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Orígenes del derecho administrativo:

Las comunidades humanas, evolucionan con el paso del tiempo, y con ello cambian las normas
jurídicas, su contenido y el orden existente entre ellas, y su número, ya que unas aparecen y
otras desaparecen.

La Revolución de 1789 produjo un cambio profundo en las sociedades del continente europeo,
y en sus Ordenamientos jurídicos. Instauró, para limitar el poder de los Monarcas, nuevos
principios e instituciones que determinaron la aparición de normas jurídicas de naturaleza hasta
entonces desconocida. Estas instituciones y normas jurídicas, al ser objeto de análisis y
sistematización, dieron origen a una nueva disciplina jurídica: El derecho administrativo.

A) Las monarquías absolutas: centralización de poder


Al iniciarse la Edad Moderna, las Monarquías europeas procuran que pase a ellas el poder
que los señores feudales ostentaban sobre sus vasallos, los gremios sobre los artesanos y
las ciudades sobre sus habitantes, pero ninguno está dispuesto a ceder su poder -> Los
Monarcas continúan en su empeño de conseguir reunir todo el poder en sus manos y
ejercitarlo directamente sobre sus súbditos, y las otras instancias de poder público no dejan
de oponerse con todos sus medios.
En Inglaterra, la Gloriosa Revolución (1688) dará triunfo a quienes se enfrentan al Rey. En
el continente europeo, no cabe la menor duda de que durante la segunda mitad del siglo
XVIII las Monarquías europeas lograrán centralizar la mayor parte del poder de supremacía
social.
Como consecuencia de la política de los Monarcas disminuye la libertad de los nobles y
burgueses, y no aumenta la del pueblo llano. Si el proceso de centralización del poder
continúa, cada día que pase los hombres gozarán de menos libertad. Ante este peligro, en
la sociedad europea continental surge un movimiento de reacción contra la Monarquía
absoluta, y de defensa de las libertades de los grupos sociales y de los individuos en general.

B) La reacción antiabsolutista
El movimiento de oposición al absolutismo comienza en el plano de las ideas. Montesquieu,
con su tesis sobre la división de las podres, y Rousseau, con la formulación del principio de
legalidad, son epígonos de la reacción antiabsolutista. Ni uno ni otro pretenden abolir la
Monarquía, únicamente desean limitar el poder del Monarca.
a) La división de los podres:
Según Montesquieu, todo poder, por naturaleza tienda a convertirse en tiránico. La
única manera de evitar la tiranía es conseguir que el poder detenga al poder. Este
propósito puede lograrse si se tiene en cuenta que el Estado dispone de tres clases de
poder: El de legislar, el de ejecutar y el de juzgar. Cada una de estas tres especies de
poder debe corresponder a diferentes órganos u organizaciones del Estado. Los órganos
estatales con poder de legislar constituirán el poder legislativo, los encargados de
ejecutar, recibirán el nombre de Poder ejecutivo, y el de Poder judicial los órganos que
juzguen. Cada órgano estatal sólo dispondrá de una clase de poder público. Al estar
separados los tres poderes y actuar independientemente, equilibrarán sus fuerzas y se
limitarán entre sí.
Ningún poder del Estado es superior a los otros, porque de lo contrario no se
equilibrarían y limitarían mutuamente. MONTESQUIEU define a los tres poderes del
Estado, y muy particularmente al de ejecutar, con escasa precisión.
MONTESQUIEU afirma que existen tres clases de funciones o poderes públicos, pero no
intenta caracterizarlos adecuadamente. Le preocupa fundamentalmente el mecanismo
que debe establecerse para tener separados los poderes del Estado y cree que puede
conseguirse este objetivo sin necesidad de definir con precisión a dichos poderes.

b) El principio de legalidad

Según ROUSSEAU, la soberanía reside en el pueblo y se manifiesta por las leyes,


emanación de la voluntad general.

Para devolver al hombre su libertad natural es necesario que las declaraciones de la


voluntad general (leyes) sean superiores a cualquier manifestación de otra voluntad.
Este es el único medio de suprimir los privilegios y de lograr la igualdad y la libertad para
los miembros de la sociedad.

