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Alberdi

Botana

Un régimen político es una estructura institucional de posiciones de poder dispuestas en un orden


jerárquico, desde donde se formulan decisiones autoritativas que comprometen a toda la población
perteneciente a una unidad política.

Hay interrogantes a los que un régimen político debe responder: (a) qué vínculo de subordinación
establecerá el poder político con el resto de los sectores de poder presentes en la sociedad, y (b) qué reglas
garantizarán el acceso y el ejercicio del poder político de los futuros gobernantes. La primera cuestión
hace hincapié en la organización y en la distribución del poder, mientras que la segunda refiere al modo
de elección de los gobernantes y los límites que se trazan entre estos y los gobernados.

La estructura institucional de un régimen alberga la realidad del poder y, a su vez, este haz de relaciones
de control que se asienta sobre una constelación de intereses materiales y de valores. Es preciso traducir
aquella madeja de intereses y valores en una creencia compartida que haga las veces de norma habitual
para regular las relaciones de poder. Es decir, se trata de consagrar una fórmula prescriptiva que no solo
busca satisfacer ciertas ideas acerca del régimen mejor adaptado sino que también pretende gratificar
intereses materiales reivindicados por grupos y clases sociales. En una segunda etapa, los actores
procuran traducir las fórmulas prescriptivas en una creencia compartida con respecto a la estructura
institucional del régimen y en un acuerdo acerca de las reglas de sucesión, lo que arroja como resultado
una fórmula operativa, que vincula las expectativas, valores e intereses de los actores con las instituciones
del régimen y las reglas de sucesión.

Un régimen, en efecto, puede ser analizado a través de sus políticas específicas que permiten medir los
resultados de la acción de un grupo gobernante. Se puede observar un régimen político como un orden de
dominación donde algunos tienen el privilegio de fijar metas, elegir medios y alternativas, adjudicar, en
fin, recompensas y sanciones.

Alberdi y su fórmula prescriptiva

Desde los albores de la independencia, los criollos que asumieron la conducción de las antiguas colonias
españolas enfrentaron, en términos teóricos y prácticos, la contradicción entre el principio de legitimidad
de la monarquía hereditaria y el principio de legitimidad de la república electiva. Cuando se quebraron los
vínculos con la corona, los grupos dirigentes asumieron la penosa tarea de construir una legitimidad de
reemplazo.

La fórmula que algunos llamaban republicana y otros demócrata, hacía residir el origen del poder en una
entidad más vasta que las antiguas aristocracias, al mismo tiempo que proponía una operación mucho
más complicada para elegir a los gobernantes que aquella definida por las viejas reglas hereditarias o
burocráticas. Pueblo y elección podían representar los términos de un proyecto de solución posible.

Juan Bautista Alberdi fue el autor de una fórmula prescriptiva que gozó del beneficio de alcanzar una
traducción institucional sancionada por el Congreso Constituyente en 1853. Esta fórmula tuvo la
particularidad de justificar un régimen político en cuanto hace al origen del poder y su programa futuro.
Alberdi sostuvo que los argentinos debían darse una constitución para realizar un determinado proyecto.
Es decir, ese programa constituía un conjunto de metas al que debía dar alcance una nación abierta al
futuro. Se proyectaba en campos tales como la inmigración, la construcción de ferrocarriles, la
colonización de tierras de propiedad nacional, etc. Para alcanzar aquellas metas se deja ver en Alberdi la
intención deliberada de provocar un trasplante cultural (rechazo a la cultura tradicional y toma como
modelo las sociedades europeas industrializadas).

El medio seleccionado para alcanzar aquellas metas es el régimen político. La figura del legislador va
delineando una concepción acerca de la organización y distribución de poder, del modo de elección de los
gobernantes, y de las garantías otorgadas a los gobernados, que procura conciliar los valores igualitarios
de una república abierta a todos, con los valores jerárquicos de una república restrictiva circunscrita a
unos pocos. La piedra de toque de esta fórmula tiene sencillo diseño: funda una capacidad de decisión
dominante para el poder político central; otorga el ejercicio del poder a una minoría privilegiada;
limita la participación política del resto de la población; y asegura a todos los habitantes, sin distinción
de nacionalidad, el máximo de garantías en orden a su actividad civil.

La principal preocupación de Alberdi era la de formar un poder central lo suficientemente fuerte como
para controlar los poderes locales y, a su vez, lo suficientemente flexible como para incorporar a los
antiguos gobernadores de provincias a una unidad. Hay, acá, una tensión entre la necesidad de encontrar
una fórmula concreta de reducción a la unidad y el acuerdo inevitable que conviene establecer con
aquellos que detentan posiciones de poder. Está fusión entre fuerzas contrarias pone en evidencia la idea
que Alberdi forjaba de la organización federal. Federación evoca así un medio adaptado a nuestra
circunstancia histórica para alcanzar una unidad de régimen.

Carácter mixto del gobierno → “consolidable en la unidad de un régimen nacional, pero no indivisible
como quería el congreso de 1826, sino divisible y dividido en gobiernos provinciales limitados”. No hay,
entonces, una ruptura total con el orden tradicional.

Emerge un papel político inédito que habrá de integrar lo nuevo y lo viejo: el control racional de la ley y
los símbolos de dominio y soberanía quebrados desde los tiempos de la independencia. Ese papel
privilegiado es el papel del presidente; la figura monárquica reaparece bajo la faz republicana.

En la fórmula alberdiana, el presidente materializa el poder central, pero no detenta todo el poder ni
tampoco ejerce un dominio irresponsable sobre la sociedad. El dominio irresponsable proviene del
despotismo de uno solo; el gobierno responsable deriva de la legitimidad del presidente investido por una
constitución (“... en vez de dar el despotismo a un hombre, es mejor darlo a la ley”).

El presidente adquiere legitimidad no por su calidad intrínseca de gobernante sino en razón del cargo
superior que él ocupa; transfiere la trayectoria episódica de un gobierno personal a una institución
permanente.

Impedir la tiranía es la finalidad básica del gobierno republicano, y de esa finalidad se deduce la teoría
normativa de las limitaciones del poder: si el poder puede degenerar en despotismo, es preciso prevenir
esa tendencia a la corrupción y para prevenir es necesario encuadrar el ejercicio gubernamental dentro de
límites temporales precisos (la no reelección y la distribución de poderes aparecen como limitaciones
fundamentales concordantes con el argumento republicano).

