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HISTORIAS MARGINALES – LUIS SEPULVEDA

Son pedazos de vidas destinadas al anonimato, pero recuperadas por el escritor Luis Sepúlveda (Ovalle,
Chile, 1949). Fueron publicadas periódicamente, durante casi dos años, en El País Semanal, La Reppublica,
Frankfurter Allgemeine y Página Doce. Ahora, Seix Barral las ha recuperado en forma de libro y éste se
llama, como la serie, Historias marginales. "Siempre tuve la intención de hacer una suerte de registro de
personajes que nunca entrarán en los textos de historia, pero que para mí son muy decisivos", dice el autor.
Entre ellos, están Un tal Lucas, un argentino que marchó a vivir a la Patagonia cuando los militares se
hicieron con el poder en su país y que luchó para que sus bosques no se convirtieran en un desierto, y los
Cavatori, encargados de obtener el mármol de las canteras de Carrara a pesar de la advertencia que supone
una estadística que indica que los accidentes de trabajo se cobran entre seis y ocho vidas al año. Son sólo
dos ejemplos de un total de 35 historias con un alto componente emotivo. La primera de ellas habla de una
inscripción que el autor encontró en el campo de concentración de Bergen Belsen. Grabada en una piedra,
leyó: "Yo estuve aquí y nadie contará mi historia". "Me puso la piel de gallina...", comenta Sepúlveda. "Ahí
había un llamado terrible para que alguien contara la historia de ese tipo de gente... Gente de la que nadie
se ha ocupado, pero cuyas vidas han sido vividas en nombre de toda la humanidad". A juicio del autor de
Un viejo que leía novelas de amor, "hoy en día no hay nada más marginal que ser una persona decente, con
principios, que se atreva a decir no. Pero, por fortuna, siguen existiendo personas así". Tanto, que ya tiene
pensada otra serie dedicada a ellos que se llamará Santoral laico.

Las páginas de Historias marginales desprenden un aroma de viaje, desde Laponia hasta el Amazonas,
pasando por Alemania, Italia y Madagascar. Exiliado tras el golpe de Estado de Pinochet, Sepúlveda ha
hecho del viaje una forma de vida y la fuente de donde salen los testimonios que aparecen en sus textos. El
escritor se declara viajero tanto por necesidad como por vocación.

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Desde que el chileno Luis Sepúlveda publicara Un viejo que leía novelas de amor su bibliografía, en especial
tras 1994, se ha multiplicado. Cinco libros han aparecido desde aquella fecha, no sé si con deliberada
periodicidad. Al tiempo que, sin duda, se ha convertido en el autor chileno vivo de mayor éxito, sus
campañas ecologistas lo han situado en el vértice de un sector determinante de la literatura
hispanoamericana. Estas Historias marginales que nos ofrece resultan las menos marginales. De los treinta y
cuatro textos que aquí se ofrecen la mitad, al menos, resultan antológicos. Algunos mantienen la estructura
del relato corto, donde el autor se mueve a sus anchas; los más constituyen retazos autobiográficos
elaborados sobre personajes y situaciones que conoció; unos se sitúan en regiones exóticas para el lector
europeo; otros inciden en la realidad próxima. Todos defienden la vida en cualquiera de sus
manifestaciones y la dignidad del hombre. Unos pocos caen en el defecto del propagandista, aunque son
los menos. El autor se rebela contra el texto que un anónimo morador del campo de concentración nazi de
Bergen Belsen grabó en una piedra: “Yo estuve aquí y nadie contará mi historia”. Sepúlveda nos las relata
muy variadas y tan extrañas o maravillosas que hacen bueno el tópico de que la realidad supera la ficción.

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En cierta medida, pese a sus notables diferencias, el mundo de Sepúlveda se inspira en su experiencia,
como el de Bryce Echenique, más íntimo, urbano, aunque también mágico.

