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III. Crónica de una fuga

por Pablo Scatizza*

Hugo Obeid Inostroza Arroyo tenía todas las fichas como para ser secuestrado por el
régimen militar: albañil, delegado gremial y militante del PRT-ERP. Por eso fue a dar con
sus huesos al centro de torturas La Escuelita, que funcionó en Neuquén. Y desde allí, logró
fugarse de manera increíble. Pablo Scatizza indagó en su historia, la reconstruyó y decidió
contarla de una forma particular; quizá una de las pocas maneras en la que se puede com-
prender un hecho como éste: como un cuento. Pero real.

P
egó la última pitada a su cigarro del Comando. A uno yo lo juno”. Hugo
y lo arrojó sobre la calle de tie- apuró el vaso, recogió el bolso que había
rra. Lo pisó. Levantó la mirada, dejado en el piso, y salió.
respiró hondo. De vuelta en Hacía ya unos meses que los milita-
Plottier, Hugo tenía algo que hacer. El res controlaban oficialmente el Estado
viaje a Viedma no había sido en vano, y argentino y la vida de casi todos habi-
con el dinero que le había dado el partido taba involuntariamente bajo un halo de
las compañeras que estaban guardadas en sospecha asesina. “Primero mataremos a
una chacra podrían zafar un tiempo más. todos los subversivos; después, a sus cola-
O escapar, que para entonces era casi lo boradores; después, a sus simpatizantes;
mismo. enseguida… a aquellos que permanezcan
Hurgó en los bolsillos de su jean gas- indiferentes; y finalmente, mataremos a
tado buscando unas monedas. Miró el los tímidos”. Fue en mayo de 1977 cuando
reloj. Aún había tiempo para un trago en el gobernador de Buenos Aires, Ibérico
el boliche que estaba frente a la obra en Saint Jean, dijo esa máxima que sinteti-
la que trabajaba. Quedaba camino a su zaría el alma de la dictadura iniciada un
casa, y hacia allí se dirigió. Saludó, como año antes. No era necesario haber actuado
de costumbre, levantando la cabeza, son- políticamente. Mucho menos haber sido
riendo, y pidió un vino. El Gordo lo miró un guerrillero o un militante de armas
desde atrás de la barra. Terminó de fajinar tomar para ser un potencial objetivo de
un vaso y colgó el trapo sobre su hombro. la razzia policíaca y militar. El país entero
“Che, te anda buscando la cana a vos”, dijo estaba bajo sospecha, porque esa sospe-
mientras destapaba una botella. “Andan cha formaba parte de la lógica genocida
dos coches; tipos de civil. Son de la pesada, que intentaba destruir un tipo creciente
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Cruzó el pueblo con destino a su hogar


