Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Abandoné a mi novia.
Empecemos por ahí́.
Sí, la abandoné en una gasolinera, sin coche, sin equipaje, sin ropa
(aunque, gracias al cielo, sí estaba vestida), sin móvil, sin dinero, sin
ningún otro medio de transporte, sin un mapa y... sin novio.
Ahora pensaras que tal vez soy un idiota que merece una patada en las
pelotas pero, créeme, no. Solo... solo soy una persona más con
problemas, como todas. La única y gran diferencia es que no todas las
personas de este mundo tienen un problema llamado Elba Jones.
Solo hazme un favor, a mí y a ti mismo, si alguna vez ella se monta en tu
coche y te pide que la lleves a alguna parte, sé inteligente y NO LO
HAGAS.
Ah, por cierto, me llamo Derek. Derek Gibson.
Ya me darás las gracias.
CAPÍTULO 1
—Un refresco. Y patatas. Y chocolate. Y... no sé algo con una buena
cantidad de azúcar para no perder la fuerza en media carretera.15
—Está bien, está bien, compra lo que quieras. Solo recuerda que si
compras un refresco para tu novio, que está al volante y que lo estará por
unos cuantos kilómetros más, entrarías directamente al concurso de
mejor novia del año.1
—Déjame salir, Derek. Veo la fila de la caja desde aquí, no quiero tardar
toda mi vida solo por dos refrescos.
Flexiona sus brazos y me empuja, pero no con toda la fuerza que sabe
que necesita para apartarme.
Esta vez me golpea con más fuerza y me aparto un poco mientras río.
—Te quiero.
— ¿Te amo?
Resoplo con la lengua para quitarme del todo su pelo de la boca. Ella
bufa y se cruza de brazos apartando de mi vista sus pequeños, firmes y
bonitos pechos.
—Claro.39
¿Se supone que acabamos de discutir por eso? ¿Por comprar dos
bebidas de algún sabor? ¿En serio?
— ¿Tienes dinero?3
Ella sale del coche y yo me inclino para sacar mi cartera con intención de
pedirle que compre alguna chocolatina para los dos, pero cierra la puerta
de un golpe. Genial, se ha enfadado. Ahora debería salir detrás de ella a
por esos chocolates y patatas que quería, pero si puedo cerrar los ojos
dos minutos antes de volver a conducir estaría bien. Supongo que luego
podré remediarlo.
Me quedo como atontado mirando a esa loca. Lleva el pelo algo húmedo
y alborotado. Parece que la hayan atacado unos cinco cuervos.6
¿Pero qué le pasa a esa niña? ¿Es que ha perdido la cabeza o qué?
— ¿Te crees que soy un puto taxi o qué, niña? Sal de mi coche.80
— ¡Te lo estoy diciendo muy en serio! ¡Tienes que arrancar ahora mismo
antes de que se den cuenta de que no estoy en el baño y comiencen a
buscarme!
— ¡Te juro por Dios que esto va en serio! Solo ayúdame, por favor.
Podrás dejarme en cualquier sitio unos kilómetros más allá, te lo prometo,
pero ahora debes ayudarme.2
Niego con la cabeza y le aparto las manos llevándome algunos arañazos
ya que la jodida tiene las uñas largas.1
Grita más fuerte sin dejarme hablar. Mira por la ventanilla y veo como el
terror se adueña de las facciones de su cara. ¿Esto realmente va en
serio? ¿Realmente han secuestrado a esta chica? Joder, ¿y qué se
supone que debo hacer ahora? Yo no soy el jodido Batman.136
—Por favor...
Hostia puta. ¿Qué hago? Derek, piensa, maldita sea, ¡piensa! ¿Qué
haces?92
—Mierda...
Hostia puta. Maldita cría, ¿tenía que venir a subirse a este coche
precisamente? ¿Qué pasa? ¿Acaso el maldito coche tiene un cartel de
"súbete sin problemas, yo te llevo a donde quieras"? Tengo que revisar
las malditas pegatinas que le ha pegado Hanah... ¡Derek, ahora no es
momento de pensar en eso!176
Ella sigue llorando mientras yo cierro los ojos intentando pensar qué
hacer. Por más que aprieto el volante entre mis dedos e intento no
hacerle caso a su llanto, es imposible. Mi puto corazón está sufriendo por
el jodido lloriqueo de esa desconocida. No puedo creer que me lo haya
creído. ¿Y si no es verdad? ¿Y si solo quiere matarme para quedarse
con el coche y todas nuestras cosas? Abro un ojo y la miro de reojo. No
creo que pase de los... ¿diecisiete? ¿Qué me podría hacer una niña tan
pequeña, flaca y debilucha como ella? En cambio, sí parece reunir las
suficientes características para que me crea que alguien ha querido
llevársela a la fuerza. Joder, no sé por qué estoy pensando en que
alguien ha querido llevársela a la fuerza. ¿Qué debería importarme eso a
mí?
—Por favor... por favor... ayúdame —me susurra, casi desde debajo del
asiento, mirándome con ojos aterrados y asustados.
—Joder, joder...
Cierro los ojos y no me doy más tiempo para pensar. Al parecer mi vida y
la de esa chica dependen de la decisión impulsiva que tengo que tomar
en este preciso momento, así que decido arrancar el coche y salir
quemando rueda de ese maldito lugar en medio de la nada. Veo como el
tipo mira en nuestra dirección como si sospechara que estoy
secuestrando a su secuestrada. O a lo que puñetas sea esta tipa para
él.117
De reojo miro a esa chica de pelo negro que sigue escondida debajo del
asiento, temblando como una hoja de papel y manteniendo sus manos
con fuerza delante de su cara.
Mis hombros se hunden cuando veo el mapa que dejó Hanah antes de
bajar del coche.
¡Coño, tío, has abandonado a tu novia en una gasolinera sin nada más
que lo puesto!
CAPÍTULO 2
La desconocida tiene la cabeza entre las rodillas. Aún no sé su nombre, y
llevo una o dos horas al volante. No sé dónde coño vamos, solo sigo esta
carretera infinita y, sinceramente, tampoco sé por qué lo hago.19
Nada.
Frunce la línea recta de sus labios y vuelve a esconder la cara entre sus
rodillas.
—Jo...nes.63
—No, no me lo sé.
—No hace falta que me sueltes trolas, no tengo móvil de todas formas —
resoplo y miro hacia delante.59
— ¿Qué?
¿Qué acaba de decir? ¿Que si soy así de gruñón con todo el mundo o si
solo lo soy con ella? ¿Se cree que todo el mundo me obliga a dejarle
subir a mi coche sin echarlos siendo completamente desconocidos para
mí y a arrancar dejando en plena nada a mi novia? ¿Ella realmente está
consciente de lo que me acaba de preguntar?
Aprieto los puños sobre mis rodillas y volteo la cara para mirar por mi
ventanilla. Al parecer no nos vamos a llevar muy bien.
—¿Cuántos jodidos años tienes?2
—Diecisiete.17
—Dios mío, ¿me he llevado a una niña de diecisiete años de una jodida
gasolinera sin que nadie lo supiera?20
La miro.
Arruga la frente.
—Oh, claro que lo es. ¿Acaso no eres consciente de que tengo a una
jodida menor de edad en mi puñetero coche?15
—Lo siento.
—¿En serio? ¿Lo sientes? Dime qué es lo que sientes. ¿Haberte subido
a mi coche sin permiso? ¿Haberme metido en esta mierda? ¿Haber
hecho que abandonara a mi novia en una maldita gasolinera sin nada?
¿Qué, Elba, qué es lo que sientes?46
—¿Todo?10
Se encoge más.
Siento sus enormes ojos verdes mirándome por el cristal del parabrisas.
La miro y traga fuerte.
Toma la mano y la estrecha con la suya. Tiene una mano tan diminuta y...
suave. Joder, parece tener la piel de un bebé.106
—Hola, Derek.24
La fulmino.1
Asiente.
—Gracias y... lo siento por todo. Vas a ir al cielo cuando mueras, ¿lo
sabes, no?104
—Si voy a ir alguna parte por haber secuestrado a una tía de diecisiete
años cuando me muera será al infierno, no al cielo. Y, para hacer la cosa
más divertida, mientras siga vivo, adonde iré será a la cárcel.
Las pupilas de sus ojos se dilatan un poco y luego sonríe. Eso ha sido
raro. Lo que ha pasado en sus pupilas antes de sonreír, digo.163
Le doy una sonrisilla sarcástica y ella se inclina hacia la puerta para salir.
—¿Irme?
—¿De verdad quieres que me quede? Pensé que querías que me fuera.
—La verdad, niña del demonio, preferiría que nunca hubieras entrado a
mi coche.87
Resopla.
Sacude su mano.
—No hace fa... —no la oigo acabar porque corro hasta el maletero.1
Yo no puedo.
Para mí, el nombre de Elba Jones solo significa una cosa: problemas. Y
eso que llevamos relativamente nada metidos en el mismo coche.
CAPÍTULO 3
Se ha quedado dormida.20
—Si fueras una chica... —la miro de reojo—, o sea, quiero decir, como
eres una chica —rectifico— ¿qué contraseña le pondrías a tu móvil?1
Levanto la mirada intentando valorar si esa ha sido una buena idea pero
termino por decidir que no.
—¿Cuánto he dormido?
Señala el móvil.
La miro con una ceja enarcada. Aunque no sabría a quién más llamar, la
verdad es que no pensaba llamar a la policía. De momento solo quería
saber la contraseña para desbloquear el móvil.16
—No.
La miro. Hasta ahora no había caído en eso. Supongo que los nervios del
momento no me dejaron recordar que yo no podía llamar a la policía a no
ser que usara el móvil de Hanah, que hasta ahora estaba en el maletero,
o de la cabina telefónica de la gasolinera, opción que tampoco era
razonable dada la situación.5
Niega con la cabeza, entonces caigo en algo. Es obvio que una chica
que ha sido secuestrada no tenga móvil, vale, lo entiendo, pero, ¿una
chica que ha sido secuestrada lleva encima una mochila con agua,
pastillas y todo lo demás que dijo que tenía?46
Traga fuerte. Puedo ver cómo sus pupilas tiemblan. Me inclino un poco
sobre su asiento y la miro directamente a los ojos.9
—¿Qué estás...?
—¿De verdad te habían secuestrado, Elba Jones?1
Ladeo el cuello. Ella parece estar nerviosa, parece que está mintiendo.
—¡No!
—¿Te fumas algo? ¿Te lo inyectas? —Insisto. Para hacer algo como eso
hay que estar mal de la cabeza o petado de drogas, ¿cierto?22
—Yo...
—Es que...
—¿Qué?6
—No te creo.
Me mira duramente.
—Pues es verdad.
—Vamos, Elba, si es que te llamas así realmente, dime qué cojones pasó
por tu mente para subirte a mi coche y ponerte a llorar como una
condenada para que te sacara de esa gasolinera. No encuentro otra
explicación excepto la de si estabas drogada. ¿Lo estabas?
—¡Que no!
—¿Entonces?
—¿Por qué, mierda, por qué has hecho esa locura? ¿Tú estás mal de la
cabeza o qué?
Me fulmina.2
—¡No me grites!
Abre su boca.
—¡¿Perdona?, ¿niña mimada?! ¡Tú no sabes nada, así que mejor cállate!
—¿Qué me calle? ¡¿Qué me calle?! ¡Este es mi coche y no me pienso
callar porque te dé la gana a ti, niña!
—¡Ni siquiera sabes de qué me escapé, tan solo has dado por hecho que
ha sido de mis padres! ¡Que esa sea a la conclusión que has llegado no
significa que sea la verdad, así que no me acuses de niña mimada!3
Me callo de repente apretando los puños. Quiero salir de este coche pero
la lluvia sigue fuerte ahí afuera.
—¡Cállate!73
Espera, espera, ¿por qué estoy comparando esta discusión con esta tipa
con las que tenía con Hanah? No hay nada de parecido entre ambas.17
—La próxima vez que quieras acusar a alguien de algo fíjate primero en
si de verdad sabes algo de esa persona para hacerlo.55
Me espeta resoplando.
—Vale, supongo que los dos nos acabamos de comportar como dos
idiotas. Pero no me vuelvas a acusar así por así, por favor. Me sienta
fatal que la gente haga eso.2
La miro incrédulo.1
Me fulmina.
Arrugo la frente.
—¿Qué?5
—Nada —sonríe.1
—¿No puedo?36
—Joder —me restriego la cara con ambas manos—. Haz lo que quieras
pero explícame por qué entraste a mi coche.1
Suspira.
—Ay, Dios.9
Esto pinta muy mal. Ella se metió en mi coche rogando que la sacara de
allí. Inventó todo eso del secuestro y yo me lo creí. Ahora supongo que
sus padres, todos esos guardaespaldas y media policía del país me
estarán buscando.1
No me equivocaba al decir que era un problema para mí. Joder, creo que
nunca he estado más en lo cierto que en esto.
Ella se ríe.6
La fulmino.
—A mi móvil y a mi portátil.
—Vaya.
—Lo sé, ambos son maniáticos del control —se encoge de hombros.35
Se ríe.
—Vale, todo genial pero... —miro todo el coche— ¿ahora qué se supone
que quieres hacer?1
—Gibson.21
—Oh.
Se ríe.
—Oh.11
Siento que mira mis botas, luego mis manos pegadas al volante y luego
su ventanilla.
—Veintitrés.233
—¿Tan malo era ese lugar donde te llevaban? —pregunto. Solo intento
ver si no me ha vuelto a mentir.
Me mira.
—Vale.
Suspiro.
—No.
Levanto una ceja incrédulo sobre que darle esa información vaya a servir
de algo pero igual se la digo, el móvil se desbloquea y ella sonríe
dejándolo en el cajón de nuevo.5
Sonrío de lado.
—Y yo te oí en su momento.11
—Pues no lo parece.
—No creo que quede mucho, ¿no tenías un mapa? Además, has
conducido por un buen par de horas, ya debemos estar cerca de... algo.15
—¿Qué pasa?1
—Nada.
—Vale.50
¿Qué es lo que entiende por diversión esta niña? Creo que... espera,
¿estoy comportándome como si yo fuera el maduro de los dos? Joder,
esto cada vez me gusta menos. Debería haber sido divertido para mí, no
para ella. En cambio estoy gruñendo por dentro como un viejo
cascarrabias.17
—Vale, Gargamel.228
Siento sus ojos verdes clavándose en mi piel pero no dice nada, solo
deja el mapa.
Sé que tiene ganas de decir "te lo dije" pero por una extraña razón no es
eso lo que hace.14
Esta vez me ayuda arrastrar el maldito coche que nos ha dejado tirados a
treinta metros de la entrada del taller.
Arrugo la frente.
Ella se toma muy a pecho ese comentario sobre la crisis adolescente del
coche y me fulmina, dando por hecho que yo acabo de atacarla a ella. No
voy a negarlo: lo acabo de hacer.2
—Claro.12
Elba se cruza de brazos y resopla. Ahora que estamos fuera del coche,
casi frente a frente, puedo notar que la diferencia en la altura que hay
entre nosotros es más o menos de unos cinco centímetros o algo más.
Tiene las piernas largas, la piel clara aunque bronceada y cada facción
de su cara es realmente impresionante. Parece como si hubiera hecho
algo para ser... como una de esas portadas de revistas sobre moda.
Hanah en cambio es todo lo opuesto. Sencilla, bajita, pelo largo, rubia,
piel morena y su cara más que mostrar algún atributo, muestra inocencia,
solo con eso es capaz de volverte loco. O al menos a mí me volvía
loco.17
—Es vulgar.
¿Pero qué coño pasa? ¿No se supone que debería tener sus pupilas de
viejo cincuentón clavadas en el puñetero coche?1
—Sí, hay una nevera en la primera puerta del pasillo a mano izquierda.
—Muy amable.
Mete la cabeza debajo del capó y tararea algo que creo que es mandarín
mientras el ventilador del techo le hace acompañamiento con los rugidos
que emite al girar.
—Si fuera tú intentaría arreglar las cosas con mi chica. Es malo que dos
cosas se rompan el mismo día.52
¿Qué?9
—Tu coche está hecho polvo. Casi literalmente —dice pasando uno de
sus callosos dedos por la carrocería y limpiando una línea de mugre.3
—Hmm... sí, vendo coches también. Son de segunda mano, pero están
como nuevos.
—¿Un cajero por aquí cerca? —Sigue sin inmutarse por mi reacción.44
Jerry sin decir palabra señala hacia la puerta, ella y yo miramos y justo
vemos un cajero en la esquina de la otra calle.1
Dios mío, que oportuno está colocado todo aquí. Primero el taller, ahora
el cajero.
—¿Quién lleva dos mil pavos encima y se los gasta para comprar un
coche de segunda mano?7
—¿Cuál es el coche?
—Es un todoterreno que alguien dejó aquí para que lo arreglase hace
dos años y nunca volvió.17
Se encoge de hombros.
—¿Te apuntas? —Señala las maletas con un pulgar—. Creo que esto lo
vas a necesitar.
Me acerco para sacarlas y luego entro al coche para recoger las cosas
que tengo en la guantera. Cuando abro el espejo una foto se cae. La
recojo y veo a Hanah colgando de mi cuello con toda su rubia melena
brillando y su cara con morros a lo pato cerca de la mía.
No puedo hacer esto. No puedo recorrer un kilómetro más, ni siquiera un
metro más junto a esta desconocida. Ella no es la chica con la que había
planeado recorrer las carreteras de este maldito país este verano. Ese
era el sueño de Hanah. Viajar hasta aquí para hacer este recorrido en
coche juntos.92
—Bueno, ya está.
Escucho decir a Jerry y cuando miro directo al cristal del parabrisas veo
un todoterreno negro y casi nuevo. Elba coloca sus manos sobre su
cadera y asiente. Yo habría silbado.
—Da igual. Es ley de vida, todos vamos a terminar igual —le sonríe y da
un paso más hacia ella—. Si me permites un consejo, déjale que
conduzca él primero. Este coche hace milagros, pone de buen humor a
cualquiera que lo conduzca.44
—Claro.
—No, ¿tú?
—Dime.
—Del cajero, ¿por? —me responde tan tranquila. Arruga la frente al ver
mi expresión de idiota—. Ya sabes, vas al banco, metes una tarjeta,
marcas la cantidad...59
—Ya sé, ya sé cómo funciona, pero me refiero a de dónde proviene ese
dinero. Acabas de sacar dos mil casi sin pestañear y eres muy joven para
tener tanto por ti misma.
Arrugo la frente.
—¿Qué medidas?
Ella niega con la cabeza negándose a decir más. Paro el coche en media
calle y la fulmino.
—¿Pero qué?
—¿Ya que has parado puedo ir a comprarme una bolsa de patatas fritas
y un refresco? ¿Quieres tú un refresco?
Hanah.79
El sabor del refresco era el tema por el cual discutimos la última vez.2
—Mira niña, no sé que tonterías has hecho pero no voy a permitir que tus
locuras me jodan a mí, ¿de acuerdo? Si has hecho algo más aparte de
escaparte, cosa que ya sé, quiero que me lo digas ahora.
—Niña...
—Está bien. Está bien —dice enseñándome las palmas de sus manos—.
La tarjeta de crédito está a un nombre falso, de una cuenta falsa que
creé para guardar dinero para esto.29
—¿Para esto? —repito.
Vaya, dale otro punto Derek. La jodida niña es más lista de lo que puede
parecer al principio.7
Estoy jodido.8
Por eso mismo debo hacer las cosas bien. Esperaré a que se duerma,
volveremos a esa gasolinera, haré algo para arreglar el enorme error que
cometí dejando a Hanah allí tirada y dejaré a la tal Elba con su
todoterreno fuera de mi vida.36
—Por Dios, esto no es normal. Que mal tiempo hace —se queja.1
—Hay dos cosas que ponen de mal humor a un tío: que su equipo
favorito pierda y el hambre. Puedes remediar lo segundo.40
Me vuelve a tender la bolsa.
No va mal encaminada pero, pff, somos algo más que deportes y comida.
También están... está... ¡ese no es el tema, ¿vale?!123
—Espera, ¿esto se debe a que estás a dieta? —Sus ojos verdes bajan
por mi mandíbula y siguen bajando por mi cuello hasta el final de mi
camiseta.21
—Entonces déjame decirte que has actuado como una idiota varias
veces en tu vida.3
Sin quererlo, lo juro, mis ojos se separan de los suyos y se desplazan
hacia su pecho, luego hacia su vientre y ahí es cuando la voz de mi
conciencia me grita para que arrastre mis jodidas pupilas de nuevo hacia
arriba.19
Recoge la otra bolsa y saca de ella una hamburguesa envuelta con papel.
Al principio me centro en contar las miles de gotas que caen a toda
mecha por mi ventanilla, pero luego, cuando empieza a ronronear lo
deliciosa que está la maldita hamburguesa, comienzo a sentirme
tremendamente hambriento.13
Tengo que apretar los labios con fuerza para no reírme cuando abre los
ojos y se atraganta.2
—¡No ha muerto!
—Que en paz descansen los otros dos —murmuro, ella gruñe entre
dientes.124
—Punto número dos: ninguno ha muerto. Punto número tres: eres cruel,
tus bromas son crueles.69
—¡Que zo...!22
Su risa impide que yo termine lo que planeaba llamarla. Se sostiene el
vientre y su pecho se agita casi compulsivamente. Acaba de tomarme el
pelo la jodida.14
—¡Eres de lo peor!
—Tú no puedes decir algo muy distinto de ti —me dice, aún entre risas.
Me muerdo el labio algo quemado por haber caído como un tonto. Tomo
su hamburguesa y le paso la que hasta ahora era mía.
—Por si acaso.
—Igualmente.2
—La ruta estará ahí siempre —comento, sin mucha emoción en mi voz.
—Hoy no.3
—¿Sí?
—Pensé que era una broma —absorbe fuerte por la nariz—, pensé que
era una maldita broma.10
—Hanah yo...
—Hanah...
—Volveré a mi casa. Las vacaciones aquí se han acabado para mí.
Adiós.
—¡Sal!60
Saca un pie recelosa y yo la agarro del brazo para sacarla de una vez.
Su cuerpo se pone rígido, como si se preparara para recibir un golpe.
Esa niñata es la jodida hija del mismísimo demonio. Y, Dios, ¡que dolor!
Juro por mi madre que estoy viendo estrellas. La cabrona me ha hecho
ver la constelación entera.94
Puedo ver cómo se tapa la boca, no sé si para evitar la risa o por otra
cosa. Se arrodilla a mi lado y me toca un brazo con un solo dedo como si
fuera a tocar a un muerto.3
—Lo siento, pensé que te ibas a poner violento conmigo —me toca un
hombro—. ¿Estás bien?
