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Lourdes Matas García.

Después de lavarme los dientes, mamá me acompañó hacia el cuarto de


Elisa para que le diera un beso de buenas noches.

- Parece un angelito, dijo mamá con cara de ternura.


- Si mi madre hubiese visto las travesuras que ese angelito, de pelo
rizado y cerebro de cacahuete, había hecho durante el verano, se
hubiera desmayado, dije yo en mi cabeza.

Tras recordar el vergonzoso acontecimiento, le di a mi hermana un beso


de buenas noches y decidí que sería más razonable olvidar e intentar
dormirme. Como no podía conciliar el sueño, puse un rato la televisión,
pero había una serie muy aburrida y me puse a hablar con mi amiga
Natalia hasta cerca de las 12:00 de la noche. Después empecé a ver una
serie de espirales, que hicieron que me quedara dormida de inmediato.

Desperté en un terreno sumamente árido y con escasa vegetación. De


repente, un anciano señor de barba larga y de ropa pobre, pregunto:

- ¿Qué haces aquí? , dijo el anciano con voz débil.


- No lo sé, dije asustada.
- ¿Cómo te llamas?, me preguntó.
- Lourdes, me llamo Lourdes, le respondí.

Durante un buen rato estuve hablando con aquel extraño señor.

- Llegué aquí cuando aún era un niño, y he ido envejeciendo con el


paso de los años. Yo iba a ser el salvador de la ciudad, pero tuve
miedo y acabé así. Por favor, te necesitan, dijo esfumándose entre
la tierra.

Me quedé sorprendida y decidí averiguar ese misterio.

Caminé y caminé hacia la ciudad, mientras pude ver cómo todo era
perfecto: lucía un sol radiante, los edificios parecían de otra generación y
las calles estaban muy limpias.

Al adentrarme en la ciudad encontré a una mujer embarazada y me dirigí


hacia ella:

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Lourdes Matas García.

- Disculpe señora, ¿Quién es el gobernador?, le pregunté.


- Es la señora Elisa, me contestó.

Le agradecí su información, y me fui corriendo calle abajo.

Pasé por la puerta de un modesto hostal y decidí entrar y alquilar una


habitación para pasar unos días y tener tiempo suficiente para aclarar el
misterio.

Entré en el hostal y el recepcionista que me atendió me ofreció una


habitación totalmente gratis.

De pronto empezaron a sonar unas trompetas. El recepcionista y yo


salimos a la calle y vimos una gran multitud de gente tirando pétalos de
rosa.

De repente vi a una chica que era idéntica a mi hermana Elisa. Era a ella a
quien la gente le tiraban los pétalos, e incluso se arrodillaban a su paso.

Cuando la chica estaba a mi altura, me miró fijamente y me dijo:

- ¿Por qué no te arrodillas ante mí?


- Si no lo haces, te degollaré, dijo enfadada.

Tras su amenaza no tuve más remedio que arrodillarme ante ella, ya que
no quería perder mi cabeza.

El desfile concluyó, y entramos nuevamente en el hostal.

El recepcionista me dijo que si quería derrotar a la reina debía


acompañarle.

Como estaba dispuesta a aclarar ese enredo, acepté su invitación.

Llegamos a una minúscula sala, llena de máquinas extrañas de la más


avanzada tecnología, que se encargaban de recoger información privada
de la reina.

Empecé a leer todos los documentos que me daba el recepcionista, y


rápidamente comprendí que la reina era mi hermana Elisa.

Ahora me enfrentaba a un tremendo dilema:

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Lourdes Matas García.

- Yo quería ayudar al anciano a salvar la ciudad, pero para salvarla


tenía que derrotar a mi propia hermana.

Le conté al recepcionista mi situación y me dijo que conocía a un amigo,


en el Palacio de los Dioses, el cual podría ayudarme.

Al día siguiente, hice las maletas para dirigirme a ver al amigo del
recepcionista. Nos despedimos con dos besos y emprendí de nuevo el
camino. Hasta llegar a mi destino tuve que soportar viento, lluvia, e
incluso una gran nevada.

De repente apareció nuevamente el hombre anciano del desierto, pero


esta vez con buena vestimenta.

- Hola, tú debes de ser la hermana de la reina, ¿no?, me dijo.


- SÍ, soy yo, le contesté. Tu amigo, el recepcionista del hostal, me ha
enviado para saber cómo puedo salvar la cuidad, y derrotar a la
reina pero sin hacerle daño, ya que es mi hermana.
- Debes ver a la reina madre, ella te dará la solución, me dijo el
anciano.

El anciano me acompañó a un ascensor, que nos llevaría al despacho de la


reina madre.

Al llegar, ella nos recibió con un fuerte apretón de manos. Era muy dulce y
simpática, no como su hija que era muy arisca.

El anciano le dijo a la reina madre que yo era la elegida para salvar la


ciudad, y tras sus palabras la reina madre me abrazó hasta casi dejarme
sin aliento.

- Hija, hija mía, me dijo. Tu hermana, la reina, está destruyendo la


ciudad. Sus habitantes pasan penurias y ya mismo no podrán
sobrevivir. Si no nos ayudar, todo acabará.
- ¿Cómo puedo ayudar, madre?, le pregunté. Sé que tengo que
destruirla, pero ella es mi hermana y no puedo hacer eso.
- Te ayudaré, me dijo. Entre las dos le quitaremos su poder, y así
salvaremos a la ciudad.

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Lourdes Matas García.

Decididas a detener a Elisa y salvar la ciudad, la reina madre y yo fuimos al


desfile.

Cuando llegamos fuimos en busca de Elisa.

- Mamá, ¡has venido!, exclamó la reina.


- Pero… ¿Has venido con esa?, preguntó.
- Si, dijo la reina madre. Estamos decididas a quitarte todo tu poder y
salvar la ciudad. Así que entrega el bastón de mando.

La reina empezó llorar desconsoladamente. Saltó de su mullido trono y le


entregó el bastón de mando a su madre con una pataleta. Pero antes de
que ella abandonara la ciudad, la reina madre la cogió de la mano y le dio
un abrazo, que hizo que se pusiera literalmente morada.

Después llegó mi turno. Quería decirle lo mal que lo había hecho desde el
principio de su legislatura, pero sentí pena por ella, así que decidí ser lo
más amable posible.

- Elisa, sé que esta legislatura no ha sido una de las mejores, pero con
el paso del tiempo te convertirás en una excelente reina. Espero
que nunca lo olvides, le dije.

Finalicé mi discurso improvisado con un fuerte abrazo y dos besos.

Tras ello, la gente aplaudió como nunca y Elisa dijo:

- Te quiero hermana.

Desperté. Eran las 03:00 de la mañana. Todo había sido un extraño sueño.

Quise contárselo a mi hermana y a mi madre, pero como no quería


despertarlas seguí durmiendo, pero esta vez sin soñar nada raro.

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Lourdes Matas García.

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