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PODER, ALEGORIA Y NACION EN EL NEOCLASICISMO HISPANOAMERICANO Miguel Gomes ‘The University of Connecticut-Storrs. Los origenes del campo literario hispanoamericano moderno Una de las vertientes més fecundas de la nueva critica hispanoamericana ha sido Ja revision del siglo XIX partiendo del interés en los efectos de la alegoria en la intrincada interaccién de los que Pierre Bourdieu ha llamado “campo cultural” y “campo del poder” (Field 37-38; Rules 215). Segin el sociélogo francés, toda formacién social se estructura mediante un conjunto de campos jerarquicamente organizades, cada uno con sus propias leyes y tensiones, pero unidos entre si por homclogfas; una de ellas, si no la princi- pal, consiste en una légica “‘econémica” que, unas veces, puede ser literal y, otras, figurada 0 “eufemistica”, poniéndose en juego poder o capital “simbé- lico” (Rules 142~48). Por la acumulaci6n de este iiltimo que les permite a los letrados, la alegoria codifica y legitima modos de adquirir prestigio y capaci- dad de intervencién en campos no precisamente artisticos o espirituales, por Jo que cabria ver en ella, como lo hace Gordon Teskey, “el género logocén- trico por excelencia”, fundado en violencias veladas (3), 0, segin Sayre Green- field, una actividad no tan “radical” como “conservadora”, 0 sea, destinada menos a violar lo preestablecido que a crear lazos entre categorias que la anteceden (16). La equiparacién que hizo Michael Ryan de cualquier forma de conservadurismo y retoricas que dan preferencia a lo metaférico-alegorico Higpanie Review (winter 3005) 4 ‘Copyright © 2005 Trustees of the University of Pennsylvania 42. 2 HISPANIC REVIEW : winter 2005 concuerda con esa opinion (116-20).! Cuando el literato se atribuye el de- recho de producir alegorias est4 disefiando puentes entre sus dominios verbales y una sabiduria edificante, trascendente 0, en todo caso, més impor- tante que la de lo meramente artistico, a la cual da a entender que tiene acceso (Teskey 2-3). En otras palabras, el cultivo de discursos alegoricos se erige como crédito que facilita al sujeto que opera en el campo cultural ob- tener ganancias en el campo del poder y, a su vez, indirectamente ascender en el de las clases sociales 0 fortalecer en su posicion. La alegoria en la tradicién occidental, como lo ha sostenido Umberto Eco, se ha integrado desde hace mucho en complejos mecanismos de consecucién y preservacion de autoridad (147-53). Un articulo publicado en 1986 por Fredric Jameson ha estimulado debates acerca de la propensién de las literaturas subalternas a alegorizar lo politico, alentando una fructifera revision de textos no usualmente estudiados desde tales angulos. Es el caso de Jos idilios novelescos iberoamericanos en Founda- tional Fictions de Doris Sommer. Con todo, los reparos a Jameson en ese trabajo se imponen como necesarios (Sommer 41-47) y complementan la critica de Aijaz Ahmad a la reduccién y homogeneizacién del Otro en la ‘enunciacién jamesoniana.? El error de Jameson, creo, no se encuentra en que asevere que hay abundancia de alegorias nacionales en el “Tercer Mundo” (69}—los ejemplos sobran—, sino en que, pese a su inspiracin marxista, el critico no coloque el fendmeno en contextos especificos, dando pie a que imaginemos “substancias” mas o menos eternas. El objetivo de estas lineas es contribuir a evitar tal esencialismo; para ello, se intentar4 describir en condiciones sociales precisas ¢] momento en que se incorporan en un sistema las tendencias alegoricas nacionalistas que se registran en las letras hispano- americanas. Que en la regién se hayan prodigado construcciones alegéricas—o “pos- talegéricas”: en deuda siquiera parcial con un género extinto (Van Dyke desde iuego, distingue su postura de las confusas ampliaciones de significado que cierta critica “postmoderna” ha querido dar a planteamientos de Walter Benjamin no sensatamente separables de su contexto historico inicial (2~4). Greenfield, con argumentos no ten matizados, ‘euestion incluso la fuente de esas ampliaciones (149). En Ryan, como marxista que intenta deli- near un terreno coman con la desconstruccion, hemos de suponet una critica velada de Paul de Man, entronizador consecuente de lo “aleg6rico”—en Ia linea a la que alude Teskey—y represen- tante del ala politicamente contraria de los simpatizantes de Derrida, 2. “We Americans, we masters of the world”, escribe Jameson con buenas intenciones (85), sin ‘que por ello la frase acabe conduciéndolo a una lucider autocuestionadora total Gomes ; PODER, ALEGORIA Y NACION —* 43 290)—se explica por las circunstancias concretas