En realidad no creo que esa sea la moraleja real. Quizá sea: cuando te
vuelves gilipollas con la chica equivocada te vas a llevar una patada en
los huevos. Sí, quizá es esa.
Ahora, ¿se supone que debo pedirle perdón? ¿Yo? O sea, vamos a ver,
ella me da una patada y se encierra en el coche, de morros, de brazos
cruzados y echando humo. ¿Esta tipa es normal?81
No va abrirme.
—¡Sí, tú! —Exclamo—. ¡Todo esto es culpa tuya y encima tienes la cara
de enfadarte!28
¿Cómo?
—¿Cómo qué no? Literalmente no, pero me enredaste con toda esa
actuación de mierda de niña secuestrada. ¡Hiciste que me lo tragara y
que abandonara a la chica que más he querido en medio de la puta
nada!31
—Mira niña, me estás tocando lo que no suena —le gruño, entre dientes,
apretando los puños y controlándome para no comérmela a gritos. Eso la
última vez terminó conmigo en el suelo retorciéndome de dolor y con las
manos en la entrepierna.16
Aprieto más los puños. La sangre me está hirviendo cada vez más y más.
—¡¿Quieres callarte?!
—Agg, cállate de una vez. Solo haz eso, maldita sea, cierra la boca.2
—Derek yo...
—¿Qué?8
—Me vale.1
—¿Te vale?6
Pasan los minutos así. De nuevo estoy contando las gotas de lluvia que
se resbalan por el cristal y a la vez pensando en lo que Elba ha dicho.6
Nadie habla por lo menos durante una hora, todo el tiempo que dura la
lluvia hasta que para un poco.
La miro vacilante.
—Que haya aceptado estar en el mismo coche que estás tú por culpa de
la lluvia no significa que vaya a irme contigo a buscar un hotel.1
Su mandíbula se tensa como si estuviera dispuesta a contraatacar e
iniciar otra guerra, pero llena sus pulmones de aire y se relaja.1
—Derek...
—Jamás.
—Ya, claro.
—En la vida.
—¿Qué te hace creer que...? —De repente se calla, abre los ojos y se
muerde el labio.
Levanto la vista y a los lejos, como a cuatro o cinco manzanas, veo una
enorme flecha parpadeante de color verde que señala a un cartel donde
se lee Hotel en grandes letras fluorescentes. Creo que el cartel se puede
ver desde dos pueblos más allá.
—Como si tengo que dormir en una caja de cartón llena de pis de perro.8
Al parecer sus ojos son la fuente principal de todas las emociones que
quiere expresar.5
Cierro los ojos pesadamente por no hacer otra cosa más desagradable
todavía.
Que use la ropa de Hanah es lo último que quiero. Que le prestara su
chaqueta fue algo muy distinto, entonces creía que estaba en problemas
y estaba tiritando, fue solo amabilidad. Ahora... ahora sería estupidez
severa por mi parte.
Eso es algo que también tengo que pensar. ¿Qué voy a hacer? ¿Volver a
casa? Ella fue la que consiguió los billetes, que yo intentara adelantar el
vuelo sería en vano. La única que podría hacerlo es ella.
Niego con la cabeza y enciendo la radio para hacer más evidente que
prefiero congelarme en el coche que ir con ella.
—Olvídalo.
—¿Es él? —le pregunta una señora menuda que está detrás de un viejo
mostrador de madera.
—Genial. No nos soportamos. Nuestro padre nos pagó este viaje para
llevarnos mejor, pero puedo asegurarle que nos acabaremos matando
como sigamos juntos un solo segundo más.
—Que descanséis.
La señora abre los ojos, creo que notando que obviamente mi acento es
diferente al suyo. Cuando le doy la espalda pongo los ojos en blanco y
sigo a Elba.6
—Bien, quiero saber ahora mismos por qué demonios utilizas gafas cada
vez que sales del coche —le pregunto, entrando a la habitación y
encendiendo la luz al cerrar la puerta—. Te las pusiste para ir al banco a
retirar dinero, para comprar las hamburguesas y ahora para alquilar un
par de habitaciones. ¿Por qué te ocultas, Elba? Y quiero una respuesta
real.4
CAPÍTULO 7
—Espera... ¿qué?
—A ver, niña...1
—Por favor.
—¿Responder a qué?1
—No, no lo son. Te he visto usando gafas de sol cada vez que has tenido
que mostrar la cara.
—¿Qué ocultas? —doy un paso hacia ella pero ella da dos más hacia
atrás.2
—Y lo haré.
—Gracias.
—Mira que filosófico nos has salido, Derek —se burla, luego comienza a
reírse—. Por favor, realmente estoy muy cansada para aguantar esto.1
—Mientes.15
Aparto la mirada de ella y busco la puerta del baño, ahí debe haber un
espejo. Creo que la localizo, la conduzco hacia ella y luego enciendo la
luz.
—¿Por qué?
—Mientes.
—¿Y tú qué sabes? Por cierto, ¿de qué color son los tuyos? —Agudiza la
mirada, observándome fijamente, pero regreso al salón antes de que
pueda notarlo.16
—No me lo creo.
—Ese es tu problema.
—No.
—¿De verdad?
—Responde.2
—¿Qué?59
Arrugo la frente tanto como puedo. Esa no era la respuesta que le estaba
pidiendo.
—Pues significa que, antes de que esto fuera negro —dice, tomando un
mechón de su pelo—, era rubio. Ya sabes, amarillo, el color ese de los
pollitos.35
—¿Por qué usas gafas de sol siempre que sales? —vuelvo a insistir.
—Es complicado.3
—¿Por qué no quieres decirme quiénes son tus padres? Pareciera que
los quisieras ocultar de tu vida.
—Ellos son tus padres, podrán estar jodidos y ser los más plastas de
todo el país, pero no creo que hayan querido hacerte daño.
Tengo que hacer algo para no pegarle una patada a lo primero que se
cruce en mi camino y más tarde tener que pagarle daños al hotel.
Por suerte ha parado de llover y aunque el día sigue tan oscuro como la
noche, se puede caminar por la calle.
Cuando ya no tengo nada más que echar, enciendo varias cerillas y las
voy lanzando. Al tirar la última me aparto, me siento en el capó del todo
terreno (situado inteligentemente y con anterioridad 20 metros más lejos)
y me cruzo de brazos esperando que se obre la magia.
Estoy jodido porque la quiero. Por eso y porque tengo una excelente y
puñetera conciencia recriminatoria, pero es extraño que no me sienta
demasiado mal. No sé si sirve explicármelo a mí mismo, pero no siento
mucho más aparte de culpa. Y me resulta extraño porque era mi novia,
esto debería tener una consecuencia más perjudicial de lo que está
siendo. Sin embargo está siendo... raro. Es un poco de cabrones decirlo,
pero creo que la primera reacción brusca que tuve con Elba cuando
Hanah me llamó fue solo por saber que nunca más podría tener a la
chica por la que todo el mundo babeaba y se arrastraba. No quiero creer
que sea por eso, porque me dejaría como un gilipollas sin remedio, pero
sospecho que es cierto.
Estoy seguro de haberla querido, ¡de quererla joder! No puede ser que
eso sea lo que más me preocupe: no volver a acostarme con ella.
Bah, ¿para qué me estoy jodiendo con esto? Total, ya no hay caso. Ella
está en otro país, de seguro llorando en los brazos de sus padres y
maldiciendo mi nombre y hasta el último ser humano de mi
descendencia.22
Creo que ha pasado una hora, o quizá algo más de tiempo, cuando noto
que hay nubes en el cielo amenazando con volver a la mierda de antes:
llover como si fuera un puto diluvio.5
Por mala suerte, y pese a la loca lluvia, acabo llegando al maldito hotel.
No sé cómo, tampoco tengo ganas de averiguarlo, pero cuando entro por
la puerta y veo que a la misma vieja antipática está sentada ahí confirmo
que no me he perdido, o que si me he perdido, he acabado volviendo
sobre mis pasos.5
Enciendo la tele y me dejo caer en la cama. No quiero saber qué hora es,
pero al parecer han pasado por lo menos cuatro horas. Con beber un
refresco me basta ya que no tengo hambre.1
El señor del telediario deja paso al espacio del periodista que lleva la
noticia y este comienza a hablar a toda prisa. Hay imágenes de una chica
pasando una y otra vez en un cuadrito en la parte superior izquierda de la
pantalla.
Me río, más por mi reacción tan tonta que por otra cosa.
Esa chica es rubia, tiene el pelo largo, viste como si... un momento.45
Un momento.1
Parad esto.
¿Bill James? ¿Ese hombre no es una clase de... senador en este país?
—Los adolescentes de hoy en día se mantienen conectados todo el
tiempo, Carl, ¿no han dado con ningún rastro en sus redes sociales,
teléfono móvil, tarjeta de crédito, algo? —Continúa preguntando el
noticiero.
Sin maquillaje, sin ese pelo tan largo y rubio, sin esa ropa tan cara, sin
nada de eso, solo con ropa arrugada, pelo corto y negro, queda
únicamente la chica que supuestamente me dijo que se llamaba Elba
Jones.
—¿Sigue ahí?
—Mierda, chico, ¿te han dicho que eres muy raro? ¿De dónde has salido?
—dice colocándose una mano en el pecho.14
—Sí, esa.
—Me parece que no. Salió como hace un par de horas, según ella quería
estirar las piernas.
—Le dije que sería mala idea meterse en ese lugar, le ofrecí el bar de
aquí, pero ella se fue de todas formas.
Creo que su reputación de cabezota está quedando muy clara.
Creo haber pasado por la calle de enfrente a ese bar. Tenía un cartel
enorme, con la sonrisa endiablada de ese gato y con grandes letras
negras y verdes que decían "Joker".41
—No sé qué tiene el dueño por las sonrisas diabólicas, pero no me gusta.
Ni eso ni que mis clientes entren en su choza y luego vengan a dormir
aquí.
—¿Sola?
El agujero este parece ser infinito. Mejor dicho, parece un túnel donde te
sirven bebidas en una barra.
—¿Elba? ¿Puedes venir aquí, por favor? —Le digo a unos metros más
cerca de ellos.
Oh, por Dios, odio este tipo de atrevimiento. ¿Acaso mi madre lo parió a
él también?90
Genial.
—Lárgate, ¿vale?
—Suéltame —le dice ella apartando sus manos de sus muñecas, pero no
puede.6
—Oh, por favor, no quiere estar contigo. No seas un grano en el culo,
¿quieres?7
¿Qué mierda...?
—¿Has podido hacer eso todo el maldito rato y lo haces ahora, ahora
que tengo una costilla perforándome un pulmón?87
—No iba hacerlo porque estaba borracho, solo esperaba que diera un
paso más en falso y lo noqueaba.
—Ya, claro... lo que dicen todas las personas fideo como tú —le digo
enderezando la espalda.1
—¿Estás bien?
Su frente se hace con esas tres arrugas que ya me parecen casi típicas.4
—¿Yo?
—Sí, tú. Eres una especie de... niña psicópata que se escapa de todo el
mundo todo el tiempo.
Se queda callada por un largo tiempo, un muy, muy, muy largo tiempo.
La miro, ella hace lo mismo y mira la otra calle, la que lleva al hotel.
—¿Hacerte qué?
—¡No, no, no! ¡No puedes traicionarme! —sus ojos, hasta ahora solo
desesperados, comienzan a brillar por el agua que se acumula en ellos—.
No puedes hacerme esto de esta forma, Derek. Yo te necesito, no
puedes dejarme tirada aquí ahora mismo.12
—Yo... yo...
Se calla.
—¡Y una mierda! —Me extiende su mano—. Dame la copia que tienes de
las llaves de mi coche.
Me encojo de hombros.
—Está bien, sí, mi nombre real no es Elba Jones. Pero tampoco lo era el
anterior.20
—No, no es cierto.1
—¿Qué más tienes que perder, Derek? Al igual que yo, ya no tienes
nada.9
Joder...
—Cuéntame toda tu mierda —le digo acercándome—. Al menos si vas a
desaparecer para siempre quiero ganar algo publicando el Best-Seller del
siglo.2
—No pareces del tipo de chicos que escribe historias sobre una chica.
—No te reconocerán.
—¿Dónde?
—¿Dónde qué?
—Dónde hay un río para lanzarte cuando te asesine. —Digo con
sarcasmo—. ¿Qué va a ser; dónde quieres que te lleve?1
—Gracias.1
Quiero entender quién es esa chica. No sé por qué quiero, pero tampoco
es que mi vida tenga algo más interesante en estos momentos.
Estoy tirado en un país que no es el mío, sin la que era mi novia, sin
poder volver a mi casa por un tiempo, sin demasiado dinero excepto por
una tarjeta de crédito con un nombre falso y un todoterreno que nos
puede llevar a dónde sea.1
Ay, joder, ¿la locura es contagiosa como la gripe o qué puñetas me está
sucediendo?27
—Quiero que comiences a contarme lo que pasa y no pares hasta que lo
hayas dicho todo —le digo cuando entro en el coche.
—Eso yo ya lo sabía.
La miro confuso.
—¿Qué?5
He caído. Al final estoy haciendo lo que dije que no haría: ayudarla. Pero
de repente quiero hacerlo, de repente me interesa conocer a esta niña
tonta de enormes ojos verdes.8
—¿Cuál fue el motivo? —le pregunto volviendo a arrancar el coche.
CAPÍTULO 9
Lleva callada un buen rato. No me ha respondido la pregunta pese a que
se la he repetido varias veces. No sé qué estará pasando por su cabeza,
nunca he sido capaz y creo que nunca seré capaz de saber qué es lo
que pasa por su cabeza, pero no sé si está bien seguir presionando en
un tema tan... pues eso, en un tema tan jodido y personal como lo es ser
adoptado.14
—¿Te has quedado dormida? Lo siento, pero me debes esto, ¿lo sabes,
no? Prometiste que si te ayudaba me contarías todo.
—Elba.11
—No hace falta que sea bonito —murmura—, simplemente que no sea
Emma me vale.3
—¿No te apetece tomar una ducha, Derek? A mí sí. Una ducha y dormir
en una cama con un colchón de verdad.24
Se vuelve a callar.
Abro los ojos y la miro, luego recuerdo que tengo el volante aún entre
manos y vuelvo a mirar hacia delante.
—Estoy enferma.5
Digo, miro por el retrovisor y giro el volante para apartarme un poco del
carril.
Se ríe.
—Me refiero a... algo jodido —en su frente se dibujan esas tres líneas al
instante—, ya sabes, algo serio.2
—¿Me estás tomando el pelo? ¿En verdad estás enferma o solo es otra
de tus bonitas mentiras?
Me fulmina.4
—Solo cuando las necesito. Por suerte, puedo encontrarlas donde quiera.
Son algo así como de primera necesidad.3
—Oh.
Me sonríe.
—Lástima, ya lo he hecho.9
—Claro.
—¿Crees que...?
—Dije que me iban más las rubias, no que solo por ese hecho ya me
enamoraba de ellas.
—¡Bestia!8
—¿Te crees que soy un burro que aprende con golpes o qué?60
—No me gusta.
La miro y me fulmina.
—¿Qué? —suelto1
—Uy.
—Sí, podrás reírte todo lo que quieras, pero eso solo te haría un gran
idiota.1
—Está bien, no me río más —le digo levantando las manos del volante.
—No lo sé.2
—Falta poco.2
Asiento porque con el humo que veo salir por sus orejas me basta para
saber que no está, de nuevo, de muy buen humor. Bueno, al fin y al cabo
parece que sí puedo entenderlas un poco.
—¿Me dejas bajar aquí? Necesito hacer una compra —me dice
desabrochándose el cinturón de seguridad que al parecer se había vuelto
a colocar.
—Está bien.
Podría decirse que sufro un ataque de nervios cuando los veo entrar en
dicha tienda, pero cuando la puerta del coche se abre y veo que se trata
de ella vuelvo a respirar.
—¿Qué ocurre?
—Nada, pensé que te ibas a chocar con esos dos polis de ahí —digo
señalándolos con un rápido movimiento de ojos.
—La habitación diecisiete es la única que tengo libre, chicos —nos dice
una señora con un niño de un par de años en sus brazos.79
—No podemos estar la misma habitación —le ruega Elba—. ¿No puede
arreglarnos a cada uno en una habitación diferente? Por favor.
—Está bien, ya estoy bien. Todo está bien. Solo tengo que pensar con
claridad y mantenerme tranquila.
Se dobla hacia delante y con los dedos toca las puntas de sus zapatos.7
—Podrías aprovechar para darte una ducha. Luego quiero tomar una yo.
Miro toda la habitación en busca del baño. El sitio no es ni tan grande ni
tan pequeño, está bien supongo. Aunque tampoco creo que nos
quedemos mucho. No sé dónde vamos, pero no podemos quedarnos en
una ciudad que está siendo invadida por el cuerpo policial, ¿no? No es
que yo frecuentemente me dedique a esto, o sea, a ayudar a chicas a
huir y a esconderse, pero estoy seguro que no es lo más recomendable
tentar a la suerte y pasearse delante de la policía a pierna suelta.
—No creo que haga falta decirte que no te metas en más problemas,
¿verdad?2
—Bien.1
Rueda sus ojos y tomando la toalla que tenía al lado, camina hacia el
baño rodeándome y cerrando la puerta apenas entra.
Pasan quince minutos en los que intento poner algo de atención a la
película que están retransmitiendo en el canal diez pero no puedo. Estoy
cansado, ha sido un día realmente agotador y parece que no quiere
terminar nunca. Los párpados me pesan pero antes de dormirme del todo
alguien llama a la puerta.4
Mierda.
Los dos se miran. Uno mastica un chicle y el otro parece el típico poli con
pinta de hablar hasta por debajo del agua.
Mierda.
Los tres la miramos. Su cuerpo está cubierto únicamente con una toalla.
Su pelo negro le cae chorreante sobre los hombros y su boca está
abierta. Cuando la miro a los ojos veo la decepción reflejada en ellos.
—Se llama Elba, es mi novia —les salto yo. Sinceramente no sé por qué.
Ella los mira recelosa, pero más a mí. El policía levanta la imagen de
nuevo.
—Gracias —dice.
O sea, ella puede tener la mente más sana del mundo pero, joder, que
estaba con una puta toalla.98
Oh, espera un rato Derek. ¿Has dicho que ella era tu novia?
¡¿En qué cojones pensabas, imbécil?! ¿No podías decir que era una
amiga y ya?10
CAPÍTULO 10
Esa chica, la que está sentada a unos cinco metros más allá, se parece
muchísimo a Hanah.18
Lo juro.1
Mira hacia el cielo, dejando que el reflejo del sol se clave directo en el
cristal de sus gafas solares.
Con dos dedos inclino hacia delante la montura de mis gafas de sol y la
miro con el entrecejo arrugado.
—¿Qué?
—Oh, tiene una bonita melena rubia —masculla con una vocecilla idiota.1
—Elba, llevo rato sin entender nada de la mierda que dices, pero te he
entendido ahora y, si no es mucha molestia, cállate.16
—He oído cosas horribles de ese colegio —bromea, o creo que lo hace,
pero no tiene nada de sentido del humor.6
—Si yo...
—¿Qué? ¿De qué hablas? —Me pongo rígido. ¿No será un poli, no?—.
¿Y por qué estás susurrando?
—Ella.
¿La poli es travesti? ¿A qué clase de personas eligen en este país para
formar el cuerpo policial?168
—Ella.
—¿Quién es ella, joder?
La sangre se me enfría.
¿La rubia?
—¿Quieres que vaya a hablar con ella del tiempo, los precios de los
bikinis y de paso te abra el camino? Auch, no, cierto. Lo siento.
—¿Qué?
Espera...
—¿Qué insinúas?
—Creo que nunca podré dejar de sentirme culpable. Fui muy estúpida, lo
sé.15
—Me vuelves loco a menudo, pero hoy estás que te sales Elba, ¡no
entiendo de qué puñetas hablas!12
—Sé que vives enfadado conmigo porque dejaste a tu novia por mi culpa
y luego te solté esa bestialidad, de eso te hablo.
Hanah.
Tuerzo la cara incómodo y miro a otra parte lejos de nadie, justamente la
zona vacía de todo ese lugar.
—Hey, Derek...
—¿Quieres uno?
—Eh... hola.
—Lo sé, pero de todas formas podía irme si decías que no.
Acepto el saludo.
Se ríe.
—¿Cómo es tu nombre?1
—Derek Gibson.9
—¿Gracias?
—Sí —murmuro.
—¿Y la chica?
Vuelvo a conectar.
—¿Qué chica?
—Esa que iba con el vestido de playa hasta los tobillos, la que estaba
sentada a tu lado.
—Sussane.
—Gracias.
Bueno, ella no luce tan mal. Habrá que aprovechar el hecho de que se
parece a Hanah, ¿no?10
—¿Para qué?
Doblo las patillas de las gafas de sol sin establecer contacto visual con
ella.
—No, iré.
—Claro.
Sonríe. Nos levantamos pero antes de dar un paso, me detiene.
—Adivino: ¿veintitrés?4
Asiento.
—En el clavo.
—En serio, me pareces adorable con ese acentito —saca su labio inferior
hacia afuera y parpadea.27
Sonrío.
«En serio, Derek, a veces sabes ser un gran cabrón. ¿Qué hay de eso de
que Sussane te recordaba a Hanah?»7
«Claro que no, lo único que quieres es follarte a esa rubia. Pero, ¿sería
una lástima que pensaras en Hanah mientras lo haces, no?»17
Bien, al menos ahora no tiene el pelo liso. Algo menos que me recuerda
a Hanah. Me levanto del sofá y meto las manos en los bolsillos de mi
pantalón.
Sussane sonríe.3
—¿Nos vamos?
—Claro.
Se abre paso y camina un poco por delante de mí. Oh, santa mierda.
Está muy, muy, muy buena.
«Derek...,»
Cállate, mierda.63
—Y esa de allí —señala a la morena que está bailando con dos chicos
más allá— se llama Autumn.11
—Sí, exactamente.
—No me gustan los niños, pero si algún día por lo que sea llego a tener
uno definitivamente no le pondría esos horribles nombres.
Entorno los ojos por eso último que ha dicho. Ya está algo borrachilla. O
es eso o es que suele tomar decisiones importantes como esa muy a la
ligera con frecuencia. Se lleva la pajilla de su bebida a la boca y sorbe.
Se echa a reír.
