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Bajo El Cielo Protector (Alex Gasquet)
Bajo El Cielo Protector (Alex Gasquet)
Viaje: elemento omnisciente en todas las dimensiones del hombre: social, individual,
existencial, psicológica o artística.
Su influencia en todas las esferas de la actividad humana hace imposible elevar su
estudio a la categoría de disciplina.
Sociología de los intersticios, objetos de estudio que pasan desapercibidos en la
actividad social y cultural del hombre. Pretensión desmesurada.
Pertinente hacer consideraciones sociológicas en torno a la literatura de viajes. Ventaja
de reducir estas mismas proposiciones a la literatura escrita.
Se atenderá a los límites que impone la literatura y al género moderno del travel
writting.
Dimensión del viaje como metáfora, con su lugar en la cronología de la historia de la
literatura. Como encarnación del significado de la muerte (traspaso) y de la estructura
de la vida (camino o peregrinaje). Podríamos decir que es una acumulación agónica
“contra la muerte”, según los enunciados de Jean Baudrillard.
¿Cómo un simple desplazamiento en el espacio (viaje) logra influir a los individuos,
hasta plasmar diferentes grupos sociales y modificar el modo sistemático y duradero
ese cúmulo de símbolos y determinaciones que llamamos cultura? ¿De qué modo un
simple desplazamiento físico-espacial altera radicalmente la acción humana y su
estructura cognoscitiva, produciendo un hecho de la cultura? ¿Qué influencias
determinantes tiene sobre la configuración psicológica del individuo?
3.1. La partida:
La partida es siempre una ruptura, un fin y un comienzo que evoca un pasado y
proyecta un futuro.
El elemento más observable de toda partida es la separación de un individuo de la
matriz social en que fue formado, que le es propia y constituye su legado. La intensidad
de la partida se mide por el grado de inserción dentro de una estructura social y es por
lo tanto relativa. Para el viajero que tiene la capacidad de afrontar la separación, la
angustia del alejamiento es una ecuación en donde no hay pérdida que no conlleve
implícita una ganancia (la fama). La ganancia por lo general es cualitativa.
Familiaridad entre la muerte y la partida: la partida de este mundo (separación como
“muerte física”) es semejante a la “muerte civil” que representa el viaje. La muerte física
no se inscribe en una historia.
La voluntad de iniciar un viaje es aquí un aspecto esencial de la individuación, además
de una forma de trascender la necesidad. Esta consideración en perspectiva histórica
de la partida es fundamental para rectificar la creencia moderna de que el viaje siempre
fue un instrumento de libertad individual y de autoafirmación de identidad.
El altruismo y el desinterés de la aventura introduce un componente moral en el
viajero medieval que en la antigüedad era desconocido: los peligros de la aventura se
afrontan ya sea por el bien de otros o por el bien de sí mismo.
Lo que ha cambiado entre el mundo renacentista y el mundo moderno son las
diferentes formas de promoción social. La partida moderna supone una sociedad
estable, de la que el viajero busca “evadirse” o “fugarse”.
El viaje moderno como necesidad de fuga o evasión radical de la propia sociedad se
articula a partir del punto más alto del viaje colonial: comienza durante el apogeo de
lo que tanto en historia como en arte se identifica por Orientalismo y el tenor de la
evasión o fuga se refleja por la cuantificación del exotismo.
El viaje en sí es una especie de alienación temporal que siempre procurará resolverse
entrando en el juego de una nueva reterritorialización. Esta alienación social del
viajero implica con su extrema fragilidad un primer aspecto positivo: el viajero gana
en lucidez lo que pierde en inserción. Poseer un mayor grado de lucidez no debe ser
interpretado como poseer la “verdad”. Goethe: existencia de dos verdades: la del
viajero y la del indígena.
De la confrontación de estas dos verdades resulta un nuevo humanismo romántico de
la partida: la partida como voluntad de entendimiento y comunicación con el Otro.
La movilidad representaba no sólo una autonomía física, sino también una autonomía
espiritual.
3.2. El tránsito:
Esencial, es la fase en que los hechos suceden.
El tránsito solo era importante en cierto tipo de relatos, como las peregrinaciones. La
aventura se vincula al transcurso o tránsito.
El tránsito cobra importancia sólo en la medida en que el sujeto del relato
(eventualmente un héroe) también la adquiera.
Herencia de la errancia.
El tránsito tiene una dimensión irreductible, que es el movimiento. En el tránsito lo
esencial es el movimiento y éste deviene un medio de percepción.
El movimiento impone una estructura a la experiencia del viaje; las formas en que las
impresiones del viaje se fijan en la percepción del viajero tiene que ver con la duración
y el tipo de movilidad impuesto por el medio en que se viaja; cada medio de transporte
fija su propia territorialidad y por ende una percepción espaciotemporal distinta,
como hemos visto con palabras de Theroux. Ambigüedad estructural del tránsito que
deriva de “estar entre dos lugares” a “en movimiento”.
