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Resumen
Se construye en estas páginas un hilo conductor sobre la importancia histórico-jurí
dica de la herencia debida a la civilización romana. Para ello se parte del concepto de
Derecho romano, teniendo en cuenta la polisemia de su significado, y el legado debido
a cada una de sus manifestaciones concretas. De igual forma, se subraya la actualidad
de la vigencia de dicha herencia.
Abstract
It builds on these pages a common thread on the historical and legal significance of
the inheritance due to Roman civilization. This part of the concept of Roman law, taking
into account the polysemy of its meaning, and the legacy because each of its concrete
manifestations. Likewise, today underscores the validity of that heritage.
Sumario
I. A modo de premisa
1
M. Oreja, «Introducción. Estado actual al proceso de Constitución europea», La Constitución
europea (ed. I. Méndez de Vigo y Montijo), Madrid, 1994, pág. 19.
2
B. Biondi, «Aspetti universale e perenne del pensiero giuridico romano», Symbolae Raphaeli
Taubenschlag dedicar, Varsovia, 1957, págs. 177-205.
178 Magdalena Rodríguez Gil
3
J. Ortega y Gasset, Obras, 6, ed. Alianza, Madrid, 1997, pág. 53.
4
J. Iglesias, Estudios, Madrid, 1985, pág. 78.
5
Plinio, Hist. Nat., XV, 2.
6
W. Kunkel, Historia del Derecho Romano, Barcelona, 1970, pág. 33.
7
Vid. Cl. Lévy Strauss, El pensamiento salvaje, México, 1964.
8
R. von Ihering, El espíritu del Derecho romano (ed. F. Vela), Madrid, 1997, pág. 105.
9
W. Kunkel, Historia de Derecho…, op. cit., pág. 108.
para constituir el ius novum, cuya fuente viva fue la voluntad del emperador
expresada en sus constituciones, y en forma de rescripta desde Adriano hasta
Diocleciano.
Más tarde, bajo Constantino se rompió la tradición de la práctica diocleciana
de los rescriptos, que a pesar de ser considerados como baluartes del torrente
intelectual clásico, no dejaron de ser también, una vía de vulgarización del De-
recho como analiza Kaser10; comenzando el mundo de los conceptos jurídicos
vulgares a penetrar en la legislación imperial, pasando a ser esa legislación una
de las fuentes más importantes para la investigación de ese Derecho.
En ese entorno romano-vulgar, obras de la literatura clásica, como las Institu
ciones de Gayo, quizás por ser consideradas demasiado extensas y difíciles, fueron
abreviadas, parafraseadas. En igual sentido, las Sentencias de Paulo fueron inter-
pretadas y adaptadas a la situación, y esta redacción, llamada interpretatio, apenas
presentó ya huella del espíritu del Derecho clásico como se puede apreciar en
uno de los ejemplos más notables de ese Derecho romano-vulgar: el Breviario de
Alarico II o Lex romana Visigothorum, texto ilustrativo de cómo fueron cediendo
paulatinamente los preceptos clásicos ante la tendencia vulgarizante.
A propósito de esta referencia, no debe confundirse Derecho romano con
Derecho visigótico. El Derecho visigótico es un derecho romanizado pero no
estrictamente romano, pues en él a modo de «cóctel» se entrelazaron principios
o ascendencias romanas, germánicas y canónicas, como se puede apreciar en el
Liber Iudiciorum, donde se encuentra un Derecho ajeno a los anhelos totalmente
romanísticos. Recuérdese por ejemplo, la regulación de la prueba ordálica,
que no fue añadido posterior, como se ha defendido11, sino precepto visigodo
inequívoco, como se ha demostrado12.
Al Derecho vulgar se le deben ciertos progresos en relaciones en las que el
Derecho clásico no había encontrado todavía una acomodación a las cambian-
tes necesidades. Así se pueden recordar como «logros» de él: la obligatoriedad
de todo contrato lícito, independientemente de la forma de la stipulatio; la di-
fusión de la forma escrita en vez de los actos verbales; la impugnación del ne-
gocio por el coaccionado o engañado; el haber admitido más fácilmente una
representación directa para los suis iuris; el haber reconocido a los esclavos en
términos generales, una capacidad jurídica limitada; una capacidad jurídica
patrimonial general a los hijos de familia; y la destrucción de la relación agna-
10
M. Kaser, «El Derecho romano vulgar tardío», Anuario de Historia del Derecho Español (A.H.D.E.),
30, Madrid, 1960, pág. 624. Vid. la síntesis de A. Calonge Matellanes, «Reflexiones en torno al
denominado Derecho Romano Vulgar de Occidente», De la Antigüedad al Medievo. S. IV-VIII. III
Congreso de Estudios Medievales, Ávila, 1993.