—No sé, hay de todo. Aunque sería más divertido si tuvieras —bromea
(o eso creo).4
Se ríe.
Me mira.
—En otras palabras, quieres follarme.
Se ríe.
Miro en dirección al pequeño círculo que hay en media playa. Hay una
chica tragándose un globo alargado, de los mismos con que se hacen
figuras para los niños, entero y con líquido dentro. Si por alguna razón
explota, todo ese líquido irá directamente a su garganta de sopetón.25
Elba tiene razón. Esta ciudad es más diferente que en la que estábamos
hace casi dos semanas. ¿Cuántos días han pasado ya desde entonces?
¿Diez? Ahora mismo no sabría decirlo con exactitud.
Que rápido han pasado los días y qué diferente es dónde estamos ahora.
—¿Sabes? —Dice y la miro—. No me creo mucho que sea tu hermana, y
si sois algo más lo siento por ella, pero haberlo dejado claro desde antes
—dice, toma mis hombros y me acerca a su cara. Pasa su lengua por
mis labios de manera juguetona y luego por los suyos—. Eres demasiado
guapo para solo darte un simple buenas noches. ¿No opinas lo mismo?
Carraspeo.
—Genial.
Sonríe.
—Me encantan.8
Nada.
Doy solo un paso porque está todo oscuro y no veo nada, pero sí
escucho algo: una voz ronca.
—¿Qué... coño...?
—Mierda.
CAPÍTULO 11
—Solo ocurre a veces. Muy extraña vez en realidad.
La miro de reojo.
Sé que suena extraño que yo vaya a decir esto, pero estamos tranquilos
en la misma cama. Obviamente uno en cada punta. Ella está tumbada
desde el lado de la cabecera y yo estoy apoyado en el trozo de madera
del final de la cama.
—¿Me vas a decir ya de una jodida vez qué es lo que te pasa? ¿Por qué
necesitas tomar esas pastillas?
—¿Sabes?, un día de estos acabarás tatuándote "jodido".25
—¿Por qué?
Se ríe.
Ay esa cara.9
—No, ¿y tú?14
—¿Por qué?
—Pues que, que yo sea patética, es tu opinión, así que eso lo convierte
en algo subjetivo. Las personas pueden creer que somos mil cosas, pero
eso no significa que lo seamos de verdad. No me voy a creer que soy
algo porque tú me lo digas.49
Levanto una ceja fingiendo asombro.2
—¿Sabes que eso te contradice a ti misma, no? Si piensas eso, ¿por qué
te afecta tanto que yo te llame tonta?
Agacha la cabeza.
—Es que ahí no solo dices tu opinión, o lo que piensas que soy, sino que
también me ofendes y de alguna manera me hundes. Algunas personas
tenemos la autoestima de cristal.41
Se ríe.
—Digamos que estoy más marcada por las palabras que definen la
inteligencia.1
—Sí, esas.
—¿Por qué?
Trago saliva y luego exhalo. Ella hace lo mismo y comienza a jugar con
sus dedos.
Se vuelve a reír.
—A que en mis genes no estaba el gen de la inteligencia —dice con un
marcado tono de sarcasmo.
—Pues hasta donde me has dejado ver ese gen, lo tienes muy
desarrollado.4
—No me lo creo.
—Podría decirse que sí, y también que no. Sería complicado que lo
entendieras.4
Se echa a reír.
Me mira con recelo porque acabo de darle justo ahí con sus propias
palabras.
—Lo que pasa es que tampoco recuerdo su nombre. Era algo como
Sonia.
—Oh, Dios —se ríe—, pobre de ella. No quiero imaginar que la llamaras
con otro nombre mientras... —sacude la cabeza—, hicierais lo que
hicierais.2
Me río.
Me mira mal pero no comenta nada, aunque igualmente entiendo que las
cosas relacionadas con poemas y eso le deben agradar bastante.
—O si no, ¿qué?3
—Si no... no lo sé, pero estoy segura de que te pasará algo muy malo, no
tengo idea de qué, pero será horrible.26
—Ni yo pienso darte de cenar —me río—, ¡solo mueve tu culo gordo!2
Nada.
—¿Elba?
Asiento.
—Sí, eso mismo Derek, que tú también tengas una buena noche y
descanses bien —dice, con sarcasmo.
—Ya sabías que usarías lentillas marrones, las usaste al hacerte la foto
para el carné —digo, a una Elba dormida y muy astuta.
CAPÍTULO 12
—¿Es que acaso parecemos pareja? —le pregunta Elba, bastante
indignada a la recepcionista, señalándonos a ambos con un pulgar.6
—Perdo...
No me creo que me vaya a tocar a mí ser el que calme las aguas. ¿Yo?
¿En serio? ¿Yo?2
—¿Qué?
Asiento.
—Ajá.
—Eh... sí.
—¿Lo quemaste?
—Me temo que eso es lo que parece, ¿no? —bromeo, ella abre aún más
la boca.
—¿Por qué?
—¿Por qué lo hiciste sin mí? ¿Acaso no te dije que esa era una de las
cosas que quería hacer antes de morir?25
Me encojo de hombros.
—¿Dónde lo dejaste?1
Elba me mira.
Se ríe.
—¿Lista?
Me río.
—¿Por qué?
—No, pero sé que te jode así que las cuento —dice y se echa a reír.13
—Bueno, tú misma has dicho que digo siempre la verdad aunque nadie
me la pida, así que no te emociones porque no te halago, simplemente
digo lo que veo.
—¿Tu qué? —me río, más por burlarme que por otra cosa.
—¿Tiene ducha?
—Claro, y agua, y paredes, y todo lo que tiene un baño Derek, por eso se
llama baño.45
—¿Entonces qué cojones es lo que lo hace alucinante?
Arrugo la cara.
—Sí.
—No seas tonto, por favor —me dice poniendo los ojos en blanco—. Me
refiero a que tiene vistas geniales. O sea, una de las paredes es un
enorme ventanal, puedo ver a todos los de allí abajo.2
—¿Y no has pensado que, como tú puedes verlos a ellos, ellos también
podrán verte a ti?27
Se ríe.
Ella tiene razón, hay vistas grandiosas, incluso se ve el camino del río
que desemboca en la playa.
Cierro los ojos y tanteo todo hasta llegar a la puerta e irme. No hacía falta
hacerlo, no es que estuviera desnuda, pero se ha reído. Tiene una risa
demasiado fácil. Algunas veces desespera, pero otras contagian y resulta
divertido.
Me río.
—¿Qué? No te escucho.
—¡Derek!
—No soy yo, yo estoy en el sofá.4
Apenas la oigo decir eso cierro el grifo. Acabo de recordar que mañana
supuestamente es su cumpleaños. Cumplirá dieciocho.2
—¿El qué?6
—Usa esa pistolita para el pelo que saca aire caliente, seguro que entras
en calor rápidamente.48
—Pistolita para el pelo que saca aire caliente —repite casi sin voz—, me
estoy muriendo de la risa.22
—¡Jodido!1
—Te escucho.
—¿Derek?
Regreso al otro baño –que es mucho, mucho más pequeño que el otro– y
cierro el grifo.3
No me doy cuenta de por dónde camino hasta que atropello a una chica
con una maleta. La maleta se abre en el acto y ella maldice a alguien, no
sé si a mí.
—Lo siento, iba despistado.
Bien, estas cosas son las que pasan cada vez que intento ser amable.
—Derek.
—Estaría bien, no creo que este sea el sitio ideal para venir a trabajar.
Se ríe.
Doy un paso atrás como previniendo algo que debería, pero simplemente
miro hacia las escaleras y luego la vuelvo a mirar a ella sin saber cómo
debo responder.
—Perfecto, entonces, ¿qué te parece que nos veamos aquí mismo a las
ocho y media?10
—Genial.1
Me encojo de hombros.
—De nada.
¿De verdad?
Vale, a ver, piensa Derek. Es, seguramente, mayor que tú, está buena,
sonríe bastante y después de hoy estará ocupada en su trabajo. ¿Qué
puede salir mal esta noche?6
—Genial, diviértete.
Me doy la vuelta pero no salgo. Siento que tengo que mostrar algo de
empatía, no sé por qué, pero siento eso.5
—Buena idea.
—Créeme, fue demasiado bruta. Le dio en toda la cara, incluso hizo que
la nariz le sangrara. Fue muy bestia.
—Uhm, ya veo. Vas dejando caer tu maleta para que chicos como yo te
recojan los sujetadores y luego acepten salir contigo, ¿no?1
—¿Qué? ¡No, por Dios no! —se echa a reír—. Eso no es lo que quería
decir. Ni siquiera me interesaba conocer a ningún chico, suelo estar muy
ocupada con mi trabajo, así que tropezarme contigo no fue planeado ni
mucho menos. Jamás dejaría caer mi maleta para que un chico recogiera
mi ropa interior adrede.19
¿En serio? Digo que no quiero acabar borracho y lo primero que propone
ella es ir a tomar algo.
Pido un refresco y ella una cerveza, lo cual está bien para cambiar los
clichés.
Cuando me quedo solo miro todo el bar y me pregunto quién pudo elegir
la iluminación de color verde fosforescente. Está todo oscuro y gracias al
color de las luces no se puede ver nada claro.
Kim vuelve con las bebidas y propone que el último que se las beba, le
deberá pagar al otro todo lo que quiera. Acabamos al mismo tiempo, así
que la apuesta queda en nada.26
Voy a buscar una botella de agua y cuando vuelvo a sentarme el bar está
girando a mi alrededor.
Esto es loco, hace unos minutos todo estaba bien, ahora me siento
mareado.
Sé que dice algo más, puedo ver que mueve sus labios pero, o no la
escucho, o ya directamente estoy sufriendo alucinaciones.
—Derek... —sus labios se siguen moviendo, pero por más que intento oír
algo no lo logro—, preguntas... sabes...25
—¿Qué dices?
—Colaborar...
—¿... conoces?
Le digo, pero ella no reacciona como espero, no hace nada solo sigue
hablando.
Sigue hablando.
—Ella —oigo, todo queda en silencio a la vez que se oye mucho ruido de
fondo, es tan loco todo esto— sí.8
—Ayudarás...
Aprieto mis párpados, y sé que logro hacerlo porque todo queda negro
por un rato, pero luego vuelvo abrirlos.
Hay una foto en la mesa. Quiero que mi mano la coja, pero solo logro
hacer que mi mano arrastre la fotografía por la mesa. Al parecer ya estoy
recuperando la puta conexión entre mi cerebro y mis extremidades.
Cuando lo hago me doy cuenta de que acabo de decir justo lo que quería.
—Bien, bien Derek —digo palmeándome fuerte la cara—, reacciona
vamos.
Lo intento cuatro veces más y a la quinta consigo agarrarme con las dos
manos al borde de la ventana, me impulso y meto los brazos, luego la
cabeza y poco a poco voy saliendo. Por suerte la altura del otro lado es
la misma, pero, por mala suerte, como tenía que pasar, lo que me espera
al otro lado es un contenedor de basura abierto.3
—Oiga, ¿puede llevarme al hotel... que tiene... este logo? —le digo
jadeando y enseñándole la tarjeta de mi habitación al hombre que está
apoyado en un taxi.12
Veo como me mira de arriba abajo casi de mala gana, escupe el palillo
que tenía en la boca y cabecea en dirección al taxi.
—Sube, anda.
—¿Pero qué...?
—Tenemos que irnos, tenemos que irnos —le digo tan rápido que creo
que no se me entiende muy bien.
—No, no lo estoy.
—Claro que sí, mírate, ni siquiera hablas bien... solo balbuceas —se
rasca los ojos y luego me mira—, ¡y apártate de encima!
—Elba, tenemos que irnos —le digo más lento para que se me entienda.
Aún tengo que reorganizar todos mis recuerdos para poder saber lo que
ha pasado en las últimas horas, pero estoy seguro de que he metido la
pata.
—No lo sé, solo bebí un refresco y... no recuerdo qué dije o qué hice
después, así que debemos irnos.
—No hay tiempo para explicártelo ahora. Solo recoge tus cosas, tenemos
que irnos.13
Me mira, confusa.
—Mira que bien. Quisiste dar el paso, ¿eh? ¿Qué se siente ser más
idiota que de costumbre?1
—¿Entonces?
Sacudo una mano siseando fuerte para que cierre el pico. Su parloteo
me pone nervioso.
—No tengo ni idea —digo dejando caer mi cabeza hacia atrás—. Lo que
recuerdo es que me enseñó una foto tuya, ya sabes —muevo un dedo en
el aire, como si con eso quisiera recordarle cómo lucía ella antes—,
como eras antes, cuando tenías el pelo largo, rubio y eso.
Me encojo de hombros.
—Yo diría que nada mejor que eso justificaría todo lo que hizo.6
Ella misma propuso lo de salir a hacer turismo. Luego la elección del bar
tan oscuro. Creo que si yo no hubiera pensado tanto en cómo terminaría
esa noche posiblemente me hubiera dado cuenta de que un poco
evidente era.
Imbécil.
«Jodido imbécil.»25
—Está bien.
—Eh —la llamo, ella dirige sus ojos verdes hacia mí. No le ha dado
tiempo de ponerse las lentillas, las gafas de sol cuelgan del cuello de su
camiseta—, metí la pata, te empujé directamente hacia fango, pero te
volveré a sacar, ¿está bien?9
Está bien, tengo la culpa de que hayamos dormido en un coche, así que
doy por hecho que no se me permite quejarme por ahora.
Un momento.
Miro a todas partes, sacudo mi cabeza con fuerza y luego cierro los ojos
y los vuelvo a abrir. Ya no tengo los síntomas de antes. El efecto de la
porquería esa ya se ha ido.2
Con cuidado abro la puerta del coche y pego un brinco hacia fuera, pero
antes regreso apoyándome sobre mi asiento y estirando un brazo para
recoger las gafas de sol de Elba de su camiseta.
—Bueno, esto te lo tomaré prestado por unos minutos —tomo las gafas
de sol sacándolas del cuello de su camiseta—. Iré... ¿pero por qué te
hablo? Si se ve que estás más frita que otra cosa.3
Emma James.2
Lo primero que aparece es la sección de noticias: "Emma James, hija del
senador Bill James, desaparece misteriosamente." "Emma James,
¿desaparición falsa, secuestro planeado por motivos publicitarios? ¿Bill
James pagó para que secuestraran a su hija en busca de beneficiar
publicitariamente a su partido?" "Los James, una familia desolada tras el
secuestro de su hija." "¿Secuestro o fuga? ¿Qué pasó verdaderamente
con la hija del senador James?" "Emma James, ¿encontrada muerta en
un coche incendiado?"
¿Cómo debe ser, para una chica como ella sobre todo, dejar todo ese
glamour a un lado? –¿Glamour, se dice así, no?– Cortarse drásticamente
el pelo –que ya nada se parece al que lucía antes–, teñirse de un color
opuesto al suyo, usar un color de ojos que no le da el mismo efecto a su
mirada y llevar ropa prestada, para nada de las marcas tan caras como
se ve en Google que usaba. Debe ser un motivo con un peso realmente
fuerte para querer huir de todo, para querer mantenerse escondida
teniendo que recurrir a ese cambio de... ¿look?... tan drástico –Joder,
estoy seguro de que esa mierda se llama look. No es que ahora me vaya
a mortificar por cómo exactamente se dice.
Vuelvo al inicio y mis ojos leen un título que hasta ahora no había leído.
Ha sido publicado hace dos horas: "Hoy Emma James estaría
cumpliendo 18 años, sus padres y familiares están devastados por no
tenerla a su lado."37
Uso mi llave del coche para abrir la puerta del conductor, atrapo todo con
un brazo y con la mano libre aprieto el claxon con maldad. Elba salta del
asiento como un gato, pegando un chillido al mismo tiempo que la bocina.
Comienzo a reír al ver su cara asustada.1
Lo primero que hace es fulminarme, luego se suelta del techo del coche,
se arregla la camiseta y después lleva su mano a sus labios para limpiar
la baba de ellos.
—No soy una gallina, no soy una cobarde, tan solo me has asustado.
—Que bien, soy oficialmente un año más vieja —dice, con sarcasmo,
aunque en realidad parece que sí le emociona.
—Ten, vejestorio, he traído esto para que no me devores en caso de que
llegues a sentir que te mueres de hambre —le digo pasándole la bolsa de
papel con el logo de la cafetería, ella lo toma y lo revisa sorprendida—, y
también te traje un café, un chocolate y un batido. Tenemos que dejar
claras nuestras preferencias o sino me va a tocar comprar la tienda
entera cada vez que vaya a por el desayuno.1
Pues claro que es para ella, ¿se cree que yo me voy a comer todo eso?
Bueno, en realidad ya me he comido lo mismo y algo más.24
Arrugo mi frente, realmente perdido. Sigo sin entender lo que pasa aquí.
—Sí, ¿y?
—¡Pues que eso es todo un detalle, Derek! Justo los mismos detalles
que nunca imaginé que tú le harías a alguien y mucho menos a mí.
Bien. Tan solo creí que estaría bien comprarle algo de comer, no me
esperé que se... enfadara, o que se pusiera de esta manera.2
—Podría darte un abrazo por esto, pero tengo demasiada hambre —dice,
rebuscando en la bolsa—. ¿Sabes? Es el primer cumpleaños en el que
no me levanto con un montón de gente tocando instrumentos alrededor
de mi cama y con una tarta de chocolate llena de velas, pero, ¿a quién le
gusta eso? Total, nunca comía mucho de esa tarta por culpa de las
calorías —se ríe, sacando una pasta—. Esto es mejor —me mira—,
mucho mejor, gracias. ¡Tengo 18 y voy a engordar!1
—¿Felicidades?
—¿Qué?
—No-creo-que-hayas-sido-capaz.9
—¿Capaz de qué?
Se ríe.
—Cierra la boca.10
—Vamos, tienes que saber aceptar las gracias cuando haces algo bonito.
—¿Ah, no?2
—Te voy a sacar del coche a rastras y te voy a tirar al primer cubo de
basura que encuentre, ahí te comerás tu "bonito" cupcake más callada,
estoy seguro.2
—Ah, sí, tengo otra cosa —le digo, sacándome sus gafas del cuello de
mi camiseta y tendiéndoselas—, feliz cumpleaños.
Sonrío de lado, pongo las llaves y hago amago de querer arrancar, pero
no lo hago.
—¿No vas a añadir nada más? —le pregunto con una ceja enarcada,
sorprendido.
—No —dice con la boca llena—, estoy bien así, gracias.3
Me mira.
—¿Mhhm?
—¿Por qué?23
Me pide que pare una sola vez porque no soporta las piernas, luego,
cuando volvemos a reanudar el viaje, se queda dormida.2
Salir de esa mierda me cuesta tener que pagar varias veces el peaje. En
una de esas veces Elba se despierta, mira a todo su alrededor asustada
y rápidamente se pone las gafas. Al parecer creyó que nos había parado
la policía o algo así.
No puedo dejar de preguntarme por qué vive tan asustada, me gustaría
saberlo, pero puede que se ponga como una posesa si se lo pregunto de
nuevo.
—Igual.
—Ya era hora de que hiciéramos esto. No pongas esa cara, Derek.
Elba se pone a hablar con la dueña del negocio mientras yo lleno una de
esas máquinas con toda mi ropa sucia. Es alucinante como parece que
en vacaciones te libras de la ropa sucia, pero tan solo es una ilusión. En
las vacaciones también hay ropa que lavar, tal vez incluso más.2
Asiento.
—No, ¿por?
Ella camina hasta una lavadora, vacía toda la bolsa prenda por prenda
en la máquina, la llena con las cosas que acabamos de comprar y la
pone en marcha.
—Bueno, entonces háblame de alguna chica que hayas visto por el hotel
y te haya gustado.1
Arruga la nariz.
—No sé, el único que me pareció guapo era él, y resultó ser el botones
—se ríe.
—Solo bromeo.
—¿Elba?
—¿Qué te pasa?
—Nada.9
Cierra los ojos y comienza a coger aire por la nariz y a lanzarlo por la
boca.
Arrugo la frente.
—¿Qué?
—Ajá.
—No te creo.
Ella se gira, guarda esa cámara desechable que compró ayer y baja su
vista hasta mi altura colocando sus brazos en jarra.
—No, pero me animé porque tú dijiste que era una especie de guía
turística... —exhalo, inhalo, necesito que mis jodidos pulmones se llenen
de aire, joder—, pero nunca mencionaste que esa guía turística sería por
una montaña más empinada que...69
—Ni se te ocurra hacer mención de nada fuera de lugar, por favor, Derek.
—No soy un jodido mal pensado todo el tiempo, por Dios —me quejo.33
—Oh, claro que lo eres. Vamos, deja de quejarte como un niño pequeño,
recoge tu mochila y sigue, que vamos a aprovechar el descanso para
hacer fotos por ahí.
—¿Qué?
Se voltea un poco.
—Ese bailecito que estás haciendo no creo que sea para invocar a la
lluvia. Llevo poco tiempo contigo pero me ha bastado para comprender
que esos pasos se deben a que tu vejiga está a punto de explotar.13
—¡Vete al... —cállate, Derek, ella puede que tenga razón—, olvídalo!2
—Uy, uy, al final va a ser que ese humor se debe a algo con tus
hormonas.
La miro raro.
Me mira de soslayo.
—No había suficiente polen, Derek —se ríe—. ¿Ves como no siempre se
nos nota que tenemos la regla?
—¡Voy a mostrarte las buenas vistas que no estás disfrutando por tanto
refunfuñar y burlarte a costa de otros!1
—Mira —me dice, poniéndome la cámara delante para que mire por el
visor—, ¿ves todo ese paisaje? ¿Ves lo bonito que es? Bueno, pues ahí,
a un lado, imagínate a ti, estropeando las vistas.7
Comienza a reír.
—Lo digo de broma —guarda su cámara—, tan solo quita esa cara de
decepción y disfruta.
Estaría bien que se quitara la gorra, las gafas y que se soltara el pelo,
pero en pocas palabras es una fugitiva. Las fugitivas no pueden hacer
ese tipo de cosas en público, ¿no?
—¿Quién?
Primero me pregunto cómo puede ser, luego veo que al otro lado hay
una carretera y medio los maldigo a todos por haberme hecho subir eso
a pie. Pero, fuera de reproches, muy al fondo, en un lugar remoto de mí
donde no soy tan puñetero, agradezco haberlo hecho y reconozco que la
experiencia sí ha valido la pena.6
—¿Es tu hermana?
Me encojo de hombros.
Arruga la cara.
—Es un mal nombre. A ellos no les gusta nada ese tipo de nombres.1
—Liam.116
—¿Acento?
