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16 preguntas que nunca te atreviste a hacer en

voz alta (y sus respuestas)


No hay preguntas tontas

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Jaime Rubio Hancock 23/06/2015 - 08:32 CEST

De niños no tenemos ningún problema en hacer toda clase de preguntas. Lo malo es que
muchas quedan sin contestar y otras tantas se nos ocurren ya de mayores, cuando nos da
algo de vergüenza pronunciarlas en voz alta. A mi edad, ¿no debería saber ya por qué el
cielo es azul? ¿No es normal que un huevo tenga forma de huevo, al ser un huevo? Por
culpa de esta vergüenza nos estamos perdiendo las respuestas -que no son, ni mucho
menos, tan obvias como puede parecer- y las ganas de formular más preguntas. Aquí van
algunas de ellas, con enlaces que amplían la información.

1. ¿Por qué a veces vemos la Luna cuando es de día?


La Luna sólo se encuentra en posición totalmente opuesta al Sol durante la luna llena: en
el momento máximo de esta fase, resulta imposible ver la estrella y el satélite a la vez en
el cielo.

Durante el resto del mes, en teoría se podría ver la Luna de día, ya que es lo
suficientemente brillante como para verse en el cielo azul. De hecho y con un telescopio
apuntando al lugar correcto, también podríamos ver Mercurio, Venus y Jupiter, además
de las estrellas más brillantes, según explica Space.

Al entrar en fase menguante, la Luna irá apreciendo por el horizonte cada vez más tarde y
por eso vemos la Luna de madrugada y por la mañana, como detallan en RTVE. Al llegar
a la luna nueva, el satélite se alinea con el Sol y no la podemos ver desde la Tierra al estar
ensombrecida por su resplandor. En cuarto creciente, veremos la Luna al atardecer.

2. ¿Por qué el cielo es azul?

El color del cielo se debe a la dispersión de Rayleigh, tal y como se puede leer en Why
Don’t Penguins’ Feet Freeze? ("¿Por qué no se congelan las patas de los pingüinos?"),
de Mick O’Hare. La luz que llega del sol entra en la atmósfera y se dispersa en todas las
direcciones. La luz azul tiene una longitud de onda más corta, por lo que se dispersa más
que las luces rojas y amarillas, dándonos la impresión de que ocupa todo el cielo.

Este proceso también explica que veamos el cielo rojo al anochecer y el amanecer. Como
el Sol está bajo en el horizonte, la luz ha de atravesar un tramo mayor de la atmósfera
para llegar a nosotros, por lo que la luz azul se pierde antes y nos llega la roja.
3. ¿Por qué el cielo es negro de noche?

Aunque parece una pregunta bastante obvia, no lo es tanto si tenemos presente la


paradoja de Olbers, formulada por el físico alemán Heinrich Wilhelm Olbers en 1823: en
un universo estático e infinito, el cielo nocturno debería ser totalmente brillante sin
regiones oscuras o desprovistas de luz, ya que habría una estrella en cada dirección en la
que miráramos.

Scientific American explica la solución a esta paradoja: aun dando por hecho que el
universo tenga un tamaño infinito, sabemos que no tiene una edad infinita, por lo que aún
no nos ha llegado la luz de las galaxias más distantes. “Nunca podemos ver la luz de
estrellas y galaxias de todas las distancias a la vez: o la luz de los objetos más distantes
no nos ha alcanzado o, si lo ha hecho, ha tenido que pasar tanto tiempo que los objetos
cercanos se habrán agotado y apagado”.

4. ¿Por qué las nubes oscurecen antes de empezar a llover?

Las nubes pasan de ser blancas y esponjosas a grises casi negras porque absorben más
luz. En Why Don’t Penguins’ Feet Freeze? ("¿Por qué no se congelan las patas de los
pingüinos?") se explica que cuando las nubes aparecen blancas es porque la luz blanca se
dispersa gracias a las pequeñas partículas de hielo y agua que las componen. Antes de
llover, estas partículas son mayores, por lo que absorben más luz y reflejan menos,
apareciendo de un color más oscuro.

5. Cada generación es más alta, pero ¿hay algún límite? ¿Acabaremos

siendo monstruos de seis metros de alto? Por favor, que la respuesta a

esta pregunta sea: "Sí".

