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“Como un niño destetado”1

Pierre Prigent2, en su comentario del Apocalipsis,


destaca que hay un versículo tan bello e incisivo
que hace que a los exégetas se les caigan de las
manos los sofisticados instrumentos de su análisis
para dejar espacio a la pureza del texto. Es un
cuadro colocado como colofón de la última de las
siete cartas que abren ese libro bíblico, dirigida a la
iglesia de Laodicea, en Asia Menor. Parece el retrato
de muchas comunidades cristianas contemporáneas, pero también de la sociedad en la que
estamos inmersos. En efecto, ella enarbola la bandera gris de la tibieza, de la superficialidad,
de la mediocridad, de la banalidad, alejada como está tanto del ardor llameante del bien y del
amor como de la trágica conciencia del hielo del mal. No es inmoral, sino amoral. Y es por eso
por lo que el índice levantado por Cristo es terrible en la acusación: «Conozco tu
comportamiento; no eres ni frío ni caliente, y más te valdría ser una cosa o la otra. ¡Pero solo
eres tibio! No eres ni frío ni caliente, y por eso voy a vomitarte de mi boca» (Ap 3,15-16).
Sin embargo, al final de la carta esta náusea parece desaparecer y encontramos la escena a la
que nos referíamos; «Estoy llamando a la puerta. Si alguno oye mi voz y abre la puerta,
entraré en su casa y cenare en su compañía» (Ap 3,20). Cristo, por consiguiente, pasa por las
calles del mundo: «Tus pies aún sangran en nuestros adoquines», cantaba el poeta francés
Pierre Emmanuel3.
Se acerca a una puerta y llama: la secuencia posee en sí una connotación que puede escapar.
De hecho, remite a la simbología amorosa del enamorado que se encuentra en la puerta de la
amada y que esta se muestra reacia a abrir4. Cantar una canción bajo la ventana de la mujer
deseada es un tópico poético popular. Es también un esquema literario que el mundo griego
conocía como el paraklausithyron,5 «estar junto a la puerta cerrada», y es asimismo un rasgo
descriptivo del Cantar de los Cantares cuando en dos ocasiones el amado «se para tras la tapia,
mira por las ventanas, espía entre las rejas» (Cant 2,9) y, después, a altas horas de la noche,
«llama: Ábreme, hermana mía... Mete su mano por el hueco de la cerradura» de la puerta. (cf.
5,2-5).
La escena, dejando de lado la metáfora, celebra en primer lugar, la primacía de la gracia, la
cháris (gracia) que se hace caritas… Si Cristo no pasara y no llamara, nos quedaríamos
encerrados en nuestra historia solitaria y autónoma. Tenemos, así, casi la síntesis de la serie
de teofanías sálmicas que hemos descrito hasta ahora. Pero hay un nuevo elemento que entra
en escena. Nos corresponde a nosotros escuchar ese toque y esa voz que llama. Corresponde a
quien está encerrado en su espacio y en su tiempo abrir la puerta. Y este es el momento de la
libertad humana, de la pístis (fe, confianza), la fe que acoge la cháris, la llamada, el don, la
teofanía.
Hay quien elige que no se lo moleste o quien, distraído por los ruidos, los cotilleos (chismes), el
alto volumen de los sonidos, la pereza o la indiferencia, se queda sentado e ignora esa voz, un
poco como hace la amada del Cantar, que pone excusas para no levantarse de la cama y abrir
al amado.
Pero para quien ha asido el tirador de la puerta y la ha abierto, acontece la sorpresa: ¡es él, el
Señor! Entonces, como Abraham se apresuró a acoger a los tres invitados misteriosos poniendo
una mesa suntuosa y recibiendo el don de la vida de la Isaac (Gn 18), así también aquella
familia que ha acogido a Cristo lo tiene como comensal. Y la comida es, por excelencia, un

1 GIANFRANCO RAVASI, El Encuentro, Encontrarse en la oración. Editorial Verbo Divino, 2014, Navarra
2 PIERRE PRIGENT, nacido el 12 de noviembre de 1928, es profesor emérito de la Facultad de teología protestante de Estrasburgo. Ha
investigado y escrito sobre la Historia de los origines del cristianismo, el Apocalipsis de Saint-Juan, la imagen del judaïsmo antiguo y
del cristianismo de los primeros siglos.