11
A. Iglesia Ferreirós, «El proceso del Conde Bera y el problema de las ordalías», A.H.D.E., 51,
Madrid, 1981
12
Vid. Y. García López, «La tradición del Liber Iudiciorum: una revisión», en De la Antigüedad
al Medievo, León, 1993.
«Ut leges imperatorum per provincias eorum dilatentur. Ius insuper vel leges
codicilibus nostris insertas, quas iam sub edictali prográmate in Italiam dudum
misimus, obtinere sancimus. Sed et eas, quas postea promulgavimus constitutions,
iubemus sub edictali propositione vulgari, ex eo tempore, quo sub edictali pro-
grámate vulgatae fuerint, etiam per partes Italiae obtinere, ut una Deo volente
facta republica legum etiam nostrarum ubique prolatetur auctoritas».
13
M. Kaser, «El Derecho romano-vulgar tardío», op. cit., pág. 630.
14
Vid. E. Lévy, The law of property, Filadelfia, 1951, y das Obligationenrecht, Weimar, 1956. Derecho
romano vulgar de occidente, Interpretatio. Revista de Historia del Derecho, IX (trad. I. Cremades Ugarte),
ed. Universidad de Extremadura, Cáceres, 2003.
15
Vid. Schoell-Kroll, Novellae (Corpus Iuris Civilis), III, 6.ª ed. Berolini, 1954, págs. 799 y ss.
16
C. A. Cannata, Historia de la Ciencia Jurídica Europea (trad. L. Gutiérrez-Masson), Madrid,
1996, pág. 126.
17
Vid. L. Mitteis, Römisches Privatrecht bis auf die Zeit Diocletians, Leipzig, 1908.
llegar a la Bolonia del siglo XXI no debería olvidarse aquella otra del siglo XII
y su Studium Generale.
Pero volviendo al momento de la antigua Bolonia, tal fue la impronta de
los glosadores y comentaristas, que estos últimos podrían ser considerados, en
opinión de Wieacker18, «fundadores de la jurisprudencia europea», que volcados
sobre todo en el corpus del Derecho, procuraron unificarlo y adaptarlo a las
necesidades normativas de finales de la Edad Media.
En la médula de la nueva actitud intelectual de los comentaristas, en la equi-
paración del derecho «vivido» al derecho contenido en las fuentes de la tradi-
ción, se encuentra una postura diferente ante la tensión existente entre la verdad
y la realidad, que se puede relacionar con la aparición de la escolática tomista
como defiende Hespanha19.
Pero, la distinción y separación entre glosadores y comentaristas no fue
ni brusca ni radical, se trató de una transición metodológica con diferencias
cualitativas. La diferencia entre unos y otros la sintetizó Calasso20 al decir que
la antigua labor de los primeros daba la impresión de ser fruto de un trabajo
más instintivo, mientras que la de los segundos respondía a una cuidada ela-
boración intelectual. También, en los comentaristas se encuentra más libertad
para encontrar soluciones útiles; elaborando una dogmática orientada no tanto
a formular conceptos como a obtener soluciones.
Como consecuencia de ese proceso, se contempló la generalización de otra
«esencia», que partiendo del Derecho justinianeo, junto con otros importantes
elementos (canónico, feudal, mercantil), se nos corporeiza en un Derecho leído,
interpretado y difundido especialmente por canonistas. Pues no estamos ha-
ciendo referencia simplemente a la puesta en vigor de la Compilación de Justi-
niano, sino a la interpretación que de ella hacen los juristas de ese momento. Y
ese Derecho «comentado» se convirtió con matices según los reinos, en un Ius
commune a Europa.
A este respecto, aboga Grossi21 que la ciencia jurídica del Medievo creó una
intrépida vestimenta interpretativa para la que, desde luego, no fueron límite
los innumerables espacios políticos en los que estaba dividida Europa: los esta-
tutos y las costumbres locales siguieron conviviendo con un derecho científico
universal que sirvió para interpretar e integrar la insuficiencia de los dere-
chos particulares. En esta línea de pensamiento, no quiero dejar de referenciar
la obra de Arthur Duck 22, civilista inglés, sobre el uso y la autoridad del Dere
18
F. Wieacker, Privatrechsgeschichte der Neureit, 2 ed., Göttinge, 1964. Historia del derecho privado de
la Edad Moderna (trad. F. Fernández Jardón, existe otra traducción de 1957), Granada, 2000, pág. 56.
