Está en la página 1de 9

EL ADIVINO DE LAS POSIBILIDADES

A veces, seres de otro mundo encuentran formas interesantes para tratar de contactarte. Quizá usen una
tabla ouija, o quizá vendrán a ti en un sueño, o a veces hablan a través de otra persona. Cada uno tiene su
estilo propio y preferencia que es particular para ellos. El que contactó a Jack le habló a través de su
computadora, o supongo que puedes decir que la conversación fue por una texto en pantalla. La primera
vez que pasó, Jack había estado sentado en su computadora jugando Solitario. Una luz roja parpadeante
en el router indicaba que su conexión de internet se había cortado de nuevo. Eso pasaba casi todas las
semanas, y Jack se estaba acostumbrando a ese servicio de internet con cortes. Mientras movía sus
cartas, el juego se desvaneció en una pantalla negra y el texto rojo apareció.

«Hola, Jack. Necesito que me hagas un favor. Eres una persona muy especial y sé que me ayudarás. No
puedo preguntarle esto a cualquier persona. En serio necesito tu ayuda».

Jack se pausó por un segundo. La luz del router seguía parpadeando en rojo. «¿Es esto un tipo de
broma?», no pudo evitar preguntarse.

Varios momentos después, el mensaje continuó: «Sí, Jack, sé que esto es raro para ti. Pero no quiero que
te preocupes. Esto es solo un favor pequeño y fácil que necesito. Me aseguraré de darte una
recompensa».

Ahora, casi en un ataque de pánico, Jack se inclinó y arrancó el cable de internet completamente desde la
pared.

«Sigo aquí, Jack. No quiero desperdiciar más de tu tiempo, así que iré al grano. Mañana, cuando vayas al
trabajo, necesito que muevas la planta grande en la maceta cerca del ascensor en el segundo piso. Todo
lo que tienes que hacer es alejarla tres pulgadas de la pared. Si lo haces a las 8:17 a.m., nadie más estará
en el área».

Jack se sentó ahí, sin responder, tratando de darse cuenta de lo que estaba pasando.

La escritura continuó: «Mira, Jack, te lo estoy pidiendo porque SÉ que lo harás. No me decepcionarás.
Eres especial. Hablaremos mañana».

Jack arrancó el cable del equipo y la computadora se puso en negro. «¿Eso realmente pasó?», pensó.

Aún temblando por la experiencia, tomó una ducha larga y caliente y se preparó para la cama,
convenciéndose de que tuvo un sueño loco o solo era una broma elaborada. ¿Pero quién le haría ese tipo
de broma a él? Realmente no tenía amigos, o enemigos.

Se levantó la mañana siguiente sintiéndose renovado. El trabajo empezaría a las 8:30 a.m., y Jack nunca
llegaba tarde. Llegó al estacionamiento a las 8:10 a.m. Normalmente entraría derecho, pero el mensaje le
dijo que moviera la planta a las 8:17 a.m. ¿Iba a hacerlo realmente? Por la noche, el miedo de Jack se
convirtió en curiosidad. Digamos que, si movía la planta, no estaría haciendo nada malo o ilegal, ¿cierto?
En la mente de Jack, el curso más razonable de acción era mover la planta. Lo haría, nada pasaría, y
pondría ese loco asunto detrás. Un minuto antes de las 8:17, Jack dejó su auto y caminó hacia el edificio.
Entró al vestíbulo al momento exacto en el que tenía que hacerlo. El mensaje tenía razón, nadie estaba
alrededor.

«Raro», pensó Jack. El edificio estaba normalmente ocupado en ese momento de la mañana, pero esa
calma temporaria ya había sido predicha.
«¡Bien! Vamos a ver qué pasa», susurró Jack para él mismo.