Hemos crecido unos 10 centímetros en los últimos 100 años, más o menos y según recoge
Martin Gent en 70 preguntas sobre el mundo que nos rodea y sus asombrosas respuestas,
gracias sobre todo a “una alimentación más sana y una mejor asistencia médica”.

Pero este crecimiento está próximo a acabarse, según recoge este libro: “Los genes fijan a
cada persona un límite máximo de aumento de estatura. En condiciones de vida óptimas
este margen genético se puede utilizar entero, pero no superar”. El cuerpo humano tiene
sus límites, como explican en BBC Future: una altura excesiva puede provocar
problemas cardiovasculares y en las articulaciones.

6. ¿Se puede sudar dentro del agua?

Cuando hacemos ejercicio físico, la temperatura del cuerpo comienza a subir y las
glándulas sudoríparas se activan, como explican en Muy Interesante. Eso sí, si el agua
está fría, sudaremos menos.

7. ¿Por qué no te puedes hacer cosquillas a ti mismo?

Cuando movemos nuestras extremidades, “el cerebelo produce predicciones precisas de


los movimientos de nuestro cuerpo”, por lo que somos incapaces de sorprendernos a
nosotros mismos y de hacernos cosquillas: sabemos dónde y cómo nos vamos a tocar,
como explican en BBC.

8. ¿A dónde van todas las moscas en invierno?

Las moscas son una de las muchas cosas molestas que llega con el verano, incluyendo el
calor, la playa, los pantalones cortos y que a las diez de la noche aún sea de día. Según
cuenta BBC, las moscas no lo pasan bien con el frío, pero (evidentemente) tampoco
llegan a morirse todas y extinguirse. Estos insectos pasan el invierno en grietas y fisuras
en un estado similar a la hibernación, desperezándose en primavera para poner sus
huevos. Las larvas suelen vivir en materia en estado de descomposición, que está a mayor
temperatura que el ambiente, lo que les permite aguantar.

9. ¿Por qué los pájaros no se caen de las ramas cuando duermen?

De nuevo recurrimos a Why Don’t Penguins’ Feet Freeze?, donde se explica que los
pájaros cuentan con un ingenioso sistema de tendones en sus patas: “El tendón flexor va
desde el músculo del muslo hasta la rodilla, sigue por la pierna, rodea el tobillo y llega
hasta debajo de los dedos”. Esto implica que, en descanso en una rama o en una percha,
el mismo peso del pájaro hace que “doble su rodilla y el tendón quede firme, cerrando las
garras”.
Carmen
Brown / Getty Images

10. ¿Por qué los huevos tienen forma de huevo?

La forma se deriva del proceso de puesta, que deforma la cáscara antes de que calcifique,
tal y como explican en Why Don’t Penguins’ Feet Freeze? Aparte de eso, los huevos son
bastante más prácticos de lo que puede parecer.

Estas son algunas de las ventajas: si tuvieran esquinas o bordes, la estructura sería más
débil; una esfera sería aún más resistente, pero la ventaja de un huevo es que si rueda,
tenderá a hacerlo en círculo, al acabar en punta, por lo que es difícil que caiga del nido o
se aleje demasiado; la forma también es más cómoda que un cilindro o una esfera a la
hora de empollar; cuando hay varios huevos, se pueden guardar de forma eficiente en el
nido, dejando poco aire entre ellos y conservando el calor.

11. ¿Por qué los caramelos de menta hacen que el aliento parezca frío?
Se trata de una ilusión térmica: el mentol engaña a nuestro cerebro, como explican en
Mental Floss. Nuestros receptores TRPM8 responden a los estímulos del frío, como al
comernos un helado o al beber un refresco. En la presencia de sustancias como el mentol
y el eucaliptol, estos receptores también se estimulan, no sólo dando esta impresión sino
también potenciando la sensibilidad al frío. Como añaden en Hipertextual, el mentol
provoca además cierta sensación anestésica, lo que unido a la sensación de frescor, nos
ayuda a respirar. Y eso que ni siquiera abre las vías respiratorias.

12. ¿Por qué usan una puntuación tan rara en el tenis?

