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A Propósito de La Política Macroeconómica de Santos
A Propósito de La Política Macroeconómica de Santos
Esta era la proyección. Pero la realidad es tozuda, así lo certifican los datos desprendidos
del desempeño económico: la construcción –creció el 18,4% y la minería lo hizo al orden
del 8,5% para el segundo trimestre de 2012–, son sectores que no alcanzan a generar el
10% del total del empleo formal como puede observarse en la gráfica No. 1. La producción
minera sigue en aumento –durante el periodo 2000-2011 lo hizo en un 53,78%– pero sin
traducirse aún en un crecimiento del empleo en ese sector dado que la minería es una
actividad más intensiva en la utilización de capital que en la utilización de mano de obra
para la producción. Y lo que debe ser más preocupante para el hoy Presidente: hay síntomas
evidentes de una posible aparición de enfermedad holandesa rondando a la locomotora de
la minería y amenazando con una crisis2.
El mínimo
En medio de las condiciones que supone este panorama, se inscribe la discusión sobre la
fijación del salario mínimo, que para el 2013 les dejó a los asalariados una pírrica
actualización del 4,02%.
El ajuste que se hace cada año al salario, debe entenderse, no como un incremento sino
como la actualización necesaria al ingreso de los trabajadores de acuerdo con el aumento o
disminución en el nivel de precios al consumidor, así como con otros factores como la
variación en la producción y la productividad, y la contribución de los salarios al ingreso
nacional.
Es posible afirmar, en este sentido, que en la última década el salario mínimo en Colombia
no ha alcanzado un incremento significativo, que su actualización no ha sido mayor al 8%
en ningún año. De esta manera, desde que éste se unificó en 1979, pierde, como constante,
su poder adquisitivo. Pierden los asalariados por este conducto, pero también vía reformas
laborales que en materia de seguridad social aprueba el Congreso de la República desde
hace 20 años.
Una retrospectiva. La remuneración de los asalariados como proporción del PIB ha perdido
participación desde el año 1999, con leves mejoras hasta el 2009 pero sin recuperarse por
completo, y ya en el 2010 de nuevo mostraba tendencia a la baja. Es importante tener esto
en cuenta, porque el consumo final de los hogares colombianos representa un alto
porcentaje en el consumo final y por ende en la demanda interna, que en promedio, durante
los últimos 18 años, ha significado alrededor del 70%, lo cual indica que es la demanda
interna el objetivo que la política económica del gobierno debería fortalecer a través de un
verdadero incremento del salario de quienes aportan en mayor medida al consumo nacional.
Pero no es eso lo hecho por las últimas administraciones instaladas en el Palacio de
Nariño, preocupados por favorecer la inversión extranjera en detrimento del bienestar
económico y social del país. El Producto Nacional Bruto, por ejemplo, como porcentaje del
PIB cae de manera sostenida en la última década y la cantidad de utilidades producto de la
Inversión Extranjera Directa (IED) aumenta desde el 2000, de manera que en el largo plazo
muestra una tendencia a desbordar la cantidad de IED que ingresa y que ya fue superada en
2010 como se observa en el gráfico No. 4. Esto alarma porque las utilidades pasan a ser un
componente estructural de la balanza de pagos que, como ya se dijo, afecta la estabilidad
macroeconómica atando el equilibrio externo al movimiento de los flujos de IED, todo lo
cual configura un escenario de dependencia respecto al comportamiento económico del
sector externo.
En estas circunstancias, no hay duda, si en política de paz hay un viraje entre el actual y el
anterior gobierno, en materia macroeconómica todo es continuidad: favorece la inversión
extranjera, mantiene el desequilibrio en la balanza de pagos, impulsa la moneda hacia la
revaluación, profundiza el fenómeno de desindustrialización dando prioridad a las
importaciones a través de los múltiples tratados de libre comercio, mantiene un superávit en
el balance fiscal a costa del déficit en los balances privado y externo, como lo hizo Grecia
antes de caer en la crisis de la deuda soberana, perpetúa el modelo económico extractivista
que no genera el nivel de empleo que necesita el país, poniendo en condición de
insostenibilidad económica y social, en el corto y largo plazo, su estructura
macroeconómica, y los reajustes anuales al salario mínimo mantienen la senda de su
precariedad.
El salario mínimo es de reciente aparición en nuestro país. Sólo hasta hace 67 años fue
constituido legalmente, y hace apenas 33 se ajusta cada año a través del establecimiento de
una Comisión de Concertación, constituida para permitir una negociación tripartita –
Estado, trabajadores y empresarios–, y que sólo hasta entonces unificó este salario para
todos los trabajadores en el territorio nacional.
"Entre los elementos que deben tenerse en cuenta para determinar el nivel de los salarios
mínimos deberían incluirse, en la medida en que sea posible y apropiado, de acuerdo con la
práctica y las condiciones nacionales, los siguientes: a) Las necesidades de los trabajadores
y sus familias teniendo en cuenta el nivel de salarios del país, el costo de vida, las
prestaciones de seguridad social y en nivel de vida relativo de otros grupos sociales, y b)
Los factores económicos, incluidos requerimientos del desarrollo económico, los niveles de
productividad y la conveniencia de alcanzar un alto nivel de empleo"*.
Pese a ello, la Mesa de la Comisión de Concertación instalada el pasado año dejó por fuera
algunas de dichas consideraciones y se limitó a negociar desde la rutina de los últimos
años: el cálculo de la productividad, el crecimiento del PIB y el índice de inflación
esperado, cifras y perspectivas que por cierto diferían entre las partes en debate, de las
cuales terminó por utilizarse las que mostraban resultados a la baja para la actualización del
salario. Muchos asuntos de gran talante como la Reforma Tributaria, que se tramitaba en
simultáneo en el Congreso –con carácter de urgencia–, que desmontó el aporte a salud de
los empleadores como aporte a la nómina, el nivel elevadísimo de informalidad y el papel
de este sector en la economía que aún no tiene representación en la Mesa, se quedaron en el
tintero.
Por el ambiente de las jornadas de negociación y el tono con el que fueron abordados los
debates, quedó claro que el gobierno Santos no tiene voluntad (como no la habido en los
anteriores, por lo menos desde que se unificó el salario y se adoptó la metodología actual)
para dotar a los asalariados de condiciones dignas y estables de trabajo, las que generen
prosperidad para esta parte de la población, una fracción poco despreciable del mercado
laboral. Las consecuencias que ello traería para el país se traducirían, no solo en más
ingresos para los trabajadores asalariados, sino en el fortalecimiento veraz de la economía
pues implicaría un cambio en toda la política macroeconómica en su conjunto.
* Convenio sobre la fijación de salarios mínimos, 1970 (núm. 131). Convenio relativo a la
fijación de salarios mínimos, con especial referencia a los países en vías de desarrollo
(Entrada en vigor: 29 abril 1972) Adopción: Ginebra, 54ª reunión CIT (22 junio 1970).
Tomado el de 2013 desde:
http://www.ilo.org/dyn/normlex/es/f?p=1000:12100:0::NO::P12100_INSTRUMENT_ID:3
12276
Gráficos
Gráfico No. 1
Gráfico No. 2
C. Industria manufacturera
E. Construcción
H. Intermediación financiera
I. Actividades inmobiliarias
Gráfico No. 3
Gráfico No. 4