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Capítulo I.

Superlucha

"Una nueva civilización está emergiendo en nuestras vidas, y hombres ciegos


están intentando en todas partes sofocarla. Esta nueva civilización trae consigo
nuevos estilos familiares; formas distintas de trabajar, amar y vivir; una nueva
economía; nuevos conflictos políticos; y, más allá de todo esto, una conciencia
modificada también (...). El amanecer de esta nueva civilización es el hecho más
explosivo de nuestra vida. Es el acontecimiento central, clave para la comprensión
de los años inmediatamente venideros. Es un acontecimiento tan profundo como
aquella primera ola de cambio desencadenada hace diez mil años por la invención
de la agricultura, o la sísmica segunda ola de cambio disparada por la revolución
industrial. Nosotros somos hijos de la transformación siguiente, la tercera ola" (p.
17).

"La tercera ola trae consigo una forma de vida auténticamente nueva basada
en fuentes de energía diversificadas y renovables; en métodos de producción que
hacen resultar anticuadas las cadenas de montaje de la mayor parte de las fábricas;
en nuevas familias no nucleares; en una nueva institución, que se podría denominar
el 'hogar electrónico'; y en escuelas y corporaciones del futuro radicalmente
modificadas. La civilización naciente escribe para nosotros un nuevo código de
conducta y nos lleva más allá de la uniformización, la sincronización y la
centralización, más allá de la concentración de energía, dinero y poder. Esta nueva
civilización, al desafiar a la antigua, derribará burocracias, reducirá el papel de la
Nación-Estado y dará nacimiento a economías semiautónomas en un mundo
postimperialista. Exige Gobiernos que sean más sencillos, más eficaces y, sin
embargo, más democráticos que ninguno de los que hoy conocemos. Es una
civilización con su propia y característica perspectiva mundial, sus propias formas
de entender el tiempo, el espacio, la lógica y la causalidad. Por encima de todo,
como veremos, la civilización de La tercera ola comienza a cerrar la brecha
histórica abierta entre productor y consumidor, dando origen a la economía del
'prosumidor' del mañana. Por esta razón, entre muchas otras, podría resultar (...) la
primera civilización verdaderamente humana de toda la historia conocida"[1].

"El nacimiento de la agricultura constituyó el primer punto de inflexión en el


desarrollo social humano" y la revolución industrial, el segundo (p. 21); "antes de
la primera ola de cambio, la mayoría de los humanos vivían en grupos pequeños
y, a menudo, migratorios (...). En algún momento, hace aproximadamente diez
milenios, se inició la revolución agrícola y se difundió lentamente por el Planeta,
extendiendo poblados, asentamientos, tierra cultivada y una nueva forma de vida".
Esta ola de cambio existía aún cuando llegó la revolución industrial (finales del s.
XVII). Este nuevo proceso —industrialización— se movió rápidamente por todas
partes: así, dos procesos de cambio entrechocaban en toda la tierra (p. 21). Hoy
día, la primera ola está ya casi acabada; la segunda aún se extiende, pero ha
comenzado la tercera ola; de modo que hoy se da el entrecruzamiento de las tres
olas de cambio, "todas ellas moviéndose a velocidades diversas y con diferentes
grados de fuerza entre sí" (id.). "Las entrecruzadas corrientes creadas por estas olas
de cambio se reflejan en nuestro trabajo, nuestra vida familiar, nuestras actitudes
sexuales y nuestra moralidad personal (...) El conflicto entre los grupos de la
segunda y tercera ola constituye, de hecho, la tensión política central que surca
nuestra sociedad actual" (p. 24).

Capítulo II. La arquitectura de la civilización

Toffler describe el choque entre las civilizaciones de la primera y de la


segunda ola al aparecer la revolución industrial. Después, pasa a hablar del pre-
requisito de cualquier civilización, que para él, es la energía (p. 32). Las sociedades
de la primera ola explotaban fuentes de energía renovables; las de la segunda,
fuentes no renovables (carbón, gas, petróleo). Y paralelamente, en la segunda ola,
se produjo un gigantesco avance en el campo de la tecnología.