El problema que surge inevitablemente en el horizonte de una fórmula republicana es el saber quiénes y
bajo qué reglas podrán ejercer el gobierno de la sociedad. Alberdi optó por una posición democrática que
hace derivar el título de legitimidad del gobernante de la elección realizada por el pueblo; no hay
legitimidad para el demócrata si está no deviene del consentimiento popular. El modo de expresión del
consentimiento popular se actualiza mediante alguna forma de representación. Esto arrastra nuevos
riesgos y, consecuentemente, nuevas prevenciones.
Los riesgos pueden surgir de los conflictos entre facciones adversas o de la demagogia del actor con
vocación de representante. Para prevenirlos es necesario mediatizar los modos de elección de los
representantes según la importancia del cargo. Como quiera que fuese, el pueblo es siempre la fuente de la
cual deriva la legitimidad del gobernante. La cuestión reside, entonces, en saber cuáles son las fronteras
que encuadran esa entidad llamada pueblo, quiénes lo componen y quiénes quedan marginados más allá
de sus límites. Habría, a grandes rasgos, dos posibles caminos: (a) el gobierno democrático es obra de un
grupo reducido de personas y solo ellas integran el pueblo donde reside el poder electoral, o (b) ese
conjunto es más abundante en términos cuantitativos de forma que tiende a universalizarse, abarcando
un número cada vez mayor de miembros participantes. El punto de vista alberdiano es, en este sentido,
francamente restrictivo [(a)].

Habrá, entonces, una minoría capacitada para ejercer la libertad política (tomar parte en el gobierno), y el
resto, en cambio, sólo tiene derecho al ejercicio de la libertad civil (adquirir, enajenar, trabajar, navegar,
comerciar, transitar, ejercer toda industria). Esta libertad civil abre entonces la ruta para implantar la
nueva cultura, porque esas garantías traerán inmigración, industria y riquezas.

La fórmula alberdiana, entonces, prescribe la coexistencia de los dos tipos de república federativa: la
república abierta, dada por las libertades civiles, y la república restrictiva. Pero la república abierta es, en
sí, una contradicción dado que no controla sus actos de gobierno; sus integrantes permanecen
marginados en un trasfondo en cuyo centro se recorta un núcleo político capacitado para hacer gobierno y
ejercer control. Está es la república restrictiva, construida sobre el ejercicio de la libertad política: un
espacio cuyos miembros se controlan entre sí, donde prima la voluntad reflexiva de los hombres públicos
naturalmente preparados para tomar sobre sí el manejo de la suerte de todos. La totalidad de la fórmula
alberdiana está dada, entonces, por la conjunción entre república restrictiva y república abierta.

[Alberdi y Tocqueville: la libertad frente al riesgo de la igualdad]

Después de los acontecimientos revolucionarios que tuvieron lugar en Francia y en América del Norte, el
reino de la libertad política y económica podía sufrir la erosión de un movimiento súbito e irresistible: el
movimiento de la igualdad.

Alexis de Tocqueville se percató de que todo el edificio republicano podía temblar en sus cimientos a
medida que un aumento histórico de la igualdad social diera por tierra con las distinciones entre
ciudadanos y habitantes. Fue por ello que el pensador francés sostuvo que la democracia equivale a la
igualdad no significando, como tal, un régimen político sino un estado de naturaleza social que anuncia el
ocaso de la dominación aristocrática.

La igualdad aparece entonces como la regla social a la que, inevitablemente, deberán someterse las
relaciones políticas del futuro. ¿Cómo es posible preservar la libertad y las fronteras entre lo público y lo
privado, en un mundo donde ya no hay rangos tradicionales que distinguen a las clases superiores de las
inferiores? La libertad aparece para Tocqueville como una realidad proveniente del control sociológico
que sobre el Estado ejerce un grupo autónomo cuya independencia, al menos relativa, asegurada sin duda
por la ley, pero más por tradición. En una sociedad igualitaria, la libertad corre riesgo de desaparecer pues
la realidad que se impone es la de un Estado que tiene que lidiar con grupos de más en más uniformes.

Tocqueville propone 3 medidas de la acción política que pueden preservar la libertad: (1)
descentralización de poder expresada en una fórmula federal, (2) una medida de asociación que se
manifiesta mediante las organizaciones voluntarias, y (3) una medida de moderación electoral que se
expresa a través del voto indirecto. Sobre este trípode Tocqueville despliega su teoría del pluralismo
político.
Aquel es un escenario distinto al alberdiano. Para Alberdi la obra del legislador consiste en discriminar
quiénes pertenecen al pueblo soberano y quiénes están excluidos de la ciudadanía política. Para
Tocqueville, la tarea del sociólogo es comprobar el hecho igualitario que hace de los habitantes de una
nueva nación sujetos aptos para constituir un pueblo que manifieste sus intereses por un sufragio
universal. Para Alberdi, el acto discriminatorio tiene como propósito asegurar la calidad del acto electoral.
Tocqueville, en cambio, reconoce que el sufragio universal está consagrado por la ley y la costumbre; sin
embargo, parece ser para él el sufragio indirecto el instrumento de moderación que robustece la calidad
de los gobernantes.

Fragmento preliminar para el estudio del derecho (apuntes de práctico)

El texto es de 1837, fue escrito en el contexto del segundo gobierno de Rosas.

Alberdi formaba parte en ese entonces de lo que se conoció como “la generación del 77”, grupo formado
por jóvenes intelectuales cuya gran preocupación era dirimir el enfrentamiento entre unitarios y federales
para sentar las bases para la constitución de una nación (entendida como organismo social).

Así como los organismo tienen vida, también las naciones. Y así como la vida en un organismo pasa por el
desarrollo del mismo, lo mismo sucede con una nación. Está contiene en sí los principios (gérmenes) de
su propio desarrollo (concepto romántico de “nación” que se opone al de Moreno, para quien en el origen
de un nuevo orden lo que hay no son principios auto constitutivos sino vacíos legales y reales).

La nación como organismo es una entidad compleja; abarca múltiples elementos (el económico, el
cultural, el filosófico, el político, etc). Estos elementos que forman parte de la nación también tienen vida,
es decir que también se encuentran en un despliegue continuo y armónico uno con otro). Dentro de estos
elementos, Alberdi caracteriza con mayor énfasis el derecho, al cual concibe como un elemento vivo y
continuamente progresivo de la vida social y no ya como un mero conjunto de leyes. Se debe estudiar el
derecho en el funcionamiento mismo de la vida social (las leyes son solo una imagen imperfecta). Hay,
entonces, dos dimensiones que se encuentran separadas: la del derecho, y la de las leyes.

