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ALAMÁN

La política del disenso

Primer artículo (diario El Universal, fundado por Alamán):

La causa del establecimiento del periódico fue la creencia en que si bien algunos hombres de nuestros días
(1848) son la causa inmediata de los acerbos males que consumen nuestra existencia política, el origen
verdadero, el principio fecundo de que derivan, son más bien las cosas que las personas.

Como mexicanos, nuestra suerte y la de nuestros hijos está enlazada íntimamente con la de nuestro
desgraciado país, no pudiendo, por tanto, negarnos el derecho de procurar su mejora de la manera
racional sumisa y pacífica con la que lo intentamos. Para ello, se elaborarán algunas reflexiones en torno a
la soberanía popular.

Nos proponemos probar que es una proposición no sólo falsa e irracional, sino además destructora y
disolvente de toda sociedad, la de que la soberanía reside esencialmente en la voluntad reunida de todos
los individuos que forman una nación.

Para establecer la máxima de que la soberanía reside esencialmente en el pueblo, los autores de tal
sistema tuvieron que recurrir a una ficción: el pacto social (fatigados del estado natural de continua
desconfianza y movimiento, se reunieron todos a celebrar la paz general en cuyo convenio se estipulo
constituir una autoridad que, apoyada por todos, a todos los protegiese reprimiendo a los inquietos).

El supuesto contrato social es el fundamento esencial de la soberanía del pueblo, porque es esencial a la
soberanía de independencia; y es así que para que la soberanía reside esencialmente en la voluntad de los
ciudadanos que componen un pueblo, necesario es que esas voluntades fueran absolutamente
independientes, y he aquí el principio que necesitaba la soberanía del pueblo para no quedar enteramente
en el aire. Pasemos a sus consecuencias.

Si no hubo pacto social, todo ese conjunto de partes de que se forman los sistemas del dia, vienen a tierra
por su propia naturaleza. Todos, al menos los más de los derechos y deberes recíprocos de gobernantes y
gobernados, son otras tantas invenciones fabulosas como el principio del que proceden. Ningún
hombre ha nacido independiente, y por tanto no ha podido ser soberano, porque sin
independencia no hay soberanía. Desde que nacemos nos encontramos en una sociedad muy de
antemano establecida. Nos establecemos al abrigo, a la tutela paternal de leyes y garantías, que ya
encontramos formadas; de leyes que no proceden de pacto deliberado nuestro sino de la voluntad de los
primeros fundadores, ampliadas o modificadas según la necesidad y circunstancia.

Desde que nacemos, nacemos dependientes de otros, dependientes subsistimos hasta la emancipación y
dependientes desde la emancipación hasta el sepulcro: variamos de dependencia, pero siempre
dependemos; y como la soberanía requiere esencialmente la independencia, se sigue que los individuos de
una nación no son soberanos, porque no han sido, son, ni serán independientes. La soberanía no puede
residir en la reunión y conjunto de de esos mismos individuos que ni son ni pueden ser soberanos.
Tampoco pueden transmitir a otro cuerpo la soberanía de que carecen; luego, aunque nombren diputados
y apoderados que los representen, no pueden con sus poderes conferirles derechos soberanos, porque
ellos mismos no los tienen.

¿cómo acaso personas que aisladamente no tienen poderes ni derechos soberanos, pueden
individualmente conferir poderes y derechos soberanos?
Resulta, entonces, que los individuos de un pueblo no son soberanos, porque no son ni pueden ser
independientes; pero que según el sistema adoptado, unidos forman el soberano; que por consiguiente
dividida la universalidad, o una fracción de ella, por el mismo principio, se acabo la soberanía; pero sin
embargo, una pequeñísima fracción de esa universalidad, por un incomprensible misterio, forma en las
elecciones la soberanía; por último, que por otro misterio, también la política moderna, los representantes
y apoderados, de individuos dependientes se convierten en soberanos, y en soberanos de sus mismos
representados y poderdantes.

Segundo artículo:

Las ideas de orden, la aplicación al trabajo, el respeto a lo ajeno, el amor de la verdad, el desinterés y celo
de la justicia, la ciencia y las luces, son dotes y cualidades tan raras entre los hombres, que basta poseer
alguna de ellas para distinguirse inmediatamente en cualquier sociedad. Necesario es tener presentes las
desigualdades y diferencias que producen en las voluntades de los individuos que forman cualesquiera
sociedad; de aquí resulta necesariamente esa variedad casi infinita de ideas e inclinaciones, de influencias
y prestigio, de recursos, de poder y de fuerza; elementos todos tan heterogéneos para constituir un solo
cuerpo organizado y compacto. Sin embargo, no hay quien no aspire a la autoridad y el mando, puede
decirse que estas son el solo deseo, la mira universal en que únicamente se uniforman todas las
voluntades. Esas voluntades tan diferentes, tan contrarias, tan enemigas unas de otras, han de hacer una
sola para formar la soberanía. Consecuencias:

● Todos tenemos derecho de sufragar para constituir las autoridades; grandes dificultades presenta desde
luego el medio práctico de recoger el universal sufragio dado que los mismos que se encargan de está
operación importantísima también tienen voto. Suponiendo, aún asi, que estos han de ser honestos y no
cometen fraude alguno, el problema principal yace en que el resultado de la elección lo define la
mayoría de los votantes, y estos suelen corresponderse con los charlatanes, los ignorantes, los necios,
los perversos, que consiguientemente elegiran a alguien afin. Se podría decir que esto no es relevante,
pues las leyes lo arreglarán todo, pero ¿quién dicta las leyes? ¡Las mismas autoridades, magistrados y
funcionarios electos por los necios!