3 PIERRE EMMANUEL, seudónimo de Noël Mathieu (3 de mayo de 1916 - 24 de septiembre de 1984) quien fue un poeta francés nacido
en Gan, en la Aquitania (Pirineos Atlánticos), y fallecido en París. Fue miembro de la Academia Francesa en la que ocupó el asiento
número 4 y a la que renunció en protesta por la elección de Felicien Marceau.
4 Yo duermo, pero mi corazón vela:/oigo a mi amado que golpea/"¡Ábreme, hermana mía, mi amada, /paloma mía, mi
preciosa!/Porque mi cabeza está empapada por el rocío /y mi cabellera por la humedad de la noche"//"Ya me quité la túnica, ¿cómo
voy a ponérmela de nuevo?/Ya me lavé los pies, /¿cómo voy a ensuciármelos?"//Mi amado pasó la mano /por la abertura de la
puerta, y se estremecieron mis entrañas.Cant 5,2-4
5 Del griego Paraklausithyron, Παρακλαυσίθυρον es un motivo griego propio de las elegías amorosas así como de la poesía
trovadoresca, según el cual el amante externo (an exclusus amator) permanece junto a la puerta cerrada de la dama, de ahí la
traducción: (para: al lado de) cerrada(clausi) puerta (thyron). Existen muchos ejemplos en la literatura clásica, pero el recurso
también gozó de éxito en el renacimiento. https://es.wikipedia.org/wiki/Paraclausithyron
signo de comunión, de compartir, de intimidad. Comienza así la vida nueva, la dikaiosyne6, la
«justificación» paulina que da origen a la nueva criatura. Es el abrazo entre dos amores, la
caritas divina y la confianza amorosa del fiel.
Justo de este encuentro partimos ahora para la segunda parte de nuestro viaje. Si hasta este
momento el protagonista ha sido Dios, que ha tocado a la puerta y se ha presentado con su
palabra, su acción en el mundo, en el templo, en la historia, en su Mesías y en el corazón del
hombre, ahora sube al escenario la criatura humana, que responde a su Dios con su palabra,
sus obras, su diversa identidad, su finitud y culpabilidad, sus expectativas y esperanzas.
Si con las etapas anteriores hemos estado en peregrinación en torno a las fuentes del Jordán y
al lago de Tiberíades, el escenario de las obras y de los días de Jesucristo, de su primera
revelación, ahora -por seguir con la misma metáfora- navegaremos a lo largo de aquel río, un
curso altamente complejo, serpentiforme: en efecto, para superar 104 kilómetros en espacio
aéreo, el Jordán, con sus meandros, emplea 323 kilómetros, convirtiéndose así en un emblema
de la vida humana sinuosa, dispersa y atormentada.
Sin embargo, lo que nos sostiene en este itinerario… es la confianza, eso que
los teólogos denominan fides qua, es decir» la fe con la que nos adherimos a
aquel Dios que hemos conocido en la fides quae7, en los contenidos
descubiertos al contemplar el rostro divino… Pues bien, uno de los géneros
literarios sálmicos más intensos es precisamente el de los «salmos de
confianza»: en ellos resuena «la voz de la Esposa que habla al Esposo», como
dice el Concilio Vaticano II (Sacrosanctum Concilium, n. 84), después de
haber hablado el Esposo. Ya san Jerónimo nos recordaba: «¿Oras? Eres tú el
que hablas al Esposo. ¿Lees? Es él el que te habla» (Epístola 22,25).
Dejamos el retrato del orante fiel y confiado, que permanece unido a su Dios -en medio de la
alegría y de las lágrimas, de la luz y de la tiniebla, de la vida y de la muerte-, y tomamos un
delicioso y tierno himno que consta solo de unas 30 palabras en el original
hebreo, de las que solo 15 son indispensables. Es el salmo 131, que tiene en
el centro casi un camafeo8: una madre y su niño serenamente pegado a ella.
La simbología de la infancia espiritual es un clásico en la teología mística:
pensemos solo en santa Teresa de Lisieux (1873-1897) y en su Historia de un
alma, con la exaltación de la «pequeña vía», de «mantenerse pequeña», de
«estar entre los brazos de Jesús», o bien en la famosa invocación de un
maestro espiritual como Léonce de Grandmaison9: «Santa Madre de Dios,
¡consérvame un corazón de niño, puro y transparente como una fuente!».