Conocer la ley no es conocer sus palabras sino su espíritu, y este no es otro sino la razón. Los principios
sobre los cuales se apoyan los despliegues de los elementos son racionales. La razón es conceptualizada
como siendo una y eterna, pero al igual que el sol, baña a cada sociedad de manera distinta (Alberdi
realiza esta analogía para justificar la diversidad de regímenes políticos). Está razón de las leyes no es
simple, no está al alcance de todo el mundo. ¿De quién si? De la filosofía. (Alberdi está erigiéndose como
capaz de comprender la razón de las leyes; en palabras de Skinner, Alberdi está construyendo su lugar de
enunciación y embistiendo de poder).

En el segundo apartado, Alberdi aclara que lo dicho sobre el derecho en tanto elemento de la nación resulta válido
para todos los otros elementos, aunque sus modos de desarrollo no son nunca idénticos, pues la naturaleza no se
plagia a sí misma, no existen dos cosas idénticas bajo el sol. → los principios son universales, las formas son
nacionales.

La “misión” de Alberdi y su generación es culminar con un proceso de emancipación que comenzó con
armas y debía continuar con inteligencia. Para Alberdi, es condición necesaria de posibilidad de la
libertad, la razón. Solo conociendo el desenvolvimiento de la razón es que una nación podría “bastarse a sí
misma” (ser libre), y ese conocimiento se adquiere mediante inteligencia. Antes del conocimiento de la
razón, solo hay instinto, con ese conocimiento es que llega la civilización. “Nuestros padres nos han dado
la independencia material, queda en nosotros consumar la emancipación por la inteligencia”. Pero está no
brota de un sablazo, se adquiere paulatinamente. “Serán nuestros nietos quienes vean los frutos de
nuestra acción.
Aparece la contraposición entre la figura del desinteresado (quienes actúan en favor de la patria) y la
figura del egoísta (quienes actúan siguiendo sus propios intereses y no el de la patria, es decir, los
unitarios).

Críticas a los unitarios: (a) importan ideas extranjeras que no son naturales al espacio y tiempo, y (b) las
importan siguiendo su propio interés.

Palti

El romanticismo es un movimiento de ideas que en América Latina tuvo su centro en el Río de la Plata,
con un grupo de pensadores por demás influyentes, como Alberdi, Sarmiento, y Echeverría entre otros,
conocidos como “la generación del 77”, cuyo intento por explicar el fenómeno rosista será lo que
subyaga a las obras más importantes de la generación.

El romanticismo, a groso modo, fue una reacción contra el pensamiento ilustrado. Mientras este va a estar
identificado con los valores cosmopolitas, democráticos, y los fundamentos racionales, al romanticismo se
lo va a identificar con una reacción irracionalista, nacionalista, normalmente antidemocrática. Según una
fórmula de un filósofo argentino, Alberini, la Generación del 77 era “historicista en los medios, e ilustrada
en los fines”, dando a entender que los miembros de la Generación del 77 adherían a los valores
democráticos de la ilustración pero cuestionaban a la generación ilustrada por no ser conscientes de la
necesidad de adecuar esos principios racionales a las particularidades de la sociedad rioplatense.

Sin embargo, aquella es una lectura llana y elemental de lo que en verdad fue el movimiento
historicista/romántico de la Generación del 77. El pensamiento romántico va a operar una escisión sobre
la matriz ilustrada de pensamiento, una distinción entre dos niveles de realidad: uno sería la
superficie visible de los fenómenos, y otro aquellos principios invisibles que le subyacen y que producen
esos fenómenos. Lo que se proponía la ilustración era captar el orden subyacente del universo a partir de
comparar los objetos y series; el romanticismo va a volver a la vieja idea de las signaturas: por detrás de
los fenómenos visibles existirían ciertas fuerzas ocultas que son las que generan y producen esas formas;
lo que se trata es de traspasar la superficie visible de los fenómenos para accedera esos principios
invisibles que les subyacen.

El pensamiento romántico se propone acceder a ese misterio del momento del origen: cómo se
constituyó ese orden, como surgió. Es eso lo que se designa con el concepto de “vida”: el momento del
origen. Lo que distinguiría ahora a los seres animados de los inanimados es esta capacidad de
autogeneración y autotransformación. El fenómeno de la vida designa a esa capacidad de los seres
de autogenerarse. El orden no remite ya a una causa anterior incognoscible sino a un sistema
perfectamente autocontenido, que se constituye y se transforma a sí mismo. Esto permite conciliar la idea
de cambio y de orden. Para la ilustración, la posibilidad de pensar el orden suponía la necesidad de excluir
el cambio, porque el cambio supondría una intervención arbitraria desde afuera de la propia historia. La
idea evolucionista, que se distingue de la idea de progreso de la ilustración, permite pensar cómo los seres
tienen esa fuerza inmanente que les permite desarrollarse, autogenerarse y auto transformarse.

Este principio de autogeneración va a tener connotaciones ético-ideológicas; el concepto de “libertad”, por


ejemplo, va a pasar a la idea de autodeterminación del sujeto, es decir que el sujeto contiene dentro de sí
sus propias capacidades de desarrollo y formación. Esto también aparece en la concepción organicista
de las sociedades, de las naciones, de las culturas, que están ahora relacionadas con una concepción
teleológica: cada cultura y nación tiene dentro de sí aquellas fuerzas normativas inherentes que le
permiten desarrollarse históricamente. El desarrollo evolutivo de aquellas sólo podrían entenderse en la
medida en que accedemos a cuáles son esos fines en base a los cuales se orienta el proceso de desarrollo.
Volviendo a la antinomia ilustración/romanticismo, más que una negación de la ilustración, toda
reflexión del romanticismo busca empezar donde termina el pensamiento ilustrado. Por ejemplo, en el
plano político, ¿por qué ciertos sujetos pueden pactar entre sí y otros no? ¿qué es lo que habilita a
determinados seres a hacerlo y los identifica como constituyendo una nación o un pueblo? El
pensamiento ilustrado no podía explicar por qué si todos somos individuos iguales, genéricos,
homogéneos, ciertos seres constituyen una comunidad y otros no. Esto es lo que se propone explicar el
romanticismo: no niega la idea de pacto social, pero se propone explicar por qué ciertos sujetos pactan
entre sí. Es acá donde aparece el concepto de historia: lo que identifica a una determinada comunidad o
un determinado pueblo es su historia, su pasado, su cultura a través de los siglos.