en que se delineo el campo literario moderno. Por éste entiendo aquel que comienza con la Guerra de Independencia y se asocia a un referente nacional relativamente auténomo que hasta nuestros dias sobrevive—se trata del “primer nacimiento” de la cultura hispanoamericana, segin Angel Rama (82), Ese campo, natural- mente, durante casi doscientos afios se ha modificado, por lo que Rama habla también de un “segundo nacimiento” a fines del siglo XIX, absorbidas las ex colonias espafiolas y portuguesas por el mercado capitalista mundial (82). Lo cierto es que, entre 1810 y 1830, cuando Ia literatura empezaba a definir su funcién y a buscar un lugar en los Estados nacientes, la estética dominante era neoclasica y ésta propiciaba la frecuentacién de la alegoria o de sus com- ponentes tipicos. En las paginas siguientes examinaré algunos escritos que con el paso del tiempo—varios de ellos casi de inmediato—se recategorizaron como “mo- numentos”, en el sentido que Michel Foucault dio al término: trazos del pasado que la colectividad ha llenado de memoria, construyendo un discurso sobre su identidad, o sea, una historia, una tradicién y un origen propios (7). Vincularé, a propésito, piezas concebidas por quienes las escribieron como “documentos”, sin funciones estéticas, con otras desde el principio literarias: por la relacién homolégica entre el campo “cultural” y el del “poder” me parece necesario destacar la condicién inestable o mévil de esos textos. Ne~ garla equivale a desdefiar el caracter social del arte y, no menos, a perder de vista que lo alegorico o postalegorico ha persistido con tanta tenacidad en las pricticas de numerosos escritores porque les permite insertarse segdn sus intereses—conscientes 0 no—en una sociedad concreta cuyas partes dialogan entre si y con el todo. Textos fundacionales y discursos alegoricos Las manifestaciones alegoricas del neoclasicismo hispanoamericano distan de ser simples. Sus raices en la poesia y la prosa barrocas, por ejemplo, no debe- rian desestimarse si se piensa en la presencia obvia de Quevedo o Francisco Santos en Joaquin Fernandez de Lizardi y la inesperada de Géngora en An- drés Bello (Gomes 44~45). La alegoria, sin embargo, se somete en el siglo XVIII a un intenso escrutinio para cefiirla a los nuevos gustos. El didactismo imperante podria apuntarse como causa de su enfatica adaptabilidad a di- ferentes medios. Ignacio de Luzan la ve, desde Homero, sin importar el tipo 44 2 HISPANIC REVIEW : winter 2005 literario, como la cualidad que distingue la “‘mentira” de la “ficcin”, engano instructive (147-48): en términos tedricos actuales, eso ya la convertia en aquel entonces mas en una “modalidad” que en un “género” reconocible (Fowler 106-11, 191-95; Angus Fletcher). Russell P. Sebold ha advertido que incluso la cosmovisién neoclasica exigia abierta u oblicuamente una remisién general del arte a lo entendido como naturaleza solo expresable por un dis- curso figurado en continua amplificacion: si, aristotélicamente, el “arte era naturaleza poetizada” y la naturaleza “arte sin poetizar” (172), entonces debian privilegiarse las formas literarias que restablecieran “alegoricamente” la unidad entre ambos (176). La ubicuidad de lo alegérico se confirma en ‘América, asimismo, con su surgimiento tanto en registros argumentales como formales del texto; pero no se detiene aqui: en muchas oportunidades puede involucrar al autor de carne y hueso en el horizonte imaginal y filosé- fico que traza la escritura. Antes de las primeras rebeliones criollas que se traducirian a la larga en emancipaci6n politica continental—es decir, la de abril de 1810 en Caracas y la de mayo del mismo afio en Buenos Aires—, los discursos en que la socie- dad inmediata, local, se configuraba alegéricamente no eran escasos. Y un vistazo a los costumbristas de fines del siglo XVIII, obsesionados por aleccio- nar a sus coterrancos y corregir sus vicios, basta para probarlo. Caso cier- tamente memorable es el del habanero Buenaventura Pascual Ferrer. En 3800, censurando los modales carnavalescos de los nifios callejeros que asis- tian a los bautizos y acosaban a los padrinos con cantos en los que lo afrocu- bano intervenia, lo oiremos proclamar: No se puede dar una cosa mas soez y barbara que semejante costumbre; y que ésta dimana de la educacion, siendo los padres de familia los tinicos que la pueden desterrar sin intervenir otra autoridad piiblica. Porque si aquellos sembrasen en el coraz6n de sus hijos y de sus criados las verdade- ras maximas de la sociedad y los corrigiesen y aun castigacen si fuese nece- J Parece cosa cansada el repetir Jas maximas principales de