeza son temas
demasiado tristes. Al día siguiente tengo planeado ir al hospital a visitar a
la chica de ojos verdes, no puedo permitirme por nada del mundo
contagiarle mi bajón.7

Camino durante una hora por las hermosas playas de la ciudad viendo
como cada paseante va acompañado, incluso las personas que hacen
ejercicio van acompañados por sus perros.

En el paseo caigo en la cuenta de que nunca a lo largo de este viaje he


estado solo. Bueno, la idea principal fue hacerlo junto a Hanah, así que si
las cosas hubieran salido según lo previsto, siempre hubiera estado
acompañado. Pero después de que los planes cambiaran y Hanah
tomara un avión de regreso a casa, la niña loca que se subió a mi coche
y la que fue la causante de que los planes se fueran al garete, se
convirtió en mi acompañante en un viaje imprevisto y sin rumbo fijo. Y lo
fue los cuarenta días que siguieron. ¿Y hoy? Hoy estoy solo, sentado en
una playa maravillosa, admirándola, observando a la gente y escuchando
el acento de los lugareños, aunque lugareños no sea la palabra exacta
ya que este no es un lugar pequeño. Hoy, en vísperas para el día más
amoroso del año, Derek Gibson está solo y lejos de casa.21

Recuerdo otros años, mi madre decorando la casa con la típica temática


y mi padre refunfuñando al verse amenazado por tanta alegría, sabiendo
que le esperaba un día entero de romanticismos. Cuando no lo oía
refunfuñar era cuando iba acabando el día, Dios me libre de pensar el
porqué. Hubieron otros años en los que el centro de ese día era una
chica: Hanah. Flores, chocolates, condones, películas, fotos y muchos
besos. La recuerdo bien, a ella fue a la primera que le dije te quiero. Y sé
que la quise, pero tal vez me faltaba madurar para saber valorizar la
importancia de tener a una persona a mi lado. Siendo sincero conmigo
mismo, en este preciso momento de mi vida sigo creyendo que aún me
queda mucho para madurar. Sé que lo que ocurrió con Emma, ese casi
secuestro en la gasolinera, son cosas inverosímiles de la vida que no le
pasa casi a nadie, pero a mí me pasó. Tal vez a otro Derek más
maduro..., menos idiota, en definitiva, a un Derek que fuera una mejor
versión de la que era hace cuarenta días y de la que soy hoy, la situación
le hubiera repercutido de otra manera. Tal vez no hubiera habido
cuarenta días con Emma, porque hubiera hecho las cosas como las hace
alguien que tiene la cabeza bien puesta sobre los hombros y habría
elegido en primer lugar a Hanah. Tal vez hubiera llamado a la policía
para que se hiciera cargo de esa chica y un par de semanas después,
habría recordado el incidente sacudiendo la cabeza.4

Pero solo la vida sabe por qué y cómo se dan las cosas. Hace cuarenta
días yo no era esa versión mejorada y abandoné a la que era mi novia en
una gasolinera, e huí con la que en su día era una completa desconocida.
Hoy en día tampoco soy esa versión mejorada de mí mismo pero no me
arrepiento de no serlo. Ya llegará el día en que lo sea, pero ahora no me
arrepiento de no haberlo sido antes. Gracias a eso conocí a Emma y,
aunque desgraciadamente tuve que perder a Hanah para darme cuenta,
ahora sé qué es lo que necesito ser antes de volver a tener una relación
con alguien. Cuando llegue el momento, estaré listo para querer,
valorizar y respetar a esa persona como se merece.37

En fin, toda esta loca aventura me ha arrastrado hasta aquí, al punto


donde estoy solo sentado en una playa llena de gente valorando las
cosas que tuve y que no valoré en su día. No diré que me arrepiento de
haber tomado malas decisiones aquellos días, entre los que está el día
que conocí a Emma y perdí a Hanah. Esas malas decisiones me han
llevado hasta este punto, el punto en el que considero que a mis casi
veinticuatro años, y después de unas cuantas experiencias muy locas en
un país muy lejos de casa, sin novia (algo que tenía cuando llegué) y sin
tanto dinero como cuando aterricé, ha llegado el momento de aprender
de los errores y finalmente madurar.3

Ya me lo decía mi madre, eres de los que algún día un buen golpe les
hará espabilar.3

Un Frisbee aterriza a cinco centímetros de mí y lo miro como si yo


hubiera esquivado un dardo de milagro, es el objeto volador sí
identificado que me saca de mis ensoñaciones reflexivas. Lo tomo y
levanto la vista para buscar a su dueño.1

Su dueño llega corriendo a cuatro patas, babeante y expectante a mi


señal, solo tengo que tirarle el platillo para que vuelva a salir corriendo
detrás de él. Es un precioso Kelpie negro. Su collar dice que se llama
Rocky.4

Su dueña llega corriendo y jadeante a pedirme perdón.

—Tranquila, le he caído bien, no me ha mordido —le digo, acariciando al


juguetón.

—No, él no muerde.1

Cojo el collar y lo vuelvo a leer.

—¿Rocky por la película?

—Oh, no, yo y mi pareja tenemos cada una un perro y cuando los


adoptamos decidimos que los llamaríamos con nombres conjuntos por
algo que nos trajera recuerdos en común. En fin, de Rock and Roll.11
—Oh —me río, de verdad que me ha tomado desprevenido su ingenio—.
Entonces debo imaginar que el otro se llama...

—Roll, sí —se ríe ella también—, pero le llamamos Olly o Rolly de


cariño.3

—Es genial —le digo pasándole el disco.

—No, no, adelante, lánzaselo tú, Rocky va haciendo amigos por toda la
playa.

Lanzo el disco y Rock apodado Rocky se va corriendo detrás de él.

—Un gusto, hasta otra —me dice la morena y se va corriendo.

Los veo alejarse y se me ocurre algo divertido: cuando tenga gemelos, ya


sé cómo llamarlos. Al segundo siguiente mi subconsciente me está
gritando: haaalaaa, relaja muchacho. Aún ni has madurado, no pienses
en hijos todavía y menos en dos de golpe. 8

**********************************
CAPÍTULO 28
14 de febrero.20

No debe ser agradable pasar el día de San Valentín en una camilla del
hospital, pienso, mientras subo por el ascensor.2

Aiden me ha traído hasta aquí en un coche negro muy cómodo, ha sido


la primera vez en mucho tiempo que he ido sentado en la parte de atrás,
observando las calles al pasar y no con las manos encima del volante. El
chico, que siempre va trajeado, me ha ido informando de los consejos y
las opiniones de los médicos, también me ha dicho que Emma ha
recibido muchas visitas y que la prensa ha estado vigilante a las puertas
del hospital desde que ingresó. Por suerte, no han notado nada cuando
hemos pasado con el coche en frente de ellos, aunque Aiden me avisa
de que es cuestión de tiempo que me reconozcan como el chico con el
que Emma pasó los cuatro días anteriores a su regreso a casa.

Cuando llego a la planta en cuestión, Aiden me guía a través del pasillo


hasta la habitación 13. No entra conmigo pero me deja indicado que es lo
que tengo que hacer para que él me vaya a recoger en cuanto quiera
irme. Se lo agradezco.

—¿Se puede? —pregunto, asomándome por la puerta entreabierta.

—Claro —me dice Margaret—. Pasa.

Hoy luce un pantalón rosa pálido ancho que le llega hasta los tobillos y
de nuevo, una camisa blanca por dentro que tiene las mangas
remangadas.
La saludo. Ella se acerca a mí para darme un tierno apretón de manos, lo
da tomando una de mis manos y apretándola levemente con sus dos
manos.

—¿Qué tal estás? —me pregunta.

—Yo bien, ¿y ella?

Me indica que siga adelante. Tomo con dos manos la rosa que llevo y me
quedo asombrado por la cantidad de ramos que hay en esa habitación.
Entre tantas flores, ahí está ella, sentada con las piernas cruzadas con
un libro abierto entre las manos. Nada más verme, lo cierra y me estira
los brazos.3

—Veo que te has vuelto vaga —bromeo, antes de acercarme.

Ella se ríe.

Nos damos un abrazo que debe ser breve pero que no llega a serlo del
todo.13

—Te he echado de menos —me susurra antes de separarme.

—Yo también —le digo, también en voz baja cuando la miro.

—Bueno —carraspea—, que alegría volver a verte —me dice, en voz alta,
para que su madre nos escuche.

—No tenía nada más que hacer... y dije, voy a visitar a Emma.

Ambos nos reímos.

—Ah, por cierto, esto es para ti —le digo, extendiéndole el brazo con la
rosa.

—Ohhh —corea ella—, gracias.


—Tienes cientos... pero... —me rasco la nuca, mirando todos los ramos.

Hay por el suelo, encima de algunas sillas, hay uno grande en un sillón y
dos en una mesita cerca de la camilla. Todos son rosas blancas y rosas.

—Bueno, no tenía ninguna roja —me dice, oliéndola—. Me imagino que


debe ser porque es San Valentín.

Sonríe, moviendo sus cejas de manera insinuadora.7

—Mira mamá —la llama, ella está detrás, apoyada en la pared,


mirándonos—, me ha salido un admirador.9

Margaret sonríe desde el segundo plano que ha adoptado.

—Uno muy guapo.24

Ooh.

—Ooh.22

Muchas gracias, todo lo que veis es natural.67

—Muchas gracias, todo lo que veis es natural —digo, la primera tontería


que se me ocurre.11

Margaret se ríe, Emma también pero añade algo más.

—Que modesto ha salido.3

—Bueno, voy a ir a por un café. ¿Tú quieres algo Derek?

—Eh... no gracias.

—Bien, entonces os dejo un rato para que charléis.

Ella se acerca para llenar a su hija de besos y después de palmear uno


de mis hombros, se va.
—A mi madre le has gustado —me comenta, mirando la rosa.

—No creo que sea muy difícil gustarle a tu madre.

Elba me sonríe. Bueno, la que únicamente yo conozco como Elba.

—Es por el acento, realza todo lo que tienes, te hace mucho más
atractivo.3

—Voy a terminar sonrojándome, James.11

Se ríe a carcajada limpia.

—¿Ha venido mucha gente a verte?

Asiente.

—Sí, sobre todo familia.

—¿Y te han traído todos esos ramos?

—Ellos y las revistas, algunos periódicos, varios compañeros de trabajo


de mis padres y bueno, uno es de mi colegio.

Me acerco a una mesa donde hay un osito de peluche y lo cojo.

—Ese es de mis abuelos paternos, el ramo que hay detrás venía con el
oso.

—¿Tus padres han permitido que la prensa te vea?

—No, todos los de la prensa han llegado por encargo. Tengo al hospital
harto de recibir tantas flores, estoy segura.3

Le sonrío negando con la cabeza. Ella no podría hartar a nadie. Bueno,


en realidad sí, porque es bastante pesada, pero se la acaba cogiendo
cariño.17
—¿Qué tal estos días de vuelta en casa?

Se encoge de hombros, luego mira a todos lados.

—Esto no es mi casa.

—Quería decir...

—Lo sé, lo sé —me asiente con la cabeza—. Con mi familia la cosa


está... bien, supongo. Digo, ellos intentan hacer ver como si no hubiera
pasado nada, solo me dan amor y me tratan bien. Es mejor de lo que me
esperaba. Me imaginaba el volver a casa como un persistente acoso
entre mi familia y la prensa; ¿qué había pasado? ¿por qué lo había
hecho? ¿Dónde había estado? —Pone los ojos en blanco—. Todos están
haciendo un gran esfuerzo por no presionarme.

Me siento delante de ella, a los pies de la cama. Ella se estira para


alcanzar un jarrón ocupado con un ramo de flores, el ramo solo tiene
cinco rosas blancas. Emma quita el ramo y coloca la rosa roja que le he
traído dentro del jarrón.

—Las rosas blancas me hacen creer que he entrado en una boda.4

Ella se acaba de colocar en la cama y se ríe mirándome.

—No seas tonto —cruza de nuevo sus piernas—. La gente me las regala
porque sabe que son de mis favoritas.

—Ah... —asiento—. ¿De tus favoritas? ¿Hay más?

Asiente.

—Las rosas de color rosa, bueno en realidad las rosas en general, pero
las rojas casi nadie me las regala —se encoge de hombros—, y los
tulipanes violetas.
—Vamos, cualquier flor típica de una boda.

—Espero que no estés pensando en que yo sería capaz de decorar una


boda con flores rojas, rosas y lilas al mismo tiempo.

Me dice, con una mirada amenazante. Yo niego rápidamente con la


cabeza.

—Eh... me alegro de que te estén tratando bien —reanudo el tema


anterior, rascándome el brazo.

Los dos nos quedamos callados de repente y estamos cada uno a lo


suyo durante un rato.

—Sí..., están siendo muy pacientes conmigo —dice al final, luego suspira
pesadamente—. Aunque... hoy le contaré todo a mi padre.

La miro pero no añado nada, solo un profundo suspiro.

—¿Tienes miedo? —le pregunto.2

—Estoy nerviosa —confiesa—. Voy a tener que enfrentar a mi padre y


contarle cada cosa que sé y cada cosa que hice, el cómo y el porqué.

—¿Y a tu madre?

—No —responde deprisa—. A ella no le contaré nada, lo pasaría


tremendamente mal. Yo no quiero que entre ellos dos se cree distancia
por esto. Son almas gemelas, se quieren, los errores de mi padre que los
cargue su conciencia, no tiene por qué perturbar a mi madre.1

Le doy un asentimiento mostrándole que apoyo todo lo que ella decida


hacer y dirijo mi mirada al jardín improvisado de todo nuestro alrededor.
Hay un arreglo de rosas que tiene la forma de una E.2
—¿Cómo te tratan los médicos? —le pregunto, curioso, intentando
sonsacarle algo de información sobre su estado—. ¿Y los enfermeros?

—Bueno... están siempre diciéndome que descanse. Llevo casi tres días
aquí y a veces he llegado a dejar de sentir mi culo.

Me río.

—Te dan unas drogas algo extrañas al parecer.3

Me golpea con un cojín de manera juguetona.

—Es por pasar tanto rato sentada. La idea de salir a caminar y a tomar el
aire está completamente fuera de mi alcance. Salir es un deporte de alto
riesgo para mí.

Elevo las cejas, sorprendido por lo que me cuenta.

—Es irónico, antes íbamos por ahí dando tumbos y ahora...

—Y ahora estoy encerrada en un hospital.

—Ya verás como sales pronto —carraspeo y me acomodo antes de


preguntarle—: ¿tú cómo te sientes?

Emma me mira directamente a los ojos, luego mira sus manos y se


encoge de hombros.

—Estoy bien. El jueves, después de todo el interrogatorio, pasar de allá


para acá en un coche patrulla y luego pasar tanto rato siendo atendida y
analizada por médicos, me encontraba muy exhausta. Sentía que al
dormir no volvería a despertar. Pero me desperté. Ayer viernes fui
cogiendo fuerzas y hoy estoy mucho mejor. Además, tenerte aquí me
ayuda a sentirme bien.

Le sonrío con sincera ternura.


—Tú también me haces sentir bien.13

Llega su turno de sonreírme a mí.

—Me gustó el disco, por cierto. Gracias.

Sonríe más intensamente aún.

—¿Sí? —recoge sus piernas para dejarlas frente a su pecho y


abrazarlas—. Cuéntame, ¿cuál es tu favorita?

—La número 7 me hace pensar en ti —sus ojos se iluminan—, quiero


decir, que me recuerda a ti. La escuchamos un millón de veces.28

Ambos nos reímos, ella me da la razón.

—La número diez es más... nosotros dos. No sé cómo explicarlo, es


como la canción de todo esto —gesticulo con los brazos, señalándonos a
nosotros dos y todo nuestro alrededor.8

—Te entiendo, lo mismo pensé yo. Es tan exacta que parece que la
escribimos alguno de los dos.

Suspira pesadamente de nuevo. Después de ese gesto recuerdo algo.

—¿Qué significa "FDDSV"?

—Oh —se ríe—, Feliz día de San Valentín. Lo puse porque no sabía si al
final nos veríamos hoy.2

—Ah, pues igualmente a ti.

—Gracias —me da un guiño dulce.

Miro hacia la puerta y luego a los lados antes de preguntar lo que ya


hace un rato estaba rondando por mi cabeza.
—¿A ti también se te hace un poco raro tener que hablarnos y
comportarnos como si solo nos conociéramos de hace seis días?

Emma asiente, frunciendo sus labios y con una mirada de "lo siento" en
los ojos.

—Pero debe ser así.

Me extiende una mano y yo se la tomo. Ella aprieta la mía levemente, yo


antes de tan siquiera pensarlo, me la llevo delante de los labios y
deposito un beso en el dorso de su mano. Cuando reacciono, me
disculpo. Ella traga fuerte, negando con la cabeza haciendo ver que da
igual.46

—Me sigue pareciendo curiosa a mí misma la manera en la que nos


queremos, Derek.3

Me comenta. Se me escapa una risilla.

—Bueno, tal vez eso se deba a que las personas estamos muy
acostumbradas a clasificar todo, incluso el amor. Este —nos señaló a
ambos—, no entiende de esas cosas.

Me sonríe con ternura, ahora ella a mí.

—Eso está bien.

Se acerca a mí para abrazarme y susurrarme en el oído:

—Por si luego no puedo dártelo —me frota la espalda, refiriéndose al


abrazo—. Gracias por haber venido.1

Pasan escasos segundos y nos apartamos, los dos entendiendo que es


por si acaso.

—Si quieres puedo venir todos los días.


Ella me sonríe como si le pareciera una buena idea, luego algo le quita la
sonrisa de la cara.