Caminó a la gran planta en la maceta puesta firmemente entre los dos ascensores en el pasillos del
edificio de diez pisos. La planta lucía falsa, una decoración a la que la gente pasaba por encima y no se
daban cuenta. Era más pesada de lo que Jack pensaba. Le puso más poder a su esfuerzo y empujó la
planta tres pulgadas a lo que él estimaba. Se paró y vio la planta, y luego miró al pasillo. Ahora la gente
caminaba detrás de él y el pasillo comenzaba a llenarse de nuevo. Nadie se dio cuenta de que la planta
estaba en una locación un poco diferente, nada se veía diferente. Jack no subió al ascensor y esperó,
esperó que algo… pasara. Pero nada pasó. Finalmente, Jack entró al ascensor y fue hasta su cubículo del
séptimo piso a tiempo, como siempre.

Si alguna vez le preguntaras a los compañeros de trabajo de Jack cómo lo describirían, escucharías
palabras como educado, callado, respetuoso y competente. Y mientras que esas palabras eran ciertas,
daban poca indicación de la verdad; la verdad era que a Jack no le gustaban la mayoría de las personas.
No es que le desagradaran, solo que tenía muy poco interés en conocerlos o en ser su amigo, salvo por
una. Allie, la chica que se sentaba dos cubículos abajo del suyo, era la única persona de la que quería
saber más. Con su gran sonrisa, cabello rubio y figura hermosa, Jack estaba muy interesado en aprender
todo sobre ella. A pesar de su falta de suerte con las mujeres en el pasado, en realidad estaba haciendo
un buen trabajo tratando de conocerla. Cada mañana, mientras pasaba por su cubículo, se paraba para
hablarle. Las charlas duraban un minuto al principio, luego dos, luego varios minutos. Jack estaba
sorprendido de que a ella en realidad sí parecía gustarle.

En esa mañana particular, su conversación diaria duró solo un par de minutos. Mientras intercambiaban
sus saludos matutinos y hablaban de la noche salvaje de Allie, las puertas del ascensor se abrieron detrás
de ellos. De ahí salió James Bentley, el jefe de ambos.

Los quejidos altos de James podían ser escuchados por toda la oficina

—¡Mi maldito pie!

—¿Qué pasó, James? —vinieron las consultas masculladas.

—Es esa maldita planta que tienen en el pasillo. Me tropecé con ella y me doblé mi tobillo.

—James, casi ni puedes caminar. Necesitas ir al hospital —llegó la preocupada respuesta de Allie.

—No puedo hacer eso ahora. Tengo reuniones todo el día. Muy importantes para cancelarlas. Voy a tener
que aguantármelo.

Jack, sintiéndose petrificado, dejó la conversación en el cubículo de Allie y se hundió en su silla. Todo era
su culpa, estaba seguro de eso. ¿Cómo había podido ser tan estúpido y relajado? Aun así, no había
utilidad en preocuparse de eso ahora. Un tobillo doblado podía curarse, todo estaría bien.

En su vuelta a casa, Jack fue inmediatamente a su computadora y la encendió. Tan pronto como la
computadora se prendió, la pantalla se puso negra y un nuevo mensaje apareció:

«¿Cómo estuvo tu día, Jack?».

Se sentí ahí, mirando a la pantalla, sin saber qué responder. El mensaje en la pantalla continuó: «En
realidad, sé cómo fue tu día, pero nunca digas que no soy educado. Estás preguntándote qué está
pasando. Quieres saber por qué James Bentley tenía que doblarse su tobillo. Bueno, Jack, esta cadena de
eventos no terminó. No quiero decirte mucho aún, pero todo esto tendrá sentido en poco tiempo. Solo ve
al trabajo mañana como lo haces normalmente. No te preocupes por nada, Jack. Serás recompensado.
Eres especial. Te hablo mañana».
Jack se apoyó en su silla. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién estaba enviándole esos mensajes? La curiosidad
de Jack estaba altamente comprometida, y casi estaba emocionado por ver lo que pasaría luego.

Esa mañana siguiente en el trabajo empezó como un día ordinario. Jack se dio cuenta de que la planta
había sido movida, probablemente por el equipo de limpieza nocturno. James Bentley apareció un poco
después del almuerzo, tambaleándose en su pie sano.

—Hombre este pie está matándome —Jack pudo escucharlo, pero aparentemente James aún tenía una
reunión que no quería perderse. No fue hasta más o menos las tres en punto que Jack lo vio de nuevo.
James, quien siempre parecía preferir a Allie sobre los demás, fue cojeando hasta su cubículo.