—Sí, el tono y la forma de hablar con la que crecí en el lugar que nací.
¿No te habían enseñado eso?
Genial.
—Genial —resoplo.4
—Veintitrés, ¿y tú?
—Ocho. Eres muy viejo, pero mi madre más. Ella tiene dos 3 juntos.35
—¿Treinta y tres?
—¿Qué?
Aunque ese amigo tenga ocho años, crea en algo que no puede ver a lo
que él llama amigos imaginarios y sea más curioso que nadie.12
—El mío tiene 8 al igual que yo, aunque yo los cumplo antes que él, y
nació aquí, así que habla igual que yo.
Asiente efusivo.
—Mis padres dicen que las personas que tenemos amigos imaginarios
no estamos locos, dicen que somos personas felices.30
Es un niño. Está mal meterme con sus creencias. Aún vive en un mundo
que no es el mismo que el mío.3
—Estaba.
—¿Qué pasó?
—No era una chica, era un niño de ocho años al que le he comprado un
batido —me encojo de hombros—. Quería ser mi amigo.5
Me mira atónita.
Se ríe.
—Vale, me gusta un poquito.3
Levanto una ceja, esperando que siga pero no dice nada más.
—¿Ya está? ¿No vas a contar nada más? ¿Eso fue todo?
—Déjalo.16
—Lo siento, lo siento —se mete de repente Elba dirigiéndose a una chica
que se encuentra en la misma dirección en la que yo... oh, mierda—, él
no te estaba mirando el culo.1
Sigo llevando las gafas de sol, puedo fingir perfectamente que soy ciego
y escaquearme de esa. Buena recepción esa, Elba.
Busco con mis manos los hombros de Elba y finjo no mirar en ninguna
dirección concreta.12
—Nada, hermano —enfatiza, quizá lo quiere dejar claro—, sin querer una
chica ha creído que tú le estabas mirando el trasero.27
—De nada. Aunque hubiese querido que aprendieras la lección con una
bofetada por pasarte de mirón, tenía que dejar saldada mi deuda contigo.
Pero eso sí, si vuelves a hacer el idiota de esa forma dejaré que te
abofeteen todo lo que quieran.
Arrugo el entrecejo.
—¿Qué deuda?
Asiento.
—Tengo una idea para que sea justo —le insisto—, vamos di un número
ya.
—Nueve.
—Eres un tramposo.
Resopla tan fuerte que los mechones que se han escurrido de su coleta
revolotean con su aliento.
Voy a ser honesto; está muy buena. Es atractiva, no voy a negarlo, pero
puedo controlar mis instintos de querer tirármela. Creo que no suelo estar
muy seguro sobre muchas cosas, pero sobre eso lo estoy.10
Elba, en todo este tiempo que está pasando, se está volviendo una
buena amiga. E intentaré respetar una amistad. Digamos que me nace
respetar esa amistad.4
—Por Cristo, ¿qué haces? —le pregunto cuando me doy cuenta de que
la tengo poniéndome el culo en pompa.4
Es muy fácil decir que respetarás una amistad, pero es difícil demostrarlo
cuando tu amigo se despierta con hambre. Y más si tienes a eso que te
estás prohibiendo delante de ti, como si fuera una prueba de resistencia.6
Control, Derek, control. Antes casi te ganas una bofetada por esto,
¡aprende la lección!1
No mires su culo, no lo hagas, puedes con esto. ¡Solo aparta la vista, oh,
vamos, hombre!
Ella a lo suyo.
—Está bien.
«¿De verdad estuviste apunto de tener una erección por eso, Derek?
¡Joder, debes controlarte más! ¡Eres un salido!» Me recrimina mi pepito
grillo interno como si no nos conociéramos ya.5
—Lo que debo hacer es llegar a ese baño —murmuro de mala gana,
cuando me vuelvo a cerrar la puerta ella está sentada en el suelo
mientras sigue rebuscando.
Lo dicho; son más fáciles las palabras que los hechos. Las promesas no
implican ningún esfuerzo hasta que no toca demostrarlas.1
Antes me fijé en que se quedó mirando por algún rato la vitrina de esa
librería que está en la otra esquina delante del hotel, así que con eso y
con lo del otro día sobre la poesía (esa mueca de disgusto cuando dije
que ser poeta no era un trabajo real), me ha dado ha entender que le van
los libros. O al menos eso espero.22
Tardo muy poco, me esperaba que me tomara más tiempo, pero no.
Cuando entro de nuevo a ese departamento de hotel escucho el grifo de
la bañera abierto.
Antes de hacer nada recojo la botella de agua que está sobre la mesa.
—Elba —la llamo picando con los nudillos en la puerta—, estoy apunto
de mearme encima y la puerta del otro baño está trancada.
—¿Qué? —la oigo decir entre el ruido de la ducha. El ruido del agua
cesa y lo vuelve a preguntar—: ¿qué?
Se queda callada.
—¿Elba?
No responde.
La oigo resoplar.
—Dame 3 segundos.
—Lo dudo.
—No voy a ver nada, la espuma no deja. Confía en mí, solo miro
directamente a tus ojos.
—¿De qué va? Imagino que debe ser demasiado interesante para que
entraras aquí mientras me duchaba solo para entregármelo.
Arruga la frente.
Por poco el libro se le cae de las manos directo al agua, pero lo logra
sostener.5
—Pues... yo... ¡obvio! ¡Claro que lo sé! ¡Pero ahora sal del baño y
déjame bañarme en paz!
—Oh, Dios —agacha la cabeza cerrando los ojos—, deja de hablar sobre
esto y vete, por favor.1
—Un poco, sí, te agradecería que te fueras. Pareces una madre dando la
charla. Es incómodo.
Me río.
—¡Léelo!4
—Claro.13
—Es el tío más raro del mundo, lo juro —dice para ella misma pero yo
logro oírla antes de alejarme. 2
CAPÍTULO 15
—¿Qué es esto?5
—Uhm, creo que es un libro. Podría jurar que lo es, incluso apostar
dinero a que...4
—¡Derek!
Pone los ojos hacia atrás como si la estuvieran poseyendo cien o mil
demonios, no lo sé, y se limpia la cara asqueada.10
Me fulmina.
—¿Salida de dónde?1
—Guau.
—No.
—¡Ey!
Tuerce el gesto.
—No, no bromeo.
—Vaya.1
—Acabas de darme una buena crítica sobre historias cliché. No creo que
pudieras hacerlo sin haber leído nunca un libro.14
Pongo los ojos en blanco, me levanto y recojo el libro del extremo del
sofá donde lo había lanzado.
—¿Por qué? Tan solo existen dos motivos para que yo te regalara ese
libro —le digo, acercándome de nuevo, ella me mira mal y se echa hacia
atrás—. Uno: no me lo tomes a mal, pero tienes toda la pinta de ser aún
muy inexperta y este libro te podría enseñar algunas cosas que tal vez
quieras saber o que te crean dudas, o yo qué sé, cualquier cosa. Todas
esas cosas están contadas por chicas reales en situaciones reales de
sus vidas, lo pone ahí atrás. Y dos: quizá te ayude con tu cita.1
—Con el monitor ese que sufre de impotencia que tanto te gustó antes —
la provoco.1
—¡Oye!
Me río.
—¿Quién ha dicho eso? Nadie te va a juzgar por pedirle una cita a un tío.
Y quien lo haga, que le den.4
—¿En serio?
—No —me encojo de hombros y meto las manos en mis bolsillos—. Fue
casualidad.1
—Claro.
—Me lo pensaré.
Hanah.53
—Elba, mira esto —le digo, sentándome para ponerle más atención.
Lo hago.
—¿Kim?
La descripción dice que se llama Georgia Clark, que tiene 27 años y que
era reconocida con un nombre falso: Kimberly Jason, el mismo nombre
que me había dado a mí.11
—Sí.3
—No Derek, no puedo. Ahora ya no. Pero tampoco puedo pedirte que
sigas conmigo, puedo darte el suficiente dinero para...
Mi boca se abre.2
—¿Y a dónde quieres que me vaya? ¿Te recuerdo que para mi viaje de
regreso aún falta?
—Puedes adelantarlo...
—Viajé a este país por petición de la que era mi novia, ¿ahora se supone
que debo irme de él porque la chica de ojos verdes con la que estoy
huyendo de sus padres me lo pide? Lo siento, me metí en tu mierda y
puedo jurarte que mi vida no había sido nunca tan emocionante hasta
que lo hice. Entiendo que quieras ser justa y no involucrarme, pero puedo
tomar mis propias decisiones, Elba. Soy bastante adulto.1
El silencio que hay después de eso se siente un poco incómodo, así que
me apoyo en la pared con las manos en los bolsillos de mi pantalón para
hacerme ver relajado.
He decepcionado a muchas personas. He dejado muchas cosas a
medias. Estaría bien apoyar a alguien y llevar algo hasta el final. No sé,
solo por variar y convencerme de que puedo ser alguien que se siente
orgulloso de sí mismo como persona y no ser un completo fracaso.1
—Eres un chico fácil de querer, Derek, ¿te lo habían dicho alguna vez?
—suelta, de repente.61
Trago fuerte.
—No.
—¿De verdad?
—¿Al final?2
—No lo parece.36
—¿Alguna vez te han dicho que cuando alguien te abraza estaría bien
que correspondieras?2
Sienta bien el abrazo, pero no voy a devolvérselo. Las cosas no son tan
fáciles conmigo.11
—Nadie dijo que yo quería abrazarte —le digo girándome para mirarla.13
—¿Adónde vas?
Asiente, riendo.
—No.
—Gracias, Derek.
Levanto la vista.
—¿Por el libro?
—Porque tú eres más débil para esas cosas que yo —la pincho—. No
nos parecemos en nada así que no puedes compararnos.
—Quizá, pero eso no significa que yo me enamorara solo por una cita.
—Lo sé, podría escribir una historia sobre eso y publicarla —se ríe.15
—¡Hanah!9
—¿Qué haces...?
—Sí, sí.
—Por nada.1
No le respondo.
—Vi a la chica a la que paraste. Una señora, supongo que su madre, la
llamó Lucy.
—Sí.
—Aún recuerdo tu cara de enfado cuando te solté eso tan feo. Esa vez
cuando te dije que no la querías de verdad, ¿te acuerdas?
—Sí —gruño.
Se encoge de hombros.
—Ya...
—¿Qué?
—¿Cómo os conocisteis?1
—¿Quién?7
—Hanah y tú.
—Mmm... no.
—¿Entonces?
—¿Los papeles?
Se ríe.
—Tenían una especie de identificación que les colgaba del cuello, solo la
leí y robé los papeles para cambiarlos.
Vuelve a reír.
—Lo hizo. Ella es muy sociable la verdad, no tardé mucho en caerle bien
y ya sabes que eso es un poco difícil. Hanah siempre ha sido muy
sociable, muy inteligente, guapa y rubia.
—Exacto.
—¿Tenía novio?
—Sí.
—¿Qué?
—Solo es eso. Después de una semana nunca más nos volvimos a ver.
—¡¿En serio?! ¿No pasó nada? ¿Ella no rompió con su novio por ti?
¡¿Qué me estás contando?!15
La miro con la frente arrugada y una mueca en la boca. Ella está con una
sonrisa burlona en los labios.
—¿Qué?
No le digo nada pero ella intuye que está en la guantera. Tengo que
destrozar y deshacerme de ese móvil.3
—¿Qué?1
Sonríe.54
—Lo siento.
—¿Cómo?
Abro la lata y le doy un sorbo.
—Te lo contaré, pero a cambio quiero que me cuentes tú algo que quiero
saber desde hace tiempo.1
Ella asiente.
—Está bien.
CAPÍTULO 17
Sus calcetines tienen topos de colores. La verdad no son suyos, son de
Hanah. Pero mi padre solía decir que las cosas son de quien las utiliza,
así que... da igual.6
—Me gusta cuando los hoteles son tan altos como este. Hay buenas
vistas —murmura—. Te asomas por una ventana y ves a los de allí abajo
tan pequeños. Supongo que es algo parecido a lo que debe sentir Dios...
claro, si es que de verdad existe, ¿no crees, Derek?65
—¿Derek?
Sigue hablando, pero yo sigo en el camino que hemos hecho hasta aquí,
el mismo donde no hemos parado de hablar de Hanah.
Sus ojos verdes me enfocan. Me gusta cuando está sin las lentillas de
color marrón.5
—¿Qué?3
—Sí.
—¿Entonces?
—¿Por qué te fuiste? ¿Por qué dejaste todo ese mundo ricachón para...
para volverte alguien que viste ropa prestada y que va de aquí para allá
sin el más mínimo derroche de lujos? —Le pregunto, mirando el techo—.
No lo entiendo por más que intento. ¿Y sabes?, me encantaría saber la
verdad a la primera por una vez.
Le echo una mirada de advertencia pero sus ojos están atentos al cristal
chorreante de allí afuera.
—Una vez te dije que hacía mucho tiempo Bill James entró a una
juguetería a por una muñeca defectuosa, rota y enfermiza —se queda
unos segundos callada—, te mentí.105
—Derek es que...
—Elba a la una.7
Estrecha la almohada tan fuerte entre sus brazos que si la pobre tuviera
vida, a Elba la acusarían de asesinato por asfixia.9
—Mi padre, Derek... Bill James... —su voz se está viniendo abajo cada
vez más—, el hombre que me enseñó a montar en bici, más tarde a
cabalgar y luego incluso a pilotar, el hombre al que más he admirado en
mi vida, ese mismo... —hipa por culpa del llanto—, ese mismo fue capaz
de... qui... —sus sollozos me impiden entenderla con claridad—, de
quitarle... de quitarle la vida a un inocente para dármela a mí.175
No sé qué cara estoy poniendo ahora mismo, pero no culparía a mis ojos
si se encontraran rodando por el suelo. Todo lo que acaba de soltarme
Elba me ha dejado... tieso.
—¿Quién se cree; Dios acaso? ¿Por qué demonios hizo algo tan vil y
rastrero como eso? Sé que me ama, lo sé perfectamente, pero él no
puede elegir si debo vivir o no, nadie puede. No tenía... —se echa a llorar
aún más—, no tenía el derecho de quitarle la vida a ese niño. Él también
tenía una vida por delante. Él también merecía seguir aprendiendo, hacer
sus sueños realidad, enamorarse... él también merecía vivir tanto como
yo, pero es a mí a quien le toca no hacerlo.60
No, no puedo haberla besado. Pero quiero hacerlo justo ahora. Quiero
que deje de llorar. Quiero que el mundo se detenga un minuto para poder
procesar toda esta nueva información.15
No puedo aceptar así, tan de repente, que entre mis brazos esté una
chica maravillosa que está apunto de morir, que me cuente que su padre
es un asesino por su culpa y al mismo tiempo lidiar con un ataque de
ansiedad de ella.
—Elba...5
—Es tan injusto. Soy yo la que debe estar muerta ahora mismo, pero
sigo aquí, haciendo todas las cosas que él nunca más podrá hacer.13
—Para ya —le digo, con sus mejillas entre las manos. Sin pensarlo un
segundo más, la beso.31
La broma tal vez en otro contexto nos habría hecho gracia, pero ahora
estamos con los cinco sentidos en otro tema.
—No digas tonterías. Nunca en mi vida tocaría a una mujer de esa forma
y menos si está pasándolo mal —respondo.4
Me aparto más llevando mis manos a mi nuca con los dedos cruzados y
haciendo que mis brazos cuelguen. Por su lado, Elba se seca las
lágrimas que habían llegado hasta su nariz.
—Oye, no te sientas mal por esto. Nadie en esta tierra creo que pudiera
contar eso sin sentir la más mínima emoción. No ha sido tu culpa haber
reaccionado así.
—No creo que tu padre le hubiese quitado la vida a alguien sino fuera por
la presión que sentía —Elba me mira horrorizada—. No creas que lo
estoy justificando, siento algo parecido a lo que tú sientes por él, pero tan
solo intento decirte que al menos él lo hizo por amor, no por el simple
hecho de sentir placer al quitarle la vida a otro, como los asesinos
hacen.6
—No quiero escuchar nada de eso ahora mismo, Derek —sus ojos se
vuelven a llenar de lágrimas—. Nada de lo que haga o diga podrá borrar
eso de mi memoria. Mató a alguien, decidió sobre su vida y a la vez
sobre la mía, a nadie le toca hacer eso. A cada uno le corresponde la
vida que le corresponde, no hay forma de cambiar ese hecho.7
Agacha la cabeza y entrelaza sus dedos. Se queda mirando sus pies sin
decir palabra y yo la imito. Así pasan los minutos. Con los pensamientos
desbordando mi cabeza como un río inundado y las mil y una frases que
le quiero decir, pero que ninguna sirve para nada.16
No creo que nadie esté preparado para una situación como esta. Lidiar
con todos los sentimientos encontrados que crea esta situación no es
fácil. Mucho menos lo ha de ser para Elba.3
—Se suponía que tú nunca debías aparecer en mi vida, Derek —me dice
de repente.9
Me quedo de piedra.
—¿Por qué?
—¿Por? —murmuro.2
Abro los ojos como dos platos, pero noto que ella los cierra a presión
como si acabara de lanzar una bomba.4
Me mira.
—¿Y cuál es tu plan? —Me vuelvo para mirarla—. Okey, estás huyendo
de tu padre porque no quieres estar al lado de una persona como él,
¿pero te tengo que recodar que no asististe a ese transplante? Tu
corazón aún sigue enfermo. ¿Qué piensas hacer?20
—Derek, no pienses en eso, no tienes por qué cargar con toda la presión
que supone. Tú solo intenta divertirte, ¿vale? —me dice, intentando
arreglar algo.2
—¿Bien así?
Sonrío de lado.
—No me gusta decirlo, sobre todo porque no es seguro que sea eso.
Simplemente mi corazón falla.
—Está bien.
Asiento lentamente.
—¿Qué pasará ahora con la vida de ese chico? Habrá muerto por
nada.18
—Considero peor vivir toda mi vida con un corazón robado. No pienso
ser participe de ese asesinato ahora que sé que lo fue, Derek.20
—Claro que estoy segura. Mi padre se puso muy extraño en este último
tiempo. Pensé que era porque le habían dado peores noticias sobre mi
estado, pero un día lo pillé hablando muy secretamente por teléfono.
Sudaba. Me hizo desconfiar tanto que me puse a rebuscar millones de
veces entre sus papeles para encontrar los nuevos resultados sobre mi
enfermedad que pensé que me ocultaba, pero tan solo encontré el pago
por un servicio criminal.
Me siento mal por verla así. Su padre la ama, por eso lo hizo, por la
desesperación de ver a su hija morir un poco más cada día. Pero a veces
las personas por amor, o creyendo que es por amor, llegamos a actuar
de manera incorrecta que incluso terminamos alejando a quien queremos.
Mi caso con Hanah es un ejemplo, solo que uno muy, muy simplificado al
de Elba y su padre.
Me siento a su lado de nuevo. No hay ni rastro del Derek que suelo ser,
no lo veo ni lo escucho por ningún rincón dentro de mí.3
Estoy en modo de emergencia supongo.35
—¿Y tú? —Me pregunta de repente—. Me haría muy feliz saber que
vuelves con Hanah y que las cosas os van bien. Tal vez si regresas
ahora...1
—Elba, no voy a volver. Aún no. Hanah es una chica fantástica, la quiero,
tienes razón, y no sé por qué te lo estoy confesando ahora mismo, pero
no creo que se merezca a alguien tan descuidado como yo. Siempre
puede conseguir algo mejor.7
—No eres como te tenía en mi cabeza. Tienes un lado muy tierno y gentil,
Derek.
Frunzo el ceño.
—No hagas esto ahora. Por favor, no hagas esto por mi enfermedad. Me
sienta igual que si me estuvieras ofreciendo un vaso de compasión.
—Elba, yo no...18
Tan solo iba a ser un beso, pero entiendo que le siente como una
muestra de compasión. A mí también me sentaría así si yo estuviera en
sus zapatos.
+
CAPÍTULO 18
—Tienes un niño muy... bonito —le dije, en su momento. Más bien, tengo
que reconocerlo, se me escapó de los labios prácticamente.
Esa noche no quería hablar con nadie. Y menos ser simpático o amable.
—No, gracias.
Sinceramente, no lo sé.
—El senador está como loco por no saber nada de su hija —comenta
ella—, pobre hombre.15
—Dicen por ahí que si existe un Dios, a cada uno le hará pagar por sus
pecados —comento, insensible, bebiendo mi café.
Cierra los ojos con fuerza y los restriega con sus manos.
—Lo parece.
Abre la boca pero no dice nada. Tan solo deja escapar aire.
Da un paso atrás. En sus ojos brotan las gotas de agua pero no caen.
—¿Por qué?
—Sí, pero sería... —me mira, como si fuera obvio—, incómodo. Solo me
gustas como a cualquiera que tenga ojos en la cara, nada más. Y ahora
sal de mi habitación.2
Resoplo.
—Dime.
Elba se queda tan congelada como el hielo y no dice nada cuando vuelvo
a irme. Cierro la puerta y exhalo.5
—¿Lanzar ropa vieja y rota encima de ruedas sucias donde, por alguna
razón, sobresalen barras de hierro lo llamáis algo original aquí? Donde
yo vivo se lo conoce por desorden.73
—¿Qué?3
Me encojo de hombros.
—Sí —asiente—, pero era porque llevaba las gafas de sol puestas.
Cuando me las quité lo dejó estar.
—Llevo el pelo mucho más corto que antes, de color negro y los ojos
marrones. Aparte, si te diste cuenta, utilicé un poco tu acento. No creo
que me reconociera en absoluto, Derek.18
Toma las gafas de sol por la esquina de la montura y las baja hasta que
sus ojos me miran, desafiantes.1
Rueda los ojos antes de arrastrar las gafas hasta el puente de su nariz.
Se cruza de brazos sosteniendo el chubasquero con ellos y contempla el
cuadro.
—¿Los daltónicos?256
Deja escapar una cortísima carcajada de entre sus labios y luego niega
con la cabeza.
—No, supongo que los inconformistas con el mundo. No les gusta lo que
ven, así que pintan otras cosas.12
—Que ellos pinten las cosas de otro color no hará que nada cambie.
—Tal vez, pero nos regalan una visión diferente, algo así como una
ventana por la que mirar cuando no puedes más en tu mundo. Ya sabes,
como con los libros o la música. Esas pequeñas maravillas que saben a
gloria.48
—¿Ah, sí?
—Sí —me mira, gracias al cielo ambos llevamos gafas de sol, sin motivo,
ya que ahí fuera llueve—, a mí me parece alguien que acaba de romper
con alguien que amaba pero que está lleno de recuerdos bonitos.