—Bueno, si alguna vez te saltas un día y tan solo te limitas a llamar...


sería menos sospechoso —dice, cabizbaja—. Aunque yo hoy le cuente
todo a mi padre, aún hay que seguir con la farsa frente al resto del
mundo, policía, prensa y demás.

Suspiro con resignación. Esa visita está llena de suspiros.

—De acuerdo.

Me levanto para separarme de ella e ir a tomar asiento a una silla.


Primero la vacío, la llevo hasta delante de la camilla y ahí me siento.

—Bueno, ¿y qué has estado haciendo estos días? —le digo algo
bromista, señalándome el dorso de una mano para indicarle que me
refiero al parche que tiene ella en la suya.

Ella se mira la mano.

—Desde que ingresé hasta hoy antes de que llegaras me han mantenido
con suero, pero ya me lo han quitado —se acaricia el dorso.

—¿Y eso?

—Dicen que tengo mejor cara.

—Uff, que terminología tan propia de médicos —me burlo.

—Te lo digo en serio, eso es lo que me han dicho a mí. Los médicos solo
hablan con mis padres, a mí me lo traducen todo como si fuera tonta —
se encoge de hombros.

Como era de esperar, eso es algo que le enfada. Cualquiera lo notaría en


las muecas de su cara.
—Mejor cambiemos de tema. ¿Te gusta la comida?

—Pues la verdad es que le falta algo de sal para mi gusto...1

—Vaya, el servicio está siendo pésimo.1

Se ríe.

—Pero son graciosos.

Mira a todos lados antes de decirme algo.

—Aunque claro, nada comparado con tu humor. Te he echado en falta —


me confiesa con voz baja.1

—Prometo que cada vez que venga haré chistes malos y seré lo más
sarcástico posible.

—Uy, no, mejor no, serían dosis letales —se ríe.

En ese mismo momento su madre entra en la habitación con una bolsa


en la mano y un café en la otra. Nos mira a ambos y nos sonríe como si
estuviera admirando un perfecto día de verano.

—¿Qué tal, chicos? —Entra y cierra la puerta—. Os he traído algo.

Se acerca a mí, deja el café en una silla y me entrega una bolsa de papel
y una botella de zumo.

—No sabía cuál te gustaría así que he cogido uno de naranja —me dice
algo insegura.

—No hacía falta, de verdad, pero muchas gracias.

Me sonríe antes de decir:


—Claro que hace falta, hablar da hambre. Eso lo sabe muy bien Emma.
Ella habla hasta por los codos como su madre, ¿verdad, cariño? —Se
acerca a ella y le da un beso en la frente—. Toma, a ti te he traído un
zumo de piña. No se lo digáis a nadie, eh.

Los dos asentimos como dos niños obedientes.

—Muy bien, ¿de qué charlabais?

Dice, yendo de nuevo a por el café que había dejado encima de una silla.
Aparta las flores, coge la silla y la arrastra hasta al lado de Emma para
tomar asiento allí y entonces le da un sorbo a su café.

—De lo mala que es la comida de los hospitales —dice Emma.2

Margaret se ríe.

—Bueno, no está del todo mal —me mira a mí—. Derek, ¿te quedarías a
comer con Emma? Sería gracioso, algo así como una cita con comida del
hospital.40

—¡Mamá!

—¿Qué, qué? —Emma mira a Margaret con los ojos fuera de su órbita—.
Ah, vale, cielo, perdón, perdón. No volveré a bromear.

La madre me mira a mí con cara de "no sabía que no podía hacer estas
bromas, lo siento" y da otro sorbo a su café. Emma también me mira y
pone los ojos en blanco como diciendo "mi madre siempre
avergonzándome". Yo estoy ahí sentado, apoyando los codos en las
rodillas y pensando en abrir la bolsa de papel para dejar de sentirme
observado.4
—Te he traído un poco de lamington, espero que te guste. ¿Los has
probado ya?

Niego con la cabeza.

—Pruébalo —me dice Emma a sabiendas que yo ya lo he probado. Lo


sabe porque lo probé por ella.1

Abro la bolsa de papel y cojo un trozo, le doy un mordisco y ellas esperan


expectantes.

—Está muy bueno.

—¿Ah qué sí? —dice Emma.

—Es uno de los dulces favoritos de Emma.

—¿Uno? —pregunto yo.

—Uy sí —responde su madre—, Emma siempre tiene un montón de


cosas favoritas, no puede limitarse a tener solo una, ¿no es así Emma?1

Emma la mira con una sonrisa tímida que oculta un "sábanas tragadme".

—Solo con los dulces.

—¿Y con las flores? —Le pregunta su madre.

—Bueno...

—¿Y con los colores? ¿Y qué hay de cuando tenías que decirle a la
gente cuál era tu dinosaurio favorito?

Yo miro a Emma y le digo entre dientes "el Velociraptor".1

—Mi favorito era el Velociraptor —dice la hija.

—Y el Diplodocus y uno que volaba —añade la madre.


—Cierto —dice, mirando a otro lado—. No soy buena eligiendo favoritos.3

Su madre añade algo más pero no la escucho, tan solo me limito a darle
otro mordisco al bizcocho y a observar como esta peina con la mano a su
hija. En sus ojos se refleja la adoración y el cariño. Su rostro delata el
cansancio que la consume, pero sus ojos brillan al mirar a Emma. Para
Margaret ahora mismo todo lo malo puede esperar detrás de la puerta de
esa habitación, ella está demasiado ocupada ahora admirando a su hija y
llenándola de amor.

—¿Qué me dices, Derek, te apuntas? —me pregunta Margaret.

—Perdón... no lo he oído bien —me disculpo.

—A quedarte a comer aquí conmigo y con Emma. Prometo que no será


una cita.

Miro a Emma esperando su aprobación, ella sonríe con los labios


sellados y me asiente con efusividad pero sin que se note.

—Claro, por mí encantado.

—Está bien —dice Margaret palmeándose los muslos antes de


levantarse—. Iré a preguntar a qué hora darán la comida y si podemos
comer con ella.

Cuando abandona la habitación, Emma suspira con fuerza.

—Al final se ha salido con la suya.

—¿Te refieres a lo de la cita de San Valentín con comida de hospital que


no va a ser una cita pero sí con comida de hospital?16

—Un planazo, ¿a qué sí? —suelta.

—Pues a mí me gusta.
Le digo, dejando la bolsa de papel vacía a un lado, estirando las piernas
y colocando mis brazos detrás de mi cabeza, como si fuera a tomar el sol
en la playa. Emma solo me observa.

—Sois tal para cual, bromistas y con tornillos sueltos —comenta, casi en
voz baja.1

Le levanto una ceja, transmitiéndole con el gesto un "no me digas".

Cuando vuelve Margaret, ella propone jugar a algo hasta que llegue la
hora de la comida. Cogemos una libreta y en ella dibujamos algo que
queremos que los demás adivinen. Gana Margaret, ella nos acusa de
dejarle ganar así que volvemos a jugar otra ronda. Esta vez gana Emma.
Ambas me dicen que dibujo fatal, ellas no saben apreciar lo que es arte.
Lo que es curioso porque al parecer, aquella vez que fuimos a un museo,
según Emma yo no sabía apreciar muy bien del todo el arte.1

Dos horas después, no solo jugando sino que también hablando de las
cosas que estaban publicando la prensa y de si me gustaba la ciudad,
llega la comida. Tajine de cordero (o eso era lo que dijeron los
enfermeros) con sándwiches, brócoli, maíz, fruta (una graciosa tacita con
trozos de piña, sandía, melocotón y uvas) y pan.5

—El cordero nunca me ha fascinado... —comento, probándolo.

—A mí tampoco —dice Emma.

—Si os lo coméis luego os doy un chicle de menta —dice Margaret, para


animarnos, pero lo que consigue es que nos riamos.

Después de la comida Margaret nos dice que vayamos a dar una vuelta
por la planta que ella va a quedarse leyendo un rato. Eso hacemos
Emma y yo. Algunos de los pacientes que nos encontramos en el paseo
–para llamarlo de alguna forma– reconocen a Emma. Sus
guardaespaldas, los que estaban a lo largo del pasillo cuando llegué, nos
siguen desde una distancia prudencial. Nadie nos dice nada pero es muy
probable que alguno de los visitantes –ya que había varios esperando
con sus móviles en mano–, nos haya fotografiado. Es probable porque
hoy en día todo el mundo hace fotos de todo, pero yo no me he dado
cuenta.

Cuando estamos sentados en un banco del hospital mirando un ventanal


que da a un patio trasero con un modesto jardín, Emma apoya la cabeza
por breves segundos en mi hombro derecho, antes de recordar que
estábamos siendo observados por sus guardaespaldas.

—Gracias por venir, Derek —dice, imitando mi acento.1

—Ha sonado creíble —bromeo.

"No sigas dándome las gracias, por favor", le susurro después de unos
minutos en silencio.

—Señorita James, su padre ha llegado —nos avisa una voz masculina


conocida para mí.

Ambos nos giramos, es Aiden. Emma me mira como avisándome que ya


es prudente que me vaya.

—Gracias, Aiden. Te encargo a Derek —le dice, levantándose y


caminando de regreso a la habitación.

Así, sin despedirse, me encarga a su guardaespaldas como si fuera la


reina de Inglaterra y se va.

Se gira a unos metros de distancia y me dice adiós con la mano.


Ya creía que no se iba a despedir, me digo a mí mismo.1

—Podemos irnos cuando me diga.

Me avisa Aiden, haciéndome volver a la realidad.

—Claro, pongámonos en marcha.

Yo camino por el pasillo y él va detrás de mí. Bajo por las escaleras, no


uso el ascensor porque no me hace falta. El piso estaba en una de las
últimas plantas, así que me da tiempo de pensar mientras bajo. Aiden no
molesta, es como tener una segunda sombra.

No me doy cuenta de cuando llego al vestíbulo y cruzo las puertas


corredizas. Aiden se adelanta y se coloca delante de mí cuando se da
cuenta de lo que pasa. Yo tardo un poco en reaccionar, sobre todo
porque los flashes me han cegado.

¿Qué hace toda esta gente bloqueándome el paso?, me pregunto,


atontado. Es en ese momento cuando mi cerebro reacciona y me explica
que son periodistas. Todos ellos hablan a la vez y no se les entiende
nada. Yo los miro aturdido mientras Aiden nos abre paso entre ellos.

"No incordien, por favor." No para de repetir.

Cuando llegamos al coche me dice que me vuelva a sentar detrás porque


ahí no podrán verme. Salimos del recinto del hospital y es cuando él se
decide a hablarme.

—Justo como le avisé. Es su trabajo y al parecer lo han hecho bien.

Me mira através del espejo retrovisor.

—No sé cómo lo han sabido.


—Habrá sido cosa de las redes sociales —dice, mirando los semáforos—.
Había gente con móviles que vio a la señorita Emma.

—Es cierto —exhalo.

—Bueno, en el hotel puede estar seguro sin molestias de ningún tipo —


intenta tranquilizarme—. Cada vez que decida salir, le ayudaré para que
le incordien lo menos posible.3

Lo miro a través del espejo retrovisor. Echo la cabeza hacia atrás y cierro
los ojos.

—Gracias, Aiden. 1
CAPÍTULO 29
Pasé la noche siendo consciente de que fuera del hotel había un
pequeño grupo de periodistas. Mi habitación, por suerte, se encuentra en
una de las plantas más altas. Por lo que me dijo un trabajador, sobre la
madrugada se fueron. Al parecer querían verificar si yo me hospedaba
ahí, pero no pudieron confirmarlo.8

En ese instante, me encuentro de pie, con los brazos cruzados mirando


fijamente la pantalla de la tele de mi habitación. Tengo que confesarlo,
estoy sorprendido.

La noticia ya cubre todas las primeras planas de los periódicos y varios


canales han abierto el noticiero con ese titular: Bill James dimite.7

Son apenas las ocho menos cuarto de la mañana y el país entero debe
estar sacándose las legañas de los ojos para verificar si lo que ven, oyen
y leen es cierto. Bill James ha dimitido.3

Cinco minutos después Aiden golpea mi puerta con sus nudillos.

—El coche está listo, cuando quiera.

—Genial, gracias Aiden.

Me pongo mi reloj y verifico una vez más que la hora coincide con la que
aparece en la tele. Sí, es la misma. Apago el televisor y dejo la habitación
siguiendo a Aiden. Bill James, el padre de Emma y el mismo que hoy
protagoniza las últimas noticias, me ha citado a primera hora de la
mañana.

¿Nervioso? Que va. Algo peor. Cagado.19


Relaciono todo esto con lo que me dijo ayer Emma antes de irme del
hospital, que le contaría todo. Pero la incertidumbre de saber a ciencia
cierta lo que pasó me hace tragar con dificultad. Aiden me ha llevado un
café bien cargado pero aún así no logro despertar a la parte de mi
cerebro que se encarga del valor. Debe ser por lo mal que descansé
pensando en lo que se me venía encima ahora que la prensa sabía de mí.
Eso había llegado a opacar mis nervios por cómo reaccionaría el padre
de Emma cuando su hija le contara todo.

Aiden se mete en un aparcamiento subterráneo después de haber tenido


que sortear a un buen grupo de periodistas con el coche y luego me guía
hasta un ascensor que me llevará hasta el despacho del señor James.
Ambos caminamos por un pasillo hasta una puerta doble de madera y él
me abre la puerta, me indica que pase y se despide con un "hasta luego".

Ese hasta luego de alguna manera me reconforta. Quiere decir que luego
nos veremos, que no saldré de allí con los pies por delante y encerrado
en un ataúd.3

—Buenos días, Derek. Adelante, toma asiento —me indica su voz,


habiéndome dedicado una mirada rápida ya que tiene papeleo delante.

Yo intento caminar con seguridad pero lo juro, caminar con seguridad en


el despacho de alguien importante de un país extranjero nunca ha sido
uno de mis fuertes. Cuando llego a su escritorio le tiendo una mano. Él la
corresponde y entonces respiro.2

—Buenos días —digo y él asiente.

—Siéntate por favor.

Lo hago. Él aparta todo lo que tenía entre manos y apoya los codos en
su escritorio.
—Iré al grano —¡Gracias porque volvía a contener la respiración!, digo
por dentro—. Mi hija me lo ha contado todo.17

Me mira detenidamente, esperando algo de mí. No sabría decir el qué


exactamente. Miedo tengo de preguntar.1

—Todo...

—Todo, Derek. Todo —dice, cubriéndose la frente con una mano—.


Tranquilo, no te he hecho llamar para nada malo. Simplemente quería...
hablar.12

Desde mi sitio, con mucha incredulidad, miro alrededor. Estoy esperando


que me digan que es una cámara oculta y que en realidad voy a pasarme
veinte años en una de las cárceles de este país.1
—Como has podido ver, he dimitido.

—Sí, me he enterado. Lo lamento...

No estoy seguro de si eso es lo que se debe decir en estos casos, pero


por formalidades que no sea.

—No hay nada que lamentar, era lo correcto. Yo debía hacerlo. Tomé
decisiones e hice cosas que no... no son admisibles desde ningún punto
de vista.

Carraspeo, tengo que decir lo que estoy pensando.

—Señor James, yo no... no le juzgo por ninguna de las cosas que sé. He
guardado silencio desde el primer momento que lo supe. Soy una
persona y tengo mi opinión respecto a muchas cosas, pero cuando no
me la piden no la doy. Y en esto... es tan irrelevante.

Cruza los dedos entre sus manos y posa ambas sobre el escritorio.
—Hijo...

—Disculpe, pero lo único que veo importante aquí es su hija.7

Me mira por varios segundos con los labios sellados. Yo trago fuerte, sin
que se note demasiado pero sin apartarle la mirada.

—Tienes toda la razón, aún así mereces una disculpa. Mi deber y mi


cargo eran importantes, mis decisiones y mis actos debían ser cautos y
correctos, y fallé. No he sido un buen ejemplo para mi país así que me
retiro. Como hombre tampoco he sido un ejemplo de moralidad, así que
te pido disculpas. A ti y a mi hija porque sois conocedores de todo —
exhala—. Ella me pidió que no revelara nada, no quería que me metiera
en problemas. No quiero darle disgustos así que solo he dimitido,
justificando lo necesario, pero a vosotros dos os debía una disculpa.7

Miro directamente a sus ojos, pudiendo ver a través de ellos como le


castiga la conciencia. Asiento con la cabeza.

—Por mí no se preocupe.

Me mira y se lo piensa antes de decir lo siguiente.

—Te hice llamar para disculparme contigo porque sentía que debía
hacerlo...

—Lo imagino, así que descuide. Repito, por mí no se preocupe.

Asiente.

—Gracias —espera unos segundos más antes de seguir hablando—. Si


no te importa... me gustaría saber algunas cosas sobre Emma.

Me mira como pidiéndome que acceda con gran fervor.

—¿Qué cosas?
Vuelve a pasarse una palma por la frente, como queriendo callar las
voces que deben estar carcomiéndole por dentro.

—¿Emma sufrió algún mal rato por culpa de su corazón?

Sus ojos me muestran el miedo que existe dentro de él a la espera de mi


respuesta.

Asiento levemente, él cierra sus ojos pesadamente.

—Pero ella siempre llevaba encima su medicación. Las veces que le


pasó —me mira, como preguntándome si habían sido más de una—, el
par de veces que le pasó, estuve con ella y la ayudé en lo que pude.

Sus ojos claros se llenan de lágrimas. Susurra algo así como "pobre de
mi niña" y carraspea.

—¿Te contó desde el principio lo que le pasaba?3

Niego con la cabeza.

