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Aloïs Riegl, El culto moderno a los monumentos, Madrid, La balsa de la

Medusa, 2017

RESEÑA

Giovanni Battista Piranesi. Piramide di C. Cestio. 1755

CONSERVACIÓN DE BIENES CULTURALES. UAM.


José María Alonso Julián. Grupo 210
Abril 2018
INTRODUCCIÓN
A principios del siglo XX los poderes públicos se preguntaban cómo debería ser su
actuación para conservar los, entonces llamados, “monumentos históricos”, y para ello
era necesario delimitar con precisión el concepto de monumento histórico.
El hecho de que no es posible “conservar todo” y que los criterios de qué o qué no
conservar son cambiantes hace que el análisis de “valores de lo antiguo” que plantea
Riegl sea vigentes actualmente.
Parte de la vigencia de los planteamientos de Riegl en la obra El culto moderno a los
monumentos viene de la utilización de una idea que, no por obvia, deja de ser
tremendamente útil: el valor de las cosas.
Porque se podían haber elegido otros elementos metodológicos de primer orden para
establecer los criterios de conservación: tradición, belleza, precio o coste de adquisición,
escasez, etc. Pero estos criterios son de segundo o tercer orden. El criterio de primer
orden es el valor, pero un valor subjetivo social que todos puedan entender, aunque no
se pueda medir con facilidad.
Y aquí está la clave del éxito del texto: la metodología de Riegl nos brinda los criterios
a tener en cuenta para delimitar el concepto del llamado “monumento histórico”, pero la
importancia de cada uno de ellos en cada momento y en cada grupo nacional la
determinaran los colectivos sociales de opinión, entre los que se encuentran los poderes
públicos, protagonistas de cada etapa histórica de conservación.
VALOR HISTÓRICO Y VALOR ARTÍSTICO
Riegl se va a referir exclusivamente a los monumentos históricos perceptibles al tacto y
a la vista, excluyendo la música, y creados por la mano del hombre, excluyendo, por
tanto, los monumentos naturales que tanto interés suscitarían posteriormente debido a la
concienciación de los grupos sociales con el elevado grado de deterioro de la Naturaleza
a la que ha llegado la civilización actual.
Para delimitar el concepto de monumento histórico distingue entre monumentos
intencionados (concebidos como monumentos históricos en sentido estricto) y no
intencionados, concluyendo que los primeros están incluidos en los segundos y que por
tanto el concepto de monumento adquiere un sentido amplio que abarca a cualquier
actividad humana.
El valor histórico de un objeto o “monumento” en sentido amplio es el valor asignado
por ser un eslabón significativo o destacado en el curso evolutivo de cualquier actividad
humana. El valor viene dado por su rareza, su importancia, su significado o por su
naturaleza imprescindible e “indesplazable” en el devenir de los acontecimientos
humanos subordinados y condicionados cada uno por los anteriores (evolucionismo
histórico).
El valor artístico se añade al valor histórico por las características referidas a la
concepción, la forma o el color del objeto, características artísticas, es independiente del
valor histórico y es subjetivo, cambiante, inventado en cada momento por el que lo
contempla y que no tiene sentido rememorativo, como puede tener el valor histórico,
sino sentido en la contemporaneidad de cada momento1.
Introduce, por tanto, dos nuevos conceptos de valor: valor rememorativo, que en
cualquier caso se atribuye contemporáneamente, y valor de contemporaneidad.
VALOR DE ANTIGÜEDAD
El valor rememorativo no siempre radica solo en el estado originario de la obra, sino
que también en la idea del paso del tiempo transcurrido desde que surgió y en las
huellas que este paso del tiempo ha dejado en el objeto y a las que el “hombre moderno”
da sentido por la impresión anímica que le cusa el ciclo de nacimiento y muerte, las
huellas de la vejez.
Primera conclusión: Los monumentos intencionados (voluntariamente intencionados
por sus autores y cuyo interés desaparecía con sus autores) están incluidos en los
monumentos históricos no intencionados (que son los que en cada momento se les
selecciona por un gusto subjetivo) y estos, a su vez, están incluidos en los antiguos
(todos los realizados por el hombre que denoten el paso del tiempo).
Y como síntesis: Un monumento conlleva tres valores rememorativos diferentes: el
valor de antigüedad, el valor histórico y el valor rememorativo intencionado.
Estos valores han tenido mayor o menor preponderancia a lo largo de la historia: Los
romanos de los siglos I y II d. C. priorizaron el valor artístico en su coleccionismo de
obras de los siglos V y IV a. C. Del mismo modo en el Renacimiento italiano se
comenzó dando importancia al valor artístico, aunque también, en segundo término, al
valor histórico. Posteriormente en el XIX fue el valor histórico el más considerado para,
según anticipa Riegl en 1902, ser el valor de antigüedad el predominante en el siglo XX.
EL CULTO A LOS MONUMENTOS
El valor de antigüedad, que se percibe de modo generalizado por todo tipo de personas,
cultas o incultas, exige que el curso de la naturaleza siga su ciclo y produzca la
destrucción “natural” de las obras cerradas creadas por la mano del hombre. Y la
apreciación de ese valor viene dada porque es una muestra del ciclo eterno de creación y
destrucción.
La consideración de este valor de antigüedad censura cualquier intervención arbitraria
de la mano del hombre, violenta o no, en la erosión natural del monumento, lo que en
principio defendería la preservación de la violencia de los monumentos, pero también
iría en contra de actividades conservadoras o restauradoras.
El valor histórico de un monumento, es decir el valor para entender su significado en el
proceso evolutivo de la historia, es tanto mayor cuanto mejor conservado se encuentre el
monumento, y lo mismo se puede afirmar del valor histórico artístico, de forma que, en
concordancia con este valor, se deberá impedir por la mano del hombre la acción