educacion por suponerse ya sabidas, pero en el poco uso que de ellas se hace nos vemos obligados a creer 0 que no se han sabido nunca o que ya estin del todo olvidadas. EI padre de familia debe tener a sus hijos y esclavos siempre a su vista en aquella edad en que forman su razdn. (9) sario cuando se separasen de ellas, no sucederian éstos ni otros abusos Los paralelos entre familia y sociedad pretenden conservar estructuras de dominio, solo que en ellas se propone favorecer al letrado: no cuesta dema- Gomes ; PODER, ALEGOR[A Y NACION —* 45 siado observar que asi como el padre ha de educar a su familia literal y a la figurada, servidumbre y mano de obra esclava, el escritor desempefia una fancién idéntica en la familia aun més abarcadora que la cultura impresa contribuye a organizar. No en balde el periddico que dirige Ferrer se titula EL Regafién y “regafar”, segtin lo advertia la Real Academia Espafiola, ya significaba en la época “refiir familiarmente en las casas” (3: 543)- ‘Como podté percibirse en el texto que acabamos de releer, la comparacién de colectividad y familia, que tendré posteriormente una larga vida en lo que Sommer ha llamado national romances, antecede al afianzamiento de la no- vela en Hispanoamérica. De hecho, la reflexion en torno a la etimologia de Ja palabra patria fue adoptada como auténtico tépico por los neoclisicos de ambos lados del Atlantico. Ocho aftos después de que Ferrer habia esbozado su cuadro paternalista de la esclavitud, Manuel Quintana, poeta espafiol que tanto ascendiente tuvo entre americanos como Andrés Bello y Juan Cruz Varela, sustentaba en su periddico Bl Semanario Patriético que Illa voz de fa patria tenia entre los Antiguos una acepcién mucho mas estrecha que la que le han dado cominmente los modernos. Con ella desig- namos nosotros el estado 0 sociedad a que pertenecian, y cuyas leyes les aseguraban la libertad y el bienestar. Su derivacién misma, que parece venit de padre y de familia, nos manifiesta que esta palabra envolvia siempre relaciones de amor, de bien general y de orden. Por consiguiente, donde no habia leyes dirigidas al interés de todos; donde no habia un gobierno paternal que mirase por el provecho comin; donde todas las voluntades, todas las intenciones y todos los esfuerzos, en vez de caminar a un centro, 0 estaban esclavizadas al arbitrio de uno solo, o cada uno tiraba por direccién diversa, alli habia ciertamente un pats, una gente, un ayuntamiento de hombres; pero no habia patria. (320) Que de inmediato Quintana agregera que la “energia” del patriotismo se manifiesta “cuando las adversidades publicas le despiertan” (321) habria de persuadirnos de que la asociacién definitiva de lo familiar y las iniciativas poscolonialistas americanas acaso deba buscarse en la foundational nonfiction que acompafia a la Guerra de Independencia.’ Lo que la novela después haria 3. No empleo accidentalmente el adjetivo defintiva: la gestaciOn de 1a asociacion a la que me refiero debié de haber sido lenta durante la Colonia, auspiciada principal aunque no exclusiva- ‘mente por las actitades crticas de criollo hacia el peninsular. El tema, desde luego. es demasiado vyasto para este articulo y ha sido muy explorado: en sus “Notas sobre la inteligencia americana” Como sabemos, tal modernizacién planteada tedricamente contra las politicas econémicas aisla- cionistas de Espaiia (Van Oos 1222) no se llevaria a cabo en los afios que siguieron a la separacion de la metrépoli, sino mucho mis tarde, hacia 1900, y ya sin la igualdad de condiciones con que tos “padres de la patria” sonaron. Contra lo sugerido en textos tedricos romanticos,’ en el paso de la estética preponderante en el tiempo de la Emancipacién a la de los primeros decenios de republica no se observa una ruptura brusca 0 una profunda renovacion; en la nueva tendencia, mas bien, el estancamiento general de la sociedad de la region se duplica. Un buen conocedor del romanticismo hispanoamericano, Emilio Carilla, al final de dos voliimenes exhaustivos, no tiene mas remedio que concluir que, en todo el periodo que ha examinado, el lector moderno debe esforzarse en mirar con interés los logros “por escasos que scan”; y agrega: “esos logros no aparecen en novedades doctrinales, ni originalidades filosdficas que vertebran un pensamiento. Los aciertos mas rotundos estan en la concreci6n que significan determinadas obras” (2: 259). En Io que atafie al recurso a materiales alegéricos, la supuesta rebelién roméntica contra costumbres neoclésicas se hace notablemente fragil. Los jévenes escritores perpetiian la fidelidad a discursos que aleccionan acerca de la fisonomia que tiene y la