—Allie, ¿no estás haciendo nada ahora, cierto?

—Umm, no. Nada que no pueda esperar hasta mañana, supongo.

—Bien, ¿puedes, por favor, llevarme a ver a mi doctor? Probablemente debería haber ido ayer, pero
simplemente no pude. Este dolor está matándome ahora y no creo poder aguantarlo, con suerte llegué
aquí esta mañana y no creo poder presionar el pedal del auto ahora. Podemos llevar mi auto, si quieres.

—Sí, está bien, James; no tengo problema en llevarte

—Volviéndose a Jack, se despidió—: Te veo mañana, Jackie. —Se puso su abrigo y siguió a James
lentamente mientras le costaba pasar el pasillo. Dio una media vuelta y se encogió de hombros ante Jack
con una pequeña sonrisa mientras caminaba lejos. Jack se sintió aún más solo de lo normal cuando ella se
había ido.

Fue después de diez minutos que escucharon el choque. Fue precedido por la ruidosa bocina de un
camión y frenos chillando. La colisión en sí fue el ruido sordo y enfermizo de dos objetos largos de metal
chocando. Incluso en el séptimo piso fue ruidoso. Los trabajadores de la oficina boquearon y corrieron a
las ventanas.

—¿Es ese el auto de James? —uno de ellos preguntó.

—Es difícil decirlo desde aquí arriba

—alguien respondió—. Está muy golpeado.

La horripilante implicación de lo que había pasado vino a Jack inmediatamente.

«No, no, no —pensó—. Esto no puede ser verdad».

Temblando en todo el camino, corrió al ascensor y fue hasta planta baja junto a muchos más de la oficina.
Algunos de ellos estaban llorando. Mientras se unían a la audiencia creciente del accidente, Jack pudo
escuchar las bocinas de la ambulancia a lo lejos. Mirando sobre los curiosos, pudo ver que el camión había
golpeado el auto de James por el costado; su conductor había sido arrojado al pavimento, donde estaba
tirado sin emoción. James estaba sentado en el asiento del pasajero de su auto, sin moverse, pero con
una cara de sorpresa en su cara sangrienta. Jack no pudo darse cuenta de si estaba vivo o muerto. El lado
del conductor, donde Allie estaba sentada, había recibido el golpe. El espacio que había estado ocupando
había sido compactado un tercio de su tamaño original. La cabeza de Allie estaba aplastada y abierta, y su
cuerpo torcido estaba roto y abollado. La multitud estaba sorprendida. Lágrimas, gritos, sirenas; eso era lo
único que Jack podía oír. Sin volver al edificio, Jack corrió a su auto y condujo a casa, enojado y triste.

Hizo el viaje a casa y a su computadora. Ahí estaba la máquina; quería encenderla, pero tenía miedo de lo
que podría encontrarse. ¿Era él realmente responsable por la muerte de Allie? Toda la cadena de eventos
había empezado con él. Sabía que podían culparlo. Jack alcanzó el botón de encendido y luego retrocedió.
Finalmente, luego de varios minutos, encontró la fuerza mental para encenderla. La pantalla parpadeó y
se puso negra, y el texto familiar comenzó a aparecer en pantalla.

«No, Jack, no es tu culpa. Sé que estás culpándote. Pero todos mueren eventualmente, algunos más
pronto que otros».

Jack miró la pantalla. Resistió la necesidad de tirar el monitor contra el piso.

Luego de un momento, la escritura continuó: «Jack, voy a decirte algo, y en serio necesito que consideres
seriamente todo lo que voy a decirte. Pensaste que estabas enamorado de Allie. La verdad es… que solo
querías tirártela. Y, por favor, disculpa mi lenguaje, pero de vez en cuando es mejor ser franco. Jack, no
era la indicada para ti. Habría hecho tu vida miserable. Sí, eventualmente encontrarías el coraje para
invitarla a salir. Ella en realidad estaba interesada en ti. Pensó que harían un buen «proyecto». Triste, en
verdad; para ella, no para ti. Quiero que pienses en todas las cosas que te dijo. ¿Por qué su novio anterior
rompió con ella?».