El movimiento característico del tránsito es ambiguo: vincula al viajero con el mundo
y lo hace más penetrante al tiempo que lo separa, lo distancia de las cosas y la gente,
pues el movimiento se basa en la fugacidad del instante, es decir, en un contacto
epidérmico. El movimiento del tránsito no puede, en cierto punto, escapar del
paisajismo.
En Sociología, Georg Simmel propone cuatro cualidades para la categoría de
extranjero o foráneo: libertad, objetividad, generalidad y abstracción.
El viajero es una persona que, habiéndose separado de su matriz social, mantiene ese
frágil estatuto de traductor entre culturas, siendo un producto de la necesidad de
adaptación. El viajero que transita tiene un emplazamiento intersticial.
Pero la movilidad del tránsito implica también una reversibilidad entre objeto y sujeto.
Entrando en relación, uno y otro se compenetran hasta fusionarse. La citada
objetividad del viajero se origina en la pura subjetividad del viajero. Solo el
movimiento confiere la posibilidad de observar los elementos que marcan el
continuum de una sociedad o cultura que por definición es cambiante.
Observar ese continuum es producto de la “traducción” que realiza el viajero en
tránsito, deriva de tener que explicar en su relato ese estar “entre dos” culturas, dos
lugares, dos idiomas. El tránsito ejercita al viajero en una determinada forma de
representación secuencial.
Pero el tránsito no solo tiene una dimensión cognoscitiva, representa una
estructuración revolucionaria del tiempo, según la ley de la relatividad de Albert
Einstein.
3.3. La llegada:
Si la partida para un viajero representaba “ser arrancado”, la llegada encarna al proceso
contrario:
o La reintegración a la estructura de símbolos culturales que se habían
abandonado, o bien,
o La incorporación o aceptación a una estructura cultural nueva, de adopción.
Podemos desconocerlo todo de “quien, y que” representa aquel que llega a un lugar
para quedarse, o de aquel que retorna a su casa. La partida es más radical que la
llegada.
La llegada no restablece el equilibrio perdido, anterior a la partida. Mediante el
proceso de experiencia y conocimiento agregado en ocasión del viaje, la llegada
representa un estadio cualitativamente diferente al orden previo.
El restablecimiento del antiguo equilibrio es imposible, pese a que el retorno del héroe
despierte y aviva dicha nostalgia.
El proceso de reincorporación del viajero no indica en ningún caso homogeneidad,
sino al contrario, expresa la más acendrada individuación. Barth: la llegada en una
“estructuración de la interacción humana” que genera el criterio de las identificaciones
(culturales). La tendencia del viaje no es la unificación y uniformidad, sino más bien
el refuerzo de las distinciones nacionales y/o individualizantes, creando una
diferenciación entre interno y externo, dentro y fuera.
Dos categorías de reingreso para un viajero: fasta y nefasta. La primera corresponde
con el usufructo de la potencia que subyace en todo viajero; la segunda con la amenaza
de contaminación perniciosa que puede acarrear su presencia y/o eventual aceptación
en sociedad. Estas posibilidades de ingreso nos hablan de la ambigüedad propia de la
llegada vista por parte de aquellos que reciben al viajero. Su doble estatuto lo hace
portador de gracia y desgracia.
La llegada y aceptación del viajero se establece a través de ciertos ritos, como la prueba
del duelo violento entre el recién llegado y un miembro del grupo, que suele ser un
rito de asociación antes que de disociación. Este duelo establece una jerarquía de
dominio y subordinación que luego se traduce en un vinculo de hospitalidad.
Demuestra que la violencia es una forma de lenguaje (si no el primero) que de modo
funcional asocia a los hombres.
Estos ritos existieron en Europa y existen aun bajo una forma menos codificada que
en las sociedades no europeas. Se conforman mediante tres secuencias que debe vivir
todo iniciado: separación, aislamiento e incorporación al grupo; tres tiempos de
iniciación que corresponden en realidad a los tres tiempos ritualizados del viaje:
partida, estadía y retorno.
El carácter de la llegada está condicionado así por una serie de factores que interactúan
sin saber cuál será su resultado. Hay una confluencia de pulsiones de atracción y
rechazo, tanto del viajero como de la sociedad en la que se reintegra. Los antropólogos
han trabajado la idea de que la potencia de una sociedad es casi siempre de origen
externo, de ahí que ciertas culturas hayan asociado muchas veces a los extranjeros con
la imagen o potencia divina. La llegada de un viajero confluye con la dimensión sacra
de una sociedad determinada, o mejor, con su economía sagrada. En las sociedades
modernas, en cambio, se establece la identidad del viajero a través de su
interrogatorio, suerte de prueba o examen que se manifiesta de muy diversas maneras.
La llegada del viajero, cualquiera que sea su tipo histórico o su forma, coincide con el
comienzo con la relación del viaje. El viajero tuvo que estructurar una narrativa de los
lugares que visitó y la gente que conoció. La literatura de viajes precede al viaje y lo
prolonga en todas sus formas.
