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tradicional, ya ligada definitivamente al anti-progreso como expresión del país estático frente

al país dinámico, porque el proceso de desarrollo que se cumplió en la etapa 1945-1955

significaba la oportunidad de la aparición de un capitalismo nacional con fines nacionales.

Era el avance hacia una frontera interior de progreso donde todavía el capitalismo

tiene un amplio margen de posibilidades y una tarea que cumplir. También los trabajadores lo

comprendían, demandando como precio el ascenso social que ese avance generaba,
aceptando

los márgenes de capitalización y reclamando sólo una distribución digna de la capacidad del

consumo. Sociedad ésta signada por el inmigrante con la voluntad de los ascensos

individuales, levantó con el mismo sentido las masas criollas del interior secularmente

resignadas a ser marginales de la historia; el movimiento social tuvo así características propias

del país, en que se conjugaron la demanda gremial de las reivindicaciones gregarias y la

individual afirmación de las posibilidades personales; porque el movimiento social se da en

un país de frontera interior en las dos dimensiones que la riqueza en expectativa permite, lo

mismo que la fluidez de las situaciones de trabajo, originadas en una economía de expansión.

EL MEDIO PELO Y LA NUEVA BURGUESÍA

A la sombra de esa expansión del mercado interno y el correlativo desarrollo industrial

surgió una nueva promoción de ricos, distinta a la de los propietarios de la tierra que venía de

las clases medias, y aun del rango de los trabajadores manuales, y se complementaba con una

inmigración reciente de individuos con aptitud técnica para el capitalismo.

Pero esta burguesía recorrió el mismo camino que los propietarios de la tierra, pero

con minúscula.

Bajo la presión de una superestructura cultural que sólo da las satisfacciones

complementarias del éxito social según los cánones de la vieja clase, buscó ávidamente la

figuración, el prestigio y el buen tono. No lo fue a buscar como los modelos propuestos lo

habían hecho a París o a Londres. Creyó encontrarla en la boite de lujo, en los departamentos

del Barrio Norte, en los clubes supuestamente aristocráticos y malbarató su posición burguesa

a cambio de una simulada situación social. No quiso ser guaranga, como corresponde a una
burguesía en ascenso, y fue tilinga, como corresponde a la imitación de una aristocracia.

Eso la hizo incapaz de elaborar su propio ideario en correspondencia con la

transformación que se operaba en el país, hasta el punto que los trabajadores tuvieron más

clara conciencia del papel que les tocaba jugar a esa clase. Basta leer, después de 1955, la

literatura sindical y la de la burguesía —con la sola excepción parcial de la CGE— para

verificarlo.

Esta nueva burguesía evadió gran parte de sus recursos hacia la constitución de

propiedades territoriales y cabañas que le abrieran el status de ascenso al plano social que

buscaba. Fue incapaz de comprender que su lucha con el sindicato era a su vez la garantía del

mercado que su industria estaba abasteciendo y que todo el sistema económico que le

molestaba, en cuanto significaba trabas a su libre disposición, era el que le permitía generar

los bienes de que estaba disponiendo. Pero, ¿cómo iba a comprenderlo si no fue capaz de

comprender que los chismes, las injurias y los dicterios que repetía contra los "nuevos" de la

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política o del gremio eran también dirigidos a su propia existencia? Así asimiló todos los

prejuicios y todas las consignas de los terratenientes, que eran sus enemigos naturales, sin

comprender que los chistes, las injurias y los dicterios también eran válidos para ella. Como

los propietarios de la tierra en su oportunidad, perdió el rumbo. Pero no se extravió como la

vieja clase en los altos niveles del gran mundo internacional. Se extravió aquí nomás, entre

San Isidro y La Recoleta, y no la llevaron de la mano los grandes señores de la aristocracia

europea, sino unos primos pobres de la oligarquía que jugaron ante ella el papel de vieja clase.

El tema del "medio pelo" es un filón inagotable para humoristas del lápiz y de la

pluma. Tanto han "cargado" éstos que parece inexplicable la subsistencia de la actitud que lo

caracteriza. Esto revela que se trata de algo más que una de esas modas pasajeras que

constituyan las frivolidades de nuestra tilinguería; es que estamos en presencia de un

verdadero status correspondiente a un grupo social ya conformado.


Si este grupo social estuviera aislado no tendría importancia y hasta podríamos

agradecerle la diversión que nos proporciona su espectáculo; pero lo grave es que ejerce

magisterio y se extiende hasta ir absorbiendo la nueva burguesía y parte de la clase media con

sus pautas de imitación, con su calcomanía de una supuesta aristocracia, y esto perjudica al

país en el momento que reclama una urgente transformación que debe contar con el empuje

creador de la clase hija de esa transformación, en riesgo de cometer el mismo error de la

burguesía del 80, confundiendo esta vez el oro fix de sus mentores porteños con el oro viejo
de

los que guiaron a aquellos.

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CAPITULO II

LA SOCIEDAD TRADICIONAL

FUNDACIÓN DE BUENOS AIRES Y DESPUEBLE

El "Diccionario de los conquistadores del Río de la Plata", de Lafuente Machain, sólo

incluye por excepción algún apellido correspondiente a la actual guía social de Buenos Aires;

en cambio son frecuentes en los sindicatos, tanto en los "cabecitas negras" provenientes del

interior, como en gente de origen paisano de la provincia de Buenos Aires.

Es que a diferencia de Europa —donde la sociedad aristócrata proviene de la nobleza

feudal— en Buenos Aires la alta clase es directamente de origen burgués.

Allá los estamentos feudales, basados en el dominio territorial y en la espada, fueron

penetrados por la burguesía a medida que el desarrollo del estado moderno rompía la

estructura política feudal, paralelamente con la desaparición del aislamiento geográfico. Aquí

la alta sociedad no proviene de un feudalismo prexistente: nace directamente de la

incorporación del Río de la Plata al mercado mundial; es burguesa desde sus orígenes.

Buenos Aires se funda como un fuerte y la plata de su engañoso reclamo metálico no

existe. Tampoco la posibilidad de la encomienda que permite asentarse a los colonizadores


sobre una base de vasallos o siervos, en un remedo de la sociedad medieval europea. Además

de la falta de mano de obra indígena, el clima y el suelo no son propicios al establecimiento de

la plantación, en la que el esclavo pudiera reemplazarlos. Ni existen ganados, ni la agricultura

del clima templado es posible porque el transporte marítimo, a una distancia tan grande como

la del extremo sur, sólo es hábil con su menguado tonelaje para el comercio de los metales

preciosos o las mercaderías agrícolas de primera como el añil, el tabaco, el algodón, el azúcar,

etc., que toleran altos fletes.

Así la propiedad privada de la tierra no tiene sentido más allá de las pocas chacras

necesarias para el abastecimiento del fuerte. Buenos Aires no es más que “una puerta de la

tierra”, pero de entrada, no de salida, en el camino al Perú de los metales. Su creación es una

exigencia política que Gil Munilla esclarece en su libro sobre la fundación del Virreynato del

Río de la Plata: poner un obstáculo al avance portugués

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