Esta nueva tecnología abrió las puertas a la producción en serie: "Al


extenderse sobre el Planeta la segunda ola, la tecnosfera agrícola fue reemplazada
por una tecnosfera industrial: las energías no renovables fueron directamente
aplicadas a un sistema de producción en serie, que a su vez, vomitó mercancías
sobre un sistema de distribución en serie altamente desarrollado" (p. 35). Esta
tecnosfera creó una sociosfera paralela: nuevas formas de organización social.
Apareció la "llamada familia nuclear —padre, madre y unos pocos hijos, sin
parientes molestos—" que "se convirtió en el modelo 'moderno' standar,
socialmente aprobado, de todas las sociedades industriales, tanto capitalistas como
socialistas" (p. 36). Paralelamente, aparece la educación pública general que, con
la familia nuclear, formó parte del "único sistema integrado para la preparación de
jóvenes con miras al desempeño de papeles en la sociedad industrial" (p. 37).
Aparece entonces la gran corporación y una "refinada infosfera, canales de
comunicación por los cuales podían distribuirse mensajes individuales y colectivos
tan eficazmente como mercancías o materias primas. Esta infosfera se entrelazaba
con la tecnosfera y la sociosfera, ayudando a integrar la producción económica con
el comportamiento privado. Cada una de estas esferas desempeñaba una función
clave en el sistema y no habría podido existir sin las otras. La tecnosfera producía
y asignaba riqueza; la sociosfera, con sus miles de organizaciones
interrelacionadas, asignaba determinados papeles a los individuos integrados en el
sistema. Y la inosfera (sic) asignaba la información necesaria para el
funcionamiento de todo el sistema. Juntas, formaban la arquitectura básica de la
sociedad" (p. 42).
Capítulo III. La cuña invisible

"La segunda ola (...) separó violentamente dos aspectos de nuestras vidas que
siempre, hasta entonces, habían sido uno solo. Al hacerlo, introdujo una gigantesca
e invisible cuña en nuestra economía, nuestras mentes e incluso en nuestra
personalidad sexual (...). La revolución industrial (...) destruyó la unidad
subyacente de la sociedad, creando una forma de vida llena de tensión económica,
conflicto social y malestar psicológico (...). Las dos mitades de la vida humana que
la segunda ola separó fueron la producción y el consumo. Estamos acostumbrados,
por ejemplo, a pensar en nosotros mismos como productores o consumidores. Esto
no fue siempre cierto. Hasta la revolución industrial, la gran mayoría de todos los
alimentos, bienes y servicios producidos por la especie humana, eran consumidos
por los propios productores, sus familias, o una pequeña élite, que recogía los
excedentes para su propio uso" (p. 45). "El industrialismo rompió la unión de
producción y consumo y separó al productor del consumidor. La economía fundida
de la primera ola se transformó en la economía dividida de la segunda ola. Las
consecuencias de esta fusión fueron trascendentales (...). La economía se
mercatizó" (p. 47), porque según Toffler, la plaza de mercado, que era antes un
fenómeno secundario periférico, entro en el "vértice mismo de la vida" (id.).

"Este divorcio entre producción y consumo, que se convirtió en característica


definidora de todas las sociedades industriales de la segunda ola, afectó incluso a
nuestras mentes y a nuestras suposiciones sobre la personalidad. Se llegó a
considerar el comportamiento como una serie de transacciones. En lugar de una
sociedad basada en la amistad, el parentesco o la lealtad feudal o tribal, al paso de
la segunda ola surgió una civilización basada en lazos contractuales, reales o
sobreentendidos. Incluso maridos y mujeres hablan hoy de contratos
matrimoniales" (p. 49). "La brecha abierta entre estas dos funciones —productor y
consumidor— creó al mismo tiempo una personalidad dual" (p. 49); y esto
comportó la división de los sexos: "Los hombres, preparados desde la niñez para
su papel en el taller, donde se desenvolverían en un mundo de interdependencias,
eran incitados a tornarse 'objetivos'. Las mujeres, preparadas desde el nacimiento
para las tareas de reproducción, cuidado de los hijos y labores domésticas,
realizadas en considerable medida en completo aislamiento social, eran
aleccionadas para ser 'subjetivas' (...) y se las consideraba frecuentemente
incapaces de la clase de pensamiento racional y analítico que, supuestamente,
acompañaba a la objetividad" (pp. 51-52).

