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EL EXAMEN

La tarde del 24 de agosto de 1887 mucha gente se hallaba reunida en el patio central de la
Escuela Nacional de Medicina, en la ciudad de México. Habia ́ maestros, estudiantes y
periodistas, pero también numerosas mujeres que, por lo general, no frecuentaban aquel
hermoso edificio construido con tezontle y cantera. En el aire flotaba un gran nerviosismo.
Alguien habia ́ colocado sillas a la sombra de los elegantes arcos para que las damas pudieran
sentarse, pero nadie las ocupaba. Todos se encontraban de pie, mirando con inquietud hacia el
primer piso. Alli,́ en una gran sala, se estaba realizando un examen profesional. Varios maestros
interrogaban a uno de los estudiantes de la escuela para evaluar sus conocimientos y decidir si
le otorgaban el tit́ ulo de médico. Sin embargo, no se trataba de un estudiante cualquiera, sino
de una joven llamada Matilde Montoya Lafragua. Este hecho habia ́ llamado la atención de todos
los habitantes de la capital, pues se trataba de algo nunca antes visto en México. Y es que, en
aquella época, no habia ́ en el paiś ninguna mujer médico. Esa profesión, como muchas otras,
estaba reservada a los hombres. Las cosas no habia ́ n resultado fáciles para Matilde. A pesar
de ser una persona muy inteligente e inquieta (sabia ́ leer y escribir desde los 4 años y a los 13
años habia ́ aprobado el examen para ser maestra de primaria), tuvo que enfrentar el rechazo y
las crit́ icas de todos aquellos que se oponia ́ n a que las mujeres decidieran su futuro. En su
época era muy mal visto que una mujer fuera a la escuela y trabajara. Su sitio estaba dentro del
hogar y sus obligaciones se limitaban a ocuparse de su marido, criar a los hijos y mantener
limpia y ordenada la casa. A Matilde esto le parecia ́ injusto. A lo largo de su vida habia ́ conocido
a infinidad de jóvenes talentosas que hubieran podido destacar en muchas profesiones y que,
sin embargo, se vieron obligadas a hacer a un lado sus sueños. Ella no estaba dispuesta a
renunciar a los suyos. Cuando se supo que una mujer deseaba inscribirse en la Escuela
Nacional de Medicina, hubo muchas maestras y damas de sociedad que la apoyaron. No
obstante, también surgieron voces que se oponían. Un grupo de médicos inició una campana ̃
de difamación en su contra y no faltaron maestros que se negaban a darle clase, argumentando
que en el reglamento de la escuela se hablaba de “alumnos” y no de “alumnas”. Entre sus
compañeros habia ́ unos que la rechazaban, mientras que otros no dudaron en respaldarla.
Estos últimos se hacia ́ n llamar los montoyos. Casi al final de la carrera y pese a sus buenas
calificaciones, estuvo a punto de ser expulsada. Esto la obligó a escribirle una carta al
presidente Porfirio Dia ́ z contándole su situación. El primer mandatario envió una solicitud a la
Cámara de Diputados para que se actualizara el reglamento de la Escuela Nacional de Medicina
y pudieran graduarse mujeres medicas.
A las cinco y media un ujier salió́ del salón donde se realizaba el examen y se asomó́ hacia el
patio. “¡Aprobada!”, gritó. La gente que esperaba abajo no pudo contener los gritos de júbilo y
todos aplaudieron con entusiasmo. Minutos después, salió́ la propia Matilde. Una gran sonrisa
iluminaba su rostro. En mano derecha sostenía un documento atado con una cinta roja: era su
título profesional.

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