2012 - McGranachan Trabajo Final PDF

También podría gustarte

Está en la página 1de 18

McGranachan 1

Emily McGranachan
Guerra de Guerrillas en Chile Contemporáneo
Profesor Téllez
U. de Chile, Facultad de Historia

“Yo Creo en la Revolución”: Las Mujeres del MIR y el FPMR

La decisión de ingresar en una organización o partido político que acepta o enseña el uso

de la violencia como un camino para lograr sus metas es una decisión importante. Para los

hombres y las mujeres en Chile durante los años setenta y ochenta fue una decisión aun más

peligrosa en el contexto de las amenazas del régimen militar. Con tantos riesgos y en el clima

represivo ideológico y de género de la época, es significativo que las mujeres chilenas querían

ingresar en los grupos radicales como el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) o el

Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), en particular tomado en cuenta que estos grupos

mantenían prácticas discriminatorias hacia las mujeres.

Existe el mito que todas las mujeres ingresaron a estos grupos con una pareja o para un

hombre. Pero el testimonio de varias mujeres demuestra que las mujeres ingresaron por razones

complejas y personales, tales como los hombres. Las conexiones personales sí influyeron en las

decisiones de estas mujeres, pero su politización y confianza en los movimientos les

convencieron a dejar sus vidas normales y luchar para un Chile mejor. Ni la falta de igualdad o

un espacio para las mujeres dentro de las organizaciones y sus jerarquías, ni la militarización

discriminatoria, o la falta de una conciencia feminista disuadieron a las mujeres ingresar porque

su conciencia y convicción ya eran partes de su forma de ser. Este trabajo argumenta en dos

partes que las mujeres ingresaron en grupos de la lucha armada por su propia convicción política.

La primera parte enfoca en la politización de las mujeres antes de ingresar en los movimientos y
McGranachan 2

en su decisión individual de convertirse en militante. La segunda parte examina el espacio para

las mujeres dentro de las organizaciones y su rol dentro de las jerarquías.

La politización anterior

Hay una percepción común que las mujeres de grupos como MIR o FPMR ingresaron

con o para los hombres. Es posible que mujeres sí decidieran ser parte de los grupos por la

influencia o para recibir la atención de un hombre. Esta idea podría venir del hecho de que la

militancia en pareja fue muy común, especialmente en el MIR. Unas de las mujeres más

conocidas del MIR era la pareja del dirigente Miguel Enríquez, Camilla Castillo. Muchos

dirigentes tenían parejas compañeras dentro del grupo, pero eso no significa que ellas no

ingresaran por su propia voluntad o creencia, ni tampoco que ser pareja de un hombre fuera su

única función en el movimiento ni su única identidad. En una declaración pública, la

organización Ex Presas Políticas de la Dictadura explicó que “Las mujeres militantes y

resistentes no aceptamos ser tratadas en nuestro compromiso político, como ‘las mujeres o

esposas de’. Sufrimos la tortura independientemente de ser solteras o casadas con militantes…”

(Ex Presas Políticas). Su conexión con un hombre no determinó su identidad o su militancia, y

no cambió el hecho de que ellas lucharon y sufrieron con los hombres en Chile, en los centros de

tortura y en el exilio.

Cabe señalar las tres mujeres entrevistadas en el libro Mujeres en Rojo y Negro

ingresaron en el MIR por sus propios caminos después de estar en otros grupos izquierdistas

como la Juventud Radical u otros partidos políticos. Arinda Ojeda era miembro activista con las

demócratas cristianas y se incorporó a militar en el MIR a través de un amigo de la universidad,

y no por su esposo, quien era un dirigente el Frente de Trabajadores Revolucionarios


McGranachan 3

(Vidaurrázaga 50). Con dos hermanos ya militantes, Christina Chacaltana se ingresó en el MIR

a través de colegas en el Ministerio de Obra Públicas donde ella trabajaba en 1970. Ahí,

mediante el Frente de Trabajadores Revolucionarios ella empezó a organizar con el grupo

(Vidaurrázaga 53). Christina no ingresó a través de sus hermanos y no tenía pareja en las

organizaciones hasta años después de ingresar. Soledad Aranguiz se ingresó en la secundaria

atreves de una amiga de MIR. Estas tres mujeres eran adultas cuando ingresaron y lo hicieron

por su propia voluntad y propio camino.

Era natural para los jóvenes, las mujeres y los hombres, formar pareja dentro del grupo.