La antinomia ilustración/romanticismo según la cual se articuló toda la lectura del pensamiento de la


Generación del 77, en el contexto del Río de la Plata, va a trazar un paralelismo con la antinomia entre
unitarios y federales: la ilustración va a identificarse con el unitarismo mientras que el romanticismo con
el federalismo. Pero ni los historicistas negaban los principios racionales ni los iluministas negaban que
esos principios racionales debieran adecuarse a la realidad (como le dijo Varela a J.M. Gutiérrez sobre
Sastre). Así y todo, el quiebre fundamental está dado en el cambio radical de los conceptos de historia,
naturaleza y sociedad, es decir del lenguaje político de cada movimiento.

[Alberdi - fragmento preliminar]

Sigue los postulados historicistas; dice que hay una lógica inscrita en el propio desarrollo
objetivo de los acontecimientos, así como una racionalidad que es la que ordena los
acontecimientos en un determinado sentido evolutivo. De lo que se trata es de acceder a cuál es
la lógica inscrita en la propia marcha de los acontecimientos. “La lógica de los pueblos se desarrolla con
lógica admirable”. Es por eso que atribuir la situación del momento, es decir el surgimiento de Rosas, a
meros accidentes es no comprender la realidad de los hechos.

“Nuestra situación es, a nuestro modo de ver, normal, dialéctica, lógica. Se veía venir. Era inevitable”.
Está afirmación de Alberdi va a ser interpretada como una clara defensa al régimen rosista. “Hemos
pedido, pues, a la filosofía, una explicación del vigor gigantesco del poder actual. La hemos podido
encontrar en su carácter representativo. En efecto, todo poder que no es expresión de su pueblo, cae. El
pueblo es siempre más fuerte que todos los poderes.”. Más adelante incluso dice: “El señor Rosas
considerado filosóficamente no es un déspota que duerme sobre bayonetas mercenarias, es un
representante que descansa sobre la buena fe y el corazón de su pueblo”.

Este concepto historicista de una lógica de desarrollo histórico vendría a legitimar el


régimen existente: si existe, es porque es racional, representativo, tiene una lógica. No se puede
impugnar la realidad del poder rosista: la fuerza del poder rosista deviene de encarnar la voluntad
general. Sin embargo, a esta lectura se puede oponer una lectura opuesta, en tanto Alberdi va a oponer la
razón absoluta por sobre la voluntad general. “Superior a la voluntad, principio divino, origen único de
todo poder legítimo en la tierra” (hablando de la razón). Y concluye: “Así el pueblo no es soberano sino de
lo justo”. La voluntad general no es en sí misma principio de legitimación, sino solo en la medida en que
se adecúa a ciertos principios racionales que son objetivos, eternos, y que ninguna verdad puede torcer.

Se ha pensado que ambas interpretaciones opuestas serían unilaterales, y para acceder al sentido último
del texto habría que conjugar ambas. Esto arroja una tercera perspectiva: el partido unitario sería acusado
de pretender instaurar formas institucionales basadas en principios democráticos, con los cuales la
Generación del 77 coincidiría, pero sin advertir que esos principios no se corresponden con la realidad de
la sociedad rioplatense. “La realidad es pues, como lo ha dicho Chateaubriand, la condición futura de la
humanidad, y del pueblo. Pero adviértase que es la futura, y que el modo de que no sea futura, ni
presente, es empeñarse en que sea presente.”
Está primer lectura, si bien plausible, es básica y poco problemática. En primer lugar, la ambigüedad
ideológica de Alberdi no era tal, ni tampoco está incurriendo en un eclecticismo filosófico. Es preciso
distinguir entre el plano ideológico y el filosófico, la oposición federalismo/unitarismo y la oposición
ilustración/historicismo. Estas antinomias no funcionan siempre en paralelo. Volviendo a la supuesta
ambigüedad ideológica, está resulta falsa dado que, como se mencionó antes, Alberdi se mantiene fiel a
los postulados historicistas aún cuando dice que hay que orientarse con la razón pues (nuevamente) ni los
historicistas negaban el uso de la razón ni los iluministas la necesidad de adecuarse a las distintas
realidades locales. No quiere decir que no haya distinciones entre el historicismo y la ilustración.

El verdadero problema para el historicismo no es que se trate de adecuar los principios racionales
a la realidad local, sino que la idea de adecuar los principios racionales a la realidad local presupone ya
cierta distinción entre ambos, que es justamente lo que el historicismo pretende negar. No existen, para el
romanticismo, fines racionales desprendidos de la propia realidad; los fines surgen en los propios
procesos evolutivos históricos: no existe una razón que los pueda determinar “desde afuera”. Habría un
vínculo interno entre voluntad general y razón absoluta, siendo que no podrían desprenderse la
una de la otra sin destruirse. Es decir, la voluntad general sólo se constituye como tal en la medida en que
se asiente en un fundamento racional, e inversamente la razón absoluta sólo se articula y se hace
manifiesta cuando es invocada por la voluntad general. Está síntesis entre ámbos términos es, para
Alberdi, la razón colectiva, que es aquello a lo que remite la soberanía popular (razón colectiva/popular
= soberanía popular).

La razón colectiva, a diferencia de la razón absoluta, no es una pura racionalidad lógica y abstracta, sino
que es esa racionalidad histórica en la que se encuentra encarnada la voluntad general. La voluntad
general, por su parte, solo se constituye como tal en la medida en que se orienta hacia valores racionales.
Desprendida de aquellos valores racionales, se reduce a una mera voluntad popular (apetitos y
aspiraciones inmediatas del pueblo).

De esta matriz de pensamiento va a surgir un problema: cómo distinguir la voluntad general de la


voluntad colectiva. Eventualmente un gobierno podría contar con el favor popular, pero no ser
necesariamente legítimo, porque cuenta con el apoyo de la voluntad colectiva, pero no es expresión
verdadera de la voluntad general si no encarna un principio racional al mismo tiempo. El problema es,
entonces, cómo saber cuál es la verdadera voluntad general, que no debe confundirse con las expresiones
de voluntad de los propios sujetos. Alberdi quedará atrapado en un círculo argumentativo: solo puede
distinguirse la voluntad general en la medida en se invoca a la razón, pero sólo puede reconocerse esa
razón cuando se expresa y se manifiesta en la voluntad general.