—No, le costó mucho contarme la verdad. Ella siempre guardó a capa y


espada todo lo que ocurría. Siempre vigiló que nadie la reconociera,
actuaba con una astucia y una prudencia impecable y asombrosa.

Cierra los ojos y con sus dedos pulgar e índice ejerce presión sobre sus
párpados. Sigue a preguntarme:

—¿Comió bien?

—Sí, nunca pasó hambre. Ella llevaba dinero...

—Sí, lo sé. La tarjeta de débito con una identidad falsa. Me lo ha contado


—suspira pesadamente y me vuelve a mirar—. ¿Te confesó cuál era su
plan? ¿Quería volver a casa?1
Le retiro la mirada y trago saliva, pensando en qué decir.

—Dime la verdad —me pide.

—Bueno, Emma inicialmente no quería estar con nadie. A mí me


soportaba porque era el que conducía, pero sino...1

—No me estás respondiendo —me dice, con la tristeza reflejada en sus


ojos.

—Lo que yo sé es que no quería ese corazón y que nunca lo aceptaría.


Cuando ella se enteró de que el niño... —carraspeo—, cuando supo que
él seguía vivo entonces comenzó a echar de menos a los suyos y
terminó por querer regresar.

Le oculto algunos detalles que, según mi opinión, ayudó a que su hija


deseara volver a casa como el altercado con los drogatas esos saliendo
de cenar después de haber ido al cine. No necesita preocuparse ahora
por eso, total, ya pasó. Solo eran dos tontolabas.

Se levanta de su escritorio y camina hacia la ventana. Tiene unos


cajones ahí, abre uno y saca unos papeles. Vuelve a su escritorio.1

—La estuvimos buscando incansablemente durante cuarenta largos días


—me enseña fotocopias de varios periódicos donde aparece un
comunicado de "se busca" con la foto de Emma—. La he amado como a
ningún ser humano antes. Yo fui el que la salvó la primera vez que se
subió en un tobogán donde casi se abre la cabeza, yo fui el que le
enseñó a leer y el que estudiaba con ella. Margaret y yo movimos cielo y
tierra para no perderla, pero a fin de cuentas, fui yo el que la empujó a
que quisiera alejarse de nuestras vidas.
Miro todas las fotocopias y le escucho en silencio, recordando las veces
que Emma me hablaba de su padre.

—No le puedo servir de consuelo, lo sé, pero si yo me pusiera en sus


zapatos e intentara entender el porqué de todo, muy posiblemente la
desesperación de ver como pierdo a alguien que amo me hubiese
llevado por el mismo camino que a usted.

Bill me observa, sin poder más, su rostro lo dice todo.

—No me justifica, soy un monstruo para ella.

—Ella no sabe lo que es amar a alguien desde el primer momento que le


ves nacer, ni yo tampoco, señor James. Pero créame, Emma no le
considera un monstruo, solo le ama.

No añade más, solamente mira la foto de su hija en esa fotocopia de


periódico.

—Muchas gracias por haber cuidado de mi hija, Derek.

No digo nada.

—Ojalá la vida no nos hubiera presentado de esta forma, es una


verdadera lástima.

Coincido. Es una verdadera mierda.

—Por suerte, no pasó nada —digo, sin mirarlo, pero nos entendemos—.
Hay una esperanza aún.

Bill coge aire y lo suelta con fuerza. Me mira antes de decir:

—La hay. Y esta vez voy a hacer bien las cosas, empezando por dejar mi
cargo, algo que ya he hecho —asiento, mientras él mira un papel que
tiene en el lado izquierdo de su mesa—. Otra cosa que te quería
comentar..., Emma me insistió mucho pero quiero que sepas que no solo
es por cumplir su voluntad, sino porque yo también así lo quiero. Tú
quedas totalmente libre de cualquier responsabilidad, pase lo que pase,
hoy y para siempre. Puedes confiar en mi palabra.7

Sin saber bien qué responder, doy un asentimiento en gesto de


agradecimiento.

—Yo espero que nada de esto le traiga complicaciones a su familia.


Emma lo pasaría mal.

—Sí, de eso ya nos estamos encargando. Como tú has dicho, por suerte,
no pasó nada. Así que ahora hay que hacer las cosas bien.

Me comenta que está en los trámites para dejar su cargo por completo
así que debe asistir a una de las últimas reuniones y seguir con el
papeleo. Me reitera que de mis gastos se encargará él y que vaya
cuantas veces quiera a visitar a Emma. Que la prensa es una molestia,
que comenzarán a resolver las cosas con la policía y la investigación que
estaba abierta pero en cuanto las aguas se calmen, las puertas de su
casa permanecerán siempre abiertas para mí.2

Aiden me guía de nuevo al coche y de ahí nos vamos al hospital, de


nuevo, esquivando periodistas. El tener que apartar a gente con cámaras
y hablándote todos a la vez es algo engorroso, pero por suerte dentro del
hospital ya no pueden pasar, al menos no con las cámaras y los
micrófonos. Espero un par de horas en la sala de espera porque Emma
tenía visita y luego le tocaba descansar un rato. No quise que Aiden le
avisara de que yo estaba ahí, prefería que disfrutara de sus seres
queridos sin pensar en que me estaba haciendo esperar. Yo de mientras
veía las noticias que pasaban en la tele de la sala de espera y leía una
de las revistas sobre deportes del mes pasado. A la tercera hora Aiden
me trae un refresco y una bolsa de patatas. Se lo agradezco.

—En media hora le abrirán las visitas de nuevo —me informa.

Toma asiento a mi lado. Yo asiento en respuesta.

—¿Te molesta si te hago preguntas para pasar el rato? —le pregunto.

—¿Esta cuenta? —me responde, con cara seria—. Estaba bromeando.5

—Ah —suelto, contrariado.

—Claro que no me molesta, la gente suele hablar para pasar el rato.

Inspecciono brevemente su postura, luego abro las patatas.

—¿Llevas mucho trabajando para la familia James?

—Alrededor de cuatro años.

—Eres muy joven, me sorprendería si dijeras que llevas más.

Me dice que agradece el halago, yo me callo porque no buscaba


hacérselo.8

—Tengo veintiocho. Supongo que no habría entrado a trabajar para los


James de no ser porque mi padre trabajó para ellos desde hace
muchísimo tiempo más. Ellos me conocieron desde pequeño.

—Ah, eso está bien. Entonces imagino que antes de trabajar para ellos
hacías otra cosa.

—Sí, estudié en el extranjero unos años.

—Qué vida más interesante —suelto, antes de beber un sorbo.1


—La verdad es que sí —me dice, mirándome como si quisiera decirme
algo.

Dejo de beber y le miro también.

—Puedes preguntarme si quieres —ofrezco.

—¿Cuántos años tienes?

Me río. Él debe saberlo bien.

—Casi cuatro menos que tú.

—Ya lo sabía, era por confirmar —se ríe—. Tengo que decirte que la
señorita Emma cumplió los dieciocho en esos cuarenta días que estuvo
desaparecida.14

Nos miramos ambos. Yo intentando descifrar qué es lo que me quiere


decir con eso exactamente y él intentando ver si yo he captado bien el
mensaje.1

—Lo sé.

—A parte, tú eres de fuera.

Es tan inexpresivo de nuevo que no sé si quiere advertirme en plan gorila


guardaespaldas o aconsejarme en plan amigo.

—¿Intentas... decirme algo?

—Intento recordarte que la situación es algo delicada, tómalo como un


consejo. Me has caído bien, aunque ese tipo de información no sea
necesaria. Solo es un comentario por mi parte.

—Ah, entiendo —asiento—. Crees que estoy enamorado de ella.20

—No lo sé y evito creer cosas.


—Bueno, por si acaso, la relación que existe solo es... amistad. Le he
cogido aprecio.34

Me observa detenidamente una vez ya he terminado de hablar.

—Es entendible, es una chica muy agradable.3

—Sí.

Nos quedamos callados un rato mirando hacia la pantalla del televisor y


no decimos nada más.

—Hace unos años yo conducía el coche que la llevaba a los


entrenamientos de defensa personal. Llegué a creer que nos sustituiría a
toda la plantilla.11

Me mira con una sonrisa ladeada en los labios.

—Me ha contado que sabe defenderse, sí.

—Como la mejor. Y solo tiene extraordinarios dieciocho años. —


Suspira—. Ojalá logre salir de esta.9

—Ojalá.

No hablamos más. Minutos más tarde, le suena un teléfono que lleva en


un bolsillo interior de la chaqueta de su uniforme y se aparta. Vuelve
veinte minutos después para avisarme de que ya puedo entrar a visitar a
mi amiga.16

Cuando pasamos, Margaret está asomada a una ventana atendiendo


una llamada y Emma dándose bofetadas suaves en la cara. Aiden y yo la
miramos extrañados.

—Intento quitarme la cara de dormida —nos explica.11


Ella le estira un brazo a Aiden, el cual le responde estirándole uno
también. Se dan la mano en un apretón discreto pero que contiene cierto
cariño.

—Gracias Aiden —le da un guiño y él un asentimiento.

Estos actos por parte de los dos son suficientes, no necesitan un dialogo
extenso, se comunican fácilmente y se entienden bien. Aiden nos deja y
entonces yo le estiro una mano a ella de manera cordial.

—Buenas tardes, señorita James, un placer volver a verla.

Me mira la mano y se ríe.

—¿Estamos en una novela de Jane Austen allá por mil ochocientos


tantos?2

—Ya que la mencionas, ¿la has leído alguna vez?

Le pregunto, en el trabajo de irme a buscar una silla que pueda


acomodar a su lado para charlar de cerca.

—Claro que sí.

En ese mismo momento Margaret deja el teléfono y se reúne con


nosotros.

—Hola Derek —me saluda viniendo desde atrás y frotando brevemente


mi hombro—. Tengo una mala noticia, chicos. No puedo quedarme.36

Nos comunica y seguidamente se muerde el labio. Se acerca a su hija,


se sienta en la cama con ella y le peina el pelo.

—Tengo que ir con papá a una reunión, es protocolo. Ya sabes cómo es


esto, la imagen dice mucho. Tengo que estar presente, apoyándole.
Emma asiente.

—Ya me lo imaginaba. Son gajes del matrimonio —dice su hija.

Su madre se ríe.

—No tardaré mucho. Un par de horas como máximo.

Me mira a mí de reojo.

—¿Qué os parece quedaros un rato aquí y luego si os apetece ir a dar


una vuelta por la planta? —nos propone Margaret.

—Sí, tranquila. Ya ha llegado Derek, no me voy a aburrir. Ve con papá, te


necesita.

La madre la llena a besos diciendo que si fuera por ella, no se iría y que
su padre ya estaría ahí, pero que no puede cambiarlo. Coge su bolso, se
despide con una sonrisa triste que muestra toda la pena que le da irse,
vuelve a colocar su teléfono al lado de su oreja ya que le ha vuelto a
sonar y así sale de la habitación.

—Está siendo un día movidito —le comento, casi a modo de pregunta.

—Bastante —dice y se pasa los dedos por el pelo.

—¿Cómo lo llevas tú?

Emma me mira y se encoge de hombros.

—Me gustaría que solo hubiera sido dejarlo y ya, no tener que estar
hablando aquí, declarando delante de la prensa allá, papeleo y demás
pero es lo que hay —exhala—. Me gustaría que mi padre pasara más
tiempo aquí, pero no me quejo, en un par de días ya estará casi todo
terminado. A parte, no tengo motivo para quejarme, he estado toda la
mañana con mis abuelos y un par de amigas y primos. No he parado la
lengua en horas.

—Eso es bueno —le digo, acomodándome en la silla—. ¿Ayer todo fue


bien?

Se queda pensando un rato.

—Fue... como tenía que ir. No podríamos calificar como que fue bien una
charla con mi padre sobre asuntos ilegales que se traía entre manos.

Touché. Asiento.

—Tienes razón.

Emma empieza a jugar con sus dedos mientras me pone al día.

—Le conté todo lo que sabía, como me enteré y cada una de las cosas
que hice para lograr escaparme y luego mientras estaba desaparecida.
Le puse muy triste. Yo sé que él se culpa por cada una de las
veinticuatro horas de los cuarenta días que desaparecí y yo no me siento
muy orgullosa por eso.

—No es culpa tuya que él se culpe.2

—En cierta manera creo que sí. Podría haber abierto mi bocaza antes de
decir: "mira, me escapo cual caballo desbocado" y haberlo hablado.

Pongo los ojos en blanco.

—De nada te sirve mortificarte ahora por las decisiones que ahora
consideras que tomaste mal. Actuaste en consecuencia, como creías que
era correcto y, bueno, en cierta manera, hiciste bien. Ya ves, le salvaste
la vida al niño.
Ella me mira con resignación. Asiente y se recuesta sobre su almohada.

—Tienes razón, no gano nada haciendo esto ahora —suspira—. Eres


bueno consolándome. Gracias.

—Lo que pasa es que no tenías nada que echarte en cara.

Palmea un lado de su cama y cabecea en esa dirección.

—No hay nadie, ponte cómodo aquí —me dice ofreciéndome un lado en
su cama.8

No rechazo la oferta y me acomodo a su lado. Apoyo la espalda en su


almohada como ella y ambos miramos en dirección a las flores que
rodean la habitación. De reojo, miro su pelo rubio, es suave al tacto y
luce un brillo agradable. Pareciese que debutara en un anuncio de
champú. Peino su pelo brevemente antes de contarle algo.

—Hoy me reuní con tu padre muy por la mañana.

Emma asiente, dándome a entender que ya estaba enterada de ello.

—¿Cómo fue? —me pregunta.

—Bien, breve porque tenía mucho trabajo pero fue muy bien.

Se queda callada mirando las flores.

—¿Te dijo que tú quedarías totalmente al margen pasara lo que pasara?


—se cerciora.

—Sí. También me pidió disculpas. Se le ve muy afectado.

Ella suspira pesadamente después de decir un "lo sé".


—Pero bueno, en cuanto pueda dedicarte todo su tiempo a ti y vea como
te vas recuperando poco a poco, se sentirá mejor. No te mortifiques,
pensemos en que en algún momento todo esto será pasado.

Le digo y le palmeo uno de sus hombros buscando reconfortarla con el


gesto. Ella me dedica una breve sonrisa y asiente, diciendo que sí, que
algún día todo quedará en el olvido. Nos quedamos callados un rato
mirando las flores. El jardín improvisado de la habitación ayuda mucho a
que Emma se distraiga. Yo, por mi parte, planeo cambiar un poco el tema
de conversación así también logro distraerla.

—¿Has oído hablar alguna vez del amor cortés?

Emma gira el cuello para mirarme, achicando un ojo. No le suena.

—Literatura, poesía concretamente —le doy más pistas.

—¿Ese amor idealizado que le procesaba una especie de vasallo a la


mujer de su señor? —Alzo las cejas, asombrado, asiento—. Sí, sé algo,
tuve un profesor de literatura muy apasionado.2

Me comunica, volviendo a mirar hacia delante.

—¿Entonces sabes quién era el trovador?1

—Mmm... —corea, ladeando la cabeza de lado a lado—. No mucho.3

—Era esa especie de vasallo, solo que no lo era, era un poeta. No soy un
experto en la materia... de hecho sabía lo mismo que tú, de recordarlo de
algunas clases de literatura en el instituto, pero ayer estuve mirando en
internet por cortesía de ese teléfono tan moderno que me disteis. —Se
ríe, yo continúo—. Recordé que me dijiste que te parecía curiosa a ti
misma la forma en la que nosotros nos queríamos.12
—Ajá.

—Bien, pues estuve pensando en ello porque no tenía nada más que
hacer encerrado en esa habitación. Recordé que existía un tipo de amor
que no involucraba... ya sabes —me mira de reojo—, el lado más
romántico de las relaciones amorosas.20

Pone los ojos en blanco.

—Habla sin tapujos, por el amor de Dios. No hay nadie y ya nos


conocemos. Eres Derek Sin Censura Gibson.3

—Bien, tú misma —levanto una mano con la palma abierta—. Yo me


estaba refiriendo a los besos, al sexo y bueno, toda esa fantástica faceta
de las relaciones.1

—Ya, claro.

—Pues como te decía, creo que el amor cortés tiene una definición
bastante acercada a lo que sentimos.

Se lo piensa un rato.

—¿No que esto —nos señala a ambos— no entendía de etiquetas o


clasificaciones?

—Sé lo que te dije —le digo—, pero... —me encojo de hombros.

Atrapa la uña de su pulgar izquierdo entre los dientes y piensa, sigue


pensando.

—Ese amor es idealización del poeta por la señora de su señor.

—Sí. Digamos que... la palabra idealización no tiene una connotación


negativa. Al menos aquí no.
—Está bien, pero aún así —me mira dudosa—, ¿él la quiere y la idealiza
porque es inalcanzable para él?

Yo también me pongo a analizarlo.

—Si lo extrapoláramos, ¿dirías que me idealizas y que me consideras


inalcanzable por eso sientes lo que sientes por mí? —me pregunta.

—No, no diría eso. Diría que siento esa especie de amor platónico que
siente el trovador hacia la dama, y que es por eso que escribe sobre ella
y que versa sobre lo que siente por ella.17

Emma me dedica una sonrisa con dulzura. Sus ojos brillan, está muy
entretenida con esta conversación.8

—¿Lo nuestro es amor platónico?

Le dedico una mirada de incertidumbre.