No, en serio, ¿por qué 15 a nada y no 1 a 0? ¿De dónde vienen esos "15, 30, 40, juego"?
En inglés además ni siquiera se dice "nada", sino “love”. A eso hay que añadir el deuce y
la ventaja. Un lío que tiene su origen en la Francia del siglo XV, cuando posiblemente se
usaban los relojes como marcadores, siendo cada punto un cuarto de hora.

El cambio de 45 a 40 se añadiría para ir sumando después puntos de diez en diez en caso


de empate a tres (el deuce) y poder contar así la ventaja (50) y el juego (60) con el
objetivo de que se ganara con una diferencia de al menos dos puntos. De hecho, si de
ventaja se pasaba de nuevo a deuce, el reloj volvía a 40.

No es la única explicación propuesta: esta puntuación también se asocia al jeu de palme


(similar, pero sin raqueta y con mano). Se jugaba en un campo que medía 90 pies en total,
con 45 en cada lado. Cada vez que marcaba quien sacaba, podía adelantar 15 pies para el
siguiente saque. La tercera vez sólo adelantaba 10 pies, llegando a los 40.

El hecho de que los ingleses digan "love" en lugar de "nada" es posiblemente una mala
pronunciación de "l’oeuf", el huevo en francés, tal y como se recoge en este vídeo (en
inglés) que también da respuesta a esta pregunta. Sí, los franceses solían decir "huevo"
porque se parecía a un cero.

13. ¿Por qué las galletas se ponen blandas y el pan se pone duro?

Las galletas contienen más azúcar y sal que las barras de pan, explican en Why Don’t
Penguins’ Feet Freeze?, por lo que la galleta absorbe más humedad del ambiente,
humedad que su textura densa ayuda a mantener. Una barra de pan tiene menos azúcar y
sal, además de una estructura más abierta, por lo que no sólo no absorbe, sino que pierde
humedad. Por cierto, poner el pan en la nevera no frena este proceso.

14. ¿Por qué el pegamento no se pega al interior del tubo?

El pegamento necesita humedad para actuar. En el tubo no hay humedad, pero sí hay aire,
que actúa como inhibidor: por eso el pegamento engancha muy bien dos superficies que
encajan perfectamente, sin dejar aire entre ellas.

Y esto también explica por qué el pegamento se nos engancha a los dedos nada más salir
del tubo, como se puede leer, de nuevo, en Why Don’t Penguins’ Feet Freeze?: “Como es
cálida y húmeda, la piel es un sustrato ideal”.

15. ¿Por qué febrero tiene 28 días?

Para responder a esta pregunta, nos tenemos que remontar al calendario romano,
que tenía diez meses y sólo contaba 304 días. No contaban los 61 días de pleno
invierno porque al fin y al cabo no los necesitaban para trabajar en el campo, como
recuerdan en Mental Floss. Estos dos meses se introdujeron en el siglo VIII a. C. con
el objetivo de llegar a los 355 días al año. Para eso necesitaban que uno de esos
meses tuviera 28 días y le tocó al último en llegar. Cada cierto tiempo, se ajustaba el
calendario con un mes extra de 27 días llamado Mercedonius. Finalmente, Julio
César introdujo el calendario egipcio de 365 días, para lo que, por cierto, el año 46
a. C. tuvo que ser de 445 días. Había algunos errorcillos que cuadrar.

Para ajustarlo aún más, se añadió un día cada cuatro años después del 24 de
febrero, que era el día sexto antes de las calendas de marzo. Este día sexto se
contaba dos veces, por lo que era "bis sextus", es decir, bisiesto, como relata Virgilio
Ortega en Palabralogía.

16. ¿El tiempo se podría acabar?

Si el universo tiene un comienzo, ¿tendrá también un final? ¿Habrá un momento tras el


que no habrá un después, como escribe George Musser en Scientific American? Es
posible. Según este artículo, “si el universo deja de expandirse y vuelve a contraerse,
seguiría un proceso similar al de un big bang al revés -el big crunch-, lo que llevaría a
que el tiempo se detuviera”.

Esto llevaría a una pérdida de la direccionalidad y del sentido de la duración, con


“fluctuaciones al azar de densidad y energía, causando que los relojes, si queda alguno,
vayan adelante y atrás sin ningún orden”.