Las leyes se distinguen por su generalidad (subjetiva y objetiva) de las otras


manifestaciones de poder público y los otros actos públicos no legislativos por ser
singulares o individuales. Además, la ley es un acto de soberanía y los restantes actos
jurídicos nacen de un poder que la ley creó, y otorgó a determinados sujetos. Por lo que,
en la concepción de ROUSSEAU, todos los poderes públicos no son de igual jerarquía. El
poder de legislar ocupa una inequívoca posición de superioridad con respecto a los
demás poderes. El legislativo es superior al Judicial y el Ejecutivo. La superioridad del
Legislativo y de las leyes con respecto a los demás poderes y actos jurídicos se expresa
con la fórmula del “principio de legalidad”.

C) La configuración constitucional del poder administrativo

Los revolucionarios franceses de 1789 reciben la influencia tanto de Montesquieu como de


Rousseau. Intentan instaurar simultáneamente dos principios incompatibles: el de la división e
igualdad de los poderes y el de la superioridad del Legislativo. Como no es posible la instauración
de dos principios opuestos, se crean mecanismos complementarios para corregir las
inconsecuencias y los fallos derivados de la forzada convivencia de aquellos.

La supremacía de la Ley, principio claramente proclamado y constantemente mantenido en las


Constituciones revolucionarias de Francia, rompe el equilibrio entre los poderes del Estado. El
Legislativo se sitúa sobre el Ejecutivo y el Judicial.

Los constituyentes franceses procuraron que la subordinación del Ejecutivo a la legalidad fuera
efectiva, real y no una declaración; buscaron un medio idóneo para destruir los actos del
Ejecutivo contrarios a la legalidad. Algunos pensaron que, por naturaleza, esta misión
correspondía al Poder Judicial, ya que consistía en juzgar al Ejecutivo. Esta solución se rechazó
por dos razones: Primera, porque era contraria al principio de la separación de poderes. El
Judicial se superpondría al Ejecutivo. Segunda, por temor a que el Judicial limitara, como lo había
hecho en el Antiguo Régimen, al Ejecutivo.

Inicialmente, la solución adoptada fue la de que el propio Ejecutivo se juzgara; se autojuzgara.


El Ejecutivo destruiría sus actos cuando lo considerara viciados de ilegalidad. Los particulares
lesionados por dichos actos en sus derechos debían pedirle su anulación. Para cumplir
acertadamente esta función, el Gobierno encargó al Consejo de Estado, uno de sus órganos
asesores, que dictaminara sobre la legalidad o ilegalidad de los actos del Ejecutivo impugnados
por los particulares. El Consejo de Estado proponía a los órganos decisores del Ejecutivo la
destrucción o la conservación de aquellos actos que entendía que estaban viciados o no de
ilegalidad. El Consejo de Estado llevó a cabo esta misión de tal manera, que años más tarde
recibió la facultad de decidir por sí mismo la anulación o no de los actos del Ejecutivo.

El poder que el Legislativo confirió al Ejecutivo quedó de este modo efectivamente subordinado
al respeto de las leyes. El Ejecutivo tenía un poder del que no se tenía conciencia durante el
período de la Monarquía absoluta. Era un poder claramente diferente del poder de legislar, y
del poder de juzgar, por la fuerza soberana de las leyes y porque la eficacia de las sentencias no
dependía de su conformidad con lo dispuesto en las leyes sino de un especial reconocimiento
que en su favor había hecho el Legislador, mientras que los efectos del poder de ejecutar
dependían de su conformidad con las leyes.

En las deliberaciones de las Asambleas constituyentes de los primeros años de la Revolución, se


puso de manifiesto que algunos órganos del Ejecutivo disponían de dos clases de poder: el
pensamiento y la acción, el gobierno y la administración. En el seno de la Asamblea
Constituyente del año III se distingue, por primera vez, entre gobierno y administración,
configurándolos como dos funciones o poderes del Ejecutivo. El Gobierno adoptaba las
decisiones de trascendencia para toda la comunidad. A la Administración correspondían las
decisiones que afectaban a los intereses de la comunidad, pero no a su misma subsistencia. Estas
ideas, son la primera distinción entre poder político y poder administrativo, lo que después
permitirá distinguir entre actos políticos y actos administrativos.