Está matriz permite realizar una primera distinción: no necesariamente se sostiene el paralelismo entre
ilustración/romanticismo y unitarios/federales. El error de los unitarios no sería ya el encarnar
valores racionales desconociendo los medios históricos, sino de haber encarnado una razón abstracta; en
la medida en que se desprende de la voluntad, la razón que encarna el unitarismo no es esa razón colectiva
hacia la cual se orientan. Una vez que la razón absoluta y la voluntad general rompen ese vínculo interno
que los constituye en una verdadera razón colectiva, esa razón absoluta se convierte en una razón
abstracta.

Alberdi está realizando una crítica historicista a la razón de los unitarios, e inversamente una
crítica racionalista al federalismo en la medida en que invoca a la voluntad general, pero
desprendida de la razón absoluta, se convierte en una mera voluntad popular. Luego realiza una crítica
racionalista el racionalismo unitario, y a su vez una crítica historicista del historicismo
federal.
Entre las motivaciones humanas, Alberdi distingue dos principios generales: el egoísmo y la moral, es
decir, la búsqueda del bien personal y del bien absoluto. Está oposición Alberdi la resuelve apelando a la
astucia de la razón: el bien universal utiliza las inclinaciones egoístas de los hombres para alcanzar sus
propios fines. Entonces, el gran problema de los unitarios es que pierden de vista está distinción, y
terminan no solo reduciendo la razón absoluta a una serie de principios racionales abstractos, sino que
van a terminar confundiendo estos con sus propios intereses particulares. Es decir, han degradado la
razón abstracta a una mera razón individual.

Por otro lado, el historicismo federal recibirá su crítica historicista. Aún cuando determinado régimen se
justifica históricamente, eventualmente su racionalidad puede caer. En un momento determinado, un
determinado régimen puede aparecer como necesario a la marcha de la historia; pero esa misma marcha
de la historia hace que aquellos principios que en algún momento fueron racionales considerados
históricamente caduquen y se vuelvan obsoletos. Hay una cierta idea de relatividad de los medios.

Es por demás importante comprender de forma correcta el desglose del texto alberguista dado que de lo
contrario, se puede llegar a lecturas erradas del mismo, como es el caso de Ricardo Grinberg. En su
interpretación, al comparar la estructura de la obra de Alberdi con el montaje de una tragedia griega,
identifica a Rosas con la razón individual, y a los unitarios con una razón colectiva carente de un
fundamento cierto en la realidad. Si se sigue esta lectura, Alberdi estaría justificando el tiranicidio cuando
dice que “Si alguna vez se viesen en lucha la razón general con la razón individual, si la vida de un
individuo fuese incompatible con la de un pueblo por uno de aquellos fenómenos de que la historia no
escasea, me parece que el sacrificio de esa individualidad sería, pues, si puedo hablar así, una justa
injusticia”.

Sin embargo, lo que Alberdi estaba diciendo originalmente era que Rosas, razón general, tenía derecho a
perseguir a los opositores, razón individual, es decir se pregunta si el Estado puede sacrificar a un
individuo en nombre del bien general; en principio, Alberdi dirá que no, pero en algunos casos se justifica.
No hay ninguna ambigüedad en el texto, se trata de una obra pro rosista. Si tenemos eso en mente, puede
resultar sorprendente el rechazo que el texto tuvo entre los rosistas. Para entender este hecho, no alcanza
ya con comprender la estructura argumentativa del mismo, sino que hay que acceder a la dimensión
performativa del texto.

Lo que plantea Alberdi, llanamente, es que el poder de Rosas, el fenómeno rosista, es legítimo porque
responde a la lógica subyacente de un momento histórico determinado, pero más allá que el juicio del
autor fuese favorable a Rosas, no sólo da a entender que aquello puede dejar de ser así (si cambia la lógica
en algún momento histórico venidero), sino que Alberdi y su generación se están erigiendo en jueces de la
legitimidad de Rosas. El problema no es lo que se está diciendo sino lo que se está haciendo, y Rosas no
estaba dispuesto a someterse a juicio de los jóvenes de la Generación del 77. Lo que subyace y no logra
resolverse es el vínculo entre una elite intelectual y un poder fáctico que no acepta someterse a dictámenes
de aquellos auto erigidos voceros de la razón.

Durante su exilio, para la Historia de las Ideas Alberdi realiza un giro a la oposición que deviene en un
vuelco hacia el iluminismo. Sin embargo, esto no es del todo cierto: el giro a la oposición le va a permitir
desprenderse de las ambigüedades que aparecen en el Fragmento y alinearse más claramente en un
universo romántico del pensamiento. En su exilio, Alberdi se va a aferrar aún más al principio historicista
que indicaría que en la medida en que Rosas ha dejado de ser una expresión de la razón, su caída resulta
inminente e inevitable.

Los cambios de opinión ideológica no suponen cambios a nivel conceptual. Alberdi cambia sus ideas, pero
no por eso altera el lenguaje político que está utilizando; simplemente readecua su lenguaje político a la
nueva realidad y, de alguna manera, se vuelve más coherente que antes. “Rosas no es más que un gigante
de papel que no asusta sino porque está pintado con sangre”→ pasó a ser un fenómeno sin sustancia histórica
real. Y de hecho, parecía dar cuenta de lo que estaba pasando con los múltiples levantamientos en su contra. Aún
así, llega el año ‘42 y la caída de Rosas no sucede, lo cual plantea un problema conceptual para el pensamiento
historicista: Rosas no es racional, y sin embargo es real. Lo que demuestra este hecho es que el Río de la Plata está
situado fuera de la lógica de la historia y de sus leyes evolutivas.

Sarmiento

La primera aparición de la fórmula “civilización y barbarie” aparece en el año 40, durante el exilio de
Sarmiento en Chile. En los artículos periodísticos donde él va comentando las noticias que van llegando
del Río de la Plata, se puede rastrear cuál es el contexto de aquella enunciación. Lo que Sarmiento
buscaba era contrarrestar el pesimismo en el que habían caído los opositores de Rosas, probándose a
aquellos que empezaban a ver lejana la posibilidad de derrotar a Rosas que en realidad no era así. En el
Río de la Plata lo que ocurre en ese entonces no es una lucha más, una guerra civil como otras tantas que
se habían dado en la historia (por ejemplo, lucha entre liberales y conservadores en Europa). En los
márgenes del mundo civilizado, donde la historia limita con aquello que lo niega, con la barbarie, con la
naturaleza, el triunfo sólo puede corresponder a la fuerza de la civilización, porque la barbarie no es un
principio histórico, es la negación misma de la historia; tarde o temprano, la que se impondrá sobre la
barbarie es la civilización, no hay lugar para un triunfo de la barbarie. Así, la historia es entendida como
aquel proceso de síntesis donde lo único que cumple un rol activo es el polo civilizado de la antinomia,
nunca el bárbaro.

