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"el flautista de Hamelín"

En tiempos remotos, existió una hermosa y próspera ciudad llamada Hamelín. Un buen
día, la opulenta y apacible vida de sus ciudadanos, se vio alterada por el inesperado
ataque de una devastadora plaga de ratones que se paseaba por las calles sin el menor
decoro, a la vista de todo el mundo y lo que era peor aún, penetraban en sus viviendas y
demás propiedades devorando cuantos alimentos encontraban a su paso.

La población aterrorizada no sabía como combatir tan destructora invasión, (con los
gatos no se podían contar, más asustados que las personas, habían huido del lugar)
reunida en asamblea acordaron y propagaron, mediante un sonoro bando, pagar con
cincuenta monedas de oro, a la persona que lograra librarles de los roedores.

Varios fueron los intentos pero sin éxito, hasta que un buen día apareció un extraño
personaje, desconocido para los lugareños, prometiendo acabar, él solito y de una vez por
todas con la indeseable plaga, después de ponerse de acuerdo en la forma de pago con
las autoridades, sacó, de uno de los bolsillos de su estrafalaria indumentaria, una original
flauta y nada más comenzar a oírse los primeros acordes empezaron a acudir ratones de
todos los rincones y a seguir los pasos del flautista; el singular sujeto continuó tocando
hasta llegar a un río que podía cruzar a pie, se introdujo en él y detrás los roedores
ahogándose al instante.

Los moradores de Hamelín pudieron respirar tranquilos y volvieron despreocupados a


su cómoda y rutinaria vida, pero cometieron un terrible error: negarse a pagar la
recompensa prometida al flautista. Tacaños y ambiciosos, les parecía un despilfarro
pagar tanto oro por arrancar unas cuantas notas a un sencillo instrumento musical.

El joven enojado, comenzó de nuevo a tocar la flauta y esta vez fueron los niños los
que extasiados seguían los mágicos acordes del instrumento, impávidos, haciendo oídos
sordos, a las desgarradoras suplicas de sus padres para que volvieran, todos los niños
seguían entusiasmados la misterioso músico, todos menos uno que era cojito y volvió a la
urbe ante la imposibilidad de seguir a los demás. El flautista, en esta ocasión no se dirigió
hacia el río, tomo un camino distinto y tan desconocido como misterioso para los
habitantes de Hamelín que por más que buscaron no consiguieron encontrar a los
pequeños. Hamelín a la vez que sin ratones, se quedó también triste y desolada, sin
niños, por la codicia de sus ciudadanos.

Un radiante mañana, el único niño de Hamelín que andaba jugando por los
alrededores de la ciudad, tropezó con algo que se asemejaba a un instrumento de viento
e inmediatamente trató de sacarle algún sonido, al instante surgió la melodía además, de
un prodigioso milagro, no lejos de allí la montaña que bordeaba el Este de la ciudad se
resquebrajó y de sus entrañas salieron con grandes nuestras de júbilo y alegre griterío
todos los niños desaparecidos, que para su bien no recordaban nada de los sucedido, en
cambio los mayores no olvidaron jamás y tuvieron buen cuidado, a partir de entonces, de
no volver a traicionar la confianza de nadie.

FIN

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