La dimensión temporal podría convertirse en otra dimensión espacial y los “procesos se


convertirán en tan complejos que no se podrá decir que ocurran en lugares y tiempos
específicos”. Es decir, “el espacio y el tiempo no darán estructura al mundo”. Todo esto
podría pasar dentro de sólo 5.000 millones de años, según un pesimista estudio del físico
Rafael Bousso, de la Universidad de Berkeley.

En este contexto, sobrevivir será complicado, pero al menos ya no hará falta madrugar.

Los gurús digitales crían a sus hijos sin pantallas

En Silicon Valley proliferan los colegios sin tabletas ni ordenadores y las niñeras con el
móvil prohibido por contrato

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PABLO GUIMÓN

Twitter

Palo Alto (California) 24 MAR 2019 - 19:35 CET

La profesora, armada con tizas de colores, suma fracciones en el gran encerado,


enmarcado en madera rústica, que cubre la pared frontal de la clase. Los niños de cuarto
grado, de 9 y 10 años, hacen sus cuentas en los pupitres con lápiz y cuartillas. El aula está
forrada de papeles: mensajes, horarios, trabajos de los alumnos. Ninguno ha salido de una
impresora. Nada, ni siquiera los libros de texto, que elaboran los propios niños a mano,
ha sido realizado por ordenador. No hay detalle alguno en esta clase que pudiera
desentonar en los recuerdos escolares de un adulto que asistió al colegio el siglo pasado.
Pero estamos en Palo Alto. El corazón de Silicon Valley. Epicentro de la economía
digital. Hábitat de quienes piensan, producen y venden la tecnología que transforma la
sociedad del siglo XXI.
[ CRECER CONECTADOS | ¿Por qué hacemos este proyecto? ]

Escuelas de medio mundo se esfuerzan por introducir ordenadores, tabletas, pizarras


interactivas y otros prodigios tecnológicos. Pero aquí, en el Waldorf of Peninsula, colegio
privado donde se educan los hijos de directivos de Apple, Google y otros gigantes
tecnológicos que rodean a esta antigua granja en la bahía de San Francisco, no entra una
pantalla hasta que llegan a secundaria.

Los gurús digitales crían a sus hijos sin pantallas

“No creemos en la caja negra, esa idea de que metes algo en una máquina y sale un
resultado sin que se comprenda lo que pasa dentro. Si haces un círculo perfecto con un
ordenador, pierdes al ser humano tratando de lograr esa perfección. Lo que detona el
aprendizaje es la emoción, y son los humanos los que producen esa emoción, no las
máquinas. La creatividad es algo esencialmente humano. Si le pones una pantalla a un
niño pequeño limitas sus habilidades motoras, su tendencia a expandirse, su capacidad de
concentración. No hay muchas certezas en todo esto. Tendremos las respuestas en 15
años, cuando estos niños sean adultos. ¿Pero queremos asumir el riesgo?”, se pregunta
Pierre Laurent, padre de tres hijos, ingeniero informático que trabajó en Microsoft, Intel y
diversas startups, y ahora preside el patronato del colegio.

USO DE MÓVILES EN MENORES EN ESTADOS UNIDOS

Hogares donde hay al menos un menor de ocho años


Fuente: Common Sense Media. EL PAÍS

Sus palabras ilustran lo que empieza a ser un consenso entre las élites de Silicon Valley.
Los adultos que mejor comprenden la tecnología de los móviles y las aplicaciones
quieren a sus hijos lejos de ella. Los beneficios de las pantallas en la educación temprana
son limitados, sostienen, mientras que el riesgo de adicción es alto.

Los pioneros lo tuvieron claro desde muy pronto. Bill Gates, creador de Microsoft, limitó
el tiempo de pantalla de sus hijos. “No tenemos los teléfonos en la mesa cuando estamos
comiendo y no les dimos móviles hasta que cumplieron los 14 años”, dijo en 2017. “En
casa limitamos el uso de tecnología a nuestros hijos”, explicó Steve Jobs, creador de
Apple, en una entrevista en The New York Times en 2010, en la que aseguró que
prohibía a sus vástagos utilizar su recién creado iPad. “En la escala entre los caramelos y
el crack, esto está más cerca del crack”, apuntaba también en The New York Times Chris
Anderson, exdirector de la revista Wired, biblia de la cultura digital.