Muchos de ellos tenían que mantener su participación clandestina y por eso tener una pareja

fuera de la organización hubiera sido casi imposible. Dado que ellos estaban trabajando con

otros jóvenes con la misma ideología, creyendo en una revolución inminente, no es difícil de

entender por qué se formaron tantas parejas al interior de estos grupos. Pero no siempre fue el

caso que un hombre traía su mujer al grupo, pues muchas de ellas ingresaron por su propia

convicción en el movimiento. Para muchas, el amor vino después de la politización, y no al

revés.

Según los testimonios de varias mujeres, ellas ya habían empezado su educación anti-

clasista antes de que empezaran a involucrase en los partidos políticos radicales. Por ejemplo,

antes de ser militante con el FPMR, Cecilia Magni-la única mujer integrada en la Dirección

Nacional-había pasado mucho tiempo “…estudiando a Marx y Lenin, e informándose de los

avatares de la lucha en el mundo y la contingencia nacional, proceso en el cual fue creciendo

políticamente, haciéndose cada vez más fuerte, hasta alcanzar una gran disciplina y convicción”

(Frente). Su conciencia social y compresión de la situación y lucha en Chile se inició antes de

conocer a un hombre del FPMR y fue nombrada dirigente antes de ser pareja de unos de los
McGranachan 4

dirigentes 1. Al igual que los hombres en las universidades, las mujeres leyeron los mismos

textos y fueron expuestas a una conciencia clasista y capitalista distinta de la de las generaciones

anteriores. La decisión de usar esta conciencia más politizada mediante la adhesión a un grupo

político típicamente fue la primera etapa para los militantes. La transformación hacia la

participación política en una militancia o grupo revolucionario fue peligrosa y una decisión muy

importante para cada miembro.

Las conexiones personales con miembros de las organizaciones clandestinas podían

influir a personas ya radicalizadas. Esto fue cierto tanto para hombres como mujeres. También

mujeres convencieron a otras mujeres a ingresar, de modo que no solo había hombres miembros

reclutando a mujeres. Soledad Aranguiz, por ejemplo, era una estudiante en la secundaria

cuando conoció a María Isabel Joui, una dirigente del FER [Frente de Estudiantes

Revolucionarios], el paso previo a su militancia en el MIR. Como explicó Soledad, “Lo que más

admiraba de ella, y que después me convenció de estar en el MIR y no en otro partido de

izquierda, era la fuerza de sus argumentos” (Vidaurrazaga 52). Su politización había empezado

antes de conocer a María Isabela, pero al conocer una mujer independiente, inteligente y

militante, Soledad vio en María Isabela un modelo fuerte y militante, una mujer que ella quería

emular. En una sociedad represiva cultural y políticamente, para una mujer joven el hecho de

conocer a una militante liberada fue una oportunidad única. No había muchas mujeres

independientes en la esfera pública o política, y cada ejemplo de una mujer así representó la

esperanza y la evidencia de las posibilidades para una joven de diecisiete años como Soledad.

1
En 1979 Magni se casó con Rafael Walker y se separaron en 1982 cuando ella ya había empezado a
militar en las Juventudes Comunistas. En 1984, siendo soltera, Magni ingresó en el FPMR después de
recibir la invitación directa. Entre 1984-1988 Cecilia Magni vivía en la clandestinidad, mientras su ex
esposo Walker y sus padres cuidaron a su hija. En 1984 Magni se casó con Julio Muñoz Otárola, también
miembro de FPMR. En 1985 Magni conoció a su última pareja, Raul Pellegrin, el comandante “José
Miguel”. Ella empezó su “carrera militar” antes de conocer José Miguel.
McGranachan 5

Las mujeres ingresaron con la ayuda y la influencia de otras mujeres porque ellas fueron

modelos de compañeras poderosas y activas. Pero influir a alguien o participar en su transición

hacia la militancia no niega la autonomía de la decisión de ingresarse en una organización.

Cuando Soledad empezó su militancia con el ánimo de María Isabel, “…el MIR [fue] un

espacio donde potencialmente existían brechas que posibilitaban cambios en sus militantes, y

especialmente en las mujeres, al sacarlas de sus roles tradicionales y ofrecerles una idea de

igualdad con sus compañeros varones, si bien en muchas ocasiones fuese sólo una ilusión de

equidad” (Vidaurrazaga 21). Para mujeres politizadas con una conciencia feminista incipiente, la

posibilidad de ingresar a un partido político que abrazaba a las mujeres como miembros

importantes o iguales aparecía como un camino para expresar y desarrollar su conciencia

política. La militarización fue un paso aun más extremo hacia la politización y la percepción de

la igualdad. Los partidos políticos de la izquierda tradicional eran muy polarizados y no luchaba

por la igualdad de los sexos o un cambio cultural del género. En contraste, hubo grupos como

MIR o el FPMR que hablaban de compañeros(as) como miembros juntos en la lucha

revolucionaria, aun cuando seguían prácticas discriminatorias.

¿El espacio de la mujer en la revolución?

Aunque había más equidad entre los sexos en los grupos revolucionarios en términos

sociales y culturales, todavía existía una jerarquía masculina rígida que excluía a las mujeres. Si

había más libertad con las relaciones entre los miembros que empoderaba a las mujeres, esta

libertad no necesariamente trasladaba en la igualdad dentro del sistema de los grupos. Pero

existía el mito de la igualdad y que los grupos radicales eran espacios igualitarios para hombres y

mujeres en los cuales se podrían desarrollar y crear el futuro de Chile juntos. Las razones por la
McGranachan 6

continuación del sistema patriarcal dentro de las organizaciones son, en parte, un reflejo de la

realidad de la época. En particular, en el MIR de los años sesenta y setenta, hubo una jerarquía

dominada por los hombres que excluía a las mujeres. En las dos entidades centrales del MIR, el

Comité Central y la Comisión Política, solo entraron dos mujeres, la periodista Gladys Díaz y

Lumi Videla. Gladys Díaz fue parte del Comité Central en 1965 antes de ser elegida secretaria

general de las Juventudes Comunistas en el mismo año. Lumi Videla era encarga de un GPM

(Grupo Político Militar) cuando tenía 22 años antes de ser parte del Comisión Política. Ella fue

detenida, torturada y ejecutada por la DINA en 1974. En forma similar, en los ochenta, en el

FPMR no había una gran diferencia en el tratamiento de la jerarquía central con respeto al

género. Había solo una mujer, Cecilia Magni, que ingresó en la Dirección Nacional y ella

también era la única mujer dirigente militar con el título de “comandante”. Sin una posibilidad

abierta de ser dirigente o ser tratada como un combatiente igual en las organizaciones, parece que

hubiera sido una barrera perceptible para las mujeres.

Una práctica discriminatoria que limitó el rol de las mujeres en el MIR fue la idea de

tener combatientes fuertes, lo cual excluía a todas las mujeres y los hombres débiles. Eso

prevenía en parte del ejemplo exitoso de la revolución en Cuba y su estrategia de utilizar solo

hombres como combatientes. Según Marta Vasallo en su libro Militancia y transgresión, la

ideología de las guerrilleras de los sesenta estaba:

“…influida más directamente por el Che Guevara, la presencia de mujeres fue


muy escasa, porque por su menor fortaleza física las descartaban como
combatientes. Esta concepción machista y biologicista del guerrillero, especie de
darwinismo revolucionario, excluía desde el principio a aspirantes a combatientes
cuyos cuerpos no garantizaban una tolerancia a las condiciones de vida en la selva
o en el monte” (Zalaquett 168).

Aunque la lucha armada en Chile en esta época no fue en la selva o el monte, el modelo de Cuba

y Guevara dominó la percepción de los papeles de los sexos dentro del movimiento.
McGranachan 7

Esto cambió en los ochenta por la influencia de las Sandinistas en Nicaragua. Allá las

mujeres eran dirigentes militantes y combatientes iguales con los hombres. Los Sandinistas

influyeron los movimientos revolucionarios chilenos en los ochenta más que la revolución

Cubana. En los ochenta los movimientos veían las mujeres con armas como un hecho de sus

estrategias y no tanto como un tabú. Las mujeres ingenieras, aunque pocas en estas épocas, eran

tan útiles como los hombres en construir bombas o planificar operaciones. También las mujeres

participaron en misiones violentas y peligrosas como el atentado a la comitiva de Pinochet en el

Cajón de Maipo de FPMR en 1986. Dos mujeres participaron, “Cecilia Magni Camino, la

‘comandante Tamara’, quien participó en la planificación y ejecución logística del ataque. Y

Adriana del Carmen Mendoza Candia, de nombre político ‘Fabiola’, la única mujer que integró

la “Unidad 502”, el sector grupo de 20 fusileros escogidos para disparar en la emboscada”

(Zalaquett 219). No obstante, aunque había mujeres entre los dirigentes y grupos elites de

FPMR, ellas eran pocas y todavía había discriminación y desigualdades. En Chile, algunas

mujeres fueron permitidas participar al igual que los hombres en las operaciones más violentas.