1
En este punto se hace una distinción entre el arte que responde a una estética supuestamente objetiva
y el que responde a criterios cambiantes para abandonar la primera idea.
destructiva del paso del tiempo e incluso su restauración, aun siendo conscientes de lo
subjetivo de la acción restauradora.
Por lo tanto, ambos valores, de antigüedad e histórico, siendo ambos rememorativos,
tienen intereses distintos respecto a la conservación de los monumentos. Sin embargo,
ambos son inseparables y en muchas ocasiones están en equilibrio evitando el conflicto
entre ambos 2.
Por último, el valor rememorativo intencionado aspira, por su propia esencia, a dejar
constancia perenne en la conciencia de la posteridad por lo que debe ser conservado, y
ante la degradación natural, restaurado para mantenerlo en su estado de génesis.
Además, si el monumento intencionado se deteriorara y perdiera significativamente su
estado original pasaría a ser un monumento no intencionado.
Estos monumentos están en conflicto per se con el valor de antigüedad. Sin embargo,
esta dificultad teórica para la conservación de esos monumentos es en la práctica poco
relevante.
LA CONTEMPORANEIDAD: VALOR DE NOVEDAD Y VALOR ARTÍSTICO
RELATIVO
La contemporaneidad da valor a lo que utiliza para satisfacer las necesidades materiales
o espirituales del hombre del momento. Un monumento, un edificio, por ejemplo, que
está en uso tiene un valor instrumental que sacrificará los postulados del valor de
antigüedad por la necesidad de mantener su uso y su valor instrumental. El valor de
antigüedad queda restringido pues a los monumentos no utilizables 3.
La “voluntad de arte”, otro elemento de contemporaneidad, tiene en el valor de
novedad4 el gusto por apreciar lo nuevo, especialmente por las grandes masas de poca o
ninguna cultura5, que hace que sea necesario desproveer de los efectos de las fuerzas de
la naturaleza a los monumentos.
Es decir, para agradar a la moderna voluntad de arte es necesario eliminar las huellas de
la vejez y volverá obtener, con un acabado perfecto de forma y color, el carácter de
novedad de lo recién creado, en clara contradicción con el valor de antigüedad.
En este punto la pugna está servida y la controversia entre valor de novedad y valor de
antigüedad fue central en el siglo XIX que incluyó la “alianza” entre el valor de