“No podía mirar el teléfono en toda mi jornada de trabajo, y los niños no podían ver
pantallas durante el tiempo que estaban conmigo. Es una locura”

Janie Martinez, niñera


Laurent, que no le dio un móvil a su hijo pequeño hasta noveno grado (14 o 15 años),
alerta de un peligroso cambio en el modelo de negocio del que ha sido testigo en su vida
profesional. “Cualquiera que hace una aplicación quiere que sea fácil de usar”, explica.
“Eso es así desde el principio. Pero antes queríamos que el usuario estuviera contento
para que comprase el producto. Ahora, con los smartphones y las tabletas, el modelo de
negocio es otro: el producto es gratis, pero se recogen datos y se ponen anuncios. Por eso,
el objetivo hoy es que el usuario pase más tiempo en la aplicación, para poder recoger
más datos o poner más anuncios. Es decir, la razón de ser de la aplicación es que el
usuario pase el mayor tiempo posible ante la pantalla. Están diseñadas para eso”.

El problema de la relación de los niños y la tecnología es que el ritmo vertiginoso al que


se transforma dificulta la reflexión y el estudio. Una investigación de Common Sense
Media, organización sin ánimo de lucro “dedicada a ayudar a los niños a desarrollarse en
un mundo de medios y tecnología”, da una idea de la velocidad de los cambios: los niños
estadounidenses de cero a ocho años pasaban en 2017 una media de 48 minutos al día
ante el móvil, tres veces más que en 2013 y 10 veces más que en 2011. “¿Cuándo empezó
todo este furor por los teléfonos inteligentes?”, se pregunta María Álvarez, vicepresidenta
de la organización. “No tiene más que 12 o 13 años. Y las primeras tabletas aún menos.
Hace falta mucha investigación aún para determinar cuál es realmente el impacto que esta
exposición a las pantallas puede tener en los niños pequeños. Pero hay algunos estudios
que empiezan a ver una relación entre esta tecnología y ciertos hitos en la educación.
Ofrecen indicaciones que los padres deben tener en cuenta”.
Una investigación publicada en enero de este año en la revista médica JAMA Pediatrics
reveló que un tiempo mayor ante la pantalla a los dos y tres años está asociado con
retrasos de los niños en alcanzar hitos de desarrollo dos años después. Otros estudios
relacionan el uso excesivo de móviles en adolescentes con la falta de sueño, el riesgo de
depresión y hasta de suicidios. La Academia de Pediatras de Estados Unidos publicó unas
recomendaciones en 2016: evitar el uso de pantallas para los menores de 18 meses; solo
contenidos de calidad y visionados en compañía de los padres, para niños de entre 18 y
24 meses; una hora al día de contenidos de calidad para niños de entre dos y cinco años;
y, a partir de los seis, límites coherentes en el tiempo de uso y el contenido.

Sucede que poner límites no es fácil para los padres trabajadores. Y eso lleva a una
redefinición de lo que significa la brecha digital. Hasta hace no mucho, la preocupación
era que los niños más ricos contasen con una ventaja por acceder antes a Internet. Hoy,
según Common Sense Media, el 98% de los hogares con hijos en EE UU tienen teléfonos
móviles, frente a un 52% en 2011. Cuando la tecnología se ha generalizado, el problema
es el contrario: que las familias con un elevado poder adquisitivo tienen más fácil impedir
que sus niños se pasen el día ante el móvil. Mientras los hijos de las élites de Silicon
Valley se crían entre pizarras y juguetes de madera, los de las clases bajas y medias
crecen pegados a pantallas.

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móviles no quieren que sus hijos los usen

Los adolescentes de hogares con menos ingresos, según un estudio de Common Sense
Media, pasan dos horas y 45 minutos al día más ante las pantallas que aquellos de
hogares de ingresos altos. Otros estudios indican que los niños blancos están
significativamente menos expuestos a las pantallas que los negros o hispanos.