que deberia tener la nacién, y lo hacen echando mano parcial o totalmente, tal como los neoclasicos, de las estrategias ex- presivas de la alegoria. Para no ir muy lejos, en la transicion del neoclasi- cismo al romanticismo que se verifica en la obra de José Maria Heredia no 6 Entre muchos otros ilustrados, Camilo Henriquer, en Chile, también defendié lo que hoy podemos describir como avance de los modos de vida burgueses: “;Cudnto hay que hacer![)] Fundar un rice comercio sobre una inmensa cultura ¢ industrial} establecer ciudades en lanuras tan vastas como féttiles, atraer habitantes itiles. propagar maximas desconocidas, y aun la urbani- dad y el gusto por la educaciOn, los libros, os papeles [periédicos) . .. ste es el nico medio de dlevar provincias obscuras ala dignidad de naciones” (151) 7. Uno muy explicito: “Clasicismo y romanticismo” de Esteban Echeverria, con su entronizacion. de la “originalided’ (465-75). 60 ®~ HISPANIC REVIEW : winter 2005 falta la adopci6n del relato familiar tejido en torno a la figura del padre de la nacién; ocurre en la oda “A Bolivar” (1827), donde el héroe, muy olmediana- mente, se mitologiza: Colombia independiente y soberana Es de tu gloria noble monumento. De vil polvo a tu voz, robusta, fiera, De majestad ornada, Ella se alz6, como Minerva armada Del cerebro de Jipiter saliera. (vs. 59-64) Y aunque enseguida se critiquen las tentaciones mondrquicas de las que se acusaba a Bolivar por esas fechas—ta historia, como sabemos, las desmen- tirfa—, el tono celebratorio prevalece, matizado por una postura que deja entrever un enfrentamiento “filial” a las posibles vacilaciones morales del padre. Lasola mencién de “El matadero” y la poesia narrativa de Esteban Echeve- ria, o del Facundo y la profusién de paralelos estético-testimoniales con que narra una lucha biblica entre “luz” y “'tinieblas” (Sarmiento 79) basta para entender la continuidad de habitos neoclisicos en el romanticismo, que per- mite suponer que para la época en que se completa la formacién del “sistema literario latinoamericano” (Rama 87), 0 sea, la modernizacién que induce el “segundo nacimiento”, el entendimiento aleg6rico de la nacion se habia & Seria may oportuno reflexionar, con la extensién que el tema merece, acerca del paralelismo entre esa fabulacién del padre colectivo y el padre personal rastreable en Joré Maria Heredia, en particular por la oscilacion ideologica de éste entre las posturas politicas familiares y el indepen- dentismo: hacia 1822, no sc olvide, el joven Heredia pertenecia ya a le sociedad revolucionaria cubana ‘Caballeros Racionales”. rama de los “Soles y Rayos de Bolivar”—nétense las implicacio- nies alegoricas del nombre. Si el mbito paterno personal domina en la subjetividad politic ‘se expresa en sus primeros poemas—una tierra escenario de la lucha por la independencia le sugiere ligubres epitafios civicos como “Las ruinas de Mayquetia” (de fines de 1815 0 principios de 1816)—, la madurez lo hard clegit una distancie que nunca deja de ser respetuosa, como la de “A Bolivar”. Cabe recordar que en una carta de 1835 a sa madre el poeta tratzrd de disuadirla en los siguientes términos de publicar en Nueva York las Memorias de las revoluciones de Venezuela de José Francisco de Heredia: "Bolivar, que a los ojos de mi padre no pudo parecer sino un faccioso obstinado, ¢s hoy et Dios tutelar de América [. ..] Una octava parte del mundo le debe ‘su existencia, cede gustos(a] al ascendiente de su genio, y le mira como un ente posible entre el hombre y la divinidad. Su nombre [. ..] es el més bello que presenta la historia de su sigh [.. Mi papa, por desgracia, tavo el desconsuelo de no ver sino la parte oscura y sangrienta de! cuadro’ (xx). Gomes ; PODER, ALEGORIA Y NACION —© 61 arraigado como legado transgeneracional. El escritor americano daba por sentado que sus obras, apartandose de lo llanamente artistico, debian instruir © conducir a significados més elevados. Obras Citadas ‘Ades, Dawn. Art in Latin America. New Haven: Yale UP, 1989. ‘Abimad, Aijaz, “Jameson's Rhetoric of Otherness and the ‘National Allegory". Social Text a7 (1987): 3-25. Althusser, Louis. “A Letter on Art in Reply to André Daspré”. Ed. Terry Eagleton y Drew Milne. Marxist Literary Theory. London: Blackwell, 1996. 269-74. Anderson, Benedict. Imagined Communities. 983-91. London: Verso, 1996. Bello, Andrés. Obras completas. 26 vols. Caracas: Casa de Bello, 1952-81 La Biblia, Trad. Casa de la Biblia de Madrid. Barcelona: Ediciones Giner/Circulo de Lec- tores, 1972. Blanco-Fombona, Rufino, comp. Fl pensamiento vivo de Bolivar. 1942. 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