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Un viejo molinero en el lecho de muerte, consciente de que había llegado su fin,

llamó a sus tres hijos y se apresuró a repartir sus pertenencias: al primogénito le


lego el molino, al segundo de sus hijos le dejó un burro, y al más pequeño un triste
gato que era lo único que le quedaba. Y antes de que el muchacho pudiera protestar
por tan injusto proceder, el anciano expiró.

Los dos mayores continuaron con su rutinaria vida dedicándose a explotar su


herencia, mientras el hijo menor del molinero, obligado a abandonar la casa familiar
que ya no le pertenecía, calzó a su gato con unas viejas botas y juntos partieron en
busca de mejor vida.

Muy pronto comprendería que el legado de su padre, no era nada despreciable,


un atardecer, después de una interminable jornada caminando, el joven, agotado, se
quedó profundamente dormido, el gato aprovecho entonces para cogerle una de los
bolsas vacías que llevaba atada a la cintura y la camufló entre las hierbas a modo de
trampa, en seguida un conejo curioso se metió en ella, inmediatamente el gato tiró
de la cuerda quedando el pobre animalejo atrapado dentro del talego. Con tan
suculento trofeo se dirigió a palacio presentándose ante el rey como embajador del
Marqués de Carabás:
-Majestad vengo a traer este presente de parte de mi amo y señor el Marqués de
Carabás. El rey aceptó encantado el regalo y muy agradecido por tan noble gesto.

Con esta argucia, que se sucedía con harta frecuencia, el sagaz e inteligente
felino estaba al corriente de cuantos pormenores acontecían en palacio. Un día se
entero de que el rey tenía preparado viajar junto con su bella hija, además del
itinerario a seguir, rápidamente trazó un plan que si llegaba a buen término
acabaría para siempre con sus precarias vidas. Cogió a su dueño y lo llevó hasta el
borde de un río contiguo al camino por donde iba a pasar la carroza real, y le ordenó
que se despojara de los raídos andrajos y se metiera en el agua. Aunque el
muchacho desconocía los motivos del atrevido mandato del animal, obedeció
confiado. porque no tenía nada que perder y el gato con botas le había dado
sobrados motivos de lealtad.

Cuando el astuto gato vio que se acercaba el regio carruaje, seguido de una
ostentosa comitiva, comenzó a gritar:
-¡Socorro!, ¡auxilio...!, ¡al ladrón, a los ladrones...!

Al oír los desesperados gritos, el rey mandó al gato, (que tan familiar le era), que
le explicara lo sucedido.
-¡Majestad!, mientras mi amo se estaba bañando unos ladrones le han robado
todas sus ropas, así como algunas monedas que llevaba encima. Al instante el
monarca ordeno que le proporcionaran vestimenta adecuada para un noble, además
de ofrecerle un sitió en su carroza. Tan bien lucía el joven panadero las ricas galas
que dejó hondamente impresionada a la bella princesita.

Mientras esto ocurría el gato se adelantó al monarca y su cortejo y fue avisando a


todos los campesinos que encontraba a su paso de que el rey estaba a punto de
pasar por allí, y que en el supuesto de que se interesara por el dueño de aquellas
ricas tierras, respondieran sin titubeos, que pertenecían al Marqués de Carabás.
Como estaban más que hartos de la tiranía a la que continuamente les sometía su
amo, que no era otro que el malvado ogro del lugar, prometieron obedecerle.

Ahora solo faltaba una sola cosa, la más difícil: conseguir un aposento adecuado,
acorde con el título. Se dirigió veloz hasta el castillo del poderoso ogro y consiguió
ganarse su confianza a base de halagos y adulaciones:
-¿Es cierto, -dijo el gato al ogro-, lo que se comenta por ahí? Qué tienes poderes
para transformarte en cualquier animal.
-Naturalmente -respondió el Ogro, hinchado de orgullo.
-¿Me harías una demostración convirtiéndote en león?
Y al instante el ogro se transformó en una terrible fiera melenuda.
-Bien, -continuo el felino- eso es fácil para ti, que eres un ser enorme, pero
quizás no lo consigas si tratas de cambiar a un animal pequeño.
-Elige y veras -respondió el ogro un tanto ofendido.
-¡Qué tal en un ratón!, ¿serías capaz de conseguirlo? El perverso pero ingenuo
ogro cayo en la trampa convirtiéndose en un insignificante roedor que al instante
cazó y engulló el gato con botas, pasando sin pérdida de tiempo a tomar posesión de
todos sus bienes en nombre del marques de Carabás.

Satisfecho de su hazaña, salió orgulloso a recibir la carroza real y todo su


acompañamiento, invitándoles a pasar a la mansión del Marqués de Carabás a la vez
que hacía una seña de complicidad a su asombrado dueño, que no tardó en
comprender que era una treta más de su inteligente y sagaz gato y de nuevo el hijo
del molinero supo actuar como lo exigía su rango.

Tan impresionado quedó el rey de las cualidades y pertenencias (que superaban


incluso las suyas) del muchacho, que le ofreció la mano de su hija, propuesta que
fue del agrado de todos, incluida la del gato con botas, que desde entonces y para la
buena marcha de las cosas, no se hizo cosa alguna sin contar con su aprobación.

FIN

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