Yo, en ese maniquí, veo a alguien sin corazón, pero que está lleno de
vida.98
—Sí, ¿a ti?
—En casa.6
Muevo la vista hacia otro extremo de la sala para que ni intente mirarme
fijamente. No quiero rollos blandengues que tengan que ver conmigo.
—¿En tu casa?
—Oh, buen punto. ¿Qué me dices de ese pino hecho con clavos de allí?1
—Mmm... fuerza.
Ladeo la cara y hago ver que la ignoro para no llamarla algo que se me
estaba pasando por la cabeza. No quiero tentar a la suerte y verme de
nuevo en el suelo con las manos en las pelotas.3
—Estuvo bien.
—¿Qué?3
—No, eres otro. Otro que no acompaña palabras con su "jodido" cada
treinta segundos y que admite que algo que hemos hecho por iniciativa
mía "estuvo bien".10
—¿De mí? ¿Por qué? Estoy diciéndolo en serio, estás diferente desde
ayer.
—¿Diferente cómo?
—¿Ves? Por ese último comentario seguro que habría recibido una
patada bajo la mesa.1
La miro sorprendido.
—Elba...
—¿En serio? ¿Dime dónde dejaste a ese Derek pervertido, a ese Derek
malhablado y pasota? Ese eras tú, ahora eres un chico que se
compadece de una enferma desahuciada de la vida.
—No he cambiado.
Resopla.
—No tengo que entender nada. Se ve desde lejos que lo más sensato es
aceptar ese corazón. Tú tienes que vivir, Elba.
—¿Yo sí pero ese niño inocente no? ¿Quién nos ha dado el derecho de
elegir eso? Yo al menos estoy enferma, él no lo estaba, él no tenía
motivos para morir.45
Tiro la toalla y derrotado cierro los ojos. Elba tiene sus motivos. Para ella
son justos, para los demás, por ejemplo para mí, son crueles.
—Sí.
—Claro que lo hay. Hay muchas cosas que quizá no lograré nunca hacer
y que quiero, pero haré la más importante para mí en la vida.6
—¿Cuál?
—Sí.
—¿Qué se siente?1
Asiente.
Hanah.
Sacudo la cabeza.
—¿Perdona?
—Es que no pareces ser alguien muy sensible a simple vista, pero las
veces que has hablado de ella te has abierto como un libro. Es bonito.10
De acuerdo, está bien, la mayoría somos menos sensibles que las chicas,
es posible que pensemos más veces al día que ellas en follar y no
añadimos un corazoncito al final de cada mensaje que enviamos, pero,
joder, tampoco somos estatuas de hielo. Y no, no solo queremos con lo
que llevamos colgando debajo de los pantalones.2
Yo me enfurruño por ese comentario tan sexista que ha hecho y lo hago
notar en mis facciones. Elba sigue bebiendo tan tranquila, sin inmutarse
por cómo me ha sentado su comentario.
—No es eso —niega con la cabeza—, sois vosotros mismos los que os
dais ese aire a machos rudos. A nosotras nos encanta veros así. Claro,
solo a las chicas que nos gustan los chicos —se ríe.7
—Pero las hay. Un hombre no es más insensible por ser hombre y una
chica no es más afectiva por ser chica. Cada persona es como es y
quiere de una manera diferente, pero eso sí, todos sabemos querer de
verdad.1
Sacudo la cabeza.
Gracias a ese comentario ella emite una fuerte carcajada que la hace
atragantarse.
Va a decir algo más pero sus ojos se cierran fuertemente y ella coloca
sus manos en la mesa.
—¿Elba?
—Derek... la...
—Los niños no tienen 20 años, Derek —dice, mirándome con una ceja
enarcada.4
Es otra ciudad, otro hotel, otra habitación, otra gente, otros lugares que
visitaremos, otras actividades que haremos como si con todo eso
pudiésemos evadir lo importante: que Emma está enferma y que el
asunto es serio.12
—Está bien.
—No.
—¿Mayonesa?27
—¿Papel de aluminio?
—Tenemos que hacer los sándwiches sobre algún sitio, ¿no crees?3
Levanto las manos al aire y con el gesto me disculpo por haber abierto la
boca cuestionando la grandeza de doña Elba barra Emma. O Emma
barra Elba, da igual.29
Llenamos poco a poco el carro con comestibles y con algunas
chocolatinas que no se sabe quién ha arrojado ahí dentro. Elba tararea la
canción que suena de fondo mientras la única caja que está atendiendo
acaba de cobrar al señor que iba delante de nosotros.
—Eh...
Oh, oh.
—Entonces no puede ser que te haya visto, pero a lo mejor... ¿sales por
la tele?39
—No.
—Creo que has cobrado eso último dos veces —lo distraigo.1
El chico llamado Tyler revisa la pantalla buscando algún fallo. Pero estoy
mintiendo, él no ha cobrado nada dos veces.
—Uhm, no, todo está en orden. Veintiocho con noventa y cinco, por
favor.13
—Bueno, has dicho que ella era rubia, con los ojos verdes... y de seguro
no es una cuatro ojos como yo.
—Tal vez —se encoge de hombros—, pero nunca sabré si ella habría
aceptado tomar algo conmigo.28
Elba sonríe tanto que parece que acabaran de coserle las mejillas en las
orejas.
Está bien, no lo es. Su pelo está en su sitio, el uniforme deja que desear
pero él lo luce con dignidad. Ah, sí, tiene un piercing en su oreja derecha
tan negro como sus ojos. Sé perfectamente que es imposible que tenga
los ojos de color negro, pero, de verdad, desde mi posición se miran muy
oscuros. Castaño, de espalda ancha y de brazos delgados. Nada del otro
mundo.3
Elba golpetea sus uñas contra la tarjeta y, después de hacer ver que se
lo estaba pensando, acepta con un "vale, genial" y una sonrisa.
—Estaré justo en la entrada en una hora —se adelanta Elba antes que
Tyler pueda añadir algo más.20
Me he adelantado unos pasos para no tener que pasar por otro incómodo
momento. Elba me alcanza y salimos de la tienda juntos.
—Creo que voy a buscar otra tienda donde comprar un cepillo de dientes.
—Está en el hotel y necesito tener la boca limpia antes de salir con Tyler.
—Ah.13
Me río.
—No tengo tiempo para esas cosas, Derek. Solo va a ser un paseo y
tomar un refresco.
—Pero ponte en la situación de que se diera el caso.
Agacha más la cabeza para coger agua del grifo con la boca y pasa por
completo de mí.
—Aún te quedan muchas experiencias por vivir, Elba. Te queda tanto por
conocer, ¡Dios mío te queda toda una vida!2
—¡Cállate, Derek! —Me grita, esta vez mirándome—. ¿No entiendes que
eso no es así? El azar ha querido que yo no viviera más que unos pocos
años, no puedo hacer nada contra eso.1
—A veces lo único que hay que hacer es resignarse. Entiende que eso
de "lucha por todo lo que quieres en la vida" no es más que un dicho
bonito. Algunas cosas son imposibles, Derek, como que haya el mismo
nivel de gravedad en la luna que en la tierra o ser inmortal, no se puede,
¿vale? El ser humano no es un ser todopoderoso. Somos de carne y
hueso, somos frágiles y contra algunas cosas no podemos luchar. Contra
la muerte, por ejemplo.4
Suelto aire de mi boca mientras ella se aleja después de haber terminado
de lavarse los dientes. Eso ha sido una reacción impulsiva, esporádica y
demasiado cortante por su parte.
Agg, mierda.
¿Cómo o qué puedes hacer en este caso? ¿Cómo quitas una carta de la
parte inferior del castillo sin que se derrumben todas las demás? ¿Un
milagro? No, los milagros no existen. La vida se afronta a base de
decisiones, los milagros o las desgracias son invenciones nuestras para
justificar nuestros aciertos y nuestros errores.18
—¿Ya...?
Meto las manos en los bolsillos de mi pantalón mientras veo como ella
sale del coche por el otro lado.3
Una simple coleta la hace lucir más diferente, pero también está guapa.9
En la rápida mirada que me lanza capto un: «Entiéndelo de una vez, por
favor.»
Nunca pensé que haría esta clase de vida nómada en un país que no
fuera el mío, con un coche que no fuese el mío y con alguien que no
fuera Hanah, hasta hace poco mi novia.
Ya lo tengo.
—¿Hola?
—Ha... ¿Hanah?18
Debo dejar de susurrar y hablar normal. Sé que estoy muy cagado por a
esta llamada, pero debo echarle un par de huevos.
Carraspeo.
—Eh...
—¿De... Derek?2
—S... ¿sí? —la imito, intentando también hacer la gracia, pero ya no sale
igual.
—¿Hola?
—Al menos no has perdido esa risa fácil tan tuya —el comentario
provoca que ella trague con fuerza, la he oído.
—¿Qué quieres?
—Hablar contigo.
—No tengo fuerzas para gritarte todo lo que había ensayado en la ducha,
cuando me echaba a llorar y luego me enfadaba conmigo misma por
echarte de menos. Pero tranquilo, ahora ya lo logro controlar.
—¿Entonces, Derek?
—Entonces explícate.10
—Ella me parecía una loca, no creas que yo... no, joder. No te dejé por
ella. —Suspiro—. Ella me puso contra la espada y la pared, haciéndome
creer que estaba en apuros y que tenía problemas. Tan solo pisé el
acelerador, no recuerdo haber pensado en las consecuencias
premeditadamente.
Hay, de nuevo, otro silencio que es cortado con un suspiro por su parte.
—Es una excusa muy original para explicarle a tu ex novia por qué la
dejaste tirada en una gasolinera de un país que no era el suyo.2
Agacho la cabeza.
—Está enferma.
—Hanah... va en serio.
—He marcado tu número para confirmar que seguías siendo la chica que
conocí.
—Sí.
—Sí.
Silencio.
Otro silencio.
Comienza a suspirar con fuerza igual que las veces que no quería oírme
decir nada más.
—Te decía que marqué tu número para saber de ti y... para pedirte
perdón.
Cojo aire.
De nuevo, cierro los ojos. Sus palabras hacen que la culpa cave mi
tumba a la velocidad de la luz.
—¿Y ahora?2
—Ese no es el punto.156
Se ríe.
—¡Fantástico!
—Hanah...
—Da igual. Aún es muy pronto para decir que lo he olvidado, pero poco a
poco te estoy perdonando. De nada me sirve compadecerme por lo que
pasó —Vuelve a reír—. Ese verano allí fue, para nosotros, ese momento
en la vida donde todo cambia de golpe y porrazo.
Con eso caigo en otra pregunta que me gustaría hacerle y obtener una
respuesta.
—¿Cambiarías algo?
Sonrío involuntariamente.
—¿Y eso?
—Lo sé, tal vez debí decirte ese tipo de cosas más veces antes.
—Pues pareces más maduro —suelta aire—, esto... tengo que irme.7
—Claro.
—Lo sé, solo era por ser cordial. Que te vaya bien, Derek.
—Ya...
Ambos callamos de golpe, esperando que el otro cierre la línea.6
—Gracias.
—Adiós, Derek.
Y luego hace acto de presencia el "pi, pi, pi" de cada final de llamada.30
Es tan triste pensar en que una vez fuimos de esas personas que se
miraban y se sonreían cómplices, y que ahora, dentro de unos años, si
nos volvemos a encontrar, al pronunciar nuestros nombres sonará igual
que dos desconocidos hablando por primera vez.2
He de dar por hecho que en la vida pasan estas cosas. Que, con el
tiempo, los caminos de la gente se van torciendo, otros uniendo y otros
sencillamente alejándose para siempre.5
No hice nada malo, tan solo la agobié un poco con el tema de su corazón.
Ella parece muy decidida, y espera que yo lo acepte sin poner ni un pero,
pero no puedo. Si ella... eso mismo, si se pusiera en mis botas,
comprendería que no es fácil vivir los hechos desde mi bando. Saber que
alguien morirá, sin más, teniendo toda una vida por delante y no poder
hacer nada te hace sentir un inútil sin remedio. Y ella por lo visto no
entiende eso.
—De ninguno.
—Lo sabía, el acento te delata. ¿Vacaciones?
—Sí.
—¿Tú solo?
Paso cerca del bar del hotel y la voz del noticiero dice algo sobre un niño
desaparecido, pero estoy cansado y no le presto atención en absoluto. Si
es importante, seguro que repiten la noticia al día siguiente. Ya me
enteraré entonces.25
—¿Señor Gibson?
—¿Sí?
—Ahora voy.55
CAPÍTULO 22
Mantiene una botella de agua atrapada entre sus manos mientras tiene la
cabeza hacia atrás apoyada en el respaldo del banco. Ya no estamos en
recepción, estamos en el porche de la entrada del hotel.
—Rotundamente.
Vuelve a reír.
—Acabas de inventar una palabra y, cómo no, tiene que ver con sexo.2
—Tal vez.
—Hice eso para que no me oliera el aliento al hablar con él, no porque
precisamente me estuviera muriendo por besarlo.15
Se echa a reír con toda la soltura del mundo. Solo le falta una gorra y
tener una camisa con las mangas arrancadas para parecer un
camionero.14
Arrugo la frente.
Una de las esquinas de mis labios salta mostrándole una media sonrisa
burlona.10
Me grita mientras sigue caminando, debo suponer que piensa que la sigo.
Me levanto y camino hacia ella colocando mis manos en los bolsillos
delanteros de mis pantalones como quien no está muy seguro de dejar
caer algo de sopetón.
—Llamé a Hanah.4
—Respirando.91
Está bien, estaba siendo más agrio que un limón y más cerrado que un
mejillón.46
—Lo siento —susurro—. Ella no está del todo bien, pero tampoco mal.
—¿Discutisteis?14
—Sorprendentemente no.
—¿Estás... bien?
Eleva una ceja y luego le sigue ese gesto de poner los ojos en blanco.4
No hay que buscar tan lejos la razón de por qué soy como soy. Se la
puede encontrar en casa de mis padres, sentada en el sofá leyendo el
periódico y quejándose de todo, o durmiendo.1
Sé, sé que soy un mal hijo por no llamar durante todo este tiempo, pero
ellos están acostumbrados a que yo desaparezca sin decir nada desde
los once meses, cuando me compraron un andador para bebés.4
Joooooooooodeeeer.4
—Vamos a ver —digo muy bajito— ¡¿Me has despertado por eso?! ¿Te
has enganchado a una mierda de serie y vienes a levantarme... a la
jodida hora que sea ahora mismo solo para decirme que uno de los
personajes está vivo? —Reculo y le abro la puerta— ¡Buenas noches!61
—¿Tu qué?7
Ella se tapa la boca, puedo notar entonces que sus hombros están
temblando.
No puede ser...
—Dime algo, ¿el corazón hubiese aguantado por ti todo este tiempo que
has desaparecido?4
—No, por eso tenía que ingresar rápidamente, para que me operaran lo
más pronto posible.
Asiente.
—Entonces...
Que el niño esté vivo, sano y salvo con su familia significa algunas cosas.
Primera, ningún inocente ha muerto por culpa del padre de Emma, por lo
tanto eso significa que él no es un asesino. Por otro lado, todo eso ha
pasado gracias a que Emma escapó. Ella, al fin y al cabo, no le ha
quitado la vida a nadie, se la ha salvado.1
Se estrecha fuerte entre sus brazos y suelta aire con fuerza, parece que
no ha estado respirando en estos últimos minutos.
—¿Ahora querrás...?7
—Lo único que quiero hacer ahora mismo es irme de aquí —me
interrumpe—, por favor.
—¿Estás acalorada?15
Me pregunta, sin rodeos. Parece que no quiere seguir hablando del tema
conmigo. Asiento.
—Vale.
—Voy a estar aquí, tumbado en esa cama que está por ahí —señalo
hacia alguna parte—, no es ninguna oferta de doble sentido, solo lo dejo
caer porque también tengo dos oídos funcionales que puedes coger
prestados cuando necesites.3
Me río.
¿Cómo podía, tan solo semanas atrás, pensar en las diferentes maneras
de poner a Elba cuando me la follara y ahora estar más interesado en lo
mejor para ella?143
No, nada que ver. No estoy enamorado de ella, esta clase de amor no es
esa forma tan romántica y estricta. Lo que siento por ella no tiene forma,
no sigue las clásicas reglas del cortejo, ni tan si quiera es lo que sentí al
ver a Hanah.4
Quizá debe ser que podemos querer de mil formas diferentes a las
personas, no necesariamente de la manera que todos lo hacen o de la
manera que se espera que hagas. Tal vez te topes con personas en la
vida a las que querrás de manera incomprensible y única. Estoy seguro
de que eso es lo que pasa con nosotros. Elba es una de esas personas
para mí.54
Pese a que Emma está muy ensimismada y no habla casi nada, puedo
notar como su cuerpo ya no está tan tenso y nervioso como al empezar
el viaje.1
—¿Te puedo confesar algo? —le pregunto mientras conduzco por las
calles hasta llegar a la zona hostelera del centro.2
—¿Te molesta?
—Oye... ¿puedo...?1
—No, no puedes hacer nada. Pero gracias.1
—Nunca había sentido tanto alivio como ahora, sin embargo... es duro.
Es muy duro. Ahora no siento que tenga justificada mi muerte, no siento
que merezca morir.
—Oh por Dios, Emma —detengo el coche para decirle esto mirándola a
los ojos—, nunca has merecido morir.1
—Creía que me lo merecía, por haber tenido la culpa de que ese niño
fuera asesinado. Creía que era una manera justa de hacérselo pagar al
asesino de mi padre. Sentía el dolor de esa familia como mío, no quería
sentirme... asqueada de mí misma por el resto de mi vida. Sabía que me
iba a morir pronto sin ese transplante, pero me tranquilizaba el hecho de
que lo haría siendo una buena persona. Una persona ejemplar para mí
misma, que no le había fallado a mis principios. Pero ahora... ¿ahora qué?
Me ha tocado morir casi al azar teniendo toda una vida por delante.
¿Qué digo, qué hago? ¿Cómo poder parar el sufrimiento de las personas
que te importan?17
—Nunca hemos hablado del todo del día en que te escapaste —Elba
abre los ojos que tenía cerrados hasta el momento—. ¿Cómo lo hiciste?
Me crea cierta curiosidad.
—Así que, contrató a esos gorilas con los que estabas aquel día para
que te llevaran, ¿no?
—Sí —dice asintiendo mientras mira el techo, luego cierra los ojos—.
Aún lo recuerdo, destrocé mi portátil y mi móvil. Cuando paramos en una
gasolinera corrí hacia el camión de comida que había aparcado allí y
como había fabricado una cuerda con dos sudaderas que llevaba a mano,
los até ambos al camión. Corrí de vuelta a la gasolinera haciendo ver que
había salido del lavabo. Ellos no notaron la falta del portátil ni del móvil,
les dije que los llevaba en el maletín del maletero.2
—Sabía que tenía que ser rápida y..., bueno, mantenía a raya a mis
guardaespaldas. Les tenía amenazados de manera indirecta. Yo era una
bomba de relojería que mi padre apreciaba hasta lo sumo, ellos eran
conscientes de ello. Si yo abría la boca para decir cualquier cosa en
contra de ellos, aún siendo mentira, sabían que les iría muy mal. Por eso,
y con la excusa de tener la regla, me las arreglé para ser libre de
vigilancia excesiva cada vez que iba a un baño.1
—Lo reafirmo: eres una genio. Yo nunca hubiera podido... hacer tanto y
tan bien.
—No.
—Sí —asiento.
—¿Y si me niego?
—¿Quieres averiguarlo?
Tomo sus pies y los arrastro fuera de la cama, paro justo antes de que
ella se golpee contra el suelo.1
—¡No quiero!
—En ese armario hay toallas limpias, ahí hay jabón y... ahí está tu
neceser, lávate los dientes, muchacha.5
—¿Así está bien? Yo podría ir a cualquier lugar así, incluso a una boda.1
—¿Segura? He visto como eras antes, y creo que eras de las que hacían
que Gucci diseñara y confeccionara un vestido solo para ti.22
—¿Por qué te lo has quitado? Te quedaba genial —se burla desde fuera
del baño—. Por cierto, tienes unas pestañas de infarto.3
—Lo sé, me lo has dicho unas treinta veces mientras te partías el culo
maquillándome —me restriego un extremo de la toalla empapado de
agua por los labios—. Y me lo he quitado porque aún me queda algo de
amor propio y créeme, sé cuando algo no me queda bien.1
—Esa es la idea.
—Ah.8
Me encojo de hombros, sin entender la lógica, pero le queda muy bien.
Primero vamos a cenar a un puesto de comida mexicana, yo me pido dos
tacos de carne picada y ella solo uno, pero también se pide un pequeño
plato de nachos con queso y jalapeños. El chico que está detrás de la
barra, atendiéndonos, me guiña un ojo, a lo que yo respondo con el dedo
corazón.34
—¿Perdón? No me digas que te has tragado que ese de ahí era una
chica —le digo sentándome delante de ella.
—¿La gente como ella? Dios mío, Derek, no seas tan idiota. Es
exactamente igual que tú. Es una persona.11
Me cuesta trabajo admitir que lleva razón. Que Hanah también llevaba
razón con respecto al mismo tema. Siempre me ha costado este tema.
¿Por qué sencillamente si naces siendo tío, te la suda y quieres ser una
tía?89
—Está bien, como quieras, muérete con la duda. Pero que no sepas el
motivo y no lo comprendas, no justifica que seas un idiota de mente
cerrada. Así que ahora mismo vas a mover el culo y vas a disculparte
con ella por haber sido un grosero.38
Tal vez sí sea verdad que tengo la mente muy cerrada con este tema.
Tanto que roce la estupidez. Y el no querer discutir con ella, por lo
delicado que puede resultar, me ha hecho reflexionar más sobre eso.1
Me acabo de dar cuenta de que las discusiones tontas suelen empezar
porque no se piensa dos veces lo siguiente que se va a responder, si
merece o no la pena decirlo o si en realidad la otra persona lleva razón.
—Lanzo una moneda, si sale cara nos vamos al hotel a cepillarnos los
dientes.
Arrugo la frente con una sonrisa burlona en los dientes. El asunto nos
toma diez minutos porque se ha tenido que pintar los labios de nuevo.
—No creo que eso sería lo que más le importara a esa persona en ese
momento.1
—En el mapa dice que está frente a un club llamado Palm & Sparks y
que en la esquina hay una hamburguesería. Me gusta la noche que hay...
estaría bien tomar algo en la segunda planta, con el cielo ahí, música,
cotilleando sobre las chicas a las que le mires el culo, ¿no?1
—Oye, pues aquí abajo no se está tan mal, eh —me comenta admirando
el local de esquina a esquina.