6 El término dikaiosyne (justicia) aparece 91 vez en los escritos neotestamentarios, de las que 57 veces se encuentran en los escritos
paulinos y de éstas 33 veces aparece en la Carta a los Romanos. Los evangelistas San Mateo y San Lucas dan preeminencia al uso del
término justicia, mientras que el evangelista San Marcos subraya más el sustantivo dikaios (justo). San Mateo realza la rectitud
como conformidad a la Ley del Antiguo Testamento y rectitud a las enseñanzas de Jesús. Mientras que San Lucas dirige su atención
sobre la rectitud se deriva del Antiguo Testamento, con lo cual describe la rectitud como conformidad a la Ley de Dios.
San Juan revela que los seguidores de Jesús son aquellos que se caracterizan por la persecución de la rectitud y la justicia. Esto es
central en el mensaje de Jesús que él declara que sin un estado recto no entra en el reino de Dios. Este carácter se expresa en una
conducta recta.
El concepto paulino de justicia. San Pablo muestra en sus escritos que la justicia está en relación con el acontecimiento eje de la
salvación, es decir, la Muerte y Resurrección de Cristo. Observa que la justicia no es solamente un atributo que se aplica a Dios, sino
que es un factor importante que hace al hombre como debe ser en referencia a Dios y a los demás hombres.
La justicia es un don debido al amor gratuito y oblativo de Jesús en la ofrenda generosa de su muerte (Gál 2, 21). Por eso el
concepto paulino de justicia es soteriológico, no ético. A la justicia fundamentada en el cumplimiento de la ley (Flp 3, 6. 9; Rom 10,
5) ó a la identidad de la justicia (Rom 10, 3; Flp 3, 9), San Pablo como buen rabino realiza el procedimiento de la contraposición y
acuña la justicia de la fe, es decir, la justicia que viene de Dios. Esto quiere decir que Dios mismo crea la justicia, no por el camino de
la Ley, sino a partir de la fe, en vista al acontecimiento que se ha cumplido que solamente acontece como fe en Jesucristo. De ahí
que la Ley llega a su fin, porque su final ha llegado con la salvación de Cristo. Por eso trata de demostrar que la relación entre la fe y
la justicia es conforme a la Escritura (Rom 4, 1; Gál 3, 6; Rom 4, 3. 5. 6. 9. 22).
La Carta a los Romanos manifiesta claramente que la iniciativa es de Dios. El Señor es fiel a sí mismo y a su pueblo y se ha
manifestado en Cristo y por eso la "justicia de Dios" no es la que el hombre recibe de Dios como suya, sino más bien el derecho de
Dios sobre el hombre, el derecho que Dios demuestra en su actuar con el hombre, declarándole justo.
San Pablo también subraya el alcance escatológico de esta justicia divina que los cristianos esperan por medio del Espíritu Santo. En
esta situación la justicia es y sigue siendo un objeto de esperanza. https://www.mercaba.org/DJN/J/justicia.htm
7 Fides Qua y Fides quae, son términos técnicos de origen patrístico y medieval con los que suelen designarse los elementos del acto
de fe. Fides qua indica el acto mismo con que el creyente, bajo la acción de la gracia, confía en Dios que se revela y asume el
contenido de la revelación como verdadero. Fides quae indica el contenido de la fe que es aceptado por el creyente, las diversas
verdades de fe que son acogidas o creídas como una sola cosa, en un solo acto. https://mercaba.org/VocTEO/F/fides_qua_y_fides_quae.htm
8 Joya o adorno de forma ovalada consistente en una piedra preciosa, en especial ónice, en la que hay labrada en relieve una figura.
9 LÉONCE DE GRANDMAISON (nombre completo: Septime Leonce Ludovic Loyzeau de Grandmaison ), nació en Le Mans ( Francia ) el 31
de diciembre de 1868 y murió en 15 de junio de 1927 en París. Sacerdote jesuita francés , teólogo y escritor espiritual de renombre.
Es el hermano del general Louis Loyzeau de Grandmaison (muerto en batalla el 18 de febrero de 1915).
Que la infancia espiritual no es una puerilidad sentimental o una cursilería, sino un acto radical
de fe, aparece claramente en la estructura del salmo, dividido en dos momentos.
El primero, en forma negativa, describe la antítesis de la confianza espiritual: «No se exalta mi
corazón, no se alzan soberbios mis ojos, no camino hacia cosas grandes y para mí prodigiosas»
(v. 1).