Sin embargo, para el año 41, lo que Sarmiento pensaba como imposible, finalmente ha de ocurrir (tras las
derrotas de Lavalle y Paz cambia el panorama). Acepta, entonces, que el poder de Rosas es inconmovible,
lo cual produce una torsión en su discurso por el cual la fórmula “civilización y barbarie” termina
sirviendo de marco explicativo para aquello que esa fórmula en un principio excluía como posibilidad: la
idea de un triunfo de la barbarie.

El gran misterio que preside la elaboración de Facundo, es precisamente ¿cómo entender a Rosas? Es acá
donde Sarmiento se distingue del resto de la Generación del 77: por un lado, va a aceptar efectivamente
que el poder de Rosas es inconmovible, absolutamente real, pero por otro que es completamente
irracional. La paradoja que presenta la figura de Rosas es que en el Río de la Plata se da efectivamente una
lucha entre civilización y barbarie. ¿Cómo puede ser que la barbarie se termine imponiendo a la
civilización? El Facundo, de alguna forma, trata de descubrir este nuevo fenómeno.

Para designar aquello que no tiene nombre, el autor apela a un método oblicuo: para explicar a Rosas,
escribe un libro sobre Facundo, dado que es en él que se expresa “la vida argentina tal como la han hecho
la colonización y las particularidades del terreno; expresión fiel de una manera de ser de un pueblo, de
sus preocupaciones e instintos”. Así, el caudillismo encarna esa forma particular de sociabilidad en el
Río de la Plata, no es más que una expresión de su medio.

La paradoja que se plantea para Sarmiento es cómo este hombre que sólo es manifestación pasiva de su
entorno, que no es fuerza creadora que pudiera transformar y humanizar el medio social, se convierte en
principio histórico. Quiroga, si bien es un caudillo, no es uno más, presenta una particularidad: sale de su
provincia para convertirse en un líder político a nivel nacional. “Toda la vida pública de Quiroga me
parece resumida en esos datos. Veo en ellos el grande hombre”. ¿Cómo, entonces, este individuo pre-
social pudo cobrar sentido histórico?

Sarmiento señala que toda realidad contiene dentro de sí el germen de la contradicción. En el caso de las
grandes ciudades, es la lucha entre liberales y conservadores. En el Río de la Plata, esa contradicción
aflora en la lucha entre federalismo y unitarismo. En medio de ese antagonismo, uno de los dos bandos en
disputa va a apelar en su apoyo a una fuerza extraña a la civilización que va a introducirse en la ciudad y
terminar metiéndola (la civilización actualiza a la barbarie).

Segunda parte: la “guerra social”

La segunda parte del texto, que relata la guerra social, presenta un cambio de estilo literario. Mientras en
la primera parte predomina un estilo descriptivo (del medio geográfico, por ejemplo), en este segundo
tramo prima la narración. Es acá donde la historia cobra un giro particular: emerge la figura de Facundo
Quiroga, primer y único caso de un caudillo que se anima a salir de las fronteras de su provincia,
elevándose así por encima del mero rol de caudillo provincial, para convertirse en líder a nivel nacional.
Sin embargo, sigue siendo un caudillo, por lo que nunca llega a instaurar un orden político. Cómo
Facundo es un caudillo bárbaro, reflejo fiel y pasivo de su medio, cuando llega a Buenos Aires
inmediatamente se civiliza, y cuando vuelve a la campaña, se vuelve de nuevo bárbaro.

Para Sarmiento, Facundo personifica el proceso histórico que condujo al poder rosista, pero aún algo
mucho más importante que eso: cómo puede ser que haya un caudillo en las ciudades, lo que es
justamente inconcebible en la figura de Rosas. Facundo es lo que conduce a Rosas, pero nunca llega a él;
por eso debe morir. Lo que trata de hacer el autor mediante esta obra, apelando a la figura de Quiroga, no
es responder el misterio que encierra Rosas, sino explicar aquel misterio como misterio mismo. Rosas
solo puede ser descrito a través de oximorones, es el “legislador de la civilización tártara”. En última
instancia, lo que le da la potencia dramática al texto no es el haber resuelto el enigma que representa
Rosas, sino justamente lo contrario: su propio fracaso en dar una respuesta política al fenómeno rosista se
convierte en la base de está productividad estético-literaria del texto. Sin embargo, Sarmiento no acepta
completamente esa conclusión, e introduce una tercera parte en donde diseña un plan político para
derrocar a Rosas.

Tercera parte

Este agregado posterior presenta algunos problemas, dado que no hay una secuencia lógica entre lo que
afirma en la segunda parte, el relato que hace de la guerra civil, y la conclusión que pretende extraer de la
tercera parte, tal como le señala Valentín Alsina en sus comentarios al Facundo. En está sección,
Sarmiento ofrece un sofisticado argumento que trata de mostrar cómo es que una vez que Rosas destruye
todo, termina así socavando las bases de su propio poder, en tanto se forma un amplio frente opositor
unido por el odio hacia él (se dirá que incluso hasta los propios mazorqueros se unirán contra Rosas).
Donde se revela más claramente la carencia de lógica que atraviesa este agregado, es en la ausencia de un
referente de la civilización: quién es aquél que derrocará a Rosas. Sarmiento apela a la providencia. No se
recurre a la figura de Paz como polo oponente a Rosas dado que si bien puede derrotar a Facundo (ambos
expresan tendencias centralizadoras provenientes del polo bárbaro y del polo civilizado, por lo que la
victoria de Paz resulta necesaria), no puede ya hacer frente a este fenómeno inédito que representa una
síntesis entre civilización y barbarie.

Ese desequilibrio en la obra permite explicar por qué se termina imponiendo en el Río de la Plata la
barbarie sobre la civilización, y permite mostrar este fenómeno inaudito, que es la figura de Rosas. Lo que
le da fuerza a su relato es mostrar por qué su proyecto político resulta inviable: no hay forma de derrotar a
Rosas, se trata de la existencia de un problema que no logra resolverse.

Sentido del texto

Solo se logra acceder al verdadero sentido del texto cuando se trasciende el plano puro de las ideas. El
Facundo resulta significativo no porque diga algo nuevo sobre cómo conciliar razón e historia, sino
porque trata de un proceso histórico concreto. Es la presencia misma del problema irresuelto que obliga a
la Generación del 77, al pensamiento romántico, a forzar el mismo lenguaje con el que operan para tratar
de dar cuenta de una realidad que no parece del todo susceptible de ser conceptualizada en sus términos.
Sólo se puede dar una caracterización aproximada del fenómeno rosista mediante una violentación del
lenguaje, mediante el uso de oximorones.