Capítulo IV. Infringiendo el código

"Toda civilización tiene un código oculto, un conjunto de reglas o principios


que presiden todas sus actividades y las impregnan de un repetido diseño. Al
extenderse el industrialismo (...) se hizo visible su diseño oculto. Se componía de
seis principios interrelacionados que programaban el comportamiento de millones
de personas. Surgidos naturalmente del divorcio entre producción y consumo,
estos principios afectaron a todos los aspectos de la vida desde el sexo y las
diversiones, hasta el trabajo y la guerra".

Son estos principios:

a. Uniformización: "Todo el mundo sabe que las sociedades industriales crean


millones de productos idénticos", y esto influye en la creación de un género de
vida, un lenguaje, máquinas, procesos y escuelas también uniformes (cfr. pp. 53-
55).

b. Especialización: "Cuanta más diversidad eliminaba la segunda ola en


materia de idioma, ocio y estilo de vida, más diversidad se necesitaba en la esfera
de trabajo. Acelerando la división del trabajo, la segunda ola sustituyó al
campesino más o menos habilidoso por el especialista concienzudo y el obrero que
solamente realizaba una tarea repetida hasta el infinito" (p. 56). "Entre comunistas,
capitalistas, ejecutivos, educadores, sacerdotes y políticos, la segunda ola produjo
una mentalidad común y una tendencia hacia una división del trabajo más refinada
aún (...). Los grandes uniformizadores y los grandes especializadores marchaban
tomados de la mano" (p. 57).

c. Sincronización: La segunda ola sincronizó la vida laboral y la vida social,


separándola de sus ritmos normales y supeditándolas al reloj y "exigencias de
máquina". "Las más íntimas rutinas de la vida quedaron comprendidas en el
sistema de ritmo industrial (...); las familias se levantaban simultáneamente,
comían al mismo tiempo, salían al trabajo, trabajaban, regresaban a casa, se
acostaban, dormían e incluso hacían el amor más o menos al unísono, al paso que
la civilización entera, además de la uniformización y la especialización, aplicaba
el principio de sincronización" (p. 59).

d. Concentración: Las sociedades de la segunda ola concentraron la energía


—en vez de la dispersión de fuentes energéticas de la primera ola: depósitos
altamente concentrados de combustible fósil. Pero, además, se concentró también
la población, apareciendo centros urbanos gigantescos, y se concentró también el
trabajo: miles de trabajadores que laboran bajo un mismo techo con las grandes
fábricas (pp. 59-60).

e. Maximización: Recurso a la gran escala en todos los niveles.

f. Centralización: El gobierno centralizado en lo político y en lo económico,


la creación de los Bancos Centrales.
Toffler concluye que estos 6 principios concluyeron al auge de la burocracia
(p. 66).

Capítulo V. Los técnicos del poder

Las sociedades de la segunda ola estaban gobernadas por especialistas en


integración, ya que esta ola fraccionó la vida y la cultura de la comunidad. Estos
integradores "definían funciones y asignaban trabajos. Decidían quien obtenía qué
recompensas. Trazaban planes, fijaban criterios y daban o retiraban credenciales.
Enlazaban la producción, la distribución, el transporte y las comunicaciones.
Fijaban las reglas conforme a las cuales interactuaban las organizaciones (...)
hacían encajar las piezas de la sociedad. Sin ellos, nunca habría podido funcionar
el sistema de la segunda ola" (p. 68). Aspiraron y lograron fijar las políticas
comerciales estos integradores: directores contratados por las empresas o
administradores económicos que colocaban dinero de otras personas (y esto no lo
hacían ni los propietarios ni, mucho menos, los obreros). Los integradores, dice el
autor, asumieron el control. "De esta necesidad de integración de la civilización de
la segunda ola surgió el mayor coordinador de todos, el motor integracional del
sistema: un Gobierno grande" (p. 70), emergieron así una enorme maquinaria
gubernamental y grandes organizaciones, compañías de producción. "Las
Sociedades de la segunda ola estaban gobernadas por los integradores" (p. 71). "En
la actualidad, mientras la tercera ola de cambio 'aparece', empiezan también a
aparecer las primeras grietas en el sistema de poder" (p. 73). Se requiere
descentralización.