La brecha se ve incluso dentro de Silicon Valley. Conduciendo 15 minutos hacia el norte


desde el Waldorf of Peninsula, centro cuya matrícula ronda los 30.000 dólares anuales, se
llega al colegio público Hillview. El primero no introduce las pantallas hasta la
secundaria. El segundo publicita un programa por el que cada alumno cuenta con un iPad.
En el primero, recibe al visitante un rústico espantapájaros situado en una huerta que
cultivan los alumnos. En el segundo, una pantalla de leds que expone los anuncios del
día.

“¿Cuántas familias trabajadoras se pueden permitir el lujo de alejar a sus hijos


completamente de las pantallas?”, se pregunta Álvarez, de Common Sense Media. “No
creo que sea algo realista para la mayoría de los hogares. Yo tengo un hijo de 12 y otro de
6. Ni sé las veces que se han tirado al suelo gritando como locos si yo les quito la tableta.
He estado en esa posición como madre y sé que no es fácil”.

“¿Cuántas familias trabajadoras se pueden permitir el lujo de alejar a sus hijos


completamente de las pantallas?”
María Álvarez, Common Sense Media

Trabajadores de las grandes tecnológicas se reunieron el año pasado en una iniciativa


bautizada como La verdad sobre la tecnología. Su objetivo es convencer a las empresas
de la necesidad de introducir parámetros éticos en el diseño de herramientas que utilizan
a diario miles de millones de personas, incluidos niños. “La ingeniería informática
durante mucho tiempo era algo muy técnico, no había una idea clara del impacto que iba
a tener en la gente, y menos aún en los niños”, explica Pierre Laurent. “No existía una
conciencia de que había que lidiar con la ética. Algo que sí pasa, por ejemplo, si trabajas
en la industria médica. En la tecnología nunca ha habido un código ético claro”.

Es una lucha desigual. Padres multitarea contra equipos de ingenieros y psicólogos que
diseñan tecnología para mantener a sus hijos enganchados. Pero algo está empezando a
cambiar. Los gigantes tecnológicos, cada vez más cuestionados en sus políticas
comerciales y de privacidad, empiezan a introducir cambios en sus productos, tímidas
excepciones al sacrosanto principio de captar más atención.

Plantas, muebles de madera, lápices y un encerado presidiendo la clase, en el colegio


Waldorf Peninsula de Silicon Valley.

Plantas, muebles de madera, lápices y un encerado presidiendo la clase, en el colegio


Waldorf Peninsula de Silicon Valley. P. L.
El año pasado, dos grandes inversores de Apple, Jana Partners y CalSTRS (el fondo de
jubilación de profesores de California), poseedores conjuntamente de cerca de 2.000
millones de dólares en acciones, enviaron una carta abierta a los jefes de la empresa de
Cupertino, en la que pedían que tomasen más medidas contra la adicción de los niños a
los móviles. “Hemos revisado la evidencia y creemos que hay una clara necesidad de que
Apple ofrezca a los padres más opciones y herramientas para ayudarles a asegurarse de
que los consumidores jóvenes utilizan vuestros productos de manera óptima”,
escribieron.

Apple respondió introduciendo Screen Time, una nueva herramienta que ayuda a
controlar y limitar el uso del móvil. Google ha incorporado una herramienta similar,
Digital Wellbeing. Para los críticos, son solo parches que no atacan el problema de fondo:
la naturaleza adictiva de los productos. Hasta que eso se aborde, serán los padres los
responsables de guiar a sus hijos en este mundo de potencial incierto.

“Nosotros animamos a los padres a que sean más proactivos a la hora de buscar el
contenido”, concluye Álvarez. “La clave es cómo aprendemos a equilibrar, a sacarle
provecho, a limitar el uso y a saber que, por su salud física y mental, tiene que haber
momentos en la familia en los que no se use nada. Tenemos una campaña que invita a
comer y cenar sin móviles, sin que haya un aparato constantemente interrumpiendo con
notificaciones. Recomendamos también el uso compartido de los dispositivos y hablar
con los niños sobre lo que ven. Y es importante el modelo que somos para nuestros hijos.
Si estamos compulsivamente viendo el móvil, justificando que es por trabajo, ¿qué
mensaje les estamos trasladando?”.
EL MÓVIL DE LAS NIÑERAS, PROHIBIDO POR CONTRATO

Un aula del colegio Waldorf Peninsula de Silicon Valley.