19
A. Hespanha, Cultura jurídica europea. Síntesis de un milenio, Madrid, 2002, pág. 112.
20
Vid. F. Calasso, Storia e sistema delle fonti del diritto comune, Milano, 1938.
21
P. Grossi, La primera lección de Derecho (trad. Cl. Álvarez Alonso), Madrid, 2006, pág. 51.
22
A. Duck, De usu authoritate iuris civilis Romanorum in dominiis principum Christianorum, Londini,
1653.
cho romano en los reinos cristianos, que desde datos precisos demostró en qué
medida se había recibido ese Derecho en los diferentes países europeos; afir-
mando que ninguna legislación nacional podía ser más apropiada que el Derecho
romano, puesto que contenía el más completo conjunto de normas.
Pero los componentes que configuraron el espacio jurídico-cultural en el
que se desarrolló ese Derecho común no fueron exclusivamente romanos, sino
resultado de la convergencia de elementos de ese origen con los procedentes de
la cultura helenística. De otra parte, los elementos de identidad europea en este
período no se identificaron con forma alguna de tipo político-organizativo, sino
con la adhesión a la ética social y a la interpretación de la existencia represen-
tada por el cristianismo que proyectó su influencia no sólo entre las clases socia-
les superiores, sino también, en el conjunto de la población. Además la Iglesia,
desempeñó ante todos los pueblos europeos una imagen institucionalizada de la
realidad, dotando de cohesión al conjunto de las entidades políticas nacionales,
a las que proporcionaba una base común de pensamiento23.
En este contexto, se ha de puntualizar la importancia del Derecho canónico,
«ciencia de las ciencias», según el jurista Silvestre de Prieto (el «Ostiense»);
como elemento integrante y en muchos casos definidor, no sólo, de ese Dere-
cho común, sino como normativa del Derecho civil, al tener el criterio de los
canonistas prioridad sobre el de los civilistas en los supuestos de opiniones
contradictorias.
El Derecho canónico fundamentó su vigencia y predominio en la facultad
legislativa del Papa, en su aplicación como costumbre, y en la tolerancia de los
reyes. Tolerancia que no siempre se dio, recuérdese el caso de Felipe el Hermoso
de Francia (1303), que en función de la «plenitudo potestatis»24, se negó a obe-
decer la bula «Unam Sanctam», de Bonifacio VIII. En esta línea, los reyes en
sus respectivos reinos fueron adquiriendo el derecho regium exequatur, por el que,
v. gr., en el reino de Castilla por previa censura del Consejo de Castilla (regalía
desde el siglo XVIII), se podía impedir la validez de las bulas hasta que no fuesen
analizadas y en todo caso adecuadas al Derecho de ese reino. Esta institución
que al parecer surgió en el contexto del Cisma de Occidente, tuvo su etapa de
esplendor con Carlos III, siendo las pragmáticas de 18 de enero de 1762 y de
16 de junio de 1768 las que marcarían un momento decisivo en su trayectoria.
Pero volviendo al Derecho común, se incide que cuando hablamos de «co-
mún», ese término lo utilizamos en el sentido de difusión de unos conceptos
23
A. Fernández Barreiro, «El Derecho común como componente de la cultura jurídica euro
pea», Seminarios complutenses de Derecho romano, III, Madrid, 1991, pág. 95.
24
Vid. A. Otero Valera, «Sobre la idea de soberanía y su recepción en España», Derecho de gentes
y su organización internacional II, Santiago de Compostela, 1957. Idem, «Sobre la «Plenitud Potesta-
tis» y los reinos hispánicos», A.H.D.E., 34, 1964. Hermann Heller considera como significativa la
fecha de 1303, en cuanto a la constitución de la «plenitudo potestatis», pero esa teoría ya se había
desarrollado con anterioridad a esa fecha.
25
R. Morán Martín, «El ius commune como antecedente jurídico de la Unión Europea», Cuadernos
de Historia del Derecho, 12, 2005, pág. 105.