Podemos decir que como consecuencia de la Revolución de 1789 nació una nueva clase de poder
público que pronto comenzó a denominarse poder administrativo.

D) La legislación y jurisprudencia administrativas

Los hechos expuestos determinaron la aparición de normas legislativas de naturaleza hasta


entonces desconocida. Normas creadoras de poder administrativo y reguladoras de su ejercicio.
Por esto se las denomina leyes administrativas.
El Consejo de Estado se encargó de comprobar si el Ejecutivo respetaba la legislación
administrativa. Como ésta era incipiente, sus decisiones fueron cubriendo las muchas lagunas
que existían en la legislación reguladora del ejercicio del poder administrativo. El Consejo de
Estado francés descubrió, cuáles eran las peculiaridades de la actividad administrativa y formuló
los principios que debían regirla. La propia legislación administrativa se inspiró en la
jurisprudencia del Consejo de Estado.
Las leyes administrativas y la jurisprudencia del Consejo de Estado constituirán los materiales
básicos empleados por los juristas para construir el Derecho administrativo.

RECEPCION DE LAS INSTITUCIONES ADMINISTRATIVAS EN ESPAÑA

La Constitución de 19 de marzo de 1812 introduce en nuestra patria los principios


revolucionarios (soberanía popular, principio de legalidad, separación de los poderes)
triunfantes en Francia, pero entre nosotros ni se formulan tan radicalmente como en dicho país,
ni arraigan tan rápidamente como lo hicieron en él.

En 1814, Fernando VII, regresa a España y restablece la Monarquía absoluta. Todo su reinado es
un “periodo de transición entre el antiguo régimen y el sistema liberal”.
Los repetidos vaivenes entre el absolutismo y las nuevas normas constitucionales suavizan más
las ideas revolucionarias y retrasan hasta 1845 la instauración en España de los medios idóneos
para enjuiciar y destruir los actos del Ejecutivo contrarios a las leyes. El resultado serán unas
instituciones jurídico-administrativas análogas a las que nacen en Francia, pero con una
evolución más lenta y unas peculiaridades.

PAISES SIN RÉGIMEN ADMINISTRATIVO

La peculiar evolución política de Inglaterra impidió la instauración en este país de los principios
de la Revolución burguesa de 1789.

Hauriou dijo que existen países “sin régimen administrativo” y países “de régimen
administrativo”.

En la actualidad, y frente a la tesis de que el régimen jurídico de la Administración en los países


anglosajones era radicalmente diferente al de la Administración de los países denominados “de
régimen administrativo”, se acepta la idea de que ambos tienen múltiples puntos de
coincidencia o aproximación. El rule of law era característica peculiar de las instituciones
administrativas inglesas. Esto implica que la actividad de la Administración anglosajona es
enjuiciada por los tribunales ordinarios, de acuerdo con el procedimiento judicial ordinario y
aplicándosele el Derecho común.

Se ha comprobado que la Administración de la Gran Bretaña, como la de los otros países de su


área cultural, posee, como la de los países continentales, prerrogativas, facultades, que no
tienen los particulares y, fundamentalmente que dispone del poder de acción unilateral frente
a los súbditos para conseguir la satisfacción de fines públicos y su ejercicio lo controlan órganos
judiciales u otros especialmente creados para ello. La regulación del ejercicio de este poder no
es, pues profundamente distinta en los países anglosajones y en los países más directamente
influidos por los principios de la Revolución francesa de 1789. No obstante, existen entre ambas
regulaciones diferencias sensibles. En aquéllos falta, como consecuencia del principio de rule of
law, una jurisdicción especial con competencia general para conocer de la posible anulación de
los actos de la Administración. Pero también es cierto que en algunos países de régimen
administrativo son los jueces ordinarios, o simplemente especializados, los que fiscalizan la
actividad administrativa.

De otro lado, el condicionamiento jurídico del ejercicio del poder de acción unilateral que
dispone la Administración anglosajona tiene peculiaridades. Su organización responde a
principios característicos, pero esto no tiene influencia en su régimen jurídico básico

Cada día que pasa, las diferencias entre países anglosajones y del continente europeo son
menores. Principalmente porque el sistema jurídico de la Administración continental influye
sobre el de aquéllos.

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