Un aula del colegio Waldorf Peninsula de Silicon Valley. PIERRE LAURENT

P. G.

La obsesión en Silicon Valley por alejar a los niños de la tecnología trasciende las
paredes de las aulas. Cuando los chavales salen del colegio, se intenta que sigan sin tocar
ni ver pantallas. En las familias de los altos ejecutivos de las empresas tecnológicas del
valle se está generalizando la práctica de exigir a las niñeras que firmen “contratos sin
móvil”.

“Yo he trabajado en casas en las que tenía que dejar el móvil en la garita de seguridad
cada vez que entraba”, explica Janie Martinez, que lleva 15 años como niñera en la zona.
“No podía mirar el teléfono en toda mi jornada de trabajo, y los niños no podían ver
pantallas durante el tiempo que estaban conmigo. Es una locura”.

Martinez ha trabajado en familias de “perfil muy alto” del mundo de la tecnología,


incluida la de Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, asegura. Trabajos que, en los
casos más extremos, pueden estar remunerados con hasta 100.000 dólares anuales.
“Cuanto más alto ha sido el perfil de las familias, más preocupadas estaban por este
tema”, cuenta. “No querían que sus hijos mirasen una pantalla y, por contrato, me
impedían usar el teléfono. Eso me parece frustrante. Como cuidadoras, necesitamos el
móvil para una emergencia. No solo para que nos localicen los padres de los niños,
también para nuestras propias familias”.

Syma Latif, directora de la agencia de niñeras Bay Area Sitters, que coloca a dos
centenares de cuidadoras en la zona de Silicon Valley, confirma esta tendencia. “Cada
vez vemos más familias que incluyen estas estipulaciones en los contratos, es sin duda
algo muy común”, asegura. “Cuando hablamos de tiempo de pantalla y niñeras, hay dos
aspectos a tratar: su propio tiempo de pantalla y el del niño. Los contratos típicamente
incluyen algo relacionado con los dos. Pero una cosa es que te digan: ‘Este es mi hijo y
solo se le permite tiempo de pantalla a determinadas horas’. Eso está bien, porque
trabajas para esa persona. La zona gris empieza cuando tu propio tiempo de pantalla es el
que es dictado. ¿Tiene el empleador derecho a decirte que no puedes estar al teléfono?
¿Qué pasa si tienes un hijo en el colegio y necesitas acceso al teléfono por si te tienen que
localizar, o un padre o una madre en casa que necesitan ayuda?”.

Algunos padres van aún más allá. Se dedican a pasearse por los parques en busca de
niñeras que están pendientes de sus móviles mientras cuidan de los niños de otros.
Cuando creen encontrarlas, las fotografían y las denuncian en grupos de madres en
Internet. Son los “espías de niñeras”. Existen páginas web como Yo Vi a Tu Niñera en las
que se comparten esas fotos.

“Pasa mucho en los parques”, explica Anita Castro, con 10 años de experiencia como
cuidadora en la zona. “Ni siquiera nos conocen, sacan una foto, la ponen en redes sociales
y preguntan: ‘¿Es esta tu niñera?’. Pero no saben que podemos estar comunicándonos con
los padres. Y tampoco si soy la niñera o una familiar. Es una invasión de la privacidad.
En algunos trabajos me sentía observada. Me daba cuenta de que tenían cámaras en la
casa. Y hasta los niños me vigilaban: miraba la hora y me preguntaban si estaba enviando
mensajes y a quién. Así que podía saber que habían tenido esa conversación con sus
padres, que les habían pedido que les dijeran si yo estaba al teléfono”.

SOBRE ESTE PROYECTO

Este reportaje es la primera entrega de Crecer Conectados, una serie de artículos que
explora la vida de niños y adolescentes en un mundo digital. Los códigos han cambiado,
los chavales aprenden, juegan y se relacionan a través de redes y pantallas, rodeados de
algoritmos y big data, nativos en entornos en los que sus mayores se mueven con
desconcierto. Crecer Conectados reflexiona sobre los retos a los que se enfrentan y las
posibilidades que se abren para estas generaciones. ¿Qué hacen, dónde están y cómo usan
los menores la tecnología? Tienen entre 3 y 18 años: ellos serán nuestros guías. [Volver
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