Terán - Historia de las ideas en la Argentina

La Generación del 77 fue el primer movimiento intelectual animado de un propósito de interpretación de


la realidad argentina que enfatizó la necesidad de construir una identidad nacional. El romanticismo,
matriz de pensamiento de aquel grupo de jóvenes intelectuales, se puede entender didácticamente en
contraste con la ilustración. Donde ésta colocaba como núcleo de intelección de la realidad a la razón
según el modelo de la ciencia físico-matemática, el romanticismo atiende a fenómenos que no forman
parte del ámbito de la racionalidad iluminista, sino que cobra relieve la exploración de los aspectos
considerados irracionales de la conducta humana. El romanticismo entonara la alabanza de una
naturaleza concebida y representada en sus aspectos más sublimes; valorará lo auténtico, lo propio, lo
idiosincrático, es decir lo original, lo distintivo de cada cultura y nación, en contraposición al
cosmopolitismo ilustrado. De hecho, ésta será una crítica de la Generación del 77 a los unitarios, a quienes
reprochan haber sido pura razón y no haber tenido un ojo clavado en las entrañas de su propia realidad
americana.

El pensamiento romántico introduce la noción de que cada nación es una totalidad en sí misma; rompe
con la creencia de una historia unilateral según la cual todas las naciones están condenadas a seguir los
mismos cursos de desarrollo, aquellos ya recorridos por las naciones más avanzadas.

La “misión” de la Generación del 77 será, pues, la de completar en el plano intelectual la revolución que en
el plano material había sido realizada por la generación anterior.

El Facundo

Contexto histórico: en la Argentina de 1845 gobierna Juan Manuel de Rosas, y a causa de su oposición
al régimen, Sarmiento se ha exiliado a Chile. Rosas ha enviado un emisario al país trasandino para
descalificar al sanjuanino. Como respuesta a esos ataque es que Sarmiento escribe el Facundo. Está
respuesta la realiza por entregas, según el género folletinesco. Se dice, entonces, que la causa
inmediata del Facundo es una defensa de carácter político; Sarmiento escribe desde la política y no desde
un lugar de académico o científico. Pero si el Facundo ha pasado a la historia, noe s por su propósito
político, sino porque está defensa asumió la configuración de un ensayo de interpretación histórico-
social.

Género: el género al cual pertenece el Facundo se define como “ensayo”, lo cual abarca una amplia
mezcla de diversos géneros. En el texto sarmientino se halla una narración novelada con formato de
biografía histórica, así como un estudio histórico y social de la Argentina y observaciones del medio
geográfico y cultural.

Objetivo: el objetivo profundo que se plantea el texto es develar el “enigma argentino”, por qué una
revolución de libertad desembocó en el despotismo rosista. Sarmiento propone vislumbrar el hilo que
comunica los hechos, el significado mismo de esa historia.

Retórica: En el Facundo se hallan pasajes en los que se acude a una retórica de carácter romántico como
una especie de “argumentación por la estética”, donde la palabra bella está destinada a obtener el
consenso de los lectores por vía de la sensibilidad; se apela a lo sublime romántico.
Título y subtítulo: FACUNDO o civilización y barbarie. En el subtítulo lo que relaciona a los dos
términos no es una disyunción sino una conjunción. Civilización y barbarie conforman muchas veces
dos estructuras fuertemente diferenciadas, pero cuando se habla de Rosas, lo civilizado y lo bárbaro
aparecen entremezclados. Lo que caracteriza a la Argentina, a ojos de Sarmiento, es precisamente el
encuentro entre ambos elementos y no ya su existencia independiente la una de la otra. En cuanto al
título, el nombre refiere al caudillo riojano Facundo Quiroga, aunque en rigor no se trata en el texto
sarmientino de aquel hombre sino de su personificación; se utiliza una vida concreta para abstraer de
ella sus rasgos esenciales y así construir un tipo. Retornando al modelo del historicismo romántico, esto
conduce a la teoría de los grandes hombres que expresan una época, lo que se relaciona también con
un expresivismo holístico. El romanticismo piensa que una época se manifiesta en determinados
fenómenos, de modo que si comprendemos estos fenómenos particulares comprendemos el todo. Este
expresivismo romántico se manifiesta allí donde el Facundo utiliza el traje del gaucho, por ejemplo, para
dar cuenta de una situación general. Sarmiento selecciona a Facundo Quiroga como expresión de un
aspecto esencial de la realidad argentina de su tiempo: la barbarie.

Civilización: es utilizada dentro de una cadena evolutiva; dentro de un proceso que va del salvajismo a la
civilización, pensando en un curso unilineal de la historia. Cuando Sarmiento utiliza el término, lo hace en
un marco de valoración política: dirá que la civilización es superior a la barbarie, y que es preciso
alcanzar la civilización (su lenguaje adopta un tono prescriptivo).

Tabla de oposiciones binarias: la civilización se identifica con ideas liberales, espíritu europeo,
formas constitucionales, imperio de la ley, y está representada por una minoría culta poseedora de la
Razón y la virtud. La barbarie es igual a lo americano, colonial, a las ideas absolutistas, a la arbitrariedad
del déspota, al mando de los caudillos provinciales. Otra oposición importante es la que se da entre lo
móvil, asociado a la civilización en donde impera la movilidad social y el desplazamiento en el espacio, y lo
inmóvil, a lo bárbaro.

Tensión en el discurso sarmientino: el código romántico valora positivamente lo pasional contra lo


racional, con lo cual Sarmiento queda colocado en la compleja tarea de invertir esa relación para
propugnar su defensa de la civilización (mientras que el romanticismo elogia al hombre rústico, en el
Facundo la valoración se ha invertido en favor de la ciudad).

Análisis del texto: El libro empieza con una advertencia, una cita en francés: “on ne tue point les idées”,
cuya traducción literal sería “las ideas no se matan”, aunque Sarmiento lo traduce como “a los hombres se
degüella; a las ideas, no”. En vez de realizar una traducción literal localiza la cita, la nacionaliza mediante
el uso del concepto de “degollar”. Está es la misma frase que Sarmiento escribió en las paredes del baño
del Zonda, periódico de San Juan mientras huía a su exilio, y que los esbirros no pudieron interpretar. En
esta primera advertencia se está respondiendo a la pregunta de quién escribe, es decir Sarmiento está
construyendo su lugar de enunciación, y se erige como un letrado que forma en las filas de la civilización,
y al mismo tiempo como hermeneuta. Se pone en juego una construcción edipica.