La realidad puede resultar tan próxima como la guerra de Yugoslavia, incluso en lo que fuera su paraíso, la
isla de Mali Losinj: “cuando la bestialidad del nacionalismo serbio sacó de los museos la parafernalia chetnik
y la bestialidad del nacionalismo croata se vistió de ustacha” o tan exótica como los paisajes que descubre
en “Tras las huellas de Fitzcarraldo”, donde “sobre los troncos a medio sumergir, las tortugas invitan a la
ociosa contemplación de las veinte mil especies de mariposas de Manú, porque ésta es la tierra de los
colores, y dan fe de ello no sólo las mariposas, sino también la theobroma, una orquídea intensamente roja,
fosforescente al atardecer”. Con su sensibilidad, es capaz de emocionarnos con la muerte del gato Zorbas
en “El amor y la muerte”. De lo que podría haber sido un relato infantil podremos extraer una actitud
moral: “... de nosotros dependía evitarle una muerte atroz y dolorosa, porque el amor no consiste en lograr
la felicidad del ser que amamos, sino también en evitarle sufrimientos y preservar su dignidad”.

El epitafio de Baviera resume toda la emoción y poesía de la historia. Es cierto que algunos de los relatos
navegan entre los meandros de la violencia y la crueldad humana, desde los campos de exterminio nazi
hasta los desaparecidos en Argentina, Uruguay o Chile o la explotación indígena, pero en todas las
evocaciones de los protagonistas aparece una superior dignidad que les redime de su asumida condición de
perdedores. Su tributo a Hemingway dice mucho de la naturaleza de su labor creadora e incluso de su estilo
directo y, a la vez, cuidado hasta el mínimo detalle, delicado en el uso de una afinada expresividad.
Defensor de los bosques y de las selvas, de las escasas ballenas mediterráneas, de los renos, de una Asturias
idílica -que entendió y en la que trabajó-, los textos del chileno nos llevan de un tiempo a otro, de un exilio
a otro, de una tragedia a otra sin abandonar la sonrisa.

Pero, también, partiendo de una breve historia, por ejemplo, en “El señor Nadie”, y de un pasado, en
menos de dos páginas lanza una de las más duras requisitorias contra el neonazismo y el racismo que
invaden Europa. Descubriremos, asimismo, referencias literarias. Alguna hoy tan infrecuente como la
mención de la clásica novela de Jorge Icaza, Huasipungo, clave de la novela indigenista de los años 30,
donde se denunció la explotación del indio ecuatoriano. Sepúlveda escribe: “Estuve por vez primera en
Ecuador en 1997 y la realidad seguía siendo la misma descrita por Icaza; gentes sin derechos, gentes sin
recursos, gentes sin otro amparo que la noche fría y silenciosa, porque la oscuridad les permitía contarse
los anhelos y los sueños” (“Un hombre llamado Vidal”). Un hilo conductor estilístico e ideológico sirve para
que el lector no consiga dejar de lado una sola historia. Los testimonios integrados en el río de su existencia
son desgarradores ya se sitúen en Moscú o en el Amazonas. Sepúlveda sabe convertirse en moralista. éste
es el destino, lo quieran o no, de los escritores verdaderamente grandes.

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Recopilación de artículos publicados en diferentes épocas, que ha reunido bajo el significativo título de
Historias marginales. Son un sinfín de historias cercanas o no tan cercanas, de autenticidades
desasosegantes o no tan desasosegante, y de descripciones fabulescas o no tan fabulescas, pero todas ellas
con un denominador común: la convicción de que detrás del aspecto de un hombre sencillo, siempre se

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encuentra una gran semblanza que contar. Historias marginales resalta su compromiso con los más
vulnerables, y por extensión con la naturaleza. Luis Sepúlveda nos habla de Francisco Coloane, como el
autor chileno, de Aurora Sützkever, poeta judío de incierto nombre y destino, de Simon Von Utrecht, pirata
que asoló el Elba hacia el año de mil cuatrocientos, de Vidal Sánchez, sindicalista en Ecuador empeñado en
poner en marcha una cooperativa, de los caratori, trabajadores de las canteras italianos cuyas vidas lejos de
la belleza que se les supone, están irremediablemente unidas a la tragedia, y en definitiva de todo un
cúmulo de perdedores que posiblemente nunca hubieran supuesto que un buen día sus vidas se iban a
convertir en recurso literario. Mitad relatos mágicos, mitad realidades ocultas, lo cierto es que las historias
que nos propone Luis Sepúlveda nunca pasan desapercibidas ante nuestros ojos de lector. Quizás porque
nuestra propia existencia se encuentra rodeada de valerosos protagonistas como los que en ellas se nos
narran, y al igual que ellos, tampoco nosotros nunca podremos sospechar que alguien en algún lugar del
planeta, se encuentra en estos precisos instantes redactando nuestra propia miseria.

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