Como dice ella, no está tan mal. Todo lo contrario, hay buen ambiente y
la música te anima a bailar.
—Una piña colada con un poquito de alcohol —le indica Elba al camarero
que le guiña un ojo.3
Él me mira a mí.1
Me encojo de hombros.
—¿Tonto? Venga ya, seguro que alguien te saca a bailar ahora que he
dejado saber que no vienes conmigo.
—Ya me lo agradecerás.
—Claro, claro.
—Oh mira, tiene una mini sombrilla —dice ella sacándola de la copa y
riéndose.
—¿Es en serio?
—Totalmente.
Espera, ¿qué?16
—Pues me ha encantado.
—De hecho, he terminado mi turno hace media hora, pero solo estaba
echando una mano. ¿Te apetece que... tome algo contigo?
—De nada.
La oigo reírse y, aunque no la mire, sonrío por oírla. Supongo que esa
era mi intención, que ella se distrajera. Seguro que con ayuda de su piña
colada y Oliver, pasa una buena noche.
—Yo voy a intentar enseñarle algo de escote a esa camarera de allí —la
señalo—, a ver si consigo una bebida gratis. Ya sabes, no todos tenemos
la misma suerte que tú solo con sonreír.21
Abre la boca cuando me alejo y dice un poco por encima del ruido de la
música: ¡me has vuelto a halagar!
Pago mi bebida y me pongo de pie. Los miro a ambos por última vez, en
el momento que cambia la canción se separan riendo y comienzan a
bailar la Macarena, sin que sea la canción de la Macarena.1
Han pasado más horas de las que planeé inicialmente cuando entro al
vestíbulo del hotel. Me quedo en la cafetería tomando un café solo. Me
gustaría digerir lo poco que quede del también poco alcohol que bebí
hace unas horas. No sé por qué, pero tardo una media hora en subir de
nuevo a nuestra habitación. Cuando meto la tarjeta en la hendidura y
abro la puerta, veo una camiseta blanca lanzada torpemente en el suelo.
Seguidamente escucho unas risas de la habitación y un "Oh Dios" muy
graciosamente masculino.54
—Eh... creo que alguien ha notado el buen aliento de Emma —me suelto
el chiste a mí mismo, aunque no dudaré en usarlo mañana.5
—Oliver fue muy agradable, me lo pasé muy bien —dice y vuelve a beber
un sorbo de café—. Hoy quiero ir al cine contigo, ¿te apetece?
—Sí, una de las que me compré para dormir, de esas anchas. Se cambió
en la habitación. Fue divertido.
—Ya —le sonrío con intención de que capte mi doble sentido—, sobre
todo lo de quitarse la ropa.
—¿Así cómo?
—Lo que tú digas. Si llegó a pasar algo, nunca lo sabremos —le digo
caminando hacia la habitación enseñando las palmas en son de paz.2
Me esperaba ver las camas puestas una junto a la otra, pero no, siguen
en su lugar.
—¿Puedo tumbarme en la que hasta ayer era mi cama o no? Digo, por si
acaso eso que dices que no pasó, pasó en mi cama.14
La oigo reírse.
—Eres un caso de manual, Emma barra Elba —le digo negando con la
cabeza.
—Era muy guapo, pero confieso que a ti ese acento tuyo te da muchos
más puntos.105
Me quedo callado por un par de minutos, la miro, parece frita. Le tiro uno
de mis calcetines y ni se inmuta. Pues eso, que se ha quedado frita
después de decirme por segunda vez que le gusto.20
Bueno, eso ha sido muy bestia. O sea, solo tiene dieciocho años y no es
que la cosa vaya por ahí con ella, de hecho me he dicho a mí mismo en
otras ocasiones que no la quiero de esa forma. Pero sigo siendo Derek,
con sangre en las venas y con ojos que son testigos de lo atractiva que
es Emma. Negar que es una chica preciosa y que, en otra situación y si
me lo hubiese permitido, me hubiese acostado con ella, es de tontos.
—¿Pasa algo?
—¿Emma?
—Tal vez... la semana que viene... podría volver con ellos y... —habla a
trompicones.
—¿Y qué?
La hago reír.
—Lo siento, hay veces en las que me pongo muy sensible por todo.
—No lo sé, Derek, no quiero meterte en ningún problema legal por el que
no puedas volver a casa o peor, por el que te vayan a meter a la cárcel o
algo así. Es algo muy serio teniendo en cuenta la hija de quién soy.2
—A ver —me río—, llevamos mucho tiempo burlándonos del país entero,
por inverosímil que resulte decirlo, lo hemos hecho. Me veo capacitado
para hacerlo un poco más, dejarte sana y salva y luego... lo que suceda.
—Lo que pasa es que si decimos que nos acabamos de conocer, sería
raro pedirte que te quedaras conmigo algún tiempo más. Todos
sospecharían de que tú y yo nos conocemos desde hace más tiempo y
puede que te culpen por no haber avisado a las autoridades cuando me
encontraste.
—¿Alguien como tú? Lo has dicho con un tono inapropiado —me coloca
una de sus manos en una mejilla—. Alguien como tú es quien me ha
protegido, el que me ha mantenido viva todo este tiempo, el que se ha
encargado de hacerme disfrutar la vida al máximo y a lo loco, el que se
ha encargado de alejarme la muerte para que sienta lo que es vivir.
Derek eres la mejor persona que podría haberme topado en esa
gasolinera, ¡¿qué digo?! ¡En la vida!5
—Eres una gran persona, nunca podré decirte cuan agradecida te estoy
—me dice al oído.
—Y tú en la mía.22
—Cuidado, que para conducir uno de estos también tienes que sacarte el
carnet —le aviso.
—Los llevo conduciendo desde los dos años —dice, muy chula ella,
como si fuera algo digno de alabanza.
Asiente.
—¿Y luego?
—Ya veo —cojo unas latas de refresco y se las enseño. Ella acepta—.
¿Qué querías ser cuando fueras mayor?
—Ajá.
—Que va. De hecho, solía decir que eran mis dinosaurios los que
decapitaban a mis muñecas —se ríe—. Siempre me pareció muy
aburrido el tener que vestirlas. Aunque no te creas que mi
comportamiento era del todo parecido al que se le suele adjudicar a los
niños, yo odiaba los deportes.
Se ríe.
—Sí, de vez en cuando me ganaba tal hostia que veía las estrellas.
Nunca le digas a mi madre que las zanahorias de su sopa están
asquerosas.8
Elba empieza a reírse tan fuerte que cuando hablan por megafonía no se
escucha. Le aviso de que no la conozco a la gente que nos mira pero no
me creen.1
Ambos nos miramos con ciertas ganas de cometer la segunda locura del
día.1
Dice y se coge la falda del vestido veraniego que lleva, rojo con flores
muy pequeñas de color blanco, para hacerlo danzar. Le ofrezco uno de
mis brazos y el otro me lo coloco detrás de la espalda.
Ella se ríe.
Me coge los brazos y los bate a su ritmo. Suelta uno y el otro lo usa de
puente para pasar por debajo, después se aleja, manteniendo nuestras
manos juntas y rueda hasta acabar de espaldas a mí, enrollada con su
brazo y el mío. De pronto la voz de un chico anuncia que "la cosa va a
ralentizarse un poco".
—¿Whitney Houston?
—Esto se baila lento así que... —estiro de sus brazos ya que se había
apartado y la acerco a mi cuerpo—. Debes cantar muy bien para haberte
atrevido a cantar esta canción.
—Tienes razón, es más para bodas —le digo antes de apartarla para
darle una vuelta y volver a acercarla a mí.
Ella sigue cantando con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Ganaste el concurso?
—Totalmente —le doy la razón apartándonos del todo para dejar que el
aire corra.
Asiente efusivamente.
—Te juro que ninguna chica me había intentado halagar diciéndome que
besaba como el hermano que no tenía.
—Ahora que las calles empiezan a estar más oscuras y solitarias déjame
decirte que creo que nos siguen —me susurra Emma de repente.15
—¿Qué? —la miro extrañado—. ¿Desde hace cuánto rato sientes eso?
—Ey, vosotros dos, un momento —nos dice una voz masculina desde
atrás.2
—¿Acaso no habéis oído? —dice esta vez una voz femenina, tomando
del brazo a Elba y haciéndola girar bruscamente.
No nos dan mucho tiempo, porque apenas ella intenta empezar a correr,
la chica la vuelve a atrapar. Me vuelvo a interponer, empujándola para
que no se acerque a Emma. El chico aprovecha ese momento para
propinarme un puñetazo en toda la mandíbula.
—Vete —le digo mientras intento volver a sentir la cara, pero la tipa esa
no la suelta.
—Lo repito una vez más —dice la chica que sostiene a Elba—, quedaos
quietos y callados, y no os pasará nada más.2
De repente, la veo soltar una patada que hace impactar su rodilla contra
la cadera de la chica, lo que provoca que se doble por el dolor. Ella se
intenta escapar pero el imbécil de antes la coge del pelo y Emma grita
adolorida.
—Eso te pasa por querer hacerte el héroe —me susurra con sorna el
imbécil que tengo atrás.
CAPÍTULO 25
—Gracias a ti pronto voy a estar podrida en dinero.60
Mientras ella habla yo miro hacia todas partes, buscando alguna ayuda.
No sabría definir bien lo que busco exactamente; tal vez una cámara de
seguridad, o a alguien. Como último recurso, algún bate que
milagrosamente estuviera por ahí tirado pero nada. Lo que sí hay son
contenedores de basura y al lado de uno, hay cartones rotos y algunos
trozos de madera. Si tan solo pudiera hacerme con alguno de esos
trozos, los golpearía tantas veces hasta que salieran corriendo como las
ratas que son.10
—¿Y ahora qué hacemos con ellos? —le pregunta el lumbreras que me
sostiene.1
—¡Cierra el pico, idiota! ¿No ves que los tienes delante? —Brama ella,
cosa que provoca que Emma ponga cara de haberse quedado sorda.
Cuando me hago con uno vuelvo corriendo, sin pararme a pensar cómo
puede terminar eso. Lo único que sé es que tengo que hacer algo porque
ese tipo acaba de echarse encima de Emma. La madera se parte en más
trozos cuando estalla en su cabeza, lo que le hace apartarse adolorido.
Ayudo a Emma Rambo Van Damme James a ponerse de pie y esta me
aparta de un empujón que, que quede claro, no es para nada amable.
Seguidamente patea la mano de la chica, haciendo volar una navaja
hacia la mierda y propinándole un puñetazo que la hace girar.2
—Ah, entonces está bien —me encojo de hombros—, yo voy a darle con
otro trozo de madera a ese —digo, volviendo a buscar otro trozo de
madera.5
Tengo que decirlo, aunque no sea en voz alta: desde que conocí a Elba,
cada día de mi vida es más inverosímil que el anterior.
—He tenido miedo, Derek, los nervios me hicieron creer que eran
peligrosos —me dice, cerca del oído.
—Pensé que nos iban a hacer daño. Pensé que nos iban a matar.
Se aparta, se coloca el pelo detrás de las orejas y frota sus palmas una
contra otra, tragando fuerte.
Cuando salgo de la ducha secándome el pelo con una toalla, veo a Elba
doblando una camiseta sobre la cama.
—¿De lo estúpido que fue por mi parte haber montado todo esto?
¿Crees que fue estúpida mi decisión, verdad?
—Yo no...
—No digas esas cosas. Personas que te triplican la edad no habrían sido
capaces de tener lo que tú tuviste para tomar una decisión que implica
tanta fuerza y moralidad como la que tú tomaste.
—¡No! No vayas por ahí, no ha sido la primera vez que nos libramos de
milagro de que me pillaran y lo sabes. Lo único que he hecho en todo
este tiempo ha sido hacer la tonta temerariamente. He puesto tu vida en
peligro por ir conmigo. —Se coloca las manos en la cara, frustrada—. Ay
Dios, que idiota he sido.3
—No pienses eso de ti. Tú sabes bien por qué hiciste todo esto, no
querías aceptar ese corazón y te negaste hasta el último momento. Si
hubiera sido cualquier otra persona, el niño ya estaría muerto hace
tiempo. Aún siendo consciente de dónde provenía el corazón y de qué
manera, cualquier otra persona en este asqueroso mundo lo habría
aceptado con tal de no morir. Tú... con la asombrosa edad de diecisiete
años, fuiste más honrada y valiente y le diste cien vueltas a cualquier otra
persona adulta y madura de este planeta.
—Ay, Derek...
—Tú no lo mataste.1
—Yo directamente no, pero iba a ser por mi culpa. Entonces, ese era mi
motivo. Secretamente, esperaba que el día llegara pronto porque me iría
estando en paz. Pero no, él no está muerto. Jeremyah podrá disfrutar de
la vida y nunca me he sentido más aliviada por algo, pero a la vez que
esté vivo me abre los ojos frente a la realidad, la cual me dice que yo no
he hecho nada malo a nadie para merecerlo. La realidad es que me voy
a morir con apenas dieciocho o con el tiempo que me aguante este
corazón sin tener por qué. Antes no me daba miedo la muerte porque
significaba el perdón de mis pecados, el de haber matado a Jeremyah.
Pero ahora me da miedo porque lo único que significa es que voy a
perder toda la vida que me queda por delante sin más.11
—Shh.
—Aguantar las lágrimas porque ella llorará lo suficiente como para hundir
los polos tres veces.
—Mi madre tiene el mismo color de ojos que yo. Dice que eso es lo que
más le gusta de ella.
—Es un color muy bonito —le digo mientras doblo una camisa de
mangas cortas.2
—Mi abuelo le enseñó a ella ser la persona que ella me enseñó ser a mí
—me dice de repente—, mi abuela murió cuando ella tenía trece años.
También por su corazón.5
—Ser honesta, ser honrada, luchar por lo que quieres, por lo que piensas
con todo tu corazón que es lo correcto. Mi abuelo fue un hombre con
mucha perspectiva feminista, podríamos decirlo así. Pese a haber vivido
en los tiempos que vivió, él nunca la educó para que llegara a ser un ser
humano subordinado como era el modelo de la mujer ideal y perfecta que
se conocía, y estas son palabras textuales de mi madre. La educó muy
bien y la ayudó en todo siempre, le enseñó a luchar para lograr sus
metas. Mi madre llegó a convertirse en una de esas mujeres tan
admiradas, super inteligente, lo tenía todo. Ella se encargaba de la casa
y trabajaba, tenía mucho más éxito que mi padre antes de que yo naciera.
Luego llegué yo y sospecho que el motivo de que lo dejara todo y se
dedicara exclusivamente a ser madre es que vine con problemas de
corazón. Ella nunca me dijo el porqué, pero hoy en día esa es mi
hipótesis.
—¿Te estás culpando por algo acaso? —le pregunto, mientras acomodo
algunos calcetines doblados por los costados de la maleta.
—Claro.
—En tu vida de niña rica, ¿alguna vez doblaste tu ropa?
Se ríe.
Me río.
Arrugo el entrecejo.
—¿Me estás diciendo que eres competitiva pero que los deportes no te
atraen?
—Una vez dije que me gustaría ser animadora —me comenta—. Fui a
una prueba pero... —sacude la mano con displicencia—, en una de las
vueltas que tenía que hacer, se me soltó la zapatilla y la lancé contra una
ventana. No se rompió pero sí quedó sucia, un amigo me llamó "atleta de
alto riesgo".1
Me río.
—Uhm, no. Una vez sustituí a ese amigo siendo la mascota del equipo.
¡Fue una pasada! Pero al parecer, lo que yo considero bailar no todo el
mundo lo ve igual.
—No, la pinta que tiene alguien que tiene padres con los bolsillos
hinchados de dinero.
Me dedica el gesto más frío del día, o de la semana, o del mes. Levanta
su ceja derecha y me mira con desdén.
—Huecas tus muelas, para no decir otra parte de tu cuerpo. Terminé con
una media de 9,6, señorito muelas huecas.5
—Porque lo de bailar...
—Eres hija única, aún siendo ladrona de bancos seguirías siendo el ojito
derecho de tu padre.
—No creo que debas. Quiero decir, no lo hizo. Eso tiene que mostrarte
alguna señal del tipo de persona que es en realidad. No creo que nunca
llegues a comprender sus motivos..., al menos nunca tan bien como que,
nadie lo quiera, seas madre y te veas en la misma situación desesperada
que él.
—Lo idealicé toda mi vida, por eso ha sido más duro. Es por eso el
porqué de todo esto.2
—Desde que me enteré, supe que ella no estaba enterada. Número uno,
mi padre la quiere demasiado como para hacerla partícipe de algo así y
número dos, es muy consciente de que ella sería capaz de arrancarse su
propio corazón antes de dejar que se lo quiten a otra persona. Aunque se
trate de mí, ella no lo hubiera permitido.
Elba dobla sus piernas hasta dejarlas delante de su pecho, las abraza y
coloca su barbilla sobre una rodilla. Se encoge de hombros.
—Sí. Supongo que mañana acabaré de organizar todas las ideas que
hay en mi cabeza, construiremos una buena coartada y, cuando llegue el
momento..., volveré a casa. Ahora deberíamos descansar.
Sé que estará segura y tal vez más a salvo, si eso es posible. Puede que
la convenzan de ingresar en un hospital y de que ahí reciba cualquier
tratamiento médico milagroso que la haga vivir ochenta años más, pero
esa posibilidad significaría mi salida de su vida. En realidad, el simple
hecho de que vuelva a casa, acceda a ingresar en un hospital o no, me
saca de su vida. Por muchas y muy buenas coartadas que podamos
inventar, delante del mundo seremos dos desconocidos que no han
compartido nada y que no tienen ningún motivo por el que permanecer
juntos. Porque admitir que no somos dos desconocidos, sino que hemos
sido compañeros de huída por tanto tiempo sería de todo menos bueno.
Y lo último que me gustaría presenciar es ver como ella sufre por verme
a mí metido en aprietos. Está débil, sus ojos lo dicen, no puedo hacer
tonterías.
Hay una voz débil en alguna esquina de mi cabeza que me llama egoísta
por estar triste porque se vaya, por más que el resto de mí intenta
convencerme de que después de tanto tiempo y tantas cosas vividas, es
normal.
Por eso digo que no sé bien como me siento. ¿Feliz por ella? Claro.
¿Triste por que se vaya? También. ¿Negado a aceptar que se irá? En
buena parte. Entonces, ¿cómo es que me siento? Porque no está nada
claro.1
Cuando la puerta se abre me quedo helado. Cierro los ojos cuatro veces
y las mismas los vuelvo a abrir.
No sé cómo hablar.
—¿Qué te parece?
—Más de lo que te pueda contar con esta boca —le digo, sin dejar de
mirarla.9
Sigo muy dormido como para entender por qué nadie la puede ver.
Aunque un par de minutos después, lo comprendo. Me da el número de
la habitación de su nueva amiga, yo después de lavarme los dientes, pico
a su puerta y le devuelvo su plancha de pelo dándole las gracias en
nombre de Elba.1
—¿El qué?
—Era hace dos años atrás. Estaba tomando clases de defensa personal
y te conocía tomando clases conmigo.
—¿Ah sí?
—Sí, creo que más que un sueño, ha sido un viaje a un universo paralelo
donde tú y yo nos hemos conocido en otro momento y en otras
circunstancias.19
Me río.
—Cada día te da por ser alguien diferente, ¿hoy quién eres? ¿Stephen
Hawking?18
Hay dos largos minutos de silencio en los cuales me doy cuenta de que
ha sido una declaración muy curiosa. No sé si está bien llamarla
declaración, ya que es más como una... confesión. Sí, una confesión
sacada directamente de mi subconsciente. Sin darle vueltas, sin
premeditarla, salió sin más.4
Sale del baño con un pantalón negro y acampanado que le cubre hasta
los talones, de esos que son ligeros, para el verano. Lleva una camiseta
blanca que le llega hasta los codos y se ciñe bien a su cuerpo. Se cruje
los nudillos mirando su maleta y me mira.
La miro y le sonrío de lado antes de dejarle saber que, con las veces que
la ha repetido, ahora será imposible sacarla de mi cabeza.
CAPÍTULO 26
Levanto una pielecilla que se asoma al rededor de mi uña y la arranco.
No tengo nada más qué hacer mientras estoy aquí sentado esperando.23
—Nunca creí que lo llegaría a pasar tan bien gracias a la niña loca que
en pocas palabras me secuestró aquel día en esa gasolinera.
La miro. Ella también. Pese a estar ambos detrás de las gafas de sol,
sabemos que esas miradas quieren decir lo que quieren decir.
—Es de esas cosas en la vida que hay que vivir, supongo —me encojo
de hombros.
Me sonríe.
—Sería mala idea hacernos llorar el uno al otro ahora —le digo, antes de
colocarme las gafas de nuevo.3
Ella toma una de mis manos con las suyas y la aprieta, luego se la lleva a
una mejilla y cierra los ojos. Me susurra un gracias por todo, Derek y
luego deja que le dé un beso en la frente.4
—Deberíamos continuar.
Dice. Asiento. Lo hago.
—¿Sí?
—¿Qué tal?
Y lo hace.
Se lo piensa.
"Hola, me gustaría poder hablar con un agente. Soy Emma James, hija
del senador Bill James."
—Ah.
Doy un asentimiento. Había olvidado que Emma me dijo que se las
arreglaría para hacer que pudiéramos vernos al menos una vez más.
Imagino que se refería a esto.10
—Es lo menos que podría ofrecer por haber ayudado a su hija. Está
agradecido contigo.2
Vuelvo a asentir.
—Es un alivio saber eso. Es mejor que, que crean que soy un
secuestrador.
—Tan solo quiero despistar a la policía, darle una versión falsa hasta que
yo logre explicarle todo a mi padre. Hay datos que ellos pueden recabar y
acabar dándose cuenta de que en realidad tú y yo llevamos huyendo
juntos desde el primer momento en que desaparecí. Pero eso dará igual
una vez yo le haya contado todo a mi padre. Él se encargará del resto. Y
tú de seguro ya habrás vuelto a tu país. Nadie te culpará de nada,
quedarás al margen. Yo me encargaré de hacer saber que me fui por mi
propia voluntad. Ocultaré esa parte agridulce del porqué, porque le
traería muchos problemas a mi familia, pero el resto se sabrá por la
prensa y por donde sea. Tú serás intocable en esto, te lo prometo.5
Me explicaba mientras sostenía una hoja de papel que había usado para
hacer un mapa conceptual a lápiz. Ese mismo papel se convirtió en el
confeti que lanzó por la ventanilla en el último viaje que hicimos en coche.