—Algo como eso, tal vez. Sé que existe mucha admiración por mi parte,
cariño, amor, muy posiblemente atracción, pero no puedo llegar más
allá.27

O sea, fliparías si supieras como pensaba antes... llegué a imaginar la


postura perfecta en la que ponerte, pero cuando fui más allá de lo que
veía en esa chica, o sea, en ti, cuando conocí a Emma no solo de vista,
supe que no era lo que quería contigo, sigo explicando en mi cabeza
porque nunca me atrevería a decir eso en voz alta.35

Me sigue mirando dulcemente.

—¿Sientes lo mismo? —le pregunto.

Ella me asiente.
—Mierda, es jodido de cojones explicarlo, ¿eh? Y menos con términos de
poesía de los cuales no conocemos ni jota. Si me escuchara alguien que
supiera, seguro se hubiese desmayado del horror.

Se echa una risa con ganas y dice "Ay, Derek".

—Llevabas razón el otro día, tal vez lo nuestro no entienda de esas


cosas. Pero no te preocupes, podemos hacer un pacto.

Me dice, consolándome mientras me frota un brazo. Yo la miro


expectante.

—¿Cuál?

—Si a los cincuenta y cinco no nos hemos casado, nos casaremos tú y


yo.60

Me río a carcajada limpia.

—¿Y a los cincuenta y cinco te ves con ganas de echarte un marido


como yo?22

Se encoge de hombros.

—Si tengo vida a los cincuenta y cinco significará que habré superado
esto, así que podré contigo de sobra, muchacho.2

Reclino la cabeza sobre la pared y respiro profundamente. Sus palabras


se repiten en mi cabeza como una cancioncilla angelical. Ella piensa en
llegar a los cincuenta y cinco. Tiene tantas ganas de vivir y cometer
locuras que hasta ha hablado de soportar un matrimonio conmigo.6

—Si llego a los treinta y cinco y tú aún sigues siendo mi amiga, escribiré
un libro de poemas y lo publicaré. Se llamará Emma y la gente lo
confundirá con el libro de Jane Austen. Lo juro.5
Se ríe.

—Por Dios, estás majareta no, lo siguiente —me mira de reojo—.


Recuerdo que cuando te conocí dijiste algo sobre que ser poeta no era
un trabajo real.

—Nadie ha dicho que yo vaya a vivir de eso —digo y sigo con mis
divagaciones—. El título será Emma. Y para completar, de subtítulo: ojos
de color Australia.9

—¿Color Australia? ¿Y eso por qué? ¿Qué color es Australia, Derek?

Me toca la frente mientras no deja de reírse.

—¿Qué te has tomado, eh? Estás más raro de lo normal.

—Tú deja de reírte, será un súper-ventas.1

—¿Y qué piensas escribir en él?

—Pues poemas.

—Jodido es jodido —imita mi acento y mi voz—, solo digo jodidio cuando


algo está jodido. También digo jodido cuando nada está jodido. Jodido es
mi jodida palabra favorita sobre el jodido mundo entero, joder.67

Se carcajea con todas las fuerzas.

—¿Algo como eso? —pregunta entre risas.

Yo no dejo de mirarla mal.

—Le cambiaré el título, pondré mi nombre desde luego. Nada de fama


para ti.1
—Uy, que egocéntrico. —Se ríe durante algún rato y luego exhala—.
Recuerdo que una vez te dije que no parecías el tipo de chico que
escribía...

—Sobre chicas, sí —termino yo por ella—. También me dijiste que podría


ser poeta aunque sería uno demasiado cursi para tu gusto.

La miro.

—Nunca has tenido buen gusto, niña. Yo sería un poeta estupendo.

Se ríe.

—Hace mil años que no me llamabas así —me mantiene la mirada—.


Has cambiado muchísimo desde el primer momento en que te conocí.

Miro hacia otra parte como si la cosa no fuera conmigo.

—Que va, tampoco es para tanto. Únicamente ya no uso tanto mi


supuesta agresividad verbal como tú la llamabas y ya. Todo sigue igual.

Arquea mucho una ceja antes de hablar.

—Antes eras mucho más explosivo. Bastante pervertido. Te era fácil


tratarme mal. En este tiempo aprendiste a tratarme bien, a cuidarme
mejor dicho. Dejaste de comportarte como un niñato idiota para pasar a
ser un tío buena gente.

Me río.

—Me gusta ese concepto. Un tío buena gente.

Sus ojos brillan más que antes. Está feliz o eso parece. Debe sentirse
bien charlando de más cosas que no sean problemas.

—Te has vuelto un tío buena gente, Derek.


Apoya su cabeza en el respaldo y cierra los ojos.

—¿Tú crees? —le pregunto divertido por su comentario.

—Claro que sí.

La imito, apoyo la cabeza en el respaldo y cierro los ojos. No hablamos,


estamos así durante bastante tiempo hasta que interrumpo el silencio.

—Déjame decirte algo —le digo, ella no abre los ojos pero musita algo
sobre que me escucha—. Te ves mucho mejor que cuando ingresaste.

Abre un ojo para mirarme.

—¿Sí? —pregunta.

Asiento.

—¿Tú te sientes mejor? —le pregunto.

Vuelve a cerrar los ojos y sonríe de oreja a oreja con los labios sellados.
Asiente con efusividad sin abrir los ojos ni quitar la sonrisa.3

—Yo me siento genial —dice y da una gran bocanada de aire para luego
soltarla. 9
CAPÍTULO 30
Esa mañana leo lo que dice la prensa de Emma y de su familia. No había
querido hacerlo por si me indignaba lo que leía pero he terminado
desistiendo. Cuentan que fue Emma la que escapó debido a que no
sabía que padecía una enfermedad terminal, que sus padres la llevaban
a un hospital para recibir más tratamientos y que ella no quiso aceptarlos,
para justificar ese hecho se inventan un montón de teorías, nada más
lejos de la realidad. También veo como figuran varias enfermedades del
corazón pero ninguna es la de Emma. Ellos solo hacen conjeturas, no
saben nada a ciencia cierta. Cómo no, también se habla de mí. Aparezco
como el buen samaritano que devolvió la oveja extraviada al rebaño,
aunque también se habla de una buena suma de dinero que pedí por
recompensa, de la cual, ni yo estaba enterado de haberla pedido.7

Estaba equivocado, pensaba que me indignaría, pero lo que ha pasado


es que me he reído un buen rato. Al final va a ser que Emma tiene razón
y Derek por fin es un tío buena gente, de esos que no se cabrean por
cualquier cosa.

Cuando doblo el periódico y veo la portada, leo la fecha: viernes 20 de


febrero. Van pasando los días a cuenta gotas. La sensación que hay es
una donde el tiempo dentro de ese hospital se ha detenido y pasa muy,
muy lento. Las únicas veces que parece que vuela es cuando estoy
hablando con Emma. Cuando están sus padres o alguien más, el tiempo
vuelve a ir lento. Soy testigo de primera mano como ella va recuperando
la vitalidad y como cada día sonríe más, pero los médicos están
preocupados. No saben si eso es una tregua con pronóstico de futuro
favorable o si solo se trata del ojo del huracán, donde todo está bien
aparentemente pero donde ni por asomo ha pasado lo peor.9
Hay ocasiones en las que veo a los médicos o enfermeros venir a revisar
a Emma y me ofusco, porque son incapaces de decirme, cuando se lo
pregunto en voz baja y en secreto, cómo seguirá mañana. Procuro que
ella no note que me frustra esa situación de incertidumbre, pero no es
tonta. Lo nota. Lo nota porque sus padres pasan por lo mismo y bueno,
todos en realidad. Ella solo nos sonríe y nos entretiene, como si ese
fuera su cometido y no al revés.

Y hablando de entretenernos, no sé cómo pero en esos días que lleva


ahí dentro ha aprendido a hacer unos chistes bonísimos, a hacerme
bromas pesadas y a cotillear sobre a qué enfermero le gusta tal
compañero o compañera. La amenazó con hacer que la contraten en una
revista del corazón, pero ella dice que cotillear alimenta el alma de los
que no sienten el culo por pasar todo el día sentados en una cama de
hospital. Contra esa filosofía no puedo, así que me toca aguantar a esa
maruja.3

Por otra parte, mi madre me ha llamado. Creo recordar que fue el lunes y
luego todos los días partir de ahí. Y sí, ha pasado lo que me temía. He
tenido que dar cuentas de mi vida y de por qué ha tenido que enterarse
de mí gracias a que mi tía Gemma le pasara el enlace de un artículo
donde yo aparecía. Se enfadó mucho conmigo, dice que le di el susto de
su vida y que por favor, no deje de llamarla, que es capaz de presentarse
aquí en menos que canta un gallo. Me la creo. Por castigo merecido tras
no haberla llamado después de cuarenta días de desaparición voluntaria
por mi parte, tengo que pasar media hora al teléfono con ella cada
mañana y cada noche. Siempre me pregunta lo mismo: ¿te trata bien la
gente de allí? ¿No te van a meter en problemas por haber ayudado a esa
chica? ¿Cuando vuelves, hijo? Tengo ganas de verte, no me gusta
mucho esta situación.6
Siempre me despido diciéndole que nos veremos pronto, que no le diré
nada para que se lleve una sorpresa al verme. Dice que sorpresa tuvo
cuando me vio nacer con las maletas hechas dispuesto a irme de casa y
hacer vida independiente. Me reí la primera vez, la cuarta le digo que ya
no tiene gracia. Sé que cada vez que se despide se enfada un poco
conmigo, porque tiene miedo por mí, pero ya se le pasará cuando me
vea.2

La tarde de ese viernes la paso viendo una película con Emma en el


portátil de su madre en esa especie de pesa que se acomoda a la cama
para comer.

—Tengo que decir que ella me encanta —me dice, señalando a la chica
de azul.2

Hemos apostado por la última entrega de X-Men ya que ninguno de los


dos la había visto. No hay nada malo que decir, nos mantiene bien
entretenidos.3

—¿La de los juegos del hambre? —me cercioro.

—Sí, ella. Es guapísima.

Hago un sonido con la garganta dándole la razón.

—¿Te estás durmiendo? —me pregunta.

—¿Eh? No, ¿por?

Me mira desconfiada.

—Porque cuando el Derek que yo conozco está despierto, no deja pasar


ni una oportunidad para soltar una de las suyas.

La miro y me río. Niego con la cabeza y sigo mirando la película.


—No pensaba decirlo pero, ¿cuándo la miras no piensas...?

—Uy miedo me da esa frase —dice burlona antes de que yo termine.

—Déjame terminar. Cuando la miras, ¿no piensas en que tiene cara de


"me cago en la puta, ¿habré cerrado la puerta de casa?"?24

Emma estalla en una carcajada. Yo la miro sorprendido de haber


provocado tal risa, ya que solo estaba siendo sincero y para nada
buscaba hacer una gracia.

—Me esperaba de todo menos eso —me confiesa después de que yo le


pase su botella de agua y ella le dé un trago.

Me encojo de hombros.

—Pues lo digo totalmente en serio, eso es lo que me hace pensar —miro


la pantalla del portátil, donde justo vuelve a aparecer ella—. Pasé gran
parte de Los juegos del hambre preguntándome si estaba preocupada
por lo de la puerta de su casa o si tenía hambre de verdad.3

—Eres de lo que no hay, Derek —dice, aún entre risas.

—Y qué me dices de ese tío raro, el científico que es un monstruo azul...


me recuerda a un zombi de otra película.4

—¿Una película llamada Mi novio es un zombi? —me pregunta.19

—Sí, creo que sí. Una donde un zombi se enamora de una chica que no
es zombi.

—Sí, esa. Es el mismo actor.2

—¿Ah sí? Pues tiene facciones de zombi muy favorecedoras —sorbo mis
mejillas y la miro—. Hola, soy él y tengo cara de zombi en cualquier
película que me pongas.7
—¡Pero que malvado eres, si él es bastante guapo!3

—Pues menudo gusto tienes, niña —digo y es otra carcajada más.3

Y así pasa la tarde hasta que llegan sus abuelos. Con ellos jugamos al
juego ese de adivinar lo que ha dibujado el otro, cómo no, vuelen a
acusarme de dibujar fatal. Después de jugar, la abuela de Emma nos trae
un café, a ella una infusión y acabamos charlando sobre mi acento y el
frío que hace en mi país. Me preguntan de donde soy exactamente,
cuando se lo digo, me dicen que tienen amigos allí. Después de hablar
de mí, tocamos un tema que se toca mucho en esa habitación: lo molesta
que es la prensa.28

El sábado no veré a Emma porque pasará el día entero con sus padres,
que se quedan ahí con ella para pasar la noche a su lado cuando yo
decido retirarme. Bill me pregunta si estoy cómodo y que si necesito algo,
se le ve mucho más desahogado que hace unos días atrás pero la
tristeza de sus ojos aún no se ha ido y la pregunta es si algún día se irá
de ellos. Solo se le ve sonreír cuando ve a su hija o a veces por cortesía
con los que vienen a ver a Emma. Esta última se muestra dichosa
cuando su padre está cerca, más que de costumbre.

—Te veo el domingo —le digo antes de guiñarle un ojo.

—Si no me he cansado de ti para entonces —bromea, riéndose a mi


costa.

—Qué lado tan cruel escondías, ¿eh?2

Me despido de la rubia ojos verdes y salgo del hospital acompañado por


Aiden.1

—Dejen paso, por favor —repite él mientras intentamos avanzar.


—Derek, ¿cómo está Emma James?

Esa es la única pregunta que logro captar entre tantas. Miro al periodista
y le sonrío de manera cordial, para no ser maleducado.

—Ella está bien, gracias —digo lacónico.

Es la primera pregunta que les respondo tras días y días de acoso


constante. En las ocasiones anteriores solo me había abierto paso entre
ellos sin tan siquiera establecer contacto visual con ninguno de ellos,
pero ya da igual. Saben de sobra que soy yo el chico con el que Emma
pasó los "cuatro últimos días" antes de su regreso a casa.

Después de oír que le he respondido a ese periodista los demás se


anima aún más.

—¡Derek!

—¡Señor Gibson!

—¡Derek, aquí por favor!

Aiden y yo nos miramos estresados por lo difícil que resulta avanzar. Él


sigue haciendo su trabajo de manera educada.

—Por favor, dejen libre el paso. Por favor.

Una vez ya dentro del coche sentado en el asiento del copiloto, respiro
profundamente, lo crea o no, agotado.

—Eran menos que los que habían en los primeros días pero sigue siendo
tedioso —le comento a Aiden.

—Y que lo digas —me responde, sin dirigirse a mí con tantos


formalismos, como le pedí hace días que hiciera.
—Tal vez no debí haber respondido hoy tampoco —suelto antes de
taparme la cara.

—Iban a seguir insistiendo. Es su trabajo. Al menos, después de una


semana han conseguido algo.

Me mira con una sonrisa y luego me dice que él no cree que pase nada
por haber respondido a eso. Que no me preocupe.

Aiden me hace el favor de pedir mi cena y de recogerla por mí, ceno en


el hotel viendo un concurso de talentos y luego llamo a mi madre. Me
dice que ellos ya han comido, que la tarde está fría y el día lluvioso. Me
pregunta cómo está la noche aquí y le digo que algo calurosa. Nueve
horas de diferencia horaria y unas diez más de distancia. Repite, como
otras veces, que me echa de menos.4

Cuando me acuesto en la cama miro al techo, recojo el reproductor de


CD portátil que me regaló Emma de la mesita de noche y escuchó el
disco que me dio.

Mirando el techo me hago mil preguntas. La misma de siempre y otras


varias. ¿Emma se recuperará algún día? ¿Le darán el alta antes de que
yo vuelva a casa? ¿Será de fiar esa mejoría que está viviendo ahora
mismo? ¿Algún día los médicos darán buenas noticias y no solo más y
más espera? ¿Qué pasará si Emma consigue salir de esta? ¿Tendré que
casarme con ella a los cincuenta y cinco si no se ha casado para
entonces? Me temo que tendré que buscarle pareja lo antes posible y
planearles la boda. ¿Tendré que escribir ese libro a los treinta y cinco?
Debí habérmelo pensado antes de soltarlo así a lo tonto. ¿Mañana
seguirá estando bien? ¿Y después de mañana?29
Inundado en preguntas me quedo dormido en una cama que no es la mía,
lejos de casa, con una madre preocupada, con una amiga con pronóstico
médico incierto y con un corazón que se siente dividido entre las ganas
de quedarme aquí a ver como Emma sigue mejorando cada día y la
melancolía que ha brotado desde hace unos días. Una melancolía que
me recuerda todo el tiempo que llevo fuera de casa, solo y que me
recuerda que, a fin de cuentas, también echo en falta sentirme rodeado
de la gente que conozco y me quiere. Esa gente que conoces desde
siempre y que es la que se encarga de abrazarte para decirte que todo
estará bien en los tiempos malos, cuando te sientes rendido o solo.
CAPÍTULO 31
Gracias al cielo, el sábado pasó en un abrir y cerrar de ojos. Bueno, sería
más correcto decir que el sábado pasó en un abrir y cerrar de libro,
porque eso fue lo que pasó, que empecé y terminé un libro, una novela
policiaca sin desperdicio alguno. No salí del hotel en todo el día salvo un
ratito en la madrugada para dar un corto paseo por la playa. Luego,
cuando volví al hotel me duché, sí, sí, en plena madrugada y me quedé
frito nada más tocar la cama.

Aunque no creía que fuera así, necesitaba un día como ese. Un día solo
(más solo de lo que suelo estar habitualmente), un poco desconectado
del mundo que existe fuera de esa habitación y sin tener que luchar en la
calle por poder dar un paso sin llevarme a periodistas por delante. Pude
centrarme en un libro y acabar absorto por este, cosa que no pasaba
desde hacía mucho tiempo.