2
En este punto se hace una reflexión sobre el valor histórico contenido en una copia de un original
perdido que el valor de antigüedad no admitiría como equivalente al original y predice que los actuales
medios de reproducción técnico-artísticos de la fotografía en color (estamos en 1902) podrá satisfacer
las demandas del valor histórico de modo que se evitarán los conflictos con el valor de antigüedad.
Sin embargo, más de cien años después, desde mi punto de vista, no se ha superado este conflicto y,
aun existiendo facsímiles casi idénticos al original, aún las copias no son suficientes para sustituir su
valor histórico.
3
Aquí aparece un corolario: El valor de antigüedad debe oponerse a que se encierre en museos un
monumento sustraído de su entorno para el que fue creado, oponiéndose a “las prisiones del arte”.
4
Quizá para entender mejor el concepto hubiera sido adecuado emplear el término valor de lo nuevo
para evitar el sentido de “lo que antes no existía” que tiene el término novedad.
5
Apreciación explícita del autor (pág. 76).
novedad y el valor histórico, que querría restituir la originalidad de estilo sobre
aditamentos posteriores en base a una unidad de estilo del monumento.
Puesto que la “voluntad de arte” es característica de cada etapa de la cultura humana no
podemos pedir que los artistas contemporáneos creen un monumento, concepción,
forma y color, correspondiente a otra época cuyos artistas estuvieron guiados por otra
“voluntad de arte”. Por otra parte, sería inconcebible prescindir de monumentos de
periodos artísticos anteriores que, aunque no tienen valor de novedad, tienen un
segundo tipo de valor de contemporaneidad: el valor artístico relativo.
Este valor artístico relativo será positivo o negativo según responda a la voluntad de arte
moderno y, en el primer caso, surgirá el deseo de que no pierda vigor o incluso a
recuperarlo, contradiciendo al valor de antigüedad y adquiriendo, frente a este valor, un
valor de novedad. En cualquier caso, el valor artístico relativo es cambiante.
DESPUÉS DEL TEXTO DE RIEGL
La lectura del texto de Riegl aporta cuales son los factores subjetivos a tener en cuenta
en la reflexión sobre el valor de los monumentos. Es una aproximación metodológica
muy valiosa en la que se propone utilizar cinco parámetros para la toma de decisiones:
los valores histórico y de antigüedad, el valor instrumental, el valor de novedad y el
valor artístico relativo.
Y es el juego de la intensidad de estos valores lo que nos permitirá, se entiende, tomar
las decisiones de conservación adecuadas a cada momento, porque esto es precisamente
lo que le falta al texto: Riegl plantea los criterios y los conceptos a tener en cuenta, pero
no concluye o hace una propuesta sobre la utilización de estos parámetros de
metodología.
Sin embargo, el trabajo es plenamente vigente pues, aunque las valoraciones sobre la
cultura o incultura de las “masas” o el clero rural o sobre el papel de la Iglesia en su
visión del arte religioso sean bastante inexactas cien años después, los valores que
propone pueden ser plenamente útiles para tomar decisiones de conservación de
monumentos por mucho que ciertas aportaciones sobre la importancia de cada valor que
da en el texto hayan cambiado.
En el fondo se trata de encontrar un equilibrio entre las tensiones, en ocasiones
dialécticas, de la intensidad de cada uno de los cinco valores presentes en la toma de
decisiones de conservación de monumentos que adquiere un sentido especial cuando los
recursos para esa conservación dedicados por los poderes públicos son escasos y las
necesidades de conservación crecen y crecen.
Ante la crítica, y después del texto de Riegl, ¿qué?, es decir, ante la decepción de la
inexistencia de propuestas de uso de la metodología me voy a permitir, en el siguiente
aoartado, aportar una orientación general, sujeta a un posible desarrollo de detalle
posterior.
UNA PROPUESTA DE USO METODOLÓGICO
La idea es utilizar como base para la toma de decisiones el valor de antigüedad y el
valor histórico según la intensidad alta o baja de cada valor según el esquema siguiente:
VALOR
HISTÓRICO

Tener en
Conservar consideración el
+ y restaurar valor artístico
relativo

Dejar como Proteger


está a la libre someramente

- acción del
azar.
para evitar
una
destrucción
No dedicar
recursos rápida o
irreversible