● Por otra parte, se dice que uno es soberano y libre por derecho, mas en realidad se es súbdito y esclavo,
uno manda y obedece, dirige y es dirigido, las autoridades y los gobiernos deben ser la expresión de la
voluntad pero si en contra de ellos alguien se pronuncia es perseguido o fusilado. No es cierto que los
partidarios de la soberanía del pueblo adopten este principio porque estén convencidos de su verdad,
sino examineseles sus dificultades, y notarán que no hay uno que las satisfaga.

Tercer artículo:

Como la fuente de los derechos en las repúblicas constituidas sobre el principio que encabeza el presente
es tan venenosa como ya se ha demostrado, es necesario analizar y reflexionar cuáles son los verdaderos
derechos que tienen los hombres en sociedad.

El hombre, poseído de razón, retrocede siempre sobre sus pasos cuando siente herida su planta en el
camino que lleva; esto explica los movimientos constantes en las formas gubernativas y en los sistemas,
con cuyas alteraciones y modificaciones no procura la sociedad otra cosa que liberarse de los males y
pesares que le abruman.

Dotado el hombre por el creador supremo de derechos y privilegios anexos e indispensables a su


conservación y engrandecimiento, las revueltas de todo género debieron tener lugar desde el momento
mismo en que un celo indiscreto de esos mismos derechos dieron lugar a que vendados los ojos de la
razón, ya no percibamos ésta sino en las sombras. No vemos con claridad nuestros derechos, pero aun asi
tendemos y corremos a ellos. Nos hemos lanzado al sistema federal precipitadamente, creyendo que
nuestros derechos se hallarían al cubierto de todo ataque, cuando no fue asi. Es preciso averiguar si los
derechos de libertad e igualdad tras los que hemos corrido tanto tiempo sin fruto alguno existen para
todos de la misma suerte.

● Toda soberanía que menoscabe y ataque los derechos individuales con que el Creador supremo dota y
enriquece al hombre, es un poder ilegal.

● Toda soberanía que carezca de la fuerza bastante para proteger aquellos derechos, es un poder
imperfecto.

● Toda soberanía que, por su propia esencia, no tenga por objeto contener los derechos individuales en
los límites que les prescribiera el Autor, es una soberanía destructora.

La soberanía, pues, debe ser un poder que respete a los derechos individuales, que los custodie y los
contenga con igual fuerza. Es menester reconocer aquellos derechos para poder saber si una soberanía es
justa, útil, y poderosa.

Cuarto artículo

El monstruoso principio de la soberania popular supone a los hombres concurriendo cada uno con una
parte de sus propios y privativos derechos a la formación de la soberania y poder; mas después de
edificada la soberania o poder supremo, reiteran y recobran nuevamente en toda su integridad sus
derechos individuales todos los ciudadanos.

La soberanía, poder supremo, permanece íntegro, completo, y compuesto de los derechos individuales,
aunque los individuos dueños de tales compuestos,los extraigan también íntegramente.

Dificultad: las prerrogativas y facultades que las constituciones contienen y acuerdan al ciudadano, ¿son
verdaderos derechos porque ellas los conceden, o lo eran desde antes que las constituciones los declarasen
como tales?

Si lo primero, entonces los ciudadanos carecían de derechos al momento de nombrar a los diputados que
formaron su Constitución, y por ende está carece de valor alguno.

Si lo segundo, ¿cómo, cuándo, y de quien los adquirieron? Se podrá decir que aquellos derechos le son
innatos, y al reunirse en estado social, son los que se le reconocen en la Constitución, convirtiendose en
derechos civiles. Aun asi, el derecho supone deber; y si el hombre no tenia de quien exigirlo, en el estado
de naturaleza, ¿qué derechos podía adquirir? ¿sobre quién los ejercia? Pero lo suponemos ya en sociedad,
la cual le otorgaría o no esos que llama sus derechos. Aqui no hay medio, o el hombre nace en sociedad, y
entonces si tiene derechos son los que la ley le concede, o fuera de la sociedad, y entonces ningunos tiene,
porque derecho, en la acepcion de que traramos, no puede haberlo donde no se pueda encontrar el deber.

Es necesario no confundir el derecho como código, colección de leyes, con el derecho como acción para
excluir a otro cualquiera de la tenencia de alguna cosa. Dios desde que creó al hombre imprimió en él el
código de derecho natural; le impone al hombre deberes y obligaciones que debe cumplir dentro y fuera
de sociedad para agradar al Creador. Sin embargo, la existencia del derecho natural no prueba que el
hombre estuviese dotado derechos fuera de sociedad, sino que solo en está puede encontrarlos.