También hubo un momento donde la melancolía me devoró a mí. Me


enseñó a echar de menos mi casa cual niño pequeño en su primer día de
clase y cuando creía que estaba ganándole la batalla, el teléfono sonó
con el número de ella. Mi madre había aprendido a comunicarse por
llamadas en línea muy fácilmente así que la tenía ahí, en mi oreja habla
que te habla y yo más feliz que nunca. Mi padre también se puso al
teléfono, cosa poco frecuente pero cierta. Él estaba mucho menos
preocupado por mí que mi madre, pero confesó que echaba en falta que
llegara a casa para dejarle la nevera vacía y sin birras. Dijo algo sobre
que moviera el culo, que mi madre estaba todo el día echándome de
menos pero como lo dijo susurrando para que ella no le oyera, no le
entendí muy bien.
Abrí y revisé mi maleta un par de veces, preguntándome si ya había
llegado el momento de volver a meterlo todo y coger un avión con
destino a Londres. Se acercaba la fecha para regresar, los billetes que
Hanah había dejado en mi poder al irse tenían la fecha de vuelta
programada para el 1 de marzo. Me senté en la cama y miré las paredes.
Pensé en Emma y en lo mucho que quería ver como se recuperaba del
todo, pero también fui consciente del tiempo que podría llevar eso.62

—¿Y si me voy pero luego vuelvo otro tiempo? —me pregunté a mí


mismo en voz alta—. Claro, podría hacer eso. Con un poco menos de
dinero pero me las podría apañar.1

Me expliqué a mí mismo como si tuviera que hablar en voz alta para


oírme.

Después de ese bache emocional, para llamarlo de alguna forma, retomé


el libro y no lo solté hasta que lo terminé. Era el caso de un asesino en
serie muy difícil de resolver, y es que el asesino no había sido solo uno.
Que los protagonistas lograran resolver el caso por fin, me dejó buen
sabor de boca, cosa que hizo que me sintiera mejor, al menos más
calmado y no tan... ansioso.19

Ese sábado no tomé ninguna decisión definitiva, tan solo se me ocurrió


que podría ser buena idea irme y regresar luego. El domingo por la
mañana le pedí a Aiden que me llevara a algún lugar para comprar cosas
que pudiera llevarme de recuerdo, con la excusa de "por si acaso, ya lo
tengo. Voy quitándome cosas de encima."

—¿Te gustan los imanes de nevera? —pregunta él revisando algunos.

—No importa lo que me guste a mí, tiene que gustarle a mi madre —le
digo mirando gorras.
—¿Y a ella qué le gusta?

—Todo.

Él me mira con las cejas arqueadas.

—Entonces esto debería ser fácil. ¿O no? —pregunta, dudoso.

—Pero no le voy a llevar todo, Aiden. Debo escoger qué me parece a mí


que le haría más ilusión.

—Ah... —asiente lentamente—. Pues yo diría que un imán de nevera es


algo que siempre hay que llevarle a la gente cuando vuelves de un viaje.5

—¿Y qué más?

—Pues... abanicos no porque ahí os sobra el frío. No sé, ¿un cuadro?

—¿Un cuadro, en serio? ¿De qué a ver?

—Yo que sé, eres tú el que está mirando gorras espantosas.9

Me enderezo y lo miro directamente, falsamente ofendido por cuestionar


mi gusto.2

—¿Qué? —me dice—. ¿Qué se supone que van a tapar, el sol gris de
Inglaterra? ¿O tal vez cubrirte de la lluvia con cinco centímetros de
visera?18

Miro las gorras de nuevo y caigo en que él tiene toda la razón. Pero no
se lo hago saber.

—Pues camisetas —digo.

—¿No tomáis mucho té allí? Ya sabes, levantando el meñique —se


burla—. ¿Por qué no le llevas unas tazas?1
Le miro de reojo con todo el mal humor del mundo pero no le enseño el
dedo que le quisiera enseñar, no vaya a ser que me deje ahí tirado.5

—Le llevaré una taza de estas, con el nombre de la ciudad, a mi madre.


Y una jarra de cerveza para ella y otra para mi padre, es gracioso —
sonrió mirándolas—. Y no, en mi casa se bebe más cerveza que té.
Bueno, mi madre bebe ambos. —Me quedo mirando las jarras de cristal,
donde aparece la silueta del país con un canguro al lado—. Yo me voy a
llevar una también. Son grandes, cabe bien la bebida.48

—Y no te olvides de los imanes —me recuerda.

—¿Sabes lo que he pensado?

Aiden me mira expectante, sabiendo que tiendo a decir tonterías de vez


en cuando. No hace falta pasar una vida entera a mi lado para darse
cuenta de eso.

—Compraré algunas revistas donde aparezco y se las llevaré a mis tías


de recuerdo. Seguro que les encanta ver a su sobrino en una revista.5

—Claro, para qué llevarles algún recuerdo del sitio al que has viajado si
puedes llevarle revistas donde apareces tú.20

Me responde, con todo su sarcasmo. Hechas las compras en un día muy


tranquilo donde, tengo que decirlo, la única dificultad fue pedirle que se
apartara a un periodista mientras Aiden salía del parking, regreso al hotel
para comerme un plato preparado que me he comprado en un puesto de
comida casera y prepararme para ir a ver a Emma al hospital.

Aiden me lleva al hospital en coche un día más, como hemos estado


haciendo todos los días anteriores excepto ayer sábado. El número de
los periodistas que permanecen por los alrededores del hospital ha ido
mermando, hasta el punto de no resultar tan molesto como al principio.
Entro sin problemas, me despido de Aiden, subo a la planta en cuestión y
espero sentado al lado de la puerta de la habitación de Emma a que me
avisen de que puedo entrar porque, al parecer, estaba ocupada con no
sé qué. Se oye desde dentro varias voces gritando de repente. Una
enfermera que caminaba por ahí me mira y yo a ella, preguntándole con
los ojos qué acaba de ser eso. Ella qué va a saber. Estoy tentado a
levantarme y a abrir la puerta pero me resisto, no vaya a ser que haya
sido una tontería de nada y yo vaya a abrir la puerta justo en un mal
momento (porque no me voy a poner a pensar en cuál). Unos segundos
después Margaret me abre la puerta entre risas, secándose una lágrima
de uno de sus ojos. Una imagen que contrasta bastante con mi
expectación pesimista de lo que estaría pasando allí dentro.

—Adelante Derek, puedes pasar.

Me levanto examinando su rostro con mucha inquietud. Ella cuando lo


nota se explica:

—Perdona por hacerte esperar, es que Emma se estaba probando un


vestido que le ha traído su prima Amelia. Pasa, que te ponemos al día.

Me dice mientras me deja paso.

—Tranquila, no pasa nada —alcanzo a decir.

Yo avanzo y cuando acabo de entrar, me encuentro con una rubia más.


Esta se gira al notar que Emma mira en mi dirección. Sus rizos se
mueven como muelles rebotando y, un segundo después, sonríe.
—¡Hola, tú debes de ser Derek! —me dice avanzando para saludarme—.
Yo soy Amelia, la prima de Emma.8

Correspondo al saludo pero rápidamente miro a Emma en busca de una


rápida explicación, pero me quedo mirando lo que lleva puesto.

—¡Hala! —se me escapa, admirado por lo deslumbrante que está. Me


doy cuenta de que no he saludado aún y carraspeo—. Perdón. Hola. Sí,
soy Derek, un placer.2

—Oh, dios mío sí —exclama la tal Amelia—, estaba esperando escuchar


ese acento.8

Se ríe y luego camina para acercarse a Emma.

— ¿Te gusta? ¿A que le queda genial? —me pregunta la recién conocida.

Cual muñeco cabezón digo que sí con entusiasmo.2

—Estás guapísima —le digo a ella, la ya conocida.4

Se ríe.

—Gracias —me dice, con una sonrisa enorme en la cara. Se le nota que
está muy contenta por algo, no sé si por el vestido—. Es el vestido que
llevaré en la boda de Amelia, me ha pedido que sea una de sus damas
de honor.6

Se muerde el labio después de comunicarme la noticia, a punto de


explotar de felicidad.

— ¿En serio? Guau, enhorabuena —le digo a Emma y luego miro a su


prima—. Y bueno, a ti también, por casarte y eso.10

Amelia me dedica una sonrisa de dientes blancos y camina hacia un lado


de la habitación para coger un móvil que había en una mesa.
—Emma es mi primera dama de honor y como tal está ayudándome a
escoger el vestido de novia —me informa.

Mientras tanto yo soy testigo de cómo a Emma casi se le salen los ojos
de sus órbitas desesperada por ejercer su cargo como dama de honor.

Me mira y da una vuelta entera sobre sí misma, enseñándome el vestido.

—¿De verdad que te gusta? —me pregunta.

—Claro que sí, es muy bonito y te queda de maravilla.

Se escanea de cuello para abajo, enamorada del vestido que lleva


puesto. Es de un color así como rosa flojo pero no demasiado. Es
veraniego, en los tirantes cuelgan una especie de volantes que caen
sobre los brazos y el resto del vestido se ciñe bien a su figura. Por último,
tiene una pequeña cola que se arrastra cuando camina. Está preciosa. Y
más por la sonrisa que tiene que nadie se la quita.1

—Amelia me estaba enseñando unas fotos que se ha hecho con algunos


vestidos de novia y con el último que me ha enseñado casi me desmayo
—me cuenta Emma, con la manos sobre el pecho explicando su emoción.

Yo frunzo el ceño, relacionando el grito de antes con lo que me cuenta


ahora.

—¿Por eso ha sido el grito que he oído desde fuera?

Las tres se echan a reír.

—Una ha gritado y luego le hemos seguido las otras dos —se justifica
Margaret, que toma asiento.4

Emma me pide que me siente con ella en el borde de la cama ya que


Amelia nos va a enseñar las fotos con el vestido en cuestión, ese que ha
creado tanto revuelo. La verdad es que nada más verlo, dan ganas de ir
a la boda.

—¿A que es precioso? —me pregunta Emma, yo asiento.

—Te queda realmente bien —digo, mirando a Amelia.

—¿Lo dices en serio o solo por ser agradable conmigo? —me pregunta
la prima.

—Lo digo en serio. O sea, no sé mucho de moda pero a mí me gusta.

—Oh, que amable —dice mirando a su prima como si le contara a ella lo


amable que acabo de ser con ese comentario—. Hasta el momento, este
vestido ha enamorado a todos a los que se lo he enseñado. Fue mi
favorito desde que me lo probé y eso que había estado probándome un
montón de vestidos durante casi dos meses el año pasado.

—Yo creo que es el perfecto, Amelia —dice Emma.

Ambas se miran y hacen sonidos de ternura antes de que se les


aparezcan algunas lagrimillas en los ojos. Se abrazan y la futura novia
deposita un beso en la frente de su prima.

—Bueno, mejor nos dejamos de sentimentalismos que el inglés nos está


mirando con cara rara.8

—¿Quién, yo? —pregunto.1

—Sí, tú. Porque eres de Inglaterra, ¿no? —me pregunta la prima.2

—Sí, pero no era consciente de que os estaba mirando así. Lo siento.


—No, si yo te entiendo —dice, caminando de nuevo hacia algún lugar—.
Yo estaría igual si de repente me viera envuelta en preparativos de una
boda de la cual no tengo ni la menor idea.

Me pasa una tarjeta y se vuelve a sentar al lado nuestro.

—Ahí pone un poco —dice y se ríe.

—Amelia y Benjamin, este 2 de junio en Barbados —leo resumiendo—,


¡vaya!

—Estás invitado, por descontado. Ya sé que no nos conocemos pero en


esta familia nos hacemos amigos de todos muy rápidamente —nos guiña
un ojo, a Emma y a mí.

—Muchas gracias —digo mirando la invitación—, miraré si para el 2 de


junio me pilla cerca de Barbados.4

Emma y ella se echan a reír. Yo las miro un poco sorprendido de que se


hayan reído por eso.2

—Te lo dije, puede ser muy divertido sin tan siquiera proponérselo —le
cuenta Emma a su prima.3

—Amelia, cuéntale a Derek por qué nos llevas a todos a Barbados solo
para casarte —dice Margaret.

Amelia me mira con algo de culpabilidad fingida dispuesta a justificarse.

—Es que aquí en Australia en junio estaríamos en invierno y no nos


apetece tener una boda con lluvia.10

—Entiendo —asiento—. Pero si es por el clima, ¿por qué no cambiáis la


fecha?
La chica de los rizos como muelles me dice que eso sería lo más
razonable, a lo que su tía le da la razón, pero hay un pero.

—Es que fue un 2 de junio de hace cinco años cuando nos conocimos
Benjamin y yo. Me pidió matrimonio hace dos años el mismo día así que
ahora nos queremos casar en ese día.3

—No somos para nada caprichosos en esta familia como puedes muy
bien notar, Derek —me comenta bromista Margaret.

—Pero tía, es muy romántico —se excusa la sobrina.

—Exacto, es muy romántico y muy tierno, mamá —la secunda Emma.

En ese momento Margaret se ve flanqueada por el romanticismo y la


ternura que desprende su hija por la futura boda de su prima y por el
salero que se trae su sobrina para convencerla de que es una idea
fantástica.

Yo solo veo y callo, porque abrir la boca tal vez supondría escoger bando
y me gusta donde estoy, el lado imparcial donde le sigo cayendo bien a
las tres. Llega un momento donde me pierdo un poco de la conversación
porque han llegado a usar un buen número de palabras de las cuales
dudo seriamente el significado. Emma lo ha captado, por mi cara al
parecer, y me ha reconducido hacia el tema.

—Ya decía yo que hablabas un poco raro a veces —le digo por lo bajini,
cuando me explica alguna de las expresiones usadas anteriormente por
ellas.3

—Pues casi nunca te quejabas —me dice, sorprendida.


—Bueno, en la universidad tenía varios compañeros de Estados Unidos y
de aquí, así que... tampoco me resultaba tan difícil entenderte. Lo que
pasa es que nunca he estado en una conversación con tres australianas
que intentan hablar de cosas de bodas y que terminan hablando de tipos
de adobo.

Emma se ríe.

—¿Qué pasa, de qué habláis vosotros dos? —pregunta Amelia.

—De nada, Derek no había captado muy bien de lo que hablábamos —


explica Emma.

—¡Dios mío! —grita de pronto su prima, llevándose una mano a la


frente—. Se me había olvidado subirte algo. ¡Menuda cabeza tengo!
Debo ir al coche porque me lo he dejado allí, ahora vengo.

Y es así cómo desaparece, dándole vía libre a su tía Margaret para que
bromee a su costa sobre que con esa cabeza, seguro se equivoca de
boda o algo peor. Después de un breve interrogatorio amable mostrando
interés por lo que había hecho el día anterior, Margaret se disculpa ya
que tiene que contestar una llamada.

Yo miro a mi ex acompañante de viaje y vuelvo a mirar su vestido.

—Ese vestido es muchísimo mejor opción para ir a una boda que una
camiseta blanca y unos vaqueros, ¿no? —Le pregunto recordándole
aquella vez que me dijo que ella sería capaz de ir a una boda en
camiseta y vaqueros.5

Emma lo asocia rápidamente y se ríe. Se levanta y camina hacia un


bolso para coger una coleta para el pelo. Se lo recoge en un moño y deja
caer algunos mechones a los lados de la cara.
—¿Qué te parece? —me pregunta—, ¿Queda bien con el vestido llevar
el pelo recogido?

La escaneo de arriba abajo para ver si me convence.

—Déjame decirte que las pantuflas son lo que más me gusta de todo el
look.1

Emma las mira y me dice que me centre:

—El pelo, Derek, el pelo. Dime qué tal.

—Bueno, ya lo tienes corto así que no haría mucha falta recogértelo.


Pero si te lo dejas crecer hasta junio, tal vez dé otra...

—¿Impresión? —termina ella por mí.

—Ajá. Recogido me gusta, no está mal. Aunque tu pelo corto a lo suelto


y con —hago tirabuzones en el aire para explicarle a lo que me refiero.1

—Ondulaciones.

—Sí, con eso ya se ve genial.

Coge un espejo pequeño que tenía en el mismo bolso donde ha cogido la


coleta y se mira.

—Amelia me ha dado una sorpresa enorme viniendo a verme —me


cuenta, mientras se mira un poco más en el espejo, yo la observo
acicalándose los mechones.

—¿Ah sí? ¿Hacía cuánto que no os veíais?

Emma deja el espejo y mira al techo, como si ahí estuviera la respuesta.


—Desde las navidades pasadas. Lo que pasa es que ella y Benjamin se
fueron una temporada a Italia por trabajo y solo venían para las fechas
especiales —me cuenta, mirando su vestido y alisándolo con las manos.

—Ah, vale, ahora lo entiendo. No te esperabas que ella viniera a visitarte


estando tan lejos, ¿no?

—Sí —me dice—. Pero me alegro mucho de que haya venido —añade,
sonriente—. Hemos estado toda la mañana de llorera y luego me ha
soltado que abriera no sé qué caja donde me proponía ser su dama de
honor. Por pura suerte, no salté por la ventana de tantos brincos que
estaba pegando.

Me cuenta, con una risa muy suelta. Ahora está totalmente justificada
esa alegría que lleva y que desprende por cada poro.

—¿Te propuso ser su dama de honor de la misma forma que se propone


matrimonio? —le pregunto, divertido.1

—Así es, pero sin arrodillarse claro —se ríe—. Abrí la caja y habían
bombones, una botellita de champán de chocolate y un ramito. Había
una carta que me hacía la pregunta y bueno, me volví loca.6

—Ya me imagino, se te nota en la cara la emoción.

