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El estereotipo feminista

En el imaginario popular existen estereotipos rígidos sobre diversos grupos de personas.


Está, por ejemplo, el intelectual, que usa anteojos, se expresa con palabras rebuscadas y
es un nerd. Tenemos, asimismo, al abusivo, que suele ser de gran tamaño, escasa
inteligencia y usar cierto tipo de prendas como, tal vez, una pulsera de púas. Podemos
citar, también, a la chica popular: una joven rubia, hermosa y superficial. Si pensamos en
el estereotipo de santurronería, probablemente imaginemos a una vieja de mente cuadrada
y amargada, que se horroriza con facilidad, arma escándalos en nombre de la moral y usa
aretes y collar de perlas, así como el pelo corto peinado de peluquería. Si pensamos en un
neonazi, imaginaremos a un sujeto con tatuajes, agresivo, que escucha música
estruendosa, es pelado, usa ropa militar y botines y se dedica a golpear a ciertas personas.
El estereotipo de judío, por su parte, es el de una persona avara y mezquina, otras el de
una víctima perseguida. El del homosexual es el de un hombre afeminado y escandaloso
que viste de mujer unas veces, el de hombre artista y delicado otras, y el de un
energúmeno promiscuo y descarriado que se droga y se desvive en discotecas también.
Asimismo, el de la lesbiana suele ser el de una mujer masculina que odia a los hombres
y es agresiva, o el de una mujer femenina y siempre atractiva y sensual, provocativa para
los hombres. El estereotipo de granjero versa sobre un hombre con sombrero de paja, con
acento extraño y de una simplicidad y estupidez admirables.

Estos estereotipos sirven para fortalecer los prejuicios de la gente y ordenar su realidad
sobre el mundo de los seres humanos, estructurándolos en esquemas sencillos que puedan
manejar de forma inmediata. Sin embargo, esto presenta serías desventajas, en el sentido
de que no permite conocer la realidad tal como es en su diversidad. Encasilla a las
personas y no consiente un margen más amplio de identidad y acción. La realidad no
encaja tan bien en el imaginario popular y a menudo éste se halla desfasado de ella, y, por
qué no decir, sirve de herramienta a individuos inteligentes, pero sin escrúpulos, que
saben cómo servirse de él para lograr sus fines, manipulando a las personas a través de lo
que podemos llamar una mitología de la personalidad de los siglos XX y XXI. Esta
mitología, con personajes, caricaturas o moldes burdos, es una plataforma que alimenta
los prejuicios arraigados en las personas y permite generalizar sobre diversos grupos
atropellando las particularidades individuales de cada uno. Si eres rubia, entonces eres
superficial; si eres negro, luego sé que eres caliente; si eres homosexual, entonces adivino
que eres promiscuo; si eres juez, asumo que debes ser una persona severa; si eres
anarquista, doy por sentado que eres un drogadicto; si eres budista, es porque amas la paz;
si eres vegetariano, es porque eres de izquierda; etc. Pero la verdad es compleja y
podemos ver a mujeres hermosas de cabello claro de gran inteligencia, a homosexuales
que aman profundamente con amor puro y llevan a cabo una relación más estable,
duradera y enriquecedora que muchos heterosexuales, a “neonazis” que más allá de su
nube teórica son, en la práctica, personas compasivas y menos nazis que muchos
individuos antinazistas e izquierdistas, que tienen amistades de color y que no serían
capaces de matar ni a una mosca más allá de su teoría imaginaria y, finalmente, a
santurronas que visten tacos y a la moda, hablan con jergas, parecen adolescentes, se
creen muy sensuales y logran parecer gente cool, y sin embargo creen en los dogmas de
la iglesia a pie juntillas en lo que les conviene para juzgar y condenar a los demás mientras
ellas viven, por ejemplo, en la opulencia que condena el Evangelio. También podemos
hallar a mujeres consideradas feas que han tenido más éxito con los hombres que otras
mujeres que, siendo tenidas por hermosas, permanecen mucho tiempo solteras, así como
a personas inteligentes que eran malas estudiantes en el colegio y a otras que, pese a haber
sido buenas, no son tan listas. Estas no son excepciones, pues a menudo la realidad nos
confronta con tantas sorpresas y tal grado de excepciones en las tipologías humanas que
ya no nos es posible hablar de las mismas como tales. En el mundo existe todo tipo de
gente, una variedad impensada que no cabe en un imaginario amplio, y qué decir de uno
estrecho; un abanico con multiplicidad de colores, gamas y tonalidades. Es necesario
comprender eso para empezar a no prejuzgar a las personas en su totalidad por una o dos
características.