Capítulo VI. El esquema oculto

La segunda ola trajo consigo una concepción mecanicista de la sociedad.


"Empapados de este pensamiento mecanicista, imbuidos de una fe casi ciega en el
poder y la eficiencia de las máquinas", los revolucionarios fundadores de la
segunda ola —tanto capitalistas como socialistas—, "inventaron (...) sociedades
políticas que participan de muchas de las características de las primeras máquinas
industriales (...). Así como la fabrica vino a simbolizar toda la tecnosfera industrial,
el Gobierno representativo (por desnaturalizado que esté), se convirtió en el
símbolo de status de toda nación 'avanzada'. De hecho, incluso muchas naciones
no industriales —bajo las presiones ejercidas por los colonizadores o a través de la
ciega imitación— se apresuraron a instalar el mismo universal equipaje
representativo" (pp. 77 y 79). "En este sistema, el gobierno representativo era el
equivalente político de la fábrica. De hecho, era una fábrica destinada a la
confección de decisiones integracionales colectivas. Como la mayor parte de las
fábricas, estaba dirigida desde arriba. Y, como la mayor parte de las fábricas, se va
quedando ahora progresivamente anticuada, víctima de la tercera ola" (p. 83).
Esto, para Toffler, es un engaño: el pueblo cree que está gobernando a través
de sus representantes cuando en verdad lo que hacen las élites. "De hecho lejos de
debilitar el control ejercido por las élites directivas, la maquinaria formal de
representación se convirtió en uno de los medios clave de integración por los que
se mantenían a sí mismas en el poder" (p. 81).

Capítulo VII. Un frenesí de naciones

El nacionalismo nace con la segunda ola: "Se pueden considerar los


levantamientos nacionalistas provocados por la revolución industrial en los
EE.UU, Francia, Alemania y el resto de Europa como esfuerzos para elevar el nivel
de integración política al nivel de integración económica, en rápido ascenso, que
acompañó a la segunda ola. Y fueron esos esfuerzos, no la poesía ni místicas
influencias, lo que condujo a la división del mundo en unidades nacionales
separadas. (...) Y por debajo de la nación subyacía el imperativo familiar del
industrialismo: el impulso hacia la integración (p. 88).

Capítulo VIII. El impulso imperial

La segunda ola apareció con un impulso imperialista: "al aumentar la


fabricación masiva de productos, las nuevas élites industriales necesitaban
mercados mayores y nuevas salidas a la inversión" (p. 92). El fantasma del
desempleo empujó a las potencias europeas a la colonización. Estas
consideraciones económicas iban mezcladas con consideraciones estratégicas,
fervor religioso, idealismo y aventura, "al igual que el racismo, con su implícita
presunción de la superioridad blanca o europea" (p. 92).

En 1492, cuando Colón descubrió América, "los europeos controlaban sólo el


9% del globo. Para 1801 dominaban la tercera parte. Para 1880, las dos terceras
partes. Y en 1935 los europeos controlaban el 85% de la tierra firme del planeta y
el 70% de su población. Como la sociedad misma de la segunda ola, el mundo se
hallaba dividido en integradores e integrados" (p. 97). Pero desde 1944 hasta los
primeros años de la década de los 70, USA aparece como el integrador de
integradores: entró a dominar este sistema imperialista. Posteriormente este papel
ha sido desafiado por la Unión Soviética, que tomó, después de la segunda guerra
mundial, una parte de Europa como campo propio de colonización: los países
'satélites'. El gran designio, pues, es éste: la civilización de la segunda ola dividió
y organizó al mundo en naciones-estado separadas. Necesitando los recursos del
resto del mundo arrastró a las sociedades de la primera ola y a los restantes pueblos
primitivos del mundo hasta introducirlos en el sistema monetario. Creó un mercado
globalmente integrado. Pero el exuberante industrialismo era algo más que un
sistema económico, político o social. Era también una forma de vida y una forma
de pensamiento. Produjo la mentalidad de la segunda ola. "Esta mentalidad
constituye en la actualidad el principal obstáculo a la creación de una viable
civilización de la tercera ola" (p. 103).