Se acerca para sentarse a mi lado de nuevo, sin dejar de admirar su


vestido.

—Me lo ha hecho ella misma —dice, arreglándose los tirantes—. ¿Te lo


puedes creer? Ha diseñado el vestido que quería que yo llevara en su
boda y me lo ha traído desde Italia.
Mi sorpresa, que había sido mínima, ahora era mayor. No era sorpresa
porque Emma tuviera una prima que la quisiera tanto y que tuviera todos
esos detalles con ella, no. Sino porque nunca antes había sabido de su
existencia. Aunque, recordando tiempos atrás, Emma nunca fue de las
personas que contaban su vida sin más. Si antes de saber la verdad, me
contó mil y un cuentos chinos. Normal que yo no supiera de la existencia
de su prima la cual, al parecer, quiere tanto.

—¿En serio? ¿Lo ha hecho ella misma para ti?

Emma me asiente con toda la efusividad del mundo.

—Ella y Benjamin trabajan en moda para una marca Italiana —me cuenta
con orgullo—, así que ella es capaz de crear estas preciosidades y
muchas más.

—No lo pongo en duda, porque pareces algo parecido a un ángel.5

Se ríe a carcajada limpia, no se lo esperaba.

—¿Algo parecido a un ángel? ¿Cómo se supone que es eso?

—Pues no lo sé —me encojo de hombros—. Nunca he visto uno, pero


me los imagino así —la señalo.

Me sonríe, con diversión.

—Si buscas que me sonroje, vas listo. No me queda más sangre que
subir a la cara, llevo roja desde esta mañana de tanto llorar y luego de
tanto gritar y reír.

Me río con ella. Luego doy un suspiro.

—Te queda muy bien, Elba barra Emma —le digo mirando igual que ella
el vestido. Solo que ella lo mira con una ternura y un amor insuperable.
—Me lo iba a dar... o sea, me iba a hacer la propuesta y a enseñarme el
vestido en mi cumpleaños, porque planeaba venir a Australia para esa
fecha. Pero como desaparecí... no pudo.

Dice antes de mirarme con los ojos un poco mojados por unas lágrimas
traicioneras. Paso un brazo por sus hombros y la zarandeo un poco de
manera reconfortante, amistosa y sin llegar a ser brusco pero a la vez
divertida, por si alguien nos ve.

—No te pongas así, no pienses en eso ahora. Mírate, estás preciosa, no


vayas a llorar y a estropearte el maquillaje.

Miento, porque bien sé que no está maquillada, tan solo es una técnica
de distracción. Ella frunce el ceño y se toca la cara.

—¿Qué maquillaje? No estoy maquillada.

—¿Ah, no? ¿Eso es natural?11

Se me escapa una risilla sin querer, ella entorna los ojos comprendiendo
que estaba tomándole el pelo y bufa poniendo los ojos en blanco.

—Menudo tío estás hecho, Derek.

Se levanta y camina hasta una caja que había en una mesa al otro lado,
me imagino yo que la caja de la propuesta. Coge algo y me lo lanza, para
que yo lo atrape al vuelo. Es un bombón.

—Te doy de mis bombones porque soy buena persona —me dice,
desnudando a uno de los bombones antes de devorarlo.15

—Ya estoy con vosotros, chicos —nos dice Margaret al entrar en la


habitación.
Minutos más tarde entró Amelia con dos archivadores grandes, uno rojo
y otro azul. En el rojo había un montón de portafolios de plástico con
hojas donde aparecían pasteles por doquier. Le contó a su prima que
tenían que elegir unos cuantos, los que más les apeteciera, y que luego,
otro día, la acompañaría a probarlos. Emma, cómo no, saltando a la pata
coja, encantadísima con la idea. Cualquiera podría notar a dos kilómetros
de distancia la ilusión que le causaba ser una de las damas de honor de
su prima, poder ayudarla y participar en la boda. El archivador azul
estaba organizado de la misma manera, solo que él contenía varios tipos
de peinados. Todos pensados para que Emma escogiera uno y fuera a
hacerse la prueba de peinado con el vestido junto con ella y las demás
damas de honor una semana antes de la boda. Yo ni estaba enterado de
que existía algo llamado "la prueba de peinado y el vestido".22

Después de estar un rato con el archivador rojo, eligiendo pasteles con


mi ayuda, Emma notó que los tirantes del vestido le iban un poco
grandes. Amelia, sin problemas, se hizo con un neceser lleno de agujas,
alfileres y demás material de costura para ponerle remedio. Anotó las
nuevas medidas para hacerle los retoques al vestido de su prima y al
final, esta segunda tuvo que aceptar que lo mejor era quitárselo no fuera
a ser que, sin querer, el vestido sufriera algún daño.

Le hablé del libro que me había leído y le prometí llevárselo mañana, dijo
que le interesaba mucho, que no le destripara la historia porque se lo
leería en un santiamén. Más tarde Kayla, una enfermera con la cual
todos habíamos hecho buenas migas, apareció para acompañar a Emma
a unas pruebas. Ella fue encantada porque quería contarle el notición de
que sería una de las damas de honor en la boda de su prima entre todo
lo demás. Margaret quiso acompañarla y Amelia y yo nos quedamos
solos.4
—¡Menuda es! Acabará contándole al hospital entero de mi boda y
terminaré teniendo cuatrocientos invitados —dice la rubia con los rizos
como muelles, riendo.1

—Está muy emocionada —comento—. Le has alegrado la vida viniendo


a verla, me lo ha dicho.

Abrumada por mi comentario, baja la cabeza. Al parecer está algo


sensible, un rasgo que no había notado mientras Emma estaba delante.

—No pude venir antes y... —se le ha entrecortado la voz— me daba


miedo no poder verla más.3

Carraspea y suspira antes de volver a levantar la cabeza.

—Perdona, es que... —me mira con detenimiento antes de seguir—.


¿Tienes hermanos, Derek?

Niego con la cabeza.

—Entonces podrás comprendernos, a ella y a mí. Ambas somos hijas


únicas y solo nos tenemos la una a la otra. Tenemos más primos pero
todos chicos, así que entre ella y yo siempre ha habido un vínculo muy
fuerte. Es como la hermana pequeña que nunca tuve y viceversa.3

—Entiendo —digo, mirando como juega con sus manos.

Hay un breve silencio, luego suspira, otra vez.

—Gracias por haberla ayudado a regresar a casa —me dice—. No me


imagino un día más sin saber dónde estaba, si estaba bien y encima sin
poder echarme a la calle a buscarla porque estaba en otro país, con un
contrato absurdo que me impedía coger un avión en ese momento.
—No te culpes, las cosas a veces son difíciles y no podemos hacer nada
—me encojo de hombros.

Amelia aparta la mirada para fijarse en el vestido que cuelga de una


percha que está en la manilla de una ventana. Lo mira con ilusión pero a
la vez con cierto miedo. Emma, en cambio, lo miraba con amor, solo con
amor.

—Le ha encantado el vestido, tienes muy buena mano —le digo, un poco
para endulzar el tema.

—Lo diseñé para ella —sonríe—. Es tan alta, tan guapa, tan elegante.
Parece un ángel de lo perfecta que es —dice, como si hablara una madre
orgullosa.

Comparto su opinión.

—Estoy deseando verla ese día. Te juro que no podré con tanta felicidad,
solo llenaré pañuelo tras pañuelo porque después de este susto...

Digo de nuevo que la comprendo. No sé qué más añadir.

—Bueno, yo quería tener la oportunidad de darte las gracias —me


sonríe—. Fue un gesto muy bonito ayudarla.

Niego con la cabeza, haciendo amago de restarle importancia.

—Cualquiera lo hubiera hecho.

Ella se levanta, ya que estaba sentada en el borde de la cama, y camina


hacia el neceser de material de costura para ponerse a revisar algo.
Después de un rato, encuentra un hilo, imagino que el que estaría
buscando, y enhebra una aguja.
—Voy a comenzar a hacerle el arreglo al vestido, tú si quieres puedes
contarme cómo es la vida allí en Inglaterra para no aburrirnos.

Accedo. Al final, ella es la que habla más porque se encarga de llenarme


a preguntas sobre Inglaterra, ya que dice que en sus veintisiete años
nunca ha ido, tan solo por trabajo y no ha disfrutado mucho del país,
aunque le hubiese gustado.

—Os lleváis muy bien Emma y tú para tener nueve años de diferencia.1

Ella asiente, sin quitarle la vista de encima al vestido.4

—Somos las únicas chicas de la familia. Cuando Emma nació, la adopté


como mi hermana pequeña y nunca me quería separar de ella. Esperaba
a que creciera para jugar con ella, me quedaba a dormir en casa de mis
tíos solo para poder dormir con ella, así que Emma creció con la pesada
de su prima Amelia cosida a ella —se ríe—. Los nueve años de
diferencia nunca nos separaron. ¿Me pasas la tijera que está allí?1

Lo hago. Seguimos hablando de cuando Emma era pequeña y así pasan


los veinticinco minutos que debíamos esperar, luego aparece una Emma
llena de energía, dispuesta a lanzarse de un paracaídas según sus
propias palabras. Al parecer, en esos veinticinco minutos se le habían
ocurrido un montón de juegos para pasar el rato que hacer con nosotros
dos. Margaret deja claro que ella prefiere mirar, que ya suficientes juegos
ha perdido contra su hija en esos veinticinco minutos, según sus palabras:
quería conservar algo de dignidad deportiva.1

Amelia termina con uno de los tirantes y deja el otro para otro momento.
Jugamos hasta decir basta, Bill, se nos ha unido en media partida y
finalmente, Margaret también. Decidimos parar cuando Emma no para de
bostezar cada cinco segundos. Las enfermeras le llevan la cena y es
cuando yo decido despedirme.

—Eres demasiado buena jugando, ¿no estarías haciendo trampas, no?


—bromeo.

—¿Yo, trampas? ¡Me ofendes, Derek! —dice y toma una cucharada de


su sopa.

—Bueno, mañana vengo a por la revancha —amenazo.

—Aquí te espero para darte otra paliza —vacila, con la barbilla levemente
levantada y una sonrisa de sabelotodo.6

Pongo los ojos en blanco y camino hacia la puerta.

—Oye, no te olvides de traerme el libro —me recuerda.

—Mañana lo tendrás aquí —le digo antes de lanzarle un guiño.2

Me despido de todos y llego a la puerta de la habitación para abrirla y


salir, pero antes de hacerlo Emma grita burlona:

—¡Dios salve a la reina! —anticipando y recordándome con esto que


mañana también me dará otra paliza.2

Menuda creída, pienso. Mañana no la dejo ganar ni una. 6


CAPÍTULO 32
Lunes 23 de febrero, 201550

Esa madrugada Sydney se preparaba para amanecer con lluvia. La


preciosa ciudad australiana donde el sol no perdonaba a nadie, se
resignó a bañar sus calles ese día, dándole así un respiro a su gente.

Aún era temprano, toda la ciudad dormía, incluida ella. El techo y sus
padres la habían observado dormir plácidamente unas horas antes,
ahora el techo los observaba a los tres.

Margaret y Bill dormían casi por primera vez tranquilos en semanas. Su


hija estaba mejorando y no había más felicidad que notar que cada día
que pasaba, la joven Emma parecía más llena de vida que el día anterior.
Amelia, la alocada de Amelia como era conocida en casa, había llegado
de Italia con nuevos motivos para hacer sonreír a Emma. Le estaban
infinitamente agradecidos por ello.9

Ella abrió sus grandes ojos verdes y miró el techo. Le sonrió primero a él,
al techo, como había cogido por costumbre desde que ingresó en el
hospital, como si le agradeciera poder despertar un día más y verlo ahí.5

Luego ladeó la cabeza para ver a su madre ahí. La admiraba, se


preguntaba cómo se podía dormir en un sofá casi todas las noches y
despertar con tanta alegría al día siguiente, con tantas ganas de pasar el
día entero en esa habitación y más radiante que el día anterior.
Definitivamente, quería ser como ella de mayor.

Cambió la dirección del enfoque de sus ojos y lo dirigió a su padre, quien


dormía en un sillón. Le miró por un buen rato, sin querer perderlo nunca.
Quería conservarlo así, como su hombre favorito el resto de su vida.
Miró por último el baño y echó a correr de puntillas como una niña
pequeña que no quería despertar a sus padres. Más tarde, volvió a la
cama y volvió a cerrar los ojos.

Los volvió a abrir una hora exacta después. Miró al techo asustada. Le
preguntó a él qué pasaba. Se llevó una mano a la frente y comprobó que
lo que percibía sobre su piel era sudor. Miró en dirección a sus pies para
comprobar cómo se movía rápidamente su abdomen, acorde a su
respiración descompasada y acelerada.28

Respiró por la boca e intentó incorporarse, pero no tenía fuerzas. En ese


momento miró hacia el precioso vestido que le había traído y
confeccionado su prima Amelia, a esa que quería como una hermana
mayor. El vestido colgaba de la manilla de una ventana, esperando a que
Amelia llegara para hacer el arreglo del tirante que faltaba y que Emma
se lo probara para ver qué tal le quedaba con el arreglo hecho.
Entrecerró los ojos, muy cansada, sin poder mantenerlos por más tiempo
abiertos, pensando en que tal vez tenía que descansar un rato más.

Unos minutos después comenzó el caos. Margaret y Bill despertaron al


unísono de un sobresalto, viendo como Emma respiraba mal y los
aparatos del hospital anunciaban lo temido. Estaba pasando algo que
ellos no comprendían, o no querían comprender.29

Se miraron asustados, como muchas otras veces, y se acercaron a la


camilla para despertar a su hija, la cual no parecía estar del todo
despierta.

—Emma, cariño —llamaba su madre mientras golpeaba levemente su


mejilla.
—Cielo, abre los ojos y míranos —le pedía su padre sujetando su mano
entre las suyas.

Las lágrimas provocadas por el miedo se aglutinaron en los ojos de


Margaret, la responsable de que Emma tuviera los mismos ojos verdes
que ella. Se apresuró a tomar el rostro de su hija y a besarle la frente.2

—Cariño mío, míranos —le pidió.1

Emma seguía sin dar respuestas positivas. Bill echó a correr hacia la
puerta para llamar a alguien. La enfermera con la que habían hecho
buenas migas no se hizo de esperar y entró corriendo para comprobar lo
que pasaba.

—Está sufriendo un ataque o algo, Kayla.2

Ella se dedicó a mirar con neutralismo –para no preocupar más a los


padres– a los aparatos, comprobando que todo estuviera bien. Miró a
Emma y la examinó.

—Voy a llamar a la doctora, no desesperen.

—¿Pero está bien? —Alcanzó a preguntar Margaret pero la enfermera ya


había echado a correr para llamar a la doctora.

Bill también sucumbió a las lágrimas al ver cómo su hija se estremecía.


La abrazaron fuerte entre ambos y la llenaron de besos.

—Te vas a poner bien, cielo, ya lo veras. Peores momentos hemos


superado —le dijo la madre a su niña, intentando convencerse a ella
misma y a su marido de lo que acababa de decir.
—Se pondrá bien, esto solo es un susto —secundó Bill, peinando el pelo
de su mujer, a la que tanto amaba, y luego besando la frente sudorosa
de su hija, por la cual se arrancaría vivo el corazón.8

Emma abrió por fin los ojos. Ambos se emocionaron y la besaron con
más fuerza. Lo que la euforia no les permitía ver era que ella tenía los
ojos llorosos y que estaba padeciendo.7

—Mi niña bonita, mi angelito —la besó su madre entre lágrimas.

—Mamá me duele —comunicó Emma.

—Tranquila, mi vida, ya vienen —le avisó su padre.

Emma agarró la mano de su padre con toda la fuerza que su cuerpo le


permitía, este se la llevó a los labios y le besó el dorso.

—Eres una chica muy valiente —le dijo.

—No sé, papá —le respondió Emma, aterrada y comenzando a llorar—.


No sé si lo soy.1

—Lo eres —dicen ambos.

—Tengo miedo —soltó la joven, con los ojos más bonitos del mundo,
acristalados por las lágrimas.7

El alma de aquellos dos adultos se rompió en mil pedazos al oír eso. No


era la primera vez que ocurría, sus almas ya se habían roto muchas
veces antes, pero seguía siendo doloroso. Ambos la miraron a los ojos y
no pudieron resistirse recordar el primer día que la vieron, tan pequeña,
tan frágil, tan bonita. Recordaron que cabía en apenas una palma y que
lloraba con ímpetu buscando que alguien la consolara. Margaret recordó
cuando la pusieron en su pecho, para que escuchara su corazón y ella
pudiera darle consuelo a su llanto. Recordó el primer hola que le dijo, el
beso tan largo que le dio y los mimos que la hicieron calmarse. Bill
recordó el momento en que no podía separarse de ambas; besaba la
frente de su mujer y besaba la cabecita de su hija. Recordó la primera
vez que la tomó en brazos y sintió que el mundo se había parado,
recordó cuando pensó que cualquiera de las maravillas del mundo que
había conocido hasta ese momento, no le llegaban ni al pequeño
taloncito de aquella bebé y que ninguna otra podría superarla nunca.

Ambos dejaron caer sus lágrimas ante la preciosa Emma de dieciocho


años después, con grandes ojos verdes, con una melena rubia
angelicalmente suave y con la cara más bonita que habían visto nunca.

—Tranquila, mi vida —le dijo su madre, dándole un apretón para


infundirle valor.

—Ya verás como no es nada —la consoló su padre, dándole un beso en


la frente.

Emma lloró sin poder controlarse. Bill miró a Margaret y está a él, se
secaron las lágrimas y la abrazaron.