—Porque lo engañó —susurró Jack bajo su aliento. «Porque lo engañó, Jack. La misma cosa que te habría
hecho. Te habría hecho feliz por dos meses, y luego miserable por los próximos cuatro años.
Escurriéndose, riéndose de ti detrás de tus espaldas, gastando todo tu dinero. Una vez que finalmente te
deshicieras de ella, estarías tan agotado que nunca más saldrías con alguien de nuevo. Esto es cierto, Jack.
Veo todas las posibilidades futuras, las que pasan y las que no. Has visto cómo es ella realmente, pero
dejaste que tu lujuria por ella te cegara de la verdad. Juntos, tú y yo nos hemos asegurados de evitar ese
camino. Una cosa más Jack, esto todavía no acaba. Hay más».

—¡No! ¡Vete a la mierda! ¡Tú la mataste! —gritó Jack y tiró el monitor del escritorio. Terminó en el suelo y
se rompió.

Jack casi no durmió esa noche, y al día siguiente no sabía si quería ir al trabajo, pero las últimas palabras
que le habían dicho picaron su curiosidad, y su ira fue de alguna forma hecha de lado. No había ningún
trabajo que hacer ese día en la oficina. La compañía trajo consejeros de duelo; la gente compartía sus
pensamientos, lloraron, se abrazaron. James había sobrevivido al accidente, pero estaba en un coma. Los
doctors pensaban que, eventualmente, quizá se recuperaría, pero nadie estaba realmente seguro.

Por la tarde, se acercó a Jack Diego Salbara, el jefe de la división. Diego fue franco y directo, y le ofreció a
Jack la posición de James. Técnicamente, sería un ascenso temporal, pero James no volvería pronto. Diego
le prometió que el ascenso sería permanente si él fallecía.

—Mantengamos esto privado por ahora —le dijo Diego—. Sé que parece rápido, pero el proyecto
Lancaster en el que James estaba trabajando no puede ser detenido. Es muy importante para la
compañía. Necesito que alguien esté a cargo ahora, esto no puede esperar.

Sorprendido, Jack aceptó el ascenso. Dejó el trabajo con un cóctel extraño de sentimientos, no tan seguro
de cómo se sentía. En su camino a casa, paró en la tienda de electrónicos y compró un nuevo monitor. Lo
armó en casa y encendió la computadora. Una vez más el texto apareció en la pantalla.

«¡Jack, quiero ser el primero en felicitarte! Estoy orgulloso de lo que lograste».

Jack miró la pantalla.

«Jack, tengo que pedirte perdón porque no me he presentado aún. Soy llamado El Adivino. Como te dije
antes, veo lo que pasará, y veo lo que puede ser. Es un don muy poderoso el que tengo. ¿Pero, sabes qué,
Jack? Pese a todo mi poder, aún no puedo hacer nada corpóreo. Puedo predecir, puedo ver y, con el
suficiente esfuerzo, puedo comunicarme. Pero no tengo un cuerpo; eso es algo que me quitaron hace
mucho, mucho tiempo. Por eso te necesito, Jack. Soy un artista de todos los campos, un artista de la
manipulación humana. Serás mi pincel y mi lienzo. Quiero que trabajes conmigo, Jack. Es todo muy
simple, solo haz tareas simples para mí, de tiempo en tiempo».

Jack se volvía más y más curioso.

«Y, Jack, antes de que me des una respuesta, quiero que sepas un par de cosas. Primero, nunca te
mentiré. Segundo, nunca te pediré algo que sea incorrecto o ilegal. Sí, cosas malas pasarán, y a veces la
gente morirá. Pero van a morir eventualmente de alguna forma, ¿cierto, Jack? Y lo malo siempre será
balanceado con algo bueno pasándote luego».