Luego, se abre paso a una introducción, que comienza con una invocación shakespeariana. Es un
recurso literario que se dirige al fantasma de Facundo Quiroga, reforzando la convicción del historicismo
romántico de que un grande hombre encarna una época. Para comprender los hechos, se invoca a
aquella figura que mejor pueda dar cuenta de ellos. Lo que resulta llamativo es que el libro de la
civilización no tiene un héroe de la civilización, por lo que resulta difícil encontrar una vía de resolución
del conflicto hacia una alternativa civilizada. ¿Hay, entonces, dialéctica en el Facundo? Según Elías Palti,
no podría haberla porque en el Facundo no hay héroe de la civilización (siguiendo la línea del
razonamiento fundado en la teoría del grande hombre).
La primera parte (“Aspecto físico de la República Argentina, y caracteres, hábitos e ideas que
engendra”) consta de una pretensión científica de explicar las formaciones sociales y los acontecimientos
históricos apelando a una teoría del medio (según la cual las personas que viven en la llanura son
distintas de las que viven en la montaña, y de las que viven en el mar, etc). Sarmiento debe explicar el
escenario geográfico, el medio en que surge Facundo. Se ofrece una interpretación racional que dé cuenta
de la aparición del caudillismo y de la barbarie en la Argentina a partir del medio, del territorio. La
descripción ofrecida, empero, es tomada de relatos de arrieros, soldados, y viajeros europeos. El autor
decide que prácticamente la Argentina es la pampa: una llanura infinita, un inmenso vacío de habitantes y
de sentido/civilización. Este escenario además es un ámbito económico que corresponde a la cría
extensiva de ganado con la sede en la estancia pastoril. Escenario geográfico y escenario económico
definen un medio inhóspito para la generación del lazo social. Allí no hay sociabilidad; la única
sociabilidad que encuentra es perversa: la de la pulpería, lugar al que la gente va a practicar no virtudes
sino vicios. Este medio geográfico produce un tipo de humano que es el gaucho, y Sarmiento distingue 4
tipos: el cantor, el rastreador, el baqueano, y el gaucho malo (solo este recibe una valoración negativa, y es
justamente este el que se identificará con Rosas).

Segunda parte (“Vida de Juan Facundo Quiroga”): Facundo es descrito, entonces, como un sujeto poseído
por el puro instinto, la pura pasión, resultado inevitable de su medio. Uno de los trazos distintivos de su
carácter distintivo es la falta de cálculo racional, en donde recae la diferencia fundamental con Rosas.

Quiroga entra en conflicto con el caudillo porteño Juan Manuel de Rosas, y en un momento bajará a la
ciudad de Buenos Aires, en donde surgirá un efecto civilizatorio en él (en tanto caudillo, es siempre fiel
reflejo del medio, por ende al llegar a BsAs se vuelve civilizado), y paga por eso el duro precio de la
pérdida de sus instintos. La historia se cierra trágicamente cuando recupera sus impulsos instintivos y
marcha “en coche al muere”.

Se llega, entonces, a la escena de la muerte de Quiroga, donde el libro debía terminar, pero Sarmiento le
agrega un capítulo con su programa para ser implementado una vez derrocado Rosas, programa vaciado
en el molde de las ideas de la Ilustración. En el Facundo lo que impera, entonces, es un romanticismo de
los medios (para entender la realidad con todas sus particularidades locales) y un iluminismo de fines
(para articular de la manera más eficaz los procedimientos destinados a obtener los objetos y valores de la
Ilustración).

Cuestión central del texto: el objetivo del texto no es explicar a Quiroga sino, a través de él, explicar a
Rosas, develar el enigma argentino de por qué y cómo la revolución derivó en el
despotismo. La respuesta figura en el capítulo IV, titulado “Revolución de 1810”. Antes de Mayo había
en lo que era la Argentina dos culturas: la de la ciudad y la del campo. La revolución rompe la cápsula en
el momento en que las ciudades llaman a una “tercera entidad” en su apoyo: las masas rurales. El
movimiento civilizatorio activa el mundo rural y bárbaro. De allí en más se desenvuelve una doble y
simultánea lucha: de los patriotas contra los españoles y de las ciudades contra el campo. Al final del
proceso, la revolución triunfa sobre los realistas, y el campo sobre la ciudad.

Lo que hace Sarmiento es dar cuenta de una “dialéctica involutiva” (Sazbón): lo que se observa en dicha
antítesis es que la barbarie contamina a la civilización. ¿Cuál es el plus, entonces, que agrega Rosas a los
elementos bárbaros de Facundo? La racionalidad, el cálculo racional, elemento civilizado por excelencia.
Es precisamente la racionalidad que Rosas introduce en el proceso lo que violenta la valoración romántica
del instinto y la pasión facundica. En este punto, las simpatías románticas de Sarmiento están en este
nivel de parte del puro instinto de Facundo frente al cálculo frío de Rosas. Rosas es un híbrido de
barbarie y civilización, es precisamente sobre esa mezcla de elementos heterogéneos que Rosas puede
construir su hegemonía.
Rosas logra, al fin, la unificación de la nación. El gobierno rosista acarrea incluso beneficios secundarios;
(a) hizo conocer a la Argentina al mundo, (b) aquellos exiliados vuelven enriquecidos de cultura y saber,
(c) destruye el poder de la campaña, etc. Se trata de una confianza ciega en el curso inexorable del
progreso; está por consiguiente la idea de que Rosas ha hecho el bien sin quererlo ni saberlo. TEORÍA DE
LA ASTUCIA DE LA RAZÓN.

Para quién escribe Sarmiento: hay dos tipos de público, uno virtual (aquel que el libro tiene en mente a
la hora de escribir) y otro real (aquel que efectivamente lee su obra). En cuanto al público virtual,
tenemos que buscarlo en el texto, para encontrar allí términos lexicales, marcas, guiños, que nos brinden
pistas para componer ese público virtual. En este sentido, el Facundo fue escrito para los pares,
para el mundo político e intelectual de las clases dirigentes chilena y argentina, fue escrito también para
presentar la realidad americana ante el público europeo.

Crítica de la Generación del 77 a los unitarios: los unitarios son librescos; son pura razón formal; no
tienen clavado un ojo en las entrañas de la realidad nacional, sino los dos ojos puestos en la realidad
europea.

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