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Jugar está en la base de la cultura. Desde tiempos remotos los hombres cantan,
danzan e inventan juegos de palabras como formas de proyectarse en el
mundo, de comprenderlo y de entrar en situaciones simbólicas compartidas. El
juego está en la base de la infancia y, en el Programa de Educación Inicial: Un
buen comienzo, jugar forma parte de las acciones básicas y recurrentes que
debemos garantizar para todos los niños. Los niños nacen dotados del impulso
por conocer. La curiosidad es un motor del desarrollo y del crecimiento en un
sentido amplio Esa curiosidad innata es el origen del juego: porque necesita
relacionarse con las cosas, explorar, descubrir y construir significados, es que el
niño juega. Jugar es, al principio de la vida, un ejercicio de reconocimiento: el
bebé que sigue con la mirada una sonaja que se sacude produciendo
musicalidades está explorando el sonido y el silencio, los timbres, las melodías,
así como el movimiento que la visión de ese objeto le ofrece. Cuando la
manipule, él hará todos los movimientos posibles para descubrir su
materialidad, sus particularidades e irá creando formatos de juego: se dará
cuenta de que si la golpea fuerte, se producen determinados sonidos; si lo hace
más suave, otros; si deja de moverla, aparece el silencio. Juego, exploración y
descubrimiento están unidos en estas primeras experiencias con los objetos.
Cuando los niños pequeños arrastran sillas, se meten bajo las mesas, giran un
objeto mientras lo miran, hacen en la tierra trazos aleatorios con un dedo de la
mano, su actividad es un juego ligado al conocimiento físico, que les permite
explorar el mundo en el que viven y con el que interactúan, pero, además,
sobre esas propiedades que descubren, los niños despliegan su fantasía.
Cuando la silla se transforma en tren o la mesa en una cueva, entra en juego su
imaginación.