Jack se contrajo ante esa última idea, pero se resistió a apagar la computadora. El Adivino tenía razón.
Todos morirían eventualmente, ¿por qué no hacer que algo bueno salga de eso? ¿Y qué era eso de nunca
mentirle? Si supiera en el momento que Allie iba a morir, nunca habría hecho el favor original. Pero
mientras más pensaba en eso, se dio cuenta de que El Adivino no le había mentido, sino ocultado
información. Aun así, Jack se preguntaba si podía confiar en El Adivino.

«Trabaja conmigo, Jack. Juntos haremos que cosas increíbles pasen. Solo estoy pidiéndote que hagas
simples favores de tiempo en tiempo. ¡Oh, pero estas pequeñas tareas tendrán geniales consecuencias!
Serán hermosas, Jack, y siempre terminarán con una recompensa para ti. Esa es la belleza de mi arte, una
pequeña tarea produce algo malo y algo bueno. Ah, una última cosa, Jack: puedo ver que estás teniendo
problemas con esto. Si parara de hablarte ahora, te tomaría dos semanas decidir si unirte a mí o no. Pero
sabes qué, Jack, DEBERÍAS unirte a mí. Eso es cierto, vas a decir que sí. Así que en vez de esperar, ¿por
qué no me dices que sí ahora? Empecemos, Jack. Y cuando todo esto termine, vas a agradecerme. Te lo
prometo».

Jack consideró lo que dijo El Adivino. Su sentimiento inicial de asco estaba desvaneciéndose lentamente.
Pausó, y luego, por la primera vez, puso sus dedos en el teclado y respondió directamente a El Adivino:
«¿Qué quieres que haga ahora?».

Mientras los años pasaron, Jack hizo cada favor que El Adivino le pedía, y como El Adivino prometía, Jack
era recompensado por sus acciones cada vez. La recompensa a menudo venía en formas interesantes e
inesperadas. Una de las más memorables experiencias para Jack pasó hace casi dos años luego de que
aceptara trabajar con El Adivino.

«Jack, necesito que vayas al centro de la ciudad mañana —pidió El Adivino—. Entra al Liquor de Garmin a
exactamente las 12:37 p.m. Un hombre te preguntará algo. La respuesta que le darás es «veintisiete»».
Como siempre, las instrucciones de El Adivino eran simples y directas, pero aun así misteriosas. Al día
siguiente, como lo pidió, Jack entró a la tienda. Frente a él, un albañil estaba en el mostrador llenando un
boleto de lotería.

—Vamos a ver —dijo el albañil—. Mi cumpleaños, ese es el quince. El cumpleaños de mi esposa, ese es el
veinticuatro. Y la edad de mis hijos, dos, diez y trece.

El hombre rascó su cabeza y miró alrededor, parando en Jack.

—¡Ey, amigo! Necesito otro número. ¿Tienes alguno?

Jack sonrió.

—Veintisiete. —¿En serio? Estaba pensando en treinta y cinco. ¿Pero, sabes qué? Me gusta tu cara,
¡vamos con veintisiete!

Con eso, el hombre completó su boleto y lo pagó.


—¡Nos vemos, amigo! —dijo felizmente mientras le daba una palmadita al hombro de Jack yendo a la
puerta.

Jack trató de no pensar más en lo que le pasaría a ese hombre. «Solo deja que las cosas sigan su curso,
Jack. Nunca adivinarás cómo saldrán las cosas, así que solo sorpréndete», le había avisado El Adivino. Aun
así, era imposible no preguntarse sobre esas cosas a veces. Sabía, considerando la forma en la que El
Adivino trabajaba, que no había forma posible en la que ayudara a ese hombre. ¿Pero darle un número de
lotería que no servía? Eso era demasiado simple para El Adivino. Y no podía imaginar que en realidad le
había dado un número ganador. Así que esa fue la manera en cómo Jack se sorprendió cuando, dos
semanas después, se encontró con el mismo hombre, en la misma tienda.

—¡Ey, amigo! ¡Eres tú! ¡Te recuerdo! ¡Mira, gané!

Sin duda, el hombre se veía como un millón de dólares. Usando ropa nueva, un nuevo reloj dorado y una
gran sonrisa. El hombre se acercó a Jack.

