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cultura, el dinero; entrega sus hijos a manos de "misses" y "mademoiselles" o a colegios

pensionados de dirección extranjera, cuando no extranjeros directamente; se desentiende de la


conducción del país, que deja en manos de protegidos de segunda fila —con todo, mejores
que ella, porque no se han descastado totalmente—. Imita a la burguesía norteamericana en el
dispendio y le disputa el matrimonio de sus hijas con los títulos de la nobleza tronada. Pero
pretende ser una aristocracia, a diferencia de la "yanqui", que en su simplicidad arrogante se
afirma como burguesía.
Carga sobre la espalda de esa burguesía argentina el complejo de inferioridad anti-indígena.
anti-español y anti-católico, y en lugar de ser como la "yanki", ella misma, prefiere ser imitadora de la
alta clase europea. Tal vez remedando al príncipe de Gales, que después será Eduardo VII es un poco
continental y un poco isleña y fabrica ese híbrido anglo-francés que después traslada a Buenos Aires en
la arquitectura, en los modos y hasta en el lenguaje.
Los racistas habituales imputarán este fracaso psicológico de los terratenientes argentinos a la
supuesta incapacidad hispánica heredada, cuando si de algo se ocuparon esos "burgueses" es de borrar
toda huella de lo español.
Puestos a imitar, no imitaron a esta burguesía poderosa y constructiva y sólo quisieron
reproducir la imagen de los landlords en sus dominios territoriales. Anticipan el "medio pelo"
contemporáneo en su arribismo de aquella etapa, porque en París y en Londres son el "medio pelo" de
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la alta sociedad; "medio pelo" que cree cotizarse por sus propios valores, hasta que la declinación de la
divisa fuerte le destruye todo el fundamento de su prestigio internacional 1.
BUENOS AIRES Y SU CITY
No supieron ser en su país los hombres de la "city" y la "city" fue extranjera. Por la
estúpida vanidad de esa clase, el país frustró la ocasión de capitalizar para el desarrollo
nacional la oportunidad que la historia le brindaba. Dilapidaron en consumo superfluo la
parte de la renta nacional que la burguesía extranjera les dejó a cambio de la renuncia de su
función histórica; cuando la divisa fuerte se acabó dejaron de ser ''los ricos del mundo" y
volvieron para ser "los ricos del pueblo", no en razón de la riqueza que pudieron crear, sino
del privilegio que les permitió acumular su condición de titulares del dominio, en la
valorización de las tierras originada en la transformación y lo poco que invirtieron en la
producción primaria. Volvieron a cuidar aquí ese orden en virtud del cual, ya pobres en el
mundo, se les permitía ser ricos en el país por comparación con los más pobres, a condición de
garantizarle a la infraestructura extranjera de la producción el cómodo usufructo del
intercambio.
Así, la expansión agropecuaria, que fue la más grande oportunidad que tuvo el país de
capitalizarse, como consecuencia del fracaso de su burguesía sirvió para consolidar su
situación de dependencia.
En la medida que esa clase no cumplió el papel que correspondía a una burguesía, se
resignó a ser la fuerza interna dependiente cuya misión ha sido impedir toda modificación de
la estructura. Es lo mismo que pasa con los ejércitos en todos los países periféricos: o intentan
la realización nacional cumpliendo como tales con su destino histórico, o se convierten en una
1 Nada permite establecer la diferencia entre la actitud de la burguesía norteamericana y los terratenientes
argentinos,
como una referencia a las alianzas matrimoniales de las niñas "yanquis" y porteñas con los poseedores de títulos
nobiliarios
europeos.
Son conocidas las dotes aportadas por las hijas de los millonarios "yanquis".
He aquí algunas entre las más jugosas: Miss Forbes aporta en su matrimonio con el duque de Choiseul 1.000.000
de
dólares; Miss Adela Simpson en su casamiento con el Duque de Tayllerand-Perigord "se pone" con 7.000.000 de
dólares;
2.000.000 de dólares aporta Miss Wimarelle-Singer en su matrimonio con el Príncipe de Scey-Montboliard; Miss
Gould aportó
al Conde Boni de Castellane una dote de 15.000.000 de dólares!
Las norteamericanas no hacen ningún misterio; por el contrario estaban orgullosas de contribuir al dorado de los
blasones.
Una revista un tanto escandalosa, “Crapuillot”, que hace esta pequeña historia del amor internacional dice a este
respecto: Las jóvenes norteamericanas introduciéndose en la vieja nobleza no experimentaban el
sentimiento de ser elevadas
a un rango social superior; entendían permanecer en las mismas y lucían el orgullo de aportar por lo
menos tanto como el
otro. No se sentían más pero no se sentían menos. Eran alianzas en el buen sentido y compraban títulos
públicamente como
públicamente los nobles pagaban el dinero con títulos. Tampoco éstos temían parecer burgueses, porque en
definitiva
opinaban como Madame de Sévigne: Les millions sont de bonne maison.
Tan clara era la posición de las jóvenes norteamericanas que Miss Gould, cuando el Conde Boni de Castellane le
solicita que adopte su religión, le contesta, según versión del mismo conde: Jamás, pues es muy difícil
divorciarse cuando se
es católico. Era un affaire de negocios.
En cambio las argentinas, como jugaban la comedia de la aristocracia, necesitaban disimular la naturaleza
financiera del pacto. Así tendremos que creer que el Duque de Luynes se casó con Juanita Díaz, la hija de
Saturnino Unzué,
a puro vigor de corazón. También el Conde de Bearn o el otro Boni de Castellane casados con herederas
argentinas.
Pero la burguesía argentina constituida así en aristocracia, ha contribuido a resolver uno de los problemas
más serios de Francia: la hija del Duque de Luynes y Juanita Díaz se casó con el Príncipe de Murat. De tal modo
con la
alianza de la casa de Luynes, con la casa de Murat, se ha sellado la unión de la nobleza borbónica con la
bonapartista.
Anotémosle este punto a los terratenientes argentinos que tal vez nos compensen

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