y percibió algo raro en el aire. Una sen-
sación de extrañeza rayana al peligro…
al miedo. En la esquina de su casa había
un grupo de 15 soldados trabajando en la
calle, junto a un oficial. Los conocía. Hacía
un par de meses que estaban en el lugar
reparando la acera. Era común entonces
que los milicos hicieran tareas de ese tipo, y
no sospechó. Los saludó. Ingresó a su casa,
Dibujo original de Pedro Scatizza besó a su compañera y le dijo: “parece que
la cosa está brava”. Ella también militaba
en la Orga y supo muy bien de qué estaba
de relaciones sociales; un germen que en
hablando. Saludó a su hijo mayor y le dio
toda Latinoamérica venía creciendo hacía
el paquete para que se lo llevara al Negro,
más de una década.
un compañero del MID que colaboraba
Hugo Obeid Inostroza Arroyo formaba
con en el PRT. Él sabría qué hacer.
parte de esa sociedad sospechada. Habi-
“Papí, te buscan dos señores”, le dijo su
taba este suelo y eso era suficiente. A ello se
hija entrando a la casa con sus siete años a
le sumaba un agravante en la lógica repre-
cuestas. Detrás de ella, dos monos de civil
siva: desde el año 72 integraba las filas del
irrumpen en la vivienda y lo encañonan.
PRT-ERP como uno de los responsables
Golpean a su compañera y a su hijo mayor,
de la regional local. Era también delegado
quien recién regresaba del mandado que le
gremial en la constructora en la que tra-
había encargado su padre. Hugo trató de
bajaba. Número puesto. Por algo estaba
huir pero los vidrios cortados que asegura-
siendo buscado por el Ejército y un pedido
ban el paredón se lo prohibieron. Lo subie-
de captura circulaba con su nombre.
ron a los golpes a uno de los vehículos en
Había viajado a Viedma a una reunión
los que se movilizaban sus secuestradores,
del partido, donde informó acerca de la
con las manos atadas en la espalda.
situación de un grupo de compañeras
Desde el interior pudo ver que su hijo
escondidas en una chacra. Algunas eran
arrojó una piedra al auto. Uno de los mili-
militantes; otras simpatizantes. Muchas
cos, raso él, reaccionó, sacó su arma y le
con hijos. Y había que sacarlas de allí.
apuntó. Fue un colimba que estaba en la
Para ello Hugo necesitaba dinero, y con
obra el que le levantó el brazo antes de
efectivo en un pequeño paquete había
que apretara el gatillo. “Cómo se te ocurre
regresado a Plottier ese 25 de agosto de
dispararle a un pibe, boludo” lo interpeló.
1976. En la puerta del bar, volvió a respirar
“Pero si a estos hijos de puta hay que
hondo y partió rumbo a su casa. “Dejo
matarle a los chicos”, respondió el milico
la guita y me borro”, masculló. “Alguien
mientras bajaba su arma reglamentaria.
pasará a buscarla después para llevárselo
Las palabras del Comandante aún resona-
a las compañeras”.
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ban en su cabeza. Habían sido claras. “Los nes militantes, y era necesario contar con
subversivos son como los árboles. Si les un lugar para tenerlos secuestrados. Una
cortamos las ramas, el árbol no se elimina. especie de campo de concentración. Para
No sólo eso, sino que vuelve a crecer con torturarlos. Eventualmente asesinarlos,
más fuerza. Por eso, hay que cortarlo de o desaparecerlos. Debía ser clandestino,
cuajo, destruir su tronco, arrancar cada secreto. Ya no se podía seguir utilizando
una de sus raíces, y asegurarse que no para tal fin la Delegación local de la Policía
quede ningún brote”. Es en esa lógica en la Federal. No era lo suficientemente grande
que se pueden comprender los secuestros ni aislada como para evitar que los gritos
y desapariciones de niños y recién nacidos. de la carne desgarrada se escucharan desde
Quinientos brotes. Sólo cien volvieron a la Santiago del Estero. Era una calle muy
nacer. céntrica y transitada. Lo mismo pasaba
Pese a los golpes que iba recibiendo con la Comisaría de Cipolletti.
arriba del auto y a las quemaduras con El 8 de junio de 1976 los milicos estu-
cigarrillos, Hugo prestó atención al reco- vieron de estreno. El lugar fue llamado La
rrido. Bajo la oscura capucha se agudiza- Escuelita, aunque también le decían Canta
ron los sentidos, y pudo sentir que mar- Claro. Allí se les enseñaba a cantar a los
chaban por la ruta 22 hacia Neuquén. Un detenidos, dicen que decían. Y la picana
rato más tarde el vehículo dobló hacia la hacía las veces de batuta. Quienes maneja-
derecha y tomó por un camino de piedra. ban esa batuta todavía están libres.
Se detuvo, dio un par de bocinazos y volvió Aquella noche ingresaron secuestra-
a avanzar. Allí Hugo fue empujado del auto dos una decena de jóvenes. La mayoría de
y sus manos se hundieron en el pedregullo. ellos hacía teatro, pero lo que preocupaba
A los golpes e insultos lo metieron en un a los milicos era su militancia política. Los
galpón donde lo desnudaron para luego había del PI y del PJ. También del ERP, al
atarlo de pies y manos a un camastro de igual que Hugo. Desde entonces, cuarenta
metal. Comenzaba el terror, y La Escue- y ocho fueron las voces que allí cantaron,
lita será el lugar donde Hugo conocería aunque no siempre la música que la batuta
su rostro. exigía. Muchos de ellos aún hoy siguen
Osvaldo René Aspitarte fue el coman- desaparecidos.
dante del V Cuerpo del Ejército que dio Desnudo sobre esa cama de metal,
la orden, y el coronel Eduardo Contreras el cuerpo de Hugo se retorció frente a la