En hebreo aparecen imágenes «verticales», por las que la persona se yergue casi en señal de
reto: el «exaltarse›› del corazón es gabah, un verbo que remite a las alturas, a la montaña; el
«alzarse›› de los ojos es rüm, es decir, un elevarse para mirar desde lo alto, con altanería v
desprecio, mientras halak, el «camino››, asciende hacia las cimas del poder y del éxito
clamoroso. Nos encontramos, por consiguiente, en las antípodas de la fe, en la soberbia, que
engaña al hombre para que se coloque en la misma posición de Dios: es el pecado «original»
de «ser como Dios, conocedores del bien y del mal» (Gn 3,4). El pensamiento corre veloz hacia
la magnífica elegía satírica de Isaías, en la que el rey de Babel proclama con arrogancia:
«Subiré al cielo, sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono, habitaré en la montaña de la
asamblea, en la verdadera morada divina; subiré sobre las regiones superiores de las nubes,
¡me igualaré al Altísimo!» (Is 14,13-14).
A este cuadro agitado, exaltado y clamoroso le sigue la escena positiva en la que emerge el
rostro del verdadero creyente. La atmósfera es tranquila y silenciosa, y es el orante quien dice
susurrando:
«Yo, en cambio, tengo mi alma serena y tranquila: como un niño destetado en brazos de su
madre, ¡como un niño destetado está en mí mi alma!» (v. 2). Nótese la repetición, típica de los
«salmos de las ascensiones», en cuyo marco se coloca nuestro texto, que parece ablandar y
prolongar la serenidad y la paz de esa habitación en la que un niño está abrazado a su madre.
Aquí destacan las imágenes de corte «horizontal»: el alma está «serena», como una llanura y
está tranquila (en hebreo se usa el verbo dmm, que remite al silencio profundo). Pero es
importante que fijemos la mirada en ese niño, que, con frecuencia, se concibe como un recién
nacido tranquilo y saciado después de haber mamado la leche del seno materno.
En realidad, el vocablo hebreo es gamül y designa al «niño destetado» llevado a la espalda,
según la costumbre oriental. Ahora bien, el destete oficial era tardío en aquella sociedad,
porque se situaba en torno a los tres años, dando origen a una gran fiesta en el clan familiar. El
niño, pues, está vinculado a la madre por una relación más personal e íntima, casi consciente,
v no meramente estimulado por el instinto fisiológico de la comida. La confianza auténtica no
es, por tanto, un abandono ciego, sino una adhesión con la propia libertad y personalidad,
como escribía santa Isabel de la Trinidad, otra figura mística de gran intensidad, que vivió solo
26 años. Decía la santa: «Dios ha puesto en mi corazón una sed infinita y una grandísima
necesidad de amar que solo él puede saciar. Así que me dirijo a él como el niño a su madre,
para que él colme e invada todo y me tenga en brazos». A veces, es un vínculo también
azorado e inseguro, y en este sentido se expresa el Señor en un tierno soliloquio en las páginas
del profeta-padre Oseas: «Cuando Israel era niño yo lo amé... Con lazos humanos y vínculos
de amor lo atraía. Fui para él como quien alza a un niño hasta sus mejillas; me inclinaba hacia
él para darle de comer» (cf. Os 11,1-4).
En un tiempo como el nuestro, que ha perdido el gusto por la delicadeza y la ternura, por la
sencillez y la limpieza del alma, es necesario recuperar el valor de «ser niños», no por
afectuosidad o sentimentalismo, sino siguiendo la exhortación de Jesús a «hacerse pequeños
como niños para entrar en el Reino de los Cielos» (cf. Mt 18,1-5). Como sabemos, Jesús mismo
ora así: «Te bendigo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado esto a los
sabios y entendidos y se lo has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).
Y si hemos perdido esta limpieza de fe, recordemos lo que el escritor
Georges Bernanos (1888-1948) reconocía sobre sí mismo en una carta: «He
perdido la infancia y no podré reconquistarla sino a través de la santidad».
También entre las tentaciones del orgullo, entre las tempestades de las
tensiones impuras, entre la fascinación por el éxito y el poder, debemos
conservar un fondo de confianza serena que nos hace orar con el beato
(ahora santo) John Henry Newman (1801-1890) mientras el barco en el que
viajaba era sacudido por una tempestad a la altura de las Bocas de
Bonifacio, entre Cerdeña y Córcega: «¡Guíame más allá, Luz amable, en la oscuridad que me
rodea, / guíame hacia delante! / La noche es oscura y yo estoy lejos de casa. / ¡Guíame hacia
delante! / Protégeme al caminar. / No te pido ver claro el futuro, / solo un paso, aquí y ahora».

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