—No quiero morirme, mamá, no quiero morirme, papá —repetía la


pequeña.19

Sus padres, soportando las lágrimas por ella, la abrazaban con fuerza,
alejando de sus cabezas cualquier pensamiento negativo para ser
capaces de calmar y consolar a su hija.

—No pasará eso, cielo —la consolaban.1

—Yo os quiero mucho —comenzó a decir Emma.


En ese momento entraron los médicos. Una pareja de doctora y doctor
que pidieron amablemente que les dejaran paso, los enfermeros, dos
chicos y Kayla, intentaron calmar a los padres y les rogaron que
esperaran fuera, petición que ninguno de los dos obedeció. Querían
permanecer ahí todo lo que se pudiera.2

El tiempo parecía que se había ralentizado pero no, en realidad volaba y


lo único que había pasado entre que Kayla saliera de la habitación para
avisar a los doctores y regresara, apenas llegaba a ser un minuto.1

Los médicos intercambiaron una mirada, compartiendo lo que pensaban.

—Desalojen la habitación, por favor —pidió uno de ellos.

Los enfermeros, al ver que no hacían caso, intentaron sacarlos. Pero


ellos, muertos de dolor ante el llanto de su hija, no quisieron.

—Pero díganos qué le pasa, ¿sé pondrá bien? —soltó el padre,


desesperado.

—Les rogamos que salgan, por favor —les repitió Kayla.

—Solo dinos si ella estará bien —le imploró Margaret.

—Da el aviso, tenemos que llevarla de inmediato a... —comenzó a


comunicar la doctora a uno de los enfermeros pero fue interrumpida por
Emma.

—¡Os quiero mucho! —gritó para sus padres.3

Los enfermeros lograron sacarlos de la habitación y allí dos enfermeras


le rogaron que les acompañara a otra sala. Estaban en shock, llenos de
pavor y no pusieron más resistencia. Los sentaron y le dieron agua.
Al otro lado Emma comenzaba a perder las fuerzas. Intentaba mantener
los ojos abiertos pero ellos no colaboraban, se le cerraban solos. Oía
decir a los doctores que tenían que actuar. Entonces fue cuando como
por arte de magia, todos a los que conocía comenzaron a aparecer en su
cabeza. La velocidad a la que aparecían era asombrosa, recordaba a
todos y cada uno de ellos, comenzando por sus padres, siguiendo por
sus abuelos y el resto de su familia, su prima Amelia entre ellos y
terminando por sus amigos, al cual el último en aparecer fue Derek,
porque él había sido el último amigo verdadero que había hecho.
Hicieron acto de presencia en su mente cada uno de los recuerdos que
conservaba en su cabeza, desde cuando era pequeña hasta ese mismo
día. Estaba siendo un recorrido fugaz de su vida, de una vida bonita en
su mayor parte. La última parte de esta, la cual había sido triste, se
convirtió en maravillosa gracias a una persona: Derek.20

De pronto, en la habitación, los médicos y los enfermeros que estaban


presentes fueron testigos de la pérdida del conocimiento de Emma. Se
apresuraron a hacer su trabajo más vehemente de lo que ya lo estaban
haciendo.

—Reanimación cardiopulmonar, rápido —gritó la doctora.

El médico comenzó la labor, los enfermeros siguieron los pasos que


gritaba la doctora. Se apresuraron a administrarle desfibrilación a la
paciente, lo cual podría salvar su vida. La doctora fue la encargada
administrarla, rogando a lo inexistente porque Emma se salvara. Había
visto muchos casos como el suyo pero este era especial para ella: Emma
tan solo tenía dieciocho años, toda una vida por delante. Le tenía gran
cariño. Su manera de ser, su jovialidad tan contagiosa y su carácter la
hacían admirarla.
Hubo tensión en la habitación, todo el cuerpo médico que estaba
presente estaba listo para actuar, tan solo pedían que la chica de los
alegres ojos verdes reaccionara. Pese a que la profesión que habían
elegido era así de dura habitualmente, vivieron esta situación de una
manera un poco más personal que el resto. Todos habían conocido a
Emma y todos le habían cogido aprecio. De hecho, algunas veces habían
comentado entre ellos la mala suerte que le había tocado a la pobre, lo
injusta que era la vida. Todos tenían el alma pendiente de un hilo en ese
momento.2

Hubo un silencio terrible, luego oyeron como el caos finalmente hizo acto
de presencia. La sensación fue desgarradora, sus corazones pararon al
unísono al ser testigos de la cruel realidad. Emma había fallecido.198

Esa habitación se volvió gris de golpe, Emma se había llevado con ella
toda la vida que había en allí. Varios truenos rompieron el cielo en ese
mismo momento y la lluvia se dejó caer. El doctor fue el único capaz de
mirar la hora.1

Las seis y veintitrés.9

—Hay que avisar a sus familiares —dijo alguien en la habitación.

El tiempo se había congelado dentro de aquellas cuatro paredes.

En otro lado no muy lejano de Sydney, se encontraba Derek, aturdido por


haberse despertado de repente con el ruido de un trueno. No se creía
que estuviera lloviendo en esa ciudad donde todos los días eran
soleados. Se levantó de la cama tambaleándose y miró por el ventanal.
Bostezó y se giró para volver a la cama, no antes de mirar la hora en el
reloj de la mesita de noche. Miró el libro que estaba sobre ella, el cual
tenía que llevarle después a Emma para que se lo leyera y sonrió, antes
de volver a cerrar los ojos.34

Regresando a ese hospital, los padres de la preciosa Emma James


acababan de ser informados de la espantosa noticia. No había habido
enfermeros suficientes que evitaran la caída de Margaret sobre sus
rodillas. El sonido de sus piernas chocando contra el suelo entristeció
aún más a Kayla, quien intentó consolarla rápidamente. Bill quedó
congelado y las lágrimas comenzaron a descender de sus ojos claros sin
piedad. Tardó varios segundos en hallar las fuerzas para moverse, vio a
su mujer tirada en el suelo llorando desgarradoramente y entonces volvió
a vivir lo que hace dieciocho años: el tiempo se detuvo.7

La pequeña y hermosa Emma les había dejado. No había nada en el


mundo que les hiciera querer quedarse en esta vida, solo querían correr
hacia ella y abrazarla, para que no les abandonara.1

Primero se negaron en rotundo a creerlo, pero no tardaron mucho en ser


golpeados aún más fuerte por la realidad. Las lágrimas eran salvajes, se
habían pegado a sus rostros sin compasión. La desolación y la tristeza
que sentían en el pecho eran asfixiantes, inhumanas.

Nunca se encontrarían lo suficientemente bien como para pasar a ver a


su hija, pero los médicos accedieron ante las súplicas de sus padres. Al
verla, el mundo se quebró en millones de pedazos para ellos dos. Sus
lloros fueron peores. Abrazaban y besaban a su hija y le rogaban que
despertara, pero ya no podía. Le decían que la querían, le decían que no
querían vivir sin ella, le pedían que no los abandonara, todo ruegos a
oídos sordos, porque Emma ya no los oía.13
El cuerpo médico intervino y desalojaron la habitación. Margaret tuvo que
ser atendida y sedada porque no soportó más, Bill permaneció a su lado
todo el tiempo, tomando su mano sin soltarla. A él también lo atendieron
pero tan solo pidió que lo dejaran estar con su mujer. La veía mal por
culpa de las lágrimas, pero en cuanto estas despejaban su visión
cayendo por su cara, la veía dormida tendida en la camilla. Acercó la
cabeza a su mano, la cual tenía entrelazada con la de su mujer, y dejó
recaer en ellas su peso.

En ese momento pensó en que nunca podría dejar de llorar. En que la


tristeza tan terrible que sentía jamás le abandonaría. Se sintió desolado,
como si un meteorito hubiera arrasado con todo su mundo.

Pasaron horas, cuatro exactamente. Bill James no había levantado la


cabeza en todo ese tiempo, por lo tanto eso quería decir que no había
avisado a nadie más de lo sucedido. En la entrada del hospital, al mismo
tiempo, entraba una Amelia James cargada con un bolso grande y
demás bolsas de papel con cosas que había comprado para su prima.
Las enfermeras que la vieron subir a la planta donde había estado su
prima se lamentaron al verla cruzar el pasillo, cuestionándose si
detenerla.3

—Disculpe, mi prima estaba en la habitación 13 de esta planta... —


preguntó inocente, porque sabía que si hubiera pasado algo importante
sus tíos ya se lo habrían comunicado, en el punto de información de la
planta—, pero acabo de estar ahí y está vacía. ¿Me podría decir si la han
trasladado de habitación o algo? Su nombre es Emma James.
El enfermero que la atendió revisó en su ordenador. No estaba enterado
de nada, acababa de iniciar su turno. Cuando supo lo que había pasado,
se lo comunicó apenado.

La encantadora chica de los rizos de oro se quedó sin aliento, el bolso y


las bolsas de papel cayeron al suelo. Negó frenéticamente con la cabeza
y empezó a temblar y a llorar.

—¡No, no, no! ¡Eso no es cierto! ¡Te estás equivocando, míralo bien!

El enfermero acudió a su consuelo, pero fue demasiado tarde. Amelia se


desplomó contra el suelo. El enfermero informó deprisa de un síncope en
el pasillo de la planta, al que acudieron más personal de enfermería.

Cuando Bill se enteró de lo ocurrido, pidió que por favor llevaran a su


sobrina a la habitación donde se encontraba con Margaret. Se dio cuenta,
con esto, de que había llegado el momento que tanto había temido:
comenzar a asumir la fatal desgracia y ser capaz de comunicar la noticia.
Con Margaret sedada y con una Amelia recuperando el conocimiento, él
debía hacerse cargo de todos los trámites.3

Aiden fue informado de la noticia y recibió las órdenes de lo que tenía


que hacer, Bill se disculpó por molestarle en su día libre, a lo que él le
dejó claro que no iba a tomarse ningún día libre, que él estaría a su
servicio para lo que necesitara. Cogió el coche que se le había asignado
y lloró, lloró todo el camino hasta el hotel donde se alojaba Derek. Solo
recordaba las veces que había conducido con la señorita Emma en los
asientos de atrás, charlando con ella o escuchando la música que le
gustaba. Pensó en que jamás la vería de nuevo y detuvo el coche,
llorando con el corazón más apenado que nunca.9
En recepción le informaron de que el señor Gibson había salido hacía
veinte minutos del hotel. Aiden se imaginó que, como Derek sabía que
hoy era su día libre, habría ido él solo al hospital. Y no se equivocaba, el
inglés se encontraba de camino. Salió del taxi con el libro que llevaba
para Emma bajo el brazo, pagó y se encaminó hacia la entrada,
saludando con asentimientos a los pocos periodistas que se reunían esa
mañana ahí. No respondió ninguna de las preguntas, no lo había hecho
desde aquella vez cuando respondió que Emma se encontraba bien.

Como cada día había hecho, entró en el hospital, subió a la planta en


cuestión y se encaminó hacia la habitación 13. Golpeó con sus nudillos
en la puerta pero no tuvo respuesta, así que se sentó a esperar. El inglés
de pelo castaño y de ojos de un curioso tono de azul se entretuvo
echándole una ojeada al libro en lo que le abrían la puerta para poder ver
a Emma. No fue hasta cinco minutos más tarde cuando vio aparecer a un
Aiden preocupado, apresurado y sudoroso.1

—¿Qué pasa? —le preguntó, al ver que se acercaba a él con mala cara.

—¿No sabes nada? —le preguntó el australiano solo para confirmar sus
peores sospechas: sería él el que le daría la mala noticia.1

Derek preguntó qué debería saber, comenzando a preocuparse.

—Lo siento mucho, Derek —comenzó a decir—, no sabes cuánto daría


para no tener que decir esto pero...

Derek comenzó a pensar lo peor. Sin dudarlo y sin dejar que su reciente
amigo terminara de explicarse, se giró abruptamente hacia la puerta 13 y
la abrió de golpe. Su respiración se aceleró, dio un paso adelante y luego
otro, todos los que hicieron falta hasta quedar justo delante de lo que sus
ojos querían ver. Estaba ahí, sus peores sospechas se habían
confirmado: había una cama completamente vacía.

—¿Dónde está? —le preguntó girando sobre sus talones para mirar de
frente a Aiden—. ¿Se la han llevado? ¿Le han dado el alta?

—Derek... —Aiden sufría por él.

—Dime, se la han llevado para operarla, ¿no? Por fin hubo un donante
compatible.21

Derek estaba centrando todas sus fuerzas en alejar todos los


pensamientos negativos de su cabeza y solo quería mirar hacia las
posibilidades que no tenían nada que ver con la muerte.

—Por favor... —rogó.

—Emma ha fallecido, Derek.9

—Mientes —lo culpó.

Aiden se restregó la cara con frustración.

—Derek, lo siento mucho, tío... yo me he enterado hace nada y...

—¡Me estás jodido mintiendo, joder! —grita.24

No había soltado el libro para nada, de hecho, lo estaba apretando con


fuerza hasta ahora pero en ese momento lo lanzó contra una pared.

—No puede estar muerta, ella me dijo que hoy nos veríamos, Aiden.5

Aiden, colapsado por la situación, le dio la espalda y salió de la


habitación.
—¿Me oyes Aiden? —le gritó al verlo marchar—. Ella me dijo que hoy
nos veríamos, quería... quería que yo le trajera este libro porque quería
leérselo —dijo yendo a recoger el libro que había estampado contra la
pared—. No puede estar muerta, ¿me oyes? Estás mintiéndome y lo
sabes.28

Aiden le dedicó una mirada llena de pena desde fuera de la habitación.

Derek, desesperado, se puso a buscar por toda la habitación las


pertenencias de Emma. Revisó y revisó pero no encontró nada, y eso se
debía a que ya habían desalojado la habitación y entregado sus
pertenencias a su padre.

—¡No, no y no! ¡Tú no puedes estar muerta, joder! —gritó revolviendo las
sábanas de la cama y lanzando la almohada al suelo—. Tú dijiste que
hoy nos veríamos, que hoy me darías una paliza a ese juego tuyo igual
que lo hiciste ayer. ¿Dónde estás ahora, joder? ¡No puedes estar muerta,
jodida Emma, no puedes estarlo, joder!32

Rompió a llorar, dejando caer su peso contra la cama en la que había


estado Emma. No había sentido nunca antes una sensación tan
horrorosa como la que le estaba invadiendo en ese momento. Era
desgarradora, era terrible. Se tapaba los oídos buscando deshacer las
palabras que le había comunicado Aiden, esas tan terribles: Emma ha
fallecido Derek.

Le invadió la rabia cuando se dio cuenta de que la realidad era otra a la


que él quería creer, y cargó toda su furia contra la cama, propinándole
puñetazos que él creía que se merecía, por haber dejado que Emma
muriera, por no haberla cuidado como debería haber hecho. Poco tiempo
tardó en darse cuenta de que la cama no era la culpable y fue el
momento donde el dolor se volvió físico. Terminó sentado en el suelo,
apoyando su espalda contra la cama y llorando como un niño
desconsolado. Se aferraba con fuerza al libro que había llevado con
intención de dárselo a Emma y mojaba sus hojas con las gotas de sus
lágrimas.

—No tenías que haberte ido, jodida niña del demonio —susurraba para sí
mismo, queriendo odiar a Emma por no estar ahí—. Tenías que quedarte
aquí, en el mundo, viviendo tu jodida vida y yendo a bodas con vestidos
rosas.46

Se secó las lágrimas enfureciendo pero no pudo moverse de allí, quería


quedarse a esperar que todo eso solo fuera una pesadilla. Esperó y
esperó, pero nada cambiaba. Fue entonces cuando miró en dirección a
las ventanas y se preguntó si era verdad, si ella ya no estaba allí.1

Volvía a llover y a tronar, ya que antes había parado. Derek contempló


las gotas empapando los cristales y su mente le llevó a aquel primer día,
donde conoció a la tal Elba Jones, la misma que se quedó dormida en su
coche y despertó asustada por un trueno. Se rió amargamente por la
coincidencia y la maldijo en voz alta.

—¿Y esta vez qué? —Preguntó en voz baja—. ¿Esta vez no piensas
despertar, Elba?17

Con el alma afligida, rompió a llorar de nuevo y así estuvo por mucho
tiempo más hasta que Aiden se sentó a su lado. Ambos en el suelo
contemplaron las ventanas.

—Es todo tan injusto —soltó el australiano—. Nos ha dejado tan joven,
con tantas cosas aún por hacer y por lograr.
Derek no dijo nada, solo contemplaba en silencio los cristales llenos de
gotas.

—Te he traído esto —le dijo su reciente amigo, dándole unas pastillas y
una botella de agua—. La enfermera me ha recomendado que te tomes
una ahora y la otra después de seis horas si la necesitas. Te encontrarás
mejor, al señor James también tuvieron que dársela.2

Derek suspiró con fuerza.

—¿Cómo están ellos? —preguntó después de varios minutos.

—Mal —le comunicó Aiden—. No podría contártelo con palabras. Tómate


la pastilla y si quieres verlos, te llevaré con ellos.

Derek le hizo caso y se tomó la pastilla. Se guardó la otra y agradeció el


agua, no había sentido la garganta desde hacía rato.

—Era tan especial —soltó el inglés después de otro rato.

Aiden le dio la razón.