La literatura de viajes, en cuanto género bastardo, tiene la particularidad de situarse
entre dos mundos estructurales que funcionan ya en arreglo al “criterio de
ficcionalidad” como la literatura, o al “criterio de veracidad” como la historia. La
literatura de viajes es indisociable del emprendimiento mismo del viaje.
5. Epílogo, alegato:
La lógica turística impuso una conformidad y consenso básico que iguala (y
democratiza) la común experiencia del viaje. Pero, siempre queda y quedará espacio
en la insondable espesura humana para hacer posibles viajes fuera del molde turístico
o ajenos a la lógica del performance.
El poder mágico del extranjero sigue intacto. Solo han cambiado los ritos.
El más profundo sentido del viaje, asociar aquello culturalmente disociado mediante
el encuentro o frecuentación del extranjero, está inscrito en la naturaleza humana.
El viaje es la representación del destino del hombre: el viaje es muerte, renacimiento,
aprendizaje, ceguera, lucidez, alegría, sufrimiento, expatriación e identidad.
El despojamiento errático del viaje contemporáneo, concebido como la más acabada
expresión de la libertad individual, lo expone Nicolás Bouvier.
El viaje es una excusa para el viaje interior y la dimensión iniciática reside en la
exploración humana. La experiencia de la colectividad es una experiencia individual y
el individuo una creación colectiva. Por eso el escritor viajero se postula como una
categoría al margen de la literatura oficial.
Alberto Manguel: importancia de la protección del libro para el lector nómada y
viajero. Lectura como hogar, el universo de la lectura como heimat del hombre libre
de espíritu. Cada libro es una incitación al nomadismo intelectual. Escribir, leer y
viajar están secretamente vinculados.
Precisiones que nos ayudan a discriminar en el gigantesco corpus de obras que se nos
ofrece a la vista, qué se entiende cuando decimos que tal o cual libro es un “relato/libro
de viajes” y no una epopeya o una novela de aventura.
Tipo especial de textos, peculiares por su forma, que privilegian al mismo nivel dos
funciones del discurso: la representativa y la poética. Libros de carácter documentar
con carca literaria, responden a unas reglas de “extrañamiento”.
Si bien todo “libro de viajes” se enmarca en el ámbito general de la “literatura de
viajes”; no toda “literatura de viajes” se puede considerar un “relato de viajes”.
La dificultad mayor está en la confluencia de este género con otros también fronterizos
cuyos contornos resultan más difíciles de precisar. Como la biografía o la crónica.
Durante mucho tiempo han sido considerados como libros de un innegable interés
histórico-documental, pero de escaso o nulo valor artístico-literario, con el
consiguiente desinterés y preterición de la crítica y de las historias de la literatura.
En la Edad Media se han fijado atención los estudiosos para perfilar su marco propio,
su poética.
López Estrada, 1943, Embajada a Tamorlán.
Señala el autor los aspectos más importantes del texto en un triple plano que utiliza
como primer intento de clasificación:
o Articula los datos temporales y los topónimos de lugares recorridos, con sus
distancias, como si fuera un itinerario. Se utiliza el patrón al uso de los
restantes “libros de viajes” de la época.
o Descripciones de los lugares, con sus poblaciones, según la manera de las
relaciones. Esquema a través de la figura conocida como evidentia, ofrecer una
imagen creíble de las cosas, como si pareciera la misma cosa antes vista.
Topografía e hipotiposis.
o Noticias políticas establecidas por un patrón de información oída.
o Aspecto nuevo vinculado a la condición literaria de la otra: el discurso en
primera persona que organiza el relato. Solo en ocasiones se utiliza la primera
persona del plural, incluyendo así al grupo entero que formaba parte de la
expedición real.
Delimitación de Miguel Ángel Pérez Priego a partir de un corpus de siete obras, de
rasgos artísticos que las definen y configuran:
o Articulación sobre el trazado y recorrido de un itinerario.
o Orden cronológico del desarrollo y de la historia del viaje.
o Orden espacial, no en el tiempo, que crea el verdadero orden narrativo. Es la
descripción de los lugares que se recorren y visitan.
o Los mirabilia. Aquellas digresiones que refieren hechos y cosas extraordinarias,
fabulosas y de carácter maravilloso que, arraigadas profundamente en la
mentalidad del hombre medieval, formaba parte de su imaginario colectivo.
Su exotismo propiciaba la inclusión en los “libros de viajes” como condimentos
casi necesarios.
Primeros intentos de formalización genérica de esta serie literaria que extiende sus
consideraciones por primera vez a un corpus.
Loable tarea de Jean Richard de hacer una división de los “libros de viajes” según la
intención que persiguen, distinguiendo así “libros piadosos de algunos peregrinos”,
“libros con finalidades pragmáticas”, “noticias sobre expediciones”, “informes de
misioneros”, “de embajadores”, “los destinados a la historiografía”, etc.
Conclusión: