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EL ECOFEMINISMO Y LA EDUCACIÓN DE PERSONAS ADULTAS

Alicia H. Puleo
Cátedra de Estudios de Género
Universidad de Valladolid

El feminismo ha transformado y sigue transformando la sociedad en un sentido


liberador e igualitario. Como ha señalado Cèlia Amorós, es “un tipo de pensamiento que
tiene como su referente la idea racionalista e ilustrada de igualdad entre los sexos” y
tiene tras de sí “una tradición de tres siglos” 1. Con una historia mucho más breve, el
ecologismo, es el movimiento y la ética que surgen a partir de la comprensión
contemporánea de las complejas relaciones de los seres vivos con su entorno natural. El
encuentro de las temáticas propias del feminismo y de la ecología ha dado lugar al
ecofeminismo.

El ecofeminismo se nutre de la interconexión de teoría y praxis, con un importante


componente de revalorización de los saberes y la experiencia cotidiana de las mujeres y
de los grupos desfavorecidos. Podemos inferir, por lo tanto, que sus aportaciones
pueden ser muy valiosas para una práctica docente que no se halla instalada en las
coordenadas de la educación convencional reglada ni se dirige al tradicional público
infantil.

1
Amorós, Cèlia, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y
postmodernidad, Madrid, Cátedra, 1997, p.70.

1
Estas breves líneas están destinadas, pues, a esbozar un panorama de las distintas
temáticas y corrientes del ecofeminismo por considerar que su conocimiento es
sumamente importante a la hora de alcanzar uno de los objetivos fundamentales de la
educación de las personas adultas: favorecer el desarrollo de sus capacidades de
participación en la vida social, cultural, política y económica en un sentido positivo para
ellas como individuos y para la comunidad en su conjunto.

El resurgimiento de la tensión internacional en torno a la posibilidad de una


guerra nuclear y la creciente evidencia de un cambio climático que está afectando todo
el planeta y que será particularmente dramático para la mitad sur de la península ibérica
son datos que nos preocupan y deprimen. Si se tiene conciencia medioambiental, se
corre el riesgo de caer en el más absoluto pesimismo y en la consecuente parálisis. Una
forma de evitarlo y de intervenir activamente en nuestro momento histórico es no
ignorar estos datos y convertirlos en una nueva oportunidad para reflexionar y hacer
reflexionar sobre nuestra relación con la Naturaleza (es decir, con aquello que llamamos
“Naturaleza”) y sobre el modelo de civilización que estamos desarrollando. El sociólogo
alemán actual Ulrich Beck ha hablado de nuestra época como la de “la sociedad del
riesgo” 2 y, desde luego, su caracterización tiene un serio fundamento.
Se trata de la conciencia que algunos/as (y la inconciencia de muchos/as) tienen
del riesgo de guerra total, de la creciente contaminación del agua, de la tierra, del aire,
de los alimentos que consumimos, de la desertización que avanza inexorable, de las
inundaciones y otras tragedias que los medios de comunicación llaman “catástrofes
naturales”, ocultando su origen humano (por destrucción de la flora autóctona y erosión
del terreno, cambio climático, desvío del curso originario de aguas, etc.).
La potencia tecnológica que hemos alcanzado es tan grande que nos coloca en
una situación inédita en la historia de la especie humana: somos capaces de
autodestruirnos de manera rápida y violenta a través de la guerra, y nos estamos
dañando poco a poco cada vez más al contaminar la base de nuestra existencia, es decir,
la tierra que nos sustenta. Y también del desigual reparto de la riqueza y de los riesgos
de la modernización.
Debido a esta circunstancia histórica tan especial, la ética ha desarrollado una
reflexión específica que atiende a las necesidades, derechos y deberes de la humanidad

2
Beck, Ulrich, La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad, trad. J. Navarro,
D. Jiménez y M.Rosa Borrás, Paidós, Barcelona, 1998.

2
con su actual capacidad tecnológica 3. Como es sabido, la nueva rama disciplinar ha
recibido el nombre de Etica Medioambiental. La teoría ecofeminista es una de sus
formas.
El feminismo como movimiento social y como teoría también ha percibido el
reto de la sociedad del riesgo como la particularidad de esta época que nos ha tocado
vivir y ha desarrollado propuestas originales que podemos denominar de manera
general: “ecofeminismo”. El término ecofeminismo fue utilizado por primera vez en
1974 por la feminista francesa Françoise d’Eaubonne en un texto titulado “El
feminismo o la muerte”. En él, cuando todavía el aborto estaba penado por la ley
incluso en Francia 4, sostenía la necesidad de conceder el control de sus propios cuerpos
a las mujeres para iniciar el camino hacia una sociedad no consumista, de igualdad entre
los sexos, y que no excediera los límites demográficos de la sustentabilidad.
Aunque ya lleva más de dos décadas de teoría y praxis en el mundo anglosajón,
es poco y mal conocido en los países latinos, donde suele ser identificado
exclusivamente con su primera formulación: el ecofeminismo esencialista. Desde el
desarrollo de las primeras teorías del ecofeminismo llamado hoy “clásico” a finales de
los setenta del siglo XX, han surgido nuevas corrientes entre las que destacaré el
ecofeminismo del Sur y el feminismo ecológico deconstructivo, este último surgido en
los años noventa y actualmente en pleno desarrollo. En el siglo XXI, la pluralidad
caracteriza, pues, al ecofeminismo 5, como también es propia del conjunto del
feminismo. Se puede considerar que cada corriente tiene puntos más fuertes y otros más
débiles pero todas han hecho valiosas aportaciones al fijar su atención en diversas
cuestiones de la problemática delimitada por la convergencia de dos movimientos
sociales fundamentales para los retos planteados por el siglo XXI: feminismo y
ecología.
Al hilo de una sucinta presentación histórica, me voy a referir a tres aspectos del
pensamiento y la praxis ecofeministas: la preocupación por la salud y por la paz, la

3
Ver la excelente obra de Jorge Riechmann, en tres volúmenes, Trilogía de la
autocontención, Madrid, ed. Los libros de la Catarata, 2005.
4
La ley Veil, a partir de la cual se permitió que las mujeres optaran por la interrupción
del embarazo en Francia es de 1975.
5
Para un estudio más extenso y detallado de las diversas corrientes del ecofeminismo
ver Puleo, Alicia H., “Del ecofeminismo clásico al deconstructivo: principales
corrientes de un pensamiento poco conocido”, en Amorós, Celia, De Miguel, Ana (ed.),
Historia de la teoría feminista. De la Ilustración a la globalización, vol. 3, ed.
Minerva, Madrid, 2005, pp.121-152.

3
crítica al modelo de desarrollo vigente y su contribución a una nueva visión del mundo
y del ser humano.

La preocupación por la salud y la paz

En los años setenta del siglo XX, los pequeños grupos feministas de
autoconciencia que se reunían para discutir la situación de las mujeres llegaron poco a
poco a la conclusión de que lo que parecían problemas personales tenían un importante
componente social. Así, ampliaron el concepto de política 6. Política ya no era sólo lo
que hacían los políticos. Se convirtió en un término que designaba las relaciones de
poder que impregnaban toda la sociedad, incluidas las relaciones interpersonales y
cotidianas.
Esas mujeres que analizaron las relaciones de pareja para investigar si en ellas había
relaciones patriarcales de poder fueron también las primeras que empezaron a plantear
ciertos problemas derivados de la ciencia y la tecnología como algo vinculado al
feminismo. Al fin y al cabo, como apunta actualmente Karen Warren, una cuestión es
feminista cuando nos ayuda a comprender la opresión sufrida por las mujeres 7.
Del trabajo de las pioneras, nos ha llegado algo que nunca dejo de recomendar: el
manual de ginecología y salud del Colectivo de Mujeres de Boston Nuestros cuerpos.
Nuestras vidas 8. En todas sus ediciones, esta obra habla de los tratamientos
ginecológicos desde la perspectiva feminista de un movimiento independiente con
respecto a la propaganda de los laboratorios y las multinacionales farmacéuticas, un
movimiento que ha sabido decir en voz alta las ventajas y los inconvenientes de cada
una de las innovaciones tecnológicas aplicadas al cuerpo femenino. Este es el comienzo

6
Puleo, Alicia H., “Lo personal es político: el surgimiento del feminismo radical”, en
Amorós, Celia, De Miguel, Ana (ed.), Historia de la teoría feminista. De la Ilustración a
la globalización, vol. 2, ed. cit. pp.35-67.

7
Warren, Karen , “The Power and the Promise of Ecological Feminism”, in Warren,
Karen (ed.), Ecological Feminist Philosophies, Indiana University Press, 1996. Hay
traducción castellana (Filosofías ecofeministas, Icaria, 2003)
8
Se editó por primera vez en aquella época y se ha vuelto a publicar en castellano,
aumentado y actualizado, en el año 2000 (Nuestros cuerpos nuestras vidas, Edición
castellana de The Boston Women´s Health Book Collective: Plaza y Janés, Barcelona,
2000).

4
de la perspectiva ecofeminista que desarrollará una sana desconfianza hacia la
manipulación del cuerpo de las mujeres.
No se trata de un rechazo fundamentalista de cualquier tratamiento o medicina,
lo cual sería un absurdo retorno al pasado, sino de la sana crítica y el juicio autónomo
que busca guardar cierto margen de decisión frente a la opinión de los expertos, opinión
que en ocasiones cambia radicalmente pero lo hace demasiado tarde para las afectadas.
Este es el caso, por ejemplo, de la Terapia Hormonal Sustitutoria (THS)para la
menopausia que, preconizada como milagrosa superación de las molestias del climaterio
en los noventa, está actualmente siendo abandonada por los riesgos que entraña para la
salud. El peligro de desarrollar cáncer de mama, tempranamente señalado por informes
independientes como los del gobierno sueco y de grupos feministas especializados en
salud, fue oficialmente reconocido cuando muchas mujeres ya llevaban años de
tratamiento.
En este sentido, puede considerarse Nuestros cuerpos, nuestras vidas como uno
de los comienzos del ecofeminismo porque tematiza la preocupación por la salud en el
seno de una civilización que tecnologiza y mercantiliza nuestros cuerpos sin límites 9 .
Otros ejemplos de iniciativas ecofeministas vinculadas a la preocupación por la salud
son las campañas lanzadas a partir del reciente descubrimiento de la mayor receptividad
del organismo femenino a la contaminación medioambiental. Así, en el año 2002, la
londinense Red Medioambiental de Mujeres lanzó por Internet una campaña
informativa contra la pasividad institucional frente el alarmante aumento del cáncer de
mama en los últimos cincuenta años debido principalmente a la contaminación
medioambiental con xenoestrógenos. Estas sustancias son químicamente similares al
estrógeno y se encuentran en los pesticidas organoclorados que consumimos cuando
comemos verduras, frutas o grasa animal, en las dioxinas de las incineradoras que
ingerimos en la leche y otros productos lácteos de animales que han comido piensos o
pastos que las contenían, en las pinturas que colorean los muebles y las paredes de
nuestras casas, en los productos de limpieza y perfumería que se encuentran en nuestros
baños, en los envoltorios de plástico, en las resinas sintéticas... la lista es infinita. 10 En

9
Puleo, Alicia, “El ecofeminismo y la salud de las mujeres”, en Meridiam n°30, tercer
trimestre, 2003, pp.28-29.
10
En 2004, Greenpeace dio a conocer un informe titulado La casa química y una Guía
para comprar sin tóxicos que nos pueden dar, además de buenos consejos, una idea de
la cantidad de sustancias disruptoras del sistema endocrino que introducimos en

5
la leche humana materna se está encontrando actualmente parafinas cloradas y
pirorretardantes bromados. En un extraño silencio con respecto a estas causas
medioambientales, la medicina se concentra en estudiar los factores genéticos que
explican únicamente el 10 % de los casos de cáncer de mama y culpabiliza incluso a las
propias mujeres por no practicar deportes como medio preventivo. ¿Por qué no se dice
que la persona que no consume alimentos de producción ecológica puede llegar a
ingerir hasta cincuenta variedades de pesticidas por día? Esto afecta a ambos sexos, pero
como las sustancias tóxicas se fijan mejor en la grasa, el mayor porcentaje de grasa del
cuerpo femenino y su mayor inestabilidad hormonal nos hace particularmente sensibles
a la contaminación. Por ello, hay más mujeres entre las afectadas por el síndrome de
hipersensibilidad química múltiple (SHQM) 11, que el desconcierto médico suele
diagnosticar como “alergia”. Como nota positiva, sin embargo, quiero destacar que el
silencio comienza, sin embargo, a quebrarse. Un numeroso grupo de científicos y
oncólogos franceses entregó a su gobierno en 2003 un informe sobre las causas
medioambientales del aumento del cáncer.
En el mundo anglosajón, el ecofeminismo nació de esta preocupación por la
salud y también por la paz en un mundo amenazado por la guerra atómica. Algunas de
las primeras ecofeministas consideraron que los hombres eran innatamente agresivos
mientras que las mujeres eran más afectuosas, maternales, y por lo tanto, más tendentes a
cuidar de la naturaleza y del conjunto de los seres vivos. Según esta perspectiva, los sexos
se distinguían en sus esencias, tal como lo había afirmado el pensamiento patriarcal
tradicional aunque en esta ocasión se invertía la valoración. El biologicismo de estas
primeras teorías fue muy criticado entre otras razones porque de él se podía concluir la
imposibilidad de modificar las conductas perjudiciales a través de la educación.
Otras teóricas, posteriormente, alejándose de la inicial perspectiva esencialista,
han insistido en la relación entre el militarismo y una mística que opera en la
construcción patriarcal histórica de la virilidad, vinculándola con la agresividad, la caza
y las hazañas bélicas. Si Betty Friedan habló de una mística de la feminidad que

nuestras casas y en nuestros organismos. Pueden consultarse actualmente en la siguiente


página web de Greenpeace:
http://archivo.greenpeace.org/toxicos/html/home.html (sitio consultado el 20 de abril de
2006)
11
Sobre este tema y cualquier otro relativo a la salud de las mujeres la obra ya
mencionada del Colectivo de Mujeres de Boston, Nuestros cuerpos. Nuestras vidas,
ed.cit. pp. 477-478. También puede consultarse la revista digital feminista Mujer y
Salud http://mys.matriz.net/ (sitio consultado el 20 de abril de 2006).

6
estereotipaba las elecciones vitales personales de las mujeres, también corresponde
12
estudiar y criticar una mística de la masculinidad que con el actual grado de potencia
armamentística se revela muy peligrosa para la supervivencia de la humanidad y del
resto de los seres vivos.
Son célebres las manifestaciones pacifistas de las feministas inglesas que
lograron desalojar la base militar de Greenham Common con sus prolongadas
acampadas y sus simbólicas “redes de la vida” cerrando el paso a las entradas de
aprovisionamiento bélico. Petra Kelly, militante ecopacifista y feminista cofundadora de
Los Verdes alemanes, muerta de manera misteriosa 13, sostenía: “Hay una relación clara
y profunda entre militarismo, degradación ambiental y sexismo. Cualquier compromiso
con la justicia social y la no violencia que no señale las estructuras de dominación
masculina sobre la mujer será incompleto.” 14

La crítica al modelo de desarrollo

A veinte años de la catástrofe de Chernobil donde tantos hombres fueron


sacrificados para construir el sarcófago que impidiera otra explosión más y la continua
liberación de radioactividad a la atmósfera, sigue sin hablarse casi de las penurias que
sufren aún hoy las mujeres de las zonas afectadas. Ya la anteriormente mencionada
ecofeminista Petra Kelly subrayaba que las mujeres cargaban con el peso de las
consecuencias de las catástrofes medioambientales. Puesto que las mujeres constituyen
el colectivo que cuida de las personas dependientes (niños, ancianos y enfermos), es
indudable que el incremento de esas tareas debido al deterioro medioambiental, cae
siempre sobre sus hombros. Como lo han probado suficientemente los hechos
posteriores a Chernobil 15, las mujeres cuidan a los enfermos y se esfuerzan

12
Miedzian, Myriam, Chicos son, hombres serán. Cómo romper los lazos entre
masculinidad y violencia, Prólogo de Marina Subirats, trad. Miguel Martínez,
Cuadernos inacabados, ed. horas y HORAS, 1995.
13
Las fuerzas de seguridad alemanas sostuvieron que ella y su pareja se habían
suicidado. A pesar de las dudas, no tuvo lugar ninguna investigación.
14
Kelly, Petra , Por un futuro alternativo, trad. Agustín López y María Tabuyo,
Barcelona: Paidós, 1997, p.29.
15
Mies, María, en Mies, María, Shiva, Vandana, Ecofeminismo. Teoría crítica y
perspectivas, trad. Mireia Bofill, Eduardo Iriarte y Marta Pérez Sánchez, Icaria, Barcelona,
1997, p.137-145.

7
denodadamente día tras día por encontrar alimentos no contaminados. Los trabajos
cotidianos, ya de por sí importantes, se multiplican. Pero eso no figura, evidentemente,
en la primera plana de los periódicos. No se considera relevante.
Pero ésta no es la única manera en que las consecuencias para uno y otro sexo
pueden diferir. Durante las semanas siguientes al hundimiento del petrolero Prestige en
aguas gallegas, circulaba un mensaje de correo electrónico de Red de Mujeres que
trataba de compensar el silencio de los media señalando que esta catástrofe también
tenía rostro de mujer. Se denunciaba así algo que los medios de comunicación no suelen
mostrar: el modo en que este tipo de desastres plantea problemas distintos a hombres y
mujeres. En este caso, se trataba de algo ya sucedido en casos similares: los pescadores
se trasladaban a trabajar a otras costas pero las empleadas de las fábricas de conserva de
pescado y marisco no podían emigrar por ocuparse de los hijos y quedaban, entonces,
en paro.
Debido a motivos distintos aunque estrechamente relacionados, tanto el
colectivo femenino del Primer Mundo como del Tercer Mundo se ven amenazados por
la confianza ciega en la tecnología y por un mercado mundial que toma decisiones
trascendentales sin tener en cuenta los intereses de las y los afectados. Tanto en el
Norte como en el Sur, los efectos dependen también de las diferencias de clase social. Si
las mujeres de clases favorecidas sufren la contaminación sobre todo a través del
consumo, las de clases desfavorecidas no sólo consumen alimentos y enseres tóxicos,
sino que también producen en medios altamente contaminados. Las trabajadoras, a
menudo inmigrantes o pertenecientes a minorías étnicas, se hallan expuestas a gran
cantidad de sustancias altamente nocivas en fábricas y en campos de cultivo o en el
infierno de plástico de los invernaderos. Ya existen en algunos países estudios
comparativos que prueban esta nueva forma de desigualdad de una sociedad que no cesa
de lanzar nuevas sustancias al medio ambiente (según informes de Greenpeace, 100.000
distintas desde los años cuarenta del siglo XX).
Enérgicas voces de mujeres provenientes del Sur han denunciado el
empeoramiento de la situación de las mujeres rurales en muchos lugares del Tercer
Mundo. sabemos que antes encontraban la leña para cocinar junto al poblado, y que,
actualmente, debido a la destrucción de los bosques para construir los muebles que
consume el Primer Mundo y a la introducción de monocultivos destinados al mercado

8
mundial, tienen que hacer kilómetros para encontrarla. Antes disponían de parte de la
producción agrícola para dar de comer a sus hijos, ahora, con la “modernización” y
“racionalización”, todo se comercializa . El resultado es la desnutrición producida por
los mismos que dicen querer y poder solucionar el hambre en el mundo gracias a los
organismos genéticamente modificados y patentados por las multinacionales de los
países más poderosos.
El ecofeminismo que vino del Sur es quizás el más conocido en España a través
de la obra de Vandana Shiva. Esta filósofa originaria de la India, con formación
científica en física nuclear, ha sido premio Nobel alternativo y es actualmente una
importante figura del movimiento internacional por una globalización alternativa. A
diferencia de las primeras ecofeministas, Shiva considera que el problema no reside en
el varón, sino en el “mal desarrollo” preconizado por Occidente. Se inspira en la antigua
cosmología de la India, afirmando que la energía femenina es la energía natural y que
las actividades rurales de las mujeres de su tierra están en total armonía con el medio
ambiente. En efecto, en la economía de subsistencia basada en el cultivo del huerto, las
campesinas conocen el valor ecológico de variedades de plantas que a los ojos de los
“expertos” occidentales parecen simples malas hierbas que se debe destruir. En la
segunda parte de su libro Abrazar la vida. Mujeres, ecología y desarrollo, esta
pensadora nos explica de manera sencilla y magistral cómo actúa el desarrollo “a la
occidental” que sustituye los cultivos tradicionales por monocultivos destinados al
mercado. Se conceden créditos a los campesinos para comprar semillas manipuladas
que requieren, a su vez, el uso de pesticidas vendidos por las mismas empresas que
suministran las semillas. Se crea así un círculo interminable de dependencia y
endeudamiento. Las obras faraónicas para suministrar agua de riego y la destrucción de
la flora local traen la alteración del ecosistema, produciéndose entonces los llamados
desastres naturales, que van desde los procesos de desertificación hasta las
inundaciones. Otra de sus obras, Cosecha robada, muestra que los primeros afectados
por esta destrucción sistemática de la naturaleza son las mujeres y los niños y, en
general, la población rural más pobre que vivía de una economía de autoabastecimiento
local y que termina agrupándose en las chabolas de las grandes ciudades del Tercer
Mundo 16.

16
Shiva, Vandana, Cosecha robada. El secuestro del suministro mundial de alimentos,
ed. Paidós, Barcelona, 2003.

9
También del Sur nos llega la reflexión ecofeminista espiritualista y social de
algunas catequistas y pensadoras de la Teología de la Liberación. Su órgano de difusión
a través de distintos países de Latinoamérica es la revista Con-spirando, cuya página
web puede consultarse en Internet. Una de las figuras más conocidas de esta línea es la
teóloga brasileña Ivonne Gebara. En sintonía con las nuevas preocupaciones ecologistas
de los teólogos de la Liberación, Gebara sostiene la necesidad de una ecojusticia o
justicia ecológica que atienda a los pueblos indígenas como primeras y principales
víctimas del actual deterioro medioambiental. Pero desde su visión feminista, advierte
que entre las víctimas, las mujeres se llevan la peor parte, debido a sus tradicionales
responsabilidades en la crianza de los hijos. Para superar el antropocentrismo (posición
que niega toda consideración moral para con los demás seres vivos), subraya la
necesidad imperiosa de cambiar la imagen patriarcal de un Dios separado de la
Naturaleza y sustituirla por una visión de Dios en la Naturaleza que permita extender
la compasión, la empatía y el respeto no sólo a los humanos, sino también a los demás
seres vivos y al resto de la Creación como parte de la Divinidad. Esta visión integradora
exige abandonar la misoginia inherente a la división Espíritu/Naturaleza que condujo a
la demonización del cuerpo femenino en la tradición de la Iglesia.
Algunos grupos de mujeres, sin declararse necesariamente ecofeministas, han
realizado grandes esfuerzos y obtenido importantes éxitos en la lucha por la
preservación de la Naturaleza. Así, por ejemplo, en la India, el movimiento Chipko
formado por mujeres rurales del Himalaya salvó los bosques comunales en una acción
concertada y altamente simbólica. Turnándose para vigilar, estas mujeres impidieron la
tala abrazándose a los árboles en nombre del principio femenino de la Naturaleza
cuando sus maridos ya se habían dejado convencer sobre la conveniencia de vender los
terrenos comunales. En 2004, la activista ecologista Wangari Maathai recibió el premio
Nobel de la Paz por la creación y coordinación del Movimiento del Cinturón Verde de
Kenia (Green Belt), asociación de mujeres que ha plantado más de veinte millones de
árboles en doce países africanos para combatir la desertificación.
Debido a la existencia de estas iniciativas que en ciertas ocasiones han logrado
cambios legislativos y al reconocimiento internacional de que la contaminación y las
catástrofes naturales afectan particularmente al colectivo femenino, la Plataforma de
Acción de Beijing planteó la necesidad de fomentar la participación de las mujeres en la
toma de decisiones medioambientales. Consecuentemente, la tendencia actual, aún
incipiente, es la introducción de la perspectiva de género en el diseño de los programas

10
de desarrollo. Como han puesto de manifiesto los estudios empíricos locales, los huertos
de las mujeres en las sociedades tradicionales son modelos de aprovechamiento
sostenible de la tierra que se basan en el cultivo de plantas perennes de gran rendimiento
y utilizan restos vegetales y estiércol como fertilizante. Alimentan eficazmente a la
comunidad sin producir contaminación.
En este nuevo planteamiento de sostenibilidad enriquecido por las aportaciones
del feminismo y del ecofeminismo, las mujeres no son reconocidas sólo como víctimas.
Aparecen, tal como ya las mostrara Vandana Shiva, como activas conocedoras del
medio natural y excelentes gestoras del desarrollo sostenible.
No sólo en el Tercer Mundo se ha abierto una nueva vía convergente entre
feminismo y ecología. En nuestro país, se han realizado estudios sobre el perfil y las
motivaciones de las mujeres que se dedican a la agroecología 17 y ya se han puesto en
marcha iniciativas como el plan GEODA, surgido de un acuerdo del Instituto Andaluz
de la Mujer con la Consejería de Medio Ambiente, para fomentar una cultura de
sostenibilidad y apoyar empresas de mujeres que se basen en principios ecológicos de
producción. De esta forma, los objetivos de empoderamiento de las mujeres y de
sostenibilidad de la sociedad se unen para avanzar hacia un futuro feminista y
ecológico.

El cambio en nuestra visión del mundo y del ser humano

Aunque el feminismo posee una historia mucho más antigua, comparte una
actitud crítica similar con el ecologismo, el antirracismo, el pacifismo, los movimientos
de gays y lesbianas y el de liberación animal: la búsqueda de una nueva ética y de
nuevas visiones del mundo. La sociología ha llamado a estas formas contestarias nuevos
movimientos sociales porque no se limitan a exigir un reparto de recursos, sino que
plantean otra calidad de vida, una mirada distinta sobre lo cotidiano y una particular
atención a lo que había sido designado como diferente e inferior.

17
Martínez Solimán, Magali, Sabaté Martínez, Ana, “Mujeres productoras en
agricultura ecológica”, en López Estébanez, N., Martínez Garrido, E., Sáez Pombo, E.,
(eds), Mujeres, medio ambiente y desarrollo rural, Ediciones de la Universidad
Autónoma de Madrid, 2004, pp.123-134.

11
La crítica feminista surgida en el último tercio del siglo XX nos permitió
comprender que había que superar los prejuicios sexistas que nos discriminaban e
integrarnos en el mundo de lo público. Todavía hasta hace poco tiempo, cuando se decía
“mujer pública” se estaba expresando algo muy distinto a “hombre público”. Creo que
el ejemplo es elocuente para medir hasta qué punto el mundo de lo doméstico era
considerado el mundo natural de las mujeres. Gracias al feminismo de la igualdad y a
las políticas de acción positiva, estamos cambiando nuestra imagen tradicional e
incorporándonos al trabajo asalariado, al mundo de la cultura, de la política y de los
puestos de decisión, si bien esta última incorporación se produce a un ritmo muy lento.
Pero nuestra salida del hogar y la incorporación en el ámbito de lo público puede
también, y a mi juicio debe, hacerse acompañada de una crítica a las formas generadas
por una larga historia de exclusión de las mujeres 18. El androcentrismo de la cultura es
el resultado lógico de esta historia. Desde el pensamiento androcéntrico se han
devaluado todas aquellas actividades y formas de percibir y sentir el mundo
consideradas femeninas. La filosofía ha conceptualizado a “la mujer” como Naturaleza
y sexualidad 19. Y el pensamiento occidental ha generalizado una percepción “arrogante”
del mundo 20 en la que la Naturaleza es simple materia prima 21, inferior y existente para
ser dominada y explotada por una razón despojada de sentimientos compasivos 22.
Por ello el ecofeminismo se ha interesado particularmente por la llamada “ética
del cuidado” de las mujeres estudiada por Carol Gilligan y otras teóricas. Se ha señalado
que todas las tareas relacionadas con la subsistencia y el mantenimiento de la vida
(empezando por las domésticas) han sido injustamente devaluadas 23, debido al estatus
inferior otorgado a la Naturaleza.

18
Sobre la lógica necesidad de pasar primeramente por un ciclo de vindicaciones antes
de descubrir y criticar el subtexto de género de lo que es sólo aparentemente universal y
neutro, ver Amorós, Celia, La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias... para las
luchas de las mujeres, Madrid: Cátedra, 2005, p.44.
19
Puleo, Alicia, Dialéctica de la sexualidad. Género y sexo en la Filosofía
Contemporánea, Cátedra, Madrid, 1992.
20
Warren, Karen, op.cit.
21
Shiva, Vandana, Abrazar la vida. Mujer, ecología y desarrollo, trad. Instituto del
Tercer Mundo de Montevideo (Uruguay), Madrid, Cuadernos inacabados 18, ed. horas
y HORAS, 1995.
22
Plumwood, Val, Feminism and the Mastery of Nature, London-New York,
Routledge, 1993; ver también de la misma autora, Environmental Culture. The
ecological crisis of reason, Routledge, 2002.
23
Mellor, Mary, Feminism and Ecology, Polity Press, Cambridge, New York University
Press, 1997.

12
Los datos empíricos muestran que, a nivel mundial, las mujeres constituyen gran
parte de las bases del movimiento ecologista y constituyen la casi totalidad de los grupos
de protección animal cuya generosa actividad es mirada a menudo como capricho y
debilidad femenina. ¿Cuántas veces nos llamó la atención alguna mujer, a veces una frágil
anciana que llevaba comida a unos gatos que sobrevivían gracias a su compasión en algún
solar de alguna calle de alguna ciudad en cualquier parte del mundo? Investigadoras como
la célebre Jane Goodall, que estudió las sociedades de primates en Africa, han destacado
en la observación científica de la Naturaleza justamente porque supieron empatizar con
los seres vivos no humanos y de esa forma los conocieron mejor, superando estudios
esquemáticos y reduccionistas anteriores 24.
La crisis ecológica actual nos obliga a replantearnos nuestra visión del mundo y
preguntarnos por el valor asignado a la Naturaleza, a las actividades del cuidado de la
vida y a los sentimientos empáticos con lo no humano 25.
Este cuestionamiento será una forma más de participación de las mujeres en la
construcción de la cultura.

Apuntes finales

Una auténtica educación para la sostenibilidad no puede reducirse a una


simple consigna de mejor gestión de los recursos naturales. Esto es necesario pero no
suficiente para ese gran cambio cultural exigido por el aumento de la potencia
tecnológica de la humanidad y la consiguiente presión sobre la Tierra. Como he tratado
de hacer ver en los anteriores apartados, el ecofeminismo llama la atención sobre los
efectos del mal desarrollo en el colectivo femenino y sobre ciertos aspectos del
problema medioambiental que no son tenidos en cuenta. El desprecio de los valores del
cuidado, relegados a la esfera feminizada de lo doméstico es uno de los factores que
conducen a la humanidad a una carrera suicida de enfrentamientos bélicos y desarrollo

24
González, Marta I., “Creer para ver: Primates, homínidos y mujeres”, en VV.AA.,
Mujeres pioneras, Colección La Historia no contada, Editora Municipal, Ayuntamiento
de Albacete, pp.11-23.
25
De imprescindible lectura al respecto: Goodall, Jane, Bekoff, Marc, Los diez
mandamientos para compartir el planeta con los animales que amamos, Paidós,
Barcelona, 2003.

13
insostenible. El extremo dualismo cultivado por nuestra civilización ha de ser analizado
y cuestionado como un subtexto que en gran medida responde a claves de género y que
incide en la persistencia de la desigualdad entre los sexos y en la actual crisis ecológica.
Los análisis ecofeministas de las oposiciones naturaleza/cultura, mujer/varón,
animal/humano; sentimiento/razón, materia/espíritu, cuerpo/alma denuncian el
funcionamiento de una jerarquizacion que desvaloriza a las mujeres, a sus tareas, a los
animales no humanos, a los sentimientos, a lo corporal y a todo lo que se designe como
Naturaleza frente a una razón y una cultura concebidas como masculinas y totalmente
desgajadas y liberadas de “lo natural”.
¿Saber esto significa que hay que convencer a las mujeres para que se conviertan
en salvadoras del planeta? No, por el contrario, es una llamada a afirmar algunos valores
relacionados con su propia experiencia para proceder a su universalización en tanto válidos
para la práctica de todos los seres humanos. La bipolarización de los roles de género es el
problema, no la solución. Como advierte Cèlia Amorós, “la ética del cuidado hay que
predicarla a los varones: su predicación neutra haría que el agua fuera a parar a su bache
geológico, que está predispuesto y preparado para recibirla desde hace siglos”26. Tanto
hombres como mujeres tenemos que concebirnos como integrantes de la Cultura y de una
Naturaleza amenazada y necesitada de cuidados. Esto último implica transformar los
conceptos de Naturaleza y de ser humano, incluyendo en el canon de lo humano actitudes
y valores inferiorizados y hasta ahora considerados “femeninos por naturaleza”.
Una educación para personas adultas que integre estas ideas será capaz de
reconocer, en la experiencia de mujeres sin instrucción, conocimientos, sentimientos y
actitudes de extraordinario valor para esa gran transformación cultural de nuestro
tiempo. Y, por ello, justamente, podrá favorecer los procesos de autoestima de las
educandas, a menudo tan necesitadas de ella. Y al pensar en esta dinámica pedagógica,
me vienen a la memoria las ideas de Paulo Freyre. Enseñar aprendiendo, ayudar al
fortalecimiento de sujetos que forjen su propio destino, atender a su contexto... Desde
las prácticas más sencillas a sus implicaciones filosóficas, la perspectiva ecofeminista
nos permite una auténtica transformación de las rutinas educativas y de los supuestos
culturales acríticos. Toda una oportunidad de descubrimiento e invención.

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Amorós, Cèlia, La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias..., ed.cit., p.205.

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