Ellas eran integradas en la lucha armada, pero su presencia era subordinada a los hombres, fuera

de la jerarquía.

Pero la falta de espacio en la jerarquía no significa que no hubiera mujeres en los

movimientos, ni que ellas no tenían roles importantes. Según la estimación de Marta Vasallo,

había alrededor de 30-35% de mujeres en las vertientes militantes en Chile (Zalaquett 168).

Después del fin del régimen militar la Investigación Rettig informó que 94.5% de los

asesinados/desaparecidos entre 1973-1990 eran hombres (La Verdad). Pero las mujeres sí eran

parte de los grupos, eran dirigentes y también detenidas/desaparecidas. Por lo menos hubo 118

mujeres ejecutadas, 72 todavía desaparecidas, y casi 4,000 mujeres detenidas a lo largo del
McGranachan 8

régimen (Ortiz). Alguien en el régimen pensó que estas mujeres eran amenazas para el estado,

especialmente la casi 200 mujeres desaparecidas o ejecutadas. El sufrimiento de las mujeres era

distinto al de los hombres por el uso sistemático de la violación, pero ellas también sufrieron con

los hombres porque todos estaban en la misma situación.

Su presencia fue importante en las luchas por sus contribuciones y participación únicas e

iguales como los hombres. Para unas mujeres fue más fácil participar en los movimientos

clandestinamente mientras mantenían un trabajo crítico para la información o las investigaciones.

Por ser mujer, ellas no recibían tanta atención o sospecha porque existía la idea que la feminidad

y la militancia eran incompatibles. Esta percepción cultural permitía a muchas mujeres manejar

entre la clandestinidad y la sociedad tradicional para el beneficio de sus organizaciones. Las

mujeres y las organizaciones usaban la ventaja de la devaluación del poder de la mujer. Pero las

organizaciones no solo utilizaban a las mujeres por su roles únicos, ellas también eran cada vez

más integradas en las organizaciones como miembros típicos militares. Antes del golpe las

mujeres escribieron finchas, movilizaron sindicatos, enseñaron a las generaciones futuras, y

compartieron los mensajes revolucionarios con sus compañeros. Desde los años sesenta hasta

los noventa las mujeres tomaron posiciones más violentas dentro de las organizaciones porque

poco a poco el tabú de una mujer armada disminuyó.

Durante los años setenta muchas mujeres describen la falta de una conciencia feminista

en las mujeres y las organizaciones. Eso no es una gran sorpresa porque durante los sesenta y

setenta la sociedad chilena mantenía una cultura tradicional patriarcal que separaba los papeles

de las mujeres y los hombres sin una reflexión o conciencia de discriminación. En los años

setenta emergió el principio de un nuevo movimiento de mujeres con más participación

académica, política y laboral. Las mujeres ganaron el derecho de votar completo en 1952 pero
McGranachan 9

los partidos políticos no incorporaron a las mujeres en sus políticas o jerarquía. Existían sectores

especiales para las mujeres dentro de los partidos, separados del resto de la organización. La

sociedad todavía era patriarcal y las mujeres tenían que luchar contra la idea tradicional que las

mujeres eran débiles y inferiores en términos físicos, mentales, y morales (Sociología y Trabajo

Social). La gente podía sentir que había desigualdad, pero una conciencia feminista en la forma

que está reconocida y enseñada hoy en día no existía en estas épocas en Chile. Sin embargo las

mujeres de Chile usaron la oportunidad de la lucha armada para la libertad de su país para abrir

las puertas para su género y el futuro con su presencia y su pasión. Según María Luisa Tarrés en

su investigación “Campos de acción social y política de la mujer de clase media” de 1987:

“A lo largo de la historia, las situaciones de emergencia abrieron brechas para que


las mujeres se salieron de los moldes impuestos por el sistema sexo/genero. Suele
suceder que en periodos de excepción crisis, las mujeres se sientan lanzadas a una
participación política mayor, espacio que les permite crecer y cuestionarse su
situación en general dentro de la sociedad. Muchas veces el ingreso masivo a los
movimientos políticos revolucionarios, les dio oportunidades de cambiar los
moldes genéricos que la cultura les imponía” (Vidaurrazaga 44)

Para ellas el MIR, o el FPMR, eran un espacio de una brecha en el rígido sistema sexo-genero.