Las ansias provocan que meta mis manos en los bolsillos de mi pantalón
para no despellejarme las manos tirando de pielecillas. Esta espera se
está haciendo enormemente angustiante.
Pasan casi dos cuartos más hasta que pican a la puerta de mi habitación.
Contesto un "adelante" y el chico que me había avisado de que hoy
tendría visita me avisa de que ya puedo acompañarle. Salgo de la
habitación apretando los puños sin ejercer fuerza y le sigo.
Hace amago de tomarme de las manos pero se echa hacia atrás, sin
atreverse.
—Hola —me dice con el último aliento. Sí, como si acabara de correr una
maratón.
Ella sonríe con los labios cerrados y se le enjuagan los ojos por las
lágrimas.
Antes de que los dos podamos decir nada más, la señora habla.
Yo doy un asentimiento.
—No tendré suficiente con esta vida para estarte agradecida, hijo —
continúa.
¿Quién me diría a mí que esa señora en tejanos y camisa blanca con los
ojos más tristes del mundo sería la misma que se veía posando al lado
de su hija en las fotos de Google, prestigiosa, tan imponente como bella?
—Soy Bill James, padre de Emma —me este dice ofreciéndome su mano.
—Yo me llamo Margaret —me dice ella—, perdona por mis modales.
—Bueno, está débil pero ha aceptado pasar unos días en el hospital para
ver qué pueden hacer los especialistas.3
—Gracias por traerla de nuevo con nosotros —dice él, en su turno para
agradecer.
—Cuarenta días enteros. Pero se han sentido como años —dice ella en
voz baja—. Aún no asimilo que haya vuelto. Que está en esa camilla del
hospital. Desde el jueves que volvió y hoy viernes no he dejado de
admirarla, parece como si no fuera mi Emma.2
—En el tiempo que estuvo contigo, ¿no te dijo si había sufrido algún...
momento de miedo, algún susto que su corazón...? —Al fin se anima a
preguntar pero no termina de formular la pregunta dado a que nota como
su mujer se preocupa ante mi respuesta.
¿Qué hago?
Mentir.
—Bueno, por suerte ahora está siendo atendida —dice él, más que nada
para consolar a su mujer.
Me atrevo por fin a formular la pregunta deseando con todas mis fuerzas
recibir una respuesta afirmativa.
Su marido no dice nada, solo mira hacia otra dirección sin separar su
brazo de sus hombros.
—¿Puedo ir a visitarla?
—Le has caído muy bien —me comenta Bill, como si se alegrara de que
su hija haya hecho un amigo durante este tiempo.4
—Bueno, entiendo que fue por ahorrarle esa mala noticia a una niña que
todavía era muy pequeña.
—Gracias por aceptar hablar con nosotros —me dice su madre tomando
mis manos de nuevo—. Gracias por todo, Derek.
Por primera vez, me permito reparar en él. Tendrá como mucho unos
cuatro o cinco años más que yo y ambos somos igual de altos. Es de
esos tíos que sí son cinturón negro, se lo notas en la cara.
Da un asentimiento y se retira.
—Señor Gibson, esto es para usted —me dice un trabajador del hotel,
enseñándome una caja.
—¿Ah sí?
—¿Quién lo envía?
"Sé que eres de los que tuvo uno, solo he tenido que restar tu edad al
año en el que estamos. Escucha el CD. Todas me encantan. La #7 es la
del coche, preciosa, ¿a qué sí? La #10 es muy... te dejaré que saques
tus propias conclusiones al oírla.4
Emma."3
Sonrío cual crío con juguete nuevo y aparto la caja de la cama para
poder sentarme en ella con las piernas estiradas a escuchar el disco. Lo
pongo en el reproductor de CD y me coloco los auriculares. Parece que
fuera casi veinte años atrás, cuando era un niño y escuchaba los CD de
mi madre en el asiento de atrás del coche en uno de estos las veces que
quería que me terminara durmiendo. Ahora no pasa como esas veces, no
me duermo, sino que escucho todas las canciones hasta que llega la
número 10.
Después de escuchar el disco por segunda vez, decido que tengo que ir
a despejarme un poco las ideas. Después de la visita de los padres de
Emma, la cual fue fugaz pero intensa para mis emociones, y de este
regalo inesperado de Emma, lo único que me ronda la cabeza son temas
demasiado tristes. Al día siguiente tengo planeado ir al hospital a visitar a
la chica de ojos verdes, no puedo permitirme por nada del mundo
contagiarle mi bajón.7
Camino durante una hora por las hermosas playas de la ciudad viendo
como cada paseante va acompañado, incluso las personas que hacen
ejercicio van acompañados por sus perros.
Pero solo la vida sabe por qué y cómo se dan las cosas. Hace cuarenta
días yo no era esa versión mejorada y abandoné a la que era mi novia en
una gasolinera, e huí con la que en su día era una completa desconocida.
Hoy en día tampoco soy esa versión mejorada de mí mismo pero no me
arrepiento de no serlo. Ya llegará el día en que lo sea, pero ahora no me
arrepiento de no haberlo sido antes. Gracias a eso conocí a Emma y,
aunque desgraciadamente tuve que perder a Hanah para darme cuenta,
ahora sé qué es lo que necesito ser antes de volver a tener una relación
con alguien. Cuando llegue el momento, estaré listo para querer,
valorizar y respetar a esa persona como se merece.37
Ya me lo decía mi madre, eres de los que algún día un buen golpe les
hará espabilar.3
—No, él no muerde.1
—No, no, adelante, lánzaselo tú, Rocky va haciendo amigos por toda la
playa.
**********************************
CAPÍTULO 28
14 de febrero.20
No debe ser agradable pasar el día de San Valentín en una camilla del
hospital, pienso, mientras subo por el ascensor.2
Hoy luce un pantalón rosa pálido ancho que le llega hasta los tobillos y
de nuevo, una camisa blanca por dentro que tiene las mangas
remangadas.
La saludo. Ella se acerca a mí para darme un tierno apretón de manos, lo
da tomando una de mis manos y apretándola levemente con sus dos
manos.
Me indica que siga adelante. Tomo con dos manos la rosa que llevo y me
quedo asombrado por la cantidad de ramos que hay en esa habitación.
Entre tantas flores, ahí está ella, sentada con las piernas cruzadas con
un libro abierto entre las manos. Nada más verme, lo cierra y me estira
los brazos.3
Ella se ríe.
Nos damos un abrazo que debe ser breve pero que no llega a serlo del
todo.13
—Bueno —carraspea—, que alegría volver a verte —me dice, en voz alta,
para que su madre nos escuche.
—No tenía nada más que hacer... y dije, voy a visitar a Emma.
—Ah, por cierto, esto es para ti —le digo, extendiéndole el brazo con la
rosa.
Hay por el suelo, encima de algunas sillas, hay uno grande en un sillón y
dos en una mesita cerca de la camilla. Todos son rosas blancas y rosas.
Ooh.
—Ooh.22
—Eh... no gracias.
—Es por el acento, realza todo lo que tienes, te hace mucho más
atractivo.3
Asiente.
—Ese es de mis abuelos paternos, el ramo que hay detrás venía con el
oso.
—No, todos los de la prensa han llegado por encargo. Tengo al hospital
harto de recibir tantas flores, estoy segura.3
—Esto no es mi casa.
—Quería decir...
—No seas tonto —cruza de nuevo sus piernas—. La gente me las regala
porque sabe que son de mis favoritas.
Asiente.
—Las rosas de color rosa, bueno en realidad las rosas en general, pero
las rojas casi nadie me las regala —se encoge de hombros—, y los
tulipanes violetas.
—Vamos, cualquier flor típica de una boda.
—Sí..., están siendo muy pacientes conmigo —dice al final, luego suspira
pesadamente—. Aunque... hoy le contaré todo a mi padre.
—¿Y a tu madre?
—Bueno... están siempre diciéndome que descanse. Llevo casi tres días
aquí y a veces he llegado a dejar de sentir mi culo.
Me río.
—Es por pasar tanto rato sentada. La idea de salir a caminar y a tomar el
aire está completamente fuera de mi alcance. Salir es un deporte de alto
riesgo para mí.
—Te entiendo, lo mismo pensé yo. Es tan exacta que parece que la
escribimos alguno de los dos.
—Oh —se ríe—, Feliz día de San Valentín. Lo puse porque no sabía si al
final nos veríamos hoy.2
Emma asiente, frunciendo sus labios y con una mirada de "lo siento" en
los ojos.
—Bueno, tal vez eso se deba a que las personas estamos muy
acostumbradas a clasificar todo, incluso el amor. Este —nos señaló a
ambos—, no entiende de esas cosas.
—De acuerdo.
—Bueno, ¿y qué has estado haciendo estos días? —le digo algo
bromista, señalándome el dorso de una mano para indicarle que me
refiero al parche que tiene ella en la suya.
—Desde que ingresé hasta hoy antes de que llegaras me han mantenido
con suero, pero ya me lo han quitado —se acaricia el dorso.
—¿Y eso?
—Te lo digo en serio, eso es lo que me han dicho a mí. Los médicos solo
hablan con mis padres, a mí me lo traducen todo como si fuera tonta —
se encoge de hombros.
Se ríe.
—Prometo que cada vez que venga haré chistes malos y seré lo más
sarcástico posible.
Se acerca a mí, deja el café en una silla y me entrega una bolsa de papel
y una botella de zumo.
—No sabía cuál te gustaría así que he cogido uno de naranja —me dice
algo insegura.
Dice, yendo de nuevo a por el café que había dejado encima de una silla.
Aparta las flores, coge la silla y la arrastra hasta al lado de Emma para
tomar asiento allí y entonces le da un sorbo a su café.
Margaret se ríe.
—Bueno, no está del todo mal —me mira a mí—. Derek, ¿te quedarías a
comer con Emma? Sería gracioso, algo así como una cita con comida del
hospital.40
—¡Mamá!
—¿Qué, qué? —Emma mira a Margaret con los ojos fuera de su órbita—.
Ah, vale, cielo, perdón, perdón. No volveré a bromear.
La madre me mira a mí con cara de "no sabía que no podía hacer estas
bromas, lo siento" y da otro sorbo a su café. Emma también me mira y
pone los ojos en blanco como diciendo "mi madre siempre
avergonzándome". Yo estoy ahí sentado, apoyando los codos en las
rodillas y pensando en abrir la bolsa de papel para dejar de sentirme
observado.4
—Te he traído un poco de lamington, espero que te guste. ¿Los has
probado ya?
Emma la mira con una sonrisa tímida que oculta un "sábanas tragadme".
—Bueno...
—¿Y con los colores? ¿Y qué hay de cuando tenías que decirle a la
gente cuál era tu dinosaurio favorito?
Su madre añade algo más pero no la escucho, tan solo me limito a darle
otro mordisco al bizcocho y a observar como esta peina con la mano a su
hija. En sus ojos se refleja la adoración y el cariño. Su rostro delata el
cansancio que la consume, pero sus ojos brillan al mirar a Emma. Para
Margaret ahora mismo todo lo malo puede esperar detrás de la puerta de
esa habitación, ella está demasiado ocupada ahora admirando a su hija y
llenándola de amor.
—Pues a mí me gusta.
Le digo, dejando la bolsa de papel vacía a un lado, estirando las piernas
y colocando mis brazos detrás de mi cabeza, como si fuera a tomar el sol
en la playa. Emma solo me observa.
—Sois tal para cual, bromistas y con tornillos sueltos —comenta, casi en
voz baja.1
Cuando vuelve Margaret, ella propone jugar a algo hasta que llegue la
hora de la comida. Cogemos una libreta y en ella dibujamos algo que
queremos que los demás adivinen. Gana Margaret, ella nos acusa de
dejarle ganar así que volvemos a jugar otra ronda. Esta vez gana Emma.
Ambas me dicen que dibujo fatal, ellas no saben apreciar lo que es arte.
Lo que es curioso porque al parecer, aquella vez que fuimos a un museo,
según Emma yo no sabía apreciar muy bien del todo el arte.1
Dos horas después, no solo jugando sino que también hablando de las
cosas que estaban publicando la prensa y de si me gustaba la ciudad,
llega la comida. Tajine de cordero (o eso era lo que dijeron los
enfermeros) con sándwiches, brócoli, maíz, fruta (una graciosa tacita con
trozos de piña, sandía, melocotón y uvas) y pan.5
Después de la comida Margaret nos dice que vayamos a dar una vuelta
por la planta que ella va a quedarse leyendo un rato. Eso hacemos
Emma y yo. Algunos de los pacientes que nos encontramos en el paseo
–para llamarlo de alguna forma– reconocen a Emma. Sus
guardaespaldas, los que estaban a lo largo del pasillo cuando llegué, nos
siguen desde una distancia prudencial. Nadie nos dice nada pero es muy
probable que alguno de los visitantes –ya que había varios esperando
con sus móviles en mano–, nos haya fotografiado. Es probable porque
hoy en día todo el mundo hace fotos de todo, pero yo no me he dado
cuenta.
"No sigas dándome las gracias, por favor", le susurro después de unos
minutos en silencio.
Lo miro a través del espejo retrovisor. Echo la cabeza hacia atrás y cierro
los ojos.
—Gracias, Aiden. 1
CAPÍTULO 29
Pasé la noche siendo consciente de que fuera del hotel había un
pequeño grupo de periodistas. Mi habitación, por suerte, se encuentra en
una de las plantas más altas. Por lo que me dijo un trabajador, sobre la
madrugada se fueron. Al parecer querían verificar si yo me hospedaba
ahí, pero no pudieron confirmarlo.8
Son apenas las ocho menos cuarto de la mañana y el país entero debe
estar sacándose las legañas de los ojos para verificar si lo que ven, oyen
y leen es cierto. Bill James ha dimitido.3
Me pongo mi reloj y verifico una vez más que la hora coincide con la que
aparece en la tele. Sí, es la misma. Apago el televisor y dejo la habitación
siguiendo a Aiden. Bill James, el padre de Emma y el mismo que hoy
protagoniza las últimas noticias, me ha citado a primera hora de la
mañana.
Ese hasta luego de alguna manera me reconforta. Quiere decir que luego
nos veremos, que no saldré de allí con los pies por delante y encerrado
en un ataúd.3
Lo hago. Él aparta todo lo que tenía entre manos y apoya los codos en
su escritorio.
—Iré al grano —¡Gracias porque volvía a contener la respiración!, digo
por dentro—. Mi hija me lo ha contado todo.17
—Todo...
—No hay nada que lamentar, era lo correcto. Yo debía hacerlo. Tomé
decisiones e hice cosas que no... no son admisibles desde ningún punto
de vista.
—Señor James, yo no... no le juzgo por ninguna de las cosas que sé. He
guardado silencio desde el primer momento que lo supe. Soy una
persona y tengo mi opinión respecto a muchas cosas, pero cuando no
me la piden no la doy. Y en esto... es tan irrelevante.
Cruza los dedos entre sus manos y posa ambas sobre el escritorio.
—Hijo...
Me mira por varios segundos con los labios sellados. Yo trago fuerte, sin
que se note demasiado pero sin apartarle la mirada.
—Por mí no se preocupe.
—Te hice llamar para disculparme contigo porque sentía que debía
hacerlo...
Asiente.
—¿Qué cosas?
Vuelve a pasarse una palma por la frente, como queriendo callar las
voces que deben estar carcomiéndole por dentro.
Sus ojos claros se llenan de lágrimas. Susurra algo así como "pobre de
mi niña" y carraspea.
Cierra los ojos y con sus dedos pulgar e índice ejerce presión sobre sus
párpados. Sigue a preguntarme:
—¿Comió bien?
No digo nada.
—Por suerte, no pasó nada —digo, sin mirarlo, pero nos entendemos—.
Hay una esperanza aún.
—La hay. Y esta vez voy a hacer bien las cosas, empezando por dejar mi
cargo, algo que ya he hecho —asiento, mientras él mira un papel que
tiene en el lado izquierdo de su mesa—. Otra cosa que te quería
comentar..., Emma me insistió mucho pero quiero que sepas que no solo
es por cumplir su voluntad, sino porque yo también así lo quiero. Tú
quedas totalmente libre de cualquier responsabilidad, pase lo que pase,
hoy y para siempre. Puedes confiar en mi palabra.7
—Sí, de eso ya nos estamos encargando. Como tú has dicho, por suerte,
no pasó nada. Así que ahora hay que hacer las cosas bien.
Me comenta que está en los trámites para dejar su cargo por completo
así que debe asistir a una de las últimas reuniones y seguir con el
papeleo. Me reitera que de mis gastos se encargará él y que vaya
cuantas veces quiera a visitar a Emma. Que la prensa es una molestia,
que comenzarán a resolver las cosas con la policía y la investigación que
estaba abierta pero en cuanto las aguas se calmen, las puertas de su
casa permanecerán siempre abiertas para mí.2
—Ah, eso está bien. Entonces imagino que antes de trabajar para ellos
hacías otra cosa.
—Ya lo sabía, era por confirmar —se ríe—. Tengo que decirte que la
señorita Emma cumplió los dieciocho en esos cuarenta días que estuvo
desaparecida.14
—Lo sé.
—Sí.
—Ojalá.
Estos actos por parte de los dos son suficientes, no necesitan un dialogo
extenso, se comunican fácilmente y se entienden bien. Aiden nos deja y
entonces yo le estiro una mano a ella de manera cordial.
Su madre se ríe.
Me mira a mí de reojo.
La madre la llena a besos diciendo que si fuera por ella, no se iría y que
su padre ya estaría ahí, pero que no puede cambiarlo. Coge su bolso, se
despide con una sonrisa triste que muestra toda la pena que le da irse,
vuelve a colocar su teléfono al lado de su oreja ya que le ha vuelto a
sonar y así sale de la habitación.
—Me gustaría que solo hubiera sido dejarlo y ya, no tener que estar
hablando aquí, declarando delante de la prensa allá, papeleo y demás
pero es lo que hay —exhala—. Me gustaría que mi padre pasara más
tiempo aquí, pero no me quejo, en un par de días ya estará casi todo
terminado. A parte, no tengo motivo para quejarme, he estado toda la
mañana con mis abuelos y un par de amigas y primos. No he parado la
lengua en horas.
—Fue... como tenía que ir. No podríamos calificar como que fue bien una
charla con mi padre sobre asuntos ilegales que se traía entre manos.
Touché. Asiento.
—Tienes razón.
—Le conté todo lo que sabía, como me enteré y cada una de las cosas
que hice para lograr escaparme y luego mientras estaba desaparecida.
Le puse muy triste. Yo sé que él se culpa por cada una de las
veinticuatro horas de los cuarenta días que desaparecí y yo no me siento
muy orgullosa por eso.
—En cierta manera creo que sí. Podría haber abierto mi bocaza antes de
decir: "mira, me escapo cual caballo desbocado" y haberlo hablado.
—De nada te sirve mortificarte ahora por las decisiones que ahora
consideras que tomaste mal. Actuaste en consecuencia, como creías que
era correcto y, bueno, en cierta manera, hiciste bien. Ya ves, le salvaste
la vida al niño.
Ella me mira con resignación. Asiente y se recuesta sobre su almohada.
—No hay nadie, ponte cómodo aquí —me dice ofreciéndome un lado en
su cama.8
—Bien, breve porque tenía mucho trabajo pero fue muy bien.
—Era esa especie de vasallo, solo que no lo era, era un poeta. No soy un
experto en la materia... de hecho sabía lo mismo que tú, de recordarlo de
algunas clases de literatura en el instituto, pero ayer estuve mirando en
internet por cortesía de ese teléfono tan moderno que me disteis. —Se
ríe, yo continúo—. Recordé que me dijiste que te parecía curiosa a ti
misma la forma en la que nosotros nos queríamos.12
—Ajá.
—Bien, pues estuve pensando en ello porque no tenía nada más que
hacer encerrado en esa habitación. Recordé que existía un tipo de amor
que no involucraba... ya sabes —me mira de reojo—, el lado más
romántico de las relaciones amorosas.20
—Ya, claro.
—Pues como te decía, creo que el amor cortés tiene una definición
bastante acercada a lo que sentimos.
Se lo piensa un rato.
—No, no diría eso. Diría que siento esa especie de amor platónico que
siente el trovador hacia la dama, y que es por eso que escribe sobre ella
y que versa sobre lo que siente por ella.17
Emma me dedica una sonrisa con dulzura. Sus ojos brillan, está muy
entretenida con esta conversación.8
—Algo como eso, tal vez. Sé que existe mucha admiración por mi parte,
cariño, amor, muy posiblemente atracción, pero no puedo llegar más
allá.27
Ella me asiente.
—Mierda, es jodido de cojones explicarlo, ¿eh? Y menos con términos de
poesía de los cuales no conocemos ni jota. Si me escuchara alguien que
supiera, seguro se hubiese desmayado del horror.
—¿Cuál?
Se encoge de hombros.
—Si tengo vida a los cincuenta y cinco significará que habré superado
esto, así que podré contigo de sobra, muchacho.2
—Si llego a los treinta y cinco y tú aún sigues siendo mi amiga, escribiré
un libro de poemas y lo publicaré. Se llamará Emma y la gente lo
confundirá con el libro de Jane Austen. Lo juro.5
Se ríe.
—Nadie ha dicho que yo vaya a vivir de eso —digo y sigo con mis
divagaciones—. El título será Emma. Y para completar, de subtítulo: ojos
de color Australia.9
—Pues poemas.
La miro.
Se ríe.
Me río.
Sus ojos brillan más que antes. Está feliz o eso parece. Debe sentirse
bien charlando de más cosas que no sean problemas.
—Déjame decirte algo —le digo, ella no abre los ojos pero musita algo
sobre que me escucha—. Te ves mucho mejor que cuando ingresaste.
—¿Sí? —pregunta.
Asiento.
Vuelve a cerrar los ojos y sonríe de oreja a oreja con los labios sellados.