Capítulo IX. Indusrealidad

Toffler da este nombre a la concepción del mundo propia de la segunda ola:


la define como "el grupo culminante de ideas y presunciones con que se enseñaba
a los hijos del industrialismo a comprender su mundo. Era el bagaje de premisas
empleadas por la civilización de la segunda ola, por sus científicos, dirigentes
comerciales, estadistas, filósofos y propagandistas" (p. 105). Y esta superideología
ha sido común a países y bloques que se oponen: "Como misioneros católicos y
protestantes empuñando diversas versiones de la Biblia, pero predicando ambos a
Cristo, marxistas y antimarxistas por igual, capitalistas y anticapitalistas,
americanos y rusos, se adentraron en Africa, Asia y Latinoamérica —las regiones
no industriales del mundo—, portando ciegamente el mismo conjunto de premisas
fundamentales. Ambos predicaban la superioridad del industrialismo sobre todas
las demás civilizaciones. Ambos eran apasionados apóstoles de la indusrealidad"
(p. 106).

Este "credo" se basa en tres ideas comunes a todas las naciones de la segunda
ola. La primera idea es que la naturaleza es un objeto que espera ser explotado.
Idea basada en el Génesis, pero solo generalizada en la revolución industrial. La
segunda idea es que el hombre es el pináculo de un largo proceso de evolución. El
darwinismo y la selección natural: las especies sobrevivientes son, por definición,
las más aptas. Las ideas de Darwin pasaron del campo biológico al social y
político: "así, los darwinistas sociales argumentaban que el principio de la
selección natural operaba también dentro de la sociedad y que las personas más
ricas y poderosas eran, en virtud de ese mismo hecho, las más aptas y meritorias"
(p. 107). La civilización de la segunda ola es superior a las demás. Y la tercera idea
se basa en el principio del progreso. La historia se mueve irreversiblemente hacía
una vida mejor para la Humanidad.

En la base de estos tres principios se sitúan los conceptos necesarios para su


formulación: el tiempo y el espacio son lineales. Pero, además, la indusrealidad
supone el individualismo —un esquema atómico de la realidad aplicado a la
persona—; y esto, también, por razones políticas: "al estrellarse contra las viejas
instituciones preexistentes de la primera ola, la segunda ola necesitaba separar a la
gente de la familia extendida, de la omnipotente Iglesia, de la monarquía. El
capitalismo industrial necesitaba una justificación racional para el individualismo
(...), las nuevas clases mercantiles, exigiendo libertad para comerciar, prestar y
ampliar sus mercados, dieron nacimiento a una nueva concepción del individuo, la
persona como átomo" (p. 117). Además, la segunda ola trae consigo la noción de
la causalidad: con D'Holbach, Newton, Darwin y Freud, "la civilización de la
segunda ola tenía ahora a su disposición una teoría de la causalidad que parecía
milagrosa por su poder y por su amplia aplicabilidad". Con esta nueva noción de
causalidad se podía manipular la economía, domeñar la naturaleza, y prever y
moldear el comportamiento del individuo y la sociedad (cfr. pp. 119-120).

Capítulo X. Coda: el borbotón

La indusrealidad llega a una crisis, que comporta una crisis de personalidad:


el hombre de la segunda ola pierde su identidad. Y en EE.UU se ven millones de
personas que "se lanzan a la terapia de grupo, al misticismo o a juegos sexuales.
Anhelan el cambio, pero se sienten aterrorizados por él. Ansían abandonar sus
actuales existencias y saltar, de alguna manera, a una nueva vida (...), convertirse
en lo que no son. Quieren cambiar de empleos, de cónyuges, de papeles y de
responsabilidades". Y esto, dice Toffler, se da también entre los supuestamente
satisfechos hombres de negocios norteamericanos: aduce la estadística de la
American Managment Association, que arroja el resultado de que un 40% de
directivos y empresarios son infelices en sus puestos (p. 128). Pero afirma el autor,
podemos descubrir al lado de este fracaso y derrumbamiento, una serie de indicios
precursores de crecimiento y de nuevas potencialidades (p. 129).

Capítulo XI. La nueva síntesis

Este capítulo es de transición: Toffler expone el análisis que hará en los


siguientes capítulos sobre lo que va a pasar en el mundo: estamos "ante una nueva
Era de síntesis" (pp. 135-136).

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