En las organizaciones revolucionarias, ellas podían cuestionar su posición en la sociedad como

obreras, estudiantes, activistas, combatientes, mujeres, madres, entre otras identidades. En este

momento de emergencia en Chile, las mujeres utilizaban la situación para demonstrar su

convicción, fuerza y politización. Pero para muchas esta transformación no era algo discutido o

reconocido, pues ellas no cuestionaron el sistema con una conciencia feminista por muchos años.

Para mujeres del MIR como Carmen Castillo, no conocieron al discurso feminista hasta

el exilio en Europa. Fue allá, hablando con otras mujeres militantes que Castillo entendió el

feminismo y su papel en la lucha de Chile. Pero fue claro para ellas que no existían el mismo

discurso o la misma conciencia dentro de las organizaciones. Como relata Carmen Castillo, “Yo
McGranachan 10

he hablado mucho con mujeres ex combatientes chilenas, argentinas y uruguayas sobre, por

ejemplo, nuestra relación con las armas: ¿Era un símbolo de poder, una prolongación fálica o

había en nuestro modo de tenerlas y usarlas algo particular? El feminismo nos obligó a

reflexionar cosas como estas” (Zalaquett 151). Esta reflexión llegó después de su participación

directa en el movimiento y con la ayuda de otras mujeres. Muchas chilenas fueron a Europa en

exilio durante una época de feminismo muy fuerte en el continente. Soledad Aránguiz está de

acuerdo con Carmen Castillo cuando ella describe cómo, continuando su politización y

organizando con organizaciones feministas en Europa, “Uno empieza a ver que las parejas no

son iguales a las de uno, que los derechos que tiene la mujer allá son otro tipo de derechos a los

que teníamos nosotros acá [en Chile], que se comportan de otra manera, que se relacionan con

los hombres de una manera distinta” (Vidaurrázaga 120). Fuera de las organizaciones chilenas,

en espacios seguros en exilio, las mujeres tenían nuevas oportunidades de investigar sus

experiencias, sentimientos y memorias para entender mejor su papel en la lucha.

Las mujeres ocupaban un rol distinto que los hombres en el exilio también. Por ejemplo,

Carmen Castillo llegó a Francia después de la muerte violenta de su pareja, Miguel Enríquez, en

1974. En Francia, el MIR quería que ella hablara con otras organizaciones o manifestaciones de

apoyo como la viuda del ex-dirigente y no como militante o combatiente. En vez de asumir este

papel de la viuda de un héroe, ella rechazó esta identidad simplista de quién era. Con una

conciencia muy desarrollada ella explica que “mi relación con Miguel…nunca determinó mi rol

social… logré [a esta comprensión] gracias al apoyo y la mirada de otras mujeres que me

ayudaron a combatir al aparato, a la institución que te obliga a someterte a un cierto rol; mujeres

que me decían ‘no te instales en algo que no ere tú’ y eso fue muy difícil, pero cuando dije ‘no’,

nadie pudo obligarme a más nada” (Zalaquett 149). Castillo negó el rol que impuso el MIR
McGranachan 11

porque este aspecto de su vida- su relación con Miguel-no definió quien era. Se podría decir lo

mismo sobre las mujeres militantes en pareja; su amor fue parte de su experiencia y su

militancia, pero no fue lo que definió a ellas como individuos o combatientes. Con la ayuda y el

apoyo de otras mujeres Carmen Castillo fue capaz de rechazar el papel impuesto por los

dirigentes del MIR.

Esta limitación de la conciencia feminista cambió durante los ochenta con el incremento

del discurso y diálogo académico del feminismo. Esta conciencia cambió los pensamientos de

académicos y estudiantes, pero fue lento en llegar a la sociedad chilena y a la ideología de las

organizaciones revolucionarias. Las mujeres y sus compañeros, con una comprensión más

desarrollada, iniciaron cambios en el MIR. Fue en 1986, casi veinte años después de su

formación, durante el IV Congreso de MIR que unas mujeres lograron convencer a los hombres a

incorporar a su programa la lucha contra la sociedad patriarcal y capitalista. En este momento, la

organización reconoció la necesidad de combatir el sexismo para crear una sociedad igual.

Después de muchos años las mujeres de MIR ganaron el reconocimiento que la discriminación y

desigualdad sexo-genérica fueron una parte esencial de la lucha anti-clasista y anti-capitalista.

Al mismo tiempo, unas de las mujeres más conocidas del FPMR, Cecilia Magni-nombre

de guerra la Comandante Tamara- se convirtió en ser un símbolo de la organización. En una

entrevista en los ochenta para una revista chilena ella afirma, “Soy una mujer muy feminista.