- + VALOR DE
ANTIGÜEDAD

Estas recomendaciones generales se pueden matizar o concretar mediante la utilización


de los otros valores.
Por ejemplo, un alto valor instrumental puede alterar decisiones basadas en un alto valor
de antigüedad o un valor artístico relativo bajo podría limitar los recursos para
conservar un valor histórico alto. También, un alto valor de novedad puede hacer
decidir conservar un valor de antigüedad e histórico bajos.
Los casos que se pueden presentar son muy diversos como diversos son los
monumentos y la voluntad de arte a principios del siglo XXI, pero con este texto de
Riegl dispondríamos de orientaciones generales para la toma de decisiones, aunque en
última instancia, fueran finalmente establecidas por el poder político democrático y no
por una metodología de índole técnico.
Este texto de Riegl analiza con gran rigor el problema pero le falta la síntesis de la
acción posterior.
CIEN AÑOS DESPUÉS
Han pasado más de cien años desde que Riegl escribió su informe y se ha generalizado
en todos los ámbitos y todas las culturas una creciente toma de conciencia de que los
monumentos y las obras de arte, entendidas en su sentido más amplio, deben ser
tuteladas de modo orgánico e igualitario, mediante la elaboración de normas técnicas y
jurídicas que regulen los límites en los que se entiende la conservación, ya sea como
salvaguarda y prevención o bien como restauración6. Precisamente, la elaboración de
una legislación sobre la conservación de monumentos históricos era el objetivo del
nombramiento de Aloïs Riegl como presidente da la austro-húngara Comisión Central.

6
HERNÁNDEZ HERNÁNDEZ, Francisca, Manual de museología, Madrid, Síntesis, 2008, p.231
La formalización de una voluntad de conservación del patrimonio cultural, ampliando el
concepto de monumento de Riegl, tomó forma por primera vez, en un ámbito
internacional, con la Carta de Atenas en 1931 y a partir de ese momento se suceden los
acuerdos y la creación de organismos internacionales, y por ende nacionales, que
tutelarán el patrimonio como un derecho de la colectividad frente al interés particular.
En el desarrollo y evolución de, por una parte, la conciencia de conservación, y por otra,
el corpus normativo y legislativo, ha estado presente esta aportación del autor austriaco,
pero también han aparecido nuevos valores, en muchas ocasiones ligados a los medios
de comunicación de masas y a la preponderancia de la imagen como forma de
valoración social, como es el valor de autenticidad.
La autenticidad es una condición que se considera esencial en el patrimonio cultual y así
aparece expresado en la documentación de las Conferencia y Congresos internacionales
dedicados a estos asuntos7.
La estricta observación del valor de autenticidad puede llevar a tratar de revertir los
efectos del paso del tiempo tratando incluso de subvertir el orden natural intentando
llegar a la forma primigenia a costa de adulterar la materia, lo que, en realidad, es una
falsificación. Es decir, la acción del tiempo hay que conservarla pues sus huellas son
testimonio de su autenticidad excepto cuando la acción del tiempo es destructora lo que
obliga a la restauración.
Nuevamente estamos ante la necesidad de encontrar un equilibrio entre tendencias
contrarias y, en este sentido, se considera actualmente la autenticidad como una
cualidad indispensable del patrimonio cultural.
El Documento de Nara sobre la Autenticidad elaborado en 1994 es ilustrador cuando
reconoce que la preservación del patrimonio cultural se fundamenta en los valores que,
en cada época, se atribuyen al patrimonio y que por lo tanto son cambiantes, y en
consecuencia para entender esos valores es necesario disponer de fuentes de
información creíbles y verdaderas, también de valoración cambiante, y no es posible
elaborar juicios sobre el valor y la autenticidad con criterios que no puedan ponerse en
cuestión o se consideren inmutables.
BIBLIOGRAFÍA
GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ, Ignacio, Patrimonio cultural. Conceptos, debates y problemas.
Madrid, Cátedra, 2015

HERNÁNDEZ HERNÁNDEZ, Francisca, Manual de museología, Madrid, Síntesis, 2008

ICOMOS, Documento de Nara sobre la Autenticidad, Nara (Japón), 1994

7
GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ, Igancio, Patrimonio cultural. Conceptos, debates y problemas, Madrid,
Cátedra, 2015, p. 113

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