—No pensé que te vería de nuevo, pero me alegra que estés aquí. Nunca podría haber ganado sin ti. Ey,
déjame comprarte esto. No, espera, eso no es suficiente; eres mi amuleto de la suerte. Siempre debo
tratar bien a la gente, eso es lo que dice mi madre.

Hurgando en su bolsillo, el hombre sacó su chequera y, rápidamente, le escribió a Jack un cheque de diez
mil dólares.

—Es lo menos que puedo hacer por mi buen amuleto de la suerte.

Después de agradecer al hombre, y sintiéndose un poco confundido por todo, Jack corrió a su
computadora. Luego de prenderla, el texto de El Adivino apareció en la pantalla.

«Bueno, Jack, ¿cómo se siente tener diez mil dólares de más?».

«Se siente bien. Pero no puedo evitar preguntarme, nunca habíamos ayudado a alguien. ¿Por qué
empezar ahora?», Jack hizo esa pregunta con un poco de culpa. Nunca quiso admitir que las personas
estaban siendo lastimadas por sus acciones, pero en este caso su curiosidad abatió cualquier sentimiento
latente de culpa.

«Oh, Jack, no hemos ayudado a nadie. Sí, ese hombre es feliz ahora, pero habrá perdido cada centavo en
dos años. Lo viste tú mismo, solo regala el dinero. Viejos amigos, parientes lejanos, todos van a pedirle
dinero. Y habrán también malas inversiones. El estrés de perder todo va a hacer que su esposa lo deje. Se
llevará a los niños, también. Estará solo y sin un centavo, un hombre arruinado que hubiera sido más feliz
si nunca hubiese ganado. No necesitas sentirte mal Jack, es la propia estupidez del hombre y su codicia lo
que le hará esto».

Jack sintió un poco de arrepentimiento, pero el razonamiento de El Adivino, y la concentración en su


propia recompensa, siempre lo ponía en paz al final.

A través de los años, las tareas nunca se parecían. A veces, los efectos de sus acciones eran directas y
fáciles de ver; otras veces causaban una reacción en cadena tan compleja que simplemente no podía
seguirla.

«Ve al edificio de la Administración County, estaciona en el espacio numero cuarenta y tres a las 4:47
p.m.». le dijo una vez. Jack lo hizo, y dos meses después conoció a Donna, de quien se enamoró y con
quien terminó casándose. Nunca hubiera sabido que los dos eventos estaban relacionados si no le hubiera
preguntado a El Adivino sobre eso.
«Jack, cuando te estacionaste en ese lugar, causaste que la persona que hubiera estacionado ahí lo hiciera
en otra parte, pero ella rozó el auto a su lado. Casi no hizo un rasguño, pero llamó a su agente del seguro
de todas formas, causando que él se fuera tarde de la oficina. Perdió su tren a casa y, mientras esperaba
por el tren nocturno, fue robado y apuñalado; nunca se recuperará. Los ladrones tomaron sus tarjetas de
crédito y las usaron… y Jack, podría seguir con esto, pero hay otras veintitrés personas involucradas. A
veces estos favores van a ser muy complicados, pero digamos que tu acción causó que Donna y tú
estuvieran en el momento exacto para conocerse».

Doce años en total pasaron, doce años buenos para Jack. Tarea tras tarea era completada, usualmente
una cada mes. Jack, sentándose en la oficina de su gran casa rural, fue contactado por El Adivino una vez
más.

«Hola, Jack. Tengo un favor que pedirte. Este es el más fácil, y ni siquiera tienes que levantarte. Llama a la
Pizzería Riago en exactamente dos minutos, deja que el teléfono suene tres veces, y luego puedes
cortar».

Jack sonrió, bueno y fácil. Ya no se preguntaba cómo funcionarían estas cosas. Confiaba en El Adivino y
simplemente hacía lo que le decía. Jack hizo la llamada exactamente dos minutos después.

La quietud de la casa fue rota treinta minutos más tarde por el timbre. «Eso es raro», pensó Jack. Ni él ni
Donna esperaban a alguien. Jack miró por la cerradura y vio al chico repartidor de pizza. El logo en su
gorra decía «Pizzería Riago».