Siempre prefiero trabajar con mujeres. Lo que pasa es que las mujeres somos muy pocas…”

(Zalaquett 222). Ella era unas de las mujeres dirigentes del movimiento, comandante de

hombres subordinados y ella era feminista. Pero esta conciencia feminista no tocaba cada

aspecto de las organizaciones. Todavía existían el machismo y la discriminación, aunque más

sutiles.
McGranachan 12

Cuando Cecilia Magni habla sobre su experiencia como comandante de hombres, aunque

ella se identifica como feminista y militante, ella no reconoce la evidencia de un corriente de

sexismo. En sus entrevistas hay un sentido que ella si recibió el respeto de sus subordinados,

pero solo después de demonstrar por qué desempeñaba una posición de autoridad. Los hombres

no creyeron en su capacidad como dirigente sino después de su participación en unas acciones

operativas peligrosas y violentas (asaltos, atentados con explosivos). En este momento el

tratamiento de ella cambió. En un sistema rígido militante, los subordinados están enseñados a

no contradecir la autoridad, pero cuando la comandante es una mujer, ellos dudan de su

capacidad.

En sus entrevistas, Magni también dice que sus subordinados no veían a ella como una

mujer. Cuando ella dice eso, ella parece estar orgullosa por ser una comandante tan buena que

los hombres olvidan su sexo. Parece que para ser comandante, ella tenía de dejar de ser

percibida como mujer. Magni dice, “Una no usa mucho el elemento de ser mujer. Lo usa en la

medida que le sirve para una operación, pero siempre como combatiente. Y los subordinados

míos, te aseguro que no me ven como una mujer en el trato diario, en las tareas, en las

actividades” (Zalaquett 222). Pero, el sexo y el género no son simplemente elementos, alguien

no deja de ser quien es cuando es un combatiente. Hay maneras de actuar el rol que ha creado la

persona o la sociedad, pero el sexo de una persona no deja de existir cuando asume un rol no

tradicional. Cecilia Magni no dejó de ser mujer cuando se nombró comandante, aunque es

posible que ella rechazara las manifestaciones tradicionales de la femineidad.

Sin embargo, las reflexiones de Magni representa la discriminación sutil dentro del

movimiento en dado que el ser mujer es incompatible con el ser combatiente. Si los

subordinados no veían a ella como mujer, se puede asumir que a ella la veían como hombre, y no
McGranachan 13

como su comandante sin género. La Comandante confirmó eso cuando ella describe el momento

en que unos de los hombres dijo que ella era bonita con su revólver, o cuando los hombres

olvidaron de su sexo e hicieron comentarios sobre otras mujeres. Magni dice que “Hay

compañeros que me hablan tan igual a igual, que cuando pasan mujeres las miran y me comentan

sobre ellas, igual como si estuvieran con un hombre” (Zalaquett 222). No es que todos los

miembros eran feministas, ni que ellos aceptaron a Cecilia Magni como una comandante mujer,

sino que ellos podían separar su sexo de su posición como dirigente. En la percepción de los

hombres del FPMR, ser militante era ser masculino y no femenino, en ser hombre y no mujer.

Pero eso no significa que los grupos armados en Chile no reconocieran la participación de

la mujer, ni que ellas no tuvieran importancia en sus estrategias. Las mujeres de MIR eran

combatientes como los hombres y el grupo lo reconoció. Cuando se ve el “Proyecto Hogares” de

la “Operación Retorno, es claro que ellas se incorporaron en las estrategias, y también que ellas

eran politizadas y dedicadas a la causa. Al final de los setenta y al principio de los ochenta el

MIR empezó la Operación Retorno, un programa para que los miembros en exilio pudieran

regresar a Chile clandestinamente. Los miembros recibieron preparación militar en Cuba antes

de regresar a Chile, aprendiendo sobre las políticas, la militancia urbana y las tácticas guerrillas.

En sus primeros años, la Operación Retorno fue realizado solo por MIR, pero en 1981 después

de una reunión de ocho partidos de la izquierda “se destacó la legitimidad de la lucha armada y

se concentraron avances en la constitución de una frente político tras una línea ofensiva que

resistiera a la dictadura” (Vidaurrázaga 120). Esta operación fue muy peligrosa para todos los

participantes, pero es un testimonio de su convicción y dedicación a la lucha. Hombres y

mujeres chilenos regresaron a su país de origen para seguir luchando contra el régimen.
McGranachan 14