El hombre nace en sociedad y para la sociedad, de la cual depende desde la cuna hasta el sepulcro, como
ya se ha demostrado; porque los deotes y facultades que lo distinguen entre todos los animales, lo
constituyen natural y esencialmente sociable; por eso es que tiene derechos naturalmente.El derecho nos
concede: ir adonde gustemos, de no ser presos ni detenidos sin causa, etc. Todo hombre tiene también la
posibilidad de hacer cuanto le agrade y le convenga, mientras el derecho natural o la ley civil no se lo
impidan; y por eso es ridicula mania de los decantados liberales el intento de engrandecer al hombre y
ecaltar la dignidad del ciudadano con una lista de derechos.

Tan inseparables son las ideas sociedad y hombre y derechos y sociedad que no puede entenderse una sin
la otra.

Es porque el corazon del hombre está lleno de inclinaciones y deseos naturales que se la ha creido dotado
de derechos. En ese falso supuesto se afirma que el hombre en sociedad sacrifica parte de sus derechos,
mas no se reflexiona que nada sacrifica, porque ningún derecho tiene que sacrificar.

No debiera, pues, tratarse en las constituciones de cuáles son los derechos del hombre, porque este al
hacerse una constitucion, ningunos tiene en si mismo, sino la aptitud de hacerse cuanto le convenga y
quiera, y ya se ve que el ciudadano en este sistema es mucho más feliz y libre que aquel del contrato social.
Lo que debiera prevenirse es lo que deba prohibírsele.

TEÓRICO
México, 1848. Hace una crítica demoledora del concepto parlamentarista-deliberativo republicano. Él va a
ser el líder del partido centralista que sancionó la Constitución del 36: ahí él va a mostrar que el problema
no está en una mala aplicación del principio liberal republicano, sino el principio mismo. Lo que muestra
es que, por un lado, tiene razón Sánchez de Tagle, cuando dice que no hay forma de regular el derecho
legítimo de insurrección; pero, sin embargo, al mismo tiempo, tenían razón los opositores cuando
afirmaban que toda constitución presupone ese derecho, porque es justamente en el ejercicio de ese
derecho que se hace manifiesta la capacidad soberana del ciudadano. Así, si sacamos ese derecho, estamos
privando de su base de legitimidad a esa constitución. Por un lado, es necesario que el sujeto renuncie a su
soberanía, porque si no lo hace, si sigue manteniendo sus derechos soberanos, puede levantarse en
cualquier momento. Si la ley la creó él, es una emanación suya, él tiene derecho, entonces, a negar esa ley.
Pero así no hay orden posible. Si el sujeto quiere ser soberano, es necesario que esté dispuesto a
abandonar su soberanía y convertirse en súbdito de la misma. Pero, desde el momento en que lo hace, no
sólo renuncia a sus derechos soberanos, sino que con ello priva de su base de legitimidad a esa misma
constitución, la cual se fundará ahora sobre una soberanía ya inexistente.

La idea de una constitución fundada sobre el principio liberal republicano presupone, pues, el ejercicio
permanente de ese mismo derecho que hace imposible todo orden constitucional. Es decir que eso que
niega la ley, que se coloca por fuera de esta normatividad y destruye la ley, es al mismo tiempo aquello que
se encuentra en su misma base, que constituye también su fundamento último. Con ese derecho, no es
posible ningún orden; pero sin ese derecho, tampoco es posible ningún orden, porque se convierte en
ilegítimo.

El carácter de noción “límite de la soberanía” se traslada ahora a su sucedáneo, que es el de la soberanía


popular. La idea de soberanía popular revela un límite que le es inherente, y frente al cual las doctrinas
pactistas ilustradas ya no van a tener respuesta. Y es llegado a este punto que todo ese discurso entra en
crisis y se va a tener que reconfigurar sobre nuevas bases.

OTRAS FUENTES

(A) En el medio de los conflictos generados por la derrota a manos de Estados Unidos en la década de
1840 y la sublevación de Texas como resultado del principio de la soberanía popular que subvirtió
todas las formas de autoridad. En este contexto, el historiador mexicano rechazó el régimen
republicano por ser el causante de las vejaciones que vivía la nación en aquel entonces y trató de
encontrar una legitimidad alternativa en la cual la concepción de la historia fue el eje de sus
argumentaciones y, conjuntamente, el límite de las mismas porque la historia era percibida como
irrepetible, o sea, no podía alterarse su sentido; pero era la fuente de una posible legitimidad
alternativa, basada en la tradición, frente a los estragos de la soberanía popular. Aquí
encontramos el punto ciego de la construcción teórica en cuestión debido a que, por una parte,
buscaba en la historia los fundamentos de una legitimidad diferente, pero, por otra parte, era una
historia desgarradora y condenada desde su inicio al fracaso. En consecuencia, la historia de la
nación mexicana de Alamán era la historia de su decadencia, que sólo reforzó la concepción
pesimista sobre el futuro de México, porque no podía modificarse su curso.

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