—Llegaste a cogerle gran aprecio, ¿verdad? Todos lo hicimos. Era un


ángel de persona —finalizó Aiden porque Derek no añadió nada más.1

El estupor no abandonaba el cuerpo de nadie, pasaron las horas y todos


seguían sin poder reaccionar. Margaret estaba sentada en una butaca de
su casa, mirando directamente a la ventana, la cual mostraba un
hermoso jardín, ahora cubierto por la oscuridad, siendo regado por la
lluvia. Bill estaba sentado en la silla de su escritorio con la mirada perdida.
El silencio se quebró en el mismo momento que Margaret rompió a llorar
por enésima vez. Bill la miró desde su ángulo. Acongojado se puso en
pie para llegar al lado de la que había sido su mujer durante todos esos
años, quería consolarla pero no sabía cómo, porque si lo supiera, se
consolaría también a él mismo.

Se arrodilló frente a ella y llenó de besos una de sus manos, la otra la


tenía ella delante de sus labios.

—Lo siento mucho, no pude hacer nada —se disculpó, por tercera vez en
el día, mirando aquellos ojos verdes enrojecidos por tanto llorar, esos
ojos verdes que le recordaban a los de su hija.2

Margaret lo miró destrozada. Peinó el pelo del hombre que le había dado
tantos años de felicidad y a una hija maravillosa, y negó con la cabeza,
alejando la culpabilidad de él.

—No sigas disculpándote. No eres dios, Bill —le dijo con la voz más débil
del mundo—. No había nada que tú pudieras hacer.2

Bill se remueve, por dentro y por fuera. Él hubiera llegado a hacer


cualquier cosa, incluso una muy detestable, se atrevería a tomar el lugar
de dios por un momento y decidir quién debía morir y quien vivir, solo
para que su hija siguiera viva.5

Miró a Margaret arrepentido y desconsolado. No tardó mucho en


derrumbarse. Margaret tan solo peinaba su cabellera mientras él lloraba
con la cabeza en su regazo.

—Te amó como nunca llegaría a amar a nadie —le dice Margaret a su
marido.3

Después de unos minutos, él levantó la cabeza para mirarla. Ella le


asintió.
—La tuve en mi vientre, te amaba más que a nada desde mucho antes
de verte. No conocí amor más puro que ese —mientras decía esto sus
lágrimas descendían por su rostro demacrado—. Emma te seguirá
amando siempre, Bill.2

Él se levantó y abrazó a su mujer con todas las fuerzas del mundo. Un


rato después, ella le cedió su asiento en la butaca para luego sentarse en
su regazo y acurrucarse, como hacía cuando tenía veinte años y estaba
triste. Los abrazos que le daba Bill eran la solución para todo a los veinte,
sin embargo, en ese momento... era difícil arreglar su corazón roto con
uno de esos abrazos, él también estaba destrozado y también quería
consuelo. El único abrazo que podía arreglar ese par de corazones rotos
era uno de Emma. Por lo tanto, eso quería decir que esos corazones
estarían rotos para siempre.8

En la sala de estar de la casa de los James, estaban sentados Amelia y


Derek. Uno en cada esquina, mirando a la nada. Ella no había dejado de
llorar desde que se recompuso de su desmayo. Él... él no había abierto la
boca más de dos veces.

Los familiares rondaban por las diferentes partes de la casa intentando


organizar los tramites que seguían después de un fallecimiento, lo hacían
porque sabían que en ese estado, ni Margaret ni Bill podrían hacerlo.
Lachlan y Jennifer, los padres de Amelia, estaban reunidos con los
abogados de la familia en la cocina porque el despacho estaba ocupado.
El padre de Bill, Michael, estaba hablando con seguridad para
organizarlos bien, consiguiendo con esto la máxima privacidad para la
familia en esos momentos tan tristes. La madre de Bill, Iraia, estaba en la
habitación de Emma intentando entre lágrimas encontrar un vestido para
vestir a su nieta, una situación que había sido impensable para cualquier
abuela, ella la estaba viviendo. No encontraba nada, toda la ropa de su
nieta era demasiado bonita y alegre para una situación así. Prefirió
decidir más tarde con la ayuda de Jennifer si iban a comprar algo o lo
elegían de lo que tenía Emma.

De nuevo en el salón, Derek vio entrar a Aiden. Este traía una bandeja
con dos platos de comida: sopa, lo último que había visto cenar a Emma.

—Me ha dicho la señora Jennifer que tienen que comer, ella les ha
preparado un poco de sopa —les dijo dejándoles la bandeja en la mesa
de centro.

—Yo no quiero nada —dijo Amelia, secándose las lágrimas.

—Pero su madre ha insistido —le comunicó Aiden—. Ninguno de los dos


ha comido nada en todo el día.

—Está bien —respondió Amelia, sin fuerzas para discutir con nadie—.
Gracias.

Aiden se retiró aunque no tardaría en volver. Amelia observó los platos y


luego a Derek, él se encontraba lejos de esa casa, estaba de cuerpo
presente pero su mente divagaba.

Se acercó a él y tomó asiento a su lado. Cogió un plato y se lo pasó con


una cuchara.

—Come algo, Derek, o te desmayarás —habló Amelia con la pared.

Tuvo que darle un codazo para que él se diera cuenta de que ella
sostenía un plato para él. Hizo amago de rechazarlo pero ella se lo
entregó a la fuerza.3

—Come, te hará bien al estómago —aconsejó la rubia.


—Lo siento, es que no tengo mucha hambre —se justificó aceptando el
plato y la cuchara.

—Ninguno tiene hambre, ni sueño, ni ganas para hacer nada, pero


tenemos que comer sino queremos volver al hospital.

Derek pensó en que con gusto volvería al hospital, como había estado
haciendo cada día, solo para seguir viendo a Emma. Pero la realidad era
que, aunque él volviera, ya no podría verla nunca más.3

—He oído decir a Aiden que regresas a Londres el 1 de marzo —le dijo
Amelia al inglés, este la miró y asintió.

—Así es.

—Es este domingo.

—Sí.

—Ya habrá pasado el entierro... —comentó y automáticamente la voz se


le quebró.

Derek contuvo la respiración, luego relajó el gesto.

—Lo sé, quiero estar presente. Luego el domingo cogeré un avión y


volveré a casa.

Después de decir esto, los dos se dedicaron a comer a sorbos lentos la


sopa que le habían preparado en absoluto silencio y ambos mirando a la
nada. Aiden los observaba desde la puerta, siendo testigo de cómo dos
personas tan jóvenes y llenas de vida, habían sido destrozados. Entendía
mucho a Amelia, pero se sorprendía un poco por lo tan afectado que
había quedado Derek. Emma era una chica maravillosa, sí, no había
duda, pero él no la conocía desde hacía tanto.5
Dejó estar el tema, como lo habían dejado estar todos en esa casa. A
parte de Bill que sabía la verdad, todos se habían asombrado por lo mal
que estaba Derek después de la pérdida de Emma, pero nadie había
dicho nada. Tan solo respetaban que pasara el luto de la manera que él
quisiera. No eran nadie para decidir cuánto cariño le podía coger una
persona a alguien en poco tiempo, eso era cosa de cada uno.

Y así fue como sucedió la noche del 23 de febrero del 2015 en casa de
los James, en absoluta pena. La pérdida de Emma había sido
devastadora y con su marcha se había llevado cualquier rastro de alegría
de los que la querían. Sin embargo, la adorada Emma de todos había
dejado una carta escrita para cada uno de ellos, las cuales encontrarían
al día siguiente.8

Emma era así, desprendía amor a su paso y, en un paso por la vida que
duró dieciocho años, amó a cada uno de ellos de una manera hermosa,
especial e incalculable.

Emma era, para cada uno de ellos, lo bueno que nos regala la vida en
algún momento de nuestra existencia. Y aquello, aunque nos sea
arrebatado de las manos, nunca podría ser borrado de nuestros
recuerdos, ni mucho menos arrancado de nuestros corazones.
CARTA:

Un día como otro cualquiera, en la oscuridad de mi habitación, cuando


todos piensan que duermo, alumbrada por una pequeña linterna, escribo
esta carta para el día en el que me vaya.2

Hola Derek. No preguntaré qué tal estás porque me lo imagino: jodido.36

Voy a confesarte, por muy retorcido que te suene al leerlo, que me he


reído al escribir lo anterior. ¿Qué quieres? Mientras escribo esto sigo viva
y me río por culpa de ese humor tan tuyo. De alguna forma, que me haya
reído ha sido culpa tuya, por tener ese fetiche tuyo de estar siempre tan
jodido.2

Bueno, me centro, que sino esta carta será más larga que la Biblia.

Comenzaré de una manera muy clásica:

Si estás leyendo esto es porque ya no estoy con vosotros. Lo siento


mucho, perdóname por haberme dejado ganar por la muerte. No me
culpes, no supe cómo ganarle. Tal vez para la próxima...21

Te escribo esta carta para despedirme para siempre. No nos volveremos


a ver más y eso es algo que me entristece como no tienes manera. Te
pido perdón, de nuevo, por haberme ido. Pero así se han dado las cosas
y hay que seguir hacia delante. Sé que mi pérdida te habrá dejado mal,
triste y que ahora mismo piensas en todo menos en querer seguir hacia
delante. Está bien, sigue triste, llora si te sientes mejor haciéndolo, o di
jodido cuantas veces quieras si eso te consuela. En algún momento eso
lo dejarás atrás y continuarás viviendo sin estar triste por mí, sin estar
mal y me recordarás con una sonrisa o tal vez una carcajada. Te aviso
desde ya que llegará el momento donde me recuerdes y ya no sea un
mal trago para ti, sino que, todo lo contrario, sea un buen recuerdo. No
sé cuándo ocurrirá eso exactamente, pero te aseguro que pasará. Por el
momento, haz lo que te haga sentirte mejor.4

Me consuela saber que cuando me fui de este mundo tú eras un tío


buena gente, porque eso significa que en el mundo se queda gente
maravillosa para hacer de él un lugar maravilloso. Tú, que vives, tienes
esa responsabilidad.1

También tienes la responsabilidad de seguir viajando, de seguir haciendo


locuras, aunque intenta que no sean con más Elbas barra Emmas barra
Jones barra James por tu bien. Tienes la responsabilidad... ¡no! ¡Qué
digo? Tienes la obligación de seguir aprendiendo cosas, de ir siendo
cada día mejor persona y de ser feliz. Mientras viajabas por Australia
conmigo, veía como hacías todas esas cosas: aprendías, mejorabas,
disfrutabas y eso te hacía cada día que pasaba, un Derek mejor que el
día anterior.

Como mejor amiga tuya que fui, te recomiendo que nunca dejes de hacer
amigos y de querer. De querer de mil formas distintas, como la nuestra
por ejemplo. Como tú me dijiste una vez, no hace falta ir clasificando el
amor. Así que encuentra a otra mejor amiga, a diez más, a todas las que
quieras y quiérelas mucho. También búscate amigos, que yo sé que a ti
las chicas te gustan más que el pan, pillín. Recuerda: sea a quien sea,
quiérele, de la manera que sea. Claro, con respeto y no de manera
obsesiva e insana como algunos casos del CSI: New York. Créeme: eso
siempre te llevará a la cárcel.24

En definitiva: conoce a gente, haz amigos, quiere mucho, quiere bien.2


Te aseguro que yo te quise bien. Tú ya sabes que eres difícil de querer (y
más de soportar), pero no sé cómo logré hacerlo. Bueno, en realidad sí lo
sé. Tu acento. Esa era la clave. Tú acento hacía de ti un gran partido
como amigo. Es broma, en realidad te quise por la gran persona que eras,
por haberme ayudado siempre y por nunca abandonarme.2

Esto me lleva al momento de darte las gracias. Para hacerlo bien, debo
remontarme al minuto cero de todo. Ese preciso instante donde abrí la
puerta de tu coche y me lancé en el asiento del copiloto. Recuerdo muy
bien lo primero que dijiste nada más verme: ¿pero qué coño...? Ahora
mismo me acabo de reír al recordar ese momento, sobre todo por tu
reacción. Muchas gracias, Derek, por no haberme sacado a rastras de tu
coche, por haber arrancado y por haberme ayudado aquel 3 de enero.
Los cuarenta días siguientes fueron lo mejor que he hecho en la vida, te
lo aseguro. Gracias por no haberme dejado tirada en plena tormenta.
Gracias por haberme prestado la ropa de Hanah para poder pasar los
días. Gracias por seguir conduciendo hacia delante, llevándome a cada
sitio diferente, por no retroceder y por no delatarme. Gracias por estar
conmigo en todos esos lugares a los que fuimos. Gracias por no
enfadarte, bueno, al menos no tanto, cuando descubrías que te mentía.
Gracias por tenerme paciencia, o intentarlo. Gracias por no ir a la policía
cuando descubriste la verdad, pese a que te la jugabas, hiciste caso a mi
petición de no contárselo a nadie, solo para no hacerme daño, para
protegerme. Te lo agradezco de todo corazón. También te estoy
agradecida por enseñarme a ver la vida de otra manera, por haber
discutido a lo tonto conmigo, por haberme hecho reír, por tu sarcasmo y
tu doble sentido para todo. Gracias por ser el mejor amigo que nunca
tuve, por haberme cuidado como un hermano mayor y haber sido mi
secreto amor platónico (inserta risas aquí, muchas, muchas risas) (Por
descontado que lo anterior es mentira, no te hagas ilusiones, amigo).
Gracias por haberme animado en mis bajones. Gracias por encargarte de
que mis dieciocho fueran especiales. Gracias por reírte conmigo (aunque
más te reías de mí que conmigo), por haber bailado conmigo, por haber
huido conmigo y por haberme querido de esa manera tan especial.
Gracias por haber compartido conmigo esos cuarenta días. Y, por último,
gracias por haber venido a visitarme al hospital para que no me sintiera
tan sola, por animarme y por darme esperanzas aún teniendo un futuro
incierto.17

Te seguiría dando las gracias la vida entera, pero me temo que eso es lo
que he hecho.1

Bueno, bueno, sin dejarnos llevar por la tristeza, lo que quería dejarte
claro con todo lo anterior es que yo te estoy agradecida infinitamente por
todas las cosas que hiciste por mí. Y eso no va a cambiar aunque yo ya
no esté porque te seguiré agradecida en esta vida y en la otra, si es que
hay.

Te quiero pedir algunas cosas, si no te es mucha molestia, claro. Me


gustaría que te quedaras con nuestra foto, esa que nos hicimos con una
cámara desechable aquella vez de excursión. Te la dejo en este mismo
sobre, junto con la que te hice a ti y un par más de las que hice yo.
Guárdalas por mí y míralas cuando quieras, o bien guárdalas y olvídalas.
Son tuyas a partir de ese momento. También te pido como favor que te
quedes con mi parte del llavero, ese que ponía "soulmates". Así tú
podrás tener las dos partes juntas. Igual que las fotos, mi parte del
llavero podrás encontrarlo en el sobre. También quiero pedirte que
escuches el disco que te regalé una vez más, al menos una vez como
favor. Luego escúchalo tantas veces como quieras o refúndelo en tu casa.
Me gustaría pedirte de favor que no me olvidaras, pero no lo voy a hacer.
Esos favores no se piden, al menos yo no te lo voy a pedir a ti. Eso es
elección tuya. Yo sé que no te podré olvidar nunca, esté donde esté. Por
último, por favor nunca dejes de ser tú. Eres una persona fantástica y el
mundo necesita gente como tú.29

Ahora sí, habiéndote dado las gracias por todo, habiéndote pedido los
favores que quería pedirte, sigo a despedirme.

Siento mucho tener que escribir esta carta, pero quería hacerlo. Es tan
agridulce esta sensación. Las despedidas no son, ni por asomo, algo
bonito, pero son mejor que desaparecer sin más. Ojalá fuéramos eternos,
pero como eso no es posible, me conformo con saber que las amistades
como la nuestra sí son para siempre. Quisiera decirte que no hay motivo
para estar triste, pero es que sería una mentirosa, sobre todo porque yo
estoy demasiado triste en este momento mientras escribo esto.1

No es un trago fácil sujetar el bolígrafo justo ahora. Y me imagino que


será igual de amargo para ti estar leyendo esta carta. Pero, ¿qué te
puedo decir? Estas cosas pasan y nos ha tocado a nosotros pasarlo.
Daría lo que fuera por poder quedarme aquí con todos vosotros, seguir
creciendo y disfrutando de toda la vida que tengo por delante. No estoy
nada preparada para no despertar más, pero no creo que sea algo para
lo que alguien esté preparado a los dieciocho años. Sin embargo,
vosotros os quedáis aquí, con un trocito de mí cada uno. Solo pienso en
lo mucho que os queda por vivir y me alegro, porque al menos la vida
solo fue injusta conmigo y no con uno de los que amo.7

Pese a todo esto, Derek, soy feliz. Créeme, lo soy. Gracias a mi madre, a
mi padre, a todos y gracias a ti, lo soy. No me gustaría que pensaras ni
por un segundo que viví triste, porque esa no es la verdad. La vida es
dura por lo que me ha dejado ver, pero no es motivo para vivir triste y eso
lo he aprendido viviendo. Así que gracias una vez más, a todos vosotros,
por haberme enseñado a vivir la vida de la mejor manera posible frente a
la adversidad.

Ha llegado el momento, tengo que decirlo por dentro y escribirlo en esta


carta. Adiós, Derek. Ha sido un verdadero placer conocerte. Si hay otra
vida aparte de esta, espero conocerte en la otra también. Y si hay
millones de universos paralelos a este, espero conocerte en todos y cada
uno de ellos.31

Has sido de esas cosas maravillosas que ocurren en la vida por pura
casualidad. Espero sinceramente que también haya sido grato para ti
conocerme. No te olvidaré nunca.2

Te quiero mucho, Derek. Te deseo lo mejor, amigo mío.8

Atentamente,

Elba barra Emma barra Jones barra James.

También podría gustarte