Durante la preparación militar en Cuba no había una distinción entre los sexos. Las

mujeres y los hombres aprendieron las mismas lecciones de tácticas y del uso de las armas. En

este momento extremo dejaron el tabú de mujeres con armas y aceptaron la importancia de tener

todos los chilenos combatientes de la Operación listos para la lucha. Las mujeres aceptaron su

papel más violento con confianza. En parte, la influencia de las mujeres en Europa apoyó su

dedicación a la militancia violenta y su rechazo de la discriminación de género. La presencia de

las mujeres esra tan importante la Operación incorporó los Proyecto Hogares para los hijos de las

mujeres que regresaron. Los hijos de madres y padres miristas vivían en un complejo residencial

en Cuba mientras sus padres lucharon clandestinamente en Chile. 2 En Cuba los niños vivían con

“padres sociales”, hombres o mujeres, quien los cuidaba. Estudiaban dentro de la comuna y

compartían la distancia con sus madres con los otros niños. En la comuna los adultos ensenaban

la importancia de la lucha de sus padres y el agradecimiento de su sacrificio. El hijo de Christina

Chacaltana explicó que fue difícil estar separado de sus padres, pero que “…nunca sentí que me

hubieran abandonado. En Cuba la familia y la gente eran tan acogedoras, que uno no se sentía

solo ni dejado” (Zalaquette 159). Marcado por adultos revolucionarios y otros niños en la misma

situación, el Proyecto Hogares intentó cuidar a los niños para que los padres pudieran luchar con

la resistencia en Chile y reducir el trauma de la separación para los jóvenes. También las cartas,

las cintas de audio, las fotos compartidas entre las madres en Chile y sus hijos en Cuba

mantenían la conexión y disminuían la distancia.

Para las mujeres miristas, la maternidad y la militancia eran combatibles y no

mutualmente exclusivas. Antes del golpe ellas crearon, como los otros miembros, que el país fue

en un periodo pre-revolucionario. Fue natural para ellas querer compartir este futuro con su

2
Christina Chacaltana y Soledad Aránguiz regresaron a Chile con sus parejas, pero por su propia
voluntad. Arinda Ojeda regresó sola. Las tres tenían hijos, de edades diferentes, que vivían en Cuba con
Proyecto Hogares. Christina y Arinda regresaron a Chile en 1980 y Soledad en 1981 (Vidaurrázaga).
McGranachan 15

familia y crear una vida para disfrutar de sus esfuerzos. Con tantos militantes en pareja había

hijos, y cuando sus padres tenían que exiliarse del país, ellos se fueron también. Para muchas

madres la maternidad y la militancia fueron partes esenciales de sus identidades. Al reconocer

que ellas no pudieron negar este parte de su vida, ellas regresaron a Chile con la confianza que

sus hijos estuvieran bien cuidados en Cuba. La maternidad no terminó su participación en el

espacio público, nadie les obligó a regresar con esta misión tan peligrosa. Pero ellas eran

combatientes miristas como sus compañeros y ser madre o ser mujer sin hombre no negaba esta

realidad. Soledad Aránguiz explica sus identidades cuando ella dice:

“Yo creo en la justicia, creo en la igualdad, yo creo en el MIR…creo que hay que
irse a Chile a pelear, y soy mamá, y eso es fuerte, pero yo también soy esa otra, y
tengo que reconocerlo en mí y darme cuenta de que es tan importante como esto
otro. No es una cosa antes que la otra, son conjuntas, paralelas. No puedo ser la
pura mamá y dejar de ser la militante que ahora me doy cuenta que soy, ni al
revés ser la pura militante y decir que no me importa lo que pase. Soy las dos,
pero las dos me importan y las dos no puedo dejar de ser” (Zalaquett154)

Para ella la militancia no era una cosa pasajera ni algo mandada por una pareja, fue parte de

quien era. El MIR reconoció que necesitaba a todos sus miembros en la Operación Retorno, y

con el Proyecto Hogares fue posible para las madres y padres regresar a Chile.

En realidad la maternidad puede ser un empuje fuerte para seguir la lucha armada. Las

tres mujeres de Mujeres en Rojo y Negro, Chrisina, Arinda y Soledad, querían liberar su país de

origen para el futuro de sus hijos. Su seguridad, su libertad y su futuro eran una motivación muy

importante para las madres miristas. Cecilia Magni, también una madre, escribió en sus cartas a

su hija el deseo de tener un Chile libre para su hija. Mientras Christina, Arinda y Soledad vivían

con sus hijos en el exilio y decidieron regresar a Chile en la Operación Retorno sin ellos, Cecilia