Uno de los estereotipos de los que más se abusa y que no he mencionado, es el del
individuo feminista. En primer lugar, se asume que siempre es mujer; en segundo, que es
amargada e histérica; en tercero, que si no es lesbiana es una heterosexual sexualmente
frustrada, fea y “solterona”; en cuarto, que es necesariamente de alguna ideología política
y siempre de izquierda; y, por qué no, añadir que odia a los hombres y tiene una obsesión
paranoide con el patriarcado. Este estereotipo, como muchos otros, resulta nocivo, porque
la imagen sobre el feminismo que termina creándose en la mente de las personas es falsa
y negativa, de forma que presenta un obstáculo para los avances en materia de
emancipación femenina.
Algunas feministas, sin conciencia de lo que hacen, refuerzan el clásico estereotipo con
actitudes que calzan fácilmente en el mismo. Hacen gala, de forma desafiante e
intimidante, no exenta de violencia, de una autosuficiencia y fortaleza exageradas que
rayan con lo fingido. La verdadera fortaleza es serena y no se exhibe, consiste en aceptar
nuestra propia fragilidad como personas sin recubrirla de una coraza. Otra forma en la
que refuerzan el estereotipo es sirviéndose de imágenes antiestéticas, a veces vulgares, de
textos en los que se trasluce resentimiento y de palabras groseras y malos modales para
protestar, con razón, pero de forma inadecuada, contra un sistema injusto por su sexismo.

Propongo reemplazar, como una forma de hacer contrapeso, los viejos estereotipos por
modelos nuevos, cierto feminismo de la mujer sufrida y hastiada por un feminismo de
emancipación lleno de esperanza, por un feminismo de empoderamiento, de grandeza,
por un feminismo que en lugar de apesadumbrar libere. El procedimiento consiste,
además, en no asustar a la gente, sino en llamarla a nuestra causa y llegar a ella de forma
eficaz. Debemos preferir la transmisión clara del mensaje antes que una forma subjetiva
de desahogarse de la ira generada por la injusticia y antes que el escándalo infructuoso.
Formulamos un feminismo que no se limita a destruir los viejos esquemas, sino que crea
nuevos paradigmas; que no se estanca en la demolición de prejuicios, sino que va más
allá y levanta ideales. Reemplazaremos a cierto feminismo gastado y pesimista del mero
reclamo por un feminismo airado, insurgente, vigoroso, por un feminismo lleno de utopía.
Algunos feminismos deben adoptar otra estética, otro lenguaje y otra forma general de
exposición. La estética feminista debe ser bella, debe ser como un imán. El feminismo,
además, no debe estar circunscrito a ninguna ideología política particular que restrinja su
alcance, siendo asequible a personas de izquierda como de centro y de derecha, y a
quienes no se suscriben a ningún partidismo político y se consideran más bien apolíticos.
Finalmente, el nuevo modelo del individuo feminista debe presentar a personalidades
atractivas, es decir, que en lugar de generar rechazo y recelo atraigan por sus cualidades
sobresalientes y brinden confianza; personalidades admirables, dignas de forjar asombro
y trasmitir libertad, liberación, vida, poder, y hacer pensar a los niños: “De grande quiero
ser como ella/él”.

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