Santillán, a cargo del Comando de la VI primera descarga. La punta de los cables
Brigada de Infantería de Montaña, quien comenzó recorriendo sus testículos. Tam-
la llevó a cabo. Había que construir un bién pasaron por sus encías, por sus pies,
centro clandestino de detención en la por sus manos. Escuchó preguntas sobre
zona. Como en Bahía Blanca. Como en sus compañeros, sus compañeras, direc-
Tucumán. Como los 340 que poblaron el ciones dónde ubicarlos, información.
país durante la dictadura. El plan repre- Era lo que preguntaban siempre, y Hugo
sivo del Ejército incluía a muchos jóve- lo había previsto. El minuto era lo único
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que lo haría ganar tiempo… o aletargar escupir, gritar. Esto último realmente lo
su muerte. exasperaba. Los gritos viscerales, ahoga-
“Hablá, boludo, yo te puedo ayudar. dos, nauseabundos. Y lo cebaba. Como
Una vez que hablás, yo te pongo una inyec- una bestia que busca más carne luego de
ción, te dormís y te sacan. Y te llevan a tu una bacanal. Por eso le costaba encontrar
casa… piola”, le había dicho un médico que el límite entre la orden que le era impar-
hacía de bueno. Era parte de la lógica del tida y el goce libidinoso que le producía
chupadero y Hugo lo sabía muy bien. Pri- su tarea.
mero la máquina y los golpes; una buena Hugo sintió entonces que le aflojaban
biaba para provocar el estado de shock. una de las esposas y le juntaban sus manos
Después venía el que la jugaba de bueno, el por sobre la cabeza, abandonando la pos-
que te comía la cabeza y te decía que mejor tura en X con la que había estado durante
que les dijeras algo porque si no la cosa se horas sobre el camastro de metal. Y quedó
pondría peor. El pánico se apoderaba del solo, tratando de calmar a su cuerpo que
cuerpo y la mente se transformaba en un no dejaba de temblar. “No podré aguan-
mar turbulento. Y de vuelta la máquina tar otra paliza como ésta”, pensó. “No doy
para completar el círculo. más”, dijo llorando, mientras comenzaba a
“A las diez me iba a encontrar con el hacer fuerza para pasar su cabeza por entre
Petiso, que es mi contacto en Plottier. En sus muñecas esposadas, para romperse la
la esquina de San Martín y Houssay. Tiene nuez que en el cuello diferencia a hombres
una campera negra y anda en una bicicleta y mujeres. “No les voy a dar el gusto de
negra”, fue lo que dijo Hugo cuando su que sean ustedes los que me maten, hijos
cuerpo dejó de retorcerse en el camastro. de puta”, murmuró mientras forzaba sus
El Petiso no existía pero sí la esquina a la ataduras para que esas fueran las últimas
que un grupo de tareas fue a buscarlo. Pero palabras que dijera en su vida. Pero no lo
el Falcon volvió vacío y la picana retomó logró. Una de sus esposas no había que-
su trabajo sobre el cuerpo ya destrozado. dado bien ajustada y Hugo sintió como
Lo contingente es parte inherente en comenzaba a zafarse. Su delgadez y la
la historia de las sociedades. El azar hace transpiración ayudaron a esa cuota de azar,
y deshace en la vida de hombres y muje- que se completó cuando vio sus manos
res, para bien y para mal. Muchas veces, liberadas, solo en la sala de torturas y con
incluso, termina decidiendo su destino. la adrenalina suficiente para quitarse los
Como lo decidió en la vida de Hugo, aque- cables que aún tenía conectados al cuerpo,
lla noche fría de invierno en La Escuelita ubicar en la oscuridad el jean gastado que
de Neuquén. estaba tirado en el piso, ponérselo a las
El torturador decidió tomar un des- apuradas y salir de ese lugar.
canso. Lo agotaba pasar los cables con Un certero golpe dejó al guardia fuera
corriente por los cuerpos desnudos, ver- de combate, y Hugo pudo escabullir su
los retorcerse; sujetar una y otra vez sus humanidad por entre unos pastos que
muñecas al camastro, escucharlos putear, crecían altos en una esquina del terreno.
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Había encontrado en su salida del galpón el que Hugo se topó en su huida no hizo
ese palo que sorprendió al milico impac- lo que debía. No cumplió con la orden que
tando en su cara. Escuchó gritos, puteadas, le habían impartido minutos antes. No le
órdenes de abrir fuego. Luego, una lluvia de disparó. Lo miró fijamente, parado; con el
balas que enloquecidas cortaban el aire de fusil cargado y presto para ser gatillado.
esa fría noche de invierno. Y de pronto, el Con el vapor de su aliento agitado con-
ardor en su pierna. Un dolor punzante que fundiéndose con el de su potencial víctima
quedó en segundo plano frente al deseo de por unos pocos segundos que parecieron
vivir. Ese deseo que apenas minutos antes ser eternos. Hasta que su mano, esa que
había sido su antagónico. Y vivir signifi- conducía el arma, cambió su ángulo y
caba arrastrarse con el cuerpo pegado a la elevó la mira de su fusil por sobre la cabeza
tierra, correr, esconderse. Desaparecer. de Hugo, que las balas sedientas de san-
Y la contingencia volvió a revelarse gre tuvieran que conformarse con beber el
en la vida de Hugo. Una vez más volvió rocío que caía frío desde el cielo.
a garabatear en el destino que él mismo
estaba escribiendo. Esta vez, tuvo forma Neuquén, marzo de 2011
de soldado. Quizá tan sorprendido como
el fugitivo, tal vez por piadoso. Quién sabe
si no fue por cagón. Pero ese soldado con (*) Historiador y periodista.

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