Magni vivía hace años en la clandestinidad lejos de su hija. Para todas los padres luchando en la

resistencia durante la dictadura, “Al estar separadas de sus retoños/as, la posibilidad de volver a
McGranachan 16

reunirse con ellos/as tuvo directa relación con el fin de la dictadura, por lo que el término de la

beligerancia significaba además lograr el íntimo objetivo de encontrarse con los hijos e hijas que

habían dejado. Así, la maternidad les otorgó aliento extra para continuar la lucha…”

(Vidaurrázaga 261). Para las madres de MIR y el FPMR, la maternidad no terminó su

participación militante ni mantuvo a las mujeres exclusivamente en el espacio privado de la

casa. La maternidad fue una movilización primaria para seguir la lucha armada para el futuro de

los hijos. Mientras resistían en la clandestinidad, la maternidad les movilizaba a trabajar con

toda su capacidad porque lograr la revolución significaría el fin de la separación con sus hijos.

En el MIR y el FPMR, las mujeres encontraron un espacio, aunque limitado, para participar en la

resistencia y la lucha armada con aprobación creciente de los hombres. Ni la sociedad patriarcal,

ni la jerarquía patriarcal, ni el exilio, ni la clandestinidad, ni la maternidad podían negar la

convicción revolucionaria de las mujeres.

Conclusión

Los movimientos revolucionarios en Chile abrieron las puertas para la liberación del país

y sus ciudadanos, incluso las mujeres. Aunque eran una minoría, las mujeres se incorporaban y

se ingresaban en las organizaciones izquierdistas-reformistas desde su inicio. Las mujeres se

ingresaron por la misma convicción a la causa como los hombres y juntos intentaron cambiar el

país. Dentro de las organizaciones como el MIR y el FPMR, las mujeres ocupaban los mismos

trabajos que los hombres en la base de la jerarquía, pero pocas mujeres llegaron a los comités

centrales como dirigentes militares. En los ochenta, cuando las organizaciones revolucionarias

decidieron iniciar una estrategia más violenta para liberar el país con la Operación Retorno, las

mujeres participaron igual que los hombres. Cuando la situación fue aun más peligrosa y seria,
McGranachan 17

las mujeres aceptaban el uso de la violencia y las armas, y las organizaciones utilizaban su

fuerza. Con la influencia de las feministas de Europa, las mujeres que vivían en exilio

empezaron a re-evaluar el sistema sexo-genérico de Chile y de los movimientos. Empoderadas

por el discurso feminista y por la aprobación de la militancia de la mujer durante la dictadura, las

chilenas se desarrollaban en mujeres más independientes y extremas. Sus parejas, compañeros,

compañeras, hijos y comandantes les influyeron y les apoyaron en su transición desde la reforma

hacia la revolución. Pero, con cada camino distinto, las mujeres mantenían su convicción e

ideología propia y no perdieron sus identidades complejas. Con la apertura por y para las

mujeres durante el régimen militar en Chile, la lucha armada sí es un espacio para las mujeres.
McGranachan 18

Bibliografía

Ex Presas Políticas de la Dictadura Militar, "Chile declaración de las mujeres ex presas políticas
bajo la dictadura." Archivo Chile, Diciembre 2004. Web

"La dictadura de Pinochet dejó más de 3.000 muertos y desaparecidos." La Verdad. Web.
<http://www.laverdad.es/alicante/prensa/20061211/mundo/dictadura-pinochet-dejo-
muertos_20061211.html>.

"Mujer Chilena en el siglo XX." Sociologia y Trabajo Social. N.p., n.d. Web. 25 Jun 2011.
<http://pdf.rincondelvago.com/mujer-chilena-en-el-siglo-xx.html>.
Ortiz, Johanna. "“Mujeres en la memoria”, monumento a las víctimas de la dictadura chilena."
cimanoticias, 20-12-2006. Web. <http://www.cimacnoticias.com/site/06122005-
Mujeres-en-la-memo.15979.0.html>.
"Quien era Cecilia Magni, la Comandante Tamara." Frente. Frente Patriotico Manuel
Rodriguez, n.d. Web. 20 Jun 2011. <http://www.fpmr-chile.org/cecilia.html>.
Vidaurrazaga Aranguiz, Tamara. Mujeres en Rojo y Negro: Memoria de tres mujeres miristas
(1971-1990). 1. Buenos Aires: Imprenta de las Madres, 2007. Print.
Zalaquett, Cherie. Chilenas en Armas: Testimonios e historias de mujeres miltantes y
guerrilleras subersivas. 1. Santiago, Chile: Salesianos Impresores, 2009. Print.

También podría gustarte