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Superlucha
"La tercera ola trae consigo una forma de vida auténticamente nueva basada
en fuentes de energía diversificadas y renovables; en métodos de producción que
hacen resultar anticuadas las cadenas de montaje de la mayor parte de las fábricas;
en nuevas familias no nucleares; en una nueva institución, que se podría denominar
el 'hogar electrónico'; y en escuelas y corporaciones del futuro radicalmente
modificadas. La civilización naciente escribe para nosotros un nuevo código de
conducta y nos lleva más allá de la uniformización, la sincronización y la
centralización, más allá de la concentración de energía, dinero y poder. Esta nueva
civilización, al desafiar a la antigua, derribará burocracias, reducirá el papel de la
Nación-Estado y dará nacimiento a economías semiautónomas en un mundo
postimperialista. Exige Gobiernos que sean más sencillos, más eficaces y, sin
embargo, más democráticos que ninguno de los que hoy conocemos. Es una
civilización con su propia y característica perspectiva mundial, sus propias formas
de entender el tiempo, el espacio, la lógica y la causalidad. Por encima de todo,
como veremos, la civilización de La tercera ola comienza a cerrar la brecha
histórica abierta entre productor y consumidor, dando origen a la economía del
'prosumidor' del mañana. Por esta razón, entre muchas otras, podría resultar (...) la
primera civilización verdaderamente humana de toda la historia conocida"[1].
"La segunda ola (...) separó violentamente dos aspectos de nuestras vidas que
siempre, hasta entonces, habían sido uno solo. Al hacerlo, introdujo una gigantesca
e invisible cuña en nuestra economía, nuestras mentes e incluso en nuestra
personalidad sexual (...). La revolución industrial (...) destruyó la unidad
subyacente de la sociedad, creando una forma de vida llena de tensión económica,
conflicto social y malestar psicológico (...). Las dos mitades de la vida humana que
la segunda ola separó fueron la producción y el consumo. Estamos acostumbrados,
por ejemplo, a pensar en nosotros mismos como productores o consumidores. Esto
no fue siempre cierto. Hasta la revolución industrial, la gran mayoría de todos los
alimentos, bienes y servicios producidos por la especie humana, eran consumidos
por los propios productores, sus familias, o una pequeña élite, que recogía los
excedentes para su propio uso" (p. 45). "El industrialismo rompió la unión de
producción y consumo y separó al productor del consumidor. La economía fundida
de la primera ola se transformó en la economía dividida de la segunda ola. Las
consecuencias de esta fusión fueron trascendentales (...). La economía se
mercatizó" (p. 47), porque según Toffler, la plaza de mercado, que era antes un
fenómeno secundario periférico, entro en el "vértice mismo de la vida" (id.).
Este "credo" se basa en tres ideas comunes a todas las naciones de la segunda
ola. La primera idea es que la naturaleza es un objeto que espera ser explotado.
Idea basada en el Génesis, pero solo generalizada en la revolución industrial. La
segunda idea es que el hombre es el pináculo de un largo proceso de evolución. El
darwinismo y la selección natural: las especies sobrevivientes son, por definición,
las más aptas. Las ideas de Darwin pasaron del campo biológico al social y
político: "así, los darwinistas sociales argumentaban que el principio de la
selección natural operaba también dentro de la sociedad y que las personas más
ricas y poderosas eran, en virtud de ese mismo hecho, las más aptas y meritorias"
(p. 107). La civilización de la segunda ola es superior a las demás. Y la tercera idea
se basa en el principio del progreso. La historia se mueve irreversiblemente hacía
una vida mejor para la Humanidad.