26
P. Koschaker, Europa y el Derecho romano (trad. J. Santa Cruz Tejeiro, Madrid, 1955).
27
F. Wieacker, Historia del derecho privado…, op. cit.
28
H. Coing, Europäisches Privatrecht, München, 1985 (trad. A. Pérez Martín, Madrid, 1996).
29
A. Iglesia Ferreirós, «La forja de la civilización europea: el Ius commune», Cultura jurídica
europea: una herencia persistente (seminario permanente de cultura jurídica), Sevilla, 2001, pág. 58.
30
P. Grossi, La primera lección…, op. cit., pág. 54.
31
H. Coing, Derecho privado…, op. cit., pág. 115.
32
A. Fernández Barreiro, «El Derecho común como…», op. cit., pág. 95.
33
J. Sala, Vinnius castigatus atque ad usum tironum hispanorum accomodatus, Valencia, 1767.
34
Novísima Recopilación, VIII, 4, 7.
tura fue mucho menor que lo que los políticos y filósofos del Derecho anun-
ciaban.
Así, en Francia, la pronta redacción del Código Civil se debió a la perfecta
combinación del estudio de las fuentes romanas-justinianeas con la depuración
del propio Derecho consuetudinario francés, con arreglo al racionalismo y a la
lógica deductiva del iusnaturalismo de la Ilustración.
En materia de derecho privado, los juristas utilizaban los instrumentos con-
ceptuales provenientes del Derecho romano (contrato, pacto, obligación, etc.)
y de hecho el conjunto sistemático que construían sobre conceptos, aunque re-
examinados, sólo podía ser romanista, pues el origen de la mayoría de nuestras
leyes de derecho privado es romano.
Si los siglos anteriores se habían caracterizado por una hegemonía del Dere-
cho común, el siglo XVIII marcó el final del mismo. Y fue a partir del siglo XIX,
con la Escuela Histórica y especialmente Savigny, cuando se retoma el estudio
del Derecho romano (Mommsen, Otto Gradenwitz, Otto Lenel o Ludwig Mitteis,
Eisele, Pernice…).
Lo que se podría enunciar como una ruptura con el Derecho romano fue
más profunda en unos campos (penal) que en otros. Pero especialmente por lo
que concierne a la codificación civil, se dio una vuelta a las fuentes del Derecho
privado romano.
No obstante, al margen de ese distanciamiento, no se puede negar que, para
conocer el Derecho, para captar lo jurídico, un jurista ha de habérselas con
el Derecho romano, ya que la jurisprudencia romana sirvió de base para toda
jurisprudencia, y su terminología llegó a ser la terminología de los juristas de
todos los pueblos. Y mérito incontestable de la experiencia cultural romana es
haber sabido leer el mundo socioeconómico-político en términos jurídicos.
Pues como es sabido, la elaboración de una norma jurídica tiene por fina
lidad su vigencia, a pesar de que su imperfección intrínseca o la cambiante
situación de la realidad regulada puede hacerla ineficaz. En tales casos sería
normal su derogación. Sin embargo, como una característica fundamental del
Derecho romano, es su perfección técnica, esa perfección hace que se mantenga
inalterable el tenor literal del precepto, sirviendo el mismo, no sólo en ambien-
tes ideológicos diferentes, sino también, permitiendo que en virtud de un pro-
ceso hermenéutico se pueda infundir un nuevo espíritu en la vieja letra de la
ley; presentándose así las nuevas normas que la vida reclama como contenidas
en el texto objeto de la interpretación.
35
R. von Ihering, El espíritu del Derecho romano, Madrid, 1997, pág. 29.
36
Vid. C. Meier, Res publica amissa: Eine Studie zu verfassung und geschichte der Späten Römischen
republik, Wiesbaden, 1966.
37
Pericles, «La administración del Estado no está en manos de pocos, mas del pueblo, y por
ello la democracia es su nombre», discurso pronunciado en homenaje a los caídos en la Guerra del
Peloponeso
38
Tucídides, II, 37. «Nuestra Constitución… se llama democracia porque el poder no está en
manos de unos pocos sino de la mayoría».
Más tarde, también Polibio39 expuso como la república romana estaba divi-
dida y asentada en un hábil equilibrio entre tres formas de gobierno, monarquía,
aristocracia y democracia, y que estas tres formas se repartían tan equitativa-
mente, que nunca nadie hubiera podido afirmar con seguridad si el régimen
era totalmente aristocrático, democrático o monárquico.