Jack abrió la puerta.

—Aquí está su pizza —dijo el chico mientras la apoyaba en la mano de Jack.

—Pero no ordené esto —argumentó Jack.

—Mire, no me importa si la ordenó o no. El Sr. Riago dijo que la trajera aquí, así que eso es lo que estoy
haciendo —argumentó el repartidor mientras se veía molesto y escupía en los arbustos.

Jack miró al chico frente a él. Se veía de diecisiete años, pero lo más increíble de él era su tamaño, era
gigante. Probablemente de dos metros, y muy muscular.

—Ya está pagada con tarjeta de crédito, solo tómela, porque no voy a devolverla. —El chico puso su mano
para la propina.

—Yo… yo no tengo dinero ahora. —Jack dijo la verdad.

—Como sea —vino la asquerosa respuesta. El chico miró en la casa de Jack, luego se dio la vuelta y
caminó lentamente al auto que lo esperaba, mirando arriba de su hombro mientras caminaba.

Jack cerró la puerta y llevó la pizza al comedor, donde Donna estaba mirando la televisión. Luego de
explicarle lo que pasó, se fue a la oficina, prometiendo regresar pronto. Donna abrió la pizza y tomó un
trozo.

—Ven pronto, cariño; esta pizza es de tu gusto favorito. —Donna se rio mientras daba un mordisco.

Llegando a su computadora, las palabras de El Adivino aparecieron en la pantalla. «¿Confundido, Jack? No


lo estés. Tu vecino en la calle de abajo ordenó la pizza. El Sr. Riago le dijo al chico la dirección correcta,
pero un teléfono sonando hizo que le costara escuchar. Aun así, dale crédito, escuchó bien la calle».

«¿Así que mi recompensa es una pizza?», preguntó Jack, un poco confundido. «Sí, Jack, tu recompensa es
una pizza, y también la oportunidad de pasar un poco de tiempo con tu esposa. Baja, comparte la pizza,
disfrútala. Cuando termines, haz el amor con Donna. Esa no es una de tus tareas, es solo un consejo que
creo que deberías seguir. Oh, por cierto, tus vecinos, que ordenaron la pizza, están discutiendo ahora, por
el tonto hecho de que la pizza no llegó. Algunas de las cosas por las cuales la gente discute me
sorprenden, en serio lo hacen. Su pelea va a ser muy fuerte, pero no necesitas preocuparte por eso.
Vamos, disfruta tu noche». Jack siguió el consejo de El Adivino, se acurrucó con Donna mientras
disfrutaban su comida y luego le hizo el amor en el gran y cómodo sofá del comedor. Donna se durmió en
el sofá un poco después de las 11:00 p.m. Jack se acostó ahí, despierto; ese último favor… se sentía raro.
Cuidadosamente, sacando su brazo debajo de Donna, Jack dejó el comedor y fue arriba. Sentándose en la
computadora, Jack escribió: «¿Estás ahí?».

«Sí, Jack, en realidad siempre estoy aquí. He estado esperando que volvieras. Ese repartidor, ¿es un poco
extraño, no lo es?».

Jack miró socarronamente a la pantalla.

El Adivino continuó: «Es un horrible empleado. Fue contratado solo hace tres días y el Sr. Riago ya quiere
despedirlo. Pero como un espécimen físico es fuerte, rápido y MUY observador. Por ejemplo, se dio
cuenta de que no cerraste la puerta con llave luego de llevarte tu pizza».

—¿Qué? —dijo Jack en voz alta mientras se levantaba.

«Siéntate, Jack. Tengo que decirte algo importante, y cerrar la puerta ahora no cambiará la situación».

Jack, lentamente, se sentó de nuevo en la computadora, mirando detrás de él mientras lo hacía.