Asiente con efusividad sin abrir los ojos ni quitar la sonrisa.3
—Yo me siento genial —dice y da una gran bocanada de aire para luego
soltarla. 9
CAPÍTULO 30
Esa mañana leo lo que dice la prensa de Emma y de su familia. No había
querido hacerlo por si me indignaba lo que leía pero he terminado
desistiendo. Cuentan que fue Emma la que escapó debido a que no
sabía que padecía una enfermedad terminal, que sus padres la llevaban
a un hospital para recibir más tratamientos y que ella no quiso aceptarlos,
para justificar ese hecho se inventan un montón de teorías, nada más
lejos de la realidad. También veo como figuran varias enfermedades del
corazón pero ninguna es la de Emma. Ellos solo hacen conjeturas, no
saben nada a ciencia cierta. Cómo no, también se habla de mí. Aparezco
como el buen samaritano que devolvió la oveja extraviada al rebaño,
aunque también se habla de una buena suma de dinero que pedí por
recompensa, de la cual, ni yo estaba enterado de haberla pedido.7
Por otra parte, mi madre me ha llamado. Creo recordar que fue el lunes y
luego todos los días partir de ahí. Y sí, ha pasado lo que me temía. He
tenido que dar cuentas de mi vida y de por qué ha tenido que enterarse
de mí gracias a que mi tía Gemma le pasara el enlace de un artículo
donde yo aparecía. Se enfadó mucho conmigo, dice que le di el susto de
su vida y que por favor, no deje de llamarla, que es capaz de presentarse
aquí en menos que canta un gallo. Me la creo. Por castigo merecido tras
no haberla llamado después de cuarenta días de desaparición voluntaria
por mi parte, tengo que pasar media hora al teléfono con ella cada
mañana y cada noche. Siempre me pregunta lo mismo: ¿te trata bien la
gente de allí? ¿No te van a meter en problemas por haber ayudado a esa
chica? ¿Cuando vuelves, hijo? Tengo ganas de verte, no me gusta
mucho esta situación.6
Siempre me despido diciéndole que nos veremos pronto, que no le diré
nada para que se lleve una sorpresa al verme. Dice que sorpresa tuvo
cuando me vio nacer con las maletas hechas dispuesto a irme de casa y
hacer vida independiente. Me reí la primera vez, la cuarta le digo que ya
no tiene gracia. Sé que cada vez que se despide se enfada un poco
conmigo, porque tiene miedo por mí, pero ya se le pasará cuando me
vea.2
—Tengo que decir que ella me encanta —me dice, señalando a la chica
de azul.2
Me mira desconfiada.
Me encojo de hombros.
—Sí, creo que sí. Una donde un zombi se enamora de una chica que no
es zombi.
—¿Ah sí? Pues tiene facciones de zombi muy favorecedoras —sorbo mis
mejillas y la miro—. Hola, soy él y tengo cara de zombi en cualquier
película que me pongas.7
—¡Pero que malvado eres, si él es bastante guapo!3
Y así pasa la tarde hasta que llegan sus abuelos. Con ellos jugamos al
juego ese de adivinar lo que ha dibujado el otro, cómo no, vuelen a
acusarme de dibujar fatal. Después de jugar, la abuela de Emma nos trae
un café, a ella una infusión y acabamos charlando sobre mi acento y el
frío que hace en mi país. Me preguntan de donde soy exactamente,
cuando se lo digo, me dicen que tienen amigos allí. Después de hablar
de mí, tocamos un tema que se toca mucho en esa habitación: lo molesta
que es la prensa.28
El sábado no veré a Emma porque pasará el día entero con sus padres,
que se quedan ahí con ella para pasar la noche a su lado cuando yo
decido retirarme. Bill me pregunta si estoy cómodo y que si necesito algo,
se le ve mucho más desahogado que hace unos días atrás pero la
tristeza de sus ojos aún no se ha ido y la pregunta es si algún día se irá
de ellos. Solo se le ve sonreír cuando ve a su hija o a veces por cortesía
con los que vienen a ver a Emma. Esta última se muestra dichosa
cuando su padre está cerca, más que de costumbre.
Esa es la única pregunta que logro captar entre tantas. Miro al periodista
y le sonrío de manera cordial, para no ser maleducado.
—¡Derek!
—¡Señor Gibson!
Una vez ya dentro del coche sentado en el asiento del copiloto, respiro
profundamente, lo crea o no, agotado.
—Eran menos que los que habían en los primeros días pero sigue siendo
tedioso —le comento a Aiden.
Me mira con una sonrisa y luego me dice que él no cree que pase nada
por haber respondido a eso. Que no me preocupe.
Aunque no creía que fuera así, necesitaba un día como ese. Un día solo
(más solo de lo que suelo estar habitualmente), un poco desconectado
del mundo que existe fuera de esa habitación y sin tener que luchar en la
calle por poder dar un paso sin llevarme a periodistas por delante. Pude
centrarme en un libro y acabar absorto por este, cosa que no pasaba
desde hacía mucho tiempo.
—No importa lo que me guste a mí, tiene que gustarle a mi madre —le
digo mirando gorras.
—¿Y a ella qué le gusta?
—Todo.
—¿Qué? —me dice—. ¿Qué se supone que van a tapar, el sol gris de
Inglaterra? ¿O tal vez cubrirte de la lluvia con cinco centímetros de
visera?18
Miro las gorras de nuevo y caigo en que él tiene toda la razón. Pero no
se lo hago saber.
—Claro, para qué llevarles algún recuerdo del sitio al que has viajado si
puedes llevarle revistas donde apareces tú.20
Se ríe.
—Gracias —me dice, con una sonrisa enorme en la cara. Se le nota que
está muy contenta por algo, no sé si por el vestido—. Es el vestido que
llevaré en la boda de Amelia, me ha pedido que sea una de sus damas
de honor.6
Mientras tanto yo soy testigo de cómo a Emma casi se le salen los ojos
de sus órbitas desesperada por ejercer su cargo como dama de honor.
—Una ha gritado y luego le hemos seguido las otras dos —se justifica
Margaret, que toma asiento.4
—¿Lo dices en serio o solo por ser agradable conmigo? —me pregunta
la prima.
—Te lo dije, puede ser muy divertido sin tan siquiera proponérselo —le
cuenta Emma a su prima.3
—Amelia, cuéntale a Derek por qué nos llevas a todos a Barbados solo
para casarte —dice Margaret.
—Es que fue un 2 de junio de hace cinco años cuando nos conocimos
Benjamin y yo. Me pidió matrimonio hace dos años el mismo día así que
ahora nos queremos casar en ese día.3
—No somos para nada caprichosos en esta familia como puedes muy
bien notar, Derek —me comenta bromista Margaret.
Yo solo veo y callo, porque abrir la boca tal vez supondría escoger bando
y me gusta donde estoy, el lado imparcial donde le sigo cayendo bien a
las tres. Llega un momento donde me pierdo un poco de la conversación
porque han llegado a usar un buen número de palabras de las cuales
dudo seriamente el significado. Emma lo ha captado, por mi cara al
parecer, y me ha reconducido hacia el tema.
—Ya decía yo que hablabas un poco raro a veces —le digo por lo bajini,
cuando me explica alguna de las expresiones usadas anteriormente por
ellas.3
Emma se ríe.
Y es así cómo desaparece, dándole vía libre a su tía Margaret para que
bromee a su costa sobre que con esa cabeza, seguro se equivoca de
boda o algo peor. Después de un breve interrogatorio amable mostrando
interés por lo que había hecho el día anterior, Margaret se disculpa ya
que tiene que contestar una llamada.
—Ese vestido es muchísimo mejor opción para ir a una boda que una
camiseta blanca y unos vaqueros, ¿no? —Le pregunto recordándole
aquella vez que me dijo que ella sería capaz de ir a una boda en
camiseta y vaqueros.5
—Déjame decirte que las pantuflas son lo que más me gusta de todo el
look.1
—Ondulaciones.
—Sí —me dice—. Pero me alegro mucho de que haya venido —añade,
sonriente—. Hemos estado toda la mañana de llorera y luego me ha
soltado que abriera no sé qué caja donde me proponía ser su dama de
honor. Por pura suerte, no salté por la ventana de tantos brincos que
estaba pegando.
Me cuenta, con una risa muy suelta. Ahora está totalmente justificada
esa alegría que lleva y que desprende por cada poro.
—Así es, pero sin arrodillarse claro —se ríe—. Abrí la caja y habían
bombones, una botellita de champán de chocolate y un ramito. Había
una carta que me hacía la pregunta y bueno, me volví loca.6
—Ella y Benjamin trabajan en moda para una marca Italiana —me cuenta
con orgullo—, así que ella es capaz de crear estas preciosidades y
muchas más.
—Si buscas que me sonroje, vas listo. No me queda más sangre que
subir a la cara, llevo roja desde esta mañana de tanto llorar y luego de
tanto gritar y reír.
—Te queda muy bien, Elba barra Emma —le digo mirando igual que ella
el vestido. Solo que ella lo mira con una ternura y un amor insuperable.
—Me lo iba a dar... o sea, me iba a hacer la propuesta y a enseñarme el
vestido en mi cumpleaños, porque planeaba venir a Australia para esa
fecha. Pero como desaparecí... no pudo.
Dice antes de mirarme con los ojos un poco mojados por unas lágrimas
traicioneras. Paso un brazo por sus hombros y la zarandeo un poco de
manera reconfortante, amistosa y sin llegar a ser brusco pero a la vez
divertida, por si alguien nos ve.
Miento, porque bien sé que no está maquillada, tan solo es una técnica
de distracción. Ella frunce el ceño y se toca la cara.
Se me escapa una risilla sin querer, ella entorna los ojos comprendiendo
que estaba tomándole el pelo y bufa poniendo los ojos en blanco.
Se levanta y camina hasta una caja que había en una mesa al otro lado,
me imagino yo que la caja de la propuesta. Coge algo y me lo lanza, para
que yo lo atrape al vuelo. Es un bombón.
—Te doy de mis bombones porque soy buena persona —me dice,
desnudando a uno de los bombones antes de devorarlo.15
Le hablé del libro que me había leído y le prometí llevárselo mañana, dijo
que le interesaba mucho, que no le destripara la historia porque se lo
leería en un santiamén. Más tarde Kayla, una enfermera con la cual
todos habíamos hecho buenas migas, apareció para acompañar a Emma
a unas pruebas. Ella fue encantada porque quería contarle el notición de
que sería una de las damas de honor en la boda de su prima entre todo
lo demás. Margaret quiso acompañarla y Amelia y yo nos quedamos
solos.4
—¡Menuda es! Acabará contándole al hospital entero de mi boda y
terminaré teniendo cuatrocientos invitados —dice la rubia con los rizos
como muelles, riendo.1
—Le ha encantado el vestido, tienes muy buena mano —le digo, un poco
para endulzar el tema.
—Lo diseñé para ella —sonríe—. Es tan alta, tan guapa, tan elegante.
Parece un ángel de lo perfecta que es —dice, como si hablara una madre
orgullosa.
Comparto su opinión.
—Estoy deseando verla ese día. Te juro que no podré con tanta felicidad,
solo llenaré pañuelo tras pañuelo porque después de este susto...
—Os lleváis muy bien Emma y tú para tener nueve años de diferencia.1
Amelia termina con uno de los tirantes y deja el otro para otro momento.
Jugamos hasta decir basta, Bill, se nos ha unido en media partida y
finalmente, Margaret también. Decidimos parar cuando Emma no para de
bostezar cada cinco segundos. Las enfermeras le llevan la cena y es
cuando yo decido despedirme.
—Aquí te espero para darte otra paliza —vacila, con la barbilla levemente
levantada y una sonrisa de sabelotodo.6
Aún era temprano, toda la ciudad dormía, incluida ella. El techo y sus
padres la habían observado dormir plácidamente unas horas antes,
ahora el techo los observaba a los tres.
Ella abrió sus grandes ojos verdes y miró el techo. Le sonrió primero a él,
al techo, como había cogido por costumbre desde que ingresó en el
hospital, como si le agradeciera poder despertar un día más y verlo ahí.5
Los volvió a abrir una hora exacta después. Miró al techo asustada. Le
preguntó a él qué pasaba. Se llevó una mano a la frente y comprobó que
lo que percibía sobre su piel era sudor. Miró en dirección a sus pies para
comprobar cómo se movía rápidamente su abdomen, acorde a su
respiración descompasada y acelerada.28
Emma seguía sin dar respuestas positivas. Bill echó a correr hacia la
puerta para llamar a alguien. La enfermera con la que habían hecho
buenas migas no se hizo de esperar y entró corriendo para comprobar lo
que pasaba.
Emma abrió por fin los ojos. Ambos se emocionaron y la besaron con
más fuerza. Lo que la euforia no les permitía ver era que ella tenía los
ojos llorosos y que estaba padeciendo.7
—Tengo miedo —soltó la joven, con los ojos más bonitos del mundo,
acristalados por las lágrimas.7
Emma lloró sin poder controlarse. Bill miró a Margaret y está a él, se
secaron las lágrimas y la abrazaron.
Sus padres, soportando las lágrimas por ella, la abrazaban con fuerza,
alejando de sus cabezas cualquier pensamiento negativo para ser
capaces de calmar y consolar a su hija.
Hubo un silencio terrible, luego oyeron como el caos finalmente hizo acto
de presencia. La sensación fue desgarradora, sus corazones pararon al
unísono al ser testigos de la cruel realidad. Emma había fallecido.198
Esa habitación se volvió gris de golpe, Emma se había llevado con ella
toda la vida que había en allí. Varios truenos rompieron el cielo en ese
mismo momento y la lluvia se dejó caer. El doctor fue el único capaz de
mirar la hora.1
—¡No, no, no! ¡Eso no es cierto! ¡Te estás equivocando, míralo bien!
—¿Qué pasa? —le preguntó, al ver que se acercaba a él con mala cara.
—¿No sabes nada? —le preguntó el australiano solo para confirmar sus
peores sospechas: sería él el que le daría la mala noticia.1
Derek comenzó a pensar lo peor. Sin dudarlo y sin dejar que su reciente
amigo terminara de explicarse, se giró abruptamente hacia la puerta 13 y
la abrió de golpe. Su respiración se aceleró, dio un paso adelante y luego
otro, todos los que hicieron falta hasta quedar justo delante de lo que sus
ojos querían ver. Estaba ahí, sus peores sospechas se habían
confirmado: había una cama completamente vacía.
—¿Dónde está? —le preguntó girando sobre sus talones para mirar de
frente a Aiden—. ¿Se la han llevado? ¿Le han dado el alta?
—Dime, se la han llevado para operarla, ¿no? Por fin hubo un donante
compatible.21
—No puede estar muerta, ella me dijo que hoy nos veríamos, Aiden.5
—¡No, no y no! ¡Tú no puedes estar muerta, joder! —gritó revolviendo las
sábanas de la cama y lanzando la almohada al suelo—. Tú dijiste que
hoy nos veríamos, que hoy me darías una paliza a ese juego tuyo igual
que lo hiciste ayer. ¿Dónde estás ahora, joder? ¡No puedes estar muerta,
jodida Emma, no puedes estarlo, joder!32
—No tenías que haberte ido, jodida niña del demonio —susurraba para sí
mismo, queriendo odiar a Emma por no estar ahí—. Tenías que quedarte
aquí, en el mundo, viviendo tu jodida vida y yendo a bodas con vestidos
rosas.46
—¿Y esta vez qué? —Preguntó en voz baja—. ¿Esta vez no piensas
despertar, Elba?17
Con el alma afligida, rompió a llorar de nuevo y así estuvo por mucho
tiempo más hasta que Aiden se sentó a su lado. Ambos en el suelo
contemplaron las ventanas.
—Es todo tan injusto —soltó el australiano—. Nos ha dejado tan joven,
con tantas cosas aún por hacer y por lograr.
Derek no dijo nada, solo contemplaba en silencio los cristales llenos de
gotas.
—Te he traído esto —le dijo su reciente amigo, dándole unas pastillas y
una botella de agua—. La enfermera me ha recomendado que te tomes
una ahora y la otra después de seis horas si la necesitas. Te encontrarás
mejor, al señor James también tuvieron que dársela.2
—Lo siento mucho, no pude hacer nada —se disculpó, por tercera vez en
el día, mirando aquellos ojos verdes enrojecidos por tanto llorar, esos
ojos verdes que le recordaban a los de su hija.2
Margaret lo miró destrozada. Peinó el pelo del hombre que le había dado
tantos años de felicidad y a una hija maravillosa, y negó con la cabeza,
alejando la culpabilidad de él.
—No sigas disculpándote. No eres dios, Bill —le dijo con la voz más débil
del mundo—. No había nada que tú pudieras hacer.2
—Te amó como nunca llegaría a amar a nadie —le dice Margaret a su
marido.3
De nuevo en el salón, Derek vio entrar a Aiden. Este traía una bandeja
con dos platos de comida: sopa, lo último que había visto cenar a Emma.
—Me ha dicho la señora Jennifer que tienen que comer, ella les ha
preparado un poco de sopa —les dijo dejándoles la bandeja en la mesa
de centro.
—Está bien —respondió Amelia, sin fuerzas para discutir con nadie—.
Gracias.
Tuvo que darle un codazo para que él se diera cuenta de que ella
sostenía un plato para él. Hizo amago de rechazarlo pero ella se lo
entregó a la fuerza.3
Derek pensó en que con gusto volvería al hospital, como había estado
haciendo cada día, solo para seguir viendo a Emma. Pero la realidad era
que, aunque él volviera, ya no podría verla nunca más.3
—He oído decir a Aiden que regresas a Londres el 1 de marzo —le dijo
Amelia al inglés, este la miró y asintió.
—Así es.
—Sí.
Y así fue como sucedió la noche del 23 de febrero del 2015 en casa de
los James, en absoluta pena. La pérdida de Emma había sido
devastadora y con su marcha se había llevado cualquier rastro de alegría
de los que la querían. Sin embargo, la adorada Emma de todos había
dejado una carta escrita para cada uno de ellos, las cuales encontrarían
al día siguiente.8
Emma era así, desprendía amor a su paso y, en un paso por la vida que
duró dieciocho años, amó a cada uno de ellos de una manera hermosa,
especial e incalculable.
Emma era, para cada uno de ellos, lo bueno que nos regala la vida en
algún momento de nuestra existencia. Y aquello, aunque nos sea
arrebatado de las manos, nunca podría ser borrado de nuestros
recuerdos, ni mucho menos arrancado de nuestros corazones.
CARTA:
Bueno, me centro, que sino esta carta será más larga que la Biblia.
Como mejor amiga tuya que fui, te recomiendo que nunca dejes de hacer
amigos y de querer. De querer de mil formas distintas, como la nuestra
por ejemplo. Como tú me dijiste una vez, no hace falta ir clasificando el
amor. Así que encuentra a otra mejor amiga, a diez más, a todas las que
quieras y quiérelas mucho. También búscate amigos, que yo sé que a ti
las chicas te gustan más que el pan, pillín. Recuerda: sea a quien sea,
quiérele, de la manera que sea. Claro, con respeto y no de manera
obsesiva e insana como algunos casos del CSI: New York. Créeme: eso
siempre te llevará a la cárcel.24
Esto me lleva al momento de darte las gracias. Para hacerlo bien, debo
remontarme al minuto cero de todo. Ese preciso instante donde abrí la
puerta de tu coche y me lancé en el asiento del copiloto. Recuerdo muy
bien lo primero que dijiste nada más verme: ¿pero qué coño...? Ahora
mismo me acabo de reír al recordar ese momento, sobre todo por tu
reacción. Muchas gracias, Derek, por no haberme sacado a rastras de tu
coche, por haber arrancado y por haberme ayudado aquel 3 de enero.
Los cuarenta días siguientes fueron lo mejor que he hecho en la vida, te
lo aseguro. Gracias por no haberme dejado tirada en plena tormenta.
Gracias por haberme prestado la ropa de Hanah para poder pasar los
días. Gracias por seguir conduciendo hacia delante, llevándome a cada
sitio diferente, por no retroceder y por no delatarme. Gracias por estar
conmigo en todos esos lugares a los que fuimos. Gracias por no
enfadarte, bueno, al menos no tanto, cuando descubrías que te mentía.
Gracias por tenerme paciencia, o intentarlo. Gracias por no ir a la policía
cuando descubriste la verdad, pese a que te la jugabas, hiciste caso a mi
petición de no contárselo a nadie, solo para no hacerme daño, para
protegerme. Te lo agradezco de todo corazón. También te estoy
agradecida por enseñarme a ver la vida de otra manera, por haber
discutido a lo tonto conmigo, por haberme hecho reír, por tu sarcasmo y
tu doble sentido para todo. Gracias por ser el mejor amigo que nunca
tuve, por haberme cuidado como un hermano mayor y haber sido mi
secreto amor platónico (inserta risas aquí, muchas, muchas risas) (Por
descontado que lo anterior es mentira, no te hagas ilusiones, amigo).
Gracias por haberme animado en mis bajones. Gracias por encargarte de
que mis dieciocho fueran especiales. Gracias por reírte conmigo (aunque
más te reías de mí que conmigo), por haber bailado conmigo, por haber
huido conmigo y por haberme querido de esa manera tan especial.
Gracias por haber compartido conmigo esos cuarenta días. Y, por último,
gracias por haber venido a visitarme al hospital para que no me sintiera
tan sola, por animarme y por darme esperanzas aún teniendo un futuro
incierto.17
Te seguiría dando las gracias la vida entera, pero me temo que eso es lo
que he hecho.1
Bueno, bueno, sin dejarnos llevar por la tristeza, lo que quería dejarte
claro con todo lo anterior es que yo te estoy agradecida infinitamente por
todas las cosas que hiciste por mí. Y eso no va a cambiar aunque yo ya
no esté porque te seguiré agradecida en esta vida y en la otra, si es que
hay.
Ahora sí, habiéndote dado las gracias por todo, habiéndote pedido los
favores que quería pedirte, sigo a despedirme.
Siento mucho tener que escribir esta carta, pero quería hacerlo. Es tan
agridulce esta sensación. Las despedidas no son, ni por asomo, algo
bonito, pero son mejor que desaparecer sin más. Ojalá fuéramos eternos,
pero como eso no es posible, me conformo con saber que las amistades
como la nuestra sí son para siempre. Quisiera decirte que no hay motivo
para estar triste, pero es que sería una mentirosa, sobre todo porque yo
estoy demasiado triste en este momento mientras escribo esto.1
Pese a todo esto, Derek, soy feliz. Créeme, lo soy. Gracias a mi madre, a
mi padre, a todos y gracias a ti, lo soy. No me gustaría que pensaras ni
por un segundo que viví triste, porque esa no es la verdad. La vida es
dura por lo que me ha dejado ver, pero no es motivo para vivir triste y eso
lo he aprendido viviendo. Así que gracias una vez más, a todos vosotros,
por haberme enseñado a vivir la vida de la mejor manera posible frente a
la adversidad.
Has sido de esas cosas maravillosas que ocurren en la vida por pura
casualidad. Espero sinceramente que también haya sido grato para ti
conocerme. No te olvidaré nunca.2
Atentamente,