O Cicerón40, quien en su De re publica, escuetamente por boca de Escipión,
hizo referencia a la res publica, como cosa que pertenece al pueblo, «gestión
pública», el gobierno. Y aludiendo a esa «gestión», siguiendo a Polibio, defendió
la teoría de la mayor perfección en una forma o régimen mixto41, en el que se
equilibraban la autoridad del príncipe, la libertad del pueblo y la potestad de los
magistrados, afirmando que si se examinaban los poderes del príncipe se podría
hablar de un régimen monárquico; si se juzgaban las facultades del Senado, de
una aristocracia; si se consideraban los derechos del pueblo, de una inequívoca
democracia; y que los tres principios expuestos en la República romana se mez-
claron y se equilibraron de tal forma, que el poder estaba en manos de todos.
En este sentido, Mommsen, en numerosas referencias, puso de relieve que
en Roma res publica correspondía exactamente a lo que los ingleses llaman
commnwealth, designando exclusivamente lo que es común, porque sólo en este
sentido podría entenderse cabalmente el concepto. También, pero dándole un
sentido europeista, defendió en sus trabajos sobre las provincias del imperio,
que la historia de éste era sustancialmente la historia de las provincias42.
No obstante, el sincretismo entre la cultura griega y latina alcanzaría su
punto de inflexión de una forma sine qua non en el ámbito de la organización
administrativa, por medio de la polis, pues una de las primeras y más funda-
mentales nociones, y fundamento de la res publica que Roma importó de Grecia,
fue la de la política directa, en la que los ciudadanos tomaban por sí mismos
las decisiones que concernían a la «polis». Idea que sería clave en el proceso de
la extensión territorial de los romanos, en su innata habilidad para lograr un
orbe pacífico, y una romanización paulatina y poco traumática.
De nuevo Mommsen persistiendo en la idea de la unidad, no hizo otra cosa
que proyectar el imperio romano en una dimensión holística y como un espa-
cio geográfico sobre todo globalizado. Se adelantó a concebir el orbis Romanus
como una globalización43, aunque todavía no se hubiese inventado tal neologismo,
la idea es la misma.
39
Polibio, Historia Universal durante la república romana, VI, 11. 10-11 Barcelona, 1968.
40
M. T. Cicerón, De republica, I, 39, ed. Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1984.
41
Idem, I, 54.
42
Vid. T. Mommsen, Historia de Roma (trad. García Moreno, 1876), reimpresión, ed. Turner,
8 vols., Madrid, 1983.
43
En este sentido: R. Domingo Oslé, Ex Roma Ius, ed. Fundación Garrigues, Madrid, 2005.
La Cátedra Garrigues de Derecho Global tiene por objeto el estudio de los efectos jurídicos de la
globalización, así como la fundamentación de un Derecho global, configurador de un ordo orbis
más justo, democrático y libre.
44
T. Mommsen, El mundo de los césares, Madrid, 1983, pág. 3.
45
De una ciudad estado (monarquía), pasó a dominar toda la cuenca del mediterráneo (re-
publica), alcanzó Britania y Jerusalén (principado) y más tarde con Trajano alcanzó su máxima
extensión al llegar y superar las fronteras del Danubio, llegó a la Dacia, y en oriente a Armenia,
Mesopotamia (entre el Eúfrates y el Tigris), Asiria.
46
Vid. C. Bailey (ed.), El legado de Roma, Madrid, 1956.
47
P. Costa, Ciudadanía (trad. Cl. Álvarez Alonso), Madrid, 2006, pág. 39.
48
Vid. A. Torrent Ruiz, «La democracia en la república romana», Anales de la Facultad de Derecho,
10, 2, 1982.
como las Asambleas populares Concilia Provintiae y el Senado, donde todos los
ciudadanos, patricios y plebeyos participaban en los asuntos de la comunidad.
Esos Concilia Provintiae, al estar constituidas por representantes de las distintas
ciudades, fueron consideradas como un primer ensayo de Asambleas represen-
tativas por Hinojosa49, y más tarde por Chapot 50.
Esas comunidades fueron y son la vía eficaz de la integración progresiva
en el ejercicio futuro de los derechos electorales que hoy garantizan los textos
constitucionales europeos, y un formidable instrumento en el Derecho comu-
nitario de dinamización.
No obstante, algunas de estas instituciones en su devenir histórico no siem
pre gozaron de eficacia, recuérdese la Curia municipal, que en el Bajo Impe-
rio, perdió la importancia y significación político-administrativa de tiempos
anteriores, degradándose al convertirse en un «agente» recaudador, expoliador
para los habitantes de las ciudades, perdiendo sus integrantes todo el «honor»
de tiempos anteriores, hasta tal punto que un retórico del momento llamado
Libanius, dijo, que nadie podía odiar tanto a sus hijos como para dar a una
hija en matrimonio a un curial51.