«Verás, Jack, es verdad que nunca te mentí. Todo lo que te he dicho es cien por ciento honesto. Pero sí…
he ocultado ciertos hechos. Verás, te dije que todas las tareas hacen que algo malo le pase a alguien más
y que algo bueno te pase a ti, pero hay una tercera cosa. Hay una última meta para la que trabajaron
todas las demás tareas. ¿Recuerdas a Allie? Claro que sí. Lo que probablemente no recuerdas sobre ella es
que estaba ayudando a su hermano a pagar la universidad. Cuando murió, él tuvo que dejarla. Iba a ser un
gran psicólogo, pero ahora trabaja en una fábrica. Eso es realmente muy malo para nuestro chico
repartidor, él podría haber tenido una buena sesión de terapia hace unos años, pero ese buen terapeuta
no estaba ahí para él; en cambio, tuvo a un fracaso freudiano. ¿Y recuerdas a nuestro ganador de la
lotería? Sí lo haces. Él era vecino de nuestro chico de la pizza, luego de que perdiera todo su dinero, claro.
Golpeó al niño sin piedad luego de que él arruinara su auto. Un recuerdo muy traumático para nuestro
joven. Y a su madre no le importó ese accidente, no protegió al niño para nada. No pudo hacerlo, no
luego de usar todas las drogas que le dieron esos ladrones que le robaron al agente de seguros.
Compraron las drogas con el dinero de ese robo. ¿Ves ahora el ámbito de mi arte?».

Jack se sentó, mirando al monitor. Quería levantarse, ver a Donna, pero estaba muy asustado como para
moverse.

El Adivino continuó: «Jack, has hecho más de cien tareas para mí, y cada una sirvió a un último propósito:
para destruir psicológicamente a este chico, convertirlo en un monstruo, y llevarlo aquí esta noche. ¿No lo
ves, Jack? Esto involucró a miles de personas y billones de posibilidades. Si hubieras fallado en completar
incluso una de las tareas, la cadena habría colapsado. Esta fue orquestada por mí, y puesta en marcha por
ti. Juntos hemos hecho algo maravilloso, esto es una obra maestra de la manipulación humana. Y todo
empieza y termina contigo, dos puntos perfectos en el tiempo. Esta noche, dirección equivocada, sin
propina, este pobre chico finalmente se cansó. Está abajo ahora. Está cortándole la garganta a Donna, en
este preciso momento».

Jack pudo escuchar un grito corto e interrumpido viniendo desde abajo, seguido de otro sonido.

—¡No! —gritó Jack y se levantó, empezando a correr abajo.


—¡Jack, alto! —La voz lo sorprendió. Estaba dentro de su cabeza. Por primera vez, El Adivino le hablaba
directamente. Era una voz placentera, una voz femenina—. No puedes hacer nada, ya se ha ido. Te
buscará dentro de poco, y no puedes pararlo.

—¿Pero por qué? —se quejó Jack con lágrimas acumulándose en sus ojos.

—No es una obra maestra artística si no empieza y termina contigo, Jack —Su voz era suave—. Quiero
que aprecies el hecho de que te hablo directamente. Esto requiere toda mi energía, y por eso, tendré que
descansar muchos años antes de contactar a alguien más de nuevo. Así de especial eres para mí. Por
favor, no te sientas mal sobre esto, Jack. Quiero que tomes un momento y disfrutes nuestro logro tanto
como yo —La voz pausó brevemente, y luego continuó—: ¿Sabes qué, Jack? Si nunca te hubiera
contactado, habrías vivido por ochenta y cinco años. Ochenta y cinco años aburridos, sin sentido y
amargos años. Y cuando murieras, nadie estaría en tu funeral. Te di doce años grandes y geniales. Fuiste
feliz, y juntos hicimos algo hermoso, algo único.

Jack pausó por un minuto y consideró sus doce años de felicidad, y sus lágrimas de tristeza se mezclaron
con lágrimas de felicidad. Se volteó y miró la computadora, mientras que, detrás de él, la gran masa del
joven repartidor aparecía en la puerta con un cuchillo sangriento en su mano izquierda.

En la pantalla, las últimas palabras de El Adivino aparecieron: «¿No tienes algo que decirme, Jack?».

Jack secó sus lágrimas y absorbió todo lo que El Adivino le había dicho.

Mientras el chico se acercaba a él, Jack susurró sus últimas palabras:

—Gracias

También podría gustarte