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Tomado de la Revista «The Freeman». Traducciones: CEES.

Hace poco tuve un sueño inquietante y revelador. Soñé que era el afortunado poseedor de un millón de dólares y
que nunca más tendría que trabajar.
Inmediatamente di rienda suelta a mi imaginación y pensé en los cientos de cosas que en adelante podría hacer con
mi millón de dólares. Planeé cómo obtener lo mejor y más caro que el dinero pudiera comprar. Compraría una casa
grande y lujosa; el automóvil deportivo más costoso del mundo. En cuanto a vestuario, únicamente compraría lo
mejor y más fino. Viviría lujosamente. Vería tornarse en realidad mis más caros deseos y nunca más tendría que
trabajar.
Apresuradamente me vestí y sintiendo hambre, descendí ansioso de desayunar previo a poner en obra mis planes;
pero tuve la desagradable sorpresa de encontrar que no había absolutamente nada que comer. Mi esposa lloraba
amarga desconsoladamente. Los comestibles que había ordenado el día anterior, no le habían sido entregados. La
botella de leche y la copia del periódico matutino que usualmente hacían su aparición en el pórtico, esta vez
brillaban por su ausencia. Traté de llamar al supermercado, pero la línea estaba muerta. Entonces me dije: «bien,
tomaré un paseo y traeré algo para el desayuno».
Pero al salir, cuál no seria mi sorpresa al ver que las calles estaban completamente desiertas. El silencio era
agobiante. No se miraban carros, ni autobuses, ni tranvías. Nada. Pensando que algo anormal ocurría en mi
vecindario, me dirigí caminando al otro extremo de la ciudad. Ni siquiera un tranvía se movía, el silencio continuaba
siendo monótono y pesado.
De repente empezó a aparecer gente en la calle al principio unos pocos, después muchos y al final cientos. Me uní al
grupo y empecé a indagar: «¿Qué sucede? ¿En dónde podré comprar comida?» Y obtuve la respuesta, «¿No lo sabe
usted? Todo el mundo es poseedor de un millón de dólares y por consiguiente, nadie tiene que trabajar de ahora en
adelante».
La respuesta me dejó atónito. Pensé que se había cometido algún error. Que sólo yo había obtenido un millón de
dólares.
Pero aparentemente no había tal. Era la agobiante y penosa realidad. Todos eran dueños de una fortuna y
consecuentemente consideraban que para ellos había terminado para siempre la necesidad del trabajo.
En un acceso de ciega furia, consecuencia de la frustración, tuve que dar por descartados mis ambiciosos planes.
Y al mismo tiempo, comprendí cómo una revelación y como nunca antes lo había comprendido, la interdependencia
mutua que existe entre los hombres; y comprendí también que por pequeña que fuera mi contribución, era
necesaria para el bienestar de todos mis congéneres, pues no es el dinero en sí lo que constituye la riqueza; sólo es
un simple medio que facilita el intercambio.
Por fin desperté de lo que resultaba ser una pesadilla. El sol brillaba en el horizonte y los pájaros cantaban en el
exterior. En la cocina mi esposa se afanaba preparando el desayuno.
Miré por la ventana y vi un mundo de gente rumbo a sus tareas diarias, donde cada uno contribuiría en mayor o
menor escala a mi bienestar y a mi vida, como yo a mi vez lo haría a la de ellos, lo cual me llenó de gozo y
satisfacción. Fragmento de un artículo de la revista The Freeman
Actividades:
1. ¿Qué pretende explicar esta fábula sobre el dinero? ¿Qué te sugiere?
2. ¿Cuál es la verdadera riqueza de un país?
3. Comenta la frase, relacionándola con el texto anterior: “Sólo se aguanta una civilización si muchos
aportan su colaboración. Si todos prefieren gozar el fruto, la civilización se hunde” José Ortega y
Gasset

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