Para paliar la situación de crisis y decadencia de las estructuras locales y
en defensa de los intereses del pueblo se creó la figura del defensor civitatis o
plebis. La figura la reguló Valentiniano I en una constitución del año 368, debía
recaer el nombramiento en una persona del orden senatorial, para que con su
prestigio lograse imponerse a los pontentiores. El cargo se creó inicialmente con
carácter vitalicio, pero pronto se limitó su vigencia a 5 años. Tenía como com-
petencias la cobranza de impuestos y sobre todo proteger los intereses de los
habitantes de la ciudad contra opresiones e injusticias, más tarde se le concedió
una limitada jurisdicción civil.
Esta institución con el tiempo fue un fracaso y ese fracaso se debió, en gran
parte, a que a raíz de un determinado momento su designación correspondió a
la Curia, quedando el defensor civitatis en manos de los intereses de los curiales,
y más que defensor de los ciudadanos fue un elemento de distorsión para los
mismos.
La institución del defensor civitatis, salvando obviamente los matices diferen-
ciales propios de las circunstancias y tiempo, es de plena actualidad. Nuestra
Constitución52, la recoge y regula, y su finalidad, es la misma que motivó la crea-
49
E. de Hinojosa y Naveros, «El régimen municipal romano en España», Revista Hispano-
Americana, 4 (1882), en Obras, III, Madrid, 1974.
50
Chapot, Le monde romain, 1927.
51
Apud M. Torres López, Lecciones de Historia del Derecho Español, tomo I, Salamanca, 1933,
pág. 384.
52
Art. 54, «Una ley orgánica regulará la institución del Defensor del pueblo, como alto co-
misionado de las Cortes generales, designado por éstas para la defensa de los derechos… a cuyo
efecto podrá supervisar la actividad de la Administración, dando cuenta a las Cortes generales».
IV. Unas conclusiones
53
Vid. Peter G. Stein, El Derecho romano en la historia de Europa, Madrid, 2001.
54
L. Mitteis, Reichsrecht und Volksrecht in den östlichen provinzen des Römisches Kaiserreichs, Leipzig,
1891 y 1963.
55
Vid. E. Rabel, Grundzüge des rómischen Privatrechts, Leipzig, 1915.
56
J. Iglesias, Estudios, op. cit., pág. 63.
57
Vid. M. Rodríguez Gil, «Acerca del “Zeitgeist” en la Historia del Derecho: “In memoriam Eugen
Wohlhaupter”», Anuario Jurídico y Económico Escurialense, XXVII, Madrid, 1994.
58
J. Castan Tobeñas, Los sistemas jurídicos contemporáneos del mundo Occidental (discurso de aper-
tura de los tribunales), Madrid, 1956, pág. 79.
59
Idem, La equidad y sus tipos históricos en la cultura occidental europea (discurso de recepción en
la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas), Madrid, 1950, pág. 58.
60
U. Álvarez Suárez, Horizonte actual del Derecho Romano, Madrid, 1944, pág. 44.
supuesto, que la fuerza del common law, reside en su manera de tratar los casos
concretos, mientras que la fuerza del moderno Derecho romano, radica en el
desarrollo lógico de conceptos generales.
Llegados a este momento de la reflexión, nos parece pertinente extraer del
recuerdo que en 1957, el Colegio de Europa y la Universidad de Pennsylvania
en la conferencia que convocaron para definir los valores esenciales de la civi-
lización europea, asumieron los siguientes:
– El respeto por el valor intrínseco de la persona como tal, como valor su-
perior a toda concepción absoluta del Estado.
– La libertad, como inseparable de la responsabilidad moral del individuo.
– La solidaridad humana y el deber de hacer acceder a todos los hombres
a los bienes materiales y espirituales.
– El diálogo a la libre discusión de todas las opiniones.
61
M. Oreja, «Introducción. Estado actual del proceso…», op. cit., pág. 26.
62
Idem, pág. 38.
63
Cl. Álvarez Alonso, «Pietro Costa o la coherencia sostenida», introducción a Ciudadanía, op.
cit., pág. 22.
64
Vid. P. Costa, Ciudadanía, op. cit., págs. 35-38 y 151.
65
V. Giscard D’Estaign, Informe oral presentado al Consejo Europeo de Salónica, 20 de